En 1982, en Río Negro (Baja Verapaz) y Agua Fría (El Quiché), una Patrulla de Autodefensa Civil asesinó a unos 270 campesinos indígenas no combatientes, entre los que se encontraban 107 niños y 70 mujeres. Los participantes violaron a la mayoría de las mujeres antes de ejecutarlas de forma brutal. A los niños y a los bebés los mataron golpeándolos contra rocas y árboles; a uno incluso lo partieron en dos con un machete. Entre los ejecutores se hallaban Carlos Chen, Pedro González Gómez y Fermín Lajul Xitumal.
(Informe de Amnistía Internacional).
El 2 de abril de 1982, en Kaibil, el ejército metió
a madre e hijo recién nacido en el horno: la mujer había
salido de la casa, pero no pudo correr por estar recién aliviada
y cuando vio que a los suegros les ponían un lazo en el pescuezo,
ella pegó un grito y el soldado la descubrió, amarró
y arrastró hasta el horno: la metieron en el fuego y al chiquillo
lo tiraron al horno.
(Masacres de la selva; R.Falla).
Siete campesinos fueron secuestrados-desaparecidos el 18 de junio
de 1986 por elementos del ejército en la aldea Sepur-Zarco, Izabal.
El 23 del mismo mes varias mujeres y niños fueron asesinados. La
información fue proporcionada por el Grupo de Apoyo Mútuo,
de familiares de desaparecidos; y por la Iglesia Guatemalteca en el Exilio.
(El Día, México, 16.7.86. El Gráfico,
23.7.86).
Los cadáveres de David de Jesús Díaz González,
René Ballardo Morales de León, Oscar Leonel Flores y Oscar
Adán Batres Rondán, de 27, 22, 23 y 31 años de edad,
respectivamente, fueron hallados el 26 de julio de 1987 dentro de un vehículo
aparentemente accidentado en una carretera en las inmediaciones de la ciudad
de Guatemala; habían sido secuestrados el día anterior. El
análisis forense reveló que fueron envenenados con cianuro
inyectado en las venas.
(Prensa Libre, 27.7.87).
Hombres armados vestidos de verde olivo sacaron de su vivienda
a los esposos Emilio Cuj Tzul y Faustina Juárez, en Chirisún,
Santa Cruz Verapaz, Alta Verapaz, en los últimos días del
mes de marzo de 1988. Sus cadáveres, decapitados, aparecieron el
1 de abril.
(El Gráfico y Prensa Libre, 5.4.88).
Soldados uniformados del destacamento militar de San Juan, Dolores,
el Petén, secuestraron el 28 de marzo de 1989 a los campesinos Noé
Enrique Linares, Tomás Monzón Pen, José Mario Orantes
y Margarito Morán Orantes, en la aldea La Machaca I, del mismo municipio;
les cortaron los dedos de las manos y los órganos genitales, los
degollaron y los dejaron colgados. A los pequeños hijos de las víctimas
los dejaron atados de pies y manos y con los ojos vendados, mientras cometían
la masacre; además, violaron a Alicia Cruz Morán, de 15 años,
y quemaron el maíz y mataron los animales domésticos de las
víctimas
(La Voz Popular, 14.4.89).
Tropas del ejército dispararon el 2 de diciembre de 1990 sobre
la población de Santiago Atitlán, cuando los vecinos se presentaron
al destacamento militar a exigir la liberación de un hombre de la
localidad capturado por los soldados. Resultaron muertas 15 personas, y
21 heridas.
(Prensa Libre, 3 y 6.12.90).
La estudiante universitaria Silvia Isabel Albizures Samayoa, de 24
años, quien había sido secuestrada de su residencia en la
ciudad de Guatemala en 3 de junio de 1991, apareció asesinada el
día 6; su cara estaba quemada con ácido y presentaba señales
de tortura.
(La Hora, 7.6.91. Siglo Veintiuno, 8.6.91).
Y ahí empezó la matanza en Xamán. Los soldados
comenzaron a disparar sus fusiles en todas direcciones. Las primeras en
caer muertas fueron las mujeres que estaban protestando frente a los militares
(...) La niñita Maurilia Coc Max, de apenas siete años de
edad, fue asesinada por la espalda mientras corría hacia donde desesperadamente
la llamaba su padre para que se pusiera a salvo (...) Varios de los heridos
fueron rematados en el suelo en los momentos en que se comenzó a
dar a gritos la orden de retirada (...) Uno de los grupos militares que
se retiraba se encontró con Santiago Tut Pop, un niñito q'eqchi'
de apenas ocho años de edad. Santiaguito estaba jugando a pescar
en un pequeño arroyo y traía una vara y un hilo en la mano.
Al ver a los soldados corrió por el camino hacia su casa. Un primer
disparo le desgajó la mano y el antebrazo, pero siguió corriendo
mientras gritaba de dolor y llamaba a su mamá; un segundo disparo
le penetró por la espalda y otro le destrozó la cabeza. Santiago
cayó muerto a la orilla del camino. A su lado quedó la varita
de pescador de ilusiones (...) El saldo terrible de la infamia: once muertos
y veintiséis heridos en aquel jueves 5 de octubre de 1995 que amaneció
con la alegría de los preparativos para la gran fiesta.
(Rigoberta: La nieta de los mayas; R.Menchú).