RUANDA 

En la primavera de 1994, unos 800 mil tutsis y hutus moderados, de ellos unos 300 mil menores (a un ritmo de 333 asesinatos cada hora), fueron asesinados brutalmente y descuartizados con machetes en una campaña genocida llevada a cabo por extremistas hutus. El régimen hutu, su ejército, sus milicias (los "picadores de carne") y muchos miles de vecinos voluntarios a aterrorizados se dedicaron a masacrar a sus otros vecinos. Hubo listas de personas condenadas a muerte que eran distribuidas desde el principio; hubo la orden de asesinarlas, incluso buscándolas casa por casa. Félicien Kabuga (hombre muy rico, mandaba en la emisora de radio Mil Colinas, principal instrumento de propaganda del genocidio, y cerebro y máximo responsable); Jean Bosco Barayagwiza, responsable de incitar al genocidio desde los micrófonos de la radio de las Mil Colinas; Tharcisse Renzaho y el general Augustin Bizimungu, jefe del Estado Mayor del ejército ruandés, fueron los principales responsables.

El genocidio ruandés no fue una explosión espontánea de furia intertribal. Los líderes genocidas explotaron los diferencias tribales, manipularon los sentimientos y los encauzaron para sus propios fines políticos y acosaron a una población pobre, sin educación y fácilmente maleable para que colaborase activamente con su ejército de exterminación.

Además de las masacres, se obligaba a las madres a ver cómo aplastaban las cabezas de sus bebés contra la pared hasta que les estallaban los sesos. Sus hijos mutilados los arrojaban vivos al fondo de profundas letrinas; también a los adultos mutilados. Ellas eran violadas en grupo. Los perros se comían los cadáveres.

Poco después de estas terribles matanzas, la guerrilla tutsi reaccionó con una violenta contraofensiva. El régimen hutu perdió la guerra y la mayoría de los hutus -incluidos los genocidas, confundiéndose con las masas, y con la inestimable ayuda de Francia- huyeron de forma desesperada del país africano, dando lugar a la formación de grandes campos de refugiados, con 2 millones de personas sobreviviendo en condiciones infrahumanas y temerosas de volver a Ruanda debido al miedo a las represalias y a las detenciones arbitrarias; en una país donde las prisiones sufren de una enorme masificación y de falta de condiciones sanitarias, y donde no existían garantías jurídicas. En los campos, los refugiados quedaron en manos de los asesinos, que ordenaron los campamentos a imagen y semejanza de Ruanda, un sistema jerarquizado.
En 1995 tuvieron lugar nuevas masacres. Durante todo este tiempo, la ONU, a pesar de conocer tales excesos, no hizo nada para impedirlos.

A finales de 1996, después del regreso de cerca de 700 mil refugiados a Ruanda (exceptuando centenares de miles de ellos que, temerosos de las represalias y juicios, huyeron y se ocultaron en la espesa selva zaireña), las víctimas del genocidio y sus familias aún no han recibido satisfacción de la justicia. La mayoría de los asesinos no han sido castigados y numerosos instigadores del genocidio gozan de libertad en los campos de refugiados de los países vecinos. Los que sobrevivieron a la guerra civil se han encontrado con sus familias desmembradas con la mayoría de sus seres queridos muertos o con graves estigmas psicológicos. Y los huérfanos...

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