El Estado y la revoluciónV. I. LENIN
EL ESTADO
Y
LA REVOLUCION
LA DOCTRlNA MARXISTA
DEL ESTADO Y LAS TAREAS
DEL PROLETARIADO
EN LA REVOLUCION[1]
PROLOGO A LA PRIMERA EDICION
La cuestión del Estado adquiere actualmente una importancia singular,
tanto en el aspecto teórico como en el aspecto político práctico. La guerra
imperialista ha acelerado y agudizado extraordinariamente el proceso de
transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de
Estado. La opresión monstruosa de las masas trabajadoras por el Estado, que se
va fundiendo cada vez más estrechamente con las asociaciones omnipotentes de
los capitalistas, cobra proporciones cada vez mas monstruosas. Los países
adelantados se convierten -- y al decir esto nos referimos a su "retaguardia"
-- en presidios militares para los obreros.
Los inauditos horrores y calamidades de esta guerra interminable hacen
insoportable la situación de ías masas, aumentando su indignación. Va
fermentando a todas luces la revolución proletaria internacional. La cuestión
de la actitud de ésta hacia el Estado adquiere una importancia práctica.
Los elementos de oportunismo acumulados durante décadas de desarrollo
relativamente pacífico crearon la corriente de socialchovinismo imperante en
los partidos socialistas oficiales del mundo entero. Esta corriente (Plejánov,
Pótresov, Breshkóvskaia, Rubanóvich y luego, bajo una forma levemente velada,
los señores Tsereteli, Chernov y Cía., en Rusia; Scheidemann, Legien, David y
otros en Alemania; Renaudel, Guesde, Vandervelde, en Francia y en Bélgica;
Hyndman y los fabianos[2], en Inglaterra, etc., etc.), socialismo de palabra y
chovinismo de hecho, se distingue por la adaptación vil y lacayuna de los
"jefes" del "socialismo", no sólo a los intereses de "su" burguesía nacional,
sino, precisamente, a los intereses de "su" Estado, pues la mayoría de las
llamadas grandes potencias hace ya largo tiempo que explotan y esclavizan a
muchas nacionalidades pequeñas y débiles. Y la guerra imperialista es
precisamente una guerra por la partición y el reparto de esta clase de botín.
La lucha por arrancar a las masas trabajadoras de la influencia de la
burguesía en general y de la burguesía imperialista en particular, es
imposible sin una lucha contra los prejuicios oportunistas relativos al
"Estado".
Comenzamos examinando la doctrina de Marx y Engels sobre el Estado,
deteniéndonos de manera especialmente minuciosa en los aspectos de esta
doctrina olvidados o tergiversados de un modo oportunista. Luego, analizaremos
especialmente la posición del principal representante de estas
tergiversaciones, Carlos Kautsky, el líder más conocido de la II Internacional
(1889-1914), que tan lamentable bancarrota ha sufrido durante la guerra
actual. Finalmente, haremos el balance fundamental de la experiencia de la
revolución rusa de 1905 y, sobre todo, de la de 1917. Esta última cierra,
evidentemente, en los momentos actuales (comienzos de agosto de 1917), la
primera fase de su desarrollo; pero toda esta revolución, en términos
generales, sólo puede comprenderse como uno de los eslabones de la cadena de
las revoluciones proletarias socialistas suscitadas por la
guerra imperialista. La cuestión de la actitud de la revolución socialista del
proletariado ante el Estado adquiere, así, no solo una importancia política
práctica, sino la importancia más candente como cuestión de explicar a las
masas qué deberán hacer para liberarse, en un porvenir inmediato, del yugo del
capital.
El Autor
Agosto de 1917.
PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION
Esta edición, la segunda, no contiene apenas modificaciones. No se ha
hecho más que añadir el apartado 3 al capítulo II.
El Autor
Moscú, 17 de diciembre de 1918.
[blanca]
CAPITULO I
LA SOCIEDAD DE CLASES Y EL ESTADO
1. EL ESTADO, PRODUCTO DEL CARACTER
IRRECONCILIABLE DE LAS CONTRADICCIONES DE CLASE
Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia
repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los
jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los
grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes
persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más
furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de
su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por
decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para
"consolar" y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su
doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En
semejante "arreglo" del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los
oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, re legan a un segundo
plano, tergiversan el aspecto revolucio-
nario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer
plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía. Todos los
socialchovinistas son hoy -- ¡bromas aparte! -- "marxistas". Y cada vez con
mayor frecuencia los sabios burgueses alemanes, que ayer todavía eran
especialistas en pulverizar el marxismo, hablan hoy ¡de un Marx
"nacional-alemán" que, según ellos, educó estas asociaciones obreras tan
magníficamente organizadas para llevar a cabo la guerra de rapiñal!
Ante esta situación, ante la inaudita difusión de las ter giversaciones
del marxismo, nuestra misión consiste, ante todo, en restaurar la verdadera
doctrina de Marx sobre el Estado. Para esto es necesario citar toda una serie
de pasajes largos de las obras mismas de Marx y Engels. Naturalmente, las
citas largas hacen la exposición pesada y en nada contribuyen a darle un
carácter popular. Pero es de todo punto imposible prescindir de ellas. No hay
más remedio que citar del modo más completo posible todos los pasajes, o, por
lo menos, todos los pasajes decisivos, de las obras de Marx y Engels sobre la
cuestión del Estado, para que el lector pueda formarse por su cuenta una
noción del conjunto de las ideas de los fundadores del socialismo científico y
del desarrollo de estas ideas, así como también para probar documentalmente y
patentizar con toda claridad la tergiversación de estas ideas por el
"kautskismo" hoy imperante.
Comencemos por la obra más conocida de F. Engels: "El origen de la
familia, de la propiedad privada y del Estado", de la que ya en 1894 se
publicó en Stuttgart la sexta edición. Conviene traducir las citas de los
originales alemanes, pues las traducciones rusas, con ser tan numerosas, son
en gran parte incompletas o están hechas de un modo muy defectuoso.
"El Estado -- dice Engels, resumiendo su análisis histórico -- no es, en
modo alguno, un Poder impuesto desde fuera a la sociedad; ni es tampoco 'la
realidad de la idea moral', 'la imagen y la realidad de la razón', como afirma
Hegel. El Estado es, más bien, un producto de la sociedad al llegbr a una
determinada fase de desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha
enredado con sigo misma en una contradicción insoluble, se ha dividido en
antagonismos irreconciliables, que ella es impotente para conjurar. Y para que
estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se
devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso
hízose necesario un Poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y
llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del
'orden'. Y este Poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima
de ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado" (págs. 177 y 178
de la sexta edición alemana).
Aquí aparece expresada con toda claridad la idea fundamental del marxismo
en punto a la cuestión del papel histórico y de la significación del Estado.
EI Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de
las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en
el grado en que las contradiciones de clase no pueden, objetivamente,
conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las
contradicciones de clase son irreconciliables.
En torno a este punto importantísimo y cardinal comienza precisamente la
tergiversación del marxismo, tergiversación que sigue dos direcciones
fundamentales,
De una parte, los ideólogos burgueses y especialmente los
pequeñoburgueses, obligados por la presión de hechos históricos indiscutibles
a reconocer que el Estado sólo existe allí donde existen las contradicciones
de clase y la lucha de clases, "corrigen" a Marx de manera que el Estado
resulta ser el órgano de la conciliación de clases. Según Marx, el Estado no
podría ni surgir ni mantenerse si fuese posible la conciliación de las clases.
Para los profesores y publicistas mezquinos y filisteos -- ¡que invocan a cada
paso en actitud benévola a Marx! -- resulta que el Estado es precisamente el
que concilia las clases. Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de
clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del "orden"
que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las
clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente
la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra.
Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases
oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha para el derrocamiento de
los opresores.
Por ejemplo, en la revolución de 1917, cuando la cuestión de la
significación y del papel del Estado se planteó precisamente en toda su
magnitud, en el terreno práctico, como una cuestión de acción inmediata, y
además de acción de masas, todos los socialrevolucionarios y todos los
mencheviques cayeron, de pronto y por entero, en la teoría pequeñoburguesa de
la "conciliación" de las clases "por el Estado". Hay innumerables resoluciones
y artículos de los políticos de estos dos partidos saturados de esta teoría
mezquina y filistea de la "conciliación". Que el Estado es el órgano de
dominación de una determinada clase, la cual no puede conciliarse con su an
tipoda (con la clase contrapuesta a ella), es algo que esta de
mocracia pequeñoburguesa no podrá jamás comprender, La actitud ante el Estado
es uno de los síntomas más patentes de que nuestros socialrevolucionarios y
mencheviques no son en manera alguna socialistas (lo que nosotros, los
bolcheviques, siempre hemos demostrado), sino demócratas pequeñoburgueses con
una fraseología casi socialista.
De otra parte, la tergiversación "kautskiana" del marxismo es bastante más
sutil. "Teóricamente", no se niega ni que el Estado sea el órgano de
dominación de clase, ni que las contradicciones de clase sean
irreconciliables. Pero se pasa por alto u oculta lo siguiente: si el Estado es
un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si
es una fuerza que está por encima de la sociedad y que "s e d i v o r c i a
c a d a v e z m á s de la sociedad", es evidente que la liberación de la
clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, s i n o t a
m b i é n s i n l a d e s t r u c c i ó n del aparato del Poder estatal
que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel
"divorcio". Como veremos más abajo, Marx llegó a esta conclusión, teóricamente
clara por si misma, con la precisión más completa, a base del análisis
histórico concreto de las tareas de la revolución. Y esta conclusión es
precisamente -- como expondremos con todo detalle en las páginas siguientes --
la que Kautsky . . . ha "olvidado" y falseado.
2. LOS DESTACAMENTOS ESPECIALES DE FUERZAS
ARMADAS, LAS CARCELES, ETC.
"En comparación con las antiguas organizaciones gentilicias (de tribu o de
clan) -- prosigue Engels --, el Estado se caracteriza, en primer lugar, por la
agrupación de sus súbditos según las divisiones territoriales". . . A
nosotros,
esta agrupación nos parece 'natural', pero ella exigió una larga lucha contra
la antigua organización en 'gens' o en tribus.
"La segunda caracteristica es la instauración de un Poder público, que ya
no coincide directamente con la población organizada espontáneamente como
fuerza arma da. Este Poder público especial hácese necesario porque desde la
división de la socieda,d en clases es ya imposible una organización armada
espontánea de la población. . . Este Poder público existe en todo Estado; no
está formado solamente por hombres armados, sino también por aditamentos
materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que
la sociedad gentilicia no conocía. . ."
Engels desarrolla la noción de esa "fuerza" a que se da el nombre de
Estado, fuerza que brota de la sociedad, pero que se sitúa por encima de ella
y que se divorcia cada vez más de ella. ¿En qué consiste, fundamentalmente,
esta fuerza? En destacamentos especiales de hombres armados, que tienen a su
disposición cárceles y otros elementos.
Tenemos derecho a hablar de destacamentos especiales de hombres armados,
pues el Poder público propio de todo Estado "no coincide directamente" con la
población armada, con su "organización armada espontánea".
Como todos los grandes pensadores revolucionarios, Engels se esfuerza en
dirigir la atención de los obreros conscientes precisamente hacia aquello que
el filisteísmo dominante considera como lo menos digno de atención, como lo
más habitual, santificado por prejuicios no ya sólidos, sino podríamos decir
que petrificados El ejército permanente y
la policía son los instrumentos fundamentales de la fuerza del Poder del
Estado. Pero ¿puede acaso ser de otro modo?
Desde el punto de vista de la inmensa mayoría de los europeos de fines del
siglo XIX, a quienes se dirigía Engels y que no habían vivido ni visto de
cerca ninguna gran revolución, esto no podía ser de otro modo. Para ellos, era
completamente incomprensible esto de una "organización armada espontanea de la
población". A la pregunta de por qué ha surgido la necesidad de destacamentos
especiales de hombres armados (policía y ejército permanente) situados por
encima de la sociedad y divorciados de ella, el filisteo del Occidente de
Europa y el filisteo ruso se inclinaban a contestar con un par de frases
tomadas de prestado de Spencer o de Mijailovski, remitiéndose a la complejidad
de la vida social, a la diferenciación de funciones, etc.
Estas referencias parecen "científicas" y adormecen magníficamente al
filisteo, velando lo principal y fundamental: la división de la sociedad en
clases enemigas irreconciliables.
Si no existiese esa división, la "organización armada espontánea de la
población" se diferenciaría por su complejidad, por su elevada técnica, etc.,
de la organización primitiva de la manada de monos que manejan el palo, o de
la del hombre prehistórico, o de la organización de los hombres agrupados en
la sociedad del clan; pero semejante organización sería posible.
Si es imposible, es porque la sociedad civilizada se halla dividida en
clases enemigas, y además irreconciliablemente enemigas, cuyo armamento
"espontáneo" conduciría a la lucha armada entre ellas. Se forma el Estado, se
crea una fuerza especial, destacamentos especiales de hombres armados, y cada
revolución, al destruir el aparato del Estado, nos indica bien visiblemente
cómo la clase dominante se esfuerza
por restaurar los destacamentos especiales de hombres armados a s u servicio,
cómo la clase oprimida se esfuerza en crear una nueva organización de este
tipo, que sea capaz de servir no a los explotadores, sino a los explotados.
En el pasaje citado, Engels plantea teóricamente la misma cuestión que
cada gran revolución plantea ante nosotros prácticamente de un modo palpable
y, además, sobre un plano de acción de masas, a saber: la cuestión de las
relaciones mutuas entre los destacamentos "especiales" de hombres armados y la
"organización armada espontánea de la población". Hemos de ver cómo ilustra de
un modo concreto esta cuestión la experiencia de las revoluciones europeas y
rusas.
Pero volvamos a la exposición de Engels.
Engels señala que, a veces, por ejemplo, en algunos sitios de
Norteamérica, este Poder público es débil (se trata aquí de excepciones raras
dentro de la socíedad capitalista y de aquellos sitios de Norteamérica en que
imperaba, en el período preimperialista, el colono libre), pero que, en
términos generales, se fortalece:
". . . Este Poder público se fortalece a medida que los antagonismos de
clase se agudizan dentro del Estado y a medida que se hacen más grandes y más
poblados los Estados colindantes; basta fijarse en nuestra Europa actual,
donde la lucha de clases y el pugilato de conquistas han encumbrado al Poder
público a una altura en que amenaza con devorar a toda la sociedad y hasta al
mismo Estado".
Esto fue escrito no más tarde que a comienzos de la década del 90 del
siglo pasado. El último prólogo de Engels lleva la fecha del 16 de junio de
1891. Por aquel entonces, comenzaba apenas en Francia, y más tenuemente
todavía en Norteamérica y en Alemania, el viraje hacia el imperialismo, tanto
en el sentido de la dominación completa de los trusts, como en el sentido de
la omnipotencia de los grandes bancos, en el sentido de una grandiosa política
colonial, etc. Desde entonces, el "pugilato de conquistas" ha experimentado un
avance gigantesco, tanto más cuanto que a comienzos de la segunda década del
siglo XX el planeta ha resultado estar definitivamente repartido entre estos
"conquistadores en pugilato", es decir, entre las grandes potencias rapaces.
Desde entonces, los armamentos terrestres y marítimos han crecido en
proporciones increíbles, y la guerra de pillaje de 1914 a 1917 por la
dominación de Inglaterra o Alemania sobre el mundo, por el reparto del botín,
ha llevado al borde de una catástrofe completa la "absorción" de todas las
fuerzas de la sociedad por un Poder estatal rapaz.
Ya en 1891, Engels supo señalar el "pugilato de conquistas" como uno de
los más importantes rasgos distintivos de la politica exterior de las grandes
potencias. ¡Y los canallas socialchovinistas de los años 1914-1917, en que
precisamente este pugilato, agudizándose más y más, ha engendrado la guerra
imperialista, encubren la defensa de los intereses rapaces de "su" burguesía
con frases sobre la "defensa de la patria", sobre la "defensa de la república
y de la revolución" y con otras frases por el estilo!
3. EL ESTADO, ARMA DE EXPLOTACION DE LA
CLASE OPRIMlDA
Para mantener un Poder público aparte, situado por encim-a de la sociedad,
son necesarios los impuestos y las deudas del Estado.
"Los funcionarios, pertrechados con el Poder público y con el derecho a
cobrar impuestos, están situados -- dice
Engels --, como órganos de la sociedad, por encima de la sociedad. A ellos ya
no les basta, aun suponiendo que pudieran tenerlo, con el respeto libre y
voluntario que se les tributa a los órganos del régimen gentilicio. . ." Se
dictan leyes de excepción sobre la santidad y la inviolabilidad de los
funcionarios. "El más despreciable polizonte" tiene más "autoridad" que los
representantes del clan; pero incluso el jefe del poder militar de un Estado
civilizado podría envidiar a un jefe de clan por "el respeto espontáneo" que
le profesaba la sociedad.
Aquí se plantea la cuestión de la situación privilegiada de los
funcionarios como órganos del Poder del Estado. Lo fundamental es saber: ¿qué
los coloca por encima de la sociedad? Veamos cómo esta cuestión teórica fue
resuelta prácticamente por la Comuna de París en 1871 y cómo la esfumó
reaccionariamente Kautsky en 1912:
"Como el Estado nació de la necesidad de tener a raya los antagonismos de
clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de estas clases,
el Estado lo es, por regla general, de la clase más poderosa, de la clase
económicamente dominante, que con ayuda de él se convierte también en la clase
políticamente dominante, adquiriendo así nuevos medios para la represión y
explotación de la clase oprimida. . ." No fueron sólo el Estado antiguo y el
Estado feudal órganos de explotación de los esclavos y de los campesinos
siervos y vasallos: también "el moderno Estado representativo es instrumento
de explotación del trabajo asalariado por el capital. Sin embargo,
excepcionalmente, hay períodos en que las clases en pugna se equilibran hasta
tal punto, que el Poder del Estado adquiere momentáneamente, como aparente
mediador, una
cierta independencia respecto a ambas". . . Tal aconteció con la monarquía
absoluta de los siglos XVII y XVIII, con el bonapartismo del primero y del
segundo Imperio en Francia, y con Bismarck en Alemania.
Y tal ha acontecido también -- agregamos nosotros -- con el gobierno de
Kerenski, en la Rusia republicana, después del paso a las persecuciones del
proletariado revolucionario, en un momento en que los Soviets, como
consecuencia de hallar se dirigidos por demócratas pequeñoburgueses, son ya
impotentes, y la burguesía no es todavía lo bastante fuerte para disolverlos
pura y simplemente.
En la república democrática -- prosigue Engels -- "la riqueza ejerce su
poder indirectamente, pero de un modo tanto más seguro", y lo ejerce, en
primer lugar, mediante la "corrupción directa de los funcionarios"
(Norteamérica), y, en segundo lugar, mediante la "alianza del gobierno con la
Bolsa" (Francia y Norteamérica).
En la actualidad, el imperialismo y la dominación de los Bancos han
"desarrollado", hasta convertirlos en un arte extraordinario, estos dos
métodos adecuados para defender y llevar a la práctica la omnipotencia de la
riqueza en las repúblicas democráticas, sean cuales fueren. Si, por ejemplo,
en los primeros meses de la república democrática rusa, en los meses que
podemos llamar de la luna de miel de los "socialistas" --
socialrevolucionarios y mencheviques -- con la burguesía, en el gobierno de
coalición, el señor Palchinski saboteó todas las medidas de restricción contra
los capitalistas y sus latrocinios, contra sus actos de saqueo en detrimento
del fisco mediante los suministros de guerra, y si, al salir
del ministerio, el señor Palchinski (sustituido, naturalmente, por otro
Palchinski exactamente igual) fue "recompensado" por los capitalistas con un
puestecito de 120.000 rublos de sueldo al año, ¿qué significa esto? ¿Es un
soborno directo o indirecto? ¿Es una alianza del gobierno con los consorcios o
son "solamente" lazos de amistad? ¿Qué papel desempeñan los Chernov y los
Tsereteli, los Avkséntiev y los Skóbelev? ¿El de aliados "directos" o
solamente indirectos de los millonarios malversadores de los fondos públicos?
La omnipotencia de la "riqueza" es más segura en las repúblicas
democráticas, porque no depende de la mala envoltura política del capitalismo.
La república democrática es la mejor envoltura política de que puede
revestirse el capitalismo, y por lo tanto el capital, al dominar (a través de
los Pakhinski, los Chernov, los Tsereteli y Cía.) esta envoltura, que es la
mejor de tocdas, cimenta su Poder de un modo tan seguro, tan firme, que ningún
cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la
república democrática burguesa, hace vacilar este Poder.
Hay que advertir, además, que Engels, con la mayor precisión, llama al
sufragio universal arma de dominación de la burguesía. El sufragio universal,
dice Engels, sacando evidentemente las enseñanzas de la larga experiencia de
la socialdemocracia alemana, es
"el índice que sirve para medir la madurez de la clase obrera. No puede
ser más ni será nunca más, en el Estado actual".
Los demócratas pequeñoburgueses, por el estilo de nuestros
socialrevolucionarios y mencheviques, y sus hermanos carnales, todos los
socialchovinistas y oportunistas de la Europa occidental, esperan, en efecto,
"más" del sufragio universal.
Comparten ellos mismos e inculcan al pueblo la falsa idea de que el sufragio
universal es, "en el Estado actual ", un medio capaz de expresar realmente la
voluntad de la mayoría de los trabajadores y de garantizar su efectividad
práctica.
Aquí no podemos hacer más que señalar esta idea mentirosa, poner de
manifiesto que esta afirmación de Engels completamente clara, precisa y
concreta, se falsea a cada paso en la propaganda y en la agitación de los
partidos socialistas "oficiales" (es decir, oportunistas). Una explicación
minuciosa de toda la falsedad de esta idea, rechazada aquí por Engels, la
encontraremos más adelante, en nuestra exposición de los puntos de vista de
Marx y Engels sobre el Estado "actual ".
En la más popular de sus obras, Engels traza el resumen general de sus
puntos de vista en los siguientes términos:
"Por tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades que
se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni del
Poder estatal. Al llegar a una determinada fase del desarrollo económico, que
estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta
división hizo que el Estado se convirtiese en una necesidad. Ahora nos
acercamos con paso veloz a una fase de desarrollo de la producción en que la
existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se
convierte en un obstáculo directo para la producción. Las clases desaparecerán
de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las
clases, desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de
un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre e igual de
productores, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de
corres-
ponder: al museo de antiguedades, junto a la rueca y al hacha de bronce".
No se encuentra con frecuencia esta cita en las obras de propaganda y
agitación de la socialdemocracia contemporánea. Pero incluso cuando nos
encontramos con ella es, casi siempre, como si se hiciesen reverencias ante un
icono; es decir, para rendir un homenaje oficial a Engels, sin el menor
intento de analizar qué amplitud y profundidad revolucionarias supone esto de
"enviar toda la máquina del Estado al museo de antiguedades". No se ve, en la
mayoría de los casos, ni siquiera la comprensión de lo que Engels llama la
máquina del Estado.
4. LA "EXTINCION" DEL ESTADO Y LA
REVOLUCION VIOLENTA
Las palabras de Engels sobre la "extinción" del Estado gozan de tanta
celebridad y se citan con tanta frecuencia, muestran con tanto relieve dónde
está el quid de la adulteración corriente del marxismo por la cual éste es
adaptado al oportunismo, que se hace necesario detenerse a examinarlas
detalladamente. Citaremos todo el pasaje donde figuran estas palabras:
"El proletariado toma en sus manos el Poder del Estado y comienza por
convertir los medios de producción en propiedad del Estado. Pero con este
mismo acto se destruye a sí mismo como proletariado y destruye toda diferencia
y todo antagonismo de clases, y, con ello mismo, el Estado como tal. La
sociedad hasta el presente, movida entre los antagonismos de clase, ha
necesitado del Estado, o sea de una organización de la correspondiente clase
explotadora
para mantener las condiciones exteriores de producción, y por tanto,
particularmente para mantener por la fuerza a la clase explotada en las
condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre o el vasallaje y el
trabajo asalariado), determinadas por el modo de producción existente. El
Estado era el representante oficial de toda la sociedad, su síntesis en un
cuerpo social visible; pero lo era sólo como Estado de la clase que en su
época representaba a toda la sociedad: en la antiguedad era el Estado de los
ciudadanos esclavistas; en la Edad Media el de la nobleza feudal; en nuestros
tiempos es el de la burguesía. Cuando el Estado se convierta finalmente en
representante efectivo de toda la sociedad, será por sí mismo superfluo.
Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener en la
opresión; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la
lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la
producción, los choques y los excesos resultantes de esta lucha, no habra ya
nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión,
el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como
representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de
producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente
como Estado. La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones
sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y se
adormecerá por sí misma. El gobierno sobre las personas es sustituido por la
administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción.
El Estado no será 'abolido'; se extingue. Partiendo de esto es como hay que
juzgar el valor de esa frase sobre el 'Estado popular libre' en lo que toca a
su justificación provisional como consigna de agitación y en
lo que se refiere a su fa]ta absoluta de fundamento científico. Partiendo de
esto es también como debe ser considerada ]a exigencia de los llamados
anarquistas de que el Estado sea abolido de la noche a la mañana"
("Anti-Dühring " o "La subversión de la ciencia por el señor Eugenio Dühring",
págs. 301-303 de la tercera edición alemana).
Sin temor a equivocarnos, podemos decir que de estos pensamientos
sobremanera ricos, expuestos aquí por Engels, lo único que ha pasado a ser
verdadero patrimonio del pensamiento socialista, en los partidos socialistas
actuales, es la tesis de que el Estado, según Marx, "se extingue", a
diferencia de la doctrina anarquista de la "abolición" del Estado. Truncar así
el marxismo equivale a reducirlo al oportunismo, pues con esta
"interpretación" no queda en pie más que una noción confusa de un cambio
lento, paulatino, gradual, sin saltos ni tormentas, sin revoluciones. Hablar
de "extinción" del Estado, en un sentido corriente, generalizado, de masas, si
cabe decirlo así, equivale indudablemente a esfumar, si no a negar, la
revolución.
Además, semejante "interpretación" es la más tosca tergiversación del
marxismo, tergiversación que sólo favorece a la burguesía y que descansa
teóricamente en la omisión de circunstancias y consideraciones importantísimas
que se indican, por ejemplo, en el "resumen" contenido en el pasaje de Engels,
citado aquí por nosotros en su integridad.
En primer lugar, Engels dice en el comienzo mismo de este pasaje que, al
tomar el Poder del Estado, el proletaria do "destruye, con ello mismo, el
Estado como tal". "No es uso" pararse a pensar qué significa esto. Lo
corriente es ignorarlo en absoluto o considerarlo algo así como una "debi-
lidad hegeliana" de Engels. En realidad, en estas palabras se expresa
concisamente la experiencia de una de las más grandes revoluciones
proletarias, la experiencia de la Comuna de París de 1871, de la cual
hablaremos detalladamente en su lugar. En realidad, Engels habla aquí de la
"destrucción" del Estado de la burguesía por la revolución proletaria,
mientras que las palabras relativas a la extinción del Estado se refieren a
los restos del Estado proletario después de la revolución socialista. El
Estado burgués no se "extingue", según Engels, sino que "e s d e s t r u i d
o " por el proletariado en la revolución. El que se extingue, después de esta
revolución, es el Estado o semi-Estado proletario.
En segundo lugar, el Estado es una "fuerza especial de represión". Esta
magnífica y profundísima definición de Engels es dada aquí por éste con la más
completa claridad. Y de ella se deduce que la "fuerza especial de represión"
del proletariado por la burguesía, de millones de trabajadores por un puñado
de ricachos, debe sustituirse por una "fuerza especial de represión" de la
burguesía por el proletariado (dictadura del proletariado). En esto consiste
precisamente la "destrucción del Estado como tal". En esto consiste
precisamente el "acto" de la toma de posesión de los medios de producción en
nombre de la sociedad. Y es de suyo evidente que semejante sustitución de una
"fuerza especial" (la burguesa) por otra (la proletaria) ya no puede operarse,
en modo alguno, bajo la forma de "extinción".
En tercer lugar, Engels, al hablar de la "extinción" y -- con frase
todavía más plástica y colorida -- del "adormecimiento" del Estado, se refiere
con absoluta claridad y precisión a la época p o s t e r i o r a la "toma de
posesión de los medios de producción por el Estado en nombre de toda la
sociedad", es decir, p o s t e r i o r a a la revolución socialista.
Todos nosotros sabemos que la forma política del "Estado", en esta época, es
la democracia más completa. Pero a ninguno de los oportunistas que tergiversan
desvergonzadamente el marxismo se le viene a las mientes la idea de que, por
consiguiente, Engels hable aquí del "adormecimiento" y de la "extinción" de la
d e m o c r a c i a. Esto parece, a primera vista, muy extraño. Pero esto
sólo es "incomprensible" para quien no haya comprendido que la democracia t a
m b i é n es un Estado y que, consiguientemente, la democracia también
desaparecerá cuando desaparezca el Estado. El Estado burgués sólo puede ser
"destruido" por la revolución. El Estado en general, es decir, la más completa
democracia, sólo puede "extinguirse".
En cuarto lugar, al establecer su notable tesis de la "extinción del
Estado", Engels declara a renglón seguido, de un modo concreto, que esta tesis
se dirige tanto contra los oportunistas, como contra los anarquistas. Además,
Engels coloca en primer plano la conclusión que, derivada de su tesis sobre la
"extinción del Estado", se dirige contra los oportunistas.
Podría apostarse que de diez mil hombres que hayan leído u oído hablar
acerca de la "extinción" del Estado, nueve mil novecientos noventa no saben u
olvidan en absoluto que Engels no dirigió solamente contra los anarquistas sus
conclusiones derivadas de esta tesis. Y de las diez personas restantes, lo más
probable es que nueve no sepan qué es el "Estado popular libre" y por qué el
atacar esta consigna significa atacar a los oportunistas. ¡Así se escribe la
Historia! Así se adapta de un modo imperceptible la gran doctrina
revolucionaria al filisteísmo dominante. La conclusión contra los anarquistas
se ha repetido miles de veces, se ha vulgarizado, se ha inculcado en las
cabezas del modo más
simplificado, ha adquirido la solidez de un prejuicio. ¡Pero la conclusión
contra los oportunistas la han esfumado y "olvidado"!
