Regresemos ahora al Mediterráneo en vísperas de Lepanto. Mientras Francia y Génova, tradicionales rivales dé España y de Venecia respectivamente, andaban en tratos amistosos con los turcos (el enemigo de mi enemigo es mi amigo), los españoles y los venecianos construían sendas flotas de guerra por lo que se veía venir. 1570 fue un año decisivo. Por un lado Felipe II había sofocado la rebelión morisca de las Alpujarras y podía nuevamente ocuparse del Mediterráneo; por otra parte Venecia, viendo peligrar Chipre, dejó de lado sus últimas prevenciones contra una nueva Liga cristiana. Y Pío V, el Papa, no deseaba otra cosa que alejar la amenaza turca de su rebaño. La Santa Liga se firmó el 1571: Venecia, España, el Papa, algunos estados italianos y la Orden de Malta, en cuya isla habían desembarcado los turcos años atrás, se unían para Ğdestruir y arruinar la flota del turcoğ.
El generalísimo de la escuadra sería don Juan de Austria, hermano bastardo del rey de España. Don Juan era un mozo de veinticuatro años, guapo, apuesto, ojos azules, y tan atlético que podía nadar con la armadura puesta. Había adquirido cierto prestigio militar en la reciente guerra de las Alpujarras, pero, a pesar de todo, su hermanastro el rey, como prudente que era, puso a su lado expertos marinos que lo asesoraran, entre ellos Luis de Requesens. |