Venezuela vive hoy momentos únicos en su
historia republicana y democrática. Una profunda crisis económica,
que ha afectado a todos los sectores de la población, se conjuga
a la vez con una expansión de nuevos participantes en la escena
política y en la convivencia social. Es la aparición de una
sociedad civil moderna, que ha crecido y se ha diversificado a la par de
la transformación del país, de la complejización y
descentralización del Estado venezolano y, por qué no decirlo,
a la par del agotamiento del modelo económico, político y
social que fue posible mantener con la abundancia petrolera, y que ha hecho
crisis a causa de la conflictividad propia de las sociedades que, como
la nuestra, se encuentran en proceso de evolución.
Esta evolución ha significado, que en unas
pocas décadas hayamos pasado de una Venezuela agrícola, centralista
y escasamente urbanizada, a una Venezuela moderna, plural y descentralizada,
con grandes instituciones políticas, económicas, sociales
y culturales, que han permitido, en un proceso no exento de dificultades,
la construcción de una sociedad de oportunidades igualitarias, mejor
preparada y más exigente de participación y de toma de decisiones
en los asuntos que le son más cercanos.
Por eso, en momentos cruciales y definitorios
de nuestro porvenir, es propicia la ocasión para compartir algunas
reflexiones en torno al papel que deben jugar los partidos políticos
y la sociedad civil, en un mundo de cambios y transformaciones como el
que vive nuestra democracia.
Y es oportuna esta ocasión porque en días
recientes, han vuelto a aparecer comentarios respecto a la credibilidad
de los partidos políticos y de la satisfacción de los venezolanos
con los logros de nuestra democracia.
Es cierto que nuestra democracia y sus instituciones
tienen compromisos pendientes y debilidades por superar. El centralismo,
el clientelismo y el partidismo exacerbado, nos han distanciado de una
parte de la sociedad civil. Los problemas sociales se han extendido y profundizado.
Los servicios públicos se han vuelto ineficientes y los sistemas
educativo, judicial y de salud, se han vistos desbordados por su incapacidad
para responder y satisfacer las necesidades básicas de nuestra población.
En suma, las grandes dificultades por las que atraviesa el país,
ha obligado al Gobierno Nacional a emprender recientemente un severo programa
de reorientación económica, en la búsqueda de un reordenamiento
económico y social que, esperamos todos, sea más justo y
más equitativo.
Sin embargo, esta situación no debe usarse
para el pesimismo apocalíptico, nada nuevo en Venezuela, que no
cesa de proclamar el fin de los partidos políticos y de nuestra
democracia. No hagamos demagogia: es un hecho definitivo, la gente piensa
que la democracia es el sistema de gobierno preferible, antes que ningún
otro, y tiene fe en que es perfeccionable. Y en eso coincidimos todos los
venezolanos. Por tanto, no es atacándola como vamos a satisfacer
las expectativas de la población respecto a la democracia. Es identificando
sus problemas y tratando de buscarle salidas a la crisis, con profundo
optimismo constructivo, perfeccionando los mecanismos democráticos
y promoviendo la participación de la gente. Este es el reto y no
el regodeo en el catastrofismo.
La democracia es el mejor sistema político
para ejercer plenamente nuestras libertades y la nuestra tiene virtudes
indiscutibles, una de las cuales es precisamente su capacidad para transformarse.
Es verdad que los cambios necesarios para mejorarla no se han producido
con la velocidad que la mayoría de los venezolanos desearíamos.
Pero, hay que tener presente que, en un régimen de libertades, el
debate y la confrontación de ideas y de propuestas afectan inevitablemente
el ritmo de los cambios.
Hemos avanzado. La democracia venezolana no está
petrificada. Durante los últimos años el país ha sido
un hervidero de discusión y acción transformadora. Se han
generado importantes reformas, cuya trascendencia, sin duda, será
registrada por la historia. Mucha gente todavía no alcanza a reconocerlas.
