"Los tres años de catástrofes naturales, como los definió el régimen, no eran tan naturales; fueron los resultados de una política errónea. Los campesinos contaban que, en 1959-60, era tanta el hambre que no tenían fuerza siquiera para recolectar el arroz maduro, y ese había sido un buen año. Muchos habían muerto de hambre viendo cómo los granos de arroz caían en el campo, impulsados por el viento. En ciertos pueblos, no se encontraba nadie para ir a recoger la cosecha. 
(...) Delante de mi vista, entre las malas hierbas, surgió de pronto una escena que me habían contado: la de familias que intercambiaban entre ellas a sus hijos para comérselos (...) Mao había iniciado el "gran salto adelante" y obligado a millares y millares de campesinos aturdidos por el hambre a abatir a golpes de hoz a sus antiguos compañeros y a salvar de este modo su propia vida gracias a la carne y a la sangre de sus compañeros de infancia." 
(Wei Jingsheng, de la aldea de Anhui) 
 
"Está la comida -la única cosa importante, la mayor alegría y la motivación más poderosa de todo el sistema penitenciario-. Yo había tenido la mala fortuna de llegar al centro de detención de Pekín solo un mes después de la introducción del racionamiento como parte oficial de la técnica de los interrogatorios. El desesperadamente escaso y aguado caldo de maíz, las duras galletitas y la ración de verdura se convirtieron en el centro de nuestra vida y en objeto fundamental de nuestra más profunda atención (...) La falta de alimento estaba admirablemente estudiada: nos daban lo suficiente para mantenernos vivos, pero nunca lo suficiente para que olvidásemos nuestra hambre. Durante mis quince meses en el centro de interrogatorios, comí arroz una sola vez, carne nunca. Seis meses después de mi arresto, mi vientre estaba completamente hundido, y empezaba a tener las articulaciones magulladas de forma característica por el simple contacto del cuerpo con la cama comunitaria. La piel de mis nalgas colgaba como los senos de una mujer vieja. Mi vista se nublaba, y perdía mi capacidad de concentración. Alcancé una especie de récord de carencia de vitaminas cuando finalmente me volví capaz de romper las uñas de los dedos gordos del pie con la mano. Mi pelo empezaba a caerse." 
(...) El objetivo de la policía no es obligaros a inventar crímenes inexistentes, sino a haceros admitir que la vida ordinaria que llevabais estaba podrida, era culpable y merecedora de castigo. El fundamento de su éxito reside en la desesperación, en la percepción que tiene el prisionero en la práctica de que está totalmente, para siempre y sin esperanza, a merced de sus verdugos. No dispone de ninguna defensa, puesto que su arresto es la prueba absoluta e indiscutible de su culpabilidad. El prisionero no tiene derecho a ningún proceso, solo a una ceremonia perfectamente reglamentada que tal vez dura media hora; no tiene derecho a consultar a un abogado ni a recurrir en el sentido occidental del término."
(Recuerdos de Bao Ruo-wang,  llamado Jean Pasqualini)
 
"(...) Corrí hacia el interior del instituto (de Xiamen). En el campo de deportes vi a los profesores, 40 o 50 en total, en fila, con la cabeza y la cara rociadas de tinta negra, de modo que efectivamente formaban una "banda negra". Llevaban colgados del cuello unos letreros con inscripciones como "autoridad académica reaccionaria Fulano", "enemigo de clase Fulano", "apoyo de la vía capitalista Fulano", "Fulano, jefe de banda corrompida". Todos llevaban orejas de burro sobre las que habían pintado epítetos semejantes, y a la espalda llevaban escobas de barrer sucias, mandiles y zapatos. También les habían colgado alrededor del cuello cubos llenos de piedras. Todos iban con los pies desnudos, con los que golpeaban sobre gongs o cacerolas dando la vuelta al campo mientras gritaban: "¡Yo soy el gángster Fulano!" Por último, todos cayeron de rodillas, quemaron incienso y suplicaron a Mao que "les perdonara sus crímenes". 
Luego vinieron los golpes y las torturas: les hacían comer desechos e insectos; se les sometía a descargas eléctricas; les forzaban a ponerse de rodillas sobre cristales rotos; se les obligaba a hacer el "avión" colgándolos de los brazos y las piernas. 
Los primeros en coger palos y en torturar eran los energúmenos de la escuela: hijos de mandos del partido y oficiales del ejército. Groseros y crueles, estaban acostumbrados a utilizar la influencia de sus padres y a pelearse con los demás alumnos. Eran tan nulos en clase que estaban a punto de ser expulsados, por eso arremetían probablemente contra los profesores." 
(Recuerdos de Ta-ling Lee)