Venezuela cuenta con grandes recursos naturales
con ventajas comparativas, que constituyen una excelente base para el desarrollo
económico sustentable y del bienestar social ampliado. Sin embargo,
de manera paradójica, en lugar de progresar económicamente
y de elevar el nivel de vida de nuestros ciudadanos, venimos padeciendo
de un empobrecimiento progresivo y creciente, que abarca cada vez mas a
mas sectores de nuestra población.
El progreso económico y la elevación
del nivel de vida, se logra gracias a los aumentos de la productividad
en todos los sectores de la actividad económica: industria, comercio,
servicios, agricultura y cría, etc., mientras que, por el contrario,
el deterioro de la productividad produce inevitablemente deterioro económico
y pobreza.
El principal motor de los aumentos de productividad
es el sector privado, pero, requiere de un ambiente económico favorable
a su iniciativa para que pueda desarrollar con fuerza toda su potencialidad.
En este sentido el Estado está obligado a crear el "ambiente"
económico, social y tecnológico para este fin.
Hoy, la productividad está íntimamente
asociada con la capacidad de los agentes productivos para transformar los
recursos naturales que posean ventajas comparativas, en ventajas competitivas,
pues es a través de la competitividad que, en las condiciones económicas,
tecnológicas, políticas y sociales, nacionales e internacionales,
las distintas naciones pueden prosperar y mejorar las condiciones de vida
de sus ciudadanos.
En consecuencia, es un deber ineludible de carácter
político inherente al Estado, no sólo de velar porque la
competitividad motorizada por la productividad nacional se desarrolle,
sino que tiene el deber de impulsarla.
Para ello, el Estado tiene la obligación
de crear las condiciones económicas favorables para que los particulares
cuenten con el ambiente socioeconómico adecuado que les permita
desarrollar a plenitud la competitividad bajo el impulso de una productividad
creciente.
Al Estado le corresponde asumir las inversiones
en infraestructura productiva fundamental y de apoyo a todas las actividades
productivas, establecer centros de apoyo tecnológico a los productores
en todos los sectores de la actividad económica; debe apoyar a los
productores tanto agropecuarios, como industriales o de servicios y del
comercio, con información de carácter tecnológico
y técnico para la producción, así como de mercados
tanto nacionales como internacionales; le corresponde garantizar óptimas
relaciones comerciales entre compradores y proveedores y entre productores
y consumidores, bajo el fundamental precepto de que las mejores transacciones
comerciales son aquellas en donde todos ganan y no en las cuales ganan
unos en perjuicio de otros.
Por tanto, le corresponde a los Poderes Públicos
nacionales, regionales y municipales, garantizar la armonía del
funcionamiento de las cadenas de producción y comercialización,
desde la producción primaria, hasta el consumidor final y, en consecuencia,
debe garantizar la paz social, también en la esfera económica.
Con esto, estamos indicando, que es un deber de
todas las autoridades políticas el garantizar la armonía
y la convivencia civilizada de la sociedad, incluso en la esfera económica.
Cualquier actitud, por bien intencionada que pueda ser, pero que apunte
o dé como resultado una lucha sin tregua entre agentes económicos,
al igual que entre grupos sociales, que conduzca a la disociación
entre agentes o grupos, en el fondo, es una actitud contraria al orden
público y nociva a la sociedad, que debe ser rechazada.
A pesar de que en Venezuela contamos con grandes
recursos con ventajas comparativas, no somos competitivos y, al no serlo,
cada vez nos empobrecemos mas. Es nuestro deber dar un vuelco radical a
esta contradicción que viene deteriorando la vida de nuestros hombres
y mujeres. Es nuestro deber impulsar la competitividad, para lo cual no
sólo hay que aumentar nuestra productividad, sino que tenemos que
impulsarla y estimularla.
Dadas nuestras escasas condiciones de productividad
y competitividad, en la mayoría de nuestros segmentos productivos,
nos encontramos en clara desventaja para competir con productos de otros
países que sí tienen alta productividad y cuentan con excelentes
condiciones de competitividad.
No hay duda, que el camino del desarrollo sustentable
y de la prosperidad de Venezuela, es el de la competencia no sólo
a nivel nacional sino, fundamentalmente, a nivel internacional. Sin embargo,
en las circunstancias actuales, la desigualdad competitiva con productos
y productores de otras latitudes determina fuertes desventajas para nuestros
sectores productivos que nos impiden competir en igualdad de condiciones.
Por consiguiente, es imprescindible tomar medidas de largo plazo y de corto
plazo simultáneamente para cambiar esta situación.
En términos de desarrollo al mediano y
largo plazo, debemos crear las condiciones económicas materiales,
sociales y jurídicas para motorizar el desarrollo de la productividad
y la competitividad. En este sentido, cualquier Ley vinculada a la esfera
económica, al tiempo que debe crear la normativa que estimule la
productividad y la competitividad, debe eliminar toda norma que las anule.
Ninguna Ley relacionada con aspectos económicos debe ser una "camisa
de fuerza" contra la productividad y la competitividad. Por el contrario,
debe abrir las posibilidades normativas para su incremento sostenido.
En este sentido, el Estado venezolano no siempre
ha coadyuvado a que los particulares puedan desarrollarse competitivamente.
El Estado venezolano ha dedicado grandes cantidades
de dinero, por vías de subsidios, financiamiento e, incluso, proteccionismo
exacerbado, al sector agropecuario y a otros sectores y los resultados
obtenidos han sido la debilidad de los mismos y su incapacidad competitiva,
junto con un aumento alarmante de la pobreza. A la luz de los resultados,
está claro que los recursos dedicados a fortalecer nuestros sectores
productivos han sido mal empleados.
