El genocidio ruandés no fue una explosión espontánea de furia intertribal. Los líderes genocidas explotaron los diferencias tribales, manipularon los sentimientos y los encauzaron para sus propios fines políticos y acosaron a una población pobre, sin educación y fácilmente maleable para que colaborase activamente con su ejército de exterminación.
Además de las masacres, se obligaba a las madres a ver cómo aplastaban las cabezas de sus bebés contra la pared hasta que les estallaban los sesos. Sus hijos mutilados los arrojaban vivos al fondo de profundas letrinas; también a los adultos mutilados. Ellas eran violadas en grupo. Los perros se comían los cadáveres.
Poco después de estas terribles matanzas, la guerrilla tutsi
reaccionó con una violenta contraofensiva. El régimen hutu
perdió la guerra y la mayoría de los hutus -incluidos los
genocidas, confundiéndose con las masas, y con la inestimable ayuda
de Francia- huyeron de forma desesperada del país africano, dando
lugar a la formación de grandes campos de refugiados, con 2 millones
de personas sobreviviendo en condiciones infrahumanas y temerosas de volver
a Ruanda debido al miedo a las represalias y a las detenciones arbitrarias;
en una país donde las prisiones sufren de una enorme masificación
y de falta de condiciones sanitarias, y donde no existían garantías
jurídicas. En los campos, los refugiados quedaron en manos
de los asesinos, que ordenaron los campamentos a imagen y semejanza de
Ruanda, un sistema jerarquizado.
En 1995 tuvieron lugar nuevas masacres. Durante todo este tiempo, la ONU, a pesar de conocer tales excesos, no hizo nada para impedirlos.
A finales de 1996, después del regreso de cerca de 700 mil
refugiados a Ruanda (exceptuando centenares de miles de ellos que, temerosos
de las represalias y juicios, huyeron y se ocultaron en la espesa selva
zaireña), las víctimas del genocidio y sus familias aún
no han recibido satisfacción de la justicia. La mayoría de
los asesinos no han sido castigados y numerosos instigadores del genocidio
gozan de libertad en los campos de refugiados de los países vecinos.
Los que sobrevivieron a la guerra civil se han encontrado con sus familias
desmembradas con la mayoría de sus seres queridos muertos o con
graves estigmas psicológicos. Y los huérfanos...