El "Estado popular libre" era una reivindicación progra mática y una
consigna corriente de los socialdemócratas alemanes en la década del 70. En
esta consigna no hay el menor contenido político, fuera de una filistea y
enfática descripción de la noción de democracia. Engels estaba dispuesto a
"justificar", "por el momento", esta consigna desde el punto de vista de la
agitación, por cuanto con ella se insinuaba legalmente la república
democrática. Pero esta consigna era oportunista, porque expresaba no sólo el
embellecimiento de la democracia burguesa, sino también la incomprensión de la
crítica socialista de todo Estado en general. Nosotros somos partidarios de la
república democrática, como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo
el capitalismo, pero no tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud
asalariada es el destino reservado al pueblo, incluso bajo la república
burguesa más democrática. Más aún. Todo Estado es una "fuerza especial para la
represión" de la clase oprimida. Por eso, todo Estado ni es libre ni es
popular. Marx y Engels explicaron esto reiteradamente a sus camaradas de
partido en la década del 70.
En quinto lugar, en esta misma obra de Engels, de la que todos citan el
pasaje sobre la extinción del Estado, se contiene un pasaje sobre la
importancia de la revolución violenta. El análisis histórico de su papel lo
convierte Engels en un verdadero panegírko de la revolución violenta. Esto
"nadie lo recuerda". Sobre la importancia de este pensamiento, no es uso
hablar ni siquiera pensar en los partidos socialistas contemporáneos estos
pensamientos no desempeñan ningún papel en la propaganda ni en la agitación
cotidianas entre
las masas. Y, sin embargo, se hallan indisolublemente unidos a la "extinción"
del Estado y forman con ella un todo armónico.
He aquí el pasaje de Engels:
". . . De que la violencia desempeña en la historia otro papel [además del
de agente del mal], un papel revolucionario; de que, según la expresión de
Marx, es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra
nueva; de que la violencia es el instrumento con la ayuda del cual el
movimiento social se abre camino y rompe las formas políticas muertas y
fosilizadas, de todo eso no dice una palabra el señor Dühring. Sólo entre
suspiros y gemidos admite la posibilidad de que para derrumbar el sistema de
explotación sea necesaria acaso la violencia, desgraciadamente, afirma, pues
el empleo de la misma, según él, desmoraliza a quien hace uso de ella. ¡Y esto
se dice, a pesar del gran avance moral e intelectual, resultante de toda
revolución victoriosa! Y esto se dice en Alemania, donde la colisión violenta
que puede ser impuesta al pueblo tendría, cuando menos, la ventaja de destruir
el espíritu de servilismo que ha penetrado en la conciencia nacional como
consecuencia de la humillación de la Guerra de los Treinta años. ¿Y estos
razonamientos turbios, anodinos, impotentes, propios de un párroco rural, se
pretende im poner al partido más revolucionario de la historia?" (Lugar
citado, , tercera edición alemana, final del IV capítulo, II parte).
¿Cómo es posible conciliar en una sola doctrina este panegírico de la
revolución violenta, presentado con insistencia por Engels a los
socialdemócratas alemanes desde 1878 hasta
1894, es decir, hasta los últimos días de su vida, con la teoría de la
"extinción" del Estado?
Generalmente se concilian ambos pasajes con ayuda del eclecticismo,
desgajando a capricho (o para complacer a los detentadores del Poder), sin
atenerse a los principios o de un modo sofístico, ora uno ora otro argumento y
haciendo pasar a primer plano, en el noventa y nueve por ciento de los casos,
si no en más, precisamente la tesis de la "extinción". Se suplanta la
dialéctica por el eclecticismo: es la actitud más usual y más generalizada
ante el marxismo en la literatura socialdemócrata oficial de nuestros días.
Estas suplantaciones no tienen, ciertamente, nada de nuevo; pueden observarse
incluso en la historia de la filosofía clásica griega. Con la suplantación del
marxismo por el oportunismo, el eclecticismo presentado como dialéctica engaña
más fácilmente a las masas, les da una aparente satisfacción, parece tener en
cuenta todos los aspectos del proceso, todas las tendencias del desarrollo,
todas las influencias contradictorias, etc., cuando en realidad no da ninguna
noción completa y revolucionaria del proceso del desarrollo social.
Ya hemos dicho más arriba, y ciemostrarenmos con mayor detalle en nuestra
ulterior exposición, que la doctrina de Marx y Engels sobre el carácter
inevitable de la revolución violenta se refiere al Estado burgués. Este no
puede sustituirse por el Estado proletario (por la dictadura del proletariado)
mediante la "extinción", sino sólo, por regla general, mediante la revolución
violenta. El panegírico que dedica Engels a ésta, y que coincide plenamente
con reiteradas manifestaciones de Marx (recordaremos el final de "Miseria de
la Filosofía" y del "Manifiesto Comunista" con la declaración orgullosa y
franca sobre el carácter inevitable de la revolución violenta; recordaremos la
crítica del Programa de
Gotha, en 1875, cuando ya habían pasado casi treinta años, y en la que Marx
fustiga implacablemente el oportunismo de este programa[3]), este panegírico
no tiene nada de "apasionamiento", nada de declamatorio, nada de arranque
polémico. La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en esta,
precisamente en esta idea sobre la revolución violenta, es algo básico en toda
la doctrina de Marx y Engels. La traición cometida contra su doctrina por las
corrientes socialchovinista y kautskiana hoy imperantes se manifiesta con
singular relieve en el olvido por unos y otros de esta propaganda, de esta
agitación.
La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible
sin una revolución violenta. La supresión del Estado proletario, es decir, la
supresión de todo Estado, sólo es posible por medio de un proceso de
"extinción".
Marx y Engels desarrollaron estas ideas de un modo minucioso y concreto,
estudiando cada situación revolucionaria por separado, analizando las
enseñanzas sacadas de la experiencia de cada revolución. Y esta parte de su
doctrina, que es, incuestionablemente, la más importante, es la que pasamos a
analizar.
CAPITULO II
EL ESTADO Y LA REVOLUCION. LA
EXPERIENCIA DE LOS AÑOS 1848-1851
1. EN VISPERAS DE LA REVOLUCION
Las primeras obras del marxismo maduro, "Miseria de la Filosofía" y el
"Manifiesto Comunista", datan precisamente
de la víspera de la revolución de 1848. Esta circunstancia hace que en estas
obras se contenga, hasta cierto punto, además de una exposición de los
fundamentos generales del marxismo, el reflejo de la situación revolucionaria
concreta de aquella época; por eso será, quizás, más conveniente examinar lo
que los autores de esas obras dicen acerca del Estado, inmediatamente antes de
examinar las conclusiones sacadas por ellos de la experiencia de los anos
1848-1851.
"En el transcurso del desarrollo, la clase obrera -- escribe Marx en
'Miseria de la Filosofía' -- sustituirá la antigua sociedad burguesa por una
asociación que excluya a las clases y su antagonismo; y no existirá ya un
Poder político propiamente dicho, pues el Poder político es precisamente la
expresión oficial del antagonismo de clase dentro de la sociedad burguesa"
( de la edición alemana de 1885).
Es interesante confrontar con esta exposición general de la idea de la
desaparición del Estado después de la supresión de las clases, la exposición
que contiene el "Manifiesto Comunista", escrito por Marx y Engels algunos
meses después, a saber, en noviembre de 1847:
"Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos
seguido la guerra civil más o menos latente que existe en el seno de la
sociedad vigente, hasta el momento en que se transforma en una revolución
abierta y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía,
instaura su dominación. . ."
". . . Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la
transformación [literalmente: elevación] del proletariado en clase dominante,
la conquista de la democracia".
"El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando
gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los
instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado
organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible
las fuerzas productivas" (págs. 31 y 37 de la 7a edición alemana, de 1906).
Vemos aquí formulada una de las ideas más notables y más importantes del
marxismo en la cuestión del Estado, a saber: la idea de la "dictadura del
proletariado" (como comenzaron a denominarla Marx y Engels después de la
Comuna de París) y asimismo la definición del Estado, interesante en el más
alto grado, que se cuenta también entre las "palabras olvidadas" del marxismo:
"El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante ".
Esta definición del Estado no sólo no se explicaba nunca en la literatura
imperante de propaganda y agitación de los partidos socialdemócratas
oficiales, sino que, además, se la ha entregado expresamente al olvido, pues
es del todo inconciliable con el reformismo y se da de bofetadas con los
prejuicios oportunistas corrientes y las ilusiones filisteas con respecto al
"desarrollo pacífico de la democracia".
El proletariado necesita el Estado, repiten todos los oportunistas,
socialchovinistas y kautskianos asegurando que tal es la doctrina de Marx y
"olvidándose " de añadir, primero, que, según Marx, el proletariado sólo
necesita un Estado que se extinga, es decir, organizado de tal modo, que
comience a extinguirse inmediatamente y que no pueda por menos de extinguirse;
y, segundo, que los trabajadores necesitan un "Estado", "es decir, el
proletariado organizado como clase dominante".
El Estado es una organización especial de la fuerza, es una organización
de la violencia para la represión de una clase cualquiera. ¿Qué clase es la
que el proletariado tiene que reprimir? Sólo es, naturalmente, la clase
explotadora, es decir, la burguesía. Los trabajadores sólo necesitan el Estado
para aplastar la resistencia de los explotadores, y este aplastamiento sólo
puede dirigirlo, sólo puede llevarlo a la práctica el proletariado, como la
única clase consecuentemente revolucionaria, como la única clase capaz de unir
a todos los trabajadores y explotados en la lucha contra la burguesía, por la
completa eliminación de ésta.
Las clases explotadoras necesitan la dominación política para mantener la
explotación, es decir, en interés egoísta de una minoría insignificante contra
la mayoría inmensa del pueUo. Las clases explotadas necesitan la dominación
política para destruir completamente toda explotación, es cdecir, en interés
de la mayoría inmensa del pueblo contra la minoría insignificante de los
esclavistas modernos, es decir, los terratenientes y capitalistas.
Los demócratas pequeñoburgueses, estos seudosocialistas que han sustituido
la lucha de clases por sueños sobre la armonía de las clases, se han imaginado
la transformación socialista también de un modo soñador, no como el
derrocamiento de la dominación de la clase explotadora, sino como la sumisión
pacífica de la minoría a la mayoría, que habrá adquirido conciencia de su
misión. Esta utopía pequeñoburguesa, que va inseparablemente unida al
reconocimiento de un Estado situado por encima de las clases, ha conducido en
la práctica a la traición contra los intereses de las clases trabajadoras,
como lo ha demostrado, por ejemplo, la historia de las revoluciones francesas
de 1848 y 1871, y como lo ha demostrado la experiencia de la participación
"socialista"
en ministerios burgueses en Ingiaterra, Francia, Italia y otros países a fines
del siglo XIX y comienzos del XX.
Marx luchó durante toda su vida contra este socialismo pequeñoburgués, que
hoy vuelve a renacer en Rusia en los partidos socialrevolucionario y
menchevique. Marx des arrolló consecuentemente la doctrina de la lucha de
clases hasta llegar a establecer la doctrina sobre el Poder político, sobre el
Estado.
El derrocamiento de la dominación de la burguesía sólo puede llevarlo a
cabo el proletariado, como clase especial cuyas condiciones económicas de
existencia le preparan para ese derrocamiento y le dan la posibilidad y la
fuerza de efectuarlo. Mientras la burguesía desune y dispersa a los campesinos
y a todas las capas pequeñoburguesas, cohesiona, une y organiza al
proletariado. Sólo el proletariado -- en virtud de su papel económico en la
gran producción -- es capaz de ser el jefe de todas las masas trabajadoras y
explotadas, a quienes con frecuencia la burguesía explota, esclaviza y oprime
no menos, sino más que a los proletarios, pero que no son capaces de luchar
por su cuenta para alcanzar su propia liberación.
La doctrina de la lucha de clases, aplicada por Marx a la cuestión del
Estado y de la revolución socialista, conduce necesariamente al reconocimiento
de la dominación política del proletariado, de su dictadura, es decir, de un
Poder no compartido con nadie y apoyado directamente en la fuerza armada de
las masas. El derrocamiento de la burguesía sólo puede realizarse mediante la
transformación del proletariado en clase dominante, capaz de aplastar la
resistencia inevitable y desesperada de la burguesía y de organizar para el
nuevo régimen económico a todas las masas trabajadoras y explotadas.
El proletariado necesita el Poder del Estado, organización centralizada de
la fuerza, organización de la violencia, tanto para aplastar la resistencia de
los explotadores como para dirigir a la enorme masa de la población, a los
campesinos, a la pequeña burguesía, a los semiproletarios, en la obra de
"poner en marcha" la economía socialista.
Educando al Partido obrero, el marxismo educa a la vanguardia del
proletariado, vanguardia capaz de tomar el Poder y de conducir a todo el
pueblo al socialismo, de dirigir y organizar el nuevo régimen, de ser el
maestro, el dirigente, el jefe de todos los trabajadores y explotados en la
obra de construir su propia vida social sin burguesía y contra la burguesía.
Por el contrario, el oportunismo hoy imperante educa en sus partidos obreros a
los representantes de los obreros mejor pagados, que están apartados de las
masas y se "arreglan" pasablemente bajo el capitalismo, vendiendo por un plato
de lentejas su derecho de primogenitura, es decir, renunciando al papel de
jefes revolucionarios del pueblo contra la burguesía.
"El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante":
esta teoría de Marx se halla inseparablemente vinculada a toda su doctrina
acerca de la misión revolucionaria del proletariado en la historia. El
coronamiento de esta su misión es la dictacdura proletaria, la dominación
política del proletariacdo.
Pero si el proletariado necesita el Estado como organización especial de
la violencia contra la burguesía, de aquí se desprende por sí misma la
conclusión de si es concebible que pueda crearse una organización semejante
sin destruir previamente, sin aniquilar aquella máquina estatal creada para sí
por la burguesía. A esta conclusión lleva directamente el "Manifiesto
Comunista", y Marx habla de ella al
hacer el balance de la experiencia de la revolución de 1848-1851.
2. EL BALANCE DE LA REVOLUCION
En el siguiente pasaje de su obra "El 18 Brumario de Luis Bonaparte", Marx
hace el balance de la revolución de 1848-1851, respecto a la cuestión del
Estado, que es el que aquí nos interesa:
"Pero la revolución es radical. Está pasando todavía por el purgatorio.
Cumple su tarea con método. Hasta el 2 de diciembre de 1851 [día del golpe de
Estado de Luis Bonaparte] había terminado la mitad de su labor preparatoria;
ahora, termina la otra mitad. Lleva primero a la perfección el Poder
parlamentario, para poder derroarlo. Ahora, conseguido ya esto, lleva a la
perfección el Poder ejecutivo, lo reduce a su más pura expresión, lo aísla, se
enfrenta con él, con el único objeto de concentrar contra él todas las fuerzas
de destrucción [subrayado por nosotros]. Y cuando la revolución haya llevado a
cabo esta segunda parte de su labor preliminar, Europa se levantará y gritará
jubilosa: ¡bien has hozado, viejo topo!
Este Poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar,
con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, un ejército de
funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército de otro
medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como
una red al cuerpo de la sociedad francesa y la tapona todos los poros, surgió
en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que
dicho organismo contribuyó a acelerar". La primera
revolución francesa desarrolló la centralización, "pero al mismo tiempo amplió
el volumen, las atribuciones y el número de servidores del Poder del gobierno.
Napoleón perfeccionó esta máquina del Estado". La monarquía legítima y la
monarquía de julio "no anadieron nada más que una mayor división del trabajo.
. ."
". . . Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha contra la
revolución, vióse obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los
medios y la centralización del Poder del gobierno. T o d a s I a s r e v o l
u c i o n e s p e r f e c c i o n a b a n e s t a m á q u i n a , e n v e
z d e d e s t r o z a r I a [subrayado por nosotros]. Los partidos que
luchaban alternativamente por la domi nación, consideraban la toma de posesión
de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor" ("El
18 Brumario de Luis Bonaparte", págs. 98-99, 4a ed., Hamburgo, 1907).
En este notable pasaje, el marxismo avanza un trecho enorme en comparación
con el "Manifiesto Comunista". Allí, la cuestión del Estado planteábase
todavía de un modo extremadamente abstracto, operando con las nociones y las
expresiones más generales. Aqui, la cuestión se plantea ya de un modo
concreto, y la conclusión a que se llega es extraordinariamente precisa,
definida, prácticamente tangible: todas las revoluciones anteriores
perfeccionaron la máquina del Estado, y lo que hace falta es romperla,
destruirla.
Esta conclusión es lo principal, lo fundamental, en la doctrina del
marxismo sobre el Estado Y precisamente esto, que es lo fundamental, es lo que
no sólo ha sido olvidado completamente por los partidos socialdemócratas
oficiales imperantes, sino lo que ha sido evidentemente tergiversado
(como veremos más abajo) por el más destacado teórico de la II Internacional,
C. Kautsky.
En el "Manifiesto Comunista" se resumen los resultados generales de la
historia, que nos obligan a ver en el Estado un órgano de dominación de clase
y nos llevan a la conclusión necesaria de que el proletariado no puede
derrocar a la burguesía si no empieza por conquistar el Poder político, si no
logra la dominación política, si no transforma el Estado en el "proletariado
organizado como clase dominante", y de que este Estado proletario comienza a
extinguirse inmediatamente después de su triunfo, pues en una sociedad sin
contradicciones de clase el Estado es innecesario e imposible. Pero aquí no se
plantea la cuestión de cómo deberá realizarse -- desde el punto de vista del
desarrollo histórico -- esta sustitución del Estado burgués por el Estado
proletario.
Esta cuestión es precisamente la que Marx plantea y resuelve en 1852. Fiel
a su filosofía del materialismo dialéctico, Marx toma como base la experiencia
histórica de los grandes años de la revolución, de los años 1848-1851. Aquí,
como siempre, la doctrina de Marx es un resumen de la experiencia, iluminado
por una profunda concepción filosófica del mundo y por un rico conocimiento de
la historia.
La cuestión del Estado se plantea de un modo concreto: ¿cómo ha surgido
históricamente el Estado burgués, la máquina del Estado que necesita para su
dominación la burguesía? ¿Cuáles han sido sus cambios, cuál su evolución en el
transcurso de las revoluciones burguesas y ante las acciones independientes de
las clases oprimidas? ¿Cuáles son las tareas del proletariado en lo tocante a
esta máquina del Estado?
El Poder estatal centralizado, característico de la sociedad burguesa,
surgió en la época de la caída del absolutismo.
Dos son las instituciones más características de esta máquina del Estado: la
burocracia y el ejército permanente. En las obras de Marx y Engels se habla
reiteradas veces de los miles de hilos que vinculan a estas instituciones
precisamente con la burguesía. La experiencia de todo obrero revela estos
vínculos de un modo extraordinariamente evidente y sugeridor. La clase obrera
aprende en su propia carne a comprender estos vínculos, por eso, capta tan
fácilmente y se asimila tan bien la ciencia del carácter inevitable de estos
vínculos, ciencia que los demócratas pequeñoburgueses niegan por ignorancia y
por frivolidad, o reconocen, todavía de un modo más frívolo, "en términos
generales", olvidándose de sacar las conclusiones prácticas correspondientes.
La burocracia y el ejército permanente son un "parásito" adherido al
cuerpo de la sociedad burguesa, un parásito engendrado por las contradicciones
internas que dividen a esta sociedad, pero, precisamente, un parásito que
"tapona" los poros vitales. El oportunismo kautskiano imperante hoy en la
socialdemocracia oficial considera patrimonio especial y exclusivo del
anarquismo la idea del Estado como un organismo parasitario. Se comprende que
esta tergiversación del marxismo sea extraordinariamente ventajosa para esos
filisteos que han llevado el socialismo a la ignominia inaudita de justificar
y embellecer la guerra imperialista mediante la aplicación a ésta del concepto
de la "defensa de la patria", pero es, a pesar de todo, una tergiversación
indiscutible.
A través de todas las revoluciones burguesas vividas en gran número por
Europa desde los tiempos de la caída del feudalismo, este aparato burocrático
y militar va desarrollándose, perfeccionándose y afianzandose. En particular,
es precisamente la pequeña burguesía la que se pasa al lado
de la gran burguesía y se somete a ella en una medida considerable por me~io
de este aparato, que suministra a las capas altas de los campesinos, pequeños
artesanos, comerciantes, etc., puestecitos relativamente cómodos, tranquilos y
honorables, que colocan a sus poseedores por encima del pueblo. Fijaos en lo
ocurrido en Rusia en el medio año transcurrido desde el 27 de febrero de 1917:
los cargos burocráticos, que antes se adjudicaban preferentemente a los
miembros de las centurias negras, se han convertido en botín de kadetes,
mencheviques y socialrevolucionarios. En el fondo, no se pensaba en ninguna
reforma seria, esforzándose por aplazadas "hasta la Asamblea Constituyente", y
aplazando poco a poco la Asamblea Constituyente ¡hasta el final de la guerra!
¡Pero para el reparto del botin, para la ocupación de los puestecitos de
ministros, subsecretarios, gobernadores generales, etc., etc., no se dio
largas ni se esperó a ninguna Asamblea Constituyente! El juego en torno a
combinaciones para formar gobierno no era, en el fondo, más que la expresión
de este reparto y reajuste del "botin", que se hacía arriba y abajo, por todo
el país, en toda la administración, central y local. El balance, un balance
objetivo, del medio año que va desde el 27 de febrero al 27 de agosto de 1917
es indiscutible: las reformas se aplazaron, se efectuó el reparto de los
puestecitos burocráticos, y los "errores" del reparto se corrigieron mediante
algunos reajustes.
Pero cuanto más se procede a estos "reajustes" del aparato burocrático
entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses (entre los kadetes,
socialrevolucionarios y mencheviques, si nos atenemos al ejemplo ruso), con
tanta mayor claridad ven las clases oprimidas, y a la cabeza de ellas el
proletariado, su hostilidad irreconciliable contra toda la
sociedad burguesa. De aquí la nesesidad, para todos los partidos burgueses,
incluyendo a los más democráticos y "revolucionario-democráticos", de reforzar
la represión contra el proletariado revolucionario, de fortalecer el aparato
de represión, es decir, la misma máquina del Estado. Esta marcha de los
acontecimientos obliga a la revolución "a concentrar todas las fuerzas de
destrucción " contra el Poder estatal, la obliga a proponerse como objetivo,
no el perfeccionar la máquina del Estado, sino el destruirla, el aplastarla.
No fue la deducción lógica, sino el desarrollo real de los
acontecimientos, la experiencia viva de los años 1848-1851, lo que condujo a
esta manera de plantear la cuestión. Hasta qué punto se atiene Marx
rigurosamente a la base efectiva de la experiencia histórica, se ve teniendo
en cuenta que en 1852 Marx no plantea todavía el problema concreto de saber c
o n q u é se va a sustituir esta máquina del Estado que ha de ser destruida.
La experiencia no suministraba todavía entonces los materiales para esta
cuestión, que la historia puso al orden del día más tarde, en 1871. En 1852,
con la precisión del observador que investiga la historia natural, sólo podía
registrarse una cosa: que la revolución proletaria h a b í a d e a b o r d a
r la tarea de "concentrar todas las fuerzas de destrucción" contra el Poder
estatal, la tarea de "romper" la máquina del Estado.
Aquí puede surgir esta pregunta: ¿Es justo generalizar la experiencia, las
observaciones y las conclusiones de Marx, aplicándolas a zonas más amplias que
la historia de Francia en los tres años que van de 1848 a 1851? Para examinar
esta pregunta, comenzaremos recordando una observación de Engels y pasaremos
luego a los hechos.
"Francia -- escribía Engels en el prólogo a la tercera edición del '18
Brumario' -- es el país en el que las luchas históricas de clases se han
llevado cada vez a su término decisivo más que en ningún otro sitio y donde,
por tanto, las formas políticas variables dentro de las que se han movido
estas luchas cde clases y en las que han encontrado su expresión los
resultados de las mismas, y en las que se condensan sus resultados, adquieren
también los contornos más acusados. Centro del feudalismo en la Edad Media y
país modelo de la monarquía unitaria corporativa desde el Renacimiento,
Francia pulverizó el feudalismo en la gran revolución e instauró la dominación
pura de la burguesía bajo una forma clásica como ningún otro país de Europa.
También la lucha del proletariado que se alza contra la burguesía dominante
reviste aquí una forma violenta, desconocida en otros países" (, ed. de
1907)
La última observación está anticuada, ya que a partir de 1871 se ha
operado una interrupción en la lucha revolucionaria del proletariado francés,
si bien esta interrupción, por mucho que dure, no excluye, en modo alguno, la
posibilidad de que, en la próxima revolución proletaria, Francia se revele
como el país clásico de la lucha de clases hasta su final decisivo.
Pero echemos una ojeada general a la historia de los países adelantados a
fines del siglo XIX y comienzos del XX. Veremos que, de un modo más lento, más
variado, y en un campo de acción mucho más extenso, se desarrolla el mismo
proceso: de una parte, la formación del "Poder parlamentario", lo mismo en los
países republicanos (Fran-
cia, Norteamérica, Suiza) que en los monárquicos (Inglaterra, Alemania hasta
cierto punto, Italia, los Países Escandinavos, etc.); de otra parte, la lucha
por el Poder entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses, que se
reparten y se vuelven a repartir el "botín" de los puestos burocráticos,
dejando intangibles las bases del régimen burgués; y finalmente, el
perfeccionamiento y fortalecimiento del "Poder ejecutivo", de su aparato
burocrático y militar.
No cabe la menor duda de que éstos son los rasgos generales que
caracterizan toda la evolución moderna de los Estados capitalistas en general.
En el transcurso de tres años, de 1848 a 1851, Francia reveló, en una forma
rápida, tajante, concentrada, los mismos procesos de desarrollo
característicos de todo el mundo capitalista.
Y en particular el imperialismo, la época del capital bancario, la época
de los gigantescos monopolios capitalistas, la época de transformación del
capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado, revela un
extraordinario fortalecimiento de la "máquina del Estado", un desarrollo
inaudito de su aparato burocrático y militar, en relación con el aumento de la
represión contra el proletariado, así en los países monárquicos como en los
países republicanos más libres.
Indudablemente, en la actualidad, la historia del mundo conduce, en
proporciones incomparablemente más amplias que en 1852, a la "concentración de
todas las fuerzas" de la revolución proletaria para la "destrucción" de la
máquina del Estado.
¿Con qué ha de sustituir el proletariado esta máquina? La Comuna de París
nos suministra los materiales más instructivos a este respecto.
3. COMO PLANTEABA MARX LA CUESTION EN 1852[*]
En 1907, publicó Mehring en la revista "Neue Zeit"[4] (XXV, 2, )
extractos de una carta de Marx a Weydemeyer, del 5 de marzo de 1852. Esta
carta contiene, entre otros, el siguiente notable pasaje:
"Por lo que a mí se refiere, no me caben ni el mérito de haber descubierto
la existencia de las clases en la so ciedad moderna, ni el de haber
descubierto la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores
burgueses habían expuesto el desarrollo histórico de esta lucha de clases y
algunos economistas burgueses la anatomía económica de las clases. Lo que yo
aporté de nuevo fue demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va
unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción
(historische Entwicklungsphasen der Produktion ); 2) que la lucha de clases
conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma
dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las
clases y hacia una sociedad sin clases".
En estas palabras, Marx consiguió expresar de un modo asombrosamente claro
dos cosas: primero, la diferencia fundamental y cardinal entre su doctrina y
las doctrinas de los pensadores avanzados y más profundos de la burguesía, y
segundo, la esencia de su teoría del Estado.
Lo fundamental en la doctrina de Marx es la lucha de clases. Así se dice y
se escribe con mucha frecuencia. Pero esto no es exacto. De esta inexactitud
se deriva con gran frecuencia la tergiversación oportunista del marxismo, su
* Añadido a la segunda edición.
falseamiento en un sentido aceptable para la burguesía. En efecto, la doctrina
de la lucha de clases no fue creada por Marx, sino por la burguesía, antes de
Marx, y es, en términos generales, aceptable para la burguesía. Quien reconoce
solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía
dentro del marco del pensamiento burgués y de la política burguesa.
Circunscribir el marxismo a la doctrina de la lucha de clases es limitar el
marxismo, bastardearlo, reducirlo a algo que la burguesía puede aceptar.
Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases
al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En esto es en lo que
estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran)
burgués adocenado. En esta piedra de toque es en la que hay que contrastar la
comprensión y el reconocimiento real del marxismo. Y no tiene nada de
sorprendente que cuando la historia de Europa ha colocado prácticamente a la
clase obrera ante esta cuestión, no sólo todos los oportunistas y reformistas,
sino también todos los "kautskianos" (gentes que vacilan entre el reformismo y
el marxismo) hayan resultado ser miserables filisteos y demócratas
pequeñoburgueses, que niegan la dictadura del proletariado. El folleto de
Kautsky "La dictadura del proletariado", publicado en agosto de 1918, es
decir, mucho después de aparecer la primera edición del presente libro, es un
modelo de tergiversación filistea del marxismo, del que de hecho se reniega
ignominiosamente, aunque se le acate hipócritamente de palabra. (Véase mi
folleto "La revolución proletaria y el renegado Kautsky", Petrogrado y Moscú,
1918.)
El oportunismo de nuestros días, personificado por su principal
representante, el ex-marxista C. Kautsky, cae de lleno dentro de la
característica de la posición burguesa que
traza Marx y que hemos citado, pues este oportunismo circunscribe el terreno
del reconocimiento de la lucha de clases al terreno de las relaciones
burguesas. (¡Y dentro de este terreno, dentro de este marco, ningún liberal
culto se negaría a reconocer, "en principio", la lucha de clases!) El
oportunismo no extiende el reconocimiento de la lucha de clases precisamente a
lo más fundamental, al período de transición del capitalismo al comunismo, al
período de derrocamiento de la burguesía y de completa destrucción de ésta. En
realidad, este período es inevitablemente un período de lucha de clases de un
encarnizamiento sin precedentes, en que ésta reviste formas agudas nunca
vistas, y, por consiguiente, el Estado de este período debe ser
inevitablemente un Estado democrático de una manera nueva (para los
proletarios y los desposeídos en general) y dictatorial de una manera nueva
(contra la burguesía).