No contamos con infraestructuras productivas de
la calidad y cantidad adecuadas a los requerimientos de nuestras capacidades
productivas y nuestros productores se encuentran desguarnecidos de apoyo
tecnológico, de información técnica, comercial y de
mercadeo; brilla por su ausencia la infraestructura de mercado y mercadeo,
como centros de acopio y de distribución y como bolsas de mercado
para distintos tipos de productos, que le permitan a los productores de
cualquier índole concurrir a negociar tanto la compra como la venta,
de la manera mas transparente posible sin ser explotados y sin posibilidad
de abusos. No se cuenta con servicios de apoyo a la producción y
a la comercialización, de manera que sus costos se reduzcan al mínimo
y su eficiencia aumente, dando como resultado mejores productos a mejores
precios para el consumidor.
La agricultura nacional es un sector donde las
contradicciones económicas son evidentes, con indicadores de pobreza
e improductividad graves pero con importantes posibilidades potenciales
de prosperidad, siempre y cuando enfoquemos las acciones de manera distinta
a cómo lo hemos hecho hasta ahora.
Pero también debemos tomar medidas de corto
plazo, mientras logramos avanzar en las condiciones adecuadas para ser
competitivos en el futuro próximo.
Al corto plazo, una apertura indiscriminada
pudiera arrasar con la debilitada capacidad productiva actual; pero tampoco
podemos caer en el proteccionismo extremo que obligue a nuestros ciudadanos
a someterse a un mayor costo de vida habida cuenta de la ineficiencia de
nuestra producción nacional. Es preciso encontrar el equilibrio
y la armonía intersectorial, que permita ir abriendo progresivamente
el paso a la productividad y a la competitividad, sin discriminar ningún
sector, pero también sin privilegios para ninguno.
El Estado venezolano, cuenta con instituciones
e instrumentos (Superintendencia de Pro Competencia y la Comisión
"antidumping"), que debemos utilizar para evitar que seamos afectados
por la competencia desleal tanto internacional, como nacional.
El conflicto entre los productores agrícolas
y la industria agroalimentaria es producto de la ineptitud, negligencia
y contradicciones de las autoridades gubernamentales.
A pesar de los últimos acontecimientos,
nos negamos a pensar en una "guerra económica" entre estos
sectores, pues no podemos olvidar que, dadas las características
físico-estructurales de estos dos sectores, en última instancia,
a la industria manufacturera le es mas factible cerrar su producción
y desviar su inversión hacia otras latitudes que al sector agropecuario,
en cuyo caso, no sólo sería desastroso para la agricultura,
sino para el país.
El sector agropecuario, al igual que cualquier
otro sector económico nacional, tiene el derecho a producir y recibir
un precio justo por sus productos, pero la industria agroalimentaria y
los consumidores también tienen derecho a comprar a precios justos.
En este orden de ideas, es justo aceptar que,
si la agroindustria no compra la producción agropecuaria nacional,
el sector agropecuario tiene el derecho de vender sus productos en el exterior.
Pero, es precisamente allí donde radica el problema, pues nuestra
producción agropecuaria no puede competir con los precios internacionales,
dada su baja productividad y, por tanto, sus elevados costos.
Se argumenta que los países industrializados
"subsidian" la producción agrícola y por esa razón
sus productos pueden venderse a menores precios internacionalmente. Tenemos
que ser muy cuidadosos al manejar este tipo de argumento, pues la realidad
es otra.
La realidad es que en los países desarrollados,
los mencionados subsidios no tienen relación con la interpretación
que se le ha querido dar en nuestros países. En la CEE, por ejemplo,
los Estados sólo otorgan subsidios a aquellas producciones que corresponden
a programas específicos de desarrollo agropecuario diseñados
por el Estado y, además, están definidos y limitados en el
tiempo, de forma tal que los beneficiarios de los mismos, tienen la obligación,
en contrapartida, de lograr metas de productividad, competitividad y producción
determinadas en los proyectos de desarrollo definidos, de lo contrario,
no pueden recibir tales estímulos temporales. En los EEUU, por ejemplo,
muchos de los subsidios que otorga el Estado están dirigidos a evitar
distorsiones del mercado por sobreproducción, lo que en el fondo
representa un desestímulo hacia ciertas ramas de producción
para estimular, indirectamente, la inversión productiva hacia ramas
deficitarias. Como podemos observar, los mencionados subsidios son mas
bien mecanismos de estímulo a la producción de rubros agrícolas
de interés tanto nacional como para los propios productores. Pero,
lo importante, lo significativo, es que los mismos, lejos de favorecer
a sus productores para envilecer los precios de sus productos y de esta
manera crearles ventajas en el mercado, lo hacen para mantener el mayor
equilibrio posible de precios, de acuerdo a la demanda y oferta de los
productos agropecuarios.
Lo que nos corresponde, para proteger y estimular
a nuestro sector agropecuario es contar con un Estado democrático,
fuerte y capaz de desarrollar los ambientes económicos adecuados
para que los productores mas eficientes, efectivamente puedan desarrollar
sus potencialidades competitivas. Esta es la mejor y mas democrática
manera de conciliar las enconadas posiciones entre dos sectores que, en
lugar de enemistarse, deben cooperar entre sí, respetando sus respectivas
peculiaridades. El Estado, en todas sus instancias institucionales, no
puede ser agente beligerante en favor de uno u otro sector, sino factor
de desarrollo en función del interés nacional, del crecimiento
económico y del desarrollo social.