El país requiere de una estrategia que
integre como dos variables profundamente correlacionadas al desarrollo
económico sustentable con el desarrollo social. El desarrollo económico
implica desarrollo social y viceversa. Por eso es que las medidas económicas
de los últimos años que no han sido planes de desarrollo
económico , han fracasado.
Entre 1959 y 1973, la estrategia económica
de industrialización por sustitución de importaciones fue
altamente exitosa.
Generó empleo sin inflación,
se elevó la calidad de vida del venezolano y la distribución
del ingreso nacional fue progresiva.
Venezuela tuvo el mayor crecimiento
de América Latina 6% interanual, con inflación máxima
del 3% al año.
Logramos un grado de industrialización
nunca antes visto en el país.
Se estableció la mayor
red latinoamericana de infraestructura vial y productiva y una importante
red de servicios sanitarios y educativos y se obtuvo el mayor crecimiento
del sector agropecuario nacional.
En esos quince años, el nivel de desarrollo
social alcanzado fue cónsono con el del crecimiento económico,
sin recurrir a medidas compensatorias, a pesar de haber tomado drásticas
medidas de ajuste en las variables fiscales, monetarias y cambiarias en
los años sesenta, tales como devaluación, reducción
salarial a los empleados públicos y un permanente equilibrio fiscal
y monetario.
Las políticas económicas se caracterizaron
por mantener los equilibrios macroeconómicos básicos, que
fue uno de los determinantes de aquel crecimiento económico en esos
primeros años de democracia.
Es cierto que se aplicaron política comerciales
reguladoras y proteccionistas, dado que la estrategia de desarrollo adoptada
fue la de estimular y consolidar el crecimiento de la economía privada
nacional apoyada por el Estado, de manera que éste ejecutaba las
grandes inversiones y de mayor riesgo, e impulsaba al sector privado para
que asumiera las inversiones mas rentables y de menor riesgo, pero se tenía
claro que esa estrategia de desarrollo tenía un límite: el
mercado interno.
En efecto, la fase inicial de aquella estrategia,
consistía en utilizar las divisas del petróleo como palanca
de desarrollo del resto de la economía. En tal sentido, se articularon
las inversiones productivas y de infraestructura social cónsona
con el desarrollo económico, con medidas monetarias para impulsar
el crecimiento del mercado interno, sin recurrir a emisiones de dinero
inorgánico.
Pero esa manipulación monetaria de la demanda
tenía un límite a partir del cual, de continuar aplicándola,
se produciría una caída de la productividad, por excesivo
facilismo y proteccionismo, con lo cual el efecto económico negativo
sería inevitable.
Una vez logrado un importante hito en la sustitución
de importación de productos de demanda final, el siguiente paso
era la sustitución de importaciones de demanda intermedia, pero
ello requería de un mercado ampliado, que no existía en Venezuela.
No debíamos seguir forzando el crecimiento
del mercado interno mediante la manipulación monetaria de la demanda,
era necesario abrirnos al mercado internacional. Y se dieron los primeros
pasos en ese sentido ALALC, Pacto Andino, Creación del ICE, modificación
de del sistema arancelario, entre otras.
El momento del gran viraje fue 1973-74, pero no
lo dimos, y fue allí donde se inicia el desastre, donde malbaratamos
los éxitos que habíamos obtenido en los 15 años anteriores.
Con el "boom" petrolero de los años
setenta y ochenta, se inicia, en propiedad, la etapa rentista de la economía
venezolana contemporánea. Desde entonces incurrimos en la perniciosa
creencia de que el desarrollo petrolero es en sí mismo desarrollo
económico, y pusimos a depender del mismo al resto de la economía,
por lo cual la actividad económica no petrolera que representa en
promedio el 80% del PIB se ha hecho mas ineficiente y parasitaria y, en
esa medida, nos hemos sumido en una profunda crisis no sólo económica
y fundamentalmente social.