Además, la esencia de la teoría de Marx sobre el Estado sólo la ha
asimilado quien haya comprendido que la dictadura de una clase es necesaria,
no sólo para toda sociedad de clases en general, no sólo para el proletariado
después de derrocar a la burguesía, sino también para todo el período
histórico que separa al capitalismo de la "sociedad sin clases", del
comunismo. Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente
diversas, pero su esencia es la misma: todos esos Estados son, bajo una forma
o bajo otra, pero, en último resultado, necesariamente, una dictadura de la
burguesía. La transición del capitalismo al comunismo no puede, naturalmente,
por menos de proporcionar una enorme abundancia y diversidad de formas
políticas, pero la esencia de todas ellas será, necesariamente, una: la
dictadura del proletariado.
CAPITULO III
EL ESTADO Y LA REVOLUCION.
LA EXPERIENCIA DE LA COMUNA DE PARIS
DE 1871. EL ANALISIS DE MARX
1. ¿EN QUE CONSISTE EL HEROISMO DE LA TENTATIVA
DE LOS COMUNEROS?
Es sabido que algunos meses antes de la Comuna, en el otoño de 1870, Marx
previno a los obreros de París; demostrándoles que la tentativa de derribar el
gobierno sería un disparate dictado por la desesperación. Pero cuando en marzo
de 1871 se impuso a los obreros el combate decisivo y ellos lo aceptaron,
cuando la insurrección fue un hecho, Marx saludó la revolución proletaria con
el más grande entusiasmo, a pesar de todos los malos augurios. Marx no se
aferró a la condena pedantesca de un movimiento "extemporáneo", como el
tristemente célebre renegado ruso del marxismo Plejánov, que en noviembre de
1905 había escrito alentando a la lucha a los obreros y campesinos y que
después de diciembre de 1905 se puso a gritar como un liberal cualquiera: "¡No
se debía haber empuñado las armas!"
Marx, por el contrario, no se contentó con entusiasmarse ante el heroísmo
de los comuneros, que, según sus palabras, "tomaban el cielo por asalto". Marx
veía en aquel movimiento revolucionario de masas, aunque éste no llegó a
alcanzar sus objetivos, una experiencia histórica de grandiosa importancia, un
cierto paso hacia adelante de la revolución proletaria mundial, un paso
práctico más importante que cientos de programas y de raciocinios. Analizar
esta expe-
riencia, sacar de ella las enseñanzas tácticas, revisar a la luz de ella su
teoría: he aquí cómo concebía su misión Marx.
La única "corrección" que Marx consideró necesario introducir en el
"Manifiesto Comunista" fue hecha por él a base de la experiencia
revolucionaria de los comuneros de París.
El último prólogo a la nueva edición alemana del "Manifiesto Comunista",
suscrito por sus dos autores, lleva la fecha de 24 de junio de 1872. En este
prólogo, los autores, Carlos Marx y Federico Engels, dicen que el programa del
"Manifiesto Comunista" está "ahora anticuado en ciertos puntos".
". . . La Comuna ha demostrado, sobre todo -- contimúan --, que *la clase
obrera no puede simplemente tomar posesión de la méquina estatal existente y
ponerla en marcha para sus propios fines. . .* "
Las palabras puestas entre asteriscos, en esta cita, fueron tomadas por
sus autores de la obra de Marx "La guerra civil en Francia".
Asi, pues, Marx y Engels atribuían una importancia tan gigantesca a esta
enseñanza fundamental y principal de la Comuna de Paris, que la introdujeron
como corrección esencial en el "Manifiesto Comunista".
Es sobremanera característico que precisamente esta corrección esencial
haya sido tergiversada por los oportunistas y que su sentido sea,
probablemente, desconocido de las nueve décimas partes, si no del noventa y
nueve por ciento de los lectores del "Manifiesto Comunista". De esta
tergiversación trataremos en detalle más abajo, en el capítulo consagrado
especialmente a las tergiversaciones. Aqui, bastará señalar que la manera
corriente, vulgar, de "entender" las notables palabras de Marx citadas por
nosotros consiste
en suponer que Marx subraya aqui la idea del desarrollo lento, por oposición a
la toma del Poder por la violencia, y otras cosas por el estilo.
En realidad, es p r e c i s a m e n t e l o c o n t r a r i o. El
pensamiento de Marx consiste en que la clase obrera debe d e s t r u i r, r o
m p e r la "máquina estatal existente" y no limitarse simplemente a
apoderarse de ella.
El 12 de abril de 1871, es decir, justamente en plena Comuna, Marx
escribió a Kugelmann:
"Si te fijas en el último capítulo de mi '18 Brumario', verás que expongo
como próxima tentativa de la revolución francesa, no hacer pasar de unas manos
a otras la máquina burocrático-militar, como se venia haciendo hasta ahora,
sino r o m p e r l a [subrayado por Marx; en el original zerbrechen ], y ésta
es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el
continente. En esto, precisamente, consiste la tentativa de nuestros heroicos
camaradas de Paris" ( de la revista "Neue Zeit", t. XX, I, año
1901-1902).
(Las cartas de Marx a Kugelmann han sido publicadas en ruso no menos que
en dos ediciones, una de ellas redactada por mi y con un prólogo mio.)
En estas palabras: "romper la máquina burocrático-militar del Estado", se
encierra, concisamente expresada, la enseñanza fundamental del marxismo en
punto a la cuestión de las tareas del proletariado en la revolución respecto
al Estado. ¡Y esta enseñanza es precisamente la que no sólo olvida en
absoluto, sino que tergiversa directamente la "interpretación" imperante,
kautskiana, del marxismo!
En cuanto a la referencia de Marx al "18 Brumario", más arriba hemos
citado en su integridad el pasaje correspondiente.
Interesa señalar especialmente dos lugares en el mencionado pasaje de
Marx. En primer término, Marx limita su conclusión al continente. Esto era
lógico en 1871, cuando Inglaterra era todavía un modelo de país netamente
capitalista, pero sin militarismo y, en una medida considerable, sin
burocracia. Por eso, Marx excluía a Inglaterra, donde la revolución, e incluso
una revolución popular, se consideraba y era entonces posible sin la condición
previa de destruir "la máquina estatal existente".
Hoy, en 1917, en la época de la primera gran guerra imperialista, esta
limitación hecha por Marx no tiene razón de ser. Inglaterra y Norteamérica,
los más grandes y los últimos representantes -- en el mundo entero -- de la
"libertad" anglosajona, en el sentido de ausencia de militarismo y de
burocratismo, han ido rodando completamente al inmundo y sangriento pantano,
común a toda Europa, de las instituciones burocrático-militares, que todo lo
someten y lo aplastan. Hoy, también en Inglaterra y en Norteamérica es
"condición previa de toda revolución verdaderamente popular" el r o m p e r,
el d e s t r u i r la "máquina estatal existente" (y que allí ha alcanzado,
en los años de 1914 a 1917, la perfección "europea", la perfección común al
imperialismo).
En segundo lugar, merece especial atención la observación
extraordinariamente profunda de Marx de que la destrucción de la máquina
burocrático-militar del Estado es "condición previa de toda revolución
verdaderamente popular". Este concepto de revolución "popular " parece extraño
en boca de Marx, y los plejanovistas y mencheviques rusos, estos se-
cuaces de Struve que quieren hacerse pasar por marxistas, podrían tal vez
explicar esta expresión de Marx como un "lapsus". Han reducido el marxismo a
una deformación liberal tan mezquina, que, para ellos, no existe más que la
antítesis entre revolución burguesa y proletaria, y hasta esta antítesis la
comprenden de un modo increíblemente escolástico.
Si tomamos como ejemplos las revoluciones del siglo XX, tendremos que
reconocer como burguesas, naturalmente, también las revoluciones portuguesa y
turca. Pero ni la una ni la otra son revoluciones "populares", pues ni en la
una ni en la otra actúa perceptiblemente, de un modo activo, por propia
iniciativa, con sus propias reivindicaciones económicas y políticas, la masa
del pueblo, la inmensa mayoría de éste. En cambio, la revolución burguesa rusa
de 1905 a 1907, aunque no registrase éxitos tan "brillantes" como los que
alcanzaron en ciertos momentos ías revoluciones portuguesa y turca, fue, sin
duda, una revolución "verdaderamente popular", pues la masa del pueblo, la
mayoría de éste, las "más bajas capas" sociales, aplastadas por el yugo y la
explotación, levantáronse por propia iniciativa, estamparon en todo el curso
de la revolución el sello de sus reivindicaciones, de sus intentos de
construir a su modo una nueva sociedad en lugar de la sociedad vieja que era
destruida.
En la Europa de 1871, el proletariado no formaba la mayoría ni en un solo
país del continente. Una revolución "popular", que arrastrase al movimiento
verdaderamente a la mayoría, sólo podía serlo aquella que abarcase tanto al
proletariado como a los campesinos. Ambas clases formaban en aquel entonces el
"pueblo". Ambas clases están unidas por el hecho de que la "máquina
burocrático-militar del Estado"
las oprime, las esclaviza, las explota. Destruir, romper esta máquina: tal es
el verdadero interés del "pueblo", de su mayoría, de los obreros y de la
mayoría de los campesinos, tal es la "condición previa" para una alianza libre
de los campesinos pobres con los proletarios, sin cuya alianza la democracia
será precaria, y la transformación socialista, imposible.
Hacia esta alianza precisamente se abría camino, como es sabido, la Comuna
de París, si bien no alcanzó su objetivo por una serie de causas de carácter
interno y externo.
Consiguientemente, al hablar de una "revolución verdaderamente popular",
Marx, sin olvidar para nada las características de la pequeña burguesía (de
las cuales habló mucho y con frecuencia), tenía en cuenta con la mayor
precisión la correlación efectiva de clases en la mayoría de los Estados
continentales de Europa, en 1871. Y, de otra parte, constataba que la
"destrucción" de la máquina estatal responde a los intereses de los obreros y
campesinos, los une, plantea ante ellos la tarea común de suprimir al
"parásito" y sustituirlo por algo nuevo.
¿Pero con qué sustituirlo concretamente?
2. ¿CON QUE SUSTITUIR LA MAQUINA DEL ESTADO
UNA VEZ DESTRUIDA?
En 1847, en el "Manifiesto Comunista", Marx daba a esta pregunta una
respuesta todavía completamente abstracta, o, más exactamente, una respuesta
que señalaba las tareas, pero no los medios para resolverlas. Sustituir la
máquina del Estado, una vez destruida, por la "organización del proletariado
como clase dominante", "por la conquista de la democracia": tal era la
respuesta del "Manifiesto Comunista".
Sin perderse en utopías, Marx esperaba de la experiencia del movimiento de
masas la respuesta a la cuestión de qué formas concretas habría de revestir
esta organización del proletariado como clase dominante y de qué modo esta
organización habría de coordinarse con la "conquista de la democracia" más
completa y más consecuente.
En su "Guerra civil en Francia", Marx somete al análisis más atento la
experiencia de la Comuna, por breve que esta experiencia haya sido. Citemos
los pasajes más importantes de esta obra:
En el siglo XIX, se desarrolló, procedente de la Edad Media, "el poder
centralizado del Estado, con sus órganos omnipresentes: el ejército
permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura". Con el
desarrollo del antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, "el Poder
del Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de un poder público para
la opresión del trabajo, el carácter de una máquina de dominación de clase.
Después de cada revolución, que marcaba un paso adelante en la lucha de
clases, se acusaba con rasgos cada vez más salientes el carácter puramente
opresor del Poder del Estado". Después de la revolución de 1848-1849, el Poder
del Estado se convierte en un "arma nacional de guerra del capital contra el
trabajo". El Segundo Imperio lo consolida.
"La antítesis directa del Imperio era la Comuna". "Era la forma definida"
"de aquella república que no había de abolir tan sólo la forma monárquica de
la dominación de clase, sino la dominación misma de clase. . ."
¿En qué había consistido, concretamente, esta forma "definida" de la
república proletaria, socialista? ¿Cuál era el Estado que había comenzado a
crear?
". . . El primer decreto de la Comuna fue . . . la supresión del ejército
permanente para sustituirlo por el pueblo armado. . ."
Esta reivindicación figura hoy en los programas de todos los partidos que
deseen llamarse socialistas. ¡Pero lo que valen sus programas nos lo dice
mejor que nada la conducta de nuestros socia!revolucionarios y mencheviques,
que precisamente después de la revolución del 27 de febrero han renunciado de
hecho a poner en práctica esta reivindicación!
". . . La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos
por sufragio universal en los diversos distritos de París. Eran responsables y
podían ser revocados en todo momento. La mayoría de sus miembros eran,
naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. . . La
policía, que hasta entonces había sido instrumento del gobierno central, fue
despojada inmediatamente de todos sus atributos políticos y convertida en
instrumento de la Comuna, responsable ante ésta y revocable en todo momento. .
. Y lo mismo se hizo con los funcionarios de todas las demás ramas de la
administración. . . Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que
desempeñaban cargos públicos lo hacían por el salario de un obrero. Todos los
privilegios y los gastos de representación de los altos dignatarios del Estado
desaparecieron junto con éstos. . . Una vez suprimidos el ejército permanente
y la policía, instrumentos de la fuerza material del antiguo gobierno, ia
Comuna se apresuró a destruir también la fuerza de opresión espiritual, el
poder de los curas. .. Los funcionarios judiciales perdieron su aparente
independencia. . . En el futuro
debían ser elegidos públicamente, ser responsables y revocables. . ."
Por tanto, la Comuna sustituye la máquina estatal destruida, aparentemente
"sólo" por una democracia más completa: supresión del ejército permanente y
completa elegibilidad y amovilidad de todos los funcionarios. Pero, en
realidad, este "sólo" representa un cambio gigantesco de unas instituciones
por otras de un tipo distinto por principio. Aquí estamos precisamente ante
uno de esos casos de "transformación de la cantidad en calidad": la
democracia, llevada a la práctica del modo más completo y consecuente que
puede concebirse, se convierte de democracia burguesa en democracia
proletaria, de un Estado (fuerza especial para la represión de una determinada
clase) en algo que ya no es un Estado propiamente dicho.
Todavía es necesario reprimir a la burguesía y vencer su resistencia. Esto
era especialmente necesario para la Comuna, y una de las causas de su derrota
está en no haber hecho esto con suficiente decisión. Pero aquí el órgano
represor es ya la mayoría de la población y no una minoría, como había sido
siempre, lo mismo bajo la esclavitud y la servidumbre que bajo la esclavitud
asalariada. ¡Y, desde el momento en que es la mayoría del pueblo la que
reprime por sí misma a sus opresores, n o e s y a n e c e s a r i a una
"fuerza especial" de represión! En este sentido, el Estado comienza a
extinguirse. En vez de instituciones especiales de una minoría privilegiada
(la burocracia privilegiada, los jefes del ejército permanente), puede llevar
a efecto esto directamente la mayoría, y cuanto más intervenga todo el pueblo
en la ejecución de las funciones propias del Poder del Estado tanto me nor es
la necesidad de dicho Poder.
En este sentido, es singularmente notable una de las medidas decretadas
por la Comuna, que Marx subraya: la abolición de todos los gastos de
representación, de todos los privilegios pecuniarios de los funcionarios, la
reducción de los sueldos de todos los funcionarios del Estado al nivel del
"salario de un obrero ". Aquí es precisamente donde se expresa de un modo más
evidente el viraje de la democracia burguesa a la democracia proletaria, de la
democracia de la clase opresora a la democracia de las clases oprimidas, del
Estado como "fuerza especial " para la represión de una determinada clase a la
represión de los opresores por la fuerza conjunta de la mayoría del pueblo, de
los obreros y los campesinos. ¡Y es precisamente en este punto tan evidente --
tal vez el más importante, en lo que se refiere a la cuestión del Estado -- en
el que las enseñanzas de Marx han sido más relegadas al olvido! En los
comentarios de popularización -- cuya cantidad es innumerable -- no se habla
de esto. "Es uso" guardar silencio acerca de esto, como si se tratase de una
"ingenuidad" pasada de moda, algo así como cuando los cristianos, después de
convertirse el cristianismo en religión del Estado, se "olvidaron" de las
"ingenuidades" del cristianismo primitivo y de su espíritu
democrático-revolucionario.
La reducción de los sueldos de los altos funcionarios del Estado parece
"simplemente" la reivindicación de un democratismo ingenuo, primitivo. Uno de
los "fundadores" del oportunismo moderno, el ex-socialdemócrata E. Bernstein,
se ha dedicado más de una vez a repetir esas burlas burguesas triviales sobre
el democratismo "primitivo". Como todos los oportunistas, como los actuales
kautskianos, no comprendía en absoluto, en primer lugar, que el paso del
capitalismo al
socialismo es imposible sin un cierto "retorno" al democratismo "primitivo"
(pues ¿cómo, si no, pasar a la ejecución de las funciones del Estado por la
mayoría de la población, por toda la población en bloque?); y, en segundo
lugar, que este "democratismo primitivo", basado en el capitalismo y en la
cultura capitalista, no es el democratismo primitivo de los tiempos
prehistóricos o de la época precapitalista. La cultura capitalista ha creado
la gran producción, fábricas, ferrocarriles, el correo y el teléfono, etc., y
sobre esta base, una enorme mayoría de las funciones del antiguo "Poder del
Estado" se han simplificado tanto y pueden reducirse a operaciones tan
sencillísimas de registro, contabilidad y control, que estas funciones son
totalmente asequibles a todos los que saben leer y escribir, que pueden
ejecutarse en absoluto por el "salario corriente de un obrero", que se las
puede (y se las debe) despojar de toda sombra de algo privilegiado y
"jerárquico".
La completa elegibilidad y la amovibilidad en cualquier momento de todos
los funcionarios sin excepción; la reducción de su sueldo a los límites del
"salario corriente de un obrero": estas medidas democráticas, sencillas y
"evidentes por sí mismas", al mismo tiempo que unifican en absoluto los
intereses de los obreros y de la mayoría de los campesinos, sirven de puente
que conduce del capitalismo al socialismo. Estas medidas atañen a la
reorganización del Estado, a la reorganización puramente política de la
sociedad, pero es evidente que sólo adquieren su pleno sentido e importancia
en conexión con la "expropiación de los expropiadores" ya en realización o en
preparación, es decir, con la transformación de la propiedad privada
capitalista sobre los medios de producción en propiedad social.
"Al suprimir las dos mayores partidas de gastos, el ejército y la
burocracia, la Comuna -- escribe Marx -- convirtió en realidad la consigna de
todas las revoluciones burguesas: un gobierno barato".
Entre los campesinos, al igual que en las demás capas de la pequeña
burguesía, sólo "prospera", sólo "se abre paso" en sentido burgués, es decir,
se convierten en gentes acomodadas, en burgueses o en funcionarios con una
situación garantizada y privilegiada, una minoría insignificante. La inmensa
mayoría de los campesinos de todos los países capitalistas en que existe una
masa campesina (y estos países capitalistas forman la mayoría), se halla
oprimida por el gobierno y ansía derrocarlo, ansía un gobierno "barato". Esto
puede realizarlo sólo el proletariado, y, al realizarlo, da al mismo tiempo un
paso hacia la transformación socialista del Estado.
3. LA ABOLICION DEL PARLAMENTARISMO
"La Comuna -- escribió Marx -- debía ser, no una corporación
parlamentaria, sino una corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al
mismo tiempo. . ."
". . . En vez de decidir una vez cada tres o cada seis años qué miembros
de la clase dominante han de representar y aplastar [ver-und zertreten ] al
pueblo en el parlamento, el sufragio universal debía servir al pueblo,
organizado en comunas, de igual modo que el sufragio individual sirve a los
patronos para encontrar obreros, inspectores y contables con destino a sus
empresas".
Esta notable crítica del parlamentarismo, trazada en 1871, figura también
hoy, gracias al predominio del socialchovi-
nismo y del oportunismo, entre las "palabras olvidadas" del marxismo. Los
ministros y parlamentarios profesionales, los traidores al proletariado y los
"mercachifles" socialistas de nuestros días han dejado íntegramente a los
anarquistas la crítica del parlamentarismo, y sobre esta base asombrosamente
juiciosa han declarado toda crítica del parlamentarismo ¡¡como "anarquismo"!!
No tiene nada de extraño que el proletariado de los países parlamentarios
"adelantados", asqueado de "socialistas" como los Scheidemann, David, Legien,
Sembat, Renaudel, Henderson, Vandervelde, Stauning, Branting, Bissolati y
Cía., haya puesto cada vez más sus simpatías en el anarcosindicalismo, a pesar
de que éste es hermano carnal del oportunismo.
Pero para Marx la dialéctica revolucionaria no fue nunca esa vacua frase
de moda, esa bagatela en que la han convertido Plejánov, Kautsky y otros. Marx
sabía romper implacablemente con el anarquismo por su incapacidad para
aprovecharse hasta del "establo" del parlamentarismo burgués -- sobre todo
cuando se sabe que no se está ante situaciones revolucionarias --, pero, al
mismo tiempo, sabía también hacer una crítica auténticamente
revolucionario-proletaria del parlamentarismo.
Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros de la clase
dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la
verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías
constitucionales parlamentarias, sino también en las repúblicas más
democráticas.
Pero si planteamos la cuestión del Estado, si enfocamos el parlamentarismo
como una de las instituciones del Estado, desde el punto de vista de las
tareas del proletariado en este
terreno, ¿dónde está entonces la salida del parlamentarismo? ¿Cómo es posible
prescindir de él?
Hay que decir, una y otra vez, que ]as enseñanzas de Marx, basadas en la
experiencia de la Comuna, están tan olvidadas, que para el "socialdemócrata"
moderno (léase: para los actuales traidores al socialismo) es sencillamente
incomprensible otra crítica del parlamentarismo que no sea la anarquista o la
reaccionaria.
La salida del parlamentarismo no está, naturalmente, en la abolición de
las instituciones representativas y de la elegibilidad, sino en transformar
las instituciones representativas de lugares de charlatanería en corporaciones
"de trabajo".
"La Comuna debía ser, no una corporación parlamentaria, sino una
corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al mismo tiempo".
"No una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo": ¡este
tiro va derecho al corazón de los parlamentarios modernos y de los "perrillos
falderos" parlamentarios de la socialdemocracia! Fijaos en cualquier país
parlamentario, de Norteamérica a Suiza, de Fransia a Inglaterra, Noruega,
etc.: la verdadera labor "de Estado" se hace entre bastidores y la ejecutan
los ministerios, las oficinas, los Estados Mayores. En los parlamentos no se
hace más que charlar, con la finalidad especial de embaucar al "vulgo". Y tan
cierto es esto, que hasta en la república rusa, república democráticoburguesa,
antes de haber conseguido crear un verdadero parlamento, se han puesto de
manifiesto en seguida todos estos pecados del parlamentarismo. Héroes del
filisteísmo podrido como los Skóbelev y los Tsereteli, los Chernov y los
Avkséntiev se las han arreglado para
envilecer hasta a los Soviets, según el patrón del más sórdido parlamentarismo
burgués, convirtiéndolos en vacuos lugares de charlatanería. En los Soviets,
los señores ministros "socialistas" engañan a los ingenuos aldeanos con frases
y con resoluciones. En el gobierno, se desarrolla un rigodón permanente, de
una parte para "cebar" con puestecitos bien retribuidos y honrosos al mayor
número posible de socialrevolucionarios y mencheviques, y, de otra parte, para
"distraer la atención" del pueblo. ¡Mientras tanto, en las oficinas y en los
Estados Mayores "se desarrolla" la labor "del Estado"!
El "Dielo Naroda", órgano del partido gobernante de los "socialistas
revolucionarios", reconocía no hace mucho en un editorial -- con esa
sinceridad inimitable de las gentes de la "buena sociedad" en la que "todos"
ejercen la prostitución política -- que hasta en los ministerios regentados
por "socialistas" (¡perdonad la expresión!), que hasta en estos ministerios
isubsiste sustancialmente todo el viejo aparato burocrático, funcionando a la
antigua y saboteando con absoluta "libertad" las iniciativas revolucionarias!
Y aunque no tuviésemos esta confesión, ¿acaso la historia real de la
participación de los socialrevolucionarios y los mencheviques en el gobierno
no demuestra esto? Lo único que hay de característico en esto es que los
señores Chernov, Rusánov, Sensínov y demás redactores del "Dielo Naroda",
asociados en el ministerio con los kadetes, han perdido el pudor hasta tal
punto, que no se averguenzan de contar públicamente, sin rubor, como si se
tratase de una pequeñez, ¡¡que en "sus" ministerios todo está igual que
antes!! Para engañar a los campesinos ingenuos, frases
revolucionario-democráticas, y para "complacer" a los capitalistas, el
laberinto burocrático-oficinesco: he ahí la esencia de la "honorable"
coalición.
La Comuna sustituye el parlamentarismo venal y podrido de la sociedad
burguesa por instituciones en las que la libertad de crítica y de examen no
degenera en engaño, pues aquí los parlamentarios tienen que trabajar ellos
mismos, tienen que ejecutar ellos mismos sus leyes, tienen que comprobar ellos
mismos los resultados, tienen que responder directamente ante sus electores.
Las instituciones representativas continúan, pero desaperece el
parlamentarismo como sistema especial, como división del trabajo legislativo y
ejecutivo, como situación privilegiada para los diputados. Sin instituciones
representativas no puede concebirse la democracia, ni aun la democracia
proletaria; sin parlamentarismo, sí puede y debe concebirse, si la crítica de
la sociedad burguesa no es para nosotros una frase vacua, si la aspiración de
derrocar la dominación de la burguesía es en nosotros una aspiración seria y
sincera y no una frase "electoral" para cazar los votos de los obreros, como
es en los labios de los mencheviques y los socialrevolucionarios, como es en
los labios de los Scheidemann y Legien, los Sembat y Vandervelde.
Es sobremanera instructivo que, al hablar de las funciones de aquella
burocracia que necesita también la Comuna y la democracia proletaria, Marx
tome como punto de comparación a los empleados de "cualquier otro patrono", es
decir, una empresa capitalista corriente, con "obreros, inspectores y
contables".
En Marx no hay ni rastro de utopismo, en el sentido de que invente y
fantasee sobre la "nueva" sociedad. No, Marx estudia como un proceso
histórico-natural cómo nace la nueva sociedad d e la antigua, estudia las
formas de transición de la antigua a la nueva sociedad. Toma la experiencia
real del movimiento proletario de masas y se esfuerza en
sacar las enseñanzas prácticas de ella. "Aprende" de la Comuna, como todos los
grandes pensadores revolucionarios no temieron aprender de la experiencia de
los grandes movimientos de la clase oprimida, no dirigiéndoles nunca
"sermones" pedantescos (por el estilo del "no se debía haber empuñado las
armas", de Plejánov, o de la frase de Tsereteli: "una clase debe saber
moderarse").
No cabe hablar de la abolición repentina de la burocracia, en todas partes
y hasta sus últimas raíces. Esto es una utopía. Pero el destruir de golpe la
antigua máquina burocrática y comenzar a construir inmediatamente otra nueva,
que permita ir reduciendo gradualmente a la nada toda burocracia, n o e s
una utopía; es la experiencia de la Comuna, es la tarea directa, inmediata,
del proletariado revolucionario.
El capitalismo simplifica las funciones de la administración del "Estado",
permite desterrar la "administración burocrática" y reducirlo todo a una
organización de los proletarios (como clase dominante) que toma a su servicio,
en nombre de toda la sociedad, a "obreros, inspectores y contables".
Nosotros no somos utopistas. No "soñamos" en cómo podrá prescindirse de
golpe de todo gobierno, de toda subordinación, estos sueños anarquistas,
basados en la incomprensión de las tareas de ía dictadura del proletariado,
son fundamentalmente ajenos al marxismo y, de hecho, sólo sirven para aplazar
la revolución socialista hasta el momento en que los hombres sean distintos.
No, nosotros queremos la revolución socialista con hombres como los de hoy,
con hombres que no puedan arreglárselas sin subordinación, sin control, sin
"inspectores y contables".
Pero a quien hay que someterse es a la vanguardia armada de todos los
explotados y trabajadores: al proletariado. La "administración burocrática"
específica de los funcionarios del Estado, puede y debe comenzar a sustituirse
inmediatamente, de la noche a la mañana, por las simples funciones de
"inspectores y contables", funciones que ya hoy son plenamente accesibles al
nivel de desarrollo de los habitantes de las ciudades y que pueden ser
perfectamente desempeñadas por el "salario de un obrero"
Organizaremos la gran producción nosotros mismos, los obreros, partiendo
de lo que ha sido creado ya por el capitalismo, basándonos en nuestra propia
experiencia obrera, estableciendo una disciplina rigurosísima, férrea,
mantenida por el Poder estatal de los obreros armados; reduciremos a los
funcionarios del Estado a ser simples ejecutores de nuestras directivas,
"inspectores y contables" responsables, amovibles y modestamente retribuidos
(en unión, naturalmente, de técnicos de todas clases, de todos los tipos y
grados): he ahí nuestre tarea proletaria, he ahí por dónde se puede y se debe
empezar al llevar a cabo la revolución proletaria. Este comienzo, sobre la
base de la gran producción, conduce por sí mismo a la "extinción" gradual de
toda burocracia, a la creación gradual de un orden -- orden sin comillas,
orden que no se parecerá en nalda a la esclavitud asalariada --, de un orden
en que las funciones de inspección y de contabilidad, cada vez más
simplificadas, se ejecutarán por todos siguiendo un turno, acabarán por
convertirse en costumbre, y, por fin, desaparecerán como funciones especiales
de una capa especial de la sociedad.
Un ingenioso socialdemócrata alemán de la década del 70 del siglo pasado,
dijo que el correo era un modelo de economía socialista. Esto es muy exacto.
Hoy, el correo es
una empresa organizada según el patrón de un monopolio capitalista de Estado.
