El Estado y la revoluciónV. I. LENIN
      EL ESTADO
      Y
       LA REVOLUCION  
      LA DOCTRlNA MARXISTA
      DEL ESTADO Y LAS TAREAS
      DEL PROLETARIADO
        EN LA REVOLUCION[1]





  



  PROLOGO A LA PRIMERA EDICION 



      La cuestión del Estado adquiere actualmente una importancia singular, 
  tanto en el aspecto teórico como en el aspecto político práctico. La guerra 
  imperialista ha acelerado y agudizado extraordinariamente el proceso de 
  transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de 
  Estado. La opresión monstruosa de las masas trabajadoras por el Estado, que se 
  va fundiendo cada vez más estrechamente con las asociaciones omnipotentes de 
  los capitalistas, cobra proporciones cada vez mas monstruosas. Los países 
  adelantados se convierten -- y al decir esto nos referimos a su "retaguardia" 
  -- en presidios militares para los obreros. 
      Los inauditos horrores y calamidades de esta guerra interminable hacen 
  insoportable la situación de ías masas, aumentando su indignación. Va 
  fermentando a todas luces la revolución proletaria internacional. La cuestión 
  de la actitud de ésta hacia el Estado adquiere una importancia práctica. 
      Los elementos de oportunismo acumulados durante décadas de desarrollo 
  relativamente pacífico crearon la corriente de socialchovinismo imperante en 
  los partidos socialistas oficiales del mundo entero. Esta corriente (Plejánov, 

  
  Pótresov, Breshkóvskaia, Rubanóvich y luego, bajo una forma levemente velada, 
  los señores Tsereteli, Chernov y Cía., en Rusia; Scheidemann, Legien, David y 
  otros en Alemania; Renaudel, Guesde, Vandervelde, en Francia y en Bélgica; 
  Hyndman y los fabianos[2], en Inglaterra, etc., etc.), socialismo de palabra y 
  chovinismo de hecho, se distingue por la adaptación vil y lacayuna de los 
  "jefes" del "socialismo", no sólo a los intereses de "su" burguesía nacional, 
  sino, precisamente, a los intereses de "su" Estado, pues la mayoría de las 
  llamadas grandes potencias hace ya largo tiempo que explotan y esclavizan a 
  muchas nacionalidades pequeñas y débiles. Y la guerra imperialista es 
  precisamente una guerra por la partición y el reparto de esta clase de botín. 
  La lucha por arrancar a las masas trabajadoras de la influencia de la 
  burguesía en general y de la burguesía imperialista en particular, es 
  imposible sin una lucha contra los prejuicios oportunistas relativos al 
  "Estado". 
      Comenzamos examinando la doctrina de Marx y Engels sobre el Estado, 
  deteniéndonos de manera especialmente minuciosa en los aspectos de esta 
  doctrina olvidados o tergiversados de un modo oportunista. Luego, analizaremos 
  especialmente la posición del principal representante de estas 
  tergiversaciones, Carlos Kautsky, el líder más conocido de la II Internacional 
  (1889-1914), que tan lamentable bancarrota ha sufrido durante la guerra 
  actual. Finalmente, haremos el balance fundamental de la experiencia de la 
  revolución rusa de 1905 y, sobre todo, de la de 1917. Esta última cierra, 
  evidentemente, en los momentos actuales (comienzos de agosto de 1917), la 
  primera fase de su desarrollo; pero toda esta revolución, en términos 
  generales, sólo puede comprenderse como uno de los eslabones de la cadena de 
  las revoluciones proletarias socialistas suscitadas por la 
  
  guerra imperialista. La cuestión de la actitud de la revolución socialista del 
  proletariado ante el Estado adquiere, así, no solo una importancia política 
  práctica, sino la importancia más candente como cuestión de explicar a las 
  masas qué deberán hacer para liberarse, en un porvenir inmediato, del yugo del 
  capital. 
  El Autor  
  Agosto de 1917. 

   
   

  PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION 



      Esta edición, la segunda, no contiene apenas modificaciones. No se ha 
  hecho más que añadir el apartado 3 al capítulo II. 
  El Autor  
  Moscú, 17 de diciembre de 1918. 

   
   

   [blanca]
  



  CAPITULO I
  LA SOCIEDAD DE CLASES Y EL ESTADO

  1. EL ESTADO, PRODUCTO DEL CARACTER
  IRRECONCILIABLE DE LAS CONTRADICCIONES DE CLASE 
      Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia 
  repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los 
  jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los 
  grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes 
  persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más 
  furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de 
  su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por 
  decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para 
  "consolar" y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su 
  doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En 
  semejante "arreglo" del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los 
  oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, re legan a un segundo 
  plano, tergiversan el aspecto revolucio- 
  
  nario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer 
  plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía. Todos los 
  socialchovinistas son hoy -- ¡bromas aparte! -- "marxistas". Y cada vez con 
  mayor frecuencia los sabios burgueses alemanes, que ayer todavía eran 
  especialistas en pulverizar el marxismo, hablan hoy ¡de un Marx 
  "nacional-alemán" que, según ellos, educó estas asociaciones obreras tan 
  magníficamente organizadas para llevar a cabo la guerra de rapiñal! 
      Ante esta situación, ante la inaudita difusión de las ter giversaciones 
  del marxismo, nuestra misión consiste, ante todo, en restaurar la verdadera 
  doctrina de Marx sobre el Estado. Para esto es necesario citar toda una serie 
  de pasajes largos de las obras mismas de Marx y Engels. Naturalmente, las 
  citas largas hacen la exposición pesada y en nada contribuyen a darle un 
  carácter popular. Pero es de todo punto imposible prescindir de ellas. No hay 
  más remedio que citar del modo más completo posible todos los pasajes, o, por 
  lo menos, todos los pasajes decisivos, de las obras de Marx y Engels sobre la 
  cuestión del Estado, para que el lector pueda formarse por su cuenta una 
  noción del conjunto de las ideas de los fundadores del socialismo científico y 
  del desarrollo de estas ideas, así como también para probar documentalmente y 
  patentizar con toda claridad la tergiversación de estas ideas por el 
  "kautskismo" hoy imperante. 
      Comencemos por la obra más conocida de F. Engels: "El origen de la 
  familia, de la propiedad privada y del Estado", de la que ya en 1894 se 
  publicó en Stuttgart la sexta edición. Conviene traducir las citas de los 
  originales alemanes, pues las traducciones rusas, con ser tan numerosas, son 
  en gran parte incompletas o están hechas de un modo muy defectuoso. 
  
      "El Estado -- dice Engels, resumiendo su análisis histórico -- no es, en 
  modo alguno, un Poder impuesto desde fuera a la sociedad; ni es tampoco 'la 
  realidad de la idea moral', 'la imagen y la realidad de la razón', como afirma 
  Hegel. El Estado es, más bien, un producto de la sociedad al llegbr a una 
  determinada fase de desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha 
  enredado con sigo misma en una contradicción insoluble, se ha dividido en 
  antagonismos irreconciliables, que ella es impotente para conjurar. Y para que 
  estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se 
  devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso 
  hízose necesario un Poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y 
  llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del 
  'orden'. Y este Poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima 
  de ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado" (págs. 177 y 178 
  de la sexta edición alemana). 
      Aquí aparece expresada con toda claridad la idea fundamental del marxismo 
  en punto a la cuestión del papel histórico y de la significación del Estado. 
  EI Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de 
  las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en 
  el grado en que las contradiciones de clase no pueden, objetivamente, 
  conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las 
  contradicciones de clase son irreconciliables. 
      En torno a este punto importantísimo y cardinal comienza precisamente la 
  tergiversación del marxismo, tergiversación que sigue dos direcciones 
  fundamentales, 
  
      De una parte, los ideólogos burgueses y especialmente los 
  pequeñoburgueses, obligados por la presión de hechos históricos indiscutibles 
  a reconocer que el Estado sólo existe allí donde existen las contradicciones 
  de clase y la lucha de clases, "corrigen" a Marx de manera que el Estado 
  resulta ser el órgano de la conciliación de clases. Según Marx, el Estado no 
  podría ni surgir ni mantenerse si fuese posible la conciliación de las clases. 
  Para los profesores y publicistas mezquinos y filisteos -- ¡que invocan a cada 
  paso en actitud benévola a Marx! -- resulta que el Estado es precisamente el 
  que concilia las clases. Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de 
  clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del "orden" 
  que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las 
  clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente 
  la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra. 
  Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases 
  oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha para el derrocamiento de 
  los opresores. 
      Por ejemplo, en la revolución de 1917, cuando la cuestión de la 
  significación y del papel del Estado se planteó precisamente en toda su 
  magnitud, en el terreno práctico, como una cuestión de acción inmediata, y 
  además de acción de masas, todos los socialrevolucionarios y todos los 
  mencheviques cayeron, de pronto y por entero, en la teoría pequeñoburguesa de 
  la "conciliación" de las clases "por el Estado". Hay innumerables resoluciones 
  y artículos de los políticos de estos dos partidos saturados de esta teoría 
  mezquina y filistea de la "conciliación". Que el Estado es el órgano de 
  dominación de una determinada clase, la cual no puede conciliarse con su an 
  tipoda (con la clase contrapuesta a ella), es algo que esta de 
  
  mocracia pequeñoburguesa no podrá jamás comprender, La actitud ante el Estado 
  es uno de los síntomas más patentes de que nuestros socialrevolucionarios y 
  mencheviques no son en manera alguna socialistas (lo que nosotros, los 
  bolcheviques, siempre hemos demostrado), sino demócratas pequeñoburgueses con 
  una fraseología casi socialista. 
      De otra parte, la tergiversación "kautskiana" del marxismo es bastante más 
  sutil. "Teóricamente", no se niega ni que el Estado sea el órgano de 
  dominación de clase, ni que las contradicciones de clase sean 
  irreconciliables. Pero se pasa por alto u oculta lo siguiente: si el Estado es 
  un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si 
  es una fuerza que está por encima de la sociedad y que "s e  d i v o r c i a  
  c a d a  v e z  m á s  de la sociedad", es evidente que la liberación de la 
  clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, s i n o  t a 
  m b i é n  s i n  l a  d e s t r u c c i ó n  del aparato del Poder estatal 
  que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel 
  "divorcio". Como veremos más abajo, Marx llegó a esta conclusión, teóricamente 
  clara por si misma, con la precisión más completa, a base del análisis 
  histórico concreto de las tareas de la revolución. Y esta conclusión es 
  precisamente -- como expondremos con todo detalle en las páginas siguientes -- 
  la que Kautsky . . . ha "olvidado" y falseado. 


  2. LOS DESTACAMENTOS ESPECIALES DE FUERZAS
  ARMADAS, LAS CARCELES, ETC. 
      "En comparación con las antiguas organizaciones gentilicias (de tribu o de 
  clan) -- prosigue Engels --, el Estado se caracteriza, en primer lugar, por la 
  agrupación de sus súbditos según las divisiones territoriales". . . A 
  nosotros, 
  
  esta agrupación nos parece 'natural', pero ella exigió una larga lucha contra 
  la antigua organización en 'gens' o en tribus. 
      "La segunda caracteristica es la instauración de un Poder público, que ya 
  no coincide directamente con la población organizada espontáneamente como 
  fuerza arma da. Este Poder público especial hácese necesario porque desde la 
  división de la socieda,d en clases es ya imposible una organización armada 
  espontánea de la población. . . Este Poder público existe en todo Estado; no 
  está formado solamente por hombres armados, sino también por aditamentos 
  materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que 
  la sociedad gentilicia no conocía. . ." 
      Engels desarrolla la noción de esa "fuerza" a que se da el nombre de 
  Estado, fuerza que brota de la sociedad, pero que se sitúa por encima de ella 
  y que se divorcia cada vez más de ella. ¿En qué consiste, fundamentalmente, 
  esta fuerza? En destacamentos especiales de hombres armados, que tienen a su 
  disposición cárceles y otros elementos. 
      Tenemos derecho a hablar de destacamentos especiales de hombres armados, 
  pues el Poder público propio de todo Estado "no coincide directamente" con la 
  población armada, con su "organización armada espontánea". 
      Como todos los grandes pensadores revolucionarios, Engels se esfuerza en 
  dirigir la atención de los obreros conscientes precisamente hacia aquello que 
  el filisteísmo dominante considera como lo menos digno de atención, como lo 
  más habitual, santificado por prejuicios no ya sólidos, sino podríamos decir 
  que petrificados El ejército permanente y 
  
  la policía son los instrumentos fundamentales de la fuerza del Poder del 
  Estado. Pero ¿puede acaso ser de otro modo? 
      Desde el punto de vista de la inmensa mayoría de los europeos de fines del 
  siglo XIX, a quienes se dirigía Engels y que no habían vivido ni visto de 
  cerca ninguna gran revolución, esto no podía ser de otro modo. Para ellos, era 
  completamente incomprensible esto de una "organización armada espontanea de la 
  población". A la pregunta de por qué ha surgido la necesidad de destacamentos 
  especiales de hombres armados (policía y ejército permanente) situados por 
  encima de la sociedad y divorciados de ella, el filisteo del Occidente de 
  Europa y el filisteo ruso se inclinaban a contestar con un par de frases 
  tomadas de prestado de Spencer o de Mijailovski, remitiéndose a la complejidad 
  de la vida social, a la diferenciación de funciones, etc. 
      Estas referencias parecen "científicas" y adormecen magníficamente al 
  filisteo, velando lo principal y fundamental: la división de la sociedad en 
  clases enemigas irreconciliables. 
      Si no existiese esa división, la "organización armada espontánea de la 
  población" se diferenciaría por su complejidad, por su elevada técnica, etc., 
  de la organización primitiva de la manada de monos que manejan el palo, o de 
  la del hombre prehistórico, o de la organización de los hombres agrupados en 
  la sociedad del clan; pero semejante organización sería posible. 
      Si es imposible, es porque la sociedad civilizada se halla dividida en 
  clases enemigas, y además irreconciliablemente enemigas, cuyo armamento 
  "espontáneo" conduciría a la lucha armada entre ellas. Se forma el Estado, se 
  crea una fuerza especial, destacamentos especiales de hombres armados, y cada 
  revolución, al destruir el aparato del Estado, nos indica bien visiblemente 
  cómo la clase dominante se esfuerza 
  
  por restaurar los destacamentos especiales de hombres armados a s u  servicio, 
  cómo la clase oprimida se esfuerza en crear una nueva organización de este 
  tipo, que sea capaz de servir no a los explotadores, sino a los explotados. 
      En el pasaje citado, Engels plantea teóricamente la misma cuestión que 
  cada gran revolución plantea ante nosotros prácticamente de un modo palpable 
  y, además, sobre un plano de acción de masas, a saber: la cuestión de las 
  relaciones mutuas entre los destacamentos "especiales" de hombres armados y la 
  "organización armada espontánea de la población". Hemos de ver cómo ilustra de 
  un modo concreto esta cuestión la experiencia de las revoluciones europeas y 
  rusas. 
      Pero volvamos a la exposición de Engels. 
      Engels señala que, a veces, por ejemplo, en algunos sitios de 
  Norteamérica, este Poder público es débil (se trata aquí de excepciones raras 
  dentro de la socíedad capitalista y de aquellos sitios de Norteamérica en que 
  imperaba, en el período preimperialista, el colono libre), pero que, en 
  términos generales, se fortalece: 
      ". . . Este Poder público se fortalece a medida que los antagonismos de 
  clase se agudizan dentro del Estado y a medida que se hacen más grandes y más 
  poblados los Estados colindantes; basta fijarse en nuestra Europa actual, 
  donde la lucha de clases y el pugilato de conquistas han encumbrado al Poder 
  público a una altura en que amenaza con devorar a toda la sociedad y hasta al 
  mismo Estado". 
      Esto fue escrito no más tarde que a comienzos de la década del 90 del 
  siglo pasado. El último prólogo de Engels lleva la fecha del 16 de junio de 
  1891. Por aquel entonces, comenzaba apenas en Francia, y más tenuemente 
  todavía en Norteamérica y en Alemania, el viraje hacia el imperialismo, tanto 
  
  en el sentido de la dominación completa de los trusts, como en el sentido de 
  la omnipotencia de los grandes bancos, en el sentido de una grandiosa política 
  colonial, etc. Desde entonces, el "pugilato de conquistas" ha experimentado un 
  avance gigantesco, tanto más cuanto que a comienzos de la segunda década del 
  siglo XX el planeta ha resultado estar definitivamente repartido entre estos 
  "conquistadores en pugilato", es decir, entre las grandes potencias rapaces. 
  Desde entonces, los armamentos terrestres y marítimos han crecido en 
  proporciones increíbles, y la guerra de pillaje de 1914 a 1917 por la 
  dominación de Inglaterra o Alemania sobre el mundo, por el reparto del botín, 
  ha llevado al borde de una catástrofe completa la "absorción" de todas las 
  fuerzas de la sociedad por un Poder estatal rapaz. 
      Ya en 1891, Engels supo señalar el "pugilato de conquistas" como uno de 
  los más importantes rasgos distintivos de la politica exterior de las grandes 
  potencias. ¡Y los canallas socialchovinistas de los años 1914-1917, en que 
  precisamente este pugilato, agudizándose más y más, ha engendrado la guerra 
  imperialista, encubren la defensa de los intereses rapaces de "su" burguesía 
  con frases sobre la "defensa de la patria", sobre la "defensa de la república 
  y de la revolución" y con otras frases por el estilo! 


  3. EL ESTADO, ARMA DE EXPLOTACION DE LA
  CLASE OPRIMlDA 
      Para mantener un Poder público aparte, situado por encim-a de la sociedad, 
  son necesarios los impuestos y las deudas del Estado. 
      "Los funcionarios, pertrechados con el Poder público y con el derecho a 
  cobrar impuestos, están situados -- dice 
  
  Engels --, como órganos de la sociedad, por encima de la sociedad. A ellos ya 
  no les basta, aun suponiendo que pudieran tenerlo, con el respeto libre y 
  voluntario que se les tributa a los órganos del régimen gentilicio. . ." Se 
  dictan leyes de excepción sobre la santidad y la inviolabilidad de los 
  funcionarios. "El más despreciable polizonte" tiene más "autoridad" que los 
  representantes del clan; pero incluso el jefe del poder militar de un Estado 
  civilizado podría envidiar a un jefe de clan por "el respeto espontáneo" que 
  le profesaba la sociedad. 
      Aquí se plantea la cuestión de la situación privilegiada de los 
  funcionarios como órganos del Poder del Estado. Lo fundamental es saber: ¿qué 
  los coloca por encima de la sociedad? Veamos cómo esta cuestión teórica fue 
  resuelta prácticamente por la Comuna de París en 1871 y cómo la esfumó 
  reaccionariamente Kautsky en 1912: 
      "Como el Estado nació de la necesidad de tener a raya los antagonismos de 
  clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de estas clases, 
  el Estado lo es, por regla general, de la clase más poderosa, de la clase 
  económicamente dominante, que con ayuda de él se convierte también en la clase 
  políticamente dominante, adquiriendo así nuevos medios para la represión y 
  explotación de la clase oprimida. . ." No fueron sólo el Estado antiguo y el 
  Estado feudal órganos de explotación de los esclavos y de los campesinos 
  siervos y vasallos: también "el moderno Estado representativo es instrumento 
  de explotación del trabajo asalariado por el capital. Sin embargo, 
  excepcionalmente, hay períodos en que las clases en pugna se equilibran hasta 
  tal punto, que el Poder del Estado adquiere momentáneamente, como aparente 
  mediador, una 
  
  cierta independencia respecto a ambas". . . Tal aconteció con la monarquía 
  absoluta de los siglos XVII y XVIII, con el bonapartismo del primero y del 
  segundo Imperio en Francia, y con Bismarck en Alemania. 
      Y tal ha acontecido también -- agregamos nosotros -- con el gobierno de 
  Kerenski, en la Rusia republicana, después del paso a las persecuciones del 
  proletariado revolucionario, en un momento en que los Soviets, como 
  consecuencia de hallar se dirigidos por demócratas pequeñoburgueses, son ya 
  impotentes, y la burguesía no es todavía lo bastante fuerte para disolverlos 
  pura y simplemente. 
      En la república democrática -- prosigue Engels -- "la riqueza ejerce su 
  poder indirectamente, pero de un modo tanto más seguro", y lo ejerce, en 
  primer lugar, mediante la "corrupción directa de los funcionarios" 
  (Norteamérica), y, en segundo lugar, mediante la "alianza del gobierno con la 
  Bolsa" (Francia y Norteamérica). 
      En la actualidad, el imperialismo y la dominación de los Bancos han 
  "desarrollado", hasta convertirlos en un arte extraordinario, estos dos 
  métodos adecuados para defender y llevar a la práctica la omnipotencia de la 
  riqueza en las repúblicas democráticas, sean cuales fueren. Si, por ejemplo, 
  en los primeros meses de la república democrática rusa, en los meses que 
  podemos llamar de la luna de miel de los "socialistas" -- 
  socialrevolucionarios y mencheviques -- con la burguesía, en el gobierno de 
  coalición, el señor Palchinski saboteó todas las medidas de restricción contra 
  los capitalistas y sus latrocinios, contra sus actos de saqueo en detrimento 
  del fisco mediante los suministros de guerra, y si, al salir 
  
  del ministerio, el señor Palchinski (sustituido, naturalmente, por otro 
  Palchinski exactamente igual) fue "recompensado" por los capitalistas con un 
  puestecito de 120.000 rublos de sueldo al año, ¿qué significa esto? ¿Es un 
  soborno directo o indirecto? ¿Es una alianza del gobierno con los consorcios o 
  son "solamente" lazos de amistad? ¿Qué papel desempeñan los Chernov y los 
  Tsereteli, los Avkséntiev y los Skóbelev? ¿El de aliados "directos" o 
  solamente indirectos de los millonarios malversadores de los fondos públicos? 
      La omnipotencia de la "riqueza" es más segura en las repúblicas 
  democráticas, porque no depende de la mala envoltura política del capitalismo. 
  La república democrática es la mejor envoltura política de que puede 
  revestirse el capitalismo, y por lo tanto el capital, al dominar (a través de 
  los Pakhinski, los Chernov, los Tsereteli y Cía.) esta envoltura, que es la 
  mejor de tocdas, cimenta su Poder de un modo tan seguro, tan firme, que ningún 
  cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la 
  república democrática burguesa, hace vacilar este Poder. 
      Hay que advertir, además, que Engels, con la mayor precisión, llama al 
  sufragio universal arma de dominación de la burguesía. El sufragio universal, 
  dice Engels, sacando evidentemente las enseñanzas de la larga experiencia de 
  la socialdemocracia alemana, es 
      "el índice que sirve para medir la madurez de la clase obrera. No puede 
  ser más ni será nunca más, en el Estado actual". 
      Los demócratas pequeñoburgueses, por el estilo de nuestros 
  socialrevolucionarios y mencheviques, y sus hermanos carnales, todos los 
  socialchovinistas y oportunistas de la Europa occidental, esperan, en efecto, 
  "más" del sufragio universal. 
  
  Comparten ellos mismos e inculcan al pueblo la falsa idea de que el sufragio 
  universal es, "en el Estado actual ", un medio capaz de expresar realmente la 
  voluntad de la mayoría de los trabajadores y de garantizar su efectividad 
  práctica. 
      Aquí no podemos hacer más que señalar esta idea mentirosa, poner de 
  manifiesto que esta afirmación de Engels completamente clara, precisa y 
  concreta, se falsea a cada paso en la propaganda y en la agitación de los 
  partidos socialistas "oficiales" (es decir, oportunistas). Una explicación 
  minuciosa de toda la falsedad de esta idea, rechazada aquí por Engels, la 
  encontraremos más adelante, en nuestra exposición de los puntos de vista de 
  Marx y Engels sobre el Estado "actual ". 
      En la más popular de sus obras, Engels traza el resumen general de sus 
  puntos de vista en los siguientes términos: 
      "Por tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades que 
  se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni del 
  Poder estatal. Al llegar a una determinada fase del desarrollo económico, que 
  estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta 
  división hizo que el Estado se convirtiese en una necesidad. Ahora nos 
  acercamos con paso veloz a una fase de desarrollo de la producción en que la 
  existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se 
  convierte en un obstáculo directo para la producción. Las clases desaparecerán 
  de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las 
  clases, desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de 
  un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre e igual de 
  productores, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de 
  corres- 
  
  ponder: al museo de antiguedades, junto a la rueca y al hacha de bronce". 
      No se encuentra con frecuencia esta cita en las obras de propaganda y 
  agitación de la socialdemocracia contemporánea. Pero incluso cuando nos 
  encontramos con ella es, casi siempre, como si se hiciesen reverencias ante un 
  icono; es decir, para rendir un homenaje oficial a Engels, sin el menor 
  intento de analizar qué amplitud y profundidad revolucionarias supone esto de 
  "enviar toda la máquina del Estado al museo de antiguedades". No se ve, en la 
  mayoría de los casos, ni siquiera la comprensión de lo que Engels llama la 
  máquina del Estado. 


  4. LA "EXTINCION" DEL ESTADO Y LA
  REVOLUCION VIOLENTA 
      Las palabras de Engels sobre la "extinción" del Estado gozan de tanta 
  celebridad y se citan con tanta frecuencia, muestran con tanto relieve dónde 
  está el quid de la adulteración corriente del marxismo por la cual éste es 
  adaptado al oportunismo, que se hace necesario detenerse a examinarlas 
  detalladamente. Citaremos todo el pasaje donde figuran estas palabras: 
      "El proletariado toma en sus manos el Poder del Estado y comienza por 
  convertir los medios de producción en propiedad del Estado. Pero con este 
  mismo acto se destruye a sí mismo como proletariado y destruye toda diferencia 
  y todo antagonismo de clases, y, con ello mismo, el Estado como tal. La 
  sociedad hasta el presente, movida entre los antagonismos de clase, ha 
  necesitado del Estado, o sea de una organización de la correspondiente clase 
  explotadora 
  
  para mantener las condiciones exteriores de producción, y por tanto, 
  particularmente para mantener por la fuerza a la clase explotada en las 
  condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre o el vasallaje y el 
  trabajo asalariado), determinadas por el modo de producción existente. El 
  Estado era el representante oficial de toda la sociedad, su síntesis en un 
  cuerpo social visible; pero lo era sólo como Estado de la clase que en su 
  época representaba a toda la sociedad: en la antiguedad era el Estado de los 
  ciudadanos esclavistas; en la Edad Media el de la nobleza feudal; en nuestros 
  tiempos es el de la burguesía. Cuando el Estado se convierta finalmente en 
  representante efectivo de toda la sociedad, será por sí mismo superfluo. 
  Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener en la 
  opresión; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la 
  lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la 
  producción, los choques y los excesos resultantes de esta lucha, no habra ya 
  nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión, 
  el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como 
  representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de 
  producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente 
  como Estado. La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones 
  sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y se 
  adormecerá por sí misma. El gobierno sobre las personas es sustituido por la 
  administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. 
  El Estado no será 'abolido'; se extingue. Partiendo de esto es como hay que 
  juzgar el valor de esa frase sobre el 'Estado popular libre' en lo que toca a 
  su justificación provisional como consigna de agitación y en 
  
  lo que se refiere a su fa]ta absoluta de fundamento científico. Partiendo de 
  esto es también como debe ser considerada ]a exigencia de los llamados 
  anarquistas de que el Estado sea abolido de la noche a la mañana" 
  ("Anti-Dühring " o "La subversión de la ciencia por el señor Eugenio Dühring", 
  págs. 301-303 de la tercera edición alemana). 
      Sin temor a equivocarnos, podemos decir que de estos pensamientos 
  sobremanera ricos, expuestos aquí por Engels, lo único que ha pasado a ser 
  verdadero patrimonio del pensamiento socialista, en los partidos socialistas 
  actuales, es la tesis de que el Estado, según Marx, "se extingue", a 
  diferencia de la doctrina anarquista de la "abolición" del Estado. Truncar así 
  el marxismo equivale a reducirlo al oportunismo, pues con esta 
  "interpretación" no queda en pie más que una noción confusa de un cambio 
  lento, paulatino, gradual, sin saltos ni tormentas, sin revoluciones. Hablar 
  de "extinción" del Estado, en un sentido corriente, generalizado, de masas, si 
  cabe decirlo así, equivale indudablemente a esfumar, si no a negar, la 
  revolución. 
      Además, semejante "interpretación" es la más tosca tergiversación del 
  marxismo, tergiversación que sólo favorece a la burguesía y que descansa 
  teóricamente en la omisión de circunstancias y consideraciones importantísimas 
  que se indican, por ejemplo, en el "resumen" contenido en el pasaje de Engels, 
  citado aquí por nosotros en su integridad. 
      En primer lugar, Engels dice en el comienzo mismo de este pasaje que, al 
  tomar el Poder del Estado, el proletaria do "destruye, con ello mismo, el 
  Estado como tal". "No es uso" pararse a pensar qué significa esto. Lo 
  corriente es ignorarlo en absoluto o considerarlo algo así como una "debi- 
  
  lidad hegeliana" de Engels. En realidad, en estas palabras se expresa 
  concisamente la experiencia de una de las más grandes revoluciones 
  proletarias, la experiencia de la Comuna de París de 1871, de la cual 
  hablaremos detalladamente en su lugar. En realidad, Engels habla aquí de la 
  "destrucción" del Estado de la burguesía por la revolución proletaria, 
  mientras que las palabras relativas a la extinción del Estado se refieren a 
  los restos del Estado proletario después de la revolución socialista. El 
  Estado burgués no se "extingue", según Engels, sino que "e s  d e s t r u i d 
  o " por el proletariado en la revolución. El que se extingue, después de esta 
  revolución, es el Estado o semi-Estado proletario. 
      En segundo lugar, el Estado es una "fuerza especial de represión". Esta 
  magnífica y profundísima definición de Engels es dada aquí por éste con la más 
  completa claridad. Y de ella se deduce que la "fuerza especial de represión" 
  del proletariado por la burguesía, de millones de trabajadores por un puñado 
  de ricachos, debe sustituirse por una "fuerza especial de represión" de la 
  burguesía por el proletariado (dictadura del proletariado). En esto consiste 
  precisamente la "destrucción del Estado como tal". En esto consiste 
  precisamente el "acto" de la toma de posesión de los medios de producción en 
  nombre de la sociedad. Y es de suyo evidente que semejante sustitución de una 
  "fuerza especial" (la burguesa) por otra (la proletaria) ya no puede operarse, 
  en modo alguno, bajo la forma de "extinción". 
      En tercer lugar, Engels, al hablar de la "extinción" y -- con frase 
  todavía más plástica y colorida -- del "adormecimiento" del Estado, se refiere 
  con absoluta claridad y precisión a la época p o s t e r i o r a  la "toma de 
  posesión de los medios de producción por el Estado en nombre de toda la 
  sociedad", es decir, p o s t e r i o r a  a la revolución socialista. 
  