Y es que, en la medida en que estas reformas se han concretado, otras demandas
se han ido formalizando, lo que representa una demostración de que
la gente, los ciudadanos, la sociedad civil, ya han alcanzado la madurez
que les permite exigir más democracia. Este es, en sí mismo,
un gran logro de nuestro sistema democrático.
Son innegables los avances para superar los déficits
democráticos. La descentralización, la escogencia directa
de gobernadores, el rescate de la figura del alcalde y su elección
directa, la adopción de un nuevo sistema electoral que abrió
sus puertas a la uninominalidad y la irrupción de nuevas formas
de organización social, son muestras de esto. Los partidos políticos
han jugado un rol estelar en el desarrollo y fortalecimiento de todo este
proceso, que, poco a poco, ha dado lugar al mejoramiento de los mecanismos
de participación civil y de negociación sociopolítica,
herramientas claves para el fortalecimiento y consolidación de nuestra
democracia.
En una sociedad tan compleja como la nuestra,
la democracia no sería posible sin la actividad de los partidos
políticos, pues sólo su presencia garantiza el debate, el
acuerdo y el consenso en medio de nuestras diferencias, cuya ocurrencia
es propia de la convivencia social. Pero lo más importante es que,
con estas reformas, los partidos también han iniciado un proceso
de reflexión en torno a la necesidad de su transformación
y de un nuevo liderazgo basado en el concepto de la acción social
comunitaria.
Hoy, los partidos políticos reconocen que
deben ser organizaciones abiertas, representativas de la colectividad y
promotoras de la participación ciudadana. El desarrollo que ha logrado
la democracia venezolana exije hoy partidos permeables, transparentes,
dispuestos a recibir la opinión y los criterios de la sociedad civil
y de todos los sectores del país. Ese es el verdadero camino para
demostrar que la política es en realidad una actividad noble que
tiene como objetivo fundamental la búsqueda del bien común.
Efectivamente, las nuevas realidades políticas,
económicas y sociales del país y los avances en el proceso
de descentralización, exigen de los partidos políticos un
nuevo liderazgo, basado en la promoción de reformas y consensos
que permitan dirigir, conjuntamente con la sociedad civil, proyectos territoriales
de desarrollo económico y social. Es aquí donde observamos
el nuevo papel que tienen los partidos políticos: impulsadores de
la creación y desarrollo de nuevas relaciones entre la sociedad
civil y los asuntos públicos, de una forma moderna, activa y participativa,
donde la solución de los problemas y la prestación de los
servicios sea producto del consenso entre los diversos actores del desarrollo
municipal y local.
La moderna sociedad civil, exige la creación
de nuevos espacios para el acuerdo y la negociación entre los distintos
niveles de gobierno y muy especialmente, con sus gobiernos locales: Alcaldes,
Juntas Parroquiales y las comunidades. En estos tiempos, el éxito
del manejo de los servicios dependerá en buena medida de la ampliación
de la descentralización hacia los municipios y la sociedad civil,
del mayor acercamiento del ciudadano con sus gobernantes y de una mayor
identificación de las responsabilidades del Estado y del Municipio.
Si bien en tiempo pasado se justificaba, hoy los partidos no pueden pretender
el monopolio de la vida social y política.
Gracias al proceso de descentralización,
hemos visto la emergencia de importantes fuerzas productivas en nuestras
regiones y comunidades, precisamente en momentos en que atravesamos uno
de los períodos más difíciles de nuestra historia
democrática, que nos exige el esfuerzo, el consenso y la participación
de todos para el logro de nuestros objetivos de desarrollo social.