El imperialismo va convirtiendo poco a poco todos los trusts en organizaciones
de este tipo. En ellos vemos esa misma burocracia burguesa, entronizada sobre
los "simples" trabajadores, agobiados de trabajo y hambrientos. Pero el
mecanismo de la gestión social está ya preparado en estas organizaciones. No
hay más que derrocar a los capitalistas, destruir, por la mano férrea de los
obreros armados, la resistencia de estos explotadores, romper la máquina
burocrática del Estado moderno, y tendremos ante nosotros un mecanismo de alta
perfección técnica, libre del "parásito" y perfectamente susceptible de ser
puesto en marcha por los mismos obreros unidos, dando ocupación a técnicos,
inspectores y contables y retribuyendo el trabajo de todos éstos, como el de
todos los funcionarios del "Estado" en general, con el salario de un obrero.
He aquí una tarea concreta, una tarea práctica que es ya inmediatamente
realizable con respecto a todos los trusts, que libera a los trabajadores de
la explotación y que tiene en cuenta la experiencia ya iniciada prácticamente
(sobre todo en el terreno de la organización del Estado) por la Comuna.
Organizar toda la economía nacional como lo está el correo para que los
técnicos, los inspectores, los contables y todos los funcionarios en general
perciban sueldos que no sean superiores al "salario de un obrero", bajo el
control y la dirección del proletariado armado: he ahí nuestro objetivo
inmediato. He ahí el Estado que nosotros necesitamos y la base económica sobre
la que este Estado tiene que descansar. He ahí lo que darán la abolición del
parlamentarismo y la conservación de las instituciones representativas, he ahí
lo que librará a las clases trabajadoras de la prostitución de estas
instituciones por la burguesía.
4. ORGANIZACION DE LA UNIDAD DE LA NACION
". . . En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo
tiempo de desarrollar, se cdice claramente que la Comuna debía ser. . . la
forma política hasta de la aldea más pequeña del país". . . Las comunas
elegirían la "delegación nacional" de París.
". . . Las pocas, pero importantes funciones que aun quedarían entonces al
gobierno central no se suprimirían, como falseando conscientemente la verdad
se ha dicho, sino que serían desempeñadas por funcionarios comunales, es
decir, rigurosamente responsables. . ."
". . . No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el
contrario, de organizarla mediante un régimen comunal. La unidad de la nación
debía convertirse en una realidad mediante la destrucción de aquel Poder del
Estado que pretendía ser la encarnación de esta unidad, pero quería ser
independiente de la nación y estar situado por encima de ella. De hecho, este
Poder del Estado no era más que una excrecencia parasitaria en el cuerpo de la
nación. . ." "La tarea consistía en amputar los órganos puramente represivos
del viejo Poder estatal y arrancar sus legítimas funciones de manos de una
autoridad que pretende colocarse sobre la sociedad, para restituirlas a los
servidores responsables de ésta".
Hasta qué punto los oportunistas de la socialdemocracia actual no han
comprendido -- tal vez fuera más exacto decir que no han querido comprender --
estos razonamientos de Marx, lo revela mejor que nada el libro
herostráticamente célebre del renegado Bernstein: "Las premisas del socialismo
y las tareas de la socialdemocracia". Refiriéndose precisamente a las citadas
palabras de Marx, Bernstein escribía que
en ellas se desarrolla un programa "que, por su contenido político, presenta,
en todos sus rasgos esenciales, la mayor semejanza con el federalismo de
Proudhon. . . Pese a todas las demás diferencias que separan a Marx y al
'pequeñoburgués' Proudhon [Bernstein pone esta palabra entre comillas,
queriendo darle una intención irónica], en estos puntos el curso de las ideas
es el más afín que cabe en ambos". Naturalmente, prosigue Bernstein, que la
importancia de las municipalidades va en aumento, pero "a mí me parece dudo so
que esta abolición [Auflösung -- literalmente: disolución] de los Estados
modernos y la transformación completa [Umwandlung : cambio radical] de su
organización, tal como Marx y Proudhon la describen (formación de la Asamblea
Nacional con delegados de las asambleas provinciales o regionales, integradas
a su vez por delegados de las comunas), tendría que ser la obra inicial de la
democracia, desapareciendo, por tanto, todas las formas anteriores de las
representaciones nacionales" (Bernstein "Las premisas del socialismo", págs.
134 y 136, edición alemana de 1899).
Esto es sencillamente monstruoso: ¡Confundir las concepciones de Marx
sobre la "destrucción del Poder estatal, del parásito", con el federalismo de
Proudhonl Pero esto no es casual, pues al oportunista no se le pasa siquiera
por las mientes pensar que aquí Marx no habla en manera alguna del federalismo
por oposición al centralismo, sino de la destrucción de la antigua máquina
burguesa del Estado, existente en todos los países burgueses.
Al oportunista sólo se le viene a las mientes lo que ve en torno suyo, en
medio del filisteísmo mezquino y del estancamiento "reformista", a saber:
¡sólo las "municipalidades"!
El oportunista ha perdido la costumbre del pensar siquiera en la
revolución del proletariado.
Esto es ridículo. Pero lo curioso es que nadie haya contendido con
Bernstein acerca de este punto. Bernstein fue refutado por muchos,
especialmente por Plejánov en la literatura rusa y por Kautsky en la europea,
pero ni uno ni otro han hablado de esta tergiversación de Marx por Bernstein.
El oportunista se ha desacostumbrado hasta tal punto de pensar en
revolucionario y de reflexionar acerca de la revolución, que atribuye a Marx
el "federalismo", confundiéndole con el fundador del anarquismo, Proudhon. Y
Kautsky y Plejánov, que quieren pasar por marxistas ortodoxos y defender la
doctrina del marxismo revolucionario, ¡guardan silencio acerca de esto! Nos
encontramos aquí con una de las raíces de ese extraordinario bastardeamiento
de las ideas acerca de la diferencia entre marxismo y anarquismo, que es
característico tanto de los kautskianos como de los oportunistas y del que
habremos de hablar todavía más.
En los citados pasajes de Marx sobre la experiencia de la Comuna, no hay
ni rastro de federalismo. Marx coincide con Proudhon precisamente en algo que
no ve el oportunista Bernstein. Marx discrepa de Proudhon precisamente en
aquello en que Bernstein ve una afinidad.
Marx coincide con Proudhon en que ambos abogan por la "destrucción" de la
máquina moderna del Estado. Esta coincidencia del marxismo con el anarquismo
(tanto con el de Proudhon como con el de Bakunin) no quieren verla ni los
oportunistas ni los kautskianos, pues ambos han desertado del marxismo en este
punto.
Marx discrepa de Proudhon y de Bakunin precisamente en la cuestión del
federalismo (para no hablar siquiera de la
dictadura del proletariado). El federalismo es una derivación de principio de
las concepciones pequeñoburguesas del anarquismo. Marx es centralista. En los
pasajes suyos citados más arriba, no se contiene la menor desviación del
centralismo. ¡Sólo quienes se hallen poseídos de la "fe supersticiosa" del
filisteo en el Estado pueden confundir la destrucción de la máquina del Estado
burgués con la destrucción del centralismo!
Y bien, si el proletariado y los campesinos pobres toman en sus manos el
Poder del Estado, se organizan de un modo absolutamente libre en comunas y
unifican la acción de todas las comunas para dirigir los golpes contra el
capital, para aplastar la resistencia de los capitalistas, para entregar a
toda la nación, a toda la sociedad, la propiedad privada sobre los
ferrocarriles, las fábricas, la tierra, etc., ¿acaso esto no será el
centralismo? ¿Acaso esto no será el más consecuente centralismo democrático, y
además un centralismo proletario?
A Bernstein no le cabe, sencillamente, en la cabeza que sea posible un
centralismo voluntario, una unión voluntaria de las comunas en la nación, una
fusión voluntaria de las comunas proletarias para aplastar la dominación
burguesa y la máquina burguesa del Estado. Para Bernstein, como para todo
filisteo, el centralismo es algo que sólo puede venir de arriba, que sólo
puede ser impuesto y mantenido por la burocracia y el militarismo.
Marx subraya intencionadamente, como previendo la posibilidad de que sus
ideas fuesen tergiversadas, que el acusar a la Comuna de querer destruir la
unidad de la nación, de querer suprimir el Poder central, es una falsedad
consciente. Marx usa intencionadamente la expresión "organizar la unidad de la
nación", para contraponer el centralismo cons-
ciente, democrático, proletario, al centralismo burgués, militar, burocrático.
Pero . . . no hay peor sordo que el que no quiere oir. Y los oportunistas
de la socialdemocracia actual no quieren, en efecto, oir hablar de la
destrucción del Poder del Estado, de la eliminación del parásito.
5. LA DESTRUCCION DEL ESTADO-PARASITO
Hemos citado ya, y vamos a completarlas aquí, las palabras de Marx
relativas a este punto.
"Generalmente, las nuevas creaciones históricas están destinadas a que se
las tome por una reproducción de las formas viejas, y aun ya caducas, de vida
social con las cuales las nuevas instituciones presentan cierta semejanza.
Así, también esta nueva Comuna, que viene a destruir [bricht -- romper] el
Poder estatal moderno, ha sido considerada como una resurrección de las
Comunas medievales. . . , como una federación de pequeños Estados, con arreglo
al sueño de Montesquieu y los girondinos. . . , como una forma exagerada de la
vieja lucha contra el excesivo centralismo. . ."
". . . Por el contrario, el régimen comunal habría devuelto al organismo
social todas las fuerzas que hasta entonces venía devorando el 'Estado',
parásito que se nutre a expensas de la sociedad y entorpece su libre
movimiento. Con este solo hecho habría iniciado la regeneración de Francia. .
."
". . . El régimen comunal habría colocado a los productores rurales bajo
la dirección ideológica de las capitales de sus provincias y les habría
ofrecido aquí, en los
obreros de la ciudad, los representantes naturales de sus intereses. La sola
existencia de la Comuna implicaba, como algo evidente, un régimen de autonomía
local, pero no ya como contrapeso a un Poder del Estado que ahora sería
superfluo. . ."
"Destrucción del Poder estatal", que era una "excrecencia parasitaria", su
"amputación", su "aplastamiento", el "Poder del Estado que ahora sería
superfluo": he aquí cómo se expresa Marx al hablar del Estado, valorando y
analizando la experiencia de la Comuna.
Todo esto fue escrito hace poco menos de medio siglo, pero hoy hay que
proceder a verdaderas excavaciones para llevar a la conciencia de las grandes
masas un marxismo no falseado. Las conclusiones deducidas de la observación de
la última gran revolución vivida por Marx fueron dadas al olvido precisamente
al llegar el momento de las siguientes grandes revoluciones del proletariado.
". . . La variedad de interpretaciones a que ha sido so metida la Comuna y
la variedad de intereses que han encontrado su expresión en ella demuestran
que era una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas
anteriores de gobierno, que habían sido todas esencialmente represivas. He
aquí su verdadero secreto: la Comuna era en esencia el gobierno de la clase
obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora,
la forma política, descubierta, al fin, bajo la cual podía llevarse a cabo la
emancipación económica del trabajo. . ."
"Sin esta última condición el régimen comunal habría sido una
imposibilidad y una impostura". . .
Los utopistas habíanse dedicado a "descubrir" las formas políticas bajo
las cuales debía producirse la transformación socialista de la sociedad. Los
anarquistas se desentendían del problema de las formas políticas en general.
Los oportunistas de la socialdemocracia actual tomaron las formas políticas
burguesas del Estado democrático parlamentario como el límite del que no podía
pasarse y se rompieron la frente de tanto prosternarse ante este "modelo",
considerando como anarquismo toda aspiración a romper estas formas.
Marx dedujo de toda la historia del socialismo y de las luchas políticas
que el Estado deberá desaparecer y que la forma transitoria para su
desaparición (la forma de transición del Estado al no Estado) será "el
proletariado organizado como clase dominante". Pero Marx no se proponía
descubrir las formas políticas de este futuro. Se limitó a la investigación
precisa de la historia francesa, a su análisis y a la conclusión a que llevó
el año 1851: se avecina la destrucción de la máquina del Estado burgués.
Y cuando estalló el movimiento revolucionario de masas del proletariado,
Marx, a pesar del revés sufrido por este movimiento, a pesar de su fugacidad y
de su patente debilidad, se puso a estudiar qué formas había revelado.
La Comuna es la forma, "descubierta, al fin", por la revolución
proletaria, bajo la cual puede lograrse la emancipación económica del trabajo.
La Comuna es el primer intento de la revolución proletaria de destruir la
máquina del Estado burgués, y la forma política, "descubierta, al fin", que
puede y debe sustituir a lo destruido.
Más adelante, en el curso de nuestra exposición, veremos que las
revoluciones rusas de 1905 y 1917 prosiguen, en otras
circunstancias, bajo condiciones diferentes, la obra de la Comuna, y confirman
el genial análisis histórico de Marx.
CAPITULO IV
CONTINUACION. ACLARACIONES
COMPLEMENTARIAS DE ENGELS
Marx dejó sentadas las tesis fundamentales sobre la cuestión de la
significación de la experiencia de la Comuna. Engels volvió repetidas veces
sobre este tema, aclarando el análisis y las conclusiones de Marx e iluminando
a veces otros aspectos de la cuestión con tal fuerza y relieve, que es
ecesario detenerse especialmente en estas aclaraciones.
1. "A CUESTION DE LA VIVIENDA"
En su obra sobre la cuestión de la vivienda (1872), Engels pone ya a
contribución la experiencia de la Comuna, deteniéndose varias veces en las
tareas de la revolución respecto al Estado. Es interesante ver cómo, sobre un
tema concreto, se ponen de relieve, de una parte, los rasgos de coincidencia
entre el Estado proletario y el Estado actual -- rasgos que nos dan la base
para hablar de Estado en ambos casos --, y, de otra parte, los rasgos de
diferencia o la transición hacia la destrucción del Estado.
"¿Cómo, pues, resolver la cuestión de la vivienda? En la sociedad actual,
exactamente lo mismo que otra cuestión social cualquiera: por la nivelación
económica gradual de la oferta y la demanda, solución que reproduce cons-
tantemente la cuestión y que, por tanto, no es tal solución. La forma en que
una revolución social resolvería esta cuestión no depende solamente de las
circunstancias de tiempo y lugar, xino que, además, se relaciona con
cuestiones de gran alcance, entre las cuales figura, como una de las más
esenciales, la supresión del contraste entre la ciudad y el campo. Como
nosotros no nos ocupamos en construir ningún sistema utópico para la
organización de la sociedad del futuro, sería más que ocioso detenerse en
esto. Lo cierto, sin embargo, es que ya hoy existen en las grandes ciudades
edificios suficientes para remediar en seguida, si se les diese un empleo
racional, toda verdadera 'escasez de vivienda': Esto sólo puede lograrse,
naturalmente, expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a
los obreros que carecen de vivienda o a los que viven hacinados en la suya. Y
tan pronto como el proletariado conquiste el Poder político, esta medida,
impuesta por los intereses del bien público, será de tan fácil ejecución como
lo son hoy las otras expropiaciones y las requisas de viviendas que lleva a
cabo el Estado actual" (página 22 de la edición alemana de 1887).
Aquí Engels no analiza el cambio de forma del Poder estatal, sino sólo el
contenido de sus actividades. La expropiación y la requisa de viviendas son
efectuadas también por orden del Estado actual. Desde el punto de vista
formal, también el Estado proletario "ordenará" requisar viviendas y expropiar
edificios. Pero es evidente que el antiguo aparato ejecutivo, la burocracia,
vinculada con la burguesía, sería sencillamente inservible para llevar a la
práctica las órdenes del Estado proletario.
". . . Hay que hacer constar que la 'apropiación efectiva' de todos los
instrumentos de trabajo, la ocupación de toda la industria por el pueblo
trabajador, es precisamente lo contrario del 'rescate' proudhoniano. En éste,
es cada obrero el que pasa a ser propietario de su vivienda, de su cainpo, de
su instrumento de trabajo; en la primera, en cambio, es el 'pueblo trabajador'
el que pasa a ser propietario colectivo de los edificios, de las fábricas y de
los instrumentos de trabajo, y es poco probable que su disfrute se conceda,
sin indemnización de los gastos, a los individuos o a las sociedades, por lo
menos durante el período de transición. Exactamente lo mismo que la abolición
de la propiedad territorial no implica la abolición de la renta del suelo,
sino su transferencia a la sociedad, aunque sea con ciertas modificaciones. La
apropiación efectiva de todos los instrumentos de trabajo por el pueblo
trabajador no excluye, por tanto, en modo alguno, la conservación de los
alquileres y arrendamientos" (ídem, ).
La cuestión esbozada en este pasaje, a saber: la cuestión de las bases
económicas de la extinción del Estado, será examinada por nosotros en el
capítulo siguiente. Engels se expresa con extremada cautela, diciendo que "es
poco probable" que el Estado proletario conceda gratis las viviendas, "por lo
menos durante el período de transición". El arrendamiento de viviendas de
propiedad de todo el pueblo a distintas familias mediante un alquiler supone
el cobro de estos alquileres, un cierto control y una determinada regulación
para el reparto de las viviendas. Todo esto exige una cierta forma de Estado,
pero no reclama en modo alguno un aparato militar y burocrático especial, con
funcionarios que disfruten de una situación privilegiada. La transi-
ción a un estado de cosas en que sea posible asignar las viviendas
gratuitamente se halla vinculada a la "extinción" completa del Estado.
Hablando de cómo los blanquistas, después de la Comuna y bajo la acción de
su experiencia, se pasaron al campo de los principios marxistas, Engels
formula de pasada esta posición en los términos siguientes:
". . . Necesidad de la acción política del proletariado y de su dictadura,
como paso hacia la supresión de las clases y, con ellas, del Estado. . ."
().
Algunos aficionados a la crítica literal o ciertos "exterminadores"
burgueses del marxismo encontrarán quizá una contradicción entre este
reconocimiento de la "supresión del Estado" y la negación de semejante
fórmula, por anarquista, en el pasaje del "Anti-Dühring" citado más arriba. No
tendría nada de extraño que los oportunistas clasificasen también a Engels
entre los "anarquistas", ya que hoy se va generalizando cada vez más entre los
socialchovinistas la tendencia de acusar a los internacionalistas de
anarquismo.
Que a la par con la supresión de las clases se producirá también la
supresión del Estado, lo ha sostenido siempre el marxismo. El tan conocido
pasaje del "Anti-Dühring" acerca de la "extinción del Estado" no acusa a los
anarquistas simplemente de abogar por la supresión del Estado, sino de
predicar la posibilidad de suprimir el Estado "de la noche a la mañana".
Como la doctrina "socialdemócrata" hoy imperante ha tergiversado
completamente la actitud del marxismo ante el anarquismo en lo tocante a la
cuestión de la destrucción del
Estado, será muy útil recordar aquí una polémica de Marx y Engels con los
anarquistas.
2. POLEMICA CON LOS ANARQUISTAS
Esta polémica tuvo lugar en el año 1873. Marx y Engels escribieron para un
almanaque socialista italiano unos artículos contra los proudhonianos,
"autonomistas" o "antiautoritarios", artículos que no fueron publicados en
traducción alemana hasta 1913, en la revista "Neue Zeit"[5].
"Si la lucha política de la clase obrera -- escribió Marx, ridiculizando a
los anarquistas y su negación de la política -- asume formas revolucionarias,
si los obreros sustituyen la dictadura de la clase burguesa con su dictadura
revolucionaria, cometen un terrible delito de leso principio, porque para
satisfacer sus míseras necesidades materiales de cada día, para vencer la
resistencia de la burguesía, dan al Estado una forma revolucionaria y
transitoria en vez de deponer las armas y abolirlo. . ." ("Neue Zeit",
1913-1914, año 32, t. I, ).
¡He ahí contra qué "abolición" del Estado se manifestaba, exclusivamente,
Marx, al refutar a los anarquistas! No era, ni mucho menos, contra el hecho de
que el Estado desaparezca con la desaparición de las clases o sea suprimido al
suprimirse éstas, sino contra el hecho de que los obreros renuncien al empleo
de las armas, a la violencia organizada, es decir, al Estado, llamado a servir
para "vencer la resistencia de la burguesía".
Marx subraya intencionadamente -- para que no se tergiverse el verdadero
sentido de su lucha contra el anarquismo -- la "forma revolucionaria y
transitoria " del Estado que el
proletariado necesita. El proletariado sólo necesita el Estado temporalmente.
Nosotros no discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto al
problema de la abolición del Estado, como meta final. Lo que afirmamos es que,
para alcanzar esta meta, es necesario el empleo temporal de las armas, de los
medios, de los métodos del Poder del Estado contra los explotadores, como para
destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida.
Marx elige contra los anarquistas el planteamiento más tajante y más claro del
problema: después de derrocar el yugo de los capitalistas, ¿deberán los
obreros "deponer las armas" o emplearlas contra los capitalistas para vencer
su resistencia? Y el empleo sistemático de las armas por una clase contra otra
clase, ¿qué es sino una "forma transitoria" de Estado?
Que cada socialdemócrata se pregunte si es así como él ha planteado la
cuestión del Estado en su polémica con los anarquistas, si es así como ha
planteado esta cuestión la inmensa mayoría de los partidos socialistas
oficiales de la II Internacional.
Engels expone estos pensamientos de un modo todavía más detallado y más
popular. Ridiculiza, ante todo, el embrollo de pensamientos de los
proudhonianos, quienes se llamaban "antiautoritarios", es decir, negaban toda
autoridad, toda subordinación, todo Poder. Tomad una fábrica, un ferrocarril,
un barco en alta mar, dice Engels: ¿acaso no es evidente que sin una cierta
subordinación y, por consiguiente, sin una cierta autoridad o Poder será
imposible el funcionamiento de ninguna de estas complicadas empresas técnicas,
basadas en el empleo de máquinas y en la cooperación de muchas personas con
arreglo a un plan?
". . . Cuando opongo parecidos argumentos a los mas furiosos
antiautoritarios -- dice Engels -- no pueden responderme más que esto: ¡Ah!
Eso es verdad, pero aquí no se trata de una autoridad de que investimos a
nuestros delegados, sino de un encargo determinado '. Esta gente cree poder
cambiar la cosa con cambiarle el nombre. . ."
Habiendo puesto así de manifiesto que la autoridad y la autonomía son
conceptos relativos, que su radio de aplicación cambia con las distintas fases
del desarrollo social, que es absurdo aceptar estos conceptos como algo
absoluto, y después de añadir que el campo de la aplicación de las máquinas y
de la gran industria se ensancha cada vez más, Engels pasa de las
consideraciones generales sobre la autoridad al problema del Estado.
". . . Si los autonomistas -- escribe -- se limitaran a decir que la
organización social futura tolerará la autoridad únicamente en los límites
fijados inevitablemente por las condiciones de la producción, sería posible
entenderse con ellos. Pero se muestran ciegos con referencia a todos los
hechos que hacen necesaria la autoridad y luchan apasionadamente contra esta
palabra.
¿Por qué los antiautoritarios no se limitan a gritar contra la autoridad
política, contra el Estado? Todos los socialistas están de acuerdo en que el
Estado y, junto con él, la autoridad política desaparecerán como consecuencia
de la futura revolución social, es decir, que las funciones públicas perderán
su carácter político y se convertirán en funciones puramente aclministrativas,
destinadas a velar por los intereses sociales. Pero los antiautoritarios
exigen que el Estado político sea abolido de un golpe, antes de que sean
abolidas las relaciones sociales que han dado ori-
gen al mismo: exigen que el primer acto de la revolución social sea la
abolición de la autoridad.
¿Es que dichos señores han visto alguna vez una revolución?
Indudablemente, no hay nada más autoritario que una revolución. La revolución
es un acto durante el cual una parte de la población impone su voluntad a la
otra mediante los fusiles, las bayonetas, los cañones, esto es, mediante
elementos extraordinariamente autoritarios. El partido triunfante se ve
obligado a mantener su dominación por medio del temor que dichas armas
infunden a los reaccionarios. Si la Comuna de París no se hubiera apoyado en
la autoridad del pueblo armado contra la burguesía, ¿habría subsistido más de
un día? ¿No tenemos más bien, por el contrario, el derecho de censurar a la
Comuna por no haberse servido suficientemente de dicha autoridad? Así, pues,
una de dos: o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no
hacen más que sembrar la confusión, o lo saben y, en este caso, traicionan la
causa del proletariado. Tanto en uno como en otro caso sirven únicamente a la
reacción" ().
En este pasaje se abordan cuestiones que conviene examinar en conexión con
el tema de la correlación entre la política y la economía en el período de
extinción del Estado (tema tratado en el capítulo siguiente). Son cuestiones
tales como la de la transformación de las funciones públicas, de funciones
políticas en funciones simplemente administrativas, y la del "Estado
político". Esta última expresión, especialmente expuesta a provocar equívocos,
apunta al proceso de la extinción del Estado: al llegar a una cierta fase de
su extinción, puede calificarse al Estado moribundo de Estado no político.
También en este pasaje de Engels la parte más notable es el planteamiento
de la cuestión contra los anarquistas. Los socialdemócratas que pretenden ser
discípulos de Engels han discutido millones de veces con los anarquistas desde
1873, pero han discutido precisamente n o como pueden y deben discutir los
marxistas. El concepto anarquista de la abolición del Estado es confuso y no
revolucionario : así es como plantea la cuestión Engels. En efecto, los
anarquistas no quieren ver la revolución en su nacimiento y en su des arrollo,
en sus tareas específicas con relación a la violencia, a la autoridad, al
Poder y al Estado.
La crítica corriente del anarquismo en los socialdemócratas de nuestros
días ha degenerado en la más pura vulgaridad pequeñoburguesa: "¡nosotros
reconocemos el Estado; los anarquistas, no!" Se comprende que semejante
vulgaridad tenga por fuerza que repugnar a obreros un poco reflexivos y
revolucionarios. Engels se expresa de otro modo: subraya que todos los
socialistas reconocen la desaparición del Estado como consecuencia de la
revolución socialista. Luego, plantea concretamente el problema de la
revolución, precisamente el problema que los socialdemócratas suelen soslayar
en su oportunismo, cediendo, por decirlo así, la exclusiva de su "estudio" a
los anarquistas, y, al plantear este problema, Engels agarra al toro por los
cuernos: ¿no hubiera debido la Comuna emplear más abundantemente el Poder
revolucionario del Estado, es decir, del proletariado armado, organizado como
clase dominante?
Por lo general, la socialdemocracia oficial imperante elude la cuestión de
las tareas concretas del proletariado en la revolución, bien con simples
burlas de filisteo, bien, en el mejor de los casos, con la frase sofística
evasiva de "¡ya veremos!" Y los anarquistas tenían derecho a decir de esta
socialdemocracia que traicionaba su misión de educar revolucionariamente a los
obreros. Engels se vale de la experiencia de la última revolución proletaria,
precisamente, para estudiar del modo más concreto qué es lo que debe hacer el
proletariado y cómo, tanto con relación a los Bancos como en lo que respecta
al Estado.
3. UNA CARTA A BEBEL
Uno de los pasajes más notables, si no el más notable de las obras de Marx
y Engels respecto a la cuestión del Estado, es el siguiente, de una carta de
Engels a Bebel de 18-28 de marzo de 1875. Carta que -- dicho entre paréntesis
-- fue publicada por vez primera, que nosotros sepamos, por Bebel en el
segundo tomo de sus memorias ("De mi vida"), que vieron la luz en 1911, es
decir, 36 años después de escrita y enviada aquella carta.
Engels escribió a Bebel criticando aquel mismo proyecto de programa de
Gotha, que Marx criticó en su célebre carta a Bracke. Y, por lo que se refiere
especialmente a la cuestión del Estado, le decía lo siguiente:
"El Estado popular libre se ha convertido en el Estado libre.
Gramaticalmente hablando, un Estado libre es un Estado que es libre respecto a
sus ciudadanos, es decir, un Estado con un gobierno despótico. Habría que
abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado, sobre todo después de la
Comuna, que no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra. Los
anarquistas nos han echado en cara más de la cuenta eso del 'Estado popular',
a pesar de que ya la obra de Marx contra Proudhon y luego el 'Manifiesto
Comunista' dicen expresa-
mente que, con la implantación del régimen social socialista, el Estado se
disolverá por sí mismo [sich auflöst ] y desaparecerá. Siendo el Estado una
institución meramente transitoria, que se utiliza en la lucha, en la
revolución, para someter por la violencia a sus adversarios, es un absurdo
hablar de un Estado libre del pueblo: mientras el proletariado necesite
todavía del Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para
someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el
Estado como tal dejará de existir. Por eso nosotros propondríamos decir
siempre, en vez de la palabra Estado, la palabra 'Comunidad' [Gemeinwesen ],
una buena y antigua palabra alemana que equivale a la palabra francesa
'Commune'" ( del texto alemán).
Hay que tener en cuenta que esta carta se refiere al programa del Partido,
criticado por Marx en una carta escrita solamente varias semanas después de
aquélla (carta de Marx de 5 de mayo de 1875), y que Engels vivía por aquel
entonces en Londres, con Marx. Por eso, al decir en las últimas líneas de la
carta "nosotros", Engels, indudablemente, en su nombre y en el de Marx propone
al jefe del Partido obrero alemán borrar del programa la palabra "Estado" y
sustituirla por la palabra "Comunidad ".
¡Qué bramidos sobre "anarquismo" lanzarían los cabecillas del "marxismo"
de hoy, un "marxismo" falsificado para uso de oportunistas, si se les
propusiese semejante corrección en su programa!
Que bramen cuanto quieran. La burguesía les elogiará por ello.
Pero nosotros continuaremos nuestra obra. Cuando revisemos el programa de
nuestro Partido, deberemos tomar en
consideración, sin falta, el consejo de Engels y Marx, para acercarnos más a
la verdad, para restaurar el marxismo, purificándolo de tergiversaciones, para
orientar más certeramente la lucha de la clase obrera por su liberación. Entre
los bolcheviques no habrá, probablemente, quien se oponga al consejo de Engels
y Marx. La dificultad estará solamente, si acaso, en el término. En alemán,
hay dos palabras para expresar la idea de "comunidad", de las cuales Engels
eligió la que no indica una comunidad por separado, sino el conjunto de ellas,
el sistema de comunas. En ruso, no existe una palabra semejante, y tal vez
tendremos que emplear la palabra francesa "commune", aunque esto tenga también
sus inconvenientes.