  Todos nosotros sabemos que la forma política del "Estado", en esta época, es 
  la democracia más completa. Pero a ninguno de los oportunistas que tergiversan 
  desvergonzadamente el marxismo se le viene a las mientes la idea de que, por 
  consiguiente, Engels hable aquí del "adormecimiento" y de la "extinción" de la 
  d e m o c r a c i a.  Esto parece, a primera vista, muy extraño. Pero esto 
  sólo es "incomprensible" para quien no haya comprendido que la democracia t a 
  m b i é n  es un Estado y que, consiguientemente, la democracia también 
  desaparecerá cuando desaparezca el Estado. El Estado burgués sólo puede ser 
  "destruido" por la revolución. El Estado en general, es decir, la más completa 
  democracia, sólo puede "extinguirse". 
      En cuarto lugar, al establecer su notable tesis de la "extinción del 
  Estado", Engels declara a renglón seguido, de un modo concreto, que esta tesis 
  se dirige tanto contra los oportunistas, como contra los anarquistas. Además, 
  Engels coloca en primer plano la conclusión que, derivada de su tesis sobre la 
  "extinción del Estado", se dirige contra los oportunistas. 
      Podría apostarse que de diez mil hombres que hayan leído u oído hablar 
  acerca de la "extinción" del Estado, nueve mil novecientos noventa no saben u 
  olvidan en absoluto que Engels no dirigió solamente contra los anarquistas sus 
  conclusiones derivadas de esta tesis. Y de las diez personas restantes, lo más 
  probable es que nueve no sepan qué es el "Estado popular libre" y por qué el 
  atacar esta consigna significa atacar a los oportunistas. ¡Así se escribe la 
  Historia! Así se adapta de un modo imperceptible la gran doctrina 
  revolucionaria al filisteísmo dominante. La conclusión contra los anarquistas 
  se ha repetido miles de veces, se ha vulgarizado, se ha inculcado en las 
  cabezas del modo más 
  
  simplificado, ha adquirido la solidez de un prejuicio. ¡Pero la conclusión 
  contra los oportunistas la han esfumado y "olvidado"! 
      El "Estado popular libre" era una reivindicación progra mática y una 
  consigna corriente de los socialdemócratas alemanes en la década del 70. En 
  esta consigna no hay el menor contenido político, fuera de una filistea y 
  enfática descripción de la noción de democracia. Engels estaba dispuesto a 
  "justificar", "por el momento", esta consigna desde el punto de vista de la 
  agitación, por cuanto con ella se insinuaba legalmente la república 
  democrática. Pero esta consigna era oportunista, porque expresaba no sólo el 
  embellecimiento de la democracia burguesa, sino también la incomprensión de la 
  crítica socialista de todo Estado en general. Nosotros somos partidarios de la 
  república democrática, como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo 
  el capitalismo, pero no tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud 
  asalariada es el destino reservado al pueblo, incluso bajo la república 
  burguesa más democrática. Más aún. Todo Estado es una "fuerza especial para la 
  represión" de la clase oprimida. Por eso, todo Estado ni es libre ni es 
  popular. Marx y Engels explicaron esto reiteradamente a sus camaradas de 
  partido en la década del 70. 
      En quinto lugar, en esta misma obra de Engels, de la que todos citan el 
  pasaje sobre la extinción del Estado, se contiene un pasaje sobre la 
  importancia de la revolución violenta. El análisis histórico de su papel lo 
  convierte Engels en un verdadero panegírko de la revolución violenta. Esto 
  "nadie lo recuerda". Sobre la importancia de este pensamiento, no es uso 
  hablar ni siquiera pensar en los partidos socialistas contemporáneos estos 
  pensamientos no desempeñan ningún papel en la propaganda ni en la agitación 
  cotidianas entre 
  
  las masas. Y, sin embargo, se hallan indisolublemente unidos a la "extinción" 
  del Estado y forman con ella un todo armónico. 
      He aquí el pasaje de Engels: 
      ". . . De que la violencia desempeña en la historia otro papel [además del 
  de agente del mal], un papel revolucionario; de que, según la expresión de 
  Marx, es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra 
  nueva; de que la violencia es el instrumento con la ayuda del cual el 
  movimiento social se abre camino y rompe las formas políticas muertas y 
  fosilizadas, de todo eso no dice una palabra el señor Dühring. Sólo entre 
  suspiros y gemidos admite la posibilidad de que para derrumbar el sistema de 
  explotación sea necesaria acaso la violencia, desgraciadamente, afirma, pues 
  el empleo de la misma, según él, desmoraliza a quien hace uso de ella. ¡Y esto 
  se dice, a pesar del gran avance moral e intelectual, resultante de toda 
  revolución victoriosa! Y esto se dice en Alemania, donde la colisión violenta 
  que puede ser impuesta al pueblo tendría, cuando menos, la ventaja de destruir 
  el espíritu de servilismo que ha penetrado en la conciencia nacional como 
  consecuencia de la humillación de la Guerra de los Treinta años. ¿Y estos 
  razonamientos turbios, anodinos, impotentes, propios de un párroco rural, se 
  pretende im poner al partido más revolucionario de la historia?" (Lugar 
  citado, , tercera edición alemana, final del IV capítulo, II parte). 
      ¿Cómo es posible conciliar en una sola doctrina este panegírico de la 
  revolución violenta, presentado con insistencia por Engels a los 
  socialdemócratas alemanes desde 1878 hasta 
  
  1894, es decir, hasta los últimos días de su vida, con la teoría de la 
  "extinción" del Estado? 
      Generalmente se concilian ambos pasajes con ayuda del eclecticismo, 
  desgajando a capricho (o para complacer a los detentadores del Poder), sin 
  atenerse a los principios o de un modo sofístico, ora uno ora otro argumento y 
  haciendo pasar a primer plano, en el noventa y nueve por ciento de los casos, 
  si no en más, precisamente la tesis de la "extinción". Se suplanta la 
  dialéctica por el eclecticismo: es la actitud más usual y más generalizada 
  ante el marxismo en la literatura socialdemócrata oficial de nuestros días. 
  Estas suplantaciones no tienen, ciertamente, nada de nuevo; pueden observarse 
  incluso en la historia de la filosofía clásica griega. Con la suplantación del 
  marxismo por el oportunismo, el eclecticismo presentado como dialéctica engaña 
  más fácilmente a las masas, les da una aparente satisfacción, parece tener en 
  cuenta todos los aspectos del proceso, todas las tendencias del desarrollo, 
  todas las influencias contradictorias, etc., cuando en realidad no da ninguna 
  noción completa y revolucionaria del proceso del desarrollo social. 
      Ya hemos dicho más arriba, y ciemostrarenmos con mayor detalle en nuestra 
  ulterior exposición, que la doctrina de Marx y Engels sobre el carácter 
  inevitable de la revolución violenta se refiere al Estado burgués. Este no 
  puede sustituirse por el Estado proletario (por la dictadura del proletariado) 
  mediante la "extinción", sino sólo, por regla general, mediante la revolución 
  violenta. El panegírico que dedica Engels a ésta, y que coincide plenamente 
  con reiteradas manifestaciones de Marx (recordaremos el final de "Miseria de 
  la Filosofía" y del "Manifiesto Comunista" con la declaración orgullosa y 
  franca sobre el carácter inevitable de la revolución violenta; recordaremos la 
  crítica del Programa de 
  
  Gotha, en 1875, cuando ya habían pasado casi treinta años, y en la que Marx 
  fustiga implacablemente el oportunismo de este programa[3]), este panegírico 
  no tiene nada de "apasionamiento", nada de declamatorio, nada de arranque 
  polémico. La necesidad de educar sistemáticamente a las masas en esta, 
  precisamente en esta idea sobre la revolución violenta, es algo básico en toda 
  la doctrina de Marx y Engels. La traición cometida contra su doctrina por las 
  corrientes socialchovinista y kautskiana hoy imperantes se manifiesta con 
  singular relieve en el olvido por unos y otros de esta propaganda, de esta 
  agitación. 
      La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario es imposible 
  sin una revolución violenta. La supresión del Estado proletario, es decir, la 
  supresión de todo Estado, sólo es posible por medio de un proceso de 
  "extinción". 
      Marx y Engels desarrollaron estas ideas de un modo minucioso y concreto, 
  estudiando cada situación revolucionaria por separado, analizando las 
  enseñanzas sacadas de la experiencia de cada revolución. Y esta parte de su 
  doctrina, que es, incuestionablemente, la más importante, es la que pasamos a 
  analizar. 

   

  CAPITULO II
  EL ESTADO Y LA REVOLUCION. LA
  EXPERIENCIA DE LOS AÑOS 1848-1851

  1. EN VISPERAS DE LA REVOLUCION 
      Las primeras obras del marxismo maduro, "Miseria de la Filosofía" y el 
  "Manifiesto Comunista", datan precisamente 
  
  de la víspera de la revolución de 1848. Esta circunstancia hace que en estas 
  obras se contenga, hasta cierto punto, además de una exposición de los 
  fundamentos generales del marxismo, el reflejo de la situación revolucionaria 
  concreta de aquella época; por eso será, quizás, más conveniente examinar lo 
  que los autores de esas obras dicen acerca del Estado, inmediatamente antes de 
  examinar las conclusiones sacadas por ellos de la experiencia de los anos 
  1848-1851. 
      "En el transcurso del desarrollo, la clase obrera -- escribe Marx en 
  'Miseria de la Filosofía' -- sustituirá la antigua sociedad burguesa por una 
  asociación que excluya a las clases y su antagonismo; y no existirá ya un 
  Poder político propiamente dicho, pues el Poder político es precisamente la 
  expresión oficial del antagonismo de clase dentro de la sociedad burguesa" 
  ( de la edición alemana de 1885). 
      Es interesante confrontar con esta exposición general de la idea de la 
  desaparición del Estado después de la supresión de las clases, la exposición 
  que contiene el "Manifiesto Comunista", escrito por Marx y Engels algunos 
  meses después, a saber, en noviembre de 1847: 
      "Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos 
  seguido la guerra civil más o menos latente que existe en el seno de la 
  sociedad vigente, hasta el momento en que se transforma en una revolución 
  abierta y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, 
  instaura su dominación. . ." 
      ". . . Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la 
  transformación [literalmente: elevación] del proletariado en clase dominante, 
  la conquista de la democracia". 
  
      "El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando 
  gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los 
  instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado 
  organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible 
  las fuerzas productivas" (págs. 31 y 37 de la 7a edición alemana, de 1906). 
      Vemos aquí formulada una de las ideas más notables y más importantes del 
  marxismo en la cuestión del Estado, a saber: la idea de la "dictadura del 
  proletariado" (como comenzaron a denominarla Marx y Engels después de la 
  Comuna de París) y asimismo la definición del Estado, interesante en el más 
  alto grado, que se cuenta también entre las "palabras olvidadas" del marxismo: 
  "El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante ". 
      Esta definición del Estado no sólo no se explicaba nunca en la literatura 
  imperante de propaganda y agitación de los partidos socialdemócratas 
  oficiales, sino que, además, se la ha entregado expresamente al olvido, pues 
  es del todo inconciliable con el reformismo y se da de bofetadas con los 
  prejuicios oportunistas corrientes y las ilusiones filisteas con respecto al 
  "desarrollo pacífico de la democracia". 
      El proletariado necesita el Estado, repiten todos los oportunistas, 
  socialchovinistas y kautskianos asegurando que tal es la doctrina de Marx y 
  "olvidándose " de añadir, primero, que, según Marx, el proletariado sólo 
  necesita un Estado que se extinga, es decir, organizado de tal modo, que 
  comience a extinguirse inmediatamente y que no pueda por menos de extinguirse; 
  y, segundo, que los trabajadores necesitan un "Estado", "es decir, el 
  proletariado organizado como clase dominante". 
  
      El Estado es una organización especial de la fuerza, es una organización 
  de la violencia para la represión de una clase cualquiera. ¿Qué clase es la 
  que el proletariado tiene que reprimir? Sólo es, naturalmente, la clase 
  explotadora, es decir, la burguesía. Los trabajadores sólo necesitan el Estado 
  para aplastar la resistencia de los explotadores, y este aplastamiento sólo 
  puede dirigirlo, sólo puede llevarlo a la práctica el proletariado, como la 
  única clase consecuentemente revolucionaria, como la única clase capaz de unir 
  a todos los trabajadores y explotados en la lucha contra la burguesía, por la 
  completa eliminación de ésta. 
      Las clases explotadoras necesitan la dominación política para mantener la 
  explotación, es decir, en interés egoísta de una minoría insignificante contra 
  la mayoría inmensa del pueUo. Las clases explotadas necesitan la dominación 
  política para destruir completamente toda explotación, es cdecir, en interés 
  de la mayoría inmensa del pueblo contra la minoría insignificante de los 
  esclavistas modernos, es decir, los terratenientes y capitalistas. 
      Los demócratas pequeñoburgueses, estos seudosocialistas que han sustituido 
  la lucha de clases por sueños sobre la armonía de las clases, se han imaginado 
  la transformación socialista también de un modo soñador, no como el 
  derrocamiento de la dominación de la clase explotadora, sino como la sumisión 
  pacífica de la minoría a la mayoría, que habrá adquirido conciencia de su 
  misión. Esta utopía pequeñoburguesa, que va inseparablemente unida al 
  reconocimiento de un Estado situado por encima de las clases, ha conducido en 
  la práctica a la traición contra los intereses de las clases trabajadoras, 
  como lo ha demostrado, por ejemplo, la historia de las revoluciones francesas 
  de 1848 y 1871, y como lo ha demostrado la experiencia de la participación 
  "socialista" 
  
  en ministerios burgueses en Ingiaterra, Francia, Italia y otros países a fines 
  del siglo XIX y comienzos del XX. 
      Marx luchó durante toda su vida contra este socialismo pequeñoburgués, que 
  hoy vuelve a renacer en Rusia en los partidos socialrevolucionario y 
  menchevique. Marx des arrolló consecuentemente la doctrina de la lucha de 
  clases hasta llegar a establecer la doctrina sobre el Poder político, sobre el 
  Estado. 
      El derrocamiento de la dominación de la burguesía sólo puede llevarlo a 
  cabo el proletariado, como clase especial cuyas condiciones económicas de 
  existencia le preparan para ese derrocamiento y le dan la posibilidad y la 
  fuerza de efectuarlo. Mientras la burguesía desune y dispersa a los campesinos 
  y a todas las capas pequeñoburguesas, cohesiona, une y organiza al 
  proletariado. Sólo el proletariado -- en virtud de su papel económico en la 
  gran producción -- es capaz de ser el jefe de todas las masas trabajadoras y 
  explotadas, a quienes con frecuencia la burguesía explota, esclaviza y oprime 
  no menos, sino más que a los proletarios, pero que no son capaces de luchar 
  por su cuenta para alcanzar su propia liberación. 
      La doctrina de la lucha de clases, aplicada por Marx a la cuestión del 
  Estado y de la revolución socialista, conduce necesariamente al reconocimiento 
  de la dominación política del proletariado, de su dictadura, es decir, de un 
  Poder no compartido con nadie y apoyado directamente en la fuerza armada de 
  las masas. El derrocamiento de la burguesía sólo puede realizarse mediante la 
  transformación del proletariado en clase dominante, capaz de aplastar la 
  resistencia inevitable y desesperada de la burguesía y de organizar para el 
  nuevo régimen económico a todas las masas trabajadoras y explotadas. 
  
      El proletariado necesita el Poder del Estado, organización centralizada de 
  la fuerza, organización de la violencia, tanto para aplastar la resistencia de 
  los explotadores como para dirigir a la enorme masa de la población, a los 
  campesinos, a la pequeña burguesía, a los semiproletarios, en la obra de 
  "poner en marcha" la economía socialista. 
      Educando al Partido obrero, el marxismo educa a la vanguardia del 
  proletariado, vanguardia capaz de tomar el Poder y de conducir a todo el 
  pueblo al socialismo, de dirigir y organizar el nuevo régimen, de ser el 
  maestro, el dirigente, el jefe de todos los trabajadores y explotados en la 
  obra de construir su propia vida social sin burguesía y contra la burguesía. 
  Por el contrario, el oportunismo hoy imperante educa en sus partidos obreros a 
  los representantes de los obreros mejor pagados, que están apartados de las 
  masas y se "arreglan" pasablemente bajo el capitalismo, vendiendo por un plato 
  de lentejas su derecho de primogenitura, es decir, renunciando al papel de 
  jefes revolucionarios del pueblo contra la burguesía. 
      "El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante": 
  esta teoría de Marx se halla inseparablemente vinculada a toda su doctrina 
  acerca de la misión revolucionaria del proletariado en la historia. El 
  coronamiento de esta su misión es la dictacdura proletaria, la dominación 
  política del proletariacdo. 
      Pero si el proletariado necesita el Estado como organización especial de 
  la violencia contra la burguesía, de aquí se desprende por sí misma la 
  conclusión de si es concebible que pueda crearse una organización semejante 
  sin destruir previamente, sin aniquilar aquella máquina estatal creada para sí 
  por la burguesía. A esta conclusión lleva directamente el "Manifiesto 
  Comunista", y Marx habla de ella al 
  
  hacer el balance de la experiencia de la revolución de 1848-1851. 


  2. EL BALANCE DE LA REVOLUCION 
      En el siguiente pasaje de su obra "El 18 Brumario de Luis Bonaparte", Marx 
  hace el balance de la revolución de 1848-1851, respecto a la cuestión del 
  Estado, que es el que aquí nos interesa: 
      "Pero la revolución es radical. Está pasando todavía por el purgatorio. 
  Cumple su tarea con método. Hasta el 2 de diciembre de 1851 [día del golpe de 
  Estado de Luis Bonaparte] había terminado la mitad de su labor preparatoria; 
  ahora, termina la otra mitad. Lleva primero a la perfección el Poder 
  parlamentario, para poder derroarlo. Ahora, conseguido ya esto, lleva a la 
  perfección el Poder ejecutivo, lo reduce a su más pura expresión, lo aísla, se 
  enfrenta con él, con el único objeto de concentrar contra él todas las fuerzas 
  de destrucción [subrayado por nosotros]. Y cuando la revolución haya llevado a 
  cabo esta segunda parte de su labor preliminar, Europa se levantará y gritará 
  jubilosa: ¡bien has hozado, viejo topo! 
      Este Poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, 
  con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, un ejército de 
  funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército de otro 
  medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como 
  una red al cuerpo de la sociedad francesa y la tapona todos los poros, surgió 
  en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que 
  dicho organismo contribuyó a acelerar". La primera 
  
  revolución francesa desarrolló la centralización, "pero al mismo tiempo amplió 
  el volumen, las atribuciones y el número de servidores del Poder del gobierno. 
  Napoleón perfeccionó esta máquina del Estado". La monarquía legítima y la 
  monarquía de julio "no anadieron nada más que una mayor división del trabajo. 
  . ." 
      ". . . Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha contra la 
  revolución, vióse obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los 
  medios y la centralización del Poder del gobierno. T o d a s  I a s  r e v o l 
  u c i o n e s  p e r f e c c i o n a b a n  e s t a  m á q u i n a , e n  v e 
  z  d e d e s t r o z a r I a [subrayado por nosotros]. Los partidos que 
  luchaban alternativamente por la domi nación, consideraban la toma de posesión 
  de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor" ("El 
  18 Brumario de Luis Bonaparte", págs. 98-99, 4a ed., Hamburgo, 1907). 
      En este notable pasaje, el marxismo avanza un trecho enorme en comparación 
  con el "Manifiesto Comunista". Allí, la cuestión del Estado planteábase 
  todavía de un modo extremadamente abstracto, operando con las nociones y las 
  expresiones más generales. Aqui, la cuestión se plantea ya de un modo 
  concreto, y la conclusión a que se llega es extraordinariamente precisa, 
  definida, prácticamente tangible: todas las revoluciones anteriores 
  perfeccionaron la máquina del Estado, y lo que hace falta es romperla, 
  destruirla. 
      Esta conclusión es lo principal, lo fundamental, en la doctrina del 
  marxismo sobre el Estado Y precisamente esto, que es lo fundamental, es lo que 
  no sólo ha sido olvidado completamente por los partidos socialdemócratas 
  oficiales imperantes, sino lo que ha sido evidentemente tergiversado 
  
  (como veremos más abajo) por el más destacado teórico de la II Internacional, 
  C. Kautsky. 
      En el "Manifiesto Comunista" se resumen los resultados generales de la 
  historia, que nos obligan a ver en el Estado un órgano de dominación de clase 
  y nos llevan a la conclusión necesaria de que el proletariado no puede 
  derrocar a la burguesía si no empieza por conquistar el Poder político, si no 
  logra la dominación política, si no transforma el Estado en el "proletariado 
  organizado como clase dominante", y de que este Estado proletario comienza a 
  extinguirse inmediatamente después de su triunfo, pues en una sociedad sin 
  contradicciones de clase el Estado es innecesario e imposible. Pero aquí no se 
  plantea la cuestión de cómo deberá realizarse -- desde el punto de vista del 
  desarrollo histórico -- esta sustitución del Estado burgués por el Estado 
  proletario. 
      Esta cuestión es precisamente la que Marx plantea y resuelve en 1852. Fiel 
  a su filosofía del materialismo dialéctico, Marx toma como base la experiencia 
  histórica de los grandes años de la revolución, de los años 1848-1851. Aquí, 
  como siempre, la doctrina de Marx es un resumen de la experiencia, iluminado 
  por una profunda concepción filosófica del mundo y por un rico conocimiento de 
  la historia. 
      La cuestión del Estado se plantea de un modo concreto: ¿cómo ha surgido 
  históricamente el Estado burgués, la máquina del Estado que necesita para su 
  dominación la burguesía? ¿Cuáles han sido sus cambios, cuál su evolución en el 
  transcurso de las revoluciones burguesas y ante las acciones independientes de 
  las clases oprimidas? ¿Cuáles son las tareas del proletariado en lo tocante a 
  esta máquina del Estado? 
      El Poder estatal centralizado, característico de la sociedad burguesa, 
  surgió en la época de la caída del absolutismo. 
  
  Dos son las instituciones más características de esta máquina del Estado: la 
  burocracia y el ejército permanente. En las obras de Marx y Engels se habla 
  reiteradas veces de los miles de hilos que vinculan a estas instituciones 
  precisamente con la burguesía. La experiencia de todo obrero revela estos 
  vínculos de un modo extraordinariamente evidente y sugeridor. La clase obrera 
  aprende en su propia carne a comprender estos vínculos, por eso, capta tan 
  fácilmente y se asimila tan bien la ciencia del carácter inevitable de estos 
  vínculos, ciencia que los demócratas pequeñoburgueses niegan por ignorancia y 
  por frivolidad, o reconocen, todavía de un modo más frívolo, "en términos 
  generales", olvidándose de sacar las conclusiones prácticas correspondientes. 
      La burocracia y el ejército permanente son un "parásito" adherido al 
  cuerpo de la sociedad burguesa, un parásito engendrado por las contradicciones 
  internas que dividen a esta sociedad, pero, precisamente, un parásito que 
  "tapona" los poros vitales. El oportunismo kautskiano imperante hoy en la 
  socialdemocracia oficial considera patrimonio especial y exclusivo del 
  anarquismo la idea del Estado como un organismo parasitario. Se comprende que 
  esta tergiversación del marxismo sea extraordinariamente ventajosa para esos 
  filisteos que han llevado el socialismo a la ignominia inaudita de justificar 
  y embellecer la guerra imperialista mediante la aplicación a ésta del concepto 
  de la "defensa de la patria", pero es, a pesar de todo, una tergiversación 
  indiscutible. 
      A través de todas las revoluciones burguesas vividas en gran número por 
  Europa desde los tiempos de la caída del feudalismo, este aparato burocrático 
  y militar va desarrollándose, perfeccionándose y afianzandose. En particular, 
  es precisamente la pequeña burguesía la que se pasa al lado 
  
  de la gran burguesía y se somete a ella en una medida considerable por me~io 
  de este aparato, que suministra a las capas altas de los campesinos, pequeños 
  artesanos, comerciantes, etc., puestecitos relativamente cómodos, tranquilos y 
  honorables, que colocan a sus poseedores por encima del pueblo. Fijaos en lo 
  ocurrido en Rusia en el medio año transcurrido desde el 27 de febrero de 1917: 
  los cargos burocráticos, que antes se adjudicaban preferentemente a los 
  miembros de las centurias negras, se han convertido en botín de kadetes, 
  mencheviques y socialrevolucionarios. En el fondo, no se pensaba en ninguna 
  reforma seria, esforzándose por aplazadas "hasta la Asamblea Constituyente", y 
  aplazando poco a poco la Asamblea Constituyente ¡hasta el final de la guerra! 
  ¡Pero para el reparto del botin, para la ocupación de los puestecitos de 
  ministros, subsecretarios, gobernadores generales, etc., etc., no se dio 
  largas ni se esperó a ninguna Asamblea Constituyente! El juego en torno a 
  combinaciones para formar gobierno no era, en el fondo, más que la expresión 
  de este reparto y reajuste del "botin", que se hacía arriba y abajo, por todo 
  el país, en toda la administración, central y local. El balance, un balance 
  objetivo, del medio año que va desde el 27 de febrero al 27 de agosto de 1917 
  es indiscutible: las reformas se aplazaron, se efectuó el reparto de los 
  puestecitos burocráticos, y los "errores" del reparto se corrigieron mediante 
  algunos reajustes. 
      Pero cuanto más se procede a estos "reajustes" del aparato burocrático 
  entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses (entre los kadetes, 
  socialrevolucionarios y mencheviques, si nos atenemos al ejemplo ruso), con 
  tanta mayor claridad ven las clases oprimidas, y a la cabeza de ellas el 
  proletariado, su hostilidad irreconciliable contra toda la 
  
  sociedad burguesa. De aquí la nesesidad, para todos los partidos burgueses, 
  incluyendo a los más democráticos y "revolucionario-democráticos", de reforzar 
  la represión contra el proletariado revolucionario, de fortalecer el aparato 
  de represión, es decir, la misma máquina del Estado. Esta marcha de los 
  acontecimientos obliga a la revolución "a concentrar todas las fuerzas de 
  destrucción " contra el Poder estatal, la obliga a proponerse como objetivo, 
  no el perfeccionar la máquina del Estado, sino el destruirla, el aplastarla. 
      No fue la deducción lógica, sino el desarrollo real de los 
  acontecimientos, la experiencia viva de los años 1848-1851, lo que condujo a 
  esta manera de plantear la cuestión. Hasta qué punto se atiene Marx 
  rigurosamente a la base efectiva de la experiencia histórica, se ve teniendo 
  en cuenta que en 1852 Marx no plantea todavía el problema concreto de saber c 
  o n  q u é  se va a sustituir esta máquina del Estado que ha de ser destruida. 
  La experiencia no suministraba todavía entonces los materiales para esta 
  cuestión, que la historia puso al orden del día más tarde, en 1871. En 1852, 
  con la precisión del observador que investiga la historia natural, sólo podía 
  registrarse una cosa: que la revolución proletaria h a b í a  d e  a b o r d a 
  r  la tarea de "concentrar todas las fuerzas de destrucción" contra el Poder 
  estatal, la tarea de "romper" la máquina del Estado. 
      Aquí puede surgir esta pregunta: ¿Es justo generalizar la experiencia, las 
  observaciones y las conclusiones de Marx, aplicándolas a zonas más amplias que 
  la historia de Francia en los tres años que van de 1848 a 1851? Para examinar 
  esta pregunta, comenzaremos recordando una observación de Engels y pasaremos 
  luego a los hechos. 
  
      "Francia -- escribía Engels en el prólogo a la tercera edición del '18 
  Brumario' -- es el país en el que las luchas históricas de clases se han 
  llevado cada vez a su término decisivo más que en ningún otro sitio y donde, 
  por tanto, las formas políticas variables dentro de las que se han movido 
  estas luchas cde clases y en las que han encontrado su expresión los 
  resultados de las mismas, y en las que se condensan sus resultados, adquieren 
  también los contornos más acusados. Centro del feudalismo en la Edad Media y 
  país modelo de la monarquía unitaria corporativa desde el Renacimiento, 
  Francia pulverizó el feudalismo en la gran revolución e instauró la dominación 
  pura de la burguesía bajo una forma clásica como ningún otro país de Europa. 
  También la lucha del proletariado que se alza contra la burguesía dominante 
  reviste aquí una forma violenta, desconocida en otros países" (, ed. de 
  1907) 
      La última observación está anticuada, ya que a partir de 1871 se ha 
  operado una interrupción en la lucha revolucionaria del proletariado francés, 
  si bien esta interrupción, por mucho que dure, no excluye, en modo alguno, la 
  posibilidad de que, en la próxima revolución proletaria, Francia se revele 
  como el país clásico de la lucha de clases hasta su final decisivo. 
      Pero echemos una ojeada general a la historia de los países adelantados a 
  fines del siglo XIX y comienzos del XX. Veremos que, de un modo más lento, más 
  variado, y en un campo de acción mucho más extenso, se desarrolla el mismo 
  proceso: de una parte, la formación del "Poder parlamentario", lo mismo en los 
  países republicanos (Fran- 
  
  cia, Norteamérica, Suiza) que en los monárquicos (Inglaterra, Alemania hasta 
  cierto punto, Italia, los Países Escandinavos, etc.); de otra parte, la lucha 
  por el Poder entre los distintos partidos burgueses y pequeñoburgueses, que se 
  reparten y se vuelven a repartir el "botín" de los puestos burocráticos, 
  dejando intangibles las bases del régimen burgués; y finalmente, el 
  perfeccionamiento y fortalecimiento del "Poder ejecutivo", de su aparato 
  burocrático y militar. 
      No cabe la menor duda de que éstos son los rasgos generales que 
  caracterizan toda la evolución moderna de los Estados capitalistas en general. 
  En el transcurso de tres años, de 1848 a 1851, Francia reveló, en una forma 
  rápida, tajante, concentrada, los mismos procesos de desarrollo 
  característicos de todo el mundo capitalista. 
      Y en particular el imperialismo, la época del capital bancario, la época 
  de los gigantescos monopolios capitalistas, la época de transformación del 
  capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado, revela un 
  extraordinario fortalecimiento de la "máquina del Estado", un desarrollo 
  inaudito de su aparato burocrático y militar, en relación con el aumento de la 
  represión contra el proletariado, así en los países monárquicos como en los 
  países republicanos más libres. 
      Indudablemente, en la actualidad, la historia del mundo conduce, en 
  proporciones incomparablemente más amplias que en 1852, a la "concentración de 
  todas las fuerzas" de la revolución proletaria para la "destrucción" de la 
  máquina del Estado. 
      ¿Con qué ha de sustituir el proletariado esta máquina? La Comuna de París 
  nos suministra los materiales más instructivos a este respecto. 
  


  3. COMO PLANTEABA MARX LA CUESTION EN 1852[*] 
      En 1907, publicó Mehring en la revista "Neue Zeit"[4] (XXV, 2, ) 
  extractos de una carta de Marx a Weydemeyer, del 5 de marzo de 1852. Esta 
  carta contiene, entre otros, el siguiente notable pasaje: 
      "Por lo que a mí se refiere, no me caben ni el mérito de haber descubierto 
  la existencia de las clases en la so ciedad moderna, ni el de haber 
  descubierto la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores 
  burgueses habían expuesto el desarrollo histórico de esta lucha de clases y 
  algunos economistas burgueses la anatomía económica de las clases. Lo que yo 
  aporté de nuevo fue demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va 
  unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción 
  (historische Entwicklungsphasen der Produktion ); 2) que la lucha de clases 
  conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma 
  dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las 
  clases y hacia una sociedad sin clases". 
      En estas palabras, Marx consiguió expresar de un modo asombrosamente claro 
  dos cosas: primero, la diferencia fundamental y cardinal entre su doctrina y 
  las doctrinas de los pensadores avanzados y más profundos de la burguesía, y 
  segundo, la esencia de su teoría del Estado. 
      Lo fundamental en la doctrina de Marx es la lucha de clases. Así se dice y 
  se escribe con mucha frecuencia. Pero esto no es exacto. De esta inexactitud 
  se deriva con gran frecuencia la tergiversación oportunista del marxismo, su 


      * Añadido a la segunda edición. 
  
  falseamiento en un sentido aceptable para la burguesía. En efecto, la doctrina 
  de la lucha de clases no fue creada por Marx, sino por la burguesía, antes de 
  Marx, y es, en términos generales, aceptable para la burguesía. Quien reconoce 
  solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía 
  dentro del marco del pensamiento burgués y de la política burguesa. 
  Circunscribir el marxismo a la doctrina de la lucha de clases es limitar el 
  marxismo, bastardearlo, reducirlo a algo que la burguesía puede aceptar. 
  Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases 
  al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En esto es en lo que 
  estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran) 
  burgués adocenado. En esta piedra de toque es en la que hay que contrastar la 
  comprensión y el reconocimiento real del marxismo. Y no tiene nada de 
  sorprendente que cuando la historia de Europa ha colocado prácticamente a la 
  clase obrera ante esta cuestión, no sólo todos los oportunistas y reformistas, 
  sino también todos los "kautskianos" (gentes que vacilan entre el reformismo y 
  el marxismo) hayan resultado ser miserables filisteos y demócratas 
  pequeñoburgueses, que niegan la dictadura del proletariado. El folleto de 
  Kautsky "La dictadura del proletariado", publicado en agosto de 1918, es 
  decir, mucho después de aparecer la primera edición del presente libro, es un 
  modelo de tergiversación filistea del marxismo, del que de hecho se reniega 
  ignominiosamente, aunque se le acate hipócritamente de palabra. (Véase mi 
  folleto "La revolución proletaria y el renegado Kautsky", Petrogrado y Moscú, 
  1918.) 
      El oportunismo de nuestros días, personificado por su principal 
  representante, el ex-marxista C. Kautsky, cae de lleno dentro de la 
  característica de la posición burguesa que 
  
  traza Marx y que hemos citado, pues este oportunismo circunscribe el terreno 
  del reconocimiento de la lucha de clases al terreno de las relaciones 
  burguesas. (¡Y dentro de este terreno, dentro de este marco, ningún liberal 
  culto se negaría a reconocer, "en principio", la lucha de clases!) El 
  oportunismo no extiende el reconocimiento de la lucha de clases precisamente a 
  lo más fundamental, al período de transición del capitalismo al comunismo, al 
  período de derrocamiento de la burguesía y de completa destrucción de ésta. En 
  realidad, este período es inevitablemente un período de lucha de clases de un 
  encarnizamiento sin precedentes, en que ésta reviste formas agudas nunca 
  vistas, y, por consiguiente, el Estado de este período debe ser 
  inevitablemente un Estado democrático de una manera nueva (para los 
  proletarios y los desposeídos en general) y dictatorial de una manera nueva 
  (contra la burguesía). 
      Además, la esencia de la teoría de Marx sobre el Estado sólo la ha 
  asimilado quien haya comprendido que la dictadura de una clase es necesaria, 
  no sólo para toda sociedad de clases en general, no sólo para el proletariado 
  después de derrocar a la burguesía, sino también para todo el período 
  histórico que separa al capitalismo de la "sociedad sin clases", del 
  comunismo. Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente 
  diversas, pero su esencia es la misma: todos esos Estados son, bajo una forma 
  o bajo otra, pero, en último resultado, necesariamente, una dictadura de la 
  burguesía. La transición del capitalismo al comunismo no puede, naturalmente, 
  por menos de proporcionar una enorme abundancia y diversidad de formas 
  políticas, pero la esencia de todas ellas será, necesariamente, una: la 
  dictadura del proletariado. 
  