Paradójicamente, en la medida en que hemos
obtenido un mayor flujo de divisas porque exportamos más petróleo
o aumentan sus precios, nuestra sociedad se ha empobrecido, situación
que no es culpa del petróleo, sino de la práctica rentista
gubernamental y privada.
La avalancha de petrodólares que provocó
el "boom" petrolero iniciado en 1974-75, incrementada con el
endeudamiento externo, trastornó todos los esquemas de desarrollo
equilibrado que había caracterizado a la economía nacional
en los primeros 15 años de democracia, produciendo una significativa
caída de su productividad y un fuerte deterioro social.
El Estado venezolano dispuso de tal magnitud de
recursos monetarios, que lo hicieron prescindir de la productividad de
las empresas tanto privadas como públicas y de sus trabajadores.
Una importante fracción del consumo no dependió de la productividad
de trabajadores y empresarios, sino que, tanto salarios como ganancias,
recibieron un excedente sin contraprestación real, que constituyó
un subsidio al consumo, abriendo las compuertas para iniciar y exacerbar
las políticas que condujeron a las actuales deformaciones estructurales
de la economía, a la inflación y al deterioro de las condiciones
de vida del venezolano.
Los últimos gobiernos se han preocupado
sólo por realizar ajustes económicos y tratar de aliviar
las consecuencias sociales de los mismos, sin contar con una estrategia
de desarrollo económico y social sustentable. Es necesario ir hacia
esa estrategia, lo cual exige ineludiblemente la elevación simultánea
de la productividad, la competitividad y la capacitación de los
miembros de la sociedad, única vía de desarrollo económico
con verdadero contenido social, que al tiempo que proteja a los más
pobres, desarrolle las capacidades de la población en general, para
que su bienestar sea sustentable.
Todavía persisten concepciones ancladas
en los modelos pasados que hoy no son efectivos. Es preciso superar esas
concepciones, de lo contrario, los discursos de apertura, modernidad y
progreso seguirán siendo frases vacías sin contenido práctico
y efectivo y el deterioro económico será indetenible.
La situación actual debe ser revertida,
no podemos seguir con una inflación del 35% anual, con peligro de
aumentar; el desempleo entre el 14 y el 16% con una población en
economía informal que supera el 50% de la población económicamente
activa; la productividad nacional en descenso, con un PIB no solamente
errático, sino con una tendencia al descenso (para 1996 fue -1,6%
mientras el no petrolero fue del -3,6%); la inversión en descenso
(salvo la de PDVSA) y especialmente la inversión privada: la inversión
bruta fija del sector privado cayó en 1994 en -23,3%, en 1995 en
-21,8% y en 1996 en ¡- 32,8%!, lo cual es expresión
clara del deterioro del aparato productivo nacional privado, que es el
sector que puede impulsar nuestra prosperidad. El consumo privado ha caído
en -4% en 1996 y el público en -6%, pero lo mas significativo es
que el consumo privado percápita medido en bolívares del
96, para ese año es prácticamente igual al de 1962, lo cual
implica que como los bolívares del 96 tienen menor poder adquisitivo
que los del 62, estamos peor que en ese año. En conclusión,
a excepción del petróleo, el conjunto el resto de la economía
sigue manteniendo una marcada y alarmante tendencia descendente.
En el mundo contemporáneo no podemos pensar
en un desarrollo económico sustentable, sin integrarnos competitivamente
a la globalización de la economía, donde la productividad
es la clave. La productividad y la competitividad marcan la diferencia
entre los países desarrollados y capacitados y los atrasados e incapacitados.
Por tal razón, es que el capital humano capacitado
es la variable socioeconómica mas importante hoy en día.
Requerimos de la superación creativa de los trabajadores y empresarios
a todos los niveles.
Hoy en día, la productividad y la competitividad,
marcan la diferencia entre los países desarrollados y capacitados
y los atrasados e incapacitados, entre países con mayor soberanía
en sus decisiones y los que carecen de ella.