"La Comuna no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra": he
aquí la afirmación más importante de Engels, desde el punto de vista teórico.
Después de lo que dejamos expuesto más arriba, esta afirmación es
absolutamente lógica. La Comuna había dejado de ser un Estado, toda vez que su
papel no era reprimir a la mayoría de la población, sino a la minoría (a los
explotadores); había roto la máquina del Estado burgués; en vez de una fuerza
especial para la represión, entró en escena la población misma. Todo esto era
renunciar al Estado en su sentido estricto. Y si la Comuna se hubiera
consolidado, habrían ido "extinguiéndose" en ella por sí mismas las huellas
del Estado, no habría sido necesario "suprimir" sus instituciones: éstas
habrían dejado de funcionar a medida que no tuviesen nada que hacer.
"Los anarquistas nos han echado en cara más de la cuenta eso del 'Estado
popular'". Al decir esto, Engels se refiere, principalmente, a Bakunin y a sus
ataques contra los socialdemócratas alemanes. Engels reconoce que estos
ataques
son justos en tanto en cuanto el "Estado popular" es un absurdo y un concepto
tan divergente del socialismo como lo es el "Estado popular libre". Engels se
esfuerza en corregir la lucha de los socialdemócratas alemanes contra los
anarquistas, en hacer de esta lucha una lucha ajustada a los principios, en
depurar esta lucha de los prejuicios oportunistas relativos al "Estado".
¡Trabajo perdido! La carta de Engels se pasó 36 años en el fondo de un cajón.
Y más abajo veremos que, aun después de publicada esta carta, Kautsky sigue
repitiendo tenazmente, en el fondo, los mismos errores contra los que precavía
Engels.
Bebel contestó a Engels el 21 de septiembre de 1875, en una carta en la
que escribía, entre otras cosas, que estaba "completamente de acuerdo" con sus
juicios acerca del proyecto de programa y que había reprochado a Liebknecht su
transigencia ( de la edición alemana de las me morias de Bebel, tomo
II). Pero si abrimos el folleto de Bebel titulado "Nuestros objetivos", nos
encontramos en él con consideraciones absolutamente falsas acerca del Estado:
"El Estado debe convertirse de un Estado basado en la dominación de clase
en un Estado popular " ("Nuestros objetivos", edición alemana de 1886, pág.
14).
¡Así aparece impreso en la novena (¡novena!) edición del folleto de Bebel!
No es de extrañar que esta repetición tan obstinada de los juicios
oportunistas sobre el Estado haya sido asimilada por la socialdemocracia
alemana, sobre todo cuando las explicaciones revolucionarias de Engels se
mantenían ocultas y las circunstancias todas de la vida diaria la habían
"desacostumbrado" para mucho tiempo de la acción revolucionaria.
4. CRITICA DEL PROYECIO DEL PROGRAMA DE ERFURT
La crítica del proyecto del programa de Erfurt[6], enviada por Engels a
Kautsky el 29 de junio de 1891 y publicada sólo después de pasados diez años
en la revista "Neue Zeit", no puede pasarse por alto en un análisis de la
doctrina del marxismo sobre el Estado, pues este documento se consagra de modo
principal a criticar precisamente las concepciones oportunistas de la
socialdemocracia en la cuestión de la organización del Estado.
Señalaremos de paso que Engels hace también, en punto a los problemas
económicos, una indicación importantísima, que demuestra cuán atentamente y
con qué profundidad seguía los cambios que se iban produciendo en el
capitalismo moderno y cómo ello le permitía prever hasta cierto punto las
tareas de nuestra época, de la época imperialista. He aquí la indicación a que
nos referimos: a propósito de las palabras "falta de planificación"
(Planlosigkeit ), empleadas en el proyecto de programa para caracterizar al
capitalismo, Engels escribe:
"Si pasamos de las sociedades anónimas a los trusts, que dominan y
monopolizan ramas industriales enteras, vemos que aquí terminan no sólo la
producción privada, sino también la falta de planificación" ("Neue Zeit", año
20, t. I, 1901-1902, ).
En estas palabras se destaca lo más fundamental en la valoración teórica
del capitalismo moderno, es decir, del imperialismo, a saber: que el
capitalismo se convierte en un capitalismo monopolista. Conviene subrayar
esto, pues el error más generalizado está en la afirmación reformista-burguesa
de que el capitalismo monopolista o monopolista de
Estado no es ya capitalismo, puede llamarse ya "socialismo de Estado", y otras
cosas por el estilo. Naturalmente, los trusts no entrañan, no han entrañado
hasta hoy ni pueden entrañar una completa sujeción a planes. Pero en tanto
trazan planes, en tanto los magnates del capital calculan de antemano el
volumen de la producción en un plano nacional o incluso en un plano
internacional, en tanto regulan la producción con arreglo a planes, seguimos
moviéndonos, a pesar de todo, dentro del capitalismo, aunque en una nueva fase
suya, pero que no deja, indudablemente, de ser capitalismo. La "proximidad" de
tal capitalismo al socialismo debe ser, para los verdaderos representantes del
proletariado, un argumento a favor de la cercanía, de la facilidad, de la
viabilidad y de la urgencia de la revolución socialista, pero no, en modo
alguno, un argumento para mantener una actitud de tolerancia ante los que
niegan esta revolución y ante los que encubren las lacras del capitalismo,
como hacen todos los reformistas.
Pero volvamos a la cuestión del Estado. De tres clases son las
indicaciones especialmente valiosas que hace aquí Engels: en primer lugar, las
que se refieren a la cuestión de la República; en segundo lugar, las que
afectan a las relaciones entre la cuestión nacional y la estructura del
Estado; en tercer lugar, las que se refieren al régimen de autonomía local.
Por lo que se refiere a la República, Engels hacía de esto el centro de
gravedad de su crítica del proyecto del programa de Erfurt. Y, si tenemos en
cuenta la significación adquirida por el programa de Erfurt en toda la
socialdemocracia internacional y cómo este programa se convirtió en modelo
para toda la II Internacional, podremos decir sin exageración que
Engels critica aquí el oportunismo de toda la II Internacional.
"Las reivindicaciones políticas del proyecto -- escribe Engels -- adolecen
de un gran defecto. No se contiene en él [subrayado por Engels] lo que en
realidad se debía haber dicho".
Y más adelante se aclara que la Constitución alemana está, en rigor,
calcada sobre la Constitución más reaccionaria de 18so; que el Reichstag no
es, según la expresión de Guillermo Liebknecht, más que la "hoja de parra del
absolutismo", y que el pretender llevar a cabo la "transformación de todos los
instrumentos de trabajo en propiedad común" a base de una Constitución en la
que son legalizados los pequeños Estados y la federación de los pequeños
Estados alemanes, es un "absurdo evidente".
"Tocar esto es peligroso", añade Engels, que sabe perfectamente que en
Alemania no se puede incluir legalmente en el programa la reivindicación de la
República. No obstante, Engels no se contenta sencillamente con esta evidente
consideración, que satisface a "todos". Engels prosigue: "Y, sin embargo, no
hay más remedio que abordar la cosa de un modo o de otro. Hasta qué punto es
esto necesario, lo demuestra el oportunismo, que está difundiéndose
[einreissende ] precisamente ahora en una gran parte de la prensa
socialdemócrata. Por miedo a que se renueve la ley contra los socialistas, o
por el recuerdo de diversas manifestaciones hechas prematuramente bajo el
imperio de aquella ley, se quiere que el Partido reconozca ahora que el orden
legal vigente en Alemania es suficiente para realizar todas las
reivindicaciones de aquél por la vía pacífica. . ."
Engels destaca en primer plano el hecho fundamental de que los
socialdemócratas alemanes obraban por miedo a que se renovase la ley de
excepción, y califica esto, sin rodeos, de oportunismo, declarancio como
completamente absurdos los sueños acerca de una vía "pacífica", precisamente
por no existir en Alemania ni República ni libertades. Engels es lo bastante
cauto para no atarse las manos. Reconoce que en países con República o con una
gran libertad "cabe imaginarse" (¡solamente "imaginarse"!) un desarrollo
pacífico hacia el socialismo, pero en Alemania, repite:
". . . En Alemania, donde el gobierno es casi omnipotente y el Reichstag y
todas las demás instituciones representativas carecen de poder efectivo, el
proclamar en Alemania algo semejante, y además sin necesidad alguna, significa
quitarle al absolutismo la hoja de parra y colocarse uno mismo a cubrir la
desnudez ajena. . ."
Y, en efecto, la inmensa mayoría de los jefes oficiales del Partido
Socialdemócrata alemán, partido que "archivó" estas indicaciones, resultaron
ser encubridores del absolutismo.
". . . Semejante política sólo sirve para poner en el camino falso al
propio partido. Se hace pasar a primer plano las cuestiones políticas
generales, abstractas, y de este modo se oculta las cuestiones concretas más
inmediatas, aquellas que se ponen por sí mismas al orden del día al surgir los
primeros grandes acontecimientos, en la primera crisis política. Y lo único
que con esto se consigue es que, al llegar el momento decisivo, el partido se
sienta de pronto desconcertado, que reinen en él la confusión y el desacuerdo
acerca de las cuestiones decisivas, por no haber discutido nunca estas
cuestiones. . .
Este olvido en que se deja las grandes, las fundamentales consideraciones
en aras de los intereses momentáneos del día, esto de perseguir éxitos
pasajeros y de luchar por ellos sin fijarse en las consecuencias ulteriores,
esto de sacrificar el porvenir del movimiento por su presente, podrá hacerse
por motivos 'honrados', pero es y seguirá siendo oportunismo, y el oportunismo
'honrado' es quizá el más peligroso de todos. . .
Si hay algo indudable es que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden
llegar al Poder bajo la forma política de la República democrática. Esta es,
incluso, la forma específica para la dictadura del proletariado, como lo ha
puesto ya de relieve la gran Revolución francesa. . ."
Engels repite aquí, en una forma especialmente plástica, aquella idea
fundamental que va como hilo de engarce a través de todas las obras de Marx, a
saber: que la República democrática es el acceso más próximo a la dictadura
del proletariado. Pues esta República, que no suprime ni mucho menos la
dominación del capital ni, consiguientemente, la opresión de las masas ni la
lucha de clases, lleva inevitablemente a un ensanchamiento, a un despliegue, a
una patentización y a una agudización tales de esta lucha, que, tan pronto
como surge la posibilidad de satisfacer los intereses vitales de las masas
oprimidas, esta posibilidad se realiza, inevitable y exclusivamente, en la
dictadura del proletariado, en la dirección de estas masas por el
proletariado. Para toda la II Internacional, éstas son también "palabras
olvicladas" del marxismo, y este olvido se reveló de un modo
extraordinariamente nítido en la historia del partido
menchevique durante el primer medio año de la revolución rusa de 1917.
Respecto a la cuestión de la República federativa, en conexión con la
composición nacional de la población escribía Engels:
"¿Qué es lo que debe ocupar el puesto de la actual Alemania?" [con su
Constitución monárquico-reaccionaria y su sistema igualmente reaccionario de
subdivisión en pequeños Estados, que eterniza la particularicdad del
"prusianismo", en vez de disolverla en una Alemania formando un todo]. "A mi
juicio, el proletariado sólo puede emplear la forma de la República única e
indivisible. La República federativa es todavía hoy, en conjunto, una
necesidad en el territorio gigantesco de los Estados Unidos, si bien en las
regiones del Este se ha convertido ya en un obstáculo. Representaría un
progreso en Inglaterra, donde cuatro naciones pueblan las dos islas y donde, a
pesar de no haber más que un parlamento, coexisten tres sistemas de
legislación. En la pequeña Suiza, se ha convertido ya desde hace largo tiempo
en un obstáculo, y si allí se puede todavía tolerar la República federativa,
es debido únicamente a que Suiza se contenta con ser un miembro puramente
pasivo en el sistema de los Estados europeos. Para Alemania, un régimen
federalista al modo del de Suiza significaría un enorme retroceso. Hay dos
puntos que distinguen a un Estado federal de un Estado unitario, a saber: que
cada Estado que forma parte de la unión tiene su propia legislación civil y
criminal y su propia organización judicial, y que además de cada parlamento
particular existe una Cámara federal en la que vota como tal cada cantón, sea
grande o pequeño". En Alemania, el
Estado federal es el tránsito hacia un Estado completamente unitario, y la
"revolución desde arriba" de 1866 y 1870 no debe ser revocada, sino completada
mediante un "movimiento desde abajo".
Engels no sólo no revela indiferencia en cuanto a la cuestión de las
formas de Estado, sino que, por el contrario, se esfuerza en analizar con
escrupulosidad extraordinaria precisa mente las formas de transición, para
determinar, con arreglo a las particularidades históricas concretas de cada
caso, de qué y hacia qué es transición la forma transitoria de que se trata.
Engels, como Marx, defiende, desde el punto de vista del proletariado y de
la revolución proletaria, el centralismo democrático, la República única e
indivisible. Considera la República federativa, bien como excepción y como
obstáculo para el desarrollo, bien como transición de la monarquía a la
República centralista, como un "progreso", en determinadas circunstancias
especiales. Y entre estas circunstancias especiales se destaca la cuestión
nacional.
En Engels como en Marx, a pesar de su crítica implacable del carácter
reaccionario de los pequeños E6tados y del encubrimiento de este carácter
reaccionario por la cuestión nacional en determinados casos concretos, no se
encuentra en ninguna de sus obras ni rastro de tendencia a eludir la cuestión
nacional, tendencia de que suelen pecar frecuentemente los marxistas
holandeses y polacos al partir de la lucha legítima contra el nacionalismo
filisteamente estrecho de "sus" pequeños Estados.
Hasta en Inglaterra, donde las condiciones geográficas, la comunidad de
idioma y la historia de muchos siglos parece que debían haber "liquidado" la
cuestión nacional en las
distintas pequeñas divisiones territoriales del país; incluso aquí tiene en
cuenta Engels el hecho claro de que la cuestión nacional no ha sido superada
aún, razón por la cual reconoce que la República federativa representa "un
progreso". Se sobreentiende que en esto no hay ni rastro de renuncia a la
crítica de los defectos de la República federativa ni a la propaganda y a la
lucha más decidida en pro de la República unitaria, centralista-democrática.
Pero Engels no concibe en modo alguno el centralismo democrático en el
sentido burocrático con que emplean este concepto los ideólogos burgueses y
pequeñoburgueses, incluyendo entre éstos a los anarquistas. Para Engels, el
centralismo no excluye, ni mucho menos, esa amplia autonomía local que, en la
defensa voluntaria de la unidad del Estado por las "comunas" y las regiones,
elimina en absoluto todo burocratismo y toda manía de "ordenar" desde arriba.
"Así, pues, República unitaria -- escribe Engels, desarrollando las ideas
programáticas del marxismo sobre el Estado --, pero no en el sentido de la
República francesa actual, que no es más que el imperio sin emperador fundado
en 1798. De 1792 a 1798, todo departamento francés, toda comuna [Gemeinde ]
poseía completa autonomía, según el modelo norteamericano, y eso es lo que
debemos tener también nosotros. Norteamérica y la primera República francesa
nos demostraron, y hoy Canadá, Australia y otras colonias inglesas nos lo
demuestran aún, cómo hay que organizar la autonomía y cómo se puede prescindir
de la burocracia.
Y esta autonomía provincial y municipal es mucho más libre que, por
ejemplo, el federalismo suizo, donde el cantón goza, ciertamente, de gran
independencia respecto
a la federación [es decir, respecto al Estado federativo en conjunto], pero
también respecto al distrito y al municipio. Los gobiernos cantonales nombran
jefes de policía de distrito y prefectos, cosa absolutamente desconocida en
los países de habla inglesa y a lo que en el futuro también nosotros debemos
oponernos decididamente, así como a los consejeros provinciales y
gubernamentales prusianos" [los comisarios, los jefes de policía, los
gobernadores, y en general, todos los funcionarios nombrados desde arriba].
De acuerdo con esto, Engels propone que el punto del programa sobre la
autonomía se formule del modo siguiente:
"Completa autonomía para la provincia, distrito y municipio con
funcionarios elegidos por sufragio universal. Supresión de todas las
autoridades locales y provinciales nombradas por el Estado".
En "Pravda", suspendida por el gobierno de Kerenski y otros ministros
"socialistas" (núm. 68, del 28 de mayo de 1917)[7], hube de señalar ya cómo,
en este punto -- bien entendido que no es, ni mucho menos, solamente en éste
--, nuestros representantes seudosocialistas de una seudodemocracia
seudorrevolucionaria se han desviado escandalosamente del democratismo. Se
comprende que hombres que se han vinculado por una "coalición" a la burguesía
imperialista hayan permanecido sordos a estas indicaciones.
Es sobremanera importante señalar que Engels, con hechos a la vista,
basándose en los ejemplos más precisos, refuta el prejuicio
extraordinariamente extendido, sobre todo en la democracia pequeñoburguesa, de
que la República federativa implica incuestionablemente mayor libertad que la
República
centralista. Esto es falso. Los hechos citados por Engels con referencia a la
República centralista francesa de 1792 a 1798 y a la República federativa
suiza desmienten este prejuicio. La República centralista realmente
democrática dio mayor libertad que la República federativa. O dicho en otros
términos: la mayor libertad local, provincial, etc., que se conoce en la
historia la ha dado la República centralista y no la República federativa.
Nuestra propaganda y agitación de partido no ha consagrado ni consagra
suficiente atención a este hecho, ni en general a toda la cuestión de la
República federativa y centralista y a la de la autonomía local.
5. PROLOGO DE 1891 A "LA GUERRA CIVIL" DE MARX
En el prólogo a la tercera edición de "La guerra civil en Francia" -- este
prólogo lleva la fecha de 18 de marzo de 1891 y fue publicado por vez primera
en la revista "Neue Zeit" --, Engels, a la par que hace de paso algunas
interesantes observaciones acerca de cuestiones relacionadas con la actitud
hacia el Estado, traza, con notable relieve, un resumen de las enseñanzas de
la Comuna[8]. Este resumen, enriquecido por toda la experiencia del período de
veinte años que separaba a su autor de la Comuna y dirigido especialmente
contra la "fe supersticiosa en el Estado", tan difundida en Alemania, puede
ser llamado con justicia la última palabra del marxismo respecto a la cuestión
que estamos examinando.
"En Francia -- señala Engels --, los obreros, después de cada revolución,
estaban armados"; "por eso el desarme de los obreros era el primer mandamiento
de los burgueses
que se hallaban al frente del Estado. De aquí el que, después de cada
revolución ganada por los obreros, se llevara a cabo una nueva lucha que
acababa con la derrota de estos. . ."
El balance de la experiencia de las revoluciones burgucsas es tan corto
como expresivo. El quid de la cuestión entre otras cosas también en lo que
afecta a la cuestión del Estado (¿t i e n e l a c l a s e o p r i m i d a
a r m a s? ), aparece enfocado aquí de un modo admirable. Este quid de la
cuestión es precisamente el que eluden con mayor frecuencia lo mismo los
profesores influidos por la ideología burguesa que los demócratas
pequeñoburgueses. En la revolución rusa de 1917, correspondió al "menchevique"
y "también marxista" Tsereteli el honor (un honor a lo Cavaignac) de descubrir
este secreto de las revoluciones burguesas. En su discurso "histórico" del 11
de junio, a Tsereteli se le escapó el secreto de la decisión de la burguesia
de desarmar a los obreros de Petrogrado, presentando, naturalmente, esta
decisión ¡como suya y como necesidad "del Estado" en general!
El histórico discurso de Tsereteli del 11 de junio será, naturalmente,
para todo historiador de la revolución de 1917, una de las pruebas más
palpables de cómo el bloque de socialrevolucionarios y mencheviques,
acaudillado por el señor Tsereteli, se pasó al lado de la burguesia contra el
proletariado revolucionario.
Otra de las observaciones incidentales de Engels, relacionada también con
la cuestión del Estado, se refiere a la religión. Es sabido que la
socialdemocracia alemana, a medida que se hundia en la charca, haciéndose más
y más oportunista, derivaba cada vez con mayor frecuencia a una torcida
interpretación filistea de la célebre fórmula que
declara la religión "asunto de incumbencia privada". En efecto, esta fórmula
se interpretaba como si la cuestión de la religión fuese un asunto de
incumbencia privada ¡¡también para el Partido del proletariado
revolucionario!! Contra esta traición completa al programa revolucionario del
proletariado se levantó Engels, que en 1891 sólo podía observar los gérmenes
más tenues de oportunismo en su Partido, y que, por tanto, se expresaba con la
mayor cautela:
"Como los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excepción, obreros o
representantes reconocidos de Ios obreros, sus acuerdos se distinguían por un
carácter marcadamente proletario. Una parte de sus decretos eran reformas que
la burguesia republicana no se había atrevido a inplantar por vil cobardia y
que echaban los cimientos indispensables para la libre acción de la clase
obrera, como, por ejemplo, la implantación del principio de que, con respecto
al Estado, la religión es un asunto de incumbencia puramente privada; otros
iban encaminados a salvaguardar directamente los intereses de la clase obrera,
y en parte socavaban profundamente el viejo orden social. . ."
Engels subraya intencionadamente las palabras "con respecto al Estado",
asestando con ello un golpe certero al oportunismo alemán, que declaraba la
religión un asunto de incumbencia privada con respecto al Partido y con ello
rebajaba el Partido del proletariado revolucionario al nivel del más vulgar
filisteísmo "librepensador", dispuesto a tolerar el aconfesionalismo, pero que
renuncia a la tarea del Partido de luchar contra el opio religioso que
embrutece al pueblo.
El futuro historiador de la socialdemocracia alemana, al investigar las
raíces de su vergonzosa bancarrota en 1914,
encontrará no pocos materiales interesantes sobre esta cuestión, comenzando
por las evasivas declaraciones que se contienen en los artículos del jefe
ideológico del Partido, Kautsky, en las que se abre de par en par las puertas
al oportunismo, y acabando por la actitud del Partido ante el
"Los-von-der-Kirche-Bewegung" (movimiento en pro de la separación de los
particulares de la Iglesia), en 1913.
Pero volvamos a cómo Engels, veinte años después de la Comuna, resumió sus
enseñanzas para el proletariado militante.
He aquí las enseñanzas que Engels destaca en primer plano:
". . . Precisamente la fuerza opresora del antiguo gobierno centralista:
el ejército, la policía política y la burocracia, que Napoleón había creado en
1798 y que desde entonces había sido heredada por todos los nuevos gobiernos
como un instrumento grato, empleándolo contra sus enemigos; precisamente esta
fuerza debía ser derrumbada en toda Francia, como había sido derrumbada ya en
París.
La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera,
al llegar al Poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del
Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la
clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva
utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus
propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción
revocables en cualquier momento. . ."
Engels subraya una y otra vez que no sólo bajo la monarquía, sino también
bajo la República democrática, el Estado
sigue siendo Estado, es decir, conserva su rasgo caracteristico fundamental:
convertir a sus funcionarios, "servidores de la sociedad", órganos de ella, en
señores situados por encima de ella.
". . . Contra esta transformación del Estado y de los órganos del Estado
de servidores de la sociedad en señores situados por encima de la sociedad,
transformación inevitable en todos los Estados anteriores, empleó la Comuna
dos remedios infalibles. En primer lugar, cubrió todos los cargos
administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio
universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a
sus eiegidos. En segundo lugar, todos los funcionarios, altos y bajos, sólo
estaban retribuidos como los demás obreros. El sueldo máximo abonado por la
Comuna no excedía de 6.000 francos*. Con este sistema se ponía una barrera
eficaz al arribismo y la caza de cargos, y esto aun sin contar los mandatos
imperativos que introdujo la Comuna para los diputados a los organismos
representativos. . ."
Engels llega aquí a este interesante límite en que la democracia
consecuente se transforma, de una parte, en socialismo y, de otra parte,
reclama el socialismo, pues para destruir el Estado es necesario transformar
las funciones de la administración del Estado en operaciones de control y
registro tan sencillas, que sean accesibles a la inmensa mayoría de
* Lo que equivaíe nominalmente a unos 2.400 rublos y a unos 6.000 rublos
según el curso actual. Es completamente imperdonable la actitud de aquellos
bolcheviques que proponen, por ejemplo, retribuciones de 9.000 rublos en los
ayuntamientos urbanos, no proponiendo establecer una retribución máxima de
6.000 rublos (cantidad suficiente) para todo el Estado.
la población, primero, y a toda la población, sin distinción, después. Y la
supresión completa del arribismo exige que los cargos "honoríficos" del
Estado, aunque sean sin ingresos, n o puedan servir de trampolín para pasar a
puestos altamente retribuidos en los Bancos y en las sociedades anónimas, como
ocurre constantemente hoy hasta en los países capitalistas más libres.
Pero Engels no incurre en el error en que incurren, por ejemplo, algunos
marxistas en lo tocante a la cuestión del derecho de las naciones a la
autodeterminación, creyendo que bajo el capitalismo este derecho es imposible,
y, bajo el socialismo, superfluo. Semejante argumentación, que quiere pasar
por ingeniosa, pero que en realidad es falsa, podría repetirse a propósito de
cualquier institución democrática, y a propósito también de los sueldos
modestos de los funcionarios, pues un democratismo llevado hasta sus últimas
consecuencias es imposible bajo el capitalismo, y, bajo el socialismo, toda
democracia se extingue.
Esto es un sofisma parecido a aquel viejo chiste de si una persona
comienza a quedarse calva cuando se le cae un pelo.
El desarrollo de la democracia hasta sus últimas consecuencias, la
indagación de las formas de este desarrollo, su comprobación en la práctica,
etc.: todo esto forma parte integrante de las tareas de la lucha por la
revolución social. Por separado, ningún democratismo da como resultante el
socialismo, pero, en la práctica, el democratismo no se toma nunca "por
separado", sino que se toma siempre "en bloque", influyendo también sobre la
economía, acelerando su transformación y cayendo él mismo bajo la influencia
del desarrollo económico, etc. Tal es la dialéctica de la historia viva
Engels prosigue:
". . . En el capítulo tercero de 'La guerra civil' se describe con todo
detalle esta labor encaminada a hacer saltar [Sprengung ] el viejo Poder
estatal y sustituirlo por otro nuevo realmente democrático. Sin embargo, era
necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de esta
sustitución, por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el
Estado se ha trasplantado del campo filosófico a la conciencia general de la
burguesía e incluso a la de muchos obreros Según la concepción filosófica, el
Estado es la 'realización de la idea', o sea, traducido al lenguaje
filosófico, el reino de Dios sobre la tierra, el campo en que se hacen o deben
hacerse realidad la eterna verdad y la eterna justicia. De aquí nace una
veneración supersticiosa del Estado y de todo lo que con él se relaciona,
veneración supersticiosa que va arraigando en las conciencias con tanta mayor
facilidad cuanto que la gente se acostumbra ya desde la infancia a pensar que
los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden gestionarse ni
salvaguardarse de otro modo que como se ha venido haciendo hasta aquí, es
decir, por medio del Estado y de sus funcionarios retribuidos con buenos
puestos. Y se cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe
en la monarquía hereditaria y entusiasmarse por la República democrática. En
realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase
por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el
mejor de los casos, un mal que se transmite hereditariamente al proletariado
que haya triunfado en su lucha por la dominación de clase. El proletariado
victo-
rioso, lo mismo que lo hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar
inmediatamente los lados peores de este mal, entretanto que una generación
futula, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de
todo ese trasto viejo del Estado".
Engels prevenía a los alemanes para que, en caso de sustitución de la
monarquía por la República, no olvidasen los fundamentos del socialismo sobre
la cuestión del Estado en general. Hoy, sus advertencias parecen una lección
directa a los señores Tsereteli y Chernov, que en su práctica "coalicionista"
¡revelan una fe supersticiosa en el Estado y una veneración supersticiosa por
él!
Dos observaciones más. 1) Si Engels dice que bajo la República democrática
el Estado sigue siendo, "lo mismo" que bajo la monarquía, "una máquina para la
opresión de una clase por otra", esto no significa, en modo alguno, que la
forma de opresión sea indiferente para el proletariado, como "enseñan" algunos
anarquistas. Una forma de lucha de clases y de opresión de clase más amplia,
más libre, más abierta facilita en proporciones gigantescas la misión del
proletariado en la lucha por la destrucción de las clases en general.
2) La cuestión de por qué solamente una nueva generación estará en
condiciones de deshacerse en absoluto de todo este trasto viejo del Estado, es
una cuestión relacionada con la superación de la democracia, que pasamos a
examinar.
6. ENGELS, SOBRE LA SUPERACION DE LA DEMOCRACIA
Engels se expresó acerca de esto en relación con la cuestión de la
inexactitud científica de la denominación de "socialdemócrata".
En el prólogo a la edición de sus artkulos de la década de 1870 sobre
diversos temas, predominantemente de carácter "internacional" [Internationales
aus dem Volksstaat ][9], prólogo fechado el 3 de enero de 1894, es decir,
escrito año y medio antes de morir Engels, éste escribía que en todos los
artículos se emplea la palabra "comunista" y no la de "socialdemócrata", pues
por aquel entonces socialdemócratas se llamaban los proudhonistas en Francia y
los lassalleanos en Alemania.
". . . Para Marx y para mí -- prosigue Engels -- era, por tanto,
sencillamente imposible emplear, para denominar nuestro punto de vista
especial, una expresión tan elástica. En la actualidad, la cosa se presenta de
otro modo, y esta palabra ['socialdemócrata'] puede, tal vez, pasar [mag
passieren ], aunque sigue siendo inadecuada [unpassend ] para un partido cuyo
programa económico no es un simple programa socialista en general, sino un
programa directamente comunista, y cuya meta política final es la superación
total del Estado y, por consiguiente, también de la democracia. Pero los
nombres de los verdaderos [subrayado por Engels] partidos políticos nunca son
absolutamente adecuados; el partido se desarrolla y el nombre queda".
