La cruzada de Túnez de 1535

  Dominado el bastión de Rodas, que le aseguraba la posesión plena del Mediterráneo oriental, Solimán el Magnífico reorganizó su ejército y su escuadra. Desde 1525 presionó sobre la cuenca del Danubio y el 29 de agosto de 1526 arrolló en la batalla de Mohacs a Luis II de Hungría, que sólo pudo oponer 35.000 hombres a los setenta mil del sultán. Luego optó por retirarse de Viena para no medirse con los Tercios, pero en 1531 tanteó una nueva invasión por el Danubio. En la primavera de 1532 hizo desfilar por Belgrado un formidable ejército de 300.000 hombres, con abundante caballería y artillería bien entrenada. El ataque se combinó con otro muy fuerte y efectivo en el Mediterráneo. Dos piratas del Egeo, dos hermanos de los que el más famoso era conocido por el nombre de Barbarroja, entraron en contacto con los moriscos de España y se establecieron en dos importantes plazas fuertes del norte de Africa: Horuc, rey de Argelia, en Tremecén, aunque pereció en lucha con el gobernador español de Orán. El más peligroso, Barbarroja, logró apoderarse de Túnez.

  Carlos V había destinado a la defensa de Viena, desde donde Solimán pensaba tomar de revés la península italiana, importantes fuerzas hispanoitalianas, además de las imperiales, a las que animó contra el turco el propio Lutero. Carlos V concebía la cruzada contra el turco como un factor de unidad cristiana en medio de la pleamar de la Reforma. La unión de los príncipes del Imperio fue efectiva, y Solimán decidió suspender el ataque a Viena, salvada de nuevo por la presencia, esta vez personal, del emperador y rey de España. El enfrentamiento directo entre españoles y turcos quedaría reservado para el hijo de Carlos V.

  Entonces el emperador decidió emplear el ejército que había preparado para la defensa de Viena en la conquista de Túnez, que le aseguraba el pleno dominio del Mediterráneo central y occidental. Creía, con razón, conjurado el peligro turco en el frente centroeuropeo y decidió, ante el ejemplo de Escipión, llevar la guerra al África, donde Barbarroja actuaba como adelantado del poder turco. Salió de Viena en octubre de 1532 con los Tercios Españoles que habían acudido a la defensa de la ciudad, que desde aquel momento quedó como responsabilidad de los príncipes alemanes y los lugartenientes imperiales de Carlos. Cruzó por el campo de Pavía y se hizo explicar detenidamente la gran victoria. Estaba en Barcelona en abril de 1533. Entonces Francisco I, rey católico de Francia, entabló conversaciones con el Gran Turco para oponerse al emperador. A fines de mayo de 1535, Carlos embarcó en Barcelona hacia Cerdeña para la empresa de Túnez. Esta importante acción, de gran alcance estratégico, comenzó el 30 de mayo de 1535 en Barcelona, de donde el emperador zarpó para Cagliari después de pasar revista a parte de su ejército. Hasta el mes de julio no pudo verificar la concentración de su fuerza multilateral, como la llama el historiador militar duque de la Torre, que constaba de cuatrocientos bergantines y galeones, galeras y fragatas, urcas y fustas procedentes de España, Portugal, Italia y Holanda, para transportar a treinta y dos mil soldados profesionales y veinte mil aventureros y soldados de fortuna. El genovés Andrea Doria fue designado jefe de la escuadra combinada y don Álvaro de Bazán de la flota española. El duque de Alba, con un estado mayor multinacional, mandaba las tropas de reserva y todo el conjunto navegaba al mando personal del Emperador.

  El desembarco se consiguió sin problemas en el emplazamiento de la antigua Cartago el 17 de junio de 1535. Carlos ordenó asaltar primero la fortaleza de La Goleta, poderosamente fortificada. El 1 4 de julio se dio la orden de tomar la plaza, defendida por Barbarroja, pero el empuje de los expedicionarios, apoyados en la artillería y sobre todo en la arcabucería española, les dio la posesión de La Goleta aquella misma noche. Se capturaron trescientos cañones, muchos procedentes de Francia, cuyo rey traicionaba por bajas miras partidistas a la Cristiandad unida en la cruzada. Barbarroja prefirió defender la ciudad de Túnez en campo abierto pero nada pudo hacer ante la decisión y la acometividad de los Tercios. Cinco mil cristianos cautivos consiguieron salir a la desesperada de sus prisiones, se apoderaron de armas enemigas y contribuyeron desde dentro a la victoria del emperador. Barbarroja consiguió huir a duras penas y la mortandad de musulmanes fue espantosa. Todo el ejército quedó asombrado ante la actuación personal del emperador, que empuñando una pica combatió entre los soldados de Leiva.