Yo parto de la premisa según la
cual, todo plan de desarrollo económico debe tener contenido
social y todo plan de desarrollo social debe tener sentido económico,
porque lo social y lo económico se refuerzan mutuamente. Todo
plan social debe partir de una estrategia clara de desarrollo económico
que contemple como elemento medular la elevación integral de la
calidad de vida de los ciudadanos.
La inserción de la población venezolana
como productora y consumidora en una economía en expansión,
nos exige desarrollar actividades productivas que nos integren al mercado
mundial, realidad que nos reclama formar la mano de obra necesaria para
estos procesos, lo cual requiere de masivas inversiones en educación,
salud y servicios sociales en general, que signifiquen una sólida
base para elevar la calidad de vida.
La productividad
ha sido siempre la clave del desarrollo económico. Actualmente,
existe una estrecha relación entre ésta y la competitividad.
Las ventajas comparativas, básicas para la productividad, no son
suficientes para el desarrollo; requerimos transformarlas en ventajas
competitivas, en la calidad que permita diferenciar nuestros bienes
y servicios, de aquellos similares producidos por otros agentes económicos,
en cualquier otra parte del mundo.
El acceso a los avances científicos, tecnológicos,
financieros, comerciales y culturales en general, base indispensable del
crecimiento económico y social sustentable, están al alcance
de quien sea capaz de utilizar los instrumentos que los interconectan e
interpretan la información que fluye a una velocidad extraordinaria.
En este sentido, parte importante del contenido social de un plan de desarrollo
económico le corresponde al Estado, creando las infraestructuras
tecnológicas y formativas de la sociedad para que todos los ciudadanos
logren esa capacitación, base de su elevación de calidad
de vida.
Venezuela es un país energético.
Sin embargo, la energía en general, incluidos el petróleo
y la electricidad, por sí sola sólo otorga ventajas comparativas;
así un Kw producido por Edelca no es diferenciable de un
Kw producido por una compañía de electricidad canadiense
o japonesa. Pero, la energía en cualquiera de sus formas es plataforma
económica para generar la transformación de ventajas comparativas
en competitivas de otros materiales o productos.
Por otra parte, los bienes no transables no tienen
la posibilidad de expresarse y consolidarse en el ámbito de la competitividad
mundial, salvo aquellos tales como la energía, que pueden constituir
plataformas infraestructurales para el desarrollo de los bienes transables,
al establecer las bases sobre las cuales se pueden crear y desarrollar
éstos.
Dada la correspondencia entre productividad y
competitividad, es preciso lograr que los agentes productivos sean capaces
de transformar las ventajas comparativas en competitivas, creando las condiciones
de competitividad, estableciendo el ambiente que permita a las empresas
dicha transformación.
El sector privado tiene la responsabilidad
fundamental de la productividad, pero el Estado debe impulsar el desarrollo,
mantenimiento de una economía competitiva. Debe tener como objetivo
la incorporación total de la sociedad a dichos procesos, sin recurrir
a políticas artificiales de pleno empleo y contemplar, como elemento
fundamental, la equidad, mediante una adecuada distribución progresiva
del ingreso nacional.
Lo que determina la productividad del sector privado,
es su capacidad para establecer las condiciones de sus factores productivos,
fuerza laboral e insumos productivos, creándolos o formándolos,
para desarrollar ventajas competitivas.
Pero, así mismo, es primordial que el Estado
consolide la máxima eficiencia, entendiendo por tal, el evitar o
eliminar, según el caso, las deformaciones monopólicas y
oligopólicas del mercado, así como optimizar la calidad delos
servicios públicos esenciales para una mejor calidad de vida de
la población: salud, educación, seguridad, distracción
y recreación, medio ambiente sano y gratificante, entre otros.