Los partidos políticos deben ser promotores
de este cambio, creando los canales de participación de la sociedad
civil en la orientación de los gobiernos locales, defendiendo los
intereses de todas las comunidades y procurando el bienestar y el mejoramiento
de la calidad de vida de todos los ciudadanos. Los partidos políticos
deben ofrecer a sus mejores activos y lo mejor de su liderazgo, promocionando
sólo la eficiencia y la rectitud en el ejercicio de la gestión
pública nacional, regional y local. Sólo el esfuerzo conjunto
y organizado entre Partidos y Sociedad Civil permitirá hacer de
nuestras localidades verdaderas unidades de desarrollo económico
y social.
A través del trabajo conjunto entre partidos
y sociedad civil, los municipios deben convertirse en unidades geográficas
de convivencia política y de equilibrio y armonía social,
con sólidas organizaciones vecinales que orienten la participación
comunal en los procesos de desarrollo local e incorporen su experiencia
en la solución de los problemas, con partidos políticos que
reconozcan que el nuevo municipio requiere de un nuevo perfil del Alcalde
y el Concejal, actuando como líder social, líder comunitario,
servidor público y sobre todo, como un buen ciudadano.
Señoras y señores....
Esta que hoy vivimos, es otra Venezuela. Es una
Venezuela consciente de lo que desea. Que rechaza la demagogia y el sectarismo.
Es una Venezuela preparada que ejerce su derecho de opinar y que defiende
sus espacios de participación civil. Estamos en un país en
el que ya no tienen cabida los viejos mecanismos de vinculación
entre los ciudadanos y los partidos.
Estamos obligados a cultivar nuevas formas de
comunicación, participación y representación popular.
Las viejas fórmulas de comunicación, que respondían
a otros momentos y realidades, ya no sirven para esta Venezuela moderna.
Tenemos que readaptar esos mecanismos a las exigencias de este momento.
Si no lo hacemos, estaríamos condenándonos a nosotros mismos.
La nueva realidad social es crítica de
los partidos, pero también lo es del resto de las instituciones
que hacen vida política, económica, social y cultural en
nuestro país. Debemos reconocerlo con franqueza y poner nuestro
mejor empeño en recuperar la fé de la gente en sus instituciones
democráticas.
La nueva sociedad civil exige cambios sobre la
base de la ampliación y modernización de los criterios de
igualdad y justicia ante la ley, igualdad de oportunidades de progreso
y desarrollo, y justicia en la distribución de responsabilidades,
deberes y derechos. La sociedad civil exige también que el liderazgo
político reconozca los nuevos criterios de la participación,
de la descentralización, de la necesidad de un nuevo proyecto económico,
que permita alcanzar la eficiencia y la productividad, y que los beneficios
sociales sean el resultado de la riqueza producida por la suma del trabajo
de todos los venezolanos. La sociedad civil exige cambios ante un ambiente
económico y social altamente deteriorado.
Debemos reconocer que mientras más demoremos
los cambios económicos y sociales, más rápidamente
se incubará la intolerancia en nuestra sociedad civil. No hay solución
política posible a los peligros que acechan a la democracia, si
no echamos a andar un nuevo proyecto nacional en el cual se faciliten las
soluciones a los problemas económicos y sociales.
Las posibilidades del refortalecimiento de la
democracia y de la reconquista de una Venezuela de progreso está
frente a nosotros. Sociedad civil y partidos políticos debemos participar
afanosamente en el trabajo de revitalización de las instituciones
que soportan nuestro sistema político, y profundizar el ejercicio
cotidiano de los valores democráticos en nuestra sociedad. Abstenernos
y no participar, dejará vacíos y proporcionará espacios
para aquellos que peligrosamente nunca han querido respetar nuestra democracia,
pero si vivido de ella.
Ninguna reforma política, por importante
y trascendente que sea, será suficiente si tanto el liderazgo nacional,
regional y local como la sociedad civil, en un esfuerzo responsable y conjunto,
no logran un consenso en torno a una transformación del modelo de
desarrollo económico y social a mediano y largo plazo, que permita
reencontrarnos con la fe en la democracia y con la esperanza de una mejor
calidad de vida para todos los venezolanos.
13 de mayo de 1996