El dialéctico Engels, en el ocaso de su existencia, sigue siendo fiel a la
dialectica. Marx y yo -- nos dice -- teníamos un hermoso nombre, un nombre
científicamente exacto, para el partido, pero no teníamos un verdadero
partido, es decir, un Partido proletario de masas. Hoy (a fines del siglo
XIX), existe un verdadero partido, pero su nombre es científicamente inexacto.
No importa, "puede pasar": ¡lo importante es que el Partido se desarrolle, lo
que importa es que el
Partido no desconozca la inexactitud científica de su nombre y que éste no le
impida desarrollarse en la dirección certera!
Tal vez haya algún bromista que quiera consolarnos también a nosotros, los
bokheviques, a la manera de Engels: nosotros tenemos un verdadero partido, que
se desarrolla excelentemente; puede "pasar", por tanto, también una palabra
tan sin sentido, tan monstruosa, como la palabra "bolchevique", que no expresa
absolutamente nada, fuera de la circunstancia puramente accidental de que en
el Congreso de Bruselas-Londres de 1903 tuvimos nosotros la mayoría . . . Tal
vez hoy, en que las persecuciones de julio y de agosto contra nuestro Partido
por parte de los republicanos y de la filistea democracia "revolucionaria" han
rodeado la palabra "bolchevique" de honor ante todo el pueblo, y en que,
además, esas persecuciones han marcado un progreso tan enorme, un progreso
histórico de nuestro Partido en su desarrollo real, tal vez hoy, yo también
dudaría, en cuanto a mi propuesta de abril de cambiar el nombre de nuestro
Partido. Tal vez propondría a mis camaradas una "transacción": llamarnos
Partido Comunista y dejar entre paréntesis la palabra bolchevique. . .
Pero la cuestión del nombre del Partido es incomparablemente menos
importante que la cuestión de la posición del proletariado revolucionario con
respecto al Estado.
En las consideraciones corrientes acerca del Estado, se comete
constantemente el error contra el que precave aquí Engels y que nosotros hemos
señalado de paso en nuestra anterior exposición, a saber: se olvida
constantemente que la destrucción del Estado es también la destrucción de la
democracia, que la extinción del Estado implica la extinción de la democracia.
A primera vista, esta afirmacion parece extraordinariamente extraña e
incomprensible; tal vez en alguien surja incluso el temor de si esperamos el
advenimiento de una organización social en que no se acate el principio de la
subordinación de la minoría a la mayoría, ya que la democracia es,
precisamente, el reconocimiento de este principio.
No. La democracia n o es idéntica a la subordinación de la minoría a la
mayoría. Democracia es el Estado que reconoce la subordinación de la minoría a
la mayoría, es decir, una organización llamada a ejercer la violencia
sistemática de una clase contra otra, de una parte de la población contra
otra.
Nosotros nos proponemos como meta final la destrucción del Estado, es
decir, de toda violencia organizada y sistemática, de toda violencia contra
los hombres en general. No esperamos el advenimiento de un orden social en el
que no se acate el principio de la subordinación de la minoría a la mayoría.
Pero, aspirando al socialismo, estamos persuadidos de que éste se convertirá
gradualmente en comunismo, y en relación con esto desaparecerá toda necesidad
de violencia sobre los hombres en general, toda necesidad de subordinación de
unos hombres a otros, de una parte de la población a otra, pues los hombres se
habituarán a observar las reglas elementales de la convivencia social sin
violencia y sin subordinación.
Para subrayar este elemento del hábito es para lo que Engels habla de una
nueva generación que, "educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda
deshacerse de todo este trasto viejo del Estado", de todo Estado, inclusive el
Estado democrático-republicano.
Para explicar esto, es necesario analizar la cuestión de las bases
económicas de la extinción del Estado.
CAPITULO V
LAS BASES ECONOMICAS DE LA
EXTINCION DEL ESTADO
La explicación más detallada de esta cuestión nos la da Marx en su
"Crítica del Programa de Gotha" (carta a Bracke, de 5 de mayo de 1875, que no
fue publicada hasta 1891, en la revista "Neue Zeit", IX, 1, y de la que se
publicó en ruso una edición aparte). La parte polémica de esta notable obra,
consistente en la crítica del lassalleanismo, ha dejado en la sombra, por
decirlo así, su parte positiva, a saber: su análisis de la conexión existente
entre el desarrollo del comunismo y la extinción del Estado.
1. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTION POR MARX
Comparando superficialmente la carta de Marx a Bracke, de 5 de mayo de
1875, con la carta de Engels a Bebel, de 28 de marzo de 1875 examinada más
arriba, podría parecer que Marx es mucho más "partidario del Estado" que
Engels, y que entre las concepciones de ambos escritores acerca del Estado
media una diferencia muy considerable.
Engels aconseja a Bebel lanzar por la borda toda la charlatanería sobre el
Estado y borrar completamente del programa la palabra Estado, sustituyéndola
por la palabra "comunidad". Engels llega incluso a declarar que la Comuna no
era ya un Estado, en el sentido estricto de la palabra. En cambio, Marx habla
incluso del "Estado futuro de la sociedad comunista", es decir, reconoce, al
parecer, la necesidad del Estado hasta bajo el comunismo.
Pero semejante modo de concebir sería radicalmente falso. Examinándolo más
atentamente, vemos que las concepciones de Marx y Engels sobre el Estado y su
extinción coinciden en absoluto, y que la citada expresión de Marx se refiere
precisamente al Estado en extinción.
Es evidente que no puede hablarse de determinar el momento de la
"extinción" futura del Estado, tanto más cuanto que se trata, como es sabido,
de un proceso largo. La aparente diferencia entre Marx y Engels se explica por
la diferencia de los temas por ellos tratados, cle las tareas por ellos
perseguidas. Engels se proponía la tarea de mostrar a Bebel de un modo
palmario y tajante, a grandes rasgos, todo el absurdo de los prejuicios
corrientes (compartidos también, en grado considerable, por Lassalle) acerca
del Estado. Marx sólo toca de paso e s t a cuestión, interesándose por otro
tema: el desarrollo de la sociedad comunista.
Toda la teoría de Marx es la aplicación de la teoría del desarrollo -- en
su forma más consecuente, más completa, más profunda y más rica de contenido
-- al capitalismo moderno. Era natural que a Marx se le plantease, por tanto,
la cuestión de aplicar esta teoría también a la inminente bancarrota del
capitalismo y al desarrollo futuro del comunismo futuro.
Ahora bien, ¿a base de qué datos se puede plantear la cuestión del
desarrollo futuro del comunismo futuro?
A base del hecho de que el comunismo procede del capitalismo, se
desarrolla históricamente del capitalismo, es el resultado de la acción de una
fuerza social engendrada por el capitalismo. En Marx no encontramos ni rastro
de intento de construir utopías, de hacer conjeturas en el aire respecto a
cosas que no es posible conocer. Marx plantea la cuestión del comunismo como
el naturalista plantearía, por ejemplo,
la cuestión del desarrollo de una nueva especie biológica, sabiendo que ha
surgido de tal y tal modo y se modifica en tal y tal dirección determinada.
Marx descarta, ante todo, la confusión que el programa de Gotha siembra en
la cuestión de las relaciones entre el Estado y la sociedad.
"La sociedad actual -- escribe Marx -- es la sociedad capitalista, que
existe en todos los países civilizados, más o menos libre de aditamentos
medievales, más o menos modificada por las particularidades del desarrollo
histórico de cada país, más o menos desarrollada. Por el contrario, el 'Estado
actual' cambia con las fronteras de cada país. En el imperio prusiano-alemán
es completamente distinto que en Suiza, en Inglaterra es completamente
distinto que en los Estados Unidos. El 'Estado actual' es, por tanto, una
ficción.
Sin embargo, pese a su abigarrada diversidad de formas, los diversos
Estados de los diversos países civilizados tienen todos algo de común: que
reposan sobre el terreno de la sociedad burguesa moderna, más o menos
desarrollada en el sentido capitalista. Tienen, por tanto, ciertas
características esenciales comunes. En este sentido cabe hablar del 'Estado
actual' por oposición al del porvenir, en el que su raíz de hoy, la sociedad
burguesa, se extinguirá.
Y cabe la pregunta: ¿qué transformación sufrirá el Estado en la sociedad
comunista? Dicho en otros términos: ¿qué funciones sociales quedarán entonces
en pie, análogas a las funciones actuales del Estado? Esta pregunta sólo puede
contestarse científicamente, y por mucho que se combine la palabra 'pueblo'
con la palabra
'Estado', no nos acercaremos lo más mínimo a la solución del problema. . ."
Poniendo en ridículo, como vemos, toda la charlatanería sobre el "Estado
del pueblo", Marx traza el planteamiento del problema y en cierto modo nos
advierte que, para resolverlo científicamente, sólo se puede operar con datos
científicos sólidamente establecidos.
Y lo primero que ha sido establecido con absoluta precisión por toda la
teoría de la evolución y por toda la ciencia en general -- y lo que olvidaron
los utopistas y olvidan los oportunistas de hoy, que temen a la revolución
socialista -- es el hecho de que, históricamente, tiene que haber, sin ningún
género de duda, una fase especial o una etapa especial de transición del
capitalismo al comunismo.
2. LA TRANSICION DEL CAPITALISMO AL COMUNISMO
". . . Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista -- prosigue
Marx -- media el período de la transformación revolucionaria de la primera en
la segunda. A este período corresponde también un período político de
transición, y el Estado de este período no puede ser otro que la dictadura
revolucionaria del proletariado".
Esta conclusión de Marx se basa en el análisis del papel que el
proletariado desempeña en la sociedad capitalista actual, en los datos sobre
el desarrollo de esta sociedad y en el carácter irreconciliable de los
intereses antagónicos del proletariado y de la burguesía.
Antes, la cuestión planteábase así: para conseguir su liberación, el
proletariado debe derrocar a la burguesía, con-
quistar el Poder político e instaurar su dictadura revolucionaria.
Ahora, la cuestión se plantea de un modo algo distinto: la transición de
la sociedad capitalista, que se desenvuelve hacia el comunismo, a la sociedad
comunista, es imposible sin un "período político de transición", y el Estado
de este período no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del
proletariado.
Ahora bien, ¿cuál es la actitud de esta dictadura hacia la democracia?
Veíamos que el "Manifiesto Comunista" coloca sencillamente, a la par el
uno del otro, dos conceptos: el de la "transformación del proletariado en
clase dominante" y el de "la conquista de la democracia". Sobre la base de
todo lo arriba expuesto, se puede determinar con más precisión cómo se
transforma la democracia en la transición del capitalismo al comunismo.
En la sociedad capitalista, bajo las condiciones del desarrollo más
favorable de esta sociedad, tenemos en la República democrática un
democratismo más o menos completo. Pero este democratismo se halla siempre
comprimido dentro de los estrechos marcos de la explotación capitalista y es
siempre, en esencia, por esta razón, un democratismo para la minoría, sólo
para las clases poseedoras, sólo para los ricos. La libertad de la sociedad
capitalista sigue siendo, y es siempre, poco más o menos, lo que era la
libertad en las antiguas repúblicas de Grecia: libertad para los esclavistas.
En virtud de las condiciones de la explotación capitalista, los esclavos
asalariados modernos viven tan agobiados por la penuria y la miseria, que "no
están para democracias", "no están para política", y en el curso corriente y
pacífico de los acontecimientos, la mayoría
de la población queda al margen de toda participación en la vida
político-social.
Alemania es tal vez el país que confirma con mayor evidencia la exactitud
de esta afirmación, precisamente porque en dicho Estado la legalidad
constitucional se mantuvo durante un tiempo asombrosamente largo y
persistente, casi medio siglo (1871-1914), y durante este tiempo la
socialdemocracia supo hacer muchísimo más que en los otros países para
"utilizar la legalidad" y organizar en partido político a una parte más
considerable de los obreros que en ningún otro país del mundo.
Pues bien, ¿a cuánto asciende esta parte de los esclavos asalariados
políticamente conscientes y activos, con ser la más elevada de cuantas
encontramos en la sociedad capitalista? ¡De 15 millones de obreros
asalariados, el partido socialdemócrata cuenta con un millón de miembros! ¡De
15 millones de obreros, hay tres millones sindicalmente organizados!
Democracia para una minoría insignificante, democracia para los ricos: he
ahí el democratismo de la sociedad capitalista. Si nos fijamos más de cerca en
el mecanismo de la democracia capitalista, veremos siempre y en todas partes,
hasta en los "pequeños", en los aparentemente pequeños, detalles del derecho
de sufragio (requisito de residencia, exclusión de la mujer, etc.), en la
técnica de las instituciones representativas, en los obstáculos reales que se
oponen al derecho de reunión (¡los edificios públicos no son para los "de
abajo"!), en la organización puramente capitalista de la prensa diaria, etc.,
etc., en todas partes veremos restricción tras restricción puesta al
democratismo. Estas restricciones, excepciones, exclusiones y trabas para los
pobres parecen insignificantes sobre todo para el que jamás ha sufrido la
penuria ni se ha puesto en contacto con las clases oprimidas en
su vida de masas (que es lo que les ocurre a las nueve décimas partes, si no
al noventa y nueve por ciento de los publicistas y políticos burgueses), pero
en conjunto estas restricciones excluyen, eliminan a los pobres de la
política, de su participación activa en la democracia.
Marx puso de relieve magníficamente esta e s e n c i a de la democracia
capitalista, al decir, en su análisis de la experiencia de la Comuna, que a
los oprimidos se les autoriza para decidir una vez cada varios años ¡qué
miembros de la clase opresora han de representarlos y aplastarlos en el
parlamento!
Pero, partiendo de esta democracia capitalista -- inevitablemente
estrecha, que repudia por debajo de cuerda a los pobres y que es, por tanto,
una democracia profundamente hipócrita y mentirosa -- el desarrollo
progresivo, no discurre de un modo sencillo, directo y tranquilo "hacia una
democracia cada vez mayor", como quieren hacernos creer los profesores
liberales y los oportunistas pequeñoburgueses. No, el desarrollo progresivo,
es decir, el desarrollo hacia el comunismo pasa a través de la dictadura del
proletariado, y no puede ser de otro modo, porque el proletariado es el único
que puede, y sólo por este camino, romper la resistencia de los explotadores
capitalistas.
Pero la dictadura del proletariado, es decir, la organización de la
vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores,
no puede conducir tan sólo a la simple ampliación de la democracia. A la par
con la enorme ampliación del democratismo, que p o r v e z p r i m e r a se
convierte en un democratismo para los pobres, en un democratismo para el
pueblo, y no en un democratismo para los ricos, la dictadura del proletariado
implica una serie de restricciones puestas a la libertad de los opresores, de
los
explotadores, de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos, para liberar a la
humanidad de la esclavitud asalariada, hay que vencer por la fuerza su
resistencia, y es evidente que allí donde hay represión, donde hay violencia
no hay libertad ni hay democracia.
Engels expresaba magníficamente esto en la carta a Bebel, al decir, como
recordará el lector, que "mientras el proletariado necesite todavía del
Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus
adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal
dejará de existir".
Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la
fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los explotadores, para los
opresores del pueblo: he ahí la modificación que sufrirá la democracia en la
transición del capitalismo al comunismo.
Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definitivamente la
resistencia de los capitalistas, cuando hayan desaparecido los capitalistas,
cuando no haya clases (es decir, cuando no haya diferencias entre los miembros
de la sociedad por su relación hacia los medios sociales de producción), sólo
entonces "desaparecerá el Estado y podrá hablarse de libertad ". Sólo entonces
será posible y se hará realidad una democracia verdaderamente completa, una
democracia que verdaderamente no implique ninguna restricción. Y sólo entonces
la democracia comenzará a extinguirse, por la sencilla razón de que los
hombres, liberados de la esclavitud capitalista, de los innumerables horrores,
bestialidades, absurdos y vilezas de la explotación capitalista, s e h a b i
t u a r á n poco a poco a la observación de las reglas elementales de
convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles
de años en todos los preceptos, a
observarlas sin violencia, sin coacción, sin subordinación, s i n e s e a p
a r a t o e s p e c i a l de coacción que se llama Estado.
La expresión "el Estado se extingue" está muy bien elegida, pues señala el
carácter gradual del proceso y su espontaneidad. Sólo la fuerza de la
costumbre puede ejercer y ejercerá indudablemente esa influencia, pues en
torno a nosotros observamos millones de veces con qué facilidad se habitúan
los hombres a guardar las reglas de convivencia necesarias si no hay
explotación, si no hay nada que indigne a los hombres y provoque protestas y
sublevaciones, creando la necesidad de la represión.
Por tanto, en la sociedad capitalista tenemos una democracia amputada,
mezquina, falsa, una democracia solamente para los ricos, para la minoría. La
dictadura del proletariado, el período de transición hacia el comunismo,
aportará por primera vez la democracia para el pueblo, para la mayoría, a la
par con la necesaria represión de la minoría, de los explotadores. Sólo el
comunismo puede aportar una democracia verdaderamente completa, y cuanto más
completa sea, antes dejará de ser necesaria y se extinguirá por sí misma.
Dicho en otros términos: bajo el capitalismo, tenemos un Estado en el
sentido estricto de la palabra, una máquina especial para la represión de una
clase por otra, y, además, de la mayoría por la minoría. Se comprende que para
que pueda prosperar una empresa como la represión sistemática de la mayoría de
los explotados por una minoría de explotadores, haga falta una crueldad
extraordinaria, una represión bestial, hagan falta mares de sangre, a través
de los cuales marcha precisamente la humanidad en estado de esclavitud, de
servidumbre, de trabajo asalariado.
Ahora bien, en la transición del capitalismo al comunismo, la represión es
todavía necesaria, pero ya es la represión de una minoría de explotadores por
la mayoría de los explotados. Es necesario todavía un aparato especial, una
máquina especial para la represión, el "Estado", pero éste es ya un Estado de
transición, no es ya un Estado en el sentido estricto de la palabra, pues la
represión de una minoría de explotadores por la mayoría de los esclavos
asalariados de ayer es algo tan relativamente fácil, sencillo y natural, que
costará muchísima menos sangre que la represión de las sublevaciones de los
esclavos, de los siervos y de los obreros asalariacdos, que costará mucho
menos a la humanidad. Y este Estado es compatible con la extensión de la
democracia a una mayoría tan aplastante de la población, que la necesidad de
una máquina especial para la represión comienza a desaparecer. Como es
natural, los explotadores no pueden reprimir al pueblo sin una máquina
complicadísima que les permita cumplir este cometido, pero el pueblo puede
reprimir a los explotadores con una "máquina" muy sencilla, casi sin
"máquina", sin aparato especial, por la simple organización de las masas
armadas (como los Soviets de Diputados Obreros y Soldados, digamos,
adelantándonos un poco).
Finalmente, sólo el comunismo suprime en absoluto la necesidad del Estado,
pues bajo el comunismo no hay nadie a quien reprimir, "nadie" en el sentido de
clase, en el sentido de una lucha sistemática contra determinada parte de la
población. Nosotros no somos utopistas y no negamos, en modo alguno, que es
posible e inevitable que algunos individuos cometan excesos, como tampoco
negamos la necesidad de reprimir tales excesos. Poro, en primer lugar, para
esto no hace falta una máquina especial, un aparato especial de represión,
esto lo hará el mismo pueblo armado, con la misma
sencillez y facilidad con que un grupo cualquiera de personas civilizadas,
incluso en la sociedad actual, separa a los que se están peleando o impide que
se maltrate a una mujer. Y, en segundo lugar, sabemos que la causa social más
importante de los excesos, consistentes en la infracción de las reglas de
convivencia, es la explotación de las masas, la penuria y la miseria de éstas.
Al suprimirse esta causa fundamental, los excesos comenzarán inevitablemente a
"extinguirse ". No sabemos con qué rapidez y gradación, pero sabemos que se
extinguirán. Y, con ellos, se extinguirá también el Estado.
Marx, sin dejarse llevar al terreno de las utopías, determinó en detalle
lo que es posible determinar ahora respecto a este porvenir, a saber: la
diferencia entre las fases (grados o etapas) inferior y superior de la
sociedad comunista.
3. PRIMERA FASE DE LA SOCIEDAD COMUNISTA
En la "Crítica del Programa de Gotha", Marx refuta minuciosamente la idea
lassalleana de que, bajo el socialismo, el obrero recibirá el "producto
íntegro o completo del trabajo". Marx demuestra que de todo el trabajo social
de toda la sociedad habrá que descontar un fondo de reserva, otro fondo para
ampliar la producción, para reponer las máquinas "gastadas", etc., y, además,
de los artículos de consumo, un fondo para los gastos de administración,
escuelas, hospitales, asilos para ancianos, etc.
En vez de emplear la frase nebulosa, confusa y general de Lassalle ("dar
al obrero el producto íntegro del trabajo"), Marx establece un cálculo sobrio
de cómo precisamente la sociedad socialista se verá obligada a administrar.
Marx aborda el análisis concreto de las condiciones de vida de esta sociedad
en que no existirá el capitalismo, y dice:
"De lo que aquí [en el examen del programa del parti do obrero] se trata
no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base,
sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que,
por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el
moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña
procede".
Esta sociedad comunista, que acaba de salir de la entraña del capitalismo
al mundo de Dios y que lleva en todos sus aspectos el sello de la sociedad
antigua, es la que Marx llama "primera" fase o fase inferior de la sociedad
comunista.
Los medios de producción han dejado de ser ya propiedad privada de los
individuos. Los medios de producción pertenecen a toda la sociedad. Cada
miembro de la sociedad, al ejecutar una cierta parte del trabajo socialmente
necesario, obtiene de la sociedad un certificado acreditativo de haber
realizado tal o cual cantidad de trabajo. Por este certificado recibe de los
almacenes sociales de artículos de consumo la cantidad correspondiente de
productos. Deducida la cantidad de trabajo que pasa al fondo social, cada
obrero, por tanto, recibe de la sociedad lo que entrega a ésta.
Reina, al parecer, la "igualdad".
Pero cuando Lassalle, refiriéndose a este orden social (al que se suele
dar el nombre de socialismo, pero que Marx denomina la primera fase del
comunismo), dice que esto es una "distribución justa", que es "el derecho
igual de cada uno al producto igual del trabajo", Lassalle se equivoca, y Marx
pone al descubierto su error.
"Aquí -- dice Marx -- tenemos realmente un 'derecho igual', pero esto es t
o d a v í a 'un derecho burgués', que, como todo derecho, p r e s u p o n e
l a d e s i g u a l d a d.
Todo derecho significa la aplicación de un rasero i g u a l a hombres d i s t
i n t o s, a hombres que en realidad no son idénticos, no son iguales entre
sí; por tanto, el 'derecho igual' es una infracción de la igualdad y una
injusticia". En efecto, cada cual obtiene, si ejecuta una parte de trabajo
social igual que el otro, la misma parte de producción social (después de
hechas las deducciones indicadas).
Sin embargo, los hombres no son todos iguales, unos son más fuertes y
otros más débiles, unos son casados y otros solteros, unos tienen máís hijos
que otros, etc.
". . . A igual trabajo -- concluye Marx -- y, por consiguiente, a igual
participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que
otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos estos
inconvenientes, el derecho tendria que ser no igual, sino desigual. . ."
Consiguientemente, la primera fase del comunismo no puede proporcionar
todavia justicia ni igualdad: subsisten las diferencias de riqueza,
diferencias injustas; pero no será posible ya la explotación del hombre por el
hombre, puesto que no será posible apoderarse, a título de propiedad privada,
de los medios de producción, de las fábricas, las máquinas, la tierra, etc.
Pulverizando la frase confusa y pequeñoburguesa de Lassalle sobre la
"igualdad" y la "justicia" en general, Marx muestra el curso de desarrollo de
la sociedad comunista, que en sus comienzos se verá obligada a destruir
solamente aquella "injusticia" que consiste en que los medios de producción
sean usurpados por individuos aislados, pero que no estará en condiciones de
destruir de golpe también la otra injusticia, consistente en la distribución
de los artículos de consumo "según el trabajo" (y no según las necesidades),
Los economistas vulgares, incluyendo entre ellos a los profesores
burgueses, entre los que se cuenta también "nuestro" Tugán[10], reprochan
constantemente a los socialistas el olvidarse de la desigualdad de los hombres
y el "soñar" con destruir esta desigualdad. Este reproche sólo demuestra, como
vemos, la extrema ignorancia de los señores ideólogos burgueses.
Marx no solo tiene en cuenta del modo más preciso la inevitable
desigualdad de los hombres, sino que tiene también en cuenta que el solo paso
de los medios de producción a propiedad común de toda la sociedad (el
"socialismo", en el sentido corriente de la palabra) n o s u p r i m e los
defectos de la distribución y la desigualdad del "derecho burgués", el cual
sigue imperando, por cuanto los productos son distribuidos "según el trabajo".
". . . Pero estos defectos -- prosigue Marx -- son inevitables en la
primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad
capitalista, tras largos dolores para su alumbramiento. El derecho no puede
ser nunca superior a la estructura económica y al desarrollo cultural de la
sociedad por ella condicionado. . ."
Asi, pues, en la primera fase de la sociedad comunista (a la que suele
darse el nombre de socialismo) el "derecho burgués" n o se suprime
completamente, sino sólo parcialmente, sólo en la medida de la transformación
económica ya alcanzada, es decir, sólo en lo que se refiere a los medios de
producción. El "derecho burgués" reconoce la propiedad privada de los
individuos sobre los medios de producción. El socialismo los convierte en
propiedad común. En este sen-
tido -- y sólo en este sentido -- desaparece el "derecho burgués".
Sin embargo, este derecho persiste en otro de sus aspectos, persiste como
regulador de la distribución de los productos y de la distribución del trabajo
entre los miembros de la sociedad. "El que no trabaja, no come": este
principio socialista es ya una realidad; "a igual cantidad de trabajo, igual
cantidad de productos": también es ya una realidad este principio socialista.
Sin embargo, esto no es todavía el comunismo, ni suprime todavía el "derecho
burgués", que da una cantidad igual de productos a hombres que no son iguales
y por una cantidad desigual (desigual de hecho) de trabajo.
Esto es un "defecto", dice Marx, pero un defecto inevitable en la primera
fase del comunismo, pues, sin caer en utopismo, no se puede pensar que, al
derrocar el capitalismo, los hombres aprenderán a trabajar inmediatamente para
la sociedad sin sujeción a ninguna norma de derecho ; además, la abolición del
capitalismo no sienta de repente tampoco las premisas económicas para este
cambio.
Otras normas, fuera de las del "derecho burgués", no existen. Y, por
tanto, persiste todavía la necesidad del Estado, que, velando por la propiedad
común sobre los medios de producción, vele por la igualdad del trabajo y por
la igualdad en la distribución de los productos.
El Estado se extingue en tanto que ya no hay capitalistas, que ya no hay
clases y que, por lo mismo, no cabe reprimir a ninguna clase.
Pero el Estado no se ha extinguido todavía del todo, pues persiste aún la
protección del "derecho burgués", que sanciona la desigualdad de hecho. Para
que el Estado se extinga completamente, hace falta el comunismo completo.
4. LA FASE SUPERIOR DE LA SOCIEDAD COMUNISTA
Marx prosigue:
". . . En la fase superior de la sociedad comunista cuando haya
desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división
del trabajo, y con ella, por tanto, el contraste entre el trabajo intelectual
y el trabajo manual, cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino
la primera necesidad de la vida; cuando, con el desarrollo múltiple de los
individuos, crezcan también las fuerzas productivas y fluyan con todo su
caudal los manantiales de la riqueza colectiva; sólo entonces podrá rebasarse
totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá
escribir en sus banderas 'de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según
sus necesidades'".
Sólo ahora podemos apreciar toda la justeza de la observación de Engels,
cuando se burlaba implacablemente de la absurda asociación de las palabras
"libertad" y "Estado". Mientras existe el Estado, no existe libertad. Cuando
haya libertad, no habrá Estado.
La base económica para la extinción completa del Estado es ese elevado
desarrollo del comunismo en que desaparecerá el contraste entre el trabajo
intelectual y el trabajo manual, desapareciendo, por consiguiente, una de las
fuentes más importantes de la desigualdad social moderna, fuente de
desigualdad que no se puede suprimir en modo alguno, de repente, por el solo
paso de los medios de producción a propiedad social, por la sola expropiación
de los capitalistas.
Esta expropiación dará la posibilidad de desarrollar en proporciones
gigantescas las fuerzas productivas. Y, viendo
cómo ya hoy el capitalismo entorpece increíblemente este desarrollo y cuánto
podríamos avanzar a base de la técnica actual, ya lograda, tenemos derecho a
decir, con la más absoluta convicción, que la expropiación de los capitalistas
imprimirá inevitablemente un desarrollo gigantesco a las fuerzas productivas
de la sociedad humana. Lo que no sabemos ni podemos saber es la rapidez con
que avanzará este desarrollo, la rapidez con que discurrirá hasta romper con
la división del trabajo, hasta suprimir el contraste entre el trabajo
intelectual y el trabajo manual, hasta convertir el trabajo "en la primera
necesidad de la vida".
Por eso, tenemos derecho a hablar sólo de la extinción inevitable del
Estado, subrayando la prolongación de este proceso, su supeditación a la
rapidez con que se desarrolle la fase superior del comunismo, y dejando
completamente en pie la cuestión de los plazos o de las formas concretas de la
extinción, pues no tenemos datos para poder resolver estas cuestiones.
El Estado podrá extinguirse por completo cuando la sociedad ponga en
práctica la regla: "de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según sus
necesidades"; es decir, cuando los hombres estén ya tan habituados a guardar
las reglas fundamentales de la convivencia y cuando su trabajo sea tan
productivo, que trabajen voluntariamente según sus capacidades. El "estrecho
horizonte del derecho burgués", que obliga a calcular, con el rigor de un
Shylock, para no trabajar ni media hora más que otro y para no percibir menos
salario que otro, este estrecho horizonte quedará entonces rebasado. La
distribución de los productos no obligará a la sociedad a regular la cantidad
de los artículos que cada cual reciba; todo hombre podrá tomar libremente lo
que cumpla a "sus necesidades".
Desde el punto de vista burgués, es fácil presentar como una "pura utopía"
semejante régimen social y burlarse diciendo que los socialistas prometen a
todos el derecho a obtener de la sociedad, sin el menor control del trabajo
rendido por cada ciudadano, la cantidad que deseen de trufas de automóviles,
de pianos, etc. Con estas burlas siguen contentándose todavía hoy la mayoría
de los "sabios" burgueses, que sólo demuestran con ello su ignorancia y su
defensa interesada del capitalismo.
Su ignorancia, pues a ningún socialista se le ha pasado por las mientes
"prometer" la llegada de la fase superior de desarrollo del comunismo, y el
pronóstico de los grandes socialistas de que esta fase ha de advenir,
presupone una productividad del trabajo que no es la actual y hombres que no
sean los actuales filisteos, capaces de dilapidar "a tontas y a locas" la
riqueza social y de pedir lo imposible, como los seminaristas de Pomialovski.
Mientras llega la fase "superior" del comunismo, los socialistas exigen el
más riguroso control por parte de la sociedad y por parte del Estado sobre la
medida de trabajo y la medida de consumo, pero este control sólo debe comenzar
con la expropiación de los capitalistas, con el control de los obreros sobre
los capitalistas, y no debe llevarse a cabo por un Estado de burócratas, sino
por el Estado de los obreros armados.
La defensa interesada del capitalismo por los ideólogos burgueses (y sus
acólitos por el estilo de señores como los Tsereteli, los Chernov y Cía.)
consiste precisamente en suplantar por discusiones y charlas sobre un remoto
porvenir la cuestión más candente y más actual de la política de hoy : la
expropiación de los capitalistas, la transformación de todos los ciudadanos en
trabajadores y empleados de un gran "con-
sorcio" único, a saber, de todo el Estado, y la subordinación completa de todo
el trabajo de todo este consorcio a un Estado realmente democrático, el Estado
de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados.
En el fondo, cuando los sabios profesores, y tras ellos los filisteos, y
tras ellos señores como los Tsereteli y los Chernov, hablan de utopías
descabelladas, de las promesas demagógicas de los bokheviques, de la
imposibilidad de "implantar" el socialismo, se refieren precisamente a la
etapa o fase superior del comunismo, que no sólo no ha prometido nadie, sino
que nadie ha pensado en "implantar", pues, en general, no se puede
"implantar".
Y aquí llegamos a la cuestión de la diferencia científica existente entre
el socialismo y el comunismo, cuestión a la que Engels aludió en el pasaje
citado más arriba sobre la inexactitud de la denominación de
"socialdemócrata". Políticamente, la diferencia entre la primera fase o fase
inferior y la fase superior del comunismo llegará a ser, con el tiempo,
probablemente enorme; pero hoy, bajo el capitalismo, sería ridículo hacer
resaltar esta diferencia, que sólo tal vez algunos anarquistas pueden destacar
en primer plano (si es que entre los anarquistas quedan todavía hombres que no
han aprendido nada después de la conversión "plejanovista" de los Kropotkin,
los Grave, los Cornelissen y otras "lumbreras" del anarquismo en
socialchovinistas o en anarquistas de trincheras, como los ha calificado Gue,
uno de los pocos anarquistas que no han perdido el honor y la conciencia).
Pero la diferencia científica entre el socialismo y el comunismo es clara.
A lo que se acostumbra a denominar socialismo, Marx lo llamaba la "primera"
fase o la fase inferior de la sociedad comunista. En tanto que los medios de
produción se convierten en propiedad común, puede
emplearse la palabra "comunismo", siempre y cuando que no se pierda de vista
que éste no es el comunismo completo. La gran significación de la explicación
de Marx está en que también aquí aplica consecuentemente la dialéctica
materialista, la teoría del desarrollo, considerando el comunismo como algo
que se desarrolla del capitalismo. En vez de definiciones escolásticas y
artificiales, "imaginadas", y de disputas estériles sobre palabras (qué es el
socialismo, que es el comunismo), Marx traza un análisis de lo que podríamos
llamar las fases de madurez económica del comunismo.
En su primera fase, en su primer grado, el comunismo no puede presentar
todavía una madurez económica completa, no puede aparecer todavía
completamente libre de las tradiciones o de las huellas del capitalismo. De
aquí un fenómeno tan interesante como la subsistencia del "estrecho horizonte
del derecho burgués " bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho
burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone
también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el derecho
no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas de aquel.
De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un
cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado
burgués, sin burguesía!
Esto podrá parecer una paradoja o un simple juego dialéctico de la
inteligencia, que es de lo que acusan frecuentemente a los marxistas gentes
que no se han impuesto ni el menor esfuerzo para estudiar el contenido
extraordinariamente profundo del marxismo.
En realidad, la vida nos muestra a cada paso los vestigios de lo viejo en
lo nuevo, tanto en la naturaleza como en la sociedad. Y Marx no trasplantó
caprichosamente al comunismo
un trocito de "derecho burgués", sino que tomó lo que es económica y
políticamente inevitable en una sociedad que brota de la entraña del
capitalismo.
La democracia tiene una enorme importancia en la lucha de la clase obrera
contra los capitalistas por su liberación. Pero la democracia no es, en modo
alguno, un límite insuperable, sino solamente una de las etapas en el camino
del feudalismo al capitalismo y del capitalismo al comunismo.
Democracia significa igualdad. Se comprende la gran importancia que
encierra la lucha del proletariado por la igualdad y la consigna de la
igualdad, si ésta se interpreta exactamente, en el sentido de destrucción de
las clases. Pero democracia significa solamente igualdad formal. E
inmediatamente después de realizada la igualdad de todos los miembros de la
sociedad con respecto a la posesión de los medios de producción, es decir, la
igualdad de trabajo y la igualdad de salario, surgirá inevitablemente ante la
humanidad la cuestión de seguir adelante, de pasar de la igualdad formal a la
igualdad de hecho, es decir, a la aplicación de la regla: "de cada uno, según
su capacidad; a cada uno, según sus necesidades". A través de qué etapas, por
medio de qué medidas prácticas llegará la humanidad a este elevado objetivo,
es cosa que no sabemos ni podemos saber. Pero lo importante es comprender
claramente cuán infinitamente mentirosa es la idea burguesa corriente que
presenta al socialismo como algo muerto, rígido e inmutable, cuando en
realidad solamente con el socialismo comienza un movimiento rápido y auténtico
de progreso en todos los aspectos de la vida social e individual, un
movimiento verdaderamente de masas en el que toma parte, primero, la mayoría
de la población, y luego la población entera.
La democracia es una forma de Estado, una de las variedades del Estado. Y,
consiguientemente, representa, como todo Estado, la aplicación organizada y
sistemática de la violencia sobre los hombres. Esto, de una parte. Pero, de
otra, la democracia significa el reconocimiento formal de la igualdad entre
los ciudadanos, el derecho igual de todos a determinar el régimen del Estado y
a gobernar el Estado. Y esto, a su vez, se halla relacionado con que, al
llegar a un cierto grado de desarrollo de la democracia, ésta, en primer
lugar, cohesiona al proletariado, la clase revolucionaria frente al
capitalismo, y le da la posibilidad de destruir, de hacer añicos, de barrer de
la faz de la tierra la máquina del Estado burgués, incluso la del Estado
burgués republicano, el ejército permanente, la policía, la burocracia, y de
sustituirla por una máquina más democrática, pero todavía estatal, bajo la
forma de las masas obreras armadas, como paso hacia la participación de todo
el pueblo en las milicias.
Aquí "la cantidad se transforma en calidad": esta fase de democratismo se
sale ya del marco de la sociedad burguesa, es ya el comienzo de su
transformación socialista. Si todos intervienen realmente en la dirección del
Estado, el capitalismo no podrá ya sostenerse. Y, a su vez, el des arrollo del
capitalismo crea las premisas para que "todos" realmente puedan intervenir en
la dirección del Estado. Entre estas premisas se cuenta la instrucción
general, conseguida ya por una serie de países capitalistas más adelantados, y
además la "formación y la educación de la disciplina" de millones de obreros
por el grande y complejo aparato socializado del correo, de los ferrocarriles,
de las grandes fábricas, de las grandes empresas comerciales, de los bancos,
etc., etc.
Existiendo estas premisas económicas, es perfectamente posible pasar
inmediatamente, de la noche a la mañana, después de derrocar a los
capitalistas y a los burócratas, a sustituirlos en la obra del control sobre
la producción y la distribución, en la obra del registro del trabajo y de los
productos por los obreros armacdos, por todo el pueblo armado. (No hay que
confundir la cuestión del control y del registro con la cuestión del personal
cientifico de ingenieros, agrónomos, etc.: estos señores trabajan hoy
subordinados a los capitalistas y trabajarán todavia mejor mañana,
subordinados a los obreros armados.)
Registro y control: he aqui lo principal, lo que hace falta para "poner en
marcha" y para que funcione bien la primera fase de la sociedad comunista.
Aqui, todos los ciudadanos se convierten en empleados a sueldo del Estado, que
no es otra cosa que los obreros armados. Todos los ciudadanos pasan a ser
empleados y obreros de un solo "consorcio" de todo el pueblo, del Estado. De
lo que se trata es de que trabajen por igual, de que guarden bien la medida de
su trabajo y de que ganen igual salario. El capitalismo h a s i m p I i f i c
a d o extraordinariamente el registro de esto, el control sobre esto, lo ha
reducido a operaciones extremadamente simples de inspección y anotación,
accesibles a cualquiera que sepa leer y escribir y para las cuales basta con
conocer las cuatro reglas aritméticas y con extender los recibos
correspondientes*.
* Cuando el Estado queda reducido, en la parte más sustancial de sus
funciones, a este registro y a este control, realizados por los mismos
obreros, deja de ser un "Estado político", "las funciones públicas per derán
su carácter político y se coavertirán en funciones puramente ad ministrativas"
(véase más arriba cap. IV, 2, acerca de la polémica de Engels con los
anarquistas).
Cuando la mayoria del pueblo comience a llevar por su cuenta y en todas
partes este registro, este control sobre los capitalistas (que entonces se
convertirán en empleados) y sobre los señores intelectualillos que conservan
sus hábitos capitalistas, este control será realmente un control universal,
general, del pueblo entero, y nadie podrá rehuirlo, pues "no habrá escapatoria
posible".
Toda la sociedad será una sola oficina y una sola fábrica, con trabajo
igual y salario igual.
Pero esta disciplina "fabril", que el proletariado, después de triunfar
sobre los capitalistas y de derrocar a los explotadores, hará extensiva a toda
la sociedad, no es, en modo alguno, nuestro ideal, ni nuestra meta final, sino
sólo un escalón necesario para limpiar radicalmente la sociedacl de la bajeza
y de la infamia de la explotación capitalista y para seguir avanzando.
A partir del momento en que todos los miembros de la sociedad, o por lo
menos la inmensa mayoría de ellos, hayan aprendido a dirigir eUos mismos el
Estado, hayan tomado ellos mismos este asunto en sus manos, hayan "puesto en
marcha" el control sobre la minoría insignificante de capitalistas, sobre los
señoritos que quieran seguir conservando sus hábitos capitalistas y sobre
obreros profundamente corrompidos por el capitalismo, a partir de este momento
comenzará a desaparecer la necesidad de todo gobierno en general. Cuanto más
completa sea la democracia, más cercano estará el momento en que deje de ser
necesaria. Cuanto más democrático sea el "Estado" formado por obreros armados
y que "no será ya un Estado en el sentido estricto de la palabra", más
rápidamente comenzará a extinguirse todo Estado.
Pues cuando t o d o s hayan aprendido a dirigir y dirijan en realidad por
su cuenta la producción social, a llevar por su cuenta el registro y el
control de los haraganes, de los señoritos, de los gandules y de toda esta
ralea de "guardianes de las tradiciones del capitalismo", entonces el escapar
a este control y a este registro hecho por todo el pueblo será inevitablemente
algo tan inaudito y dificil, una excepción tan extraordinariamente rara,
provocará probablemente una sanción tan rápida y tan severa (pues los obreros
armados son hombres de realidades y no intelectualillos sentimentales, y será
muy difícil que dejen que nadie juegue con ellos), que la n e c e s i d a d
de observar las reglas nada complicadas y fundamentales de toda con vivencia
humana se convertira muy pronto en una c o s t u m b r e.
Y entonces quedarán abiertas de par en par las puertas para pasar de la
primera fase de la sociedad comunista a la fase superior y, a la vez, a la
extinción completa del Estado.
CAPITULO VI
EL ENVILECIMIENTO DEL MARXISMO
POR LOS OPORTUNISTAS
La cuestión de las relaciones entre el Estado y la revolución social y
entre ésta y el Estado, como en general la cuestión de la revolución, ha
preocupado muy poco a los más conocidos teóricos y publicistas de la II
Internacional (1889-1914). Pero lo más característico, en este proceso de
desarrollo gradual del oportunismo, que llevó a la
bancarrota de la II Internacional en 1914, es que incluso cuando abordaban de
lleno esta cuestión se esforzaban en eludirla o no la advertían.
En términos generales, puede decirse que de esta actitud evasiva ante la
cuestión de las relaciones entre la revolución proletaria y el Estado, actitud
evasiva favorable para el oportunismo y de la que se nutría éste, surgió la
tergiversación del marxismo y su completo envilecimiento.
Fijémonos, para caracterizar, aunque sea brevemente, este proceso
lamentable, en los teóricos más destacados del marxismo, en Plejánov y
Kautsky.
1. LA POLEMICA DE PLEJANOV CON LOS ANARQUISTAS
Plejánov consagró a la cuestión de las relaciones entre el anarquismo y el
socialismo un folleto especial, titulado "Anarquismo y socialismo", publicado
en alemán en 1894.
Plejánov se las ingenió para tratar este tema eludiendo en absoluto el
punto más actual y más candente, y el más esencial en el terreno político, de
la lucha contra el anarquismo: ¡precisamente las relaciones entre la
revolución y el Estado y la cuestión del Estado en general! En su folleto
descuellan dos partes. Una, histórico-literaria, con valiosos materiales
referentes a la historia de las ideas de Stirner, Proudhon, etc. Otra,
filistea, con torpes razonamientos en torno al tema de que un anarquista no se
distingue de un bandido.
La combinación de estos temas es en extremo curiosa y característica de
toda la actuación de Plejánov en vísperas de la revolución y en el transcurso
del período revolucionario en Rusia: en efecto, en los años de 1905 a 1917,
Ple-
janov se reveló como un semidoctrinario y un semifilisteo que en política
marchaba a la zaga de la burguesía.
Hemos visto cómo Marx y Engels, polemizando con los anarquistas, aclaraban
muy escrupulosamente sus puntos de vista acerca de la actitud de la revolución
hacia el Estado. Al editar en 1891 la "Crítica del Programa de Gotha", de
Marx, Engels escribió: "Nosotros [es decir, Engels y Marx] nos encontrábamos
entonces -- pasados apenas dos años desde el Congreso de La Haya de la
[Primera] Internacional[11] -- en pleno apogeo de la lucha contra Bakunin y
sus anarquistas".
En efecto, los anarquistas intentaban reivindicar como "suya", por decirlo
así, la Comuna de París, como una confirmación de su doctrina, sin comprender,
en absoluto, las enseñanzas de la Comuna y el análisis de estas enseñanzas
hecho por Marx. El anarquismo no ha aportado nada que se acerque siquiera a la
verdad en punto a estas cues tiones políticas concretas: ¿hay que destruir la
vieja má quina del Estado? ¿Y con qué sustituirla?
Pero hablar de "anarquismo y socialismo", eludiendo toda la cuestión
acerca del Estado, no advirtiendo todo el desarrollo del marxismo antes y
después de la Comuna, significaba inevitablemente deslizarse hacia el
oportunismo pues no hay nada, precisamente, que tanto interese al oportunismo
como el no plantear en modo alguno las dos cuestiones que acabamos de señalar.
Esto es ya una victoria del oportunismo.
2. LA POLEMICA DE KAUTSKY CON LOS OPORTUNISTAS
Al ruso se ha traducido, sin duda alguna, una cantidad incomparablemente
mayor de obras de Kautsky que a nin-
gún otro idioma. No en vano algunos socialdemócratas alemanes bromean diciendo
que a Kautsky se le lee más en Rusia que en Alemania. (Dicho sea entre
paréntesis: esta broma encierra un sentido histórico más profundo de lo que
sospechan sus autores. Los obreros rusos, que en 1905 sentían una apetencia
extraordinariamente grande, nunca vista, por las mejores obras de la mejor
literatura socialdemócrata del mundo, y a quienes se suministró una cantidad
jamás vista en otros países de traducciones y ediciones de estas obras,
trasplantaban, por decirlo así, con ritmo acelerado, al terreno joven de
nuestro movimiento proletario la formidable experiencia del país vecino, más
adelantado).
A Kautsky se le conoce especialmente entre nosotros, aparte de por su
exposición popular del marxismo, por su polémica contra los oportunistas, a la
cabeza de los cuales figuraba Bernstein. Lo que apenas se conoce es un hecho
que no puede silenciarse cuando se propone uno la tarea de investigar cómo
Kautsky ha caído en esa confusión y en esa defensa increíblemente vergonzosas
del sociakhovinismo durante la profundísima crisis de los años 1914-1915. Es,
precisamente, el hecho de que antes de enfrentarse contra los más destacados
representantes del oportunismo en Francia (Millerand y Jaurés) y en Alemania
(Bernstein), Kautsky dio pruebas de grandísimas vacilaciones. La revista
marxista "Sariá"[12], que se editó en Stuttgart en 1901-1902 y que defendía
las concepciones revolucionario-proletarias, viose obligada a polemizar con
Kautsky y a calificar de "elástica" la resolución presentada por él en el
Congreso socialista internacional de París en el año 1900[13], resolución
evasiva, que se quedaba a mitad de camino y adoptaba ante los oportunistas una
actitud conciliadora. Y en alemán han sido publicadas cartas de Kautsky que
revelan las vacilaciones
no menores que le asaltaron antes de lanzarse a la campana contra Bernstein.
Pero aun encierra una significación mucho mayor la circunstancia de que en
su misma polémica con los oportunistas, en su planteamiento de la cuestión y
en su modo de tratarla, advertimos hoy, cuando estudiamos la historia de la
más reciente traición contra el marxismo cometida por Kautsky, una propensión
sistemática al oportunismo en lo que toca precisamente a la cuestión del
Estado.
Tomemos la primera obra importante de Kautsky contra el oportunismo, su
libro "Bernstein y el programa socialdemócrata". Kautsky refuta con todo
detalle a Bernstein. Pero he aqui una cosa caracteristica. En sus
herostráticamente célebres "Premisas del socialismo", Bernstein acusa al
marxismo de "blanquismo " (acusación que desde entonces para acá han venido
repitiendo miles de veces los oportunistas y los burgueses liberales en Rusia
contra los representantes del marxismo revolucionario, los bolcheviques). Aqui
Bernstein se detiene especialmente en "La guerra civil en Francia", de Marx, e
intenta -- muy poco afortunadamente, como hemos visto -- identificar el punto
de vista de Marx sobre las enseñanzas de la Comuna con el punto de vista de
Proudhon. Bernstein consagra una atención especial a aquella conclusión de
Marx que éste subrayó en su prólogo de 1872 al "Manifiesto Comunista" y que
dice asi: "La clase obrera no puede limitarse a tomar simplemente posesión de
la máquina estatal existente y a ponerla en marcha para sus propios fines".
A Bernstein le "gustó" tanto esta sentencia, que la repitió nada menos que
tres veces en su libro, interpretándola en el sentido más tergiversado y
oportunista.
Marx quiere decir, como hemos visto, que la clase obrera debe destruir,
romper, hacer saltar (Sprengung : hacer estallar, es la expresión que emplea
Engels) toda la máquina del Estado. Pues bien: Bernstein presenta la cosa como
si Marx precaviese a la clase obrera, con estas palabras, contra el
revolucionarismo excesivo en la conquista del Poder.
No cabe imaginarse un falseamiento más grosero ni más escandaloso del
pensamiento de Marx.
Ahora bien, ¿qué hizo Kautsky en su minuciosa refutación de la
bernsteiniada?
Rehuyó el analizar en toda su profundidad la tergiversación del marxismo
por el oportunismo en este punto. Adujo el pasaje, citado por nosotros más
arriba, del prólogo de Engels a "La guerra civil" de Marx, diciendo que, según
éste, la clase obrera no puede tomar simplemente posesión de la máquina del
Estado existente, pero que en general si puede tomar posesión de ella, y nada
más. Kautsky no dice ni una palabra de que Bernstein atribuye a Marx e x a c t
a m e n t e l o c o n t r a r i o del verdadero pensamiento de éste, ni
dice que, desde 1852, Marx destacó como misión de la revolución proletaria el
"destruir" la máquina del Estado.
¡Resulta, pues, que en Kautsky quedaba esfumada la diferencia más esencial
entre el marxismo y el oportunismo en punto a la cuestión de las tareas de la
revolución proletaria!
"La solución de la cuestión acerca del problema de la dictadura proletaria
-- escribía Kautsky "contra " Bernstein -- es cosa que podemos dejar con
completa tranquilidad al porvenir" ( de la edición alemana).
Esto no es una polémica contra Bernstein, sino que es, en el fondo, una
concesión hecha a éste, una entrega de posiciones al oportunismo, pues, por el
momento, nada hay que tanto interese a los oportunistas como el "dejar con
completa tranquilidad al porvenir" todas las cuestiones cardinales sobre las
tareas de la revolución proletaria.
Desde 1852 hasta 1891, a lo largo de cuarenta años, Marx y Engels
enseñaron al proletariado que debía destruir la máquina del Estado. Pero
Kautsky, en 1899, ante la traición completa de los oportunistas contra el
marxismo en este punto, sustituye la cuestión de si es necesario destruir o no
esta máquina por la cuestión de las formas concretas que ha de revestir la
destrucción, y va a refugiarse bajo las alas de la verdad filistea
"indiscutible" (y estéril) ¡¡de que estas formas concretas no podemos
conocerlas de antemano!!
Entre Marx y Kautsky media un abismo, en su actitud ante la tarea del
Partido proletario de preparar a la clase obrera para la revolución.
Tomemos una obra posterior, más madura, de Kautsky consagrada también en
gran parte a refutar los errores dei oportunismo: su folleto "La revolución
social". El autor toma aquí como tema especial la cuestión de la "revolución
proletaria" y del "régimen proletario". El autor nos suministra muchas cosas
muy valiosas, pero soslaya precisamente la cuestión del Estado. En este
folleto se habla constantemente de la conquista del Poder del Estado, y sólo
de esto; es decir, se elige una fórmula que es una concesion hecha al
oportunismo, toda vez que éste admite la conquista del Poder sin destruir la
máquina del Estado. Precisamente aquello que en 1872 Marx consideraba como
"anticuado" en el programa del "Manifiesto Comunista" es lo que Kautsky
resucita en 1902.
En ese folleto se consagrá un apartado especial a las "formas y armas de
la revolución social". Aquí se habla de la huelga política de masas, de la
guerra civil, de esos "medios de fuerza del gran Estado moderno que son la
burocracia y el ejército", pero no se dice ni una palabra de lo que ya enseñó
a los obreros la Comuna. Evidentemente, Engels sabía lo que hacía cuando
prevenía, especialmente a los socialistas alemanes, contra la "veneración
supersticiosa" del Estado.
Kautsky presenta la cosa así: el proletariado triunfante "convertirá en
realidad el programa democrático", y expone los puntos de éste. Ni una palabra
se nos dice acerca de lo que el año 1871 aportó como nuevo en punto a la
cuestión de la sustitución de la democracia burguesa por la democracia
proletaria. Kautsky se contenta con banalidades tan "sólidamente" sonoras como
ésta:
"Es de por sí evidente que no alcanzaremos la dominación bajo las
condiciones actuales. La misma revolución presupone largas y profundas luchas
que cambiarán ya nuestra actual estructura política y social".
No hay duda de que esto es algo "de por sí evidente", tan "evidente" como
la verdad de que los caballos comen avena y de que el Volga desemboca en el
mar Caspio. Sólo es de lamentar que con frases vacuas y ampulosas sobre las
"profundas" luchas se eluda la cuestión vital para el proletariado
revolucionario, de saber en qué se revela la "profundidad" de su revolución
respecto al Estado, respecto a la democracia, a diferencia de las revoluciones
anteriores, de las revoluciones no proletarias.
Al eludir esta cuestión, Kautsky de hecho hace una concesión, en un punto
tan esencial como éste, al oportunismo,
al que había declarado una guerra tan terrible de palabre, subrayando la
importancia de la "idea de la revolución" (pero ¿vale algo esta "idea", cuando
se teme hacer entre los obreros propaganda de las enseñanzas concretas de la
revolución?), o diciendo: "el idealismo revolucionario, ante todo", o
manifestando que los obreros ingleses no son ahora "apenas más que
pequeñoburgueses".
"En una sociedad socialista -- escribe Kautsky -- pueden coexistir las más
diversas formas de empresas: la burocrática [??], la tradeunionista, la
cooperativa, la individual. . ." "Hay, por ejemplo, empresas que no pueden
desenvolverse sin una organización burocrática [??] como ocurre con los
ferrocarriles. Aquí la organización democrática puede revestir la forma
siguiente: los obreros eligen delegados, que constituyen una especie de
parlamento llamado a establecer el régimen de trabajo y a fiscalizar la
administración del aparato burocrático. Otras empresas pueden entregarse a la
administración de los sindicatos; otras, en fin, pueden ser organizadas sobre
el principio del cooperativismo" (págs. 148 y 115 de la traducción rusa,
editada en Ginebra en 1903).
Estas consideraciones son falsas y representan un retroceso respecto a lo
expuesto por Marx y Engels en la década del 70, sobre el ejemplo de las
enseñanzas de la Comuna.
Desde el punto de vista de la pretendida necesidad de una organización
"burocrática", los ferrocarriles no se distinguen absolutamente en nada de
todas las empresas de la gran industria mecánica en general, de cualquier
fábrica, de un gran almacén, de las grandes empresas agrícolas capitalistas.
En todas las empresas de esta índole, la técnica impone incondicionalmente una
disciplina rigurosísima, la
mayor puntualidad en la ejecución del trabajo asignado a cada uno, a riesgo de
paralizar toda la empresa o de deteriorar el mecanismo o los productos. En
todas estas empresas, los obreros procederán, naturalmente, a "elegir
delegados, que constituirán una especie de parlamento ".
Pero todo el quid del asunto está precisamente en que esta "especie de
parlamento" n o será un parlamento en el sentido de las instituciones
parlamentarias burguesas. Todo el quid del asunto está en que esta "especie de
parlamento" n o se limitará a "establecer el régimen de trabajo y a fiscalizar
la administración del aparato burocrático", como se figura Kautsky, cuyo
pensamiento no se sale del marco del parlamentarismo burgués. En la sociedad
socialista, esta "especie de parlamento" de diputados obreros tendrá como
misión, naturalmente, "establecer el régimen de trabajo y fiscalizar la
administración" del "aparato", p e r o este aparato n o sera un aparato
"burocrático". Los obreros, después de conquistar el Poder político,
destruirán el viejo aparato burocrático, lo desmontarán hasta en sus
cimientos, no dejarán de él piedra sobre piedra, lo sustituirán por otro
nuevo, formado por los mismos obreros y empleados, c o n t r e cuya
transformación en burócratas serán tomadas inmediatamente las medidas
analizadas con todo detalle por Marx y Engels: 1) No sólo elegibilidad, sino
amovilidad en todo momento; 2) sueldo no superior al salario de un obrero; 3)
se pasará inmediatamente a que todos desempeñen funciones de control y de
inspección, a que todos sean "burócratas" durante algún tiempo, para que, de
este modo, n a d i e pueda convertirse en "burócrata".
Kautsky no se paró, en absoluto, a meditar las palabras de Marx: "la
Comuna era, no una corporación parlamen-
taria, sino una corporación de trabajo, que dictaba leyes y al mismo tiempo
las ejecutaba".
Kautsky no comprendió, en absoluto, la diferencia entre el parlamentarismo
burgués, que asocia la democracia (n o p a r a e l p u e b l o ) al
burocratismo (c o n t r a e l p u e b l o ), y el democratismo proletario,
que toma inmediatamente medidas para cortar de raíz el burocratismo y que
estará en condiciones de llevar estas medidas hasta el final, hasta la
completa destrucción del burocratismo, hasta la implantación completa de la
democracia para el pueblo.
Kautsky revela aquí la misma "veneración supersticiosa" hacia el Estado,
la misma "fe supersticiosa" en el burocratismo.
Pasemos a la última y la mejor obra de Kautsky contra los oportunistas, a
su folleto titulado "El camino del Poder" (inédita, según creemos, en Rusia,
ya que se publicó en pleno apogeo de la reacción en nuestro país, en 1909).
Este folleto representa un gran paso adelante, ya que en él no se habla de un
programa revolucionario en general, como en el folleto de 1899 contra
Bernstein, no se habla de las tareas de la revolución social, desglosándolas
del momento en que ésta estalla, como en el folleto "La revolución social", de
1902, sino de las condiciones concretas que nos obligan a reconocer que
comienza la "era de las revoluciones".
En este folleto, el autor señala de un modo definido la agudización de las
contradicciones de clase en general y el imperialismo, que desempeña un papel
singularmente grande en este sentido. Después del "período revolucionario de
1789 a 1871" en la Europa occidental, por el año 1905 comienza un período
análogo para el Oriente. La guerra mundial se avecina con amenazante
celeridad. "El proletariado no puede hablar ya de una revolución prematura".
"Hemos entrado en un período revolucionario". "La era revolucionaria
comienza".
Estas manifestaciones son absolutamente claras. Este folleto de Kautsky
debe servir de medida para comparar lo que la socialdemocracia alemana
prometia ser antes de la guerra imperialista y lo bajo que cayó (sin excluir
al mismo Kautsky) al estallar la guerra. "La situación actual -- escribía
Kautsky, en el citado folleto -- encierra el peligro de que a nosotros (es
decir, a la socialdemocracia alemana) se nos pueda tomar fácilmente por más
moderados de lo que somos en realidad". ¡En realidad, el partido
socialdemócrata alemán resultó ser incomparablemente más moderado y más
oportunista de lo que parecía!
Ante estas manifestaciones tan definidas de Kautsky a propósito de la era
ya iniciada de las revoluciones, es tanto más característico que, en un
folleto consagrado según sus propias palabras a analizar precisamente la
cuestión de la "revolución politica ", se eluda absolutamente una vez más la
cuestión del Estado.
De la suma de estas omisiones de la cuestión, de estos silencios y de
estas evasivas, resultó inevitablemente ese paso completo al oportunismo del
que hablaremos en seguida.
Es como si la socialdemocracia alemana, en la persona de Kautsky,
declarase: Mantengo mis concepciones revolucionarias (1899). Reconozco, en
particular, el carácter inevitable de la revolución social del proletariado
(1902). Reconozco que ha comenzado la nueva era de las revoluciones (1909).
Pero, a pesar de todo esto, retrocedo con respecto a lo que dijo Marx ya en
1852, tan pronto como se plantea la cuestión de las tareas de la revolución
proletaria en relación con el Estado (1912).
Así, en efecto, se planteó de un modo tajante la cuestión en la polémica
de Kautsky con Pannekoek.
3. LA POLEMICA DE KAUTSKY CON PANNEKOEK
Pannekoek se levantó contra Kautsky como uno de los representantes de
aquella tendencia "radical de izquierda" que contaba en sus filas a Rosa
Luxemburgo, a Carlos Rádek y a otros, y que, defendiendo la táctica
revolucionaria, abrigaban unánimemente la convicción de que Kautsky se pasaba
a la posición del "centro", el cual, vuelto de espaldas a los principios,
vacilaba entre el marxismo y el oportunismo. Que esta apreciación era exacta
vino a demostrarlo plenamente la guerra, cuando la corriente del "centro"
(erróneamente denominada marxista) o del "kautskismo" se reveló en toda su
repugnante miseria.
En el artículo "Las acciones de masas y la revolución" ("Neue Zeit", 1912,
XXX, 2), en el que se toca la cuestión del Estado, Pannekoek caracterizaba la
posición de Kautsky como una posición de "radicalismo pasivo", como la "teoría
de esperar sin actuar". "Kautsky no quiere ver el proceso de la revolución"
(). Planteando la cuestión en estos términos, Pannekoek abordaba el
tema que nos interesa aquí, o sea el de las tareas de la revolución proletaria
respecto al Estado.
"La lucha del proletariado -- escribía -- no es sencillamente una lucba
contra la burguesía por el Poder del Estado, sino una lucha contra el Poder
del Estado. . . El contenido de la revolución proletaria es la destrucción y
eliminación [literalmente: disolución, Auflösung ] de los medios de fuerza del
Estado por los medios de fuer-
za del proletariado. . . La lucha cesa únicamente cuando se produce, como
resultado final, la destrucción completa de la organización estatal. La
organización de la mayoría demuestra su superioridad al destruir la
organización de la minoría dominante" ().
La formulación que da a sus pensamientos Pannekoek adolece de defectos muy
grandes. Pero, a pesar de todo, la idea está clara, y es interesante ver cómo
Kautsky la refuta.
"Hasta aquí -- escribe Kautsky -- la diferencia entre los socialdemócratas
y los anarquistas consistía en que los primeros quedan conquistar el Poder del
Estado, y los segundos, destruirlo. Pannekoek quiere las dos cosas" (pág.
724).
Si en Pannekoek la exposición adolece de falta de claridad y no es lo
bastante concreta (para no hablar aquí de otros defectos de su artículo, que
no interesan al tema de que tratamos), Kautsky, en cambio, toma precisamente
la esencia de principio de la cuestión sugerida por Pannekoek y en esta
cuestión cardinal y de principio Kautsky abandona entera mente la posición del
marxismo y se pasa con armas y bagajes al oportunismo. La diferencia entre los
socialdemócratas y los anarquistas aparece definida en él de un modo
completamente falso, y el marxismo se ve definitivamente tergiversado y
envilecido.
La diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste en lo
siguiente: 1) En que los primeros, proponiéndose como fin la destrucción
completa del Estado, reconocen que este fin sólo puede alcanzarse después que
la revolución socialista haya destruido las clases, como resultado de la
instauración del socialismo, que conduce a la extinción del
Estado; mientras que los segundos quieren destruir completamente el Estado de
la noche a la mañana, sin comprender las condiciones bajo las que puede
lograrse esta destrucción. 2) En que ]os primeros reconocen la necesidad de
que el proletariado, después de conquistar el Poder político, destruya
completamente la vieja máquina del Estado, sustituyéndola por otra nueva,
formada por la organización de los obreros armados, según el tipo de la
Comuna; mientras que los segundos, abogando por la destrucción de la máquina
del Estado, tienen una idea absolutamente confusa respecto al punto de con qué
ha de sustituir esa máquina el proletariado y cómo éste ha de emplear el Poder
revolucionario; los anarquistas niegan incluso el empleo del Poder estatal por
el proletariado revolucionario, su dictadura revolucionaria. 3) En que los
primeros exigen que el proletariado se prepare para la revolución utilizando
el Estado moderno, mientras que los anarquistas niegan esto.
En esta controversia, es precisamente Pannekoek quien representa al
marxismo contra Kautsky, pues precisamente Marx nos enseñó que el proletariado
no puede limitarse sencillamente a conquistar el Poder del Estado, en el
sentido de pasar a nuevas manos el viejo aparato estatal, sino que debe
destruir, romper este aparato y sustituirlo por otro nuevo.
Kautsky se pasa del marxismo al oportunismo, pues en él desaparece en
absoluto precisamente esta destrucción de la máquina del Estado, completamente
inaceptable para los oportunistas, y se les deja a éstos un portillo abierto,
en el sentido de interpretar la "conquista" como una simple adquisición de la
mayoría.
Para encubrir su tergiversación del marxismo, Kautsky procede como un buen
exégeta de los evangelios: nos dispara
una "cita" del propio Marx. En 1850 Marx había escrito acerca de la necesidad
de una "resuelta centralización de la fuerza en manos del Poder del Estado". Y
Kautsky pregunta, triunfal: ¿Acaso pretende Pannekoek destruir el
"centralismo"?
Este es ya, sencillamente, un juego de manos, parecido a la identificación
que hace Bernstein del marxismo y del proudhonismo en sus puntos de vista
sobre el federalismo que él opone al centralismo.
La "cita" tomada por Kautsky es totalmente inadecuada al caso. El
centralismo cabe tanto en la vieja como en la nueva máquina del Estads. Si los
obreros unen voluntariamente sus fuerzas armadas, esto será centralismo, pero
un centralismo basado en la "completa destrucción" del aparato centralista del
Estado, cdel ejército permanente, de la policía, de la burocracia. Kautsky se
comporta en absoluto como un estafador, al eludir los pasajes perfectamente
conocidos de Marx y Engels sobre la Comuna y destacando una cita que no guarda
ninguna relación con el asunto.
"¿Acaso quiere Pannekoek abolir las funciones estatales de los
funcionarios? -- prosigue Kautsky --. Pero ni en el Partido ni en los
sindicatos, y no digamos en la administración pública, podemos prescindir de
funcionarios. Nuestro programa no pide la supresión de los funcionarios del
Estado, sino la elección de los funcionarios por el pueblo. . . De lo que en
esta discusión se trata no es de saber qué estructura presentará el aparato
administrativo del 'Estado del porvenir', sino de saber si -nuestra lucha
política destruirá [literalmente: disolverá, auflöst ] el Poder del Estado
antes de haberlo conquistado nosotros [subrayado por Kautsky]. ¿Qué
ministerio, con
sus funcionarios, podría suprimirse?" Y se enumeran los ministerios de
Instrucción, de Justicia, de Hacienda, de Guerra. "No, con nuestra lucha
politica contra el gobierno no eliminaremos ninguno de los actuales
ministerios . . . Lo repito, para prevenir equívocos: aquí no se trata de la
forma que dará al 'Estado del porvenir' la socialdemocracia triunfante, sino
de la que quiere dar al Estado actual nuestra oposición" ().
Esto es una superchería manifiesta. Pannekoek había planteado precisamente
ía cuestión de la revolución. Así se dice con toda claridad en el título de su
artículo y en los pasajes citados. Al saltar a la cuestión de la "oposición",
Kautsky suplanta precisamente el punto de vista revolucio nario por el punto
de vista oportunista. La cosa aparece, en él, planteada así: ahora estamos en
la oposición; después de la conquista del Poder, ya veremos. ¡La revolución
desaparece! Esto era precisamente lo que exigían los oportunistas.
Aquí no se trata de la oposición ni de la lucha política en general, sino
precisamente de la revolución. La revolución consiste en que el proletariado d
e s t r u y e el "aparato administrativo" y t o d o el aparato del Estado,
sustituyéndolo por otro nuevo, formado por los obreros armados. Kautsky revela
una "veneración supersticiosa" de los "ministerios", pero ¿por qué estos
ministerios no han de poder sustituirse, supongamos, por comisiones de
especialistas adjuntas a los Soviets soberanos y todopoderosos de Diputados
Obreros y Soldados?
La esencia de la cuestión no está, ni mucho menos, en saber si han de
seguir los "ministerios" o si ha de haber "comisiones de especialistas" o
cualesquiera otras institu-
ciones; esto es completamente secundario. La esencia de la cuestión está en si
se mantiene la vieja máquina del Estado (enlazada por miles de hilos a la
burguesía y empapada hasta el tuétano de rutina y de inercia), o si se la
destruye, sustituyéndola por otra nueva. La revolución debe consistir, no en
que la nueva clase mande y gobierne con ayuda de la vieja máquina del Estado,
sino en que destruya esta máquina y mande, gobierne con ayuda de otra nueva :
este pensamiento fundamental del marxismo se esfuma en Kautsky, o bien éste no
lo ha comprendido en absoluto.
La pregunta que hace a propósito de los funcionarios demuestra
palpablemente que no ha comprendido las enseñanzas de la Comuna, ni la
doctrina de Marx. "Ni en el Partido ni en los sindicatos podemos prescindir de
funcionarios' . . .
No podemos prescindir de funcionarios bajo el capitalismo, bajo la
dominación de la burguesía. El proletariado está oprimido, las masas
trabajadoras están esclavizadas por el capitalismo. Bajo el capitalismo, la
democracia se ve coartada, cohibida, truncada, mutilada por todo el ambiente
de la esclavitud asalariada, por la penuria y la miseria de las masas. Por
esto, y solamente por esto, los funcionarios de nuestras organizaciones
políticas y sindicales se corrompen (o, para decirlo más exactamente, tienden
a corromperse) bajo el ambiente del capitalismo y muestran la tendencia a
convertirse en burócratas, es decir, en personas privilegiadas, divorciadas de
las masas, situadas por encima de las masas.
En esto reside la esencia del burocratismo, y mientras los capitalistas no
sean expropiados, mientras no se derribe a la burguesía, será inevitable una
cierta "burocratización" incluso de los funcionarios proletarios
Kautsky presenta la cosa así: puesto que sigue habiendo funcionarios
electivos, esto quiere decir que bajo el socialismo sigue habiendo también
burócratas, Ique sigue habiendo burocracia! Y esto es precisamente lo que es
falso. Precisamente sobre el ejemplo de la Comuna, Marx puso de manifiesto que
bajo el socialismo los funcionarios dejan de ser "burócratas", dejan de ser
"funcionarios", dejan de serlo a medida que se implanta, además de la
elegibilidad, la amovilidad en todo momento, y, además de esto, los sueldos
equiparados al salario medio de un obrero, y, además de esto, la sustitución
de las instituciones parlamentarias por "instituciones de trabajo, es decir,
que dictan leyes y las ejecutan".
En el fondo, toda la argumentación de Kautsky contra Pannekoek, y
especialmente su notable argumento de que tampoco en las organizaciones
sindicales y del Partido podemos prescindir de funcionarios, revelan la
repetición por parte de Kautsky de los viejos "argumentos" de Bernstein contra
el marxismo en general. En su libro de renegado "Las premisas del socialismo",
Bernstein combate las ideas de la democracia "primitiva", lo que él llama
"democratismo doctrinario": mandatos imperativos, funcionarios sin sueldo, una
representación central impotente, etc. Como prueba de que este democratismo
"primitivo" es inconsistente, Bernstein se refiere a la experiencia de las
tradeuniones inglesas, en la interpretación de los esposos Webb. Según ellos,
en los setenta años que llevan de existencia, las tradeuniones, que se han
desarrollado, a su decir, "en completa libertad" (página 137 de la edición
alemana), se han convencido precisamente de la inutilidad del democratismo
primitivo y han sustituido éste por el democratismo
corriente: por el parlamentarismo, combinado con el burocratismo.
En realidad, las tradeuniones no se han desarrollado "en completa
libertad", sino en completa esclavitud capitalista, bajo la cual es lógico que
"no pueda prescindirse" de una serie de concesiones a los males imperantes, a
la violencia, a la falsedad, a la exclusión de los pobres de los asuntos de la
"alta" administración. Bajo el socialismo, revive inevitablemente mucho de la
democracia "primitiva", pues por primera vez en la historia de las sociedades
civilizadas la masa de la población se eleva para intervenir por cuenta propia
no sólo en votaciones y en elecciones, sino también en la labor diaria de la
administración. Bajo el socialismo, t o d o s intervendrán por turno en la
dirección y se habituarán rápidamente a que ninguno dirija.
Con su genial inteligencia crítico-analítica, Marx vio en las medidas
prácticas de la Comuna aquel viraje que temen y no quieren reconocer los
oportunistas por cobardía, por no querer romper irrevocablemente con la
burguesía, y que los anarquistas no quieren ver, o por precipitación o por
incomprensión de las condiciones en que se producen las transformaciones
sociales de masas en general, "No hay ni que pensar en destruir la vieja
máquina del Estado, pues ¿cómo vamos a arreglárnoslas sin ministerios y sin
burócratas?", razona el oportunista, infestado de filisteísmo hasta el tuétano
y que, en el fondo~ no sólo no cree en la revolución, en la capacidad creadora
de la revolución, sino que la teme como a la muerte (como la temen nuestros
mencheviques y socialrevolucionarios).
"Sólo hay que pensar en destruir la vieja máquina del Estado, no hay por
qué ahondar en las enseñanzas concretas de las anteriores revoluciones
proletarias ni analízar con qué
y cómo sustituir lo destruido", razonan los anarquistas (los mejores
anarquistas, naturalmente, no los que van a la zaga de la burguesía tras los
señores Kropotkin y Cía.); de donde resulta, en los anarquistas, la táctica de
la desesperación, y no la táctica de una labor revolucionaria sobre objetivos
concretos, implacable y audaz, y que al mismo tiempo, tenga en cuenta las
condiciones prácticas del movimiento de masas.
Marx nos enseña a evitar ambos errores, nos enseña a ser de una intrepidez
sin límites en la destrucción de toda la vieja máquina del Estado, pero al
mismo tiempo nos enseña a plantear la cuestión de un modo concreto: la Comuna
pudo en unas cuantas semanas comenzar a construir una nueva máquina, una
máquina proletaria de Estado, implantando de este modo las medidas señaladas
para ampliar el democratismo y desarraigar el burocratismo. Aprendamos de los
comuneros la intrepidez revolucionaria, veamos en sus medidas prácticas un
esbozo de las medidas prácticamente urgentes e inmediatamente aplicables, y
entonces, síguiendo este camino, llegaremos a la destrucción completa del
burocratismo.
La posibilidad de esta destrucción está garantizada por el hecho de que el
socialismo reduce la jornada de trabajo, eleva a las masas a una nueva vida,
coloca a la mayoría te la población en condiciones que permiten a t o d o s,
sin excepción, ejercer las "funciones del Estado", y esto con duce a la
extinción completa de todo Estado en general.
". . . La tarea de la huelga general -- prosigue Kautsky -- no puede ser
nunca la de destruir el Poder del Estado, sino simplemente la de obligar a un
gobierno a ceder en un determinado punto o la de sustituir un
gobierno hostil al proletariado por otro dispuesto a hacerle concesiones
[entgegenkommende ]. . . Pero jamás, ni en modo alguno, puede esto [es decir,
la victoria del proletariado sobre un gobierno hostil] conducir a la
destrucción del Poder del Estado, sino pura y simplemente a un cierto
desplazamiento [Verschiébung ] de la relación de fuerzas dentro del Poder del
Estado. . . Y la meta de nuestra lucha política sigue siendo, con esto, la que
ha sido hasta aquí: conquistar el Poder del Estado ganando la mayoría en el
parlamento y hacer del parlamento el dueño del gobierno" (págs. 726, 721,
732).
Esto es ya el más puro y el más vil oportunismo, es ya renunciar de hecho
a la revolución acatándola de palabra. El pensamiento de Kautsky no va más
allá de "un gobierno dispuesto a hacer concesiones al proletariado", lo que
significa un paso atrás hacia el filisteísmo, en comparación con el año 1847,
en que el "Manifiesto Comunista" proclamaba ia "organización del proletariado
en clase dominante".
Kautsky tendrá que realizar la "unidad", tan preferida por él, con los
Scheidemann, los Plejánov, los Vandervelde, todos los cuales están de acuerdo
en luchar por un gobierno "dispuesto a hacer concesiones al proletariado".
Pero nosotros iremos a la ruptura con estos traidores al socialismo y
lucharemos por la destrucción de toda la vieja máquina del Estado, para que el
mismo proletariado armado sea el gobierno. Son "dos cosas muy distintas".
Kautsky quedará en la grata compañía de los Legien y los David, los
Plejánov, los Pótresov, los Tsereteli y los Chernov, que están completamente
de acuerdo en luchar por "un desplazamiento de la relación de fuerzas dentro
del Poder del Estado", por "ganar la mayoría en el parlamento y
hacer del parlamento el dueño del gobierno", nobilisimo fin en el que todo es
aceptaUe para los oportunistas, todo permanece en el marco de la república
parlamentaria burguesa. Pero nosotros iremos a la ruptura con los
oportunistas; y todo el proletariado consciente estará con nosotros en la
lucha, no por "el desplazamiento de la relación de fuerzas", sino por el
derrocamiento de la burguesía, por la destrucción del parlamentarismo burgués,
por una República demotrática del tipo de la Comuna o una República de los
Soviets de Diputados Obreros y Soldados, por la dictadura revolucionaria del
proletariado.
* * *
Más a la derecha que Kautsky están situadas, en el socialismo
internacional, corrientes como la de los "Cuadernos mensuales socialistas"[14]
en Alemania (Legien, David, Kolb y muchos otros, incluyendo a los escandinavos
Stauning y Branting~, los jauresistas y Vandervelde en Francia y Bélgica,
Turati, Treves y otros representantes del ala derecha del partido italiano,
los fabianos y los "independientes" ("Partido Laborista Independienté", que en
realidad ha estado siempre bajo la dependencia de los liberales) en
Inglaterra[15], etc. Todos estos señores, que desempeñan un papel enorme, no
pocas veces predominante, en la labor parlamentaria y en la labor publicitaria
del partido, niegan francamente la dictadura del proletariado y practican un
oportunismo descarado. Para estos señores, la "dictadura" del proletariado
¡¡"contradice" la democracia!! No se distinguen sustancialmente en nada serio
de los demócratas pequeñoburgueses.
Si tenemos en cuenta esta circunstancia, tenemos derecho a llegar a la
conclusión de que la Segunda Internacional, en
la aplastante mayoría de sus representantes ofíciales, ila caído de lleno en
el oportunismo. La experiencia de la Comuna no ka sido solamente olvidada,
sino tergiversada. No sólo no se inculcó a las masas obreras que se acerca el
día en que deberán levantarse y destruir la vieja máquina del Estado,
sustituyéndola por una nueva y convirtiendo así su dominación política en base
para la transformación socialista de la sociedad, sino que se les inculcó todo
lo contrario y se presentó la "conquista del Poder" de tal modo, que se
dejaban miles de portillos abiertos al oportunismo.
La tergiversación y el silenciamiento de la cuestión de la actitud de la
revolución proletaria hacia el Estado no podían por menos de desempeñar un
enorme papel en el momento en que los Estados, con su aparato militar
reforzado a consecuencia de la rivalidad imperialista, se convertían en
monstruos guerreros, que devoraban a millones de hombres para dirimir el
litigio de quién había de dominar el mundo: sí Inglaterra o Alemania, si uno u
otro capital financiero*.
* El manuscrito continúa:
"Capítulo VII
LA EXPERIENCIA DE LAS REVOLUCIONES RUSAS DE 1905 Y 1917
El tema indicado en el título de este capítulo es tan enormemente vasto,
que sobre él podrían y deberían escribirse tomos enteros. En este folleto,
habremos de limitarnos, como es lógico, a las enseñanzas más importantes de la
experiencia que guardan una relación directa con las tareas del proletariado
en la revolución con respecto al Poder del Estado." (Aqui se interrumpe el
manuscrito. N. de la Red.)
PALABRAS FINALES A LA PRIMERA EDICION
Este folleto fue escrito en los meses de agosto y septiembre de 1917.
Tenía ya trazado el plan del capítulo siguiente, deI VII: "La experiencia de
las revoluciones rusas de 1905 y 1917". Pero, fuera del título, no me fue
posible escribir ni una sola línea de este capítulo: vino a "estorbarme" la
crisis política, la víspera de la RevoIución de Octubre de 1917. De "estorbos"
así no tiene uno más que alegrarse. Pero la redacción de la segunda parte del
folleto (dedicada a "La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917")
habrá que aplazarla seguramente por mucho tiempo; es más agradable y más
provechoso vivir la "experiencia de la revolución" que escribir acerca de
ella.
El Autor
Petrogrado, 30 de noviembre de 1917.
Esta obra fue escrlta en agosto y
septiembre de 1917.
En 1918 fue publlcads en forma de
folleto por la editorial "La Vida y la
Cencia".
Se imprimió según el texto del folleto
publicado por la editorial Kommunist
(1919), conirontado con el manuscrito
y con la edición de 1918.
From Marx to Mao
(English)
Desde Marx
hasta Mao
Textos
de Lenin
Apuntos sobre
el texto abajo
NOTAS
[1] Lenin escribió El Estado y la Revolución en la clandestinidad, en agosto
y septiembre de 1917. La idea de la necesidad de elaborar teóricamente el
problema del Estado fue expresada por Lenin en la segunda mitad de 1916. Por
aquel entonccs escribió el artículo La Internacional Juvenil, donde criticó la
posición antimarxista de Bujarin acerca del Estado y promedo escribir un
extenso artículo sobre la actitud del marxismo en lo referente a este
problema. En una carta fechada el 17 de febrero de 1917, Lenin notificaba a
Alejandra Kolontái que tenía casi preparado el material al respecto. Lo había
escrito con letra menuda y apretada en un cuaderno de tapas azules al que
había puesto un título: El marxismo y el Estado. Contenía el cuaderno una
recopilación de citas de obras de Carlos Marx y Federico Engels, así como
pasajes de libros de Kautsky, Pannekoek y Bernstein con observaciones
críticas, conciusiones y juicios de Lenin.
Según el plan trazado por su autor, El Estado y la Revolución debía
constar de siete capítulos, pero Lenin no escribió el séptimo, titulado La
experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917. Se conserva tan sólo un
plan detallado de este capítulo. Respecto a la publicación del libro, Lenin
escribió al editor una nota diciéndole que "si tardaba de masiado en terminar
el capítulo en cuestión, el VII, o si éste le salía mas extenso de la cuenta,
habría que sacar a la luz los primeros seis capítulos como primera parte . .
."
En la primera página del manuscrito, el autor ocultaba su nombre bajo el
seudónimo de F. F. Ivanovski, al que recurrió Lenin para evitar que el
Gobierno Provisional mandase recoger el libro. Pero éste se publicó tan sólo
en 1918, razón por la cual desapareció la necesidad del seudónimn.
La segunda edición, con el nuevo apartado: Cómo planteaba Marx la cuestión en
1852, añadido por Lenin al capítulo segundo, apareció en 1919. -- portada.
[título]
[2] Fabianos : Miembros de la Sociedad Fabiana, reformista y
ultraoportunista, fundada en Inglaterra por un grupo de intelectuales
burgueses en 1884. Su denominación está inspirada en el nombre de Fabio
Cunctator ("El Temporizador"), caudillo militar romano, célebre por su táctica
expectante, que rehuía los combates decisivos. Según dijo Lenin, la Sociedad
Fabiana constituía "la expresión más acabada del oportunismo y de la política
liberal obrera". Los fabianos distraían al proletariado de la lucha de clases
y predicaban la posibilidad de la transición pacífica y gradual del
capitalismo al socialismo por medio de las reformas. Durante la guerra
imperialista mundial (1914-1918), los fabianos tomaron las posiciones del
socialchovinismo. V. I. Lenin caracteriza a los fabianos en su Prefacio a la
traducción rusa del libro "Cartas de I. Becker, I. Dietzgen, F. Engels, C.
Marx y ottos a F. Sorge y otros ", en El programa agrario de la
socialdemocracia en la revolución rusa, El pacifismo inglés y la aversión
inglesa a la teoría y en algunas obras más. []
[3] Véase: C Marx, Crítica de programa de Gotha.
Programa de Gotha : Programa del Partido Socialista Obrero de Alemania,
aprobado en el Congreso de Gotha en 1875, al unirse los dos partidos
socialistas alemanes existentes hasta entonces: el de los eisenachianos y el
de los lassalleanos. El programa era completamente oportunista, pues los
eisenachianos cedieron en todas las cuestiones importantes ante los
lassalleanos y admitieron las tesis de éstos. Marx y Engels sometieron el
Programa de Gotha a una crítica demoledora. []
[4] Die Neue Zeit (Tiempos nuevos ): Revista socialdemócrata alemana. Se
publicaba en Stuttgart (1883-1923). Desde 1885 hasta 1895, Die Neue Zeit
insertó algunos articulos de Federico Engels quien daba frecuentes
indicaciones a la redacción de la revista y criticaba con acritud sus des
viaciones del marxismo. A partir de la segunda mitad de la década del 90,
después de la muerte de Engels, Die Neue Zeit comenzó a publicar regularmente
artículos de elementos revisionistas. Durante la guerra imperialista mundial
(1914-1918), ocupó una posición centrista, kautskiana, apoyando a los
socialchovinistas. []
[5] Lenin se refiere al artículo de C. Marx El indiferentismo político y al
de Engels De la autoridad. []
[6] El Programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana se aprobó en
octubre de 1891 en el Congreso de Erfurt, viniendo a sustituir al Programa de
Gotha, aprobado en 1875. Los errores del Programa de Erfurt fueron
criticados por Engels en su obra En torno a la crítica del proyecto de
ptogtama socialdemócrata de 1891. []
[7] Véase: V. I. Lenin, "Una cuestión de principio", Obras, t. XXIV.
[]
[8] Se trata de la introducción de F. Engels al libro de C. Marx La Guerra
Civil en Francia. []
[9] "Temas internacionales del Estado popular ". []
[10] Lenin se refiere a Tugán-Baranovsky, un economista burgués ruso.
[]
[11] Congreso de La Haya de la I Internacional : Se celebró del 2 al 7 de
septiembre de 1872, asistiendo a él Marx y Engels. Los delegados fueron 65. El
orden del día constaba de diversos puntos: 1) Las facultades del Consejo
General, 2) La acción política del proletariado, etc. Toda la labor del
Congreso transcurrió en medio de una empeñada lucha contra los bakuninistas.
Se adoptó una resolución ampliando las facultades del Consejo General.
Respecto al punto "La acción polítira del proletariado", la resolución del
Congreso estipulaba que el proletariado debía organizar su partido político
propio para asegurar el triunfo de la revolución social y que su gran tarea
pasaba a ser la conquista del poder político. En este Congreso, Bakunin y
Guillaume fueron expulsa dos de la Internacional como desorganizadores y por
haber fundado un nuevo partido, un partido antiproletario. []
[12] Sariá (La Aurora ): Revista científica y política marxista. La editaba
en 1901 y 1902 en Stuttgart la redaccion del periódico Iskra. Salieron cuatro
números. En Satiá se publicaron varios artículos de Lenin. []
[13] Se trata del V Congreso Internacional Socialista de la II
Internacional, celebrado del 23 al 27 de septiembre de 1900 en Paris.
Asistieron 791 delegados. La delegación rusa se componía de 23 personas. Por
lo que respecta al punto principal -- la conquista del poder político por el
proletariado --, el Congreso aprobó por mayoría la resolución "de conciliación
con los oportunistas" propuesta por Kautsky y a la que alude Lenin. Entre
otras cosas, se acordó fundar la Oficina Socialista Internacional integrada
por representantes de los partidos socialistas de todos los países y un
Secretariado con residencia en Bruselas. []
[14] Cuadernos mensuales socialistas (Sozialistische Monatshefte ): Revista,
órgano principal de la socialdemocracia oportunista alemana y uno de los
órganos del oportunismo internacional. Durante la guerra imperialista mundial
(1914-1918), tomó las posiciones del socialchovinismo. Se publicó en Berlin
desde 1897 hasta 1933. []
[15] Partido Laborista Independiente de Inglaterra (Independent Labour Party
): Se fundó en 1893. Lo dirigían James Cair Hardie, Ramsay MacDonald y otros.
Aunque pretendía ser políticamente independiente de los partidos burgueses, el
Partido Laborista Independiente era en realidad, "independiente del socialismo
y dependiente del liberalismo" (Lenin). Al comienzo de la guerra imperialista
mundial (1914-1918), el Partido Laborista Independiente publicó un manifiesto
contra la guerra (13 de agosto de 1914). Posteriormente, en la Conferencia de
los socialistas de los países de la Entente, celebrada en Londres en febrero
de 1915, los independientes se adhirieron a la resolución socialchovinista
allí aprobada. A partir de entonces, los líderes de los independientes,
enmascarándose con frases pacifistas, ocuparon las posiciones del
socialchovinismo. Después de fundarse la Internacional Comunista, en 1919, los
líderes de este partido, bajo la presión de las masas radicalizadas del
partido, acordaron abandonar la II Internacional. En 1921, los independientes
ingresaron en la llamada Internacional 2 1/2 y, después de disgregarse ésta,
se reincor poraron a la II Internacional. []
From Marx to Mao
(English)
Desde Marx
hasta Mao
Textos
de Lenin
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