CREANDO EL AMBIENTE PARA LA COMPETITIVIDAD
Es necesario que los agentes productivos sean
capaces de transformar las ventajas comparativas en competitivas. Por consiguiente,
establecer el ambiente que permita a las empresas crear las condiciones
para la competitividad es tarea esencial e indelegable del Estado.
Las políticas macroeconómicas deben mantener los equilibrios ahorro-inversión,
fiscal, sector externo y monetario y el manejo sincronizado del tipo de
cambio, la tasa de interés y la tasa de inflación, todo ello
en coordinación con las políticas dirigidas al aumento de
la productividad.
El sector financiero, por su lado, debe canalizar
el ahorro hacia la inversión y evitar su traslado a sectores insolventes
y a la especulación financiera y cambiaria.
Todo esto exige una revisión y reformulación
de las actuales políticas fiscales, monetarias, comerciales y de
estímulo al ahorro y a la inversión, y de la reinserción
de la política petrolera en el conjunto de la nueva estrategia económica.
A nivel microeconómico y sectorial hay que recomponer la estructura productiva nacional,
fortaleciendo los sectores productores de bienes transables internacionalmente,
hasta lograr el equilibrio conveniente para el país, entre los transables
y no transables y, entre ambos y la economía petrolera nacional.
Se requieren cambios radicales en el manejo de
las políticas de incentivos sectoriales, industriales, comerciales
y fiscales, a fin de dirigirlas hacia el aumento de la productividad en
los sectores susceptibles de transformar sus ventajas comparativas creando
cadenas de competitividad.
Deben establecerse las vinculaciones entre las
cadenas productivas competitivas, fomentando los nexos de cooperación
en cada cadena e intersectorialmente, de manera de conectar las medidas
y acciones macroeconómicas con las sectoriales hasta el nivel de
las empresas específicas.
Pero, reforzar la capacidad competitiva de Venezuela
requiere abrir la economía nacional a la competencia tanto
interna como externa; desplegar un intenso trabajo de educación
del consumidor, que obligue a las empresas a ofrecer mejores productos
y mejores precios. Pero, a fin de someter ventajosamente la economía
nacional a la competencia, es preciso que el Estado estimule la productividad
y competitividad nacionales.
El Estado deberá ser muy activo en el establecimiento
de las condiciones para que las empresas puedan crear y desarrollar ventajas
competitivas, fundamentalmente en la dotación de infraestructuras
básicas, energía en general, vialidad, seguridad, salud,
etc., creando centros y programas de aprendizaje, capacitación,
entrenamiento y desarrollo de personas y empresas; fomentando la tecnología
para desarrollar las habilidades básicas para generar ventajas competitivas
y promoviendo la participación efectiva de las empresas en estos
programas, no sólo desde el punto de vista financiero, sino muy
especialmente desde el punto de vista operacional.
El Estado también deberá crear,
mantener y desarrollar instituciones oficiales de estadística, información
y bases de datos sobre tecnología e investigación de operaciones,
de mercado y mercadeo, que presten apoyo logístico y de información
a las empresas que deseen establecerse o tengan posibilidades de crear
ventajas competitivas y, además, facilitar y apoyar la instalación
de instituciones de servicios de consultoría y de asistencia técnica
para la realización de proyectos.
Finalmente, el capital humano en Venezuela
merece una atención especial, como factor fundamental de la productividad
y la competitividad. En este sentido, se requiere una reforma educativa
que capacite a los agentes económicos para enfrentar creativamente
las realidades y necesidades de la globalización. Dicha reforma
no puede limitarse al sistema de educación formal de preescolar,
básica y superior, sino que debe abrirse y extenderse prioritariamente
a las escuelas técnicas y tecnológicas e incorporar a las
empresas y sectores conexos para incluir en la reforma, la recapacitación
o capacitación, según el caso, de los trabajadores a todos
los niveles.
La clave de esta reforma está en la participación
efectiva del sector privado en la creación y capacitación
del capital humano.