  CAPITULO III
  EL ESTADO Y LA REVOLUCION.
  LA EXPERIENCIA DE LA COMUNA DE PARIS
  DE 1871. EL ANALISIS DE MARX

  1. ¿EN QUE CONSISTE EL HEROISMO DE LA TENTATIVA
  DE LOS COMUNEROS? 
      Es sabido que algunos meses antes de la Comuna, en el otoño de 1870, Marx 
  previno a los obreros de París; demostrándoles que la tentativa de derribar el 
  gobierno sería un disparate dictado por la desesperación. Pero cuando en marzo 
  de 1871 se impuso a los obreros el combate decisivo y ellos lo aceptaron, 
  cuando la insurrección fue un hecho, Marx saludó la revolución proletaria con 
  el más grande entusiasmo, a pesar de todos los malos augurios. Marx no se 
  aferró a la condena pedantesca de un movimiento "extemporáneo", como el 
  tristemente célebre renegado ruso del marxismo Plejánov, que en noviembre de 
  1905 había escrito alentando a la lucha a los obreros y campesinos y que 
  después de diciembre de 1905 se puso a gritar como un liberal cualquiera: "¡No 
  se debía haber empuñado las armas!" 
      Marx, por el contrario, no se contentó con entusiasmarse ante el heroísmo 
  de los comuneros, que, según sus palabras, "tomaban el cielo por asalto". Marx 
  veía en aquel movimiento revolucionario de masas, aunque éste no llegó a 
  alcanzar sus objetivos, una experiencia histórica de grandiosa importancia, un 
  cierto paso hacia adelante de la revolución proletaria mundial, un paso 
  práctico más importante que cientos de programas y de raciocinios. Analizar 
  esta expe- 
  
  riencia, sacar de ella las enseñanzas tácticas, revisar a la luz de ella su 
  teoría: he aquí cómo concebía su misión Marx. 
      La única "corrección" que Marx consideró necesario introducir en el 
  "Manifiesto Comunista" fue hecha por él a base de la experiencia 
  revolucionaria de los comuneros de París. 
      El último prólogo a la nueva edición alemana del "Manifiesto Comunista", 
  suscrito por sus dos autores, lleva la fecha de 24 de junio de 1872. En este 
  prólogo, los autores, Carlos Marx y Federico Engels, dicen que el programa del 
  "Manifiesto Comunista" está "ahora anticuado en ciertos puntos". 
      ". . . La Comuna ha demostrado, sobre todo -- contimúan --, que *la clase 
  obrera no puede simplemente tomar posesión de la méquina estatal existente y 
  ponerla en marcha para sus propios fines. . .* " 
      Las palabras puestas entre asteriscos, en esta cita, fueron tomadas por 
  sus autores de la obra de Marx "La guerra civil en Francia". 
      Asi, pues, Marx y Engels atribuían una importancia tan gigantesca a esta 
  enseñanza fundamental y principal de la Comuna de Paris, que la introdujeron 
  como corrección esencial en el "Manifiesto Comunista". 
      Es sobremanera característico que precisamente esta corrección esencial 
  haya sido tergiversada por los oportunistas y que su sentido sea, 
  probablemente, desconocido de las nueve décimas partes, si no del noventa y 
  nueve por ciento de los lectores del "Manifiesto Comunista". De esta 
  tergiversación trataremos en detalle más abajo, en el capítulo consagrado 
  especialmente a las tergiversaciones. Aqui, bastará señalar que la manera 
  corriente, vulgar, de "entender" las notables palabras de Marx citadas por 
  nosotros consiste 
  
  en suponer que Marx subraya aqui la idea del desarrollo lento, por oposición a 
  la toma del Poder por la violencia, y otras cosas por el estilo. 
      En realidad, es p r e c i s a m e n t e  l o  c o n t r a r i o. El 
  pensamiento de Marx consiste en que la clase obrera debe d e s t r u i r, r o 
  m p e r  la "máquina estatal existente" y no limitarse simplemente a 
  apoderarse de ella. 
      El 12 de abril de 1871, es decir, justamente en plena Comuna, Marx 
  escribió a Kugelmann: 
      "Si te fijas en el último capítulo de mi '18 Brumario', verás que expongo 
  como próxima tentativa de la revolución francesa, no hacer pasar de unas manos 
  a otras la máquina burocrático-militar, como se venia haciendo hasta ahora, 
  sino r o m p e r l a  [subrayado por Marx; en el original zerbrechen ], y ésta 
  es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el 
  continente. En esto, precisamente, consiste la tentativa de nuestros heroicos 
  camaradas de Paris" ( de la revista "Neue Zeit", t. XX, I, año 
  1901-1902). 
      (Las cartas de Marx a Kugelmann han sido publicadas en ruso no menos que 
  en dos ediciones, una de ellas redactada por mi y con un prólogo mio.) 
      En estas palabras: "romper la máquina burocrático-militar del Estado", se 
  encierra, concisamente expresada, la enseñanza fundamental del marxismo en 
  punto a la cuestión de las tareas del proletariado en la revolución respecto 
  al Estado. ¡Y esta enseñanza es precisamente la que no sólo olvida en 
  absoluto, sino que tergiversa directamente la "interpretación" imperante, 
  kautskiana, del marxismo! 
  
      En cuanto a la referencia de Marx al "18 Brumario", más arriba hemos 
  citado en su integridad el pasaje correspondiente. 
      Interesa señalar especialmente dos lugares en el mencionado pasaje de 
  Marx. En primer término, Marx limita su conclusión al continente. Esto era 
  lógico en 1871, cuando Inglaterra era todavía un modelo de país netamente 
  capitalista, pero sin militarismo y, en una medida considerable, sin 
  burocracia. Por eso, Marx excluía a Inglaterra, donde la revolución, e incluso 
  una revolución popular, se consideraba y era entonces posible sin la condición 
  previa de destruir "la máquina estatal existente". 
      Hoy, en 1917, en la época de la primera gran guerra imperialista, esta 
  limitación hecha por Marx no tiene razón de ser. Inglaterra y Norteamérica, 
  los más grandes y los últimos representantes -- en el mundo entero -- de la 
  "libertad" anglosajona, en el sentido de ausencia de militarismo y de 
  burocratismo, han ido rodando completamente al inmundo y sangriento pantano, 
  común a toda Europa, de las instituciones burocrático-militares, que todo lo 
  someten y lo aplastan. Hoy, también en Inglaterra y en Norteamérica es 
  "condición previa de toda revolución verdaderamente popular" el r o m p e r, 
  el d e s t r u i r  la "máquina estatal existente" (y que allí ha alcanzado, 
  en los años de 1914 a 1917, la perfección "europea", la perfección común al 
  imperialismo). 
      En segundo lugar, merece especial atención la observación 
  extraordinariamente profunda de Marx de que la destrucción de la máquina 
  burocrático-militar del Estado es "condición previa de toda revolución 
  verdaderamente popular". Este concepto de revolución "popular " parece extraño 
  en boca de Marx, y los plejanovistas y mencheviques rusos, estos se- 
  
  cuaces de Struve que quieren hacerse pasar por marxistas, podrían tal vez 
  explicar esta expresión de Marx como un "lapsus". Han reducido el marxismo a 
  una deformación liberal tan mezquina, que, para ellos, no existe más que la 
  antítesis entre revolución burguesa y proletaria, y hasta esta antítesis la 
  comprenden de un modo increíblemente escolástico. 
      Si tomamos como ejemplos las revoluciones del siglo XX, tendremos que 
  reconocer como burguesas, naturalmente, también las revoluciones portuguesa y 
  turca. Pero ni la una ni la otra son revoluciones "populares", pues ni en la 
  una ni en la otra actúa perceptiblemente, de un modo activo, por propia 
  iniciativa, con sus propias reivindicaciones económicas y políticas, la masa 
  del pueblo, la inmensa mayoría de éste. En cambio, la revolución burguesa rusa 
  de 1905 a 1907, aunque no registrase éxitos tan "brillantes" como los que 
  alcanzaron en ciertos momentos ías revoluciones portuguesa y turca, fue, sin 
  duda, una revolución "verdaderamente popular", pues la masa del pueblo, la 
  mayoría de éste, las "más bajas capas" sociales, aplastadas por el yugo y la 
  explotación, levantáronse por propia iniciativa, estamparon en todo el curso 
  de la revolución el sello de sus reivindicaciones, de sus intentos de 
  construir a su modo una nueva sociedad en lugar de la sociedad vieja que era 
  destruida. 
      En la Europa de 1871, el proletariado no formaba la mayoría ni en un solo 
  país del continente. Una revolución "popular", que arrastrase al movimiento 
  verdaderamente a la mayoría, sólo podía serlo aquella que abarcase tanto al 
  proletariado como a los campesinos. Ambas clases formaban en aquel entonces el 
  "pueblo". Ambas clases están unidas por el hecho de que la "máquina 
  burocrático-militar del Estado" 
  
  las oprime, las esclaviza, las explota. Destruir, romper esta máquina: tal es 
  el verdadero interés del "pueblo", de su mayoría, de los obreros y de la 
  mayoría de los campesinos, tal es la "condición previa" para una alianza libre 
  de los campesinos pobres con los proletarios, sin cuya alianza la democracia 
  será precaria, y la transformación socialista, imposible. 
      Hacia esta alianza precisamente se abría camino, como es sabido, la Comuna 
  de París, si bien no alcanzó su objetivo por una serie de causas de carácter 
  interno y externo. 
      Consiguientemente, al hablar de una "revolución verdaderamente popular", 
  Marx, sin olvidar para nada las características de la pequeña burguesía (de 
  las cuales habló mucho y con frecuencia), tenía en cuenta con la mayor 
  precisión la correlación efectiva de clases en la mayoría de los Estados 
  continentales de Europa, en 1871. Y, de otra parte, constataba que la 
  "destrucción" de la máquina estatal responde a los intereses de los obreros y 
  campesinos, los une, plantea ante ellos la tarea común de suprimir al 
  "parásito" y sustituirlo por algo nuevo. 
      ¿Pero con qué sustituirlo concretamente? 


  2. ¿CON QUE SUSTITUIR LA MAQUINA DEL ESTADO
  UNA VEZ DESTRUIDA? 
      En 1847, en el "Manifiesto Comunista", Marx daba a esta pregunta una 
  respuesta todavía completamente abstracta, o, más exactamente, una respuesta 
  que señalaba las tareas, pero no los medios para resolverlas. Sustituir la 
  máquina del Estado, una vez destruida, por la "organización del proletariado 
  como clase dominante", "por la conquista de la democracia": tal era la 
  respuesta del "Manifiesto Comunista". 
  
      Sin perderse en utopías, Marx esperaba de la experiencia del movimiento de 
  masas la respuesta a la cuestión de qué formas concretas habría de revestir 
  esta organización del proletariado como clase dominante y de qué modo esta 
  organización habría de coordinarse con la "conquista de la democracia" más 
  completa y más consecuente. 
      En su "Guerra civil en Francia", Marx somete al análisis más atento la 
  experiencia de la Comuna, por breve que esta experiencia haya sido. Citemos 
  los pasajes más importantes de esta obra: 
      En el siglo XIX, se desarrolló, procedente de la Edad Media, "el poder 
  centralizado del Estado, con sus órganos omnipresentes: el ejército 
  permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura". Con el 
  desarrollo del antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, "el Poder 
  del Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de un poder público para 
  la opresión del trabajo, el carácter de una máquina de dominación de clase. 
  Después de cada revolución, que marcaba un paso adelante en la lucha de 
  clases, se acusaba con rasgos cada vez más salientes el carácter puramente 
  opresor del Poder del Estado". Después de la revolución de 1848-1849, el Poder 
  del Estado se convierte en un "arma nacional de guerra del capital contra el 
  trabajo". El Segundo Imperio lo consolida. 
      "La antítesis directa del Imperio era la Comuna". "Era la forma definida" 
  "de aquella república que no había de abolir tan sólo la forma monárquica de 
  la dominación de clase, sino la dominación misma de clase. . ." 
      ¿En qué había consistido, concretamente, esta forma "definida" de la 
  república proletaria, socialista? ¿Cuál era el Estado que había comenzado a 
  crear? 
  
      ". . . El primer decreto de la Comuna fue . . . la supresión del ejército 
  permanente para sustituirlo por el pueblo armado. . ." 
      Esta reivindicación figura hoy en los programas de todos los partidos que 
  deseen llamarse socialistas. ¡Pero lo que valen sus programas nos lo dice 
  mejor que nada la conducta de nuestros socia!revolucionarios y mencheviques, 
  que precisamente después de la revolución del 27 de febrero han renunciado de 
  hecho a poner en práctica esta reivindicación! 
      ". . . La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos 
  por sufragio universal en los diversos distritos de París. Eran responsables y 
  podían ser revocados en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, 
  naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. . . La 
  policía, que hasta entonces había sido instrumento del gobierno central, fue 
  despojada inmediatamente de todos sus atributos políticos y convertida en 
  instrumento de la Comuna, responsable ante ésta y revocable en todo momento. . 
  . Y lo mismo se hizo con los funcionarios de todas las demás ramas de la 
  administración. . . Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que 
  desempeñaban cargos públicos lo hacían por el salario de un obrero. Todos los 
  privilegios y los gastos de representación de los altos dignatarios del Estado 
  desaparecieron junto con éstos. . . Una vez suprimidos el ejército permanente 
  y la policía, instrumentos de la fuerza material del antiguo gobierno, ia 
  Comuna se apresuró a destruir también la fuerza de opresión espiritual, el 
  poder de los curas. .. Los funcionarios judiciales perdieron su aparente 
  independencia. . . En el futuro 
  
  debían ser elegidos públicamente, ser responsables y revocables. . ." 
      Por tanto, la Comuna sustituye la máquina estatal destruida, aparentemente 
  "sólo" por una democracia más completa: supresión del ejército permanente y 
  completa elegibilidad y amovilidad de todos los funcionarios. Pero, en 
  realidad, este "sólo" representa un cambio gigantesco de unas instituciones 
  por otras de un tipo distinto por principio. Aquí estamos precisamente ante 
  uno de esos casos de "transformación de la cantidad en calidad": la 
  democracia, llevada a la práctica del modo más completo y consecuente que 
  puede concebirse, se convierte de democracia burguesa en democracia 
  proletaria, de un Estado (fuerza especial para la represión de una determinada 
  clase) en algo que ya no es un Estado propiamente dicho. 
      Todavía es necesario reprimir a la burguesía y vencer su resistencia. Esto 
  era especialmente necesario para la Comuna, y una de las causas de su derrota 
  está en no haber hecho esto con suficiente decisión. Pero aquí el órgano 
  represor es ya la mayoría de la población y no una minoría, como había sido 
  siempre, lo mismo bajo la esclavitud y la servidumbre que bajo la esclavitud 
  asalariada. ¡Y, desde el momento en que es la mayoría del pueblo la que 
  reprime por sí misma a sus opresores, n o  e s  y a  n e c e s a r i a  una 
  "fuerza especial" de represión! En este sentido, el Estado comienza a 
  extinguirse. En vez de instituciones especiales de una minoría privilegiada 
  (la burocracia privilegiada, los jefes del ejército permanente), puede llevar 
  a efecto esto directamente la mayoría, y cuanto más intervenga todo el pueblo 
  en la ejecución de las funciones propias del Poder del Estado tanto me nor es 
  la necesidad de dicho Poder. 
  
      En este sentido, es singularmente notable una de las medidas decretadas 
  por la Comuna, que Marx subraya: la abolición de todos los gastos de 
  representación, de todos los privilegios pecuniarios de los funcionarios, la 
  reducción de los sueldos de todos los funcionarios del Estado al nivel del 
  "salario de un obrero ". Aquí es precisamente donde se expresa de un modo más 
  evidente el viraje de la democracia burguesa a la democracia proletaria, de la 
  democracia de la clase opresora a la democracia de las clases oprimidas, del 
  Estado como "fuerza especial " para la represión de una determinada clase a la 
  represión de los opresores por la fuerza conjunta de la mayoría del pueblo, de 
  los obreros y los campesinos. ¡Y es precisamente en este punto tan evidente -- 
  tal vez el más importante, en lo que se refiere a la cuestión del Estado -- en 
  el que las enseñanzas de Marx han sido más relegadas al olvido! En los 
  comentarios de popularización -- cuya cantidad es innumerable -- no se habla 
  de esto. "Es uso" guardar silencio acerca de esto, como si se tratase de una 
  "ingenuidad" pasada de moda, algo así como cuando los cristianos, después de 
  convertirse el cristianismo en religión del Estado, se "olvidaron" de las 
  "ingenuidades" del cristianismo primitivo y de su espíritu 
  democrático-revolucionario. 
      La reducción de los sueldos de los altos funcionarios del Estado parece 
  "simplemente" la reivindicación de un democratismo ingenuo, primitivo. Uno de 
  los "fundadores" del oportunismo moderno, el ex-socialdemócrata E. Bernstein, 
  se ha dedicado más de una vez a repetir esas burlas burguesas triviales sobre 
  el democratismo "primitivo". Como todos los oportunistas, como los actuales 
  kautskianos, no comprendía en absoluto, en primer lugar, que el paso del 
  capitalismo al 
  
  socialismo es imposible sin un cierto "retorno" al democratismo "primitivo" 
  (pues ¿cómo, si no, pasar a la ejecución de las funciones del Estado por la 
  mayoría de la población, por toda la población en bloque?); y, en segundo 
  lugar, que este "democratismo primitivo", basado en el capitalismo y en la 
  cultura capitalista, no es el democratismo primitivo de los tiempos 
  prehistóricos o de la época precapitalista. La cultura capitalista ha creado 
  la gran producción, fábricas, ferrocarriles, el correo y el teléfono, etc., y 
  sobre esta base, una enorme mayoría de las funciones del antiguo "Poder del 
  Estado" se han simplificado tanto y pueden reducirse a operaciones tan 
  sencillísimas de registro, contabilidad y control, que estas funciones son 
  totalmente asequibles a todos los que saben leer y escribir, que pueden 
  ejecutarse en absoluto por el "salario corriente de un obrero", que se las 
  puede (y se las debe) despojar de toda sombra de algo privilegiado y 
  "jerárquico". 
      La completa elegibilidad y la amovibilidad en cualquier momento de todos 
  los funcionarios sin excepción; la reducción de su sueldo a los límites del 
  "salario corriente de un obrero": estas medidas democráticas, sencillas y 
  "evidentes por sí mismas", al mismo tiempo que unifican en absoluto los 
  intereses de los obreros y de la mayoría de los campesinos, sirven de puente 
  que conduce del capitalismo al socialismo. Estas medidas atañen a la 
  reorganización del Estado, a la reorganización puramente política de la 
  sociedad, pero es evidente que sólo adquieren su pleno sentido e importancia 
  en conexión con la "expropiación de los expropiadores" ya en realización o en 
  preparación, es decir, con la transformación de la propiedad privada 
  capitalista sobre los medios de producción en propiedad social. 
  
      "Al suprimir las dos mayores partidas de gastos, el ejército y la 
  burocracia, la Comuna -- escribe Marx -- convirtió en realidad la consigna de 
  todas las revoluciones burguesas: un gobierno barato". 
      Entre los campesinos, al igual que en las demás capas de la pequeña 
  burguesía, sólo "prospera", sólo "se abre paso" en sentido burgués, es decir, 
  se convierten en gentes acomodadas, en burgueses o en funcionarios con una 
  situación garantizada y privilegiada, una minoría insignificante. La inmensa 
  mayoría de los campesinos de todos los países capitalistas en que existe una 
  masa campesina (y estos países capitalistas forman la mayoría), se halla 
  oprimida por el gobierno y ansía derrocarlo, ansía un gobierno "barato". Esto 
  puede realizarlo sólo el proletariado, y, al realizarlo, da al mismo tiempo un 
  paso hacia la transformación socialista del Estado. 


  3. LA ABOLICION DEL PARLAMENTARISMO 
      "La Comuna -- escribió Marx -- debía ser, no una corporación 
  parlamentaria, sino una corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al 
  mismo tiempo. . ." 
      ". . . En vez de decidir una vez cada tres o cada seis años qué miembros 
  de la clase dominante han de representar y aplastar [ver-und zertreten ] al 
  pueblo en el parlamento, el sufragio universal debía servir al pueblo, 
  organizado en comunas, de igual modo que el sufragio individual sirve a los 
  patronos para encontrar obreros, inspectores y contables con destino a sus 
  empresas". 
      Esta notable crítica del parlamentarismo, trazada en 1871, figura también 
  hoy, gracias al predominio del socialchovi- 
  
  nismo y del oportunismo, entre las "palabras olvidadas" del marxismo. Los 
  ministros y parlamentarios profesionales, los traidores al proletariado y los 
  "mercachifles" socialistas de nuestros días han dejado íntegramente a los 
  anarquistas la crítica del parlamentarismo, y sobre esta base asombrosamente 
  juiciosa han declarado toda crítica del parlamentarismo ¡¡como "anarquismo"!! 
  No tiene nada de extraño que el proletariado de los países parlamentarios 
  "adelantados", asqueado de "socialistas" como los Scheidemann, David, Legien, 
  Sembat, Renaudel, Henderson, Vandervelde, Stauning, Branting, Bissolati y 
  Cía., haya puesto cada vez más sus simpatías en el anarcosindicalismo, a pesar 
  de que éste es hermano carnal del oportunismo. 
      Pero para Marx la dialéctica revolucionaria no fue nunca esa vacua frase 
  de moda, esa bagatela en que la han convertido Plejánov, Kautsky y otros. Marx 
  sabía romper implacablemente con el anarquismo por su incapacidad para 
  aprovecharse hasta del "establo" del parlamentarismo burgués -- sobre todo 
  cuando se sabe que no se está ante situaciones revolucionarias --, pero, al 
  mismo tiempo, sabía también hacer una crítica auténticamente 
  revolucionario-proletaria del parlamentarismo. 
      Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros de la clase 
  dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la 
  verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías 
  constitucionales parlamentarias, sino también en las repúblicas más 
  democráticas. 
      Pero si planteamos la cuestión del Estado, si enfocamos el parlamentarismo 
  como una de las instituciones del Estado, desde el punto de vista de las 
  tareas del proletariado en este 
  
  terreno, ¿dónde está entonces la salida del parlamentarismo? ¿Cómo es posible 
  prescindir de él? 
      Hay que decir, una y otra vez, que ]as enseñanzas de Marx, basadas en la 
  experiencia de la Comuna, están tan olvidadas, que para el "socialdemócrata" 
  moderno (léase: para los actuales traidores al socialismo) es sencillamente 
  incomprensible otra crítica del parlamentarismo que no sea la anarquista o la 
  reaccionaria. 
      La salida del parlamentarismo no está, naturalmente, en la abolición de 
  las instituciones representativas y de la elegibilidad, sino en transformar 
  las instituciones representativas de lugares de charlatanería en corporaciones 
  "de trabajo". 
      "La Comuna debía ser, no una corporación parlamentaria, sino una 
  corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al mismo tiempo". 
      "No una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo": ¡este 
  tiro va derecho al corazón de los parlamentarios modernos y de los "perrillos 
  falderos" parlamentarios de la socialdemocracia! Fijaos en cualquier país 
  parlamentario, de Norteamérica a Suiza, de Fransia a Inglaterra, Noruega, 
  etc.: la verdadera labor "de Estado" se hace entre bastidores y la ejecutan 
  los ministerios, las oficinas, los Estados Mayores. En los parlamentos no se 
  hace más que charlar, con la finalidad especial de embaucar al "vulgo". Y tan 
  cierto es esto, que hasta en la república rusa, república democráticoburguesa, 
  antes de haber conseguido crear un verdadero parlamento, se han puesto de 
  manifiesto en seguida todos estos pecados del parlamentarismo. Héroes del 
  filisteísmo podrido como los Skóbelev y los Tsereteli, los Chernov y los 
  Avkséntiev se las han arreglado para 
  
  envilecer hasta a los Soviets, según el patrón del más sórdido parlamentarismo 
  burgués, convirtiéndolos en vacuos lugares de charlatanería. En los Soviets, 
  los señores ministros "socialistas" engañan a los ingenuos aldeanos con frases 
  y con resoluciones. En el gobierno, se desarrolla un rigodón permanente, de 
  una parte para "cebar" con puestecitos bien retribuidos y honrosos al mayor 
  número posible de socialrevolucionarios y mencheviques, y, de otra parte, para 
  "distraer la atención" del pueblo. ¡Mientras tanto, en las oficinas y en los 
  Estados Mayores "se desarrolla" la labor "del Estado"! 
      El "Dielo Naroda", órgano del partido gobernante de los "socialistas 
  revolucionarios", reconocía no hace mucho en un editorial -- con esa 
  sinceridad inimitable de las gentes de la "buena sociedad" en la que "todos" 
  ejercen la prostitución política -- que hasta en los ministerios regentados 
  por "socialistas" (¡perdonad la expresión!), que hasta en estos ministerios 
  isubsiste sustancialmente todo el viejo aparato burocrático, funcionando a la 
  antigua y saboteando con absoluta "libertad" las iniciativas revolucionarias! 
  Y aunque no tuviésemos esta confesión, ¿acaso la historia real de la 
  participación de los socialrevolucionarios y los mencheviques en el gobierno 
  no demuestra esto? Lo único que hay de característico en esto es que los 
  señores Chernov, Rusánov, Sensínov y demás redactores del "Dielo Naroda", 
  asociados en el ministerio con los kadetes, han perdido el pudor hasta tal 
  punto, que no se averguenzan de contar públicamente, sin rubor, como si se 
  tratase de una pequeñez, ¡¡que en "sus" ministerios todo está igual que 
  antes!! Para engañar a los campesinos ingenuos, frases 
  revolucionario-democráticas, y para "complacer" a los capitalistas, el 
  laberinto burocrático-oficinesco: he ahí la esencia de la "honorable" 
  coalición. 
  
      La Comuna sustituye el parlamentarismo venal y podrido de la sociedad 
  burguesa por instituciones en las que la libertad de crítica y de examen no 
  degenera en engaño, pues aquí los parlamentarios tienen que trabajar ellos 
  mismos, tienen que ejecutar ellos mismos sus leyes, tienen que comprobar ellos 
  mismos los resultados, tienen que responder directamente ante sus electores. 
  Las instituciones representativas continúan, pero desaperece el 
  parlamentarismo como sistema especial, como división del trabajo legislativo y 
  ejecutivo, como situación privilegiada para los diputados. Sin instituciones 
  representativas no puede concebirse la democracia, ni aun la democracia 
  proletaria; sin parlamentarismo, sí puede y debe concebirse, si la crítica de 
  la sociedad burguesa no es para nosotros una frase vacua, si la aspiración de 
  derrocar la dominación de la burguesía es en nosotros una aspiración seria y 
  sincera y no una frase "electoral" para cazar los votos de los obreros, como 
  es en los labios de los mencheviques y los socialrevolucionarios, como es en 
  los labios de los Scheidemann y Legien, los Sembat y Vandervelde. 
      Es sobremanera instructivo que, al hablar de las funciones de aquella 
  burocracia que necesita también la Comuna y la democracia proletaria, Marx 
  tome como punto de comparación a los empleados de "cualquier otro patrono", es 
  decir, una empresa capitalista corriente, con "obreros, inspectores y 
  contables". 
      En Marx no hay ni rastro de utopismo, en el sentido de que invente y 
  fantasee sobre la "nueva" sociedad. No, Marx estudia como un proceso 
  histórico-natural cómo nace la nueva sociedad d e  la antigua, estudia las 
  formas de transición de la antigua a la nueva sociedad. Toma la experiencia 
  real del movimiento proletario de masas y se esfuerza en 
  
  sacar las enseñanzas prácticas de ella. "Aprende" de la Comuna, como todos los 
  grandes pensadores revolucionarios no temieron aprender de la experiencia de 
  los grandes movimientos de la clase oprimida, no dirigiéndoles nunca 
  "sermones" pedantescos (por el estilo del "no se debía haber empuñado las 
  armas", de Plejánov, o de la frase de Tsereteli: "una clase debe saber 
  moderarse"). 
      No cabe hablar de la abolición repentina de la burocracia, en todas partes 
  y hasta sus últimas raíces. Esto es una utopía. Pero el destruir de golpe la 
  antigua máquina burocrática y comenzar a construir inmediatamente otra nueva, 
  que permita ir reduciendo gradualmente a la nada toda burocracia, n o  e s  
  una utopía; es la experiencia de la Comuna, es la tarea directa, inmediata, 
  del proletariado revolucionario. 
      El capitalismo simplifica las funciones de la administración del "Estado", 
  permite desterrar la "administración burocrática" y reducirlo todo a una 
  organización de los proletarios (como clase dominante) que toma a su servicio, 
  en nombre de toda la sociedad, a "obreros, inspectores y contables". 
      Nosotros no somos utopistas. No "soñamos" en cómo podrá prescindirse de 
  golpe de todo gobierno, de toda subordinación, estos sueños anarquistas, 
  basados en la incomprensión de las tareas de ía dictadura del proletariado, 
  son fundamentalmente ajenos al marxismo y, de hecho, sólo sirven para aplazar 
  la revolución socialista hasta el momento en que los hombres sean distintos. 
  No, nosotros queremos la revolución socialista con hombres como los de hoy, 
  con hombres que no puedan arreglárselas sin subordinación, sin control, sin 
  "inspectores y contables". 
  
      Pero a quien hay que someterse es a la vanguardia armada de todos los 
  explotados y trabajadores: al proletariado. La "administración burocrática" 
  específica de los funcionarios del Estado, puede y debe comenzar a sustituirse 
  inmediatamente, de la noche a la mañana, por las simples funciones de 
  "inspectores y contables", funciones que ya hoy son plenamente accesibles al 
  nivel de desarrollo de los habitantes de las ciudades y que pueden ser 
  perfectamente desempeñadas por el "salario de un obrero" 
      Organizaremos la gran producción nosotros mismos, los obreros, partiendo 
  de lo que ha sido creado ya por el capitalismo, basándonos en nuestra propia 
  experiencia obrera, estableciendo una disciplina rigurosísima, férrea, 
  mantenida por el Poder estatal de los obreros armados; reduciremos a los 
  funcionarios del Estado a ser simples ejecutores de nuestras directivas, 
  "inspectores y contables" responsables, amovibles y modestamente retribuidos 
  (en unión, naturalmente, de técnicos de todas clases, de todos los tipos y 
  grados): he ahí nuestre tarea proletaria, he ahí por dónde se puede y se debe 
  empezar al llevar a cabo la revolución proletaria. Este comienzo, sobre la 
  base de la gran producción, conduce por sí mismo a la "extinción" gradual de 
  toda burocracia, a la creación gradual de un orden -- orden sin comillas, 
  orden que no se parecerá en nalda a la esclavitud asalariada --, de un orden 
  en que las funciones de inspección y de contabilidad, cada vez más 
  simplificadas, se ejecutarán por todos siguiendo un turno, acabarán por 
  convertirse en costumbre, y, por fin, desaparecerán como funciones especiales 
  de una capa especial de la sociedad. 
      Un ingenioso socialdemócrata alemán de la década del 70 del siglo pasado, 
  dijo que el correo era un modelo de economía socialista. Esto es muy exacto. 
  Hoy, el correo es 
  
  una empresa organizada según el patrón de un monopolio capitalista de Estado. 
  El imperialismo va convirtiendo poco a poco todos los trusts en organizaciones 
  de este tipo. En ellos vemos esa misma burocracia burguesa, entronizada sobre 
  los "simples" trabajadores, agobiados de trabajo y hambrientos. Pero el 
  mecanismo de la gestión social está ya preparado en estas organizaciones. No 
  hay más que derrocar a los capitalistas, destruir, por la mano férrea de los 
  obreros armados, la resistencia de estos explotadores, romper la máquina 
  burocrática del Estado moderno, y tendremos ante nosotros un mecanismo de alta 
  perfección técnica, libre del "parásito" y perfectamente susceptible de ser 
  puesto en marcha por los mismos obreros unidos, dando ocupación a técnicos, 
  inspectores y contables y retribuyendo el trabajo de todos éstos, como el de 
  todos los funcionarios del "Estado" en general, con el salario de un obrero. 
  He aquí una tarea concreta, una tarea práctica que es ya inmediatamente 
  realizable con respecto a todos los trusts, que libera a los trabajadores de 
  la explotación y que tiene en cuenta la experiencia ya iniciada prácticamente 
  (sobre todo en el terreno de la organización del Estado) por la Comuna. 
      Organizar toda la economía nacional como lo está el correo para que los 
  técnicos, los inspectores, los contables y todos los funcionarios en general 
  perciban sueldos que no sean superiores al "salario de un obrero", bajo el 
  control y la dirección del proletariado armado: he ahí nuestro objetivo 
  inmediato. He ahí el Estado que nosotros necesitamos y la base económica sobre 
  la que este Estado tiene que descansar. He ahí lo que darán la abolición del 
  parlamentarismo y la conservación de las instituciones representativas, he ahí 
  lo que librará a las clases trabajadoras de la prostitución de estas 
  instituciones por la burguesía. 
  


  4. ORGANIZACION DE LA UNIDAD DE LA NACION 
      ". . . En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo 
  tiempo de desarrollar, se cdice claramente que la Comuna debía ser. . . la 
  forma política hasta de la aldea más pequeña del país". . . Las comunas 
  elegirían la "delegación nacional" de París. 
      ". . . Las pocas, pero importantes funciones que aun quedarían entonces al 
  gobierno central no se suprimirían, como falseando conscientemente la verdad 
  se ha dicho, sino que serían desempeñadas por funcionarios comunales, es 
  decir, rigurosamente responsables. . ." 
      ". . . No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el 
  contrario, de organizarla mediante un régimen comunal. La unidad de la nación 
  debía convertirse en una realidad mediante la destrucción de aquel Poder del 
  Estado que pretendía ser la encarnación de esta unidad, pero quería ser 
  independiente de la nación y estar situado por encima de ella. De hecho, este 
  Poder del Estado no era más que una excrecencia parasitaria en el cuerpo de la 
  nación. . ." "La tarea consistía en amputar los órganos puramente represivos 
  del viejo Poder estatal y arrancar sus legítimas funciones de manos de una 
  autoridad que pretende colocarse sobre la sociedad, para restituirlas a los 
  servidores responsables de ésta". 
      Hasta qué punto los oportunistas de la socialdemocracia actual no han 
  comprendido -- tal vez fuera más exacto decir que no han querido comprender -- 
  estos razonamientos de Marx, lo revela mejor que nada el libro 
  herostráticamente célebre del renegado Bernstein: "Las premisas del socialismo 
  y las tareas de la socialdemocracia". Refiriéndose precisamente a las citadas 
  palabras de Marx, Bernstein escribía que 
  
  en ellas se desarrolla un programa "que, por su contenido político, presenta, 
  en todos sus rasgos esenciales, la mayor semejanza con el federalismo de 
  Proudhon. . . Pese a todas las demás diferencias que separan a Marx y al 
  'pequeñoburgués' Proudhon [Bernstein pone esta palabra entre comillas, 
  queriendo darle una intención irónica], en estos puntos el curso de las ideas 
  es el más afín que cabe en ambos". Naturalmente, prosigue Bernstein, que la 
  importancia de las municipalidades va en aumento, pero "a mí me parece dudo so 
  que esta abolición [Auflösung -- literalmente: disolución] de los Estados 
  modernos y la transformación completa [Umwandlung : cambio radical] de su 
  organización, tal como Marx y Proudhon la describen (formación de la Asamblea 
  Nacional con delegados de las asambleas provinciales o regionales, integradas 
  a su vez por delegados de las comunas), tendría que ser la obra inicial de la 
  democracia, desapareciendo, por tanto, todas las formas anteriores de las 
  representaciones nacionales" (Bernstein "Las premisas del socialismo", págs. 
  134 y 136, edición alemana de 1899). 
      Esto es sencillamente monstruoso: ¡Confundir las concepciones de Marx 
  sobre la "destrucción del Poder estatal, del parásito", con el federalismo de 
  Proudhonl Pero esto no es casual, pues al oportunista no se le pasa siquiera 
  por las mientes pensar que aquí Marx no habla en manera alguna del federalismo 
  por oposición al centralismo, sino de la destrucción de la antigua máquina 
  burguesa del Estado, existente en todos los países burgueses. 
      Al oportunista sólo se le viene a las mientes lo que ve en torno suyo, en 
  medio del filisteísmo mezquino y del estancamiento "reformista", a saber: 
  ¡sólo las "municipalidades"! 
  
      El oportunista ha perdido la costumbre del pensar siquiera en la 
  revolución del proletariado. 
      Esto es ridículo. Pero lo curioso es que nadie haya contendido con 
  Bernstein acerca de este punto. Bernstein fue refutado por muchos, 
  especialmente por Plejánov en la literatura rusa y por Kautsky en la europea, 
  pero ni uno ni otro han hablado de esta tergiversación de Marx por Bernstein. 
      El oportunista se ha desacostumbrado hasta tal punto de pensar en 
  revolucionario y de reflexionar acerca de la revolución, que atribuye a Marx 
  el "federalismo", confundiéndole con el fundador del anarquismo, Proudhon. Y 
  Kautsky y Plejánov, que quieren pasar por marxistas ortodoxos y defender la 
  doctrina del marxismo revolucionario, ¡guardan silencio acerca de esto! Nos 
  encontramos aquí con una de las raíces de ese extraordinario bastardeamiento 
  de las ideas acerca de la diferencia entre marxismo y anarquismo, que es 
  característico tanto de los kautskianos como de los oportunistas y del que 
  habremos de hablar todavía más. 
      En los citados pasajes de Marx sobre la experiencia de la Comuna, no hay 
  ni rastro de federalismo. Marx coincide con Proudhon precisamente en algo que 
  no ve el oportunista Bernstein. Marx discrepa de Proudhon precisamente en 
  aquello en que Bernstein ve una afinidad. 
      Marx coincide con Proudhon en que ambos abogan por la "destrucción" de la 
  máquina moderna del Estado. Esta coincidencia del marxismo con el anarquismo 
  (tanto con el de Proudhon como con el de Bakunin) no quieren verla ni los 
  oportunistas ni los kautskianos, pues ambos han desertado del marxismo en este 
  punto. 
      Marx discrepa de Proudhon y de Bakunin precisamente en la cuestión del 
  federalismo (para no hablar siquiera de la 
  
  dictadura del proletariado). El federalismo es una derivación de principio de 
  las concepciones pequeñoburguesas del anarquismo. Marx es centralista. En los 
  pasajes suyos citados más arriba, no se contiene la menor desviación del 
  centralismo. ¡Sólo quienes se hallen poseídos de la "fe supersticiosa" del 
  filisteo en el Estado pueden confundir la destrucción de la máquina del Estado 
  burgués con la destrucción del centralismo! 
      Y bien, si el proletariado y los campesinos pobres toman en sus manos el 
  Poder del Estado, se organizan de un modo absolutamente libre en comunas y 
  unifican la acción de todas las comunas para dirigir los golpes contra el 
  capital, para aplastar la resistencia de los capitalistas, para entregar a 
  toda la nación, a toda la sociedad, la propiedad privada sobre los 
  ferrocarriles, las fábricas, la tierra, etc., ¿acaso esto no será el 
  centralismo? ¿Acaso esto no será el más consecuente centralismo democrático, y 
  además un centralismo proletario? 
      A Bernstein no le cabe, sencillamente, en la cabeza que sea posible un 
  centralismo voluntario, una unión voluntaria de las comunas en la nación, una 
  fusión voluntaria de las comunas proletarias para aplastar la dominación 
  burguesa y la máquina burguesa del Estado. Para Bernstein, como para todo 
  filisteo, el centralismo es algo que sólo puede venir de arriba, que sólo 
  puede ser impuesto y mantenido por la burocracia y el militarismo. 
      Marx subraya intencionadamente, como previendo la posibilidad de que sus 
  ideas fuesen tergiversadas, que el acusar a la Comuna de querer destruir la 
  unidad de la nación, de querer suprimir el Poder central, es una falsedad 
  consciente. Marx usa intencionadamente la expresión "organizar la unidad de la 
  nación", para contraponer el centralismo cons- 
  
  ciente, democrático, proletario, al centralismo burgués, militar, burocrático. 

      Pero . . . no hay peor sordo que el que no quiere oir. Y los oportunistas 
  de la socialdemocracia actual no quieren, en efecto, oir hablar de la 
  destrucción del Poder del Estado, de la eliminación del parásito. 


  5. LA DESTRUCCION DEL ESTADO-PARASITO 
      Hemos citado ya, y vamos a completarlas aquí, las palabras de Marx 
  relativas a este punto. 
      "Generalmente, las nuevas creaciones históricas están destinadas a que se 
  las tome por una reproducción de las formas viejas, y aun ya caducas, de vida 
  social con las cuales las nuevas instituciones presentan cierta semejanza. 
  Así, también esta nueva Comuna, que viene a destruir [bricht -- romper] el 
  Poder estatal moderno, ha sido considerada como una resurrección de las 
  Comunas medievales. . . , como una federación de pequeños Estados, con arreglo 
  al sueño de Montesquieu y los girondinos. . . , como una forma exagerada de la 
  vieja lucha contra el excesivo centralismo. . ." 
      ". . . Por el contrario, el régimen comunal habría devuelto al organismo 
  social todas las fuerzas que hasta entonces venía devorando el 'Estado', 
  parásito que se nutre a expensas de la sociedad y entorpece su libre 
  movimiento. Con este solo hecho habría iniciado la regeneración de Francia. . 
  ." 
      ". . . El régimen comunal habría colocado a los productores rurales bajo 
  la dirección ideológica de las capitales de sus provincias y les habría 
  ofrecido aquí, en los 
  
  obreros de la ciudad, los representantes naturales de sus intereses. La sola 
  existencia de la Comuna implicaba, como algo evidente, un régimen de autonomía 
  local, pero no ya como contrapeso a un Poder del Estado que ahora sería 
  superfluo. . ." 
      "Destrucción del Poder estatal", que era una "excrecencia parasitaria", su 
  "amputación", su "aplastamiento", el "Poder del Estado que ahora sería 
  superfluo": he aquí cómo se expresa Marx al hablar del Estado, valorando y 
  analizando la experiencia de la Comuna. 
      Todo esto fue escrito hace poco menos de medio siglo, pero hoy hay que 
  proceder a verdaderas excavaciones para llevar a la conciencia de las grandes 
  masas un marxismo no falseado. Las conclusiones deducidas de la observación de 
  la última gran revolución vivida por Marx fueron dadas al olvido precisamente 
  al llegar el momento de las siguientes grandes revoluciones del proletariado. 
      ". . . La variedad de interpretaciones a que ha sido so metida la Comuna y 
  la variedad de intereses que han encontrado su expresión en ella demuestran 
  que era una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas 
  anteriores de gobierno, que habían sido todas esencialmente represivas. He 
  aquí su verdadero secreto: la Comuna era en esencia el gobierno de la clase 
  obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, 
  la forma política, descubierta, al fin, bajo la cual podía llevarse a cabo la 
  emancipación económica del trabajo. . ." 
      "Sin esta última condición el régimen comunal habría sido una 
  imposibilidad y una impostura". . . 
  
      Los utopistas habíanse dedicado a "descubrir" las formas políticas bajo 
  las cuales debía producirse la transformación socialista de la sociedad. Los 
  anarquistas se desentendían del problema de las formas políticas en general. 
  Los oportunistas de la socialdemocracia actual tomaron las formas políticas 
  burguesas del Estado democrático parlamentario como el límite del que no podía 
  pasarse y se rompieron la frente de tanto prosternarse ante este "modelo", 
  considerando como anarquismo toda aspiración a romper estas formas. 
      Marx dedujo de toda la historia del socialismo y de las luchas políticas 
  que el Estado deberá desaparecer y que la forma transitoria para su 
  desaparición (la forma de transición del Estado al no Estado) será "el 
  proletariado organizado como clase dominante". Pero Marx no se proponía 
  descubrir las formas políticas de este futuro. Se limitó a la investigación 
  precisa de la historia francesa, a su análisis y a la conclusión a que llevó 
  el año 1851: se avecina la destrucción de la máquina del Estado burgués. 
      Y cuando estalló el movimiento revolucionario de masas del proletariado, 
  Marx, a pesar del revés sufrido por este movimiento, a pesar de su fugacidad y 
  de su patente debilidad, se puso a estudiar qué formas había revelado. 
      La Comuna es la forma, "descubierta, al fin", por la revolución 
  proletaria, bajo la cual puede lograrse la emancipación económica del trabajo. 

      La Comuna es el primer intento de la revolución proletaria de destruir la 
  máquina del Estado burgués, y la forma política, "descubierta, al fin", que 
  puede y debe sustituir a lo destruido. 
      Más adelante, en el curso de nuestra exposición, veremos que las 
  revoluciones rusas de 1905 y 1917 prosiguen, en otras 
  
  circunstancias, bajo condiciones diferentes, la obra de la Comuna, y confirman 
  el genial análisis histórico de Marx. 

   

  CAPITULO IV
  CONTINUACION. ACLARACIONES
  COMPLEMENTARIAS DE ENGELS


      Marx dejó sentadas las tesis fundamentales sobre la cuestión de la 
  significación de la experiencia de la Comuna. Engels volvió repetidas veces 
  sobre este tema, aclarando el análisis y las conclusiones de Marx e iluminando 
  a veces otros aspectos de la cuestión con tal fuerza y relieve, que es 
  ecesario detenerse especialmente en estas aclaraciones. 


  1. "A CUESTION DE LA VIVIENDA" 
      En su obra sobre la cuestión de la vivienda (1872), Engels pone ya a 
  contribución la experiencia de la Comuna, deteniéndose varias veces en las 
  tareas de la revolución respecto al Estado. Es interesante ver cómo, sobre un 
  tema concreto, se ponen de relieve, de una parte, los rasgos de coincidencia 
  entre el Estado proletario y el Estado actual -- rasgos que nos dan la base 
  para hablar de Estado en ambos casos --, y, de otra parte, los rasgos de 
  diferencia o la transición hacia la destrucción del Estado. 
      "¿Cómo, pues, resolver la cuestión de la vivienda? En la sociedad actual, 
  exactamente lo mismo que otra cuestión social cualquiera: por la nivelación 
  económica gradual de la oferta y la demanda, solución que reproduce cons- 
  
  tantemente la cuestión y que, por tanto, no es tal solución. La forma en que 
  una revolución social resolvería esta cuestión no depende solamente de las 
  circunstancias de tiempo y lugar, xino que, además, se relaciona con 
  cuestiones de gran alcance, entre las cuales figura, como una de las más 
  esenciales, la supresión del contraste entre la ciudad y el campo. Como 
  nosotros no nos ocupamos en construir ningún sistema utópico para la 
  organización de la sociedad del futuro, sería más que ocioso detenerse en 
  esto. Lo cierto, sin embargo, es que ya hoy existen en las grandes ciudades 
  edificios suficientes para remediar en seguida, si se les diese un empleo 
  racional, toda verdadera 'escasez de vivienda': Esto sólo puede lograrse, 
  naturalmente, expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a 
  los obreros que carecen de vivienda o a los que viven hacinados en la suya. Y 
  tan pronto como el proletariado conquiste el Poder político, esta medida, 
  impuesta por los intereses del bien público, será de tan fácil ejecución como 
  lo son hoy las otras expropiaciones y las requisas de viviendas que lleva a 
  cabo el Estado actual" (página 22 de la edición alemana de 1887). 
      Aquí Engels no analiza el cambio de forma del Poder estatal, sino sólo el 
  contenido de sus actividades. La expropiación y la requisa de viviendas son 
  efectuadas también por orden del Estado actual. Desde el punto de vista 
  formal, también el Estado proletario "ordenará" requisar viviendas y expropiar 
  edificios. Pero es evidente que el antiguo aparato ejecutivo, la burocracia, 
  vinculada con la burguesía, sería sencillamente inservible para llevar a la 
  práctica las órdenes del Estado proletario. 
  
      ". . . Hay que hacer constar que la 'apropiación efectiva' de todos los 
  instrumentos de trabajo, la ocupación de toda la industria por el pueblo 
  trabajador, es precisamente lo contrario del 'rescate' proudhoniano. En éste, 
  es cada obrero el que pasa a ser propietario de su vivienda, de su cainpo, de 
  su instrumento de trabajo; en la primera, en cambio, es el 'pueblo trabajador' 
  el que pasa a ser propietario colectivo de los edificios, de las fábricas y de 
  los instrumentos de trabajo, y es poco probable que su disfrute se conceda, 
  sin indemnización de los gastos, a los individuos o a las sociedades, por lo 
  menos durante el período de transición. Exactamente lo mismo que la abolición 
  de la propiedad territorial no implica la abolición de la renta del suelo, 
  sino su transferencia a la sociedad, aunque sea con ciertas modificaciones. La 
  apropiación efectiva de todos los instrumentos de trabajo por el pueblo 
  trabajador no excluye, por tanto, en modo alguno, la conservación de los 
  alquileres y arrendamientos" (ídem, ). 
      La cuestión esbozada en este pasaje, a saber: la cuestión de las bases 
  económicas de la extinción del Estado, será examinada por nosotros en el 
  capítulo siguiente. Engels se expresa con extremada cautela, diciendo que "es 
  poco probable" que el Estado proletario conceda gratis las viviendas, "por lo 
  menos durante el período de transición". El arrendamiento de viviendas de 
  propiedad de todo el pueblo a distintas familias mediante un alquiler supone 
  el cobro de estos alquileres, un cierto control y una determinada regulación 
  para el reparto de las viviendas. Todo esto exige una cierta forma de Estado, 
  pero no reclama en modo alguno un aparato militar y burocrático especial, con 
  funcionarios que disfruten de una situación privilegiada. La transi- 
  
  ción a un estado de cosas en que sea posible asignar las viviendas 
  gratuitamente se halla vinculada a la "extinción" completa del Estado. 
      Hablando de cómo los blanquistas, después de la Comuna y bajo la acción de 
  su experiencia, se pasaron al campo de los principios marxistas, Engels 
  formula de pasada esta posición en los términos siguientes: 
      ". . . Necesidad de la acción política del proletariado y de su dictadura, 
  como paso hacia la supresión de las clases y, con ellas, del Estado. . ." 
  (). 
      Algunos aficionados a la crítica literal o ciertos "exterminadores" 
  burgueses del marxismo encontrarán quizá una contradicción entre este 
  reconocimiento de la "supresión del Estado" y la negación de semejante 
  fórmula, por anarquista, en el pasaje del "Anti-Dühring" citado más arriba. No 
  tendría nada de extraño que los oportunistas clasificasen también a Engels 
  entre los "anarquistas", ya que hoy se va generalizando cada vez más entre los 
  socialchovinistas la tendencia de acusar a los internacionalistas de 
  anarquismo. 
      Que a la par con la supresión de las clases se producirá también la 
  supresión del Estado, lo ha sostenido siempre el marxismo. El tan conocido 
  pasaje del "Anti-Dühring" acerca de la "extinción del Estado" no acusa a los 
  anarquistas simplemente de abogar por la supresión del Estado, sino de 
  predicar la posibilidad de suprimir el Estado "de la noche a la mañana". 
      Como la doctrina "socialdemócrata" hoy imperante ha tergiversado 
  completamente la actitud del marxismo ante el anarquismo en lo tocante a la 
  cuestión de la destrucción del 
  
  Estado, será muy útil recordar aquí una polémica de Marx y Engels con los 
  anarquistas. 


  2. POLEMICA CON LOS ANARQUISTAS 
      Esta polémica tuvo lugar en el año 1873. Marx y Engels escribieron para un 
  almanaque socialista italiano unos artículos contra los proudhonianos, 
  "autonomistas" o "antiautoritarios", artículos que no fueron publicados en 
  traducción alemana hasta 1913, en la revista "Neue Zeit"[5]. 
      "Si la lucha política de la clase obrera -- escribió Marx, ridiculizando a 
  los anarquistas y su negación de la política -- asume formas revolucionarias, 
  si los obreros sustituyen la dictadura de la clase burguesa con su dictadura 
  revolucionaria, cometen un terrible delito de leso principio, porque para 
  satisfacer sus míseras necesidades materiales de cada día, para vencer la 
  resistencia de la burguesía, dan al Estado una forma revolucionaria y 
  transitoria en vez de deponer las armas y abolirlo. . ." ("Neue Zeit", 
  1913-1914, año 32, t. I, ). 
      ¡He ahí contra qué "abolición" del Estado se manifestaba, exclusivamente, 
  Marx, al refutar a los anarquistas! No era, ni mucho menos, contra el hecho de 
  que el Estado desaparezca con la desaparición de las clases o sea suprimido al 
  suprimirse éstas, sino contra el hecho de que los obreros renuncien al empleo 
  de las armas, a la violencia organizada, es decir, al Estado, llamado a servir 
  para "vencer la resistencia de la burguesía". 
      Marx subraya intencionadamente -- para que no se tergiverse el verdadero 
  sentido de su lucha contra el anarquismo -- la "forma revolucionaria y 
  transitoria " del Estado que el 
  
  proletariado necesita. El proletariado sólo necesita el Estado temporalmente. 
  Nosotros no discrepamos en modo alguno de los anarquistas en cuanto al 
  problema de la abolición del Estado, como meta final. Lo que afirmamos es que, 
  para alcanzar esta meta, es necesario el empleo temporal de las armas, de los 
  medios, de los métodos del Poder del Estado contra los explotadores, como para 
  destruir las clases es necesaria la dictadura temporal de la clase oprimida. 
  Marx elige contra los anarquistas el planteamiento más tajante y más claro del 
  problema: después de derrocar el yugo de los capitalistas, ¿deberán los 
  obreros "deponer las armas" o emplearlas contra los capitalistas para vencer 
  su resistencia? Y el empleo sistemático de las armas por una clase contra otra 
  clase, ¿qué es sino una "forma transitoria" de Estado? 
      Que cada socialdemócrata se pregunte si es así como él ha planteado la 
  cuestión del Estado en su polémica con los anarquistas, si es así como ha 
  planteado esta cuestión la inmensa mayoría de los partidos socialistas 
  oficiales de la II Internacional. 
      Engels expone estos pensamientos de un modo todavía más detallado y más 
  popular. Ridiculiza, ante todo, el embrollo de pensamientos de los 
  proudhonianos, quienes se llamaban "antiautoritarios", es decir, negaban toda 
  autoridad, toda subordinación, todo Poder. Tomad una fábrica, un ferrocarril, 
  un barco en alta mar, dice Engels: ¿acaso no es evidente que sin una cierta 
  subordinación y, por consiguiente, sin una cierta autoridad o Poder será 
  imposible el funcionamiento de ninguna de estas complicadas empresas técnicas, 
  basadas en el empleo de máquinas y en la cooperación de muchas personas con 
  arreglo a un plan? 
  
      ". . . Cuando opongo parecidos argumentos a los mas furiosos 
  antiautoritarios -- dice Engels -- no pueden responderme más que esto: ¡Ah! 
  Eso es verdad, pero aquí no se trata de una autoridad de que investimos a 
  nuestros delegados, sino de un encargo determinado '. Esta gente cree poder 
  cambiar la cosa con cambiarle el nombre. . ." 
      Habiendo puesto así de manifiesto que la autoridad y la autonomía son 
  conceptos relativos, que su radio de aplicación cambia con las distintas fases 
  del desarrollo social, que es absurdo aceptar estos conceptos como algo 
  absoluto, y después de añadir que el campo de la aplicación de las máquinas y 
  de la gran industria se ensancha cada vez más, Engels pasa de las 
  consideraciones generales sobre la autoridad al problema del Estado. 
      ". . . Si los autonomistas -- escribe -- se limitaran a decir que la 
  organización social futura tolerará la autoridad únicamente en los límites 
  fijados inevitablemente por las condiciones de la producción, sería posible 
  entenderse con ellos. Pero se muestran ciegos con referencia a todos los 
  hechos que hacen necesaria la autoridad y luchan apasionadamente contra esta 
  palabra. 
      ¿Por qué los antiautoritarios no se limitan a gritar contra la autoridad 
  política, contra el Estado? Todos los socialistas están de acuerdo en que el 
  Estado y, junto con él, la autoridad política desaparecerán como consecuencia 
  de la futura revolución social, es decir, que las funciones públicas perderán 
  su carácter político y se convertirán en funciones puramente aclministrativas, 
  destinadas a velar por los intereses sociales. Pero los antiautoritarios 
  exigen que el Estado político sea abolido de un golpe, antes de que sean 
  abolidas las relaciones sociales que han dado ori- 
  
  gen al mismo: exigen que el primer acto de la revolución social sea la 
  abolición de la autoridad. 
      ¿Es que dichos señores han visto alguna vez una revolución? 
  Indudablemente, no hay nada más autoritario que una revolución. La revolución 
  es un acto durante el cual una parte de la población impone su voluntad a la 
  otra mediante los fusiles, las bayonetas, los cañones, esto es, mediante 
  elementos extraordinariamente autoritarios. El partido triunfante se ve 
  obligado a mantener su dominación por medio del temor que dichas armas 
  infunden a los reaccionarios. Si la Comuna de París no se hubiera apoyado en 
  la autoridad del pueblo armado contra la burguesía, ¿habría subsistido más de 
  un día? ¿No tenemos más bien, por el contrario, el derecho de censurar a la 
  Comuna por no haberse servido suficientemente de dicha autoridad? Así, pues, 
  una de dos: o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no 
  hacen más que sembrar la confusión, o lo saben y, en este caso, traicionan la 
  causa del proletariado. Tanto en uno como en otro caso sirven únicamente a la 
  reacción" (). 
      En este pasaje se abordan cuestiones que conviene examinar en conexión con 
  el tema de la correlación entre la política y la economía en el período de 
  extinción del Estado (tema tratado en el capítulo siguiente). Son cuestiones 
  tales como la de la transformación de las funciones públicas, de funciones 
  políticas en funciones simplemente administrativas, y la del "Estado 
  político". Esta última expresión, especialmente expuesta a provocar equívocos, 
  apunta al proceso de la extinción del Estado: al llegar a una cierta fase de 
  su extinción, puede calificarse al Estado moribundo de Estado no político. 
  
      También en este pasaje de Engels la parte más notable es el planteamiento 
  de la cuestión contra los anarquistas. Los socialdemócratas que pretenden ser 
  discípulos de Engels han discutido millones de veces con los anarquistas desde 
  1873, pero han discutido precisamente n o  como pueden y deben discutir los 
  marxistas. El concepto anarquista de la abolición del Estado es confuso y no 
  revolucionario : así es como plantea la cuestión Engels. En efecto, los 
  anarquistas no quieren ver la revolución en su nacimiento y en su des arrollo, 
  en sus tareas específicas con relación a la violencia, a la autoridad, al 
  Poder y al Estado. 
      La crítica corriente del anarquismo en los socialdemócratas de nuestros 
  días ha degenerado en la más pura vulgaridad pequeñoburguesa: "¡nosotros 
  reconocemos el Estado; los anarquistas, no!" Se comprende que semejante 
  vulgaridad tenga por fuerza que repugnar a obreros un poco reflexivos y 
  revolucionarios. Engels se expresa de otro modo: subraya que todos los 
  socialistas reconocen la desaparición del Estado como consecuencia de la 
  revolución socialista. Luego, plantea concretamente el problema de la 
  revolución, precisamente el problema que los socialdemócratas suelen soslayar 
  en su oportunismo, cediendo, por decirlo así, la exclusiva de su "estudio" a 
  los anarquistas, y, al plantear este problema, Engels agarra al toro por los 
  cuernos: ¿no hubiera debido la Comuna emplear más abundantemente el Poder 
  revolucionario del Estado, es decir, del proletariado armado, organizado como 
  clase dominante? 
      Por lo general, la socialdemocracia oficial imperante elude la cuestión de 
  las tareas concretas del proletariado en la revolución, bien con simples 
  burlas de filisteo, bien, en el mejor de los casos, con la frase sofística 
  evasiva de "¡ya veremos!" Y los anarquistas tenían derecho a decir de esta 
  
  socialdemocracia que traicionaba su misión de educar revolucionariamente a los 
  obreros. Engels se vale de la experiencia de la última revolución proletaria, 
  precisamente, para estudiar del modo más concreto qué es lo que debe hacer el 
  proletariado y cómo, tanto con relación a los Bancos como en lo que respecta 
  al Estado. 


  3. UNA CARTA A BEBEL 
      Uno de los pasajes más notables, si no el más notable de las obras de Marx 
  y Engels respecto a la cuestión del Estado, es el siguiente, de una carta de 
  Engels a Bebel de 18-28 de marzo de 1875. Carta que -- dicho entre paréntesis 
  -- fue publicada por vez primera, que nosotros sepamos, por Bebel en el 
  segundo tomo de sus memorias ("De mi vida"), que vieron la luz en 1911, es 
  decir, 36 años después de escrita y enviada aquella carta. 
      Engels escribió a Bebel criticando aquel mismo proyecto de programa de 
  Gotha, que Marx criticó en su célebre carta a Bracke. Y, por lo que se refiere 
  especialmente a la cuestión del Estado, le decía lo siguiente: 
      "El Estado popular libre se ha convertido en el Estado libre. 
  Gramaticalmente hablando, un Estado libre es un Estado que es libre respecto a 
  sus ciudadanos, es decir, un Estado con un gobierno despótico. Habría que 
  abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado, sobre todo después de la 
  Comuna, que no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra. Los 
  anarquistas nos han echado en cara más de la cuenta eso del 'Estado popular', 
  a pesar de que ya la obra de Marx contra Proudhon y luego el 'Manifiesto 
  Comunista' dicen expresa- 
  
  mente que, con la implantación del régimen social socialista, el Estado se 
  disolverá por sí mismo [sich auflöst ] y desaparecerá. Siendo el Estado una 
  institución meramente transitoria, que se utiliza en la lucha, en la 
  revolución, para someter por la violencia a sus adversarios, es un absurdo 
  hablar de un Estado libre del pueblo: mientras el proletariado necesite 
  todavía del Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para 
  someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el 
  Estado como tal dejará de existir. Por eso nosotros propondríamos decir 
  siempre, en vez de la palabra Estado, la palabra 'Comunidad' [Gemeinwesen ], 
  una buena y antigua palabra alemana que equivale a la palabra francesa 
  'Commune'" ( del texto alemán). 
      Hay que tener en cuenta que esta carta se refiere al programa del Partido, 
  criticado por Marx en una carta escrita solamente varias semanas después de 
  aquélla (carta de Marx de 5 de mayo de 1875), y que Engels vivía por aquel 
  entonces en Londres, con Marx. Por eso, al decir en las últimas líneas de la 
  carta "nosotros", Engels, indudablemente, en su nombre y en el de Marx propone 
  al jefe del Partido obrero alemán borrar del programa la palabra "Estado" y 
  sustituirla por la palabra "Comunidad ". 
      ¡Qué bramidos sobre "anarquismo" lanzarían los cabecillas del "marxismo" 
  de hoy, un "marxismo" falsificado para uso de oportunistas, si se les 
  propusiese semejante corrección en su programa! 
      Que bramen cuanto quieran. La burguesía les elogiará por ello. 
      Pero nosotros continuaremos nuestra obra. Cuando revisemos el programa de 
  nuestro Partido, deberemos tomar en 
  
  consideración, sin falta, el consejo de Engels y Marx, para acercarnos más a 
  la verdad, para restaurar el marxismo, purificándolo de tergiversaciones, para 
  orientar más certeramente la lucha de la clase obrera por su liberación. Entre 
  los bolcheviques no habrá, probablemente, quien se oponga al consejo de Engels 
  y Marx. La dificultad estará solamente, si acaso, en el término. En alemán, 
  hay dos palabras para expresar la idea de "comunidad", de las cuales Engels 
  eligió la que no indica una comunidad por separado, sino el conjunto de ellas, 
  el sistema de comunas. En ruso, no existe una palabra semejante, y tal vez 
  tendremos que emplear la palabra francesa "commune", aunque esto tenga también 
  sus inconvenientes. 
      "La Comuna no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra": he 
  aquí la afirmación más importante de Engels, desde el punto de vista teórico. 
  Después de lo que dejamos expuesto más arriba, esta afirmación es 
  absolutamente lógica. La Comuna había dejado de ser un Estado, toda vez que su 
  papel no era reprimir a la mayoría de la población, sino a la minoría (a los 
  explotadores); había roto la máquina del Estado burgués; en vez de una fuerza 
  especial para la represión, entró en escena la población misma. Todo esto era 
  renunciar al Estado en su sentido estricto. Y si la Comuna se hubiera 
  consolidado, habrían ido "extinguiéndose" en ella por sí mismas las huellas 
  del Estado, no habría sido necesario "suprimir" sus instituciones: éstas 
  habrían dejado de funcionar a medida que no tuviesen nada que hacer. 
      "Los anarquistas nos han echado en cara más de la cuenta eso del 'Estado 
  popular'". Al decir esto, Engels se refiere, principalmente, a Bakunin y a sus 
  ataques contra los socialdemócratas alemanes. Engels reconoce que estos 
  ataques 
  
  son justos en tanto en cuanto el "Estado popular" es un absurdo y un concepto 
  tan divergente del socialismo como lo es el "Estado popular libre". Engels se 
  esfuerza en corregir la lucha de los socialdemócratas alemanes contra los 
  anarquistas, en hacer de esta lucha una lucha ajustada a los principios, en 
  depurar esta lucha de los prejuicios oportunistas relativos al "Estado". 
  ¡Trabajo perdido! La carta de Engels se pasó 36 años en el fondo de un cajón. 
  Y más abajo veremos que, aun después de publicada esta carta, Kautsky sigue 
  repitiendo tenazmente, en el fondo, los mismos errores contra los que precavía 
  Engels. 
      Bebel contestó a Engels el 21 de septiembre de 1875, en una carta en la 
  que escribía, entre otras cosas, que estaba "completamente de acuerdo" con sus 
  juicios acerca del proyecto de programa y que había reprochado a Liebknecht su 
  transigencia ( de la edición alemana de las me morias de Bebel, tomo 
  II). Pero si abrimos el folleto de Bebel titulado "Nuestros objetivos", nos 
  encontramos en él con consideraciones absolutamente falsas acerca del Estado: 
      "El Estado debe convertirse de un Estado basado en la dominación de clase 
  en un Estado popular " ("Nuestros objetivos", edición alemana de 1886, pág. 
  14). 
      ¡Así aparece impreso en la novena (¡novena!) edición del folleto de Bebel! 
  No es de extrañar que esta repetición tan obstinada de los juicios 
  oportunistas sobre el Estado haya sido asimilada por la socialdemocracia 
  alemana, sobre todo cuando las explicaciones revolucionarias de Engels se 
  mantenían ocultas y las circunstancias todas de la vida diaria la habían 
  "desacostumbrado" para mucho tiempo de la acción revolucionaria. 
  


  4. CRITICA DEL PROYECIO DEL PROGRAMA DE ERFURT 
      La crítica del proyecto del programa de Erfurt[6], enviada por Engels a 
  Kautsky el 29 de junio de 1891 y publicada sólo después de pasados diez años 
  en la revista "Neue Zeit", no puede pasarse por alto en un análisis de la 
  doctrina del marxismo sobre el Estado, pues este documento se consagra de modo 
  principal a criticar precisamente las concepciones oportunistas de la 
  socialdemocracia en la cuestión de la organización del Estado. 
      Señalaremos de paso que Engels hace también, en punto a los problemas 
  económicos, una indicación importantísima, que demuestra cuán atentamente y 
  con qué profundidad seguía los cambios que se iban produciendo en el 
  capitalismo moderno y cómo ello le permitía prever hasta cierto punto las 
  tareas de nuestra época, de la época imperialista. He aquí la indicación a que 
  nos referimos: a propósito de las palabras "falta de planificación" 
  (Planlosigkeit ), empleadas en el proyecto de programa para caracterizar al 
  capitalismo, Engels escribe: 
      "Si pasamos de las sociedades anónimas a los trusts, que dominan y 
  monopolizan ramas industriales enteras, vemos que aquí terminan no sólo la 
  producción privada, sino también la falta de planificación" ("Neue Zeit", año 
  20, t. I, 1901-1902, ). 
      En estas palabras se destaca lo más fundamental en la valoración teórica 
  del capitalismo moderno, es decir, del imperialismo, a saber: que el 
  capitalismo se convierte en un capitalismo monopolista. Conviene subrayar 
  esto, pues el error más generalizado está en la afirmación reformista-burguesa 
  de que el capitalismo monopolista o monopolista de 
  
  Estado no es ya capitalismo, puede llamarse ya "socialismo de Estado", y otras 
  cosas por el estilo. Naturalmente, los trusts no entrañan, no han entrañado 
  hasta hoy ni pueden entrañar una completa sujeción a planes. Pero en tanto 
  trazan planes, en tanto los magnates del capital calculan de antemano el 
  volumen de la producción en un plano nacional o incluso en un plano 
  internacional, en tanto regulan la producción con arreglo a planes, seguimos 
  moviéndonos, a pesar de todo, dentro del capitalismo, aunque en una nueva fase 
  suya, pero que no deja, indudablemente, de ser capitalismo. La "proximidad" de 
  tal capitalismo al socialismo debe ser, para los verdaderos representantes del 
  proletariado, un argumento a favor de la cercanía, de la facilidad, de la 
  viabilidad y de la urgencia de la revolución socialista, pero no, en modo 
  alguno, un argumento para mantener una actitud de tolerancia ante los que 
  niegan esta revolución y ante los que encubren las lacras del capitalismo, 
  como hacen todos los reformistas. 
      Pero volvamos a la cuestión del Estado. De tres clases son las 
  indicaciones especialmente valiosas que hace aquí Engels: en primer lugar, las 
  que se refieren a la cuestión de la República; en segundo lugar, las que 
  afectan a las relaciones entre la cuestión nacional y la estructura del 
  Estado; en tercer lugar, las que se refieren al régimen de autonomía local. 
      Por lo que se refiere a la República, Engels hacía de esto el centro de 
  gravedad de su crítica del proyecto del programa de Erfurt. Y, si tenemos en 
  cuenta la significación adquirida por el programa de Erfurt en toda la 
  socialdemocracia internacional y cómo este programa se convirtió en modelo 
  para toda la II Internacional, podremos decir sin exageración que 
  
  Engels critica aquí el oportunismo de toda la II Internacional. 
      "Las reivindicaciones políticas del proyecto -- escribe Engels -- adolecen 
  de un gran defecto. No se contiene en él [subrayado por Engels] lo que en 
  realidad se debía haber dicho". 
      Y más adelante se aclara que la Constitución alemana está, en rigor, 
  calcada sobre la Constitución más reaccionaria de 18so; que el Reichstag no 
  es, según la expresión de Guillermo Liebknecht, más que la "hoja de parra del 
  absolutismo", y que el pretender llevar a cabo la "transformación de todos los 
  instrumentos de trabajo en propiedad común" a base de una Constitución en la 
  que son legalizados los pequeños Estados y la federación de los pequeños 
  Estados alemanes, es un "absurdo evidente". 
      "Tocar esto es peligroso", añade Engels, que sabe perfectamente que en 
  Alemania no se puede incluir legalmente en el programa la reivindicación de la 
  República. No obstante, Engels no se contenta sencillamente con esta evidente 
  consideración, que satisface a "todos". Engels prosigue: "Y, sin embargo, no 
  hay más remedio que abordar la cosa de un modo o de otro. Hasta qué punto es 
  esto necesario, lo demuestra el oportunismo, que está difundiéndose 
  [einreissende ] precisamente ahora en una gran parte de la prensa 
  socialdemócrata. Por miedo a que se renueve la ley contra los socialistas, o 
  por el recuerdo de diversas manifestaciones hechas prematuramente bajo el 
  imperio de aquella ley, se quiere que el Partido reconozca ahora que el orden 
  legal vigente en Alemania es suficiente para realizar todas las 
  reivindicaciones de aquél por la vía pacífica. . ." 
  
      Engels destaca en primer plano el hecho fundamental de que los 
  socialdemócratas alemanes obraban por miedo a que se renovase la ley de 
  excepción, y califica esto, sin rodeos, de oportunismo, declarancio como 
  completamente absurdos los sueños acerca de una vía "pacífica", precisamente 
  por no existir en Alemania ni República ni libertades. Engels es lo bastante 
  cauto para no atarse las manos. Reconoce que en países con República o con una 
  gran libertad "cabe imaginarse" (¡solamente "imaginarse"!) un desarrollo 
  pacífico hacia el socialismo, pero en Alemania, repite: 
      ". . . En Alemania, donde el gobierno es casi omnipotente y el Reichstag y 
  todas las demás instituciones representativas carecen de poder efectivo, el 
  proclamar en Alemania algo semejante, y además sin necesidad alguna, significa 
  quitarle al absolutismo la hoja de parra y colocarse uno mismo a cubrir la 
  desnudez ajena. . ." 
      Y, en efecto, la inmensa mayoría de los jefes oficiales del Partido 
  Socialdemócrata alemán, partido que "archivó" estas indicaciones, resultaron 
  ser encubridores del absolutismo. 
      ". . . Semejante política sólo sirve para poner en el camino falso al 
  propio partido. Se hace pasar a primer plano las cuestiones políticas 
  generales, abstractas, y de este modo se oculta las cuestiones concretas más 
  inmediatas, aquellas que se ponen por sí mismas al orden del día al surgir los 
  primeros grandes acontecimientos, en la primera crisis política. Y lo único 
  que con esto se consigue es que, al llegar el momento decisivo, el partido se 
  sienta de pronto desconcertado, que reinen en él la confusión y el desacuerdo 
  acerca de las cuestiones decisivas, por no haber discutido nunca estas 
  cuestiones. . . 
  
      Este olvido en que se deja las grandes, las fundamentales consideraciones 
  en aras de los intereses momentáneos del día, esto de perseguir éxitos 
  pasajeros y de luchar por ellos sin fijarse en las consecuencias ulteriores, 
  esto de sacrificar el porvenir del movimiento por su presente, podrá hacerse 
  por motivos 'honrados', pero es y seguirá siendo oportunismo, y el oportunismo 
  'honrado' es quizá el más peligroso de todos. . . 
      Si hay algo indudable es que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden 
  llegar al Poder bajo la forma política de la República democrática. Esta es, 
  incluso, la forma específica para la dictadura del proletariado, como lo ha 
  puesto ya de relieve la gran Revolución francesa. . ." 
      Engels repite aquí, en una forma especialmente plástica, aquella idea 
  fundamental que va como hilo de engarce a través de todas las obras de Marx, a 
  saber: que la República democrática es el acceso más próximo a la dictadura 
  del proletariado. Pues esta República, que no suprime ni mucho menos la 
  dominación del capital ni, consiguientemente, la opresión de las masas ni la 
  lucha de clases, lleva inevitablemente a un ensanchamiento, a un despliegue, a 
  una patentización y a una agudización tales de esta lucha, que, tan pronto 
  como surge la posibilidad de satisfacer los intereses vitales de las masas 
  oprimidas, esta posibilidad se realiza, inevitable y exclusivamente, en la 
  dictadura del proletariado, en la dirección de estas masas por el 
  proletariado. Para toda la II Internacional, éstas son también "palabras 
  olvicladas" del marxismo, y este olvido se reveló de un modo 
  extraordinariamente nítido en la historia del partido 
  
  menchevique durante el primer medio año de la revolución rusa de 1917. 
      Respecto a la cuestión de la República federativa, en conexión con la 
  composición nacional de la población escribía Engels: 
      "¿Qué es lo que debe ocupar el puesto de la actual Alemania?" [con su 
  Constitución monárquico-reaccionaria y su sistema igualmente reaccionario de 
  subdivisión en pequeños Estados, que eterniza la particularicdad del 
  "prusianismo", en vez de disolverla en una Alemania formando un todo]. "A mi 
  juicio, el proletariado sólo puede emplear la forma de la República única e 
  indivisible. La República federativa es todavía hoy, en conjunto, una 
  necesidad en el territorio gigantesco de los Estados Unidos, si bien en las 
  regiones del Este se ha convertido ya en un obstáculo. Representaría un 
  progreso en Inglaterra, donde cuatro naciones pueblan las dos islas y donde, a 
  pesar de no haber más que un parlamento, coexisten tres sistemas de 
  legislación. En la pequeña Suiza, se ha convertido ya desde hace largo tiempo 
  en un obstáculo, y si allí se puede todavía tolerar la República federativa, 
  es debido únicamente a que Suiza se contenta con ser un miembro puramente 
  pasivo en el sistema de los Estados europeos. Para Alemania, un régimen 
  federalista al modo del de Suiza significaría un enorme retroceso. Hay dos 
  puntos que distinguen a un Estado federal de un Estado unitario, a saber: que 
  cada Estado que forma parte de la unión tiene su propia legislación civil y 
  criminal y su propia organización judicial, y que además de cada parlamento 
  particular existe una Cámara federal en la que vota como tal cada cantón, sea 
  grande o pequeño". En Alemania, el 
  
  Estado federal es el tránsito hacia un Estado completamente unitario, y la 
  "revolución desde arriba" de 1866 y 1870 no debe ser revocada, sino completada 
  mediante un "movimiento desde abajo". 
      Engels no sólo no revela indiferencia en cuanto a la cuestión de las 
  formas de Estado, sino que, por el contrario, se esfuerza en analizar con 
  escrupulosidad extraordinaria precisa mente las formas de transición, para 
  determinar, con arreglo a las particularidades históricas concretas de cada 
  caso, de qué y hacia qué es transición la forma transitoria de que se trata. 
      Engels, como Marx, defiende, desde el punto de vista del proletariado y de 
  la revolución proletaria, el centralismo democrático, la República única e 
  indivisible. Considera la República federativa, bien como excepción y como 
  obstáculo para el desarrollo, bien como transición de la monarquía a la 
  República centralista, como un "progreso", en determinadas circunstancias 
  especiales. Y entre estas circunstancias especiales se destaca la cuestión 
  nacional. 
      En Engels como en Marx, a pesar de su crítica implacable del carácter 
  reaccionario de los pequeños E6tados y del encubrimiento de este carácter 
  reaccionario por la cuestión nacional en determinados casos concretos, no se 
  encuentra en ninguna de sus obras ni rastro de tendencia a eludir la cuestión 
  nacional, tendencia de que suelen pecar frecuentemente los marxistas 
  holandeses y polacos al partir de la lucha legítima contra el nacionalismo 
  filisteamente estrecho de "sus" pequeños Estados. 
      Hasta en Inglaterra, donde las condiciones geográficas, la comunidad de 
  idioma y la historia de muchos siglos parece que debían haber "liquidado" la 
  cuestión nacional en las 
  
  distintas pequeñas divisiones territoriales del país; incluso aquí tiene en 
  cuenta Engels el hecho claro de que la cuestión nacional no ha sido superada 
  aún, razón por la cual reconoce que la República federativa representa "un 
  progreso". Se sobreentiende que en esto no hay ni rastro de renuncia a la 
  crítica de los defectos de la República federativa ni a la propaganda y a la 
  lucha más decidida en pro de la República unitaria, centralista-democrática. 
      Pero Engels no concibe en modo alguno el centralismo democrático en el 
  sentido burocrático con que emplean este concepto los ideólogos burgueses y 
  pequeñoburgueses, incluyendo entre éstos a los anarquistas. Para Engels, el 
  centralismo no excluye, ni mucho menos, esa amplia autonomía local que, en la 
  defensa voluntaria de la unidad del Estado por las "comunas" y las regiones, 
  elimina en absoluto todo burocratismo y toda manía de "ordenar" desde arriba. 
      "Así, pues, República unitaria -- escribe Engels, desarrollando las ideas 
  programáticas del marxismo sobre el Estado --, pero no en el sentido de la 
  República francesa actual, que no es más que el imperio sin emperador fundado 
  en 1798. De 1792 a 1798, todo departamento francés, toda comuna [Gemeinde ] 
  poseía completa autonomía, según el modelo norteamericano, y eso es lo que 
  debemos tener también nosotros. Norteamérica y la primera República francesa 
  nos demostraron, y hoy Canadá, Australia y otras colonias inglesas nos lo 
  demuestran aún, cómo hay que organizar la autonomía y cómo se puede prescindir 
  de la burocracia. 
      Y esta autonomía provincial y municipal es mucho más libre que, por 
  ejemplo, el federalismo suizo, donde el cantón goza, ciertamente, de gran 
  independencia respecto 
  
  a la federación [es decir, respecto al Estado federativo en conjunto], pero 
  también respecto al distrito y al municipio. Los gobiernos cantonales nombran 
  jefes de policía de distrito y prefectos, cosa absolutamente desconocida en 
  los países de habla inglesa y a lo que en el futuro también nosotros debemos 
  oponernos decididamente, así como a los consejeros provinciales y 
  gubernamentales prusianos" [los comisarios, los jefes de policía, los 
  gobernadores, y en general, todos los funcionarios nombrados desde arriba]. 
      De acuerdo con esto, Engels propone que el punto del programa sobre la 
  autonomía se formule del modo siguiente: 
      "Completa autonomía para la provincia, distrito y municipio con 
  funcionarios elegidos por sufragio universal. Supresión de todas las 
  autoridades locales y provinciales nombradas por el Estado". 
      En "Pravda", suspendida por el gobierno de Kerenski y otros ministros 
  "socialistas" (núm. 68, del 28 de mayo de 1917)[7], hube de señalar ya cómo, 
  en este punto -- bien entendido que no es, ni mucho menos, solamente en éste 
  --, nuestros representantes seudosocialistas de una seudodemocracia 
  seudorrevolucionaria se han desviado escandalosamente del democratismo. Se 
  comprende que hombres que se han vinculado por una "coalición" a la burguesía 
  imperialista hayan permanecido sordos a estas indicaciones. 
      Es sobremanera importante señalar que Engels, con hechos a la vista, 
  basándose en los ejemplos más precisos, refuta el prejuicio 
  extraordinariamente extendido, sobre todo en la democracia pequeñoburguesa, de 
  que la República federativa implica incuestionablemente mayor libertad que la 
  República 
  
  centralista. Esto es falso. Los hechos citados por Engels con referencia a la 
  República centralista francesa de 1792 a 1798 y a la República federativa 
  suiza desmienten este prejuicio. La República centralista realmente 
  democrática dio mayor libertad que la República federativa. O dicho en otros 
  términos: la mayor libertad local, provincial, etc., que se conoce en la 
  historia la ha dado la República centralista y no la República federativa. 
      Nuestra propaganda y agitación de partido no ha consagrado ni consagra 
  suficiente atención a este hecho, ni en general a toda la cuestión de la 
  República federativa y centralista y a la de la autonomía local. 


  5. PROLOGO DE 1891 A "LA GUERRA CIVIL" DE MARX 
      En el prólogo a la tercera edición de "La guerra civil en Francia" -- este 
  prólogo lleva la fecha de 18 de marzo de 1891 y fue publicado por vez primera 
  en la revista "Neue Zeit" --, Engels, a la par que hace de paso algunas 
  interesantes observaciones acerca de cuestiones relacionadas con la actitud 
  hacia el Estado, traza, con notable relieve, un resumen de las enseñanzas de 
  la Comuna[8]. Este resumen, enriquecido por toda la experiencia del período de 
  veinte años que separaba a su autor de la Comuna y dirigido especialmente 
  contra la "fe supersticiosa en el Estado", tan difundida en Alemania, puede 
  ser llamado con justicia la última palabra del marxismo respecto a la cuestión 
  que estamos examinando. 
      "En Francia -- señala Engels --, los obreros, después de cada revolución, 
  estaban armados"; "por eso el desarme de los obreros era el primer mandamiento 
  de los burgueses 
  
  que se hallaban al frente del Estado. De aquí el que, después de cada 
  revolución ganada por los obreros, se llevara a cabo una nueva lucha que 
  acababa con la derrota de estos. . ." 
      El balance de la experiencia de las revoluciones burgucsas es tan corto 
  como expresivo. El quid de la cuestión entre otras cosas también en lo que 
  afecta a la cuestión del Estado (¿t i e n e  l a  c l a s e  o p r i m i d a  
  a r m a s? ), aparece enfocado aquí de un modo admirable. Este quid de la 
  cuestión es precisamente el que eluden con mayor frecuencia lo mismo los 
  profesores influidos por la ideología burguesa que los demócratas 
  pequeñoburgueses. En la revolución rusa de 1917, correspondió al "menchevique" 
  y "también marxista" Tsereteli el honor (un honor a lo Cavaignac) de descubrir 
  este secreto de las revoluciones burguesas. En su discurso "histórico" del 11 
  de junio, a Tsereteli se le escapó el secreto de la decisión de la burguesia 
  de desarmar a los obreros de Petrogrado, presentando, naturalmente, esta 
  decisión ¡como suya y como necesidad "del Estado" en general! 
      El histórico discurso de Tsereteli del 11 de junio será, naturalmente, 
  para todo historiador de la revolución de 1917, una de las pruebas más 
  palpables de cómo el bloque de socialrevolucionarios y mencheviques, 
  acaudillado por el señor Tsereteli, se pasó al lado de la burguesia contra el 
  proletariado revolucionario. 
      Otra de las observaciones incidentales de Engels, relacionada también con 
  la cuestión del Estado, se refiere a la religión. Es sabido que la 
  socialdemocracia alemana, a medida que se hundia en la charca, haciéndose más 
  y más oportunista, derivaba cada vez con mayor frecuencia a una torcida 
  interpretación filistea de la célebre fórmula que 
  
  declara la religión "asunto de incumbencia privada". En efecto, esta fórmula 
  se interpretaba como si la cuestión de la religión fuese un asunto de 
  incumbencia privada ¡¡también para el Partido del proletariado 
  revolucionario!! Contra esta traición completa al programa revolucionario del 
  proletariado se levantó Engels, que en 1891 sólo podía observar los gérmenes 
  más tenues de oportunismo en su Partido, y que, por tanto, se expresaba con la 
  mayor cautela: 
      "Como los miembros de la Comuna eran todos, casi sin excepción, obreros o 
  representantes reconocidos de Ios obreros, sus acuerdos se distinguían por un 
  carácter marcadamente proletario. Una parte de sus decretos eran reformas que 
  la burguesia republicana no se había atrevido a inplantar por vil cobardia y 
  que echaban los cimientos indispensables para la libre acción de la clase 
  obrera, como, por ejemplo, la implantación del principio de que, con respecto 
  al Estado, la religión es un asunto de incumbencia puramente privada; otros 
  iban encaminados a salvaguardar directamente los intereses de la clase obrera, 
  y en parte socavaban profundamente el viejo orden social. . ." 
      Engels subraya intencionadamente las palabras "con respecto al Estado", 
  asestando con ello un golpe certero al oportunismo alemán, que declaraba la 
  religión un asunto de incumbencia privada con respecto al Partido y con ello 
  rebajaba el Partido del proletariado revolucionario al nivel del más vulgar 
  filisteísmo "librepensador", dispuesto a tolerar el aconfesionalismo, pero que 
  renuncia a la tarea del Partido de luchar contra el opio religioso que 
  embrutece al pueblo. 
      El futuro historiador de la socialdemocracia alemana, al investigar las 
  raíces de su vergonzosa bancarrota en 1914, 
  
  encontrará no pocos materiales interesantes sobre esta cuestión, comenzando 
  por las evasivas declaraciones que se contienen en los artículos del jefe 
  ideológico del Partido, Kautsky, en las que se abre de par en par las puertas 
  al oportunismo, y acabando por la actitud del Partido ante el 
  "Los-von-der-Kirche-Bewegung" (movimiento en pro de la separación de los 
  particulares de la Iglesia), en 1913. 
      Pero volvamos a cómo Engels, veinte años después de la Comuna, resumió sus 
  enseñanzas para el proletariado militante. 
      He aquí las enseñanzas que Engels destaca en primer plano: 
      ". . . Precisamente la fuerza opresora del antiguo gobierno centralista: 
  el ejército, la policía política y la burocracia, que Napoleón había creado en 
  1798 y que desde entonces había sido heredada por todos los nuevos gobiernos 
  como un instrumento grato, empleándolo contra sus enemigos; precisamente esta 
  fuerza debía ser derrumbada en toda Francia, como había sido derrumbada ya en 
  París. 
      La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, 
  al llegar al Poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del 
  Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la 
  clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva 
  utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus 
  propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción 
  revocables en cualquier momento. . ." 
      Engels subraya una y otra vez que no sólo bajo la monarquía, sino también 
  bajo la República democrática, el Estado 
  
  sigue siendo Estado, es decir, conserva su rasgo caracteristico fundamental: 
  convertir a sus funcionarios, "servidores de la sociedad", órganos de ella, en 
  señores situados por encima de ella. 
      ". . . Contra esta transformación del Estado y de los órganos del Estado 
  de servidores de la sociedad en señores situados por encima de la sociedad, 
  transformación inevitable en todos los Estados anteriores, empleó la Comuna 
  dos remedios infalibles. En primer lugar, cubrió todos los cargos 
  administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio 
  universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a 
  sus eiegidos. En segundo lugar, todos los funcionarios, altos y bajos, sólo 
  estaban retribuidos como los demás obreros. El sueldo máximo abonado por la 
  Comuna no excedía de 6.000 francos*. Con este sistema se ponía una barrera 
  eficaz al arribismo y la caza de cargos, y esto aun sin contar los mandatos 
  imperativos que introdujo la Comuna para los diputados a los organismos 
  representativos. . ." 
      Engels llega aquí a este interesante límite en que la democracia 
  consecuente se transforma, de una parte, en socialismo y, de otra parte, 
  reclama el socialismo, pues para destruir el Estado es necesario transformar 
  las funciones de la administración del Estado en operaciones de control y 
  registro tan sencillas, que sean accesibles a la inmensa mayoría de 


      * Lo que equivaíe nominalmente a unos 2.400 rublos y a unos 6.000 rublos 
  según el curso actual. Es completamente imperdonable la actitud de aquellos 
  bolcheviques que proponen, por ejemplo, retribuciones de 9.000 rublos en los 
  ayuntamientos urbanos, no proponiendo establecer una retribución máxima de 
  6.000 rublos (cantidad suficiente) para todo el Estado. 
  
  la población, primero, y a toda la población, sin distinción, después. Y la 
  supresión completa del arribismo exige que los cargos "honoríficos" del 
  Estado, aunque sean sin ingresos, n o  puedan servir de trampolín para pasar a 
  puestos altamente retribuidos en los Bancos y en las sociedades anónimas, como 
  ocurre constantemente hoy hasta en los países capitalistas más libres. 
      Pero Engels no incurre en el error en que incurren, por ejemplo, algunos 
  marxistas en lo tocante a la cuestión del derecho de las naciones a la 
  autodeterminación, creyendo que bajo el capitalismo este derecho es imposible, 
  y, bajo el socialismo, superfluo. Semejante argumentación, que quiere pasar 
  por ingeniosa, pero que en realidad es falsa, podría repetirse a propósito de 
  cualquier institución democrática, y a propósito también de los sueldos 
  modestos de los funcionarios, pues un democratismo llevado hasta sus últimas 
  consecuencias es imposible bajo el capitalismo, y, bajo el socialismo, toda 
  democracia se extingue. 
      Esto es un sofisma parecido a aquel viejo chiste de si una persona 
  comienza a quedarse calva cuando se le cae un pelo. 
      El desarrollo de la democracia hasta sus últimas consecuencias, la 
  indagación de las formas de este desarrollo, su comprobación en la práctica, 
  etc.: todo esto forma parte integrante de las tareas de la lucha por la 
  revolución social. Por separado, ningún democratismo da como resultante el 
  socialismo, pero, en la práctica, el democratismo no se toma nunca "por 
  separado", sino que se toma siempre "en bloque", influyendo también sobre la 
  economía, acelerando su transformación y cayendo él mismo bajo la influencia 
  del desarrollo económico, etc. Tal es la dialéctica de la historia viva 
  
  Engels prosigue: 
      ". . . En el capítulo tercero de 'La guerra civil' se describe con todo 
  detalle esta labor encaminada a hacer saltar [Sprengung ] el viejo Poder 
  estatal y sustituirlo por otro nuevo realmente democrático. Sin embargo, era 
  necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de esta 
  sustitución, por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el 
  Estado se ha trasplantado del campo filosófico a la conciencia general de la 
  burguesía e incluso a la de muchos obreros Según la concepción filosófica, el 
  Estado es la 'realización de la idea', o sea, traducido al lenguaje 
  filosófico, el reino de Dios sobre la tierra, el campo en que se hacen o deben 
  hacerse realidad la eterna verdad y la eterna justicia. De aquí nace una 
  veneración supersticiosa del Estado y de todo lo que con él se relaciona, 
  veneración supersticiosa que va arraigando en las conciencias con tanta mayor 
  facilidad cuanto que la gente se acostumbra ya desde la infancia a pensar que 
  los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden gestionarse ni 
  salvaguardarse de otro modo que como se ha venido haciendo hasta aquí, es 
  decir, por medio del Estado y de sus funcionarios retribuidos con buenos 
  puestos. Y se cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe 
  en la monarquía hereditaria y entusiasmarse por la República democrática. En 
  realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase 
  por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el 
  mejor de los casos, un mal que se transmite hereditariamente al proletariado 
  que haya triunfado en su lucha por la dominación de clase. El proletariado 
  victo- 
  
  rioso, lo mismo que lo hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar 
  inmediatamente los lados peores de este mal, entretanto que una generación 
  futula, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de 
  todo ese trasto viejo del Estado". 
      Engels prevenía a los alemanes para que, en caso de sustitución de la 
  monarquía por la República, no olvidasen los fundamentos del socialismo sobre 
  la cuestión del Estado en general. Hoy, sus advertencias parecen una lección 
  directa a los señores Tsereteli y Chernov, que en su práctica "coalicionista" 
  ¡revelan una fe supersticiosa en el Estado y una veneración supersticiosa por 
  él! 
      Dos observaciones más. 1) Si Engels dice que bajo la República democrática 
  el Estado sigue siendo, "lo mismo" que bajo la monarquía, "una máquina para la 
  opresión de una clase por otra", esto no significa, en modo alguno, que la 
  forma de opresión sea indiferente para el proletariado, como "enseñan" algunos 
  anarquistas. Una forma de lucha de clases y de opresión de clase más amplia, 
  más libre, más abierta facilita en proporciones gigantescas la misión del 
  proletariado en la lucha por la destrucción de las clases en general. 
      2) La cuestión de por qué solamente una nueva generación estará en 
  condiciones de deshacerse en absoluto de todo este trasto viejo del Estado, es 
  una cuestión relacionada con la superación de la democracia, que pasamos a 
  examinar. 


  6. ENGELS, SOBRE LA SUPERACION DE LA DEMOCRACIA 
      Engels se expresó acerca de esto en relación con la cuestión de la 
  inexactitud científica de la denominación de "socialdemócrata". 
  
      En el prólogo a la edición de sus artkulos de la década de 1870 sobre 
  diversos temas, predominantemente de carácter "internacional" [Internationales 
  aus dem Volksstaat ][9], prólogo fechado el 3 de enero de 1894, es decir, 
  escrito año y medio antes de morir Engels, éste escribía que en todos los 
  artículos se emplea la palabra "comunista" y no la de "socialdemócrata", pues 
  por aquel entonces socialdemócratas se llamaban los proudhonistas en Francia y 
  los lassalleanos en Alemania. 
      ". . . Para Marx y para mí -- prosigue Engels -- era, por tanto, 
  sencillamente imposible emplear, para denominar nuestro punto de vista 
  especial, una expresión tan elástica. En la actualidad, la cosa se presenta de 
  otro modo, y esta palabra ['socialdemócrata'] puede, tal vez, pasar [mag 
  passieren ], aunque sigue siendo inadecuada [unpassend ] para un partido cuyo 
  programa económico no es un simple programa socialista en general, sino un 
  programa directamente comunista, y cuya meta política final es la superación 
  total del Estado y, por consiguiente, también de la democracia. Pero los 
  nombres de los verdaderos [subrayado por Engels] partidos políticos nunca son 
  absolutamente adecuados; el partido se desarrolla y el nombre queda". 
      El dialéctico Engels, en el ocaso de su existencia, sigue siendo fiel a la 
  dialectica. Marx y yo -- nos dice -- teníamos un hermoso nombre, un nombre 
  científicamente exacto, para el partido, pero no teníamos un verdadero 
  partido, es decir, un Partido proletario de masas. Hoy (a fines del siglo 
  XIX), existe un verdadero partido, pero su nombre es científicamente inexacto. 
  No importa, "puede pasar": ¡lo importante es que el Partido se desarrolle, lo 
  que importa es que el 
  
  Partido no desconozca la inexactitud científica de su nombre y que éste no le 
  impida desarrollarse en la dirección certera! 
      Tal vez haya algún bromista que quiera consolarnos también a nosotros, los 
  bokheviques, a la manera de Engels: nosotros tenemos un verdadero partido, que 
  se desarrolla excelentemente; puede "pasar", por tanto, también una palabra 
  tan sin sentido, tan monstruosa, como la palabra "bolchevique", que no expresa 
  absolutamente nada, fuera de la circunstancia puramente accidental de que en 
  el Congreso de Bruselas-Londres de 1903 tuvimos nosotros la mayoría . . . Tal 
  vez hoy, en que las persecuciones de julio y de agosto contra nuestro Partido 
  por parte de los republicanos y de la filistea democracia "revolucionaria" han 
  rodeado la palabra "bolchevique" de honor ante todo el pueblo, y en que, 
  además, esas persecuciones han marcado un progreso tan enorme, un progreso 
  histórico de nuestro Partido en su desarrollo real, tal vez hoy, yo también 
  dudaría, en cuanto a mi propuesta de abril de cambiar el nombre de nuestro 
  Partido. Tal vez propondría a mis camaradas una "transacción": llamarnos 
  Partido Comunista y dejar entre paréntesis la palabra bolchevique. . . 
      Pero la cuestión del nombre del Partido es incomparablemente menos 
  importante que la cuestión de la posición del proletariado revolucionario con 
  respecto al Estado. 
      En las consideraciones corrientes acerca del Estado, se comete 
  constantemente el error contra el que precave aquí Engels y que nosotros hemos 
  señalado de paso en nuestra anterior exposición, a saber: se olvida 
  constantemente que la destrucción del Estado es también la destrucción de la 
  democracia, que la extinción del Estado implica la extinción de la democracia. 

  
      A primera vista, esta afirmacion parece extraordinariamente extraña e 
  incomprensible; tal vez en alguien surja incluso el temor de si esperamos el 
  advenimiento de una organización social en que no se acate el principio de la 
  subordinación de la minoría a la mayoría, ya que la democracia es, 
  precisamente, el reconocimiento de este principio. 
      No. La democracia n o es idéntica a la subordinación de la minoría a la 
  mayoría. Democracia es el Estado que reconoce la subordinación de la minoría a 
  la mayoría, es decir, una organización llamada a ejercer la violencia 
  sistemática de una clase contra otra, de una parte de la población contra 
  otra. 
      Nosotros nos proponemos como meta final la destrucción del Estado, es 
  decir, de toda violencia organizada y sistemática, de toda violencia contra 
  los hombres en general. No esperamos el advenimiento de un orden social en el 
  que no se acate el principio de la subordinación de la minoría a la mayoría. 
  Pero, aspirando al socialismo, estamos persuadidos de que éste se convertirá 
  gradualmente en comunismo, y en relación con esto desaparecerá toda necesidad 
  de violencia sobre los hombres en general, toda necesidad de subordinación de 
  unos hombres a otros, de una parte de la población a otra, pues los hombres se 
  habituarán a observar las reglas elementales de la convivencia social sin 
  violencia y sin subordinación. 
      Para subrayar este elemento del hábito es para lo que Engels habla de una 
  nueva generación que, "educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda 
  deshacerse de todo este trasto viejo del Estado", de todo Estado, inclusive el 
  Estado democrático-republicano. 
      Para explicar esto, es necesario analizar la cuestión de las bases 
  económicas de la extinción del Estado. 
  


  CAPITULO V
  LAS BASES ECONOMICAS DE LA
  EXTINCION DEL ESTADO 



      La explicación más detallada de esta cuestión nos la da Marx en su 
  "Crítica del Programa de Gotha" (carta a Bracke, de 5 de mayo de 1875, que no 
  fue publicada hasta 1891, en la revista "Neue Zeit", IX, 1, y de la que se 
  publicó en ruso una edición aparte). La parte polémica de esta notable obra, 
  consistente en la crítica del lassalleanismo, ha dejado en la sombra, por 
  decirlo así, su parte positiva, a saber: su análisis de la conexión existente 
  entre el desarrollo del comunismo y la extinción del Estado. 


  1. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTION POR MARX 
      Comparando superficialmente la carta de Marx a Bracke, de 5 de mayo de 
  1875, con la carta de Engels a Bebel, de 28 de marzo de 1875 examinada más 
  arriba, podría parecer que Marx es mucho más "partidario del Estado" que 
  Engels, y que entre las concepciones de ambos escritores acerca del Estado 
  media una diferencia muy considerable. 
      Engels aconseja a Bebel lanzar por la borda toda la charlatanería sobre el 
  Estado y borrar completamente del programa la palabra Estado, sustituyéndola 
  por la palabra "comunidad". Engels llega incluso a declarar que la Comuna no 
  era ya un Estado, en el sentido estricto de la palabra. En cambio, Marx habla 
  incluso del "Estado futuro de la sociedad comunista", es decir, reconoce, al 
  parecer, la necesidad del Estado hasta bajo el comunismo. 
  
      Pero semejante modo de concebir sería radicalmente falso. Examinándolo más 
  atentamente, vemos que las concepciones de Marx y Engels sobre el Estado y su 
  extinción coinciden en absoluto, y que la citada expresión de Marx se refiere 
  precisamente al Estado en extinción. 
      Es evidente que no puede hablarse de determinar el momento de la 
  "extinción" futura del Estado, tanto más cuanto que se trata, como es sabido, 
  de un proceso largo. La aparente diferencia entre Marx y Engels se explica por 
  la diferencia de los temas por ellos tratados, cle las tareas por ellos 
  perseguidas. Engels se proponía la tarea de mostrar a Bebel de un modo 
  palmario y tajante, a grandes rasgos, todo el absurdo de los prejuicios 
  corrientes (compartidos también, en grado considerable, por Lassalle) acerca 
  del Estado. Marx sólo toca de paso e s t a  cuestión, interesándose por otro 
  tema: el desarrollo de la sociedad comunista. 
      Toda la teoría de Marx es la aplicación de la teoría del desarrollo -- en 
  su forma más consecuente, más completa, más profunda y más rica de contenido 
  -- al capitalismo moderno. Era natural que a Marx se le plantease, por tanto, 
  la cuestión de aplicar esta teoría también a la inminente bancarrota del 
  capitalismo y al desarrollo futuro del comunismo futuro. 
      Ahora bien, ¿a base de qué datos se puede plantear la cuestión del 
  desarrollo futuro del comunismo futuro? 
      A base del hecho de que el comunismo procede del capitalismo, se 
  desarrolla históricamente del capitalismo, es el resultado de la acción de una 
  fuerza social engendrada por el capitalismo. En Marx no encontramos ni rastro 
  de intento de construir utopías, de hacer conjeturas en el aire respecto a 
  cosas que no es posible conocer. Marx plantea la cuestión del comunismo como 
  el naturalista plantearía, por ejemplo, 
  
  la cuestión del desarrollo de una nueva especie biológica, sabiendo que ha 
  surgido de tal y tal modo y se modifica en tal y tal dirección determinada. 
      Marx descarta, ante todo, la confusión que el programa de Gotha siembra en 
  la cuestión de las relaciones entre el Estado y la sociedad. 
      "La sociedad actual -- escribe Marx -- es la sociedad capitalista, que 
  existe en todos los países civilizados, más o menos libre de aditamentos 
  medievales, más o menos modificada por las particularidades del desarrollo 
  histórico de cada país, más o menos desarrollada. Por el contrario, el 'Estado 
  actual' cambia con las fronteras de cada país. En el imperio prusiano-alemán 
  es completamente distinto que en Suiza, en Inglaterra es completamente 
  distinto que en los Estados Unidos. El 'Estado actual' es, por tanto, una 
  ficción. 
      Sin embargo, pese a su abigarrada diversidad de formas, los diversos 
  Estados de los diversos países civilizados tienen todos algo de común: que 
  reposan sobre el terreno de la sociedad burguesa moderna, más o menos 
  desarrollada en el sentido capitalista. Tienen, por tanto, ciertas 
  características esenciales comunes. En este sentido cabe hablar del 'Estado 
  actual' por oposición al del porvenir, en el que su raíz de hoy, la sociedad 
  burguesa, se extinguirá. 
      Y cabe la pregunta: ¿qué transformación sufrirá el Estado en la sociedad 
  comunista? Dicho en otros términos: ¿qué funciones sociales quedarán entonces 
  en pie, análogas a las funciones actuales del Estado? Esta pregunta sólo puede 
  contestarse científicamente, y por mucho que se combine la palabra 'pueblo' 
  con la palabra 
  
  'Estado', no nos acercaremos lo más mínimo a la solución del problema. . ." 
      Poniendo en ridículo, como vemos, toda la charlatanería sobre el "Estado 
  del pueblo", Marx traza el planteamiento del problema y en cierto modo nos 
  advierte que, para resolverlo científicamente, sólo se puede operar con datos 
  científicos sólidamente establecidos. 
      Y lo primero que ha sido establecido con absoluta precisión por toda la 
  teoría de la evolución y por toda la ciencia en general -- y lo que olvidaron 
  los utopistas y olvidan los oportunistas de hoy, que temen a la revolución 
  socialista -- es el hecho de que, históricamente, tiene que haber, sin ningún 
  género de duda, una fase especial o una etapa especial de transición del 
  capitalismo al comunismo. 


  2. LA TRANSICION DEL CAPITALISMO AL COMUNISMO 
      ". . . Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista -- prosigue 
  Marx -- media el período de la transformación revolucionaria de la primera en 
  la segunda. A este período corresponde también un período político de 
  transición, y el Estado de este período no puede ser otro que la dictadura 
  revolucionaria del proletariado". 
      Esta conclusión de Marx se basa en el análisis del papel que el 
  proletariado desempeña en la sociedad capitalista actual, en los datos sobre 
  el desarrollo de esta sociedad y en el carácter irreconciliable de los 
  intereses antagónicos del proletariado y de la burguesía. 
      Antes, la cuestión planteábase así: para conseguir su liberación, el 
  proletariado debe derrocar a la burguesía, con- 
  
  quistar el Poder político e instaurar su dictadura revolucionaria. 
      Ahora, la cuestión se plantea de un modo algo distinto: la transición de 
  la sociedad capitalista, que se desenvuelve hacia el comunismo, a la sociedad 
  comunista, es imposible sin un "período político de transición", y el Estado 
  de este período no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del 
  proletariado. 
      Ahora bien, ¿cuál es la actitud de esta dictadura hacia la democracia? 
      Veíamos que el "Manifiesto Comunista" coloca sencillamente, a la par el 
  uno del otro, dos conceptos: el de la "transformación del proletariado en 
  clase dominante" y el de "la conquista de la democracia". Sobre la base de 
  todo lo arriba expuesto, se puede determinar con más precisión cómo se 
  transforma la democracia en la transición del capitalismo al comunismo. 
      En la sociedad capitalista, bajo las condiciones del desarrollo más 
  favorable de esta sociedad, tenemos en la República democrática un 
  democratismo más o menos completo. Pero este democratismo se halla siempre 
  comprimido dentro de los estrechos marcos de la explotación capitalista y es 
  siempre, en esencia, por esta razón, un democratismo para la minoría, sólo 
  para las clases poseedoras, sólo para los ricos. La libertad de la sociedad 
  capitalista sigue siendo, y es siempre, poco más o menos, lo que era la 
  libertad en las antiguas repúblicas de Grecia: libertad para los esclavistas. 
  En virtud de las condiciones de la explotación capitalista, los esclavos 
  asalariados modernos viven tan agobiados por la penuria y la miseria, que "no 
  están para democracias", "no están para política", y en el curso corriente y 
  pacífico de los acontecimientos, la mayoría 
  
  de la población queda al margen de toda participación en la vida 
  político-social. 
      Alemania es tal vez el país que confirma con mayor evidencia la exactitud 
  de esta afirmación, precisamente porque en dicho Estado la legalidad 
  constitucional se mantuvo durante un tiempo asombrosamente largo y 
  persistente, casi medio siglo (1871-1914), y durante este tiempo la 
  socialdemocracia supo hacer muchísimo más que en los otros países para 
  "utilizar la legalidad" y organizar en partido político a una parte más 
  considerable de los obreros que en ningún otro país del mundo. 
      Pues bien, ¿a cuánto asciende esta parte de los esclavos asalariados 
  políticamente conscientes y activos, con ser la más elevada de cuantas 
  encontramos en la sociedad capitalista? ¡De 15 millones de obreros 
  asalariados, el partido socialdemócrata cuenta con un millón de miembros! ¡De 
  15 millones de obreros, hay tres millones sindicalmente organizados! 
      Democracia para una minoría insignificante, democracia para los ricos: he 
  ahí el democratismo de la sociedad capitalista. Si nos fijamos más de cerca en 
  el mecanismo de la democracia capitalista, veremos siempre y en todas partes, 
  hasta en los "pequeños", en los aparentemente pequeños, detalles del derecho 
  de sufragio (requisito de residencia, exclusión de la mujer, etc.), en la 
  técnica de las instituciones representativas, en los obstáculos reales que se 
  oponen al derecho de reunión (¡los edificios públicos no son para los "de 
  abajo"!), en la organización puramente capitalista de la prensa diaria, etc., 
  etc., en todas partes veremos restricción tras restricción puesta al 
  democratismo. Estas restricciones, excepciones, exclusiones y trabas para los 
  pobres parecen insignificantes sobre todo para el que jamás ha sufrido la 
  penuria ni se ha puesto en contacto con las clases oprimidas en 
  
  su vida de masas (que es lo que les ocurre a las nueve décimas partes, si no 
  al noventa y nueve por ciento de los publicistas y políticos burgueses), pero 
  en conjunto estas restricciones excluyen, eliminan a los pobres de la 
  política, de su participación activa en la democracia. 
      Marx puso de relieve magníficamente esta e s e n c i a  de la democracia 
  capitalista, al decir, en su análisis de la experiencia de la Comuna, que a 
  los oprimidos se les autoriza para decidir una vez cada varios años ¡qué 
  miembros de la clase opresora han de representarlos y aplastarlos en el 
  parlamento! 
      Pero, partiendo de esta democracia capitalista -- inevitablemente 
  estrecha, que repudia por debajo de cuerda a los pobres y que es, por tanto, 
  una democracia profundamente hipócrita y mentirosa -- el desarrollo 
  progresivo, no discurre de un modo sencillo, directo y tranquilo "hacia una 
  democracia cada vez mayor", como quieren hacernos creer los profesores 
  liberales y los oportunistas pequeñoburgueses. No, el desarrollo progresivo, 
  es decir, el desarrollo hacia el comunismo pasa a través de la dictadura del 
  proletariado, y no puede ser de otro modo, porque el proletariado es el único 
  que puede, y sólo por este camino, romper la resistencia de los explotadores 
  capitalistas. 
      Pero la dictadura del proletariado, es decir, la organización de la 
  vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores, 
  no puede conducir tan sólo a la simple ampliación de la democracia. A la par 
  con la enorme ampliación del democratismo, que p o r  v e z  p r i m e r a  se 
  convierte en un democratismo para los pobres, en un democratismo para el 
  pueblo, y no en un democratismo para los ricos, la dictadura del proletariado 
  implica una serie de restricciones puestas a la libertad de los opresores, de 
  los 
  
  explotadores, de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos, para liberar a la 
  humanidad de la esclavitud asalariada, hay que vencer por la fuerza su 
  resistencia, y es evidente que allí donde hay represión, donde hay violencia 
  no hay libertad ni hay democracia. 
      Engels expresaba magníficamente esto en la carta a Bebel, al decir, como 
  recordará el lector, que "mientras el proletariado necesite todavía del 
  Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus 
  adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal 
  dejará de existir". 
      Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la 
  fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los explotadores, para los 
  opresores del pueblo: he ahí la modificación que sufrirá la democracia en la 
  transición del capitalismo al comunismo. 
      Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definitivamente la 
  resistencia de los capitalistas, cuando hayan desaparecido los capitalistas, 
  cuando no haya clases (es decir, cuando no haya diferencias entre los miembros 
  de la sociedad por su relación hacia los medios sociales de producción), sólo 
  entonces "desaparecerá el Estado y podrá hablarse de libertad ". Sólo entonces 
  será posible y se hará realidad una democracia verdaderamente completa, una 
  democracia que verdaderamente no implique ninguna restricción. Y sólo entonces 
  la democracia comenzará a extinguirse, por la sencilla razón de que los 
  hombres, liberados de la esclavitud capitalista, de los innumerables horrores, 
  bestialidades, absurdos y vilezas de la explotación capitalista, s e  h a b i 
  t u a r á n  poco a poco a la observación de las reglas elementales de 
  convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles 
  de años en todos los preceptos, a 
  
  observarlas sin violencia, sin coacción, sin subordinación, s i n  e s e  a p 
  a r a t o  e s p e c i a l  de coacción que se llama Estado. 
      La expresión "el Estado se extingue" está muy bien elegida, pues señala el 
  carácter gradual del proceso y su espontaneidad. Sólo la fuerza de la 
  costumbre puede ejercer y ejercerá indudablemente esa influencia, pues en 
  torno a nosotros observamos millones de veces con qué facilidad se habitúan 
  los hombres a guardar las reglas de convivencia necesarias si no hay 
  explotación, si no hay nada que indigne a los hombres y provoque protestas y 
  sublevaciones, creando la necesidad de la represión. 
      Por tanto, en la sociedad capitalista tenemos una democracia amputada, 
  mezquina, falsa, una democracia solamente para los ricos, para la minoría. La 
  dictadura del proletariado, el período de transición hacia el comunismo, 
  aportará por primera vez la democracia para el pueblo, para la mayoría, a la 
  par con la necesaria represión de la minoría, de los explotadores. Sólo el 
  comunismo puede aportar una democracia verdaderamente completa, y cuanto más 
  completa sea, antes dejará de ser necesaria y se extinguirá por sí misma. 
      Dicho en otros términos: bajo el capitalismo, tenemos un Estado en el 
  sentido estricto de la palabra, una máquina especial para la represión de una 
  clase por otra, y, además, de la mayoría por la minoría. Se comprende que para 
  que pueda prosperar una empresa como la represión sistemática de la mayoría de 
  los explotados por una minoría de explotadores, haga falta una crueldad 
  extraordinaria, una represión bestial, hagan falta mares de sangre, a través 
  de los cuales marcha precisamente la humanidad en estado de esclavitud, de 
  servidumbre, de trabajo asalariado. 
  
      Ahora bien, en la transición del capitalismo al comunismo, la represión es 
  todavía necesaria, pero ya es la represión de una minoría de explotadores por 
  la mayoría de los explotados. Es necesario todavía un aparato especial, una 
  máquina especial para la represión, el "Estado", pero éste es ya un Estado de 
  transición, no es ya un Estado en el sentido estricto de la palabra, pues la 
  represión de una minoría de explotadores por la mayoría de los esclavos 
  asalariados de ayer es algo tan relativamente fácil, sencillo y natural, que 
  costará muchísima menos sangre que la represión de las sublevaciones de los 
  esclavos, de los siervos y de los obreros asalariacdos, que costará mucho 
  menos a la humanidad. Y este Estado es compatible con la extensión de la 
  democracia a una mayoría tan aplastante de la población, que la necesidad de 
  una máquina especial para la represión comienza a desaparecer. Como es 
  natural, los explotadores no pueden reprimir al pueblo sin una máquina 
  complicadísima que les permita cumplir este cometido, pero el pueblo puede 
  reprimir a los explotadores con una "máquina" muy sencilla, casi sin 
  "máquina", sin aparato especial, por la simple organización de las masas 
  armadas (como los Soviets de Diputados Obreros y Soldados, digamos, 
  adelantándonos un poco). 
      Finalmente, sólo el comunismo suprime en absoluto la necesidad del Estado, 
  pues bajo el comunismo no hay nadie a quien reprimir, "nadie" en el sentido de 
  clase, en el sentido de una lucha sistemática contra determinada parte de la 
  población. Nosotros no somos utopistas y no negamos, en modo alguno, que es 
  posible e inevitable que algunos individuos cometan excesos, como tampoco 
  negamos la necesidad de reprimir tales excesos. Poro, en primer lugar, para 
  esto no hace falta una máquina especial, un aparato especial de represión, 
  esto lo hará el mismo pueblo armado, con la misma 
  
  sencillez y facilidad con que un grupo cualquiera de personas civilizadas, 
  incluso en la sociedad actual, separa a los que se están peleando o impide que 
  se maltrate a una mujer. Y, en segundo lugar, sabemos que la causa social más 
  importante de los excesos, consistentes en la infracción de las reglas de 
  convivencia, es la explotación de las masas, la penuria y la miseria de éstas. 
  Al suprimirse esta causa fundamental, los excesos comenzarán inevitablemente a 
  "extinguirse ". No sabemos con qué rapidez y gradación, pero sabemos que se 
  extinguirán. Y, con ellos, se extinguirá también el Estado. 
      Marx, sin dejarse llevar al terreno de las utopías, determinó en detalle 
  lo que es posible determinar ahora respecto a este porvenir, a saber: la 
  diferencia entre las fases (grados o etapas) inferior y superior de la 
  sociedad comunista. 


  3. PRIMERA FASE DE LA SOCIEDAD COMUNISTA 
      En la "Crítica del Programa de Gotha", Marx refuta minuciosamente la idea 
  lassalleana de que, bajo el socialismo, el obrero recibirá el "producto 
  íntegro o completo del trabajo". Marx demuestra que de todo el trabajo social 
  de toda la sociedad habrá que descontar un fondo de reserva, otro fondo para 
  ampliar la producción, para reponer las máquinas "gastadas", etc., y, además, 
  de los artículos de consumo, un fondo para los gastos de administración, 
  escuelas, hospitales, asilos para ancianos, etc. 
      En vez de emplear la frase nebulosa, confusa y general de Lassalle ("dar 
  al obrero el producto íntegro del trabajo"), Marx establece un cálculo sobrio 
  de cómo precisamente la sociedad socialista se verá obligada a administrar. 
  Marx aborda el análisis concreto de las condiciones de vida de esta sociedad 
  en que no existirá el capitalismo, y dice: 
  
      "De lo que aquí [en el examen del programa del parti do obrero] se trata 
  no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, 
  sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, 
  por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el 
  moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña 
  procede". 
      Esta sociedad comunista, que acaba de salir de la entraña del capitalismo 
  al mundo de Dios y que lleva en todos sus aspectos el sello de la sociedad 
  antigua, es la que Marx llama "primera" fase o fase inferior de la sociedad 
  comunista. 
      Los medios de producción han dejado de ser ya propiedad privada de los 
  individuos. Los medios de producción pertenecen a toda la sociedad. Cada 
  miembro de la sociedad, al ejecutar una cierta parte del trabajo socialmente 
  necesario, obtiene de la sociedad un certificado acreditativo de haber 
  realizado tal o cual cantidad de trabajo. Por este certificado recibe de los 
  almacenes sociales de artículos de consumo la cantidad correspondiente de 
  productos. Deducida la cantidad de trabajo que pasa al fondo social, cada 
  obrero, por tanto, recibe de la sociedad lo que entrega a ésta. 
      Reina, al parecer, la "igualdad". 
      Pero cuando Lassalle, refiriéndose a este orden social (al que se suele 
  dar el nombre de socialismo, pero que Marx denomina la primera fase del 
  comunismo), dice que esto es una "distribución justa", que es "el derecho 
  igual de cada uno al producto igual del trabajo", Lassalle se equivoca, y Marx 
  pone al descubierto su error. 
      "Aquí -- dice Marx -- tenemos realmente un 'derecho igual', pero esto es t 
  o d a v í a  'un derecho burgués', que, como todo derecho, p r e s u p o n e  
  l a  d e s i g u a l d a d. 
  
  Todo derecho significa la aplicación de un rasero i g u a l  a hombres d i s t 
  i n t o s, a hombres que en realidad no son idénticos, no son iguales entre 
  sí; por tanto, el 'derecho igual' es una infracción de la igualdad y una 
  injusticia". En efecto, cada cual obtiene, si ejecuta una parte de trabajo 
  social igual que el otro, la misma parte de producción social (después de 
  hechas las deducciones indicadas). 
      Sin embargo, los hombres no son todos iguales, unos son más fuertes y 
  otros más débiles, unos son casados y otros solteros, unos tienen máís hijos 
  que otros, etc. 
      ". . . A igual trabajo -- concluye Marx -- y, por consiguiente, a igual 
  participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que 
  otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos estos 
  inconvenientes, el derecho tendria que ser no igual, sino desigual. . ." 
      Consiguientemente, la primera fase del comunismo no puede proporcionar 
  todavia justicia ni igualdad: subsisten las diferencias de riqueza, 
  diferencias injustas; pero no será posible ya la explotación del hombre por el 
  hombre, puesto que no será posible apoderarse, a título de propiedad privada, 
  de los medios de producción, de las fábricas, las máquinas, la tierra, etc. 
  Pulverizando la frase confusa y pequeñoburguesa de Lassalle sobre la 
  "igualdad" y la "justicia" en general, Marx muestra el curso de desarrollo de 
  la sociedad comunista, que en sus comienzos se verá obligada a destruir 
  solamente aquella "injusticia" que consiste en que los medios de producción 
  sean usurpados por individuos aislados, pero que no estará en condiciones de 
  destruir de golpe también la otra injusticia, consistente en la distribución 
  de los artículos de consumo "según el trabajo" (y no según las necesidades), 
  
      Los economistas vulgares, incluyendo entre ellos a los profesores 
  burgueses, entre los que se cuenta también "nuestro" Tugán[10], reprochan 
  constantemente a los socialistas el olvidarse de la desigualdad de los hombres 
  y el "soñar" con destruir esta desigualdad. Este reproche sólo demuestra, como 
  vemos, la extrema ignorancia de los señores ideólogos burgueses. 
      Marx no solo tiene en cuenta del modo más preciso la inevitable 
  desigualdad de los hombres, sino que tiene también en cuenta que el solo paso 
  de los medios de producción a propiedad común de toda la sociedad (el 
  "socialismo", en el sentido corriente de la palabra) n o  s u p r i m e  los 
  defectos de la distribución y la desigualdad del "derecho burgués", el cual 
  sigue imperando, por cuanto los productos son distribuidos "según el trabajo". 

      ". . . Pero estos defectos -- prosigue Marx -- son inevitables en la 
  primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad 
  capitalista, tras largos dolores para su alumbramiento. El derecho no puede 
  ser nunca superior a la estructura económica y al desarrollo cultural de la 
  sociedad por ella condicionado. . ." 
      Asi, pues, en la primera fase de la sociedad comunista (a la que suele 
  darse el nombre de socialismo) el "derecho burgués" n o  se suprime 
  completamente, sino sólo parcialmente, sólo en la medida de la transformación 
  económica ya alcanzada, es decir, sólo en lo que se refiere a los medios de 
  producción. El "derecho burgués" reconoce la propiedad privada de los 
  individuos sobre los medios de producción. El socialismo los convierte en 
  propiedad común. En este sen- 
  
  tido -- y sólo en este sentido -- desaparece el "derecho burgués". 
      Sin embargo, este derecho persiste en otro de sus aspectos, persiste como 
  regulador de la distribución de los productos y de la distribución del trabajo 
  entre los miembros de la sociedad. "El que no trabaja, no come": este 
  principio socialista es ya una realidad; "a igual cantidad de trabajo, igual 
  cantidad de productos": también es ya una realidad este principio socialista. 
  Sin embargo, esto no es todavía el comunismo, ni suprime todavía el "derecho 
  burgués", que da una cantidad igual de productos a hombres que no son iguales 
  y por una cantidad desigual (desigual de hecho) de trabajo. 
      Esto es un "defecto", dice Marx, pero un defecto inevitable en la primera 
  fase del comunismo, pues, sin caer en utopismo, no se puede pensar que, al 
  derrocar el capitalismo, los hombres aprenderán a trabajar inmediatamente para 
  la sociedad sin sujeción a ninguna norma de derecho ; además, la abolición del 
  capitalismo no sienta de repente tampoco las premisas económicas para este 
  cambio. 
      Otras normas, fuera de las del "derecho burgués", no existen. Y, por 
  tanto, persiste todavía la necesidad del Estado, que, velando por la propiedad 
  común sobre los medios de producción, vele por la igualdad del trabajo y por 
  la igualdad en la distribución de los productos. 
      El Estado se extingue en tanto que ya no hay capitalistas, que ya no hay 
  clases y que, por lo mismo, no cabe reprimir a ninguna clase. 
      Pero el Estado no se ha extinguido todavía del todo, pues persiste aún la 
  protección del "derecho burgués", que sanciona la desigualdad de hecho. Para 
  que el Estado se extinga completamente, hace falta el comunismo completo. 
  


  4. LA FASE SUPERIOR DE LA SOCIEDAD COMUNISTA 
      Marx prosigue: 
      ". . . En la fase superior de la sociedad comunista cuando haya 
  desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división 
  del trabajo, y con ella, por tanto, el contraste entre el trabajo intelectual 
  y el trabajo manual, cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino 
  la primera necesidad de la vida; cuando, con el desarrollo múltiple de los 
  individuos, crezcan también las fuerzas productivas y fluyan con todo su 
  caudal los manantiales de la riqueza colectiva; sólo entonces podrá rebasarse 
  totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá 
  escribir en sus banderas 'de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según 
  sus necesidades'". 
      Sólo ahora podemos apreciar toda la justeza de la observación de Engels, 
  cuando se burlaba implacablemente de la absurda asociación de las palabras 
  "libertad" y "Estado". Mientras existe el Estado, no existe libertad. Cuando 
  haya libertad, no habrá Estado. 
      La base económica para la extinción completa del Estado es ese elevado 
  desarrollo del comunismo en que desaparecerá el contraste entre el trabajo 
  intelectual y el trabajo manual, desapareciendo, por consiguiente, una de las 
  fuentes más importantes de la desigualdad social moderna, fuente de 
  desigualdad que no se puede suprimir en modo alguno, de repente, por el solo 
  paso de los medios de producción a propiedad social, por la sola expropiación 
  de los capitalistas. 
      Esta expropiación dará la posibilidad de desarrollar en proporciones 
  gigantescas las fuerzas productivas. Y, viendo 
  
  cómo ya hoy el capitalismo entorpece increíblemente este desarrollo y cuánto 
  podríamos avanzar a base de la técnica actual, ya lograda, tenemos derecho a 
  decir, con la más absoluta convicción, que la expropiación de los capitalistas 
  imprimirá inevitablemente un desarrollo gigantesco a las fuerzas productivas 
  de la sociedad humana. Lo que no sabemos ni podemos saber es la rapidez con 
  que avanzará este desarrollo, la rapidez con que discurrirá hasta romper con 
  la división del trabajo, hasta suprimir el contraste entre el trabajo 
  intelectual y el trabajo manual, hasta convertir el trabajo "en la primera 
  necesidad de la vida". 
      Por eso, tenemos derecho a hablar sólo de la extinción inevitable del 
  Estado, subrayando la prolongación de este proceso, su supeditación a la 
  rapidez con que se desarrolle la fase superior del comunismo, y dejando 
  completamente en pie la cuestión de los plazos o de las formas concretas de la 
  extinción, pues no tenemos datos para poder resolver estas cuestiones. 
      El Estado podrá extinguirse por completo cuando la sociedad ponga en 
  práctica la regla: "de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según sus 
  necesidades"; es decir, cuando los hombres estén ya tan habituados a guardar 
  las reglas fundamentales de la convivencia y cuando su trabajo sea tan 
  productivo, que trabajen voluntariamente según sus capacidades. El "estrecho 
  horizonte del derecho burgués", que obliga a calcular, con el rigor de un 
  Shylock, para no trabajar ni media hora más que otro y para no percibir menos 
  salario que otro, este estrecho horizonte quedará entonces rebasado. La 
  distribución de los productos no obligará a la sociedad a regular la cantidad 
  de los artículos que cada cual reciba; todo hombre podrá tomar libremente lo 
  que cumpla a "sus necesidades". 
  
      Desde el punto de vista burgués, es fácil presentar como una "pura utopía" 
  semejante régimen social y burlarse diciendo que los socialistas prometen a 
  todos el derecho a obtener de la sociedad, sin el menor control del trabajo 
  rendido por cada ciudadano, la cantidad que deseen de trufas de automóviles, 
  de pianos, etc. Con estas burlas siguen contentándose todavía hoy la mayoría 
  de los "sabios" burgueses, que sólo demuestran con ello su ignorancia y su 
  defensa interesada del capitalismo. 
      Su ignorancia, pues a ningún socialista se le ha pasado por las mientes 
  "prometer" la llegada de la fase superior de desarrollo del comunismo, y el 
  pronóstico de los grandes socialistas de que esta fase ha de advenir, 
  presupone una productividad del trabajo que no es la actual y hombres que no 
  sean los actuales filisteos, capaces de dilapidar "a tontas y a locas" la 
  riqueza social y de pedir lo imposible, como los seminaristas de Pomialovski. 
      Mientras llega la fase "superior" del comunismo, los socialistas exigen el 
  más riguroso control por parte de la sociedad y por parte del Estado sobre la 
  medida de trabajo y la medida de consumo, pero este control sólo debe comenzar 
  con la expropiación de los capitalistas, con el control de los obreros sobre 
  los capitalistas, y no debe llevarse a cabo por un Estado de burócratas, sino 
  por el Estado de los obreros armados. 
      La defensa interesada del capitalismo por los ideólogos burgueses (y sus 
  acólitos por el estilo de señores como los Tsereteli, los Chernov y Cía.) 
  consiste precisamente en suplantar por discusiones y charlas sobre un remoto 
  porvenir la cuestión más candente y más actual de la política de hoy : la 
  expropiación de los capitalistas, la transformación de todos los ciudadanos en 
  trabajadores y empleados de un gran "con- 
  
  sorcio" único, a saber, de todo el Estado, y la subordinación completa de todo 
  el trabajo de todo este consorcio a un Estado realmente democrático, el Estado 
  de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados. 
      En el fondo, cuando los sabios profesores, y tras ellos los filisteos, y 
  tras ellos señores como los Tsereteli y los Chernov, hablan de utopías 
  descabelladas, de las promesas demagógicas de los bokheviques, de la 
  imposibilidad de "implantar" el socialismo, se refieren precisamente a la 
  etapa o fase superior del comunismo, que no sólo no ha prometido nadie, sino 
  que nadie ha pensado en "implantar", pues, en general, no se puede 
  "implantar". 
      Y aquí llegamos a la cuestión de la diferencia científica existente entre 
  el socialismo y el comunismo, cuestión a la que Engels aludió en el pasaje 
  citado más arriba sobre la inexactitud de la denominación de 
  "socialdemócrata". Políticamente, la diferencia entre la primera fase o fase 
  inferior y la fase superior del comunismo llegará a ser, con el tiempo, 
  probablemente enorme; pero hoy, bajo el capitalismo, sería ridículo hacer 
  resaltar esta diferencia, que sólo tal vez algunos anarquistas pueden destacar 
  en primer plano (si es que entre los anarquistas quedan todavía hombres que no 
  han aprendido nada después de la conversión "plejanovista" de los Kropotkin, 
  los Grave, los Cornelissen y otras "lumbreras" del anarquismo en 
  socialchovinistas o en anarquistas de trincheras, como los ha calificado Gue, 
  uno de los pocos anarquistas que no han perdido el honor y la conciencia). 
      Pero la diferencia científica entre el socialismo y el comunismo es clara. 
  A lo que se acostumbra a denominar socialismo, Marx lo llamaba la "primera" 
  fase o la fase inferior de la sociedad comunista. En tanto que los medios de 
  produción se convierten en propiedad común, puede 
  
  emplearse la palabra "comunismo", siempre y cuando que no se pierda de vista 
  que éste no es el comunismo completo. La gran significación de la explicación 
  de Marx está en que también aquí aplica consecuentemente la dialéctica 
  materialista, la teoría del desarrollo, considerando el comunismo como algo 
  que se desarrolla del capitalismo. En vez de definiciones escolásticas y 
  artificiales, "imaginadas", y de disputas estériles sobre palabras (qué es el 
  socialismo, que es el comunismo), Marx traza un análisis de lo que podríamos 
  llamar las fases de madurez económica del comunismo. 
      En su primera fase, en su primer grado, el comunismo no puede presentar 
  todavía una madurez económica completa, no puede aparecer todavía 
  completamente libre de las tradiciones o de las huellas del capitalismo. De 
  aquí un fenómeno tan interesante como la subsistencia del "estrecho horizonte 
  del derecho burgués " bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho 
  burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone 
  también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el derecho 
  no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas de aquel. 
      De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un 
  cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado 
  burgués, sin burguesía! 
      Esto podrá parecer una paradoja o un simple juego dialéctico de la 
  inteligencia, que es de lo que acusan frecuentemente a los marxistas gentes 
  que no se han impuesto ni el menor esfuerzo para estudiar el contenido 
  extraordinariamente profundo del marxismo. 
      En realidad, la vida nos muestra a cada paso los vestigios de lo viejo en 
  lo nuevo, tanto en la naturaleza como en la sociedad. Y Marx no trasplantó 
  caprichosamente al comunismo 
  
  un trocito de "derecho burgués", sino que tomó lo que es económica y 
  políticamente inevitable en una sociedad que brota de la entraña del 
  capitalismo. 
      La democracia tiene una enorme importancia en la lucha de la clase obrera 
  contra los capitalistas por su liberación. Pero la democracia no es, en modo 
  alguno, un límite insuperable, sino solamente una de las etapas en el camino 
  del feudalismo al capitalismo y del capitalismo al comunismo. 
      Democracia significa igualdad. Se comprende la gran importancia que 
  encierra la lucha del proletariado por la igualdad y la consigna de la 
  igualdad, si ésta se interpreta exactamente, en el sentido de destrucción de 
  las clases. Pero democracia significa solamente igualdad formal. E 
  inmediatamente después de realizada la igualdad de todos los miembros de la 
  sociedad con respecto a la posesión de los medios de producción, es decir, la 
  igualdad de trabajo y la igualdad de salario, surgirá inevitablemente ante la 
  humanidad la cuestión de seguir adelante, de pasar de la igualdad formal a la 
  igualdad de hecho, es decir, a la aplicación de la regla: "de cada uno, según 
  su capacidad; a cada uno, según sus necesidades". A través de qué etapas, por 
  medio de qué medidas prácticas llegará la humanidad a este elevado objetivo, 
  es cosa que no sabemos ni podemos saber. Pero lo importante es comprender 
  claramente cuán infinitamente mentirosa es la idea burguesa corriente que 
  presenta al socialismo como algo muerto, rígido e inmutable, cuando en 
  realidad solamente con el socialismo comienza un movimiento rápido y auténtico 
  de progreso en todos los aspectos de la vida social e individual, un 
  movimiento verdaderamente de masas en el que toma parte, primero, la mayoría 
  de la población, y luego la población entera. 
  
      La democracia es una forma de Estado, una de las variedades del Estado. Y, 
  consiguientemente, representa, como todo Estado, la aplicación organizada y 
  sistemática de la violencia sobre los hombres. Esto, de una parte. Pero, de 
  otra, la democracia significa el reconocimiento formal de la igualdad entre 
  los ciudadanos, el derecho igual de todos a determinar el régimen del Estado y 
  a gobernar el Estado. Y esto, a su vez, se halla relacionado con que, al 
  llegar a un cierto grado de desarrollo de la democracia, ésta, en primer 
  lugar, cohesiona al proletariado, la clase revolucionaria frente al 
  capitalismo, y le da la posibilidad de destruir, de hacer añicos, de barrer de 
  la faz de la tierra la máquina del Estado burgués, incluso la del Estado 
  burgués republicano, el ejército permanente, la policía, la burocracia, y de 
  sustituirla por una máquina más democrática, pero todavía estatal, bajo la 
  forma de las masas obreras armadas, como paso hacia la participación de todo 
  el pueblo en las milicias. 
      Aquí "la cantidad se transforma en calidad": esta fase de democratismo se 
  sale ya del marco de la sociedad burguesa, es ya el comienzo de su 
  transformación socialista. Si todos intervienen realmente en la dirección del 
  Estado, el capitalismo no podrá ya sostenerse. Y, a su vez, el des arrollo del 
  capitalismo crea las premisas para que "todos" realmente puedan intervenir en 
  la dirección del Estado. Entre estas premisas se cuenta la instrucción 
  general, conseguida ya por una serie de países capitalistas más adelantados, y 
  además la "formación y la educación de la disciplina" de millones de obreros 
  por el grande y complejo aparato socializado del correo, de los ferrocarriles, 
  de las grandes fábricas, de las grandes empresas comerciales, de los bancos, 
  etc., etc. 
  
      Existiendo estas premisas económicas, es perfectamente posible pasar 
  inmediatamente, de la noche a la mañana, después de derrocar a los 
  capitalistas y a los burócratas, a sustituirlos en la obra del control sobre 
  la producción y la distribución, en la obra del registro del trabajo y de los 
  productos por los obreros armacdos, por todo el pueblo armado. (No hay que 
  confundir la cuestión del control y del registro con la cuestión del personal 
  cientifico de ingenieros, agrónomos, etc.: estos señores trabajan hoy 
  subordinados a los capitalistas y trabajarán todavia mejor mañana, 
  subordinados a los obreros armados.) 
      Registro y control: he aqui lo principal, lo que hace falta para "poner en 
  marcha" y para que funcione bien la primera fase de la sociedad comunista. 
  Aqui, todos los ciudadanos se convierten en empleados a sueldo del Estado, que 
  no es otra cosa que los obreros armados. Todos los ciudadanos pasan a ser 
  empleados y obreros de un solo "consorcio" de todo el pueblo, del Estado. De 
  lo que se trata es de que trabajen por igual, de que guarden bien la medida de 
  su trabajo y de que ganen igual salario. El capitalismo h a  s i m p I i f i c 
  a d o  extraordinariamente el registro de esto, el control sobre esto, lo ha 
  reducido a operaciones extremadamente simples de inspección y anotación, 
  accesibles a cualquiera que sepa leer y escribir y para las cuales basta con 
  conocer las cuatro reglas aritméticas y con extender los recibos 
  correspondientes*. 


      * Cuando el Estado queda reducido, en la parte más sustancial de sus 
  funciones, a este registro y a este control, realizados por los mismos 
  obreros, deja de ser un "Estado político", "las funciones públicas per derán 
  su carácter político y se coavertirán en funciones puramente ad ministrativas" 
  (véase más arriba cap. IV, 2, acerca de la polémica de Engels con los 
  anarquistas). 
  
      Cuando la mayoria del pueblo comience a llevar por su cuenta y en todas 
  partes este registro, este control sobre los capitalistas (que entonces se 
  convertirán en empleados) y sobre los señores intelectualillos que conservan 
  sus hábitos capitalistas, este control será realmente un control universal, 
  general, del pueblo entero, y nadie podrá rehuirlo, pues "no habrá escapatoria 
  posible". 
      Toda la sociedad será una sola oficina y una sola fábrica, con trabajo 
  igual y salario igual. 
      Pero esta disciplina "fabril", que el proletariado, después de triunfar 
  sobre los capitalistas y de derrocar a los explotadores, hará extensiva a toda 
  la sociedad, no es, en modo alguno, nuestro ideal, ni nuestra meta final, sino 
  sólo un escalón necesario para limpiar radicalmente la sociedacl de la bajeza 
  y de la infamia de la explotación capitalista y para seguir avanzando. 
      A partir del momento en que todos los miembros de la sociedad, o por lo 
  menos la inmensa mayoría de ellos, hayan aprendido a dirigir eUos mismos el 
  Estado, hayan tomado ellos mismos este asunto en sus manos, hayan "puesto en 
  marcha" el control sobre la minoría insignificante de capitalistas, sobre los 
  señoritos que quieran seguir conservando sus hábitos capitalistas y sobre 
  obreros profundamente corrompidos por el capitalismo, a partir de este momento 
  comenzará a desaparecer la necesidad de todo gobierno en general. Cuanto más 
  completa sea la democracia, más cercano estará el momento en que deje de ser 
  necesaria. Cuanto más democrático sea el "Estado" formado por obreros armados 
  y que "no será ya un Estado en el sentido estricto de la palabra", más 
  rápidamente comenzará a extinguirse todo Estado. 
  
      Pues cuando t o d o s  hayan aprendido a dirigir y dirijan en realidad por 
  su cuenta la producción social, a llevar por su cuenta el registro y el 
  control de los haraganes, de los señoritos, de los gandules y de toda esta 
  ralea de "guardianes de las tradiciones del capitalismo", entonces el escapar 
  a este control y a este registro hecho por todo el pueblo será inevitablemente 
  algo tan inaudito y dificil, una excepción tan extraordinariamente rara, 
  provocará probablemente una sanción tan rápida y tan severa (pues los obreros 
  armados son hombres de realidades y no intelectualillos sentimentales, y será 
  muy difícil que dejen que nadie juegue con ellos), que la n e c e s i d a d  
  de observar las reglas nada complicadas y fundamentales de toda con vivencia 
  humana se convertira muy pronto en una c o s t u m b r e. 
      Y entonces quedarán abiertas de par en par las puertas para pasar de la 
  primera fase de la sociedad comunista a la fase superior y, a la vez, a la 
  extinción completa del Estado. 

   

  CAPITULO VI
  EL ENVILECIMIENTO DEL MARXISMO
  POR LOS OPORTUNISTAS 



      La cuestión de las relaciones entre el Estado y la revolución social y 
  entre ésta y el Estado, como en general la cuestión de la revolución, ha 
  preocupado muy poco a los más conocidos teóricos y publicistas de la II 
  Internacional (1889-1914). Pero lo más característico, en este proceso de 
  desarrollo gradual del oportunismo, que llevó a la 
  
  bancarrota de la II Internacional en 1914, es que incluso cuando abordaban de 
  lleno esta cuestión se esforzaban en eludirla o no la advertían. 
      En términos generales, puede decirse que de esta actitud evasiva ante la 
  cuestión de las relaciones entre la revolución proletaria y el Estado, actitud 
  evasiva favorable para el oportunismo y de la que se nutría éste, surgió la 
  tergiversación del marxismo y su completo envilecimiento. 
      Fijémonos, para caracterizar, aunque sea brevemente, este proceso 
  lamentable, en los teóricos más destacados del marxismo, en Plejánov y 
  Kautsky. 


  1. LA POLEMICA DE PLEJANOV CON LOS ANARQUISTAS 
      Plejánov consagró a la cuestión de las relaciones entre el anarquismo y el 
  socialismo un folleto especial, titulado "Anarquismo y socialismo", publicado 
  en alemán en 1894. 
      Plejánov se las ingenió para tratar este tema eludiendo en absoluto el 
  punto más actual y más candente, y el más esencial en el terreno político, de 
  la lucha contra el anarquismo: ¡precisamente las relaciones entre la 
  revolución y el Estado y la cuestión del Estado en general! En su folleto 
  descuellan dos partes. Una, histórico-literaria, con valiosos materiales 
  referentes a la historia de las ideas de Stirner, Proudhon, etc. Otra, 
  filistea, con torpes razonamientos en torno al tema de que un anarquista no se 
  distingue de un bandido. 
      La combinación de estos temas es en extremo curiosa y característica de 
  toda la actuación de Plejánov en vísperas de la revolución y en el transcurso 
  del período revolucionario en Rusia: en efecto, en los años de 1905 a 1917, 
  Ple- 
  
  janov se reveló como un semidoctrinario y un semifilisteo que en política 
  marchaba a la zaga de la burguesía. 
      Hemos visto cómo Marx y Engels, polemizando con los anarquistas, aclaraban 
  muy escrupulosamente sus puntos de vista acerca de la actitud de la revolución 
  hacia el Estado. Al editar en 1891 la "Crítica del Programa de Gotha", de 
  Marx, Engels escribió: "Nosotros [es decir, Engels y Marx] nos encontrábamos 
  entonces -- pasados apenas dos años desde el Congreso de La Haya de la 
  [Primera] Internacional[11] -- en pleno apogeo de la lucha contra Bakunin y 
  sus anarquistas". 
      En efecto, los anarquistas intentaban reivindicar como "suya", por decirlo 
  así, la Comuna de París, como una confirmación de su doctrina, sin comprender, 
  en absoluto, las enseñanzas de la Comuna y el análisis de estas enseñanzas 
  hecho por Marx. El anarquismo no ha aportado nada que se acerque siquiera a la 
  verdad en punto a estas cues tiones políticas concretas: ¿hay que destruir la 
  vieja má quina del Estado? ¿Y con qué sustituirla? 
      Pero hablar de "anarquismo y socialismo", eludiendo toda la cuestión 
  acerca del Estado, no advirtiendo todo el desarrollo del marxismo antes y 
  después de la Comuna, significaba inevitablemente deslizarse hacia el 
  oportunismo pues no hay nada, precisamente, que tanto interese al oportunismo 
  como el no plantear en modo alguno las dos cuestiones que acabamos de señalar. 
  Esto es ya una victoria del oportunismo. 


  2. LA POLEMICA DE KAUTSKY CON LOS OPORTUNISTAS 



      Al ruso se ha traducido, sin duda alguna, una cantidad incomparablemente 
  mayor de obras de Kautsky que a nin- 
  
  gún otro idioma. No en vano algunos socialdemócratas alemanes bromean diciendo 
  que a Kautsky se le lee más en Rusia que en Alemania. (Dicho sea entre 
  paréntesis: esta broma encierra un sentido histórico más profundo de lo que 
  sospechan sus autores. Los obreros rusos, que en 1905 sentían una apetencia 
  extraordinariamente grande, nunca vista, por las mejores obras de la mejor 
  literatura socialdemócrata del mundo, y a quienes se suministró una cantidad 
  jamás vista en otros países de traducciones y ediciones de estas obras, 
  trasplantaban, por decirlo así, con ritmo acelerado, al terreno joven de 
  nuestro movimiento proletario la formidable experiencia del país vecino, más 
  adelantado). 
      A Kautsky se le conoce especialmente entre nosotros, aparte de por su 
  exposición popular del marxismo, por su polémica contra los oportunistas, a la 
  cabeza de los cuales figuraba Bernstein. Lo que apenas se conoce es un hecho 
  que no puede silenciarse cuando se propone uno la tarea de investigar cómo 
  Kautsky ha caído en esa confusión y en esa defensa increíblemente vergonzosas 
  del sociakhovinismo durante la profundísima crisis de los años 1914-1915. Es, 
  precisamente, el hecho de que antes de enfrentarse contra los más destacados 
  representantes del oportunismo en Francia (Millerand y Jaurés) y en Alemania 
  (Bernstein), Kautsky dio pruebas de grandísimas vacilaciones. La revista 
  marxista "Sariá"[12], que se editó en Stuttgart en 1901-1902 y que defendía 
  las concepciones revolucionario-proletarias, viose obligada a polemizar con 
  Kautsky y a calificar de "elástica" la resolución presentada por él en el 
  Congreso socialista internacional de París en el año 1900[13], resolución 
  evasiva, que se quedaba a mitad de camino y adoptaba ante los oportunistas una 
  actitud conciliadora. Y en alemán han sido publicadas cartas de Kautsky que 
  revelan las vacilaciones 
  
  no menores que le asaltaron antes de lanzarse a la campana contra Bernstein. 
      Pero aun encierra una significación mucho mayor la circunstancia de que en 
  su misma polémica con los oportunistas, en su planteamiento de la cuestión y 
  en su modo de tratarla, advertimos hoy, cuando estudiamos la historia de la 
  más reciente traición contra el marxismo cometida por Kautsky, una propensión 
  sistemática al oportunismo en lo que toca precisamente a la cuestión del 
  Estado. 
      Tomemos la primera obra importante de Kautsky contra el oportunismo, su 
  libro "Bernstein y el programa socialdemócrata". Kautsky refuta con todo 
  detalle a Bernstein. Pero he aqui una cosa caracteristica. En sus 
  herostráticamente célebres "Premisas del socialismo", Bernstein acusa al 
  marxismo de "blanquismo " (acusación que desde entonces para acá han venido 
  repitiendo miles de veces los oportunistas y los burgueses liberales en Rusia 
  contra los representantes del marxismo revolucionario, los bolcheviques). Aqui 
  Bernstein se detiene especialmente en "La guerra civil en Francia", de Marx, e 
  intenta -- muy poco afortunadamente, como hemos visto -- identificar el punto 
  de vista de Marx sobre las enseñanzas de la Comuna con el punto de vista de 
  Proudhon. Bernstein consagra una atención especial a aquella conclusión de 
  Marx que éste subrayó en su prólogo de 1872 al "Manifiesto Comunista" y que 
  dice asi: "La clase obrera no puede limitarse a tomar simplemente posesión de 
  la máquina estatal existente y a ponerla en marcha para sus propios fines". 
      A Bernstein le "gustó" tanto esta sentencia, que la repitió nada menos que 
  tres veces en su libro, interpretándola en el sentido más tergiversado y 
  oportunista. 
  
      Marx quiere decir, como hemos visto, que la clase obrera debe destruir, 
  romper, hacer saltar (Sprengung : hacer estallar, es la expresión que emplea 
  Engels) toda la máquina del Estado. Pues bien: Bernstein presenta la cosa como 
  si Marx precaviese a la clase obrera, con estas palabras, contra el 
  revolucionarismo excesivo en la conquista del Poder. 
      No cabe imaginarse un falseamiento más grosero ni más escandaloso del 
  pensamiento de Marx. 
      Ahora bien, ¿qué hizo Kautsky en su minuciosa refutación de la 
  bernsteiniada? 
      Rehuyó el analizar en toda su profundidad la tergiversación del marxismo 
  por el oportunismo en este punto. Adujo el pasaje, citado por nosotros más 
  arriba, del prólogo de Engels a "La guerra civil" de Marx, diciendo que, según 
  éste, la clase obrera no puede tomar simplemente posesión de la máquina del 
  Estado existente, pero que en general si puede tomar posesión de ella, y nada 
  más. Kautsky no dice ni una palabra de que Bernstein atribuye a Marx e x a c t 
  a m e n t e  l o  c o n t r a r i o  del verdadero pensamiento de éste, ni 
  dice que, desde 1852, Marx destacó como misión de la revolución proletaria el 
  "destruir" la máquina del Estado. 
      ¡Resulta, pues, que en Kautsky quedaba esfumada la diferencia más esencial 
  entre el marxismo y el oportunismo en punto a la cuestión de las tareas de la 
  revolución proletaria! 
      "La solución de la cuestión acerca del problema de la dictadura proletaria 
  -- escribía Kautsky "contra " Bernstein -- es cosa que podemos dejar con 
  completa tranquilidad al porvenir" ( de la edición alemana). 
  
      Esto no es una polémica contra Bernstein, sino que es, en el fondo, una 
  concesión hecha a éste, una entrega de posiciones al oportunismo, pues, por el 
  momento, nada hay que tanto interese a los oportunistas como el "dejar con 
  completa tranquilidad al porvenir" todas las cuestiones cardinales sobre las 
  tareas de la revolución proletaria. 
      Desde 1852 hasta 1891, a lo largo de cuarenta años, Marx y Engels 
  enseñaron al proletariado que debía destruir la máquina del Estado. Pero 
  Kautsky, en 1899, ante la traición completa de los oportunistas contra el 
  marxismo en este punto, sustituye la cuestión de si es necesario destruir o no 
  esta máquina por la cuestión de las formas concretas que ha de revestir la 
  destrucción, y va a refugiarse bajo las alas de la verdad filistea 
  "indiscutible" (y estéril) ¡¡de que estas formas concretas no podemos 
  conocerlas de antemano!! 
      Entre Marx y Kautsky media un abismo, en su actitud ante la tarea del 
  Partido proletario de preparar a la clase obrera para la revolución. 
      Tomemos una obra posterior, más madura, de Kautsky consagrada también en 
  gran parte a refutar los errores dei oportunismo: su folleto "La revolución 
  social". El autor toma aquí como tema especial la cuestión de la "revolución 
  proletaria" y del "régimen proletario". El autor nos suministra muchas cosas 
  muy valiosas, pero soslaya precisamente la cuestión del Estado. En este 
  folleto se habla constantemente de la conquista del Poder del Estado, y sólo 
  de esto; es decir, se elige una fórmula que es una concesion hecha al 
  oportunismo, toda vez que éste admite la conquista del Poder sin destruir la 
  máquina del Estado. Precisamente aquello que en 1872 Marx consideraba como 
  "anticuado" en el programa del "Manifiesto Comunista" es lo que Kautsky 
  resucita en 1902. 
  
      En ese folleto se consagrá un apartado especial a las "formas y armas de 
  la revolución social". Aquí se habla de la huelga política de masas, de la 
  guerra civil, de esos "medios de fuerza del gran Estado moderno que son la 
  burocracia y el ejército", pero no se dice ni una palabra de lo que ya enseñó 
  a los obreros la Comuna. Evidentemente, Engels sabía lo que hacía cuando 
  prevenía, especialmente a los socialistas alemanes, contra la "veneración 
  supersticiosa" del Estado. 
      Kautsky presenta la cosa así: el proletariado triunfante "convertirá en 
  realidad el programa democrático", y expone los puntos de éste. Ni una palabra 
  se nos dice acerca de lo que el año 1871 aportó como nuevo en punto a la 
  cuestión de la sustitución de la democracia burguesa por la democracia 
  proletaria. Kautsky se contenta con banalidades tan "sólidamente" sonoras como 
  ésta: 
      "Es de por sí evidente que no alcanzaremos la dominación bajo las 
  condiciones actuales. La misma revolución presupone largas y profundas luchas 
  que cambiarán ya nuestra actual estructura política y social". 
      No hay duda de que esto es algo "de por sí evidente", tan "evidente" como 
  la verdad de que los caballos comen avena y de que el Volga desemboca en el 
  mar Caspio. Sólo es de lamentar que con frases vacuas y ampulosas sobre las 
  "profundas" luchas se eluda la cuestión vital para el proletariado 
  revolucionario, de saber en qué se revela la "profundidad" de su revolución 
  respecto al Estado, respecto a la democracia, a diferencia de las revoluciones 
  anteriores, de las revoluciones no proletarias. 
      Al eludir esta cuestión, Kautsky de hecho hace una concesión, en un punto 
  tan esencial como éste, al oportunismo, 
  
  al que había declarado una guerra tan terrible de palabre, subrayando la 
  importancia de la "idea de la revolución" (pero ¿vale algo esta "idea", cuando 
  se teme hacer entre los obreros propaganda de las enseñanzas concretas de la 
  revolución?), o diciendo: "el idealismo revolucionario, ante todo", o 
  manifestando que los obreros ingleses no son ahora "apenas más que 
  pequeñoburgueses". 
      "En una sociedad socialista -- escribe Kautsky -- pueden coexistir las más 
  diversas formas de empresas: la burocrática [??], la tradeunionista, la 
  cooperativa, la individual. . ." "Hay, por ejemplo, empresas que no pueden 
  desenvolverse sin una organización burocrática [??] como ocurre con los 
  ferrocarriles. Aquí la organización democrática puede revestir la forma 
  siguiente: los obreros eligen delegados, que constituyen una especie de 
  parlamento llamado a establecer el régimen de trabajo y a fiscalizar la 
  administración del aparato burocrático. Otras empresas pueden entregarse a la 
  administración de los sindicatos; otras, en fin, pueden ser organizadas sobre 
  el principio del cooperativismo" (págs. 148 y 115 de la traducción rusa, 
  editada en Ginebra en 1903). 
      Estas consideraciones son falsas y representan un retroceso respecto a lo 
  expuesto por Marx y Engels en la década del 70, sobre el ejemplo de las 
  enseñanzas de la Comuna. 
      Desde el punto de vista de la pretendida necesidad de una organización 
  "burocrática", los ferrocarriles no se distinguen absolutamente en nada de 
  todas las empresas de la gran industria mecánica en general, de cualquier 
  fábrica, de un gran almacén, de las grandes empresas agrícolas capitalistas. 
  En todas las empresas de esta índole, la técnica impone incondicionalmente una 
  disciplina rigurosísima, la 
  
  mayor puntualidad en la ejecución del trabajo asignado a cada uno, a riesgo de 
  paralizar toda la empresa o de deteriorar el mecanismo o los productos. En 
  todas estas empresas, los obreros procederán, naturalmente, a "elegir 
  delegados, que constituirán una especie de parlamento ". 
      Pero todo el quid del asunto está precisamente en que esta "especie de 
  parlamento" n o será un parlamento en el sentido de las instituciones 
  parlamentarias burguesas. Todo el quid del asunto está en que esta "especie de 
  parlamento" n o se limitará a "establecer el régimen de trabajo y a fiscalizar 
  la administración del aparato burocrático", como se figura Kautsky, cuyo 
  pensamiento no se sale del marco del parlamentarismo burgués. En la sociedad 
  socialista, esta "especie de parlamento" de diputados obreros tendrá como 
  misión, naturalmente, "establecer el régimen de trabajo y fiscalizar la 
  administración" del "aparato", p e r o este aparato n o sera un aparato 
  "burocrático". Los obreros, después de conquistar el Poder político, 
  destruirán el viejo aparato burocrático, lo desmontarán hasta en sus 
  cimientos, no dejarán de él piedra sobre piedra, lo sustituirán por otro 
  nuevo, formado por los mismos obreros y empleados, c o n t r e  cuya 
  transformación en burócratas serán tomadas inmediatamente las medidas 
  analizadas con todo detalle por Marx y Engels: 1) No sólo elegibilidad, sino 
  amovilidad en todo momento; 2) sueldo no superior al salario de un obrero; 3) 
  se pasará inmediatamente a que todos desempeñen funciones de control y de 
  inspección, a que todos sean "burócratas" durante algún tiempo, para que, de 
  este modo, n a d i e  pueda convertirse en "burócrata". 
      Kautsky no se paró, en absoluto, a meditar las palabras de Marx: "la 
  Comuna era, no una corporación parlamen- 
  
  taria, sino una corporación de trabajo, que dictaba leyes y al mismo tiempo 
  las ejecutaba". 
      Kautsky no comprendió, en absoluto, la diferencia entre el parlamentarismo 
  burgués, que asocia la democracia (n o  p a r a  e l  p u e b l o ) al 
  burocratismo (c o n t r a  e l  p u e b l o ), y el democratismo proletario, 
  que toma inmediatamente medidas para cortar de raíz el burocratismo y que 
  estará en condiciones de llevar estas medidas hasta el final, hasta la 
  completa destrucción del burocratismo, hasta la implantación completa de la 
  democracia para el pueblo. 
      Kautsky revela aquí la misma "veneración supersticiosa" hacia el Estado, 
  la misma "fe supersticiosa" en el burocratismo. 
      Pasemos a la última y la mejor obra de Kautsky contra los oportunistas, a 
  su folleto titulado "El camino del Poder" (inédita, según creemos, en Rusia, 
  ya que se publicó en pleno apogeo de la reacción en nuestro país, en 1909). 
  Este folleto representa un gran paso adelante, ya que en él no se habla de un 
  programa revolucionario en general, como en el folleto de 1899 contra 
  Bernstein, no se habla de las tareas de la revolución social, desglosándolas 
  del momento en que ésta estalla, como en el folleto "La revolución social", de 
  1902, sino de las condiciones concretas que nos obligan a reconocer que 
  comienza la "era de las revoluciones". 
      En este folleto, el autor señala de un modo definido la agudización de las 
  contradicciones de clase en general y el imperialismo, que desempeña un papel 
  singularmente grande en este sentido. Después del "período revolucionario de 
  1789 a 1871" en la Europa occidental, por el año 1905 comienza un período 
  análogo para el Oriente. La guerra mundial se avecina con amenazante 
  celeridad. "El proletariado no puede hablar ya de una revolución prematura". 
  
  "Hemos entrado en un período revolucionario". "La era revolucionaria 
  comienza". 
      Estas manifestaciones son absolutamente claras. Este folleto de Kautsky 
  debe servir de medida para comparar lo que la socialdemocracia alemana 
  prometia ser antes de la guerra imperialista y lo bajo que cayó (sin excluir 
  al mismo Kautsky) al estallar la guerra. "La situación actual -- escribía 
  Kautsky, en el citado folleto -- encierra el peligro de que a nosotros (es 
  decir, a la socialdemocracia alemana) se nos pueda tomar fácilmente por más 
  moderados de lo que somos en realidad". ¡En realidad, el partido 
  socialdemócrata alemán resultó ser incomparablemente más moderado y más 
  oportunista de lo que parecía! 
      Ante estas manifestaciones tan definidas de Kautsky a propósito de la era 
  ya iniciada de las revoluciones, es tanto más característico que, en un 
  folleto consagrado según sus propias palabras a analizar precisamente la 
  cuestión de la "revolución politica ", se eluda absolutamente una vez más la 
  cuestión del Estado. 
      De la suma de estas omisiones de la cuestión, de estos silencios y de 
  estas evasivas, resultó inevitablemente ese paso completo al oportunismo del 
  que hablaremos en seguida. 
      Es como si la socialdemocracia alemana, en la persona de Kautsky, 
  declarase: Mantengo mis concepciones revolucionarias (1899). Reconozco, en 
  particular, el carácter inevitable de la revolución social del proletariado 
  (1902). Reconozco que ha comenzado la nueva era de las revoluciones (1909). 
  Pero, a pesar de todo esto, retrocedo con respecto a lo que dijo Marx ya en 
  1852, tan pronto como se plantea la cuestión de las tareas de la revolución 
  proletaria en relación con el Estado (1912). 
  
      Así, en efecto, se planteó de un modo tajante la cuestión en la polémica 
  de Kautsky con Pannekoek. 


  3. LA POLEMICA DE KAUTSKY CON PANNEKOEK 
      Pannekoek se levantó contra Kautsky como uno de los representantes de 
  aquella tendencia "radical de izquierda" que contaba en sus filas a Rosa 
  Luxemburgo, a Carlos Rádek y a otros, y que, defendiendo la táctica 
  revolucionaria, abrigaban unánimemente la convicción de que Kautsky se pasaba 
  a la posición del "centro", el cual, vuelto de espaldas a los principios, 
  vacilaba entre el marxismo y el oportunismo. Que esta apreciación era exacta 
  vino a demostrarlo plenamente la guerra, cuando la corriente del "centro" 
  (erróneamente denominada marxista) o del "kautskismo" se reveló en toda su 
  repugnante miseria. 
      En el artículo "Las acciones de masas y la revolución" ("Neue Zeit", 1912, 
  XXX, 2), en el que se toca la cuestión del Estado, Pannekoek caracterizaba la 
  posición de Kautsky como una posición de "radicalismo pasivo", como la "teoría 
  de esperar sin actuar". "Kautsky no quiere ver el proceso de la revolución" 
  (). Planteando la cuestión en estos términos, Pannekoek abordaba el 
  tema que nos interesa aquí, o sea el de las tareas de la revolución proletaria 
  respecto al Estado. 
      "La lucha del proletariado -- escribía -- no es sencillamente una lucba 
  contra la burguesía por el Poder del Estado, sino una lucha contra el Poder 
  del Estado. . . El contenido de la revolución proletaria es la destrucción y 
  eliminación [literalmente: disolución, Auflösung ] de los medios de fuerza del 
  Estado por los medios de fuer- 
  
  za del proletariado. . . La lucha cesa únicamente cuando se produce, como 
  resultado final, la destrucción completa de la organización estatal. La 
  organización de la mayoría demuestra su superioridad al destruir la 
  organización de la minoría dominante" (). 
      La formulación que da a sus pensamientos Pannekoek adolece de defectos muy 
  grandes. Pero, a pesar de todo, la idea está clara, y es interesante ver cómo 
  Kautsky la refuta. 
      "Hasta aquí -- escribe Kautsky -- la diferencia entre los socialdemócratas 
  y los anarquistas consistía en que los primeros quedan conquistar el Poder del 
  Estado, y los segundos, destruirlo. Pannekoek quiere las dos cosas" (pág. 
  724). 
      Si en Pannekoek la exposición adolece de falta de claridad y no es lo 
  bastante concreta (para no hablar aquí de otros defectos de su artículo, que 
  no interesan al tema de que tratamos), Kautsky, en cambio, toma precisamente 
  la esencia de principio de la cuestión sugerida por Pannekoek y en esta 
  cuestión cardinal y de principio Kautsky abandona entera mente la posición del 
  marxismo y se pasa con armas y bagajes al oportunismo. La diferencia entre los 
  socialdemócratas y los anarquistas aparece definida en él de un modo 
  completamente falso, y el marxismo se ve definitivamente tergiversado y 
  envilecido. 
      La diferencia entre los marxistas y los anarquistas consiste en lo 
  siguiente: 1) En que los primeros, proponiéndose como fin la destrucción 
  completa del Estado, reconocen que este fin sólo puede alcanzarse después que 
  la revolución socialista haya destruido las clases, como resultado de la 
  instauración del socialismo, que conduce a la extinción del 
  
  Estado; mientras que los segundos quieren destruir completamente el Estado de 
  la noche a la mañana, sin comprender las condiciones bajo las que puede 
  lograrse esta destrucción. 2) En que ]os primeros reconocen la necesidad de 
  que el proletariado, después de conquistar el Poder político, destruya 
  completamente la vieja máquina del Estado, sustituyéndola por otra nueva, 
  formada por la organización de los obreros armados, según el tipo de la 
  Comuna; mientras que los segundos, abogando por la destrucción de la máquina 
  del Estado, tienen una idea absolutamente confusa respecto al punto de con qué 
  ha de sustituir esa máquina el proletariado y cómo éste ha de emplear el Poder 
  revolucionario; los anarquistas niegan incluso el empleo del Poder estatal por 
  el proletariado revolucionario, su dictadura revolucionaria. 3) En que los 
  primeros exigen que el proletariado se prepare para la revolución utilizando 
  el Estado moderno, mientras que los anarquistas niegan esto. 
      En esta controversia, es precisamente Pannekoek quien representa al 
  marxismo contra Kautsky, pues precisamente Marx nos enseñó que el proletariado 
  no puede limitarse sencillamente a conquistar el Poder del Estado, en el 
  sentido de pasar a nuevas manos el viejo aparato estatal, sino que debe 
  destruir, romper este aparato y sustituirlo por otro nuevo. 
      Kautsky se pasa del marxismo al oportunismo, pues en él desaparece en 
  absoluto precisamente esta destrucción de la máquina del Estado, completamente 
  inaceptable para los oportunistas, y se les deja a éstos un portillo abierto, 
  en el sentido de interpretar la "conquista" como una simple adquisición de la 
  mayoría. 
      Para encubrir su tergiversación del marxismo, Kautsky procede como un buen 
  exégeta de los evangelios: nos dispara 
  
  una "cita" del propio Marx. En 1850 Marx había escrito acerca de la necesidad 
  de una "resuelta centralización de la fuerza en manos del Poder del Estado". Y 
  Kautsky pregunta, triunfal: ¿Acaso pretende Pannekoek destruir el 
  "centralismo"? 
      Este es ya, sencillamente, un juego de manos, parecido a la identificación 
  que hace Bernstein del marxismo y del proudhonismo en sus puntos de vista 
  sobre el federalismo que él opone al centralismo. 
      La "cita" tomada por Kautsky es totalmente inadecuada al caso. El 
  centralismo cabe tanto en la vieja como en la nueva máquina del Estads. Si los 
  obreros unen voluntariamente sus fuerzas armadas, esto será centralismo, pero 
  un centralismo basado en la "completa destrucción" del aparato centralista del 
  Estado, cdel ejército permanente, de la policía, de la burocracia. Kautsky se 
  comporta en absoluto como un estafador, al eludir los pasajes perfectamente 
  conocidos de Marx y Engels sobre la Comuna y destacando una cita que no guarda 
  ninguna relación con el asunto. 
      "¿Acaso quiere Pannekoek abolir las funciones estatales de los 
  funcionarios? -- prosigue Kautsky --. Pero ni en el Partido ni en los 
  sindicatos, y no digamos en la administración pública, podemos prescindir de 
  funcionarios. Nuestro programa no pide la supresión de los funcionarios del 
  Estado, sino la elección de los funcionarios por el pueblo. . . De lo que en 
  esta discusión se trata no es de saber qué estructura presentará el aparato 
  administrativo del 'Estado del porvenir', sino de saber si -nuestra lucha 
  política destruirá [literalmente: disolverá, auflöst ] el Poder del Estado 
  antes de haberlo conquistado nosotros [subrayado por Kautsky]. ¿Qué 
  ministerio, con 
  
  sus funcionarios, podría suprimirse?" Y se enumeran los ministerios de 
  Instrucción, de Justicia, de Hacienda, de Guerra. "No, con nuestra lucha 
  politica contra el gobierno no eliminaremos ninguno de los actuales 
  ministerios . . . Lo repito, para prevenir equívocos: aquí no se trata de la 
  forma que dará al 'Estado del porvenir' la socialdemocracia triunfante, sino 
  de la que quiere dar al Estado actual nuestra oposición" (). 
      Esto es una superchería manifiesta. Pannekoek había planteado precisamente 
  ía cuestión de la revolución. Así se dice con toda claridad en el título de su 
  artículo y en los pasajes citados. Al saltar a la cuestión de la "oposición", 
  Kautsky suplanta precisamente el punto de vista revolucio nario por el punto 
  de vista oportunista. La cosa aparece, en él, planteada así: ahora estamos en 
  la oposición; después de la conquista del Poder, ya veremos. ¡La revolución 
  desaparece! Esto era precisamente lo que exigían los oportunistas. 
      Aquí no se trata de la oposición ni de la lucha política en general, sino 
  precisamente de la revolución. La revolución consiste en que el proletariado d 
  e s t r u y e  el "aparato administrativo" y t o d o  el aparato del Estado, 
  sustituyéndolo por otro nuevo, formado por los obreros armados. Kautsky revela 
  una "veneración supersticiosa" de los "ministerios", pero ¿por qué estos 
  ministerios no han de poder sustituirse, supongamos, por comisiones de 
  especialistas adjuntas a los Soviets soberanos y todopoderosos de Diputados 
  Obreros y Soldados? 
      La esencia de la cuestión no está, ni mucho menos, en saber si han de 
  seguir los "ministerios" o si ha de haber "comisiones de especialistas" o 
  cualesquiera otras institu- 
  
  ciones; esto es completamente secundario. La esencia de la cuestión está en si 
  se mantiene la vieja máquina del Estado (enlazada por miles de hilos a la 
  burguesía y empapada hasta el tuétano de rutina y de inercia), o si se la 
  destruye, sustituyéndola por otra nueva. La revolución debe consistir, no en 
  que la nueva clase mande y gobierne con ayuda de la vieja máquina del Estado, 
  sino en que destruya esta máquina y mande, gobierne con ayuda de otra nueva : 
  este pensamiento fundamental del marxismo se esfuma en Kautsky, o bien éste no 
  lo ha comprendido en absoluto. 
      La pregunta que hace a propósito de los funcionarios demuestra 
  palpablemente que no ha comprendido las enseñanzas de la Comuna, ni la 
  doctrina de Marx. "Ni en el Partido ni en los sindicatos podemos prescindir de 
  funcionarios' . . . 
      No podemos prescindir de funcionarios bajo el capitalismo, bajo la 
  dominación de la burguesía. El proletariado está oprimido, las masas 
  trabajadoras están esclavizadas por el capitalismo. Bajo el capitalismo, la 
  democracia se ve coartada, cohibida, truncada, mutilada por todo el ambiente 
  de la esclavitud asalariada, por la penuria y la miseria de las masas. Por 
  esto, y solamente por esto, los funcionarios de nuestras organizaciones 
  políticas y sindicales se corrompen (o, para decirlo más exactamente, tienden 
  a corromperse) bajo el ambiente del capitalismo y muestran la tendencia a 
  convertirse en burócratas, es decir, en personas privilegiadas, divorciadas de 
  las masas, situadas por encima de las masas. 
      En esto reside la esencia del burocratismo, y mientras los capitalistas no 
  sean expropiados, mientras no se derribe a la burguesía, será inevitable una 
  cierta "burocratización" incluso de los funcionarios proletarios 
  
      Kautsky presenta la cosa así: puesto que sigue habiendo funcionarios 
  electivos, esto quiere decir que bajo el socialismo sigue habiendo también 
  burócratas, Ique sigue habiendo burocracia! Y esto es precisamente lo que es 
  falso. Precisamente sobre el ejemplo de la Comuna, Marx puso de manifiesto que 
  bajo el socialismo los funcionarios dejan de ser "burócratas", dejan de ser 
  "funcionarios", dejan de serlo a medida que se implanta, además de la 
  elegibilidad, la amovilidad en todo momento, y, además de esto, los sueldos 
  equiparados al salario medio de un obrero, y, además de esto, la sustitución 
  de las instituciones parlamentarias por "instituciones de trabajo, es decir, 
  que dictan leyes y las ejecutan". 
      En el fondo, toda la argumentación de Kautsky contra Pannekoek, y 
  especialmente su notable argumento de que tampoco en las organizaciones 
  sindicales y del Partido podemos prescindir de funcionarios, revelan la 
  repetición por parte de Kautsky de los viejos "argumentos" de Bernstein contra 
  el marxismo en general. En su libro de renegado "Las premisas del socialismo", 
  Bernstein combate las ideas de la democracia "primitiva", lo que él llama 
  "democratismo doctrinario": mandatos imperativos, funcionarios sin sueldo, una 
  representación central impotente, etc. Como prueba de que este democratismo 
  "primitivo" es inconsistente, Bernstein se refiere a la experiencia de las 
  tradeuniones inglesas, en la interpretación de los esposos Webb. Según ellos, 
  en los setenta años que llevan de existencia, las tradeuniones, que se han 
  desarrollado, a su decir, "en completa libertad" (página 137 de la edición 
  alemana), se han convencido precisamente de la inutilidad del democratismo 
  primitivo y han sustituido éste por el democratismo 
  
  corriente: por el parlamentarismo, combinado con el burocratismo. 
      En realidad, las tradeuniones no se han desarrollado "en completa 
  libertad", sino en completa esclavitud capitalista, bajo la cual es lógico que 
  "no pueda prescindirse" de una serie de concesiones a los males imperantes, a 
  la violencia, a la falsedad, a la exclusión de los pobres de los asuntos de la 
  "alta" administración. Bajo el socialismo, revive inevitablemente mucho de la 
  democracia "primitiva", pues por primera vez en la historia de las sociedades 
  civilizadas la masa de la población se eleva para intervenir por cuenta propia 
  no sólo en votaciones y en elecciones, sino también en la labor diaria de la 
  administración. Bajo el socialismo, t o d o s  intervendrán por turno en la 
  dirección y se habituarán rápidamente a que ninguno dirija. 
      Con su genial inteligencia crítico-analítica, Marx vio en las medidas 
  prácticas de la Comuna aquel viraje que temen y no quieren reconocer los 
  oportunistas por cobardía, por no querer romper irrevocablemente con la 
  burguesía, y que los anarquistas no quieren ver, o por precipitación o por 
  incomprensión de las condiciones en que se producen las transformaciones 
  sociales de masas en general, "No hay ni que pensar en destruir la vieja 
  máquina del Estado, pues ¿cómo vamos a arreglárnoslas sin ministerios y sin 
  burócratas?", razona el oportunista, infestado de filisteísmo hasta el tuétano 
  y que, en el fondo~ no sólo no cree en la revolución, en la capacidad creadora 
  de la revolución, sino que la teme como a la muerte (como la temen nuestros 
  mencheviques y socialrevolucionarios). 
      "Sólo hay que pensar en destruir la vieja máquina del Estado, no hay por 
  qué ahondar en las enseñanzas concretas de las anteriores revoluciones 
  proletarias ni analízar con qué 
  
  y cómo sustituir lo destruido", razonan los anarquistas (los mejores 
  anarquistas, naturalmente, no los que van a la zaga de la burguesía tras los 
  señores Kropotkin y Cía.); de donde resulta, en los anarquistas, la táctica de 
  la desesperación, y no la táctica de una labor revolucionaria sobre objetivos 
  concretos, implacable y audaz, y que al mismo tiempo, tenga en cuenta las 
  condiciones prácticas del movimiento de masas. 
      Marx nos enseña a evitar ambos errores, nos enseña a ser de una intrepidez 
  sin límites en la destrucción de toda la vieja máquina del Estado, pero al 
  mismo tiempo nos enseña a plantear la cuestión de un modo concreto: la Comuna 
  pudo en unas cuantas semanas comenzar a construir una nueva máquina, una 
  máquina proletaria de Estado, implantando de este modo las medidas señaladas 
  para ampliar el democratismo y desarraigar el burocratismo. Aprendamos de los 
  comuneros la intrepidez revolucionaria, veamos en sus medidas prácticas un 
  esbozo de las medidas prácticamente urgentes e inmediatamente aplicables, y 
  entonces, síguiendo este camino, llegaremos a la destrucción completa del 
  burocratismo. 
      La posibilidad de esta destrucción está garantizada por el hecho de que el 
  socialismo reduce la jornada de trabajo, eleva a las masas a una nueva vida, 
  coloca a la mayoría te la población en condiciones que permiten a t o d o s, 
  sin excepción, ejercer las "funciones del Estado", y esto con duce a la 
  extinción completa de todo Estado en general. 
      ". . . La tarea de la huelga general -- prosigue Kautsky -- no puede ser 
  nunca la de destruir el Poder del Estado, sino simplemente la de obligar a un 
  gobierno a ceder en un determinado punto o la de sustituir un 
  
  gobierno hostil al proletariado por otro dispuesto a hacerle concesiones 
  [entgegenkommende ]. . . Pero jamás, ni en modo alguno, puede esto [es decir, 
  la victoria del proletariado sobre un gobierno hostil] conducir a la 
  destrucción del Poder del Estado, sino pura y simplemente a un cierto 
  desplazamiento [Verschiébung ] de la relación de fuerzas dentro del Poder del 
  Estado. . . Y la meta de nuestra lucha política sigue siendo, con esto, la que 
  ha sido hasta aquí: conquistar el Poder del Estado ganando la mayoría en el 
  parlamento y hacer del parlamento el dueño del gobierno" (págs. 726, 721, 
  732). 
      Esto es ya el más puro y el más vil oportunismo, es ya renunciar de hecho 
  a la revolución acatándola de palabra. El pensamiento de Kautsky no va más 
  allá de "un gobierno dispuesto a hacer concesiones al proletariado", lo que 
  significa un paso atrás hacia el filisteísmo, en comparación con el año 1847, 
  en que el "Manifiesto Comunista" proclamaba ia "organización del proletariado 
  en clase dominante". 
      Kautsky tendrá que realizar la "unidad", tan preferida por él, con los 
  Scheidemann, los Plejánov, los Vandervelde, todos los cuales están de acuerdo 
  en luchar por un gobierno "dispuesto a hacer concesiones al proletariado". 
      Pero nosotros iremos a la ruptura con estos traidores al socialismo y 
  lucharemos por la destrucción de toda la vieja máquina del Estado, para que el 
  mismo proletariado armado sea el gobierno. Son "dos cosas muy distintas". 
      Kautsky quedará en la grata compañía de los Legien y los David, los 
  Plejánov, los Pótresov, los Tsereteli y los Chernov, que están completamente 
  de acuerdo en luchar por "un desplazamiento de la relación de fuerzas dentro 
  del Poder del Estado", por "ganar la mayoría en el parlamento y 
  
  hacer del parlamento el dueño del gobierno", nobilisimo fin en el que todo es 
  aceptaUe para los oportunistas, todo permanece en el marco de la república 
  parlamentaria burguesa. Pero nosotros iremos a la ruptura con los 
  oportunistas; y todo el proletariado consciente estará con nosotros en la 
  lucha, no por "el desplazamiento de la relación de fuerzas", sino por el 
  derrocamiento de la burguesía, por la destrucción del parlamentarismo burgués, 
  por una República demotrática del tipo de la Comuna o una República de los 
  Soviets de Diputados Obreros y Soldados, por la dictadura revolucionaria del 
  proletariado. 
  *          *          * 
      Más a la derecha que Kautsky están situadas, en el socialismo 
  internacional, corrientes como la de los "Cuadernos mensuales socialistas"[14] 
  en Alemania (Legien, David, Kolb y muchos otros, incluyendo a los escandinavos 
  Stauning y Branting~, los jauresistas y Vandervelde en Francia y Bélgica, 
  Turati, Treves y otros representantes del ala derecha del partido italiano, 
  los fabianos y los "independientes" ("Partido Laborista Independienté", que en 
  realidad ha estado siempre bajo la dependencia de los liberales) en 
  Inglaterra[15], etc. Todos estos señores, que desempeñan un papel enorme, no 
  pocas veces predominante, en la labor parlamentaria y en la labor publicitaria 
  del partido, niegan francamente la dictadura del proletariado y practican un 
  oportunismo descarado. Para estos señores, la "dictadura" del proletariado 
  ¡¡"contradice" la democracia!! No se distinguen sustancialmente en nada serio 
  de los demócratas pequeñoburgueses. 
      Si tenemos en cuenta esta circunstancia, tenemos derecho a llegar a la 
  conclusión de que la Segunda Internacional, en 
  
  la aplastante mayoría de sus representantes ofíciales, ila caído de lleno en 
  el oportunismo. La experiencia de la Comuna no ka sido solamente olvidada, 
  sino tergiversada. No sólo no se inculcó a las masas obreras que se acerca el 
  día en que deberán levantarse y destruir la vieja máquina del Estado, 
  sustituyéndola por una nueva y convirtiendo así su dominación política en base 
  para la transformación socialista de la sociedad, sino que se les inculcó todo 
  lo contrario y se presentó la "conquista del Poder" de tal modo, que se 
  dejaban miles de portillos abiertos al oportunismo. 
      La tergiversación y el silenciamiento de la cuestión de la actitud de la 
  revolución proletaria hacia el Estado no podían por menos de desempeñar un 
  enorme papel en el momento en que los Estados, con su aparato militar 
  reforzado a consecuencia de la rivalidad imperialista, se convertían en 
  monstruos guerreros, que devoraban a millones de hombres para dirimir el 
  litigio de quién había de dominar el mundo: sí Inglaterra o Alemania, si uno u 
  otro capital financiero*. 


      * El manuscrito continúa: 


  "Capítulo VII
  LA EXPERIENCIA DE LAS REVOLUCIONES RUSAS DE 1905 Y 1917 
      El tema indicado en el título de este capítulo es tan enormemente vasto, 
  que sobre él podrían y deberían escribirse tomos enteros. En este folleto, 
  habremos de limitarnos, como es lógico, a las enseñanzas más importantes de la 
  experiencia que guardan una relación directa con las tareas del proletariado 
  en la revolución con respecto al Poder del Estado." (Aqui se interrumpe el 
  manuscrito. N. de la Red.) 
  



  PALABRAS FINALES A LA PRIMERA EDICION 



      Este folleto fue escrito en los meses de agosto y septiembre de 1917. 
  Tenía ya trazado el plan del capítulo siguiente, deI VII: "La experiencia de 
  las revoluciones rusas de 1905 y 1917". Pero, fuera del título, no me fue 
  posible escribir ni una sola línea de este capítulo: vino a "estorbarme" la 
  crisis política, la víspera de la RevoIución de Octubre de 1917. De "estorbos" 
  así no tiene uno más que alegrarse. Pero la redacción de la segunda parte del 
  folleto (dedicada a "La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917") 
  habrá que aplazarla seguramente por mucho tiempo; es más agradable y más 
  provechoso vivir la "experiencia de la revolución" que escribir acerca de 
  ella. 
  El Autor     
  Petrogrado, 30 de noviembre de 1917. 

                                                     
        Esta obra fue escrlta en agosto y
        septiembre de 1917.
         
        En 1918 fue publlcads en forma de
        folleto por la editorial "La Vida y la
        Cencia".
         
        Se imprimió según el texto del folleto
        publicado por la editorial Kommunist
        (1919), conirontado con el manuscrito
        y con la edición de 1918.












      From Marx to Mao
      (English)
      Desde Marx
      hasta Mao
      Textos
      de Lenin
      Apuntos sobre
      el texto abajo







  


  NOTAS 



    [1] Lenin escribió El Estado y la Revolución en la clandestinidad, en agosto 
  y septiembre de 1917. La idea de la necesidad de elaborar teóricamente el 
  problema del Estado fue expresada por Lenin en la segunda mitad de 1916. Por 
  aquel entonccs escribió el artículo La Internacional Juvenil, donde criticó la 
  posición antimarxista de Bujarin acerca del Estado y promedo escribir un 
  extenso artículo sobre la actitud del marxismo en lo referente a este 
  problema. En una carta fechada el 17 de febrero de 1917, Lenin notificaba a 
  Alejandra Kolontái que tenía casi preparado el material al respecto. Lo había 
  escrito con letra menuda y apretada en un cuaderno de tapas azules al que 
  había puesto un título: El marxismo y el Estado. Contenía el cuaderno una 
  recopilación de citas de obras de Carlos Marx y Federico Engels, así como 
  pasajes de libros de Kautsky, Pannekoek y Bernstein con observaciones 
  críticas, conciusiones y juicios de Lenin. 
      Según el plan trazado por su autor, El Estado y la Revolución debía 
  constar de siete capítulos, pero Lenin no escribió el séptimo, titulado La 
  experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917. Se conserva tan sólo un 
  plan detallado de este capítulo. Respecto a la publicación del libro, Lenin 
  escribió al editor una nota diciéndole que "si tardaba de masiado en terminar 
  el capítulo en cuestión, el VII, o si éste le salía mas extenso de la cuenta, 
  habría que sacar a la luz los primeros seis capítulos como primera parte . . 
  ." 
      En la primera página del manuscrito, el autor ocultaba su nombre bajo el 
  seudónimo de F. F. Ivanovski, al que recurrió Lenin para evitar que el 
  Gobierno Provisional mandase recoger el libro. Pero éste se publicó tan sólo 
  en 1918, razón por la cual desapareció la necesidad del seudónimn. 
  
  La segunda edición, con el nuevo apartado: Cómo planteaba Marx la cuestión en 
  1852, añadido por Lenin al capítulo segundo, apareció en 1919. -- portada.    
  [título] 
    [2] Fabianos : Miembros de la Sociedad Fabiana, reformista y 
  ultraoportunista, fundada en Inglaterra por un grupo de intelectuales 
  burgueses en 1884. Su denominación está inspirada en el nombre de Fabio 
  Cunctator ("El Temporizador"), caudillo militar romano, célebre por su táctica 
  expectante, que rehuía los combates decisivos. Según dijo Lenin, la Sociedad 
  Fabiana constituía "la expresión más acabada del oportunismo y de la política 
  liberal obrera". Los fabianos distraían al proletariado de la lucha de clases 
  y predicaban la posibilidad de la transición pacífica y gradual del 
  capitalismo al socialismo por medio de las reformas. Durante la guerra 
  imperialista mundial (1914-1918), los fabianos tomaron las posiciones del 
  socialchovinismo. V. I. Lenin caracteriza a los fabianos en su Prefacio a la 
  traducción rusa del libro "Cartas de I. Becker, I. Dietzgen, F. Engels, C. 
  Marx y ottos a F. Sorge y otros ", en El programa agrario de la 
  socialdemocracia en la revolución rusa, El pacifismo inglés y la aversión 
  inglesa a la teoría y en algunas obras más.    [] 
    [3] Véase: C Marx, Crítica de programa de Gotha. 
      Programa de Gotha : Programa del Partido Socialista Obrero de Alemania, 
  aprobado en el Congreso de Gotha en 1875, al unirse los dos partidos 
  socialistas alemanes existentes hasta entonces: el de los eisenachianos y el 
  de los lassalleanos. El programa era completamente oportunista, pues los 
  eisenachianos cedieron en todas las cuestiones importantes ante los 
  lassalleanos y admitieron las tesis de éstos. Marx y Engels sometieron el 
  Programa de Gotha a una crítica demoledora.    [] 
    [4] Die Neue Zeit (Tiempos nuevos ): Revista socialdemócrata alemana. Se 
  publicaba en Stuttgart (1883-1923). Desde 1885 hasta 1895, Die Neue Zeit 
  insertó algunos articulos de Federico Engels quien daba frecuentes 
  indicaciones a la redacción de la revista y criticaba con acritud sus des 
  viaciones del marxismo. A partir de la segunda mitad de la década del 90, 
  después de la muerte de Engels, Die Neue Zeit comenzó a publicar regularmente 
  artículos de elementos revisionistas. Durante la guerra imperialista mundial 
  (1914-1918), ocupó una posición centrista, kautskiana, apoyando a los 
  socialchovinistas.    [] 
    [5] Lenin se refiere al artículo de C. Marx El indiferentismo político y al 
  de Engels De la autoridad.    [] 
    [6] El Programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana se aprobó en 
  octubre de 1891 en el Congreso de Erfurt, viniendo a sustituir al Programa de 
  Gotha, aprobado en 1875. Los errores del Programa de Erfurt fueron 
  
  criticados por Engels en su obra En torno a la crítica del proyecto de 
  ptogtama socialdemócrata de 1891.    [] 
    [7] Véase: V. I. Lenin, "Una cuestión de principio", Obras, t. XXIV.    
  [] 
    [8] Se trata de la introducción de F. Engels al libro de C. Marx La Guerra 
  Civil en Francia.    [] 
    [9] "Temas internacionales del Estado popular ".    [] 
    [10] Lenin se refiere a Tugán-Baranovsky, un economista burgués ruso.    
  [] 
    [11] Congreso de La Haya de la I Internacional : Se celebró del 2 al 7 de 
  septiembre de 1872, asistiendo a él Marx y Engels. Los delegados fueron 65. El 
  orden del día constaba de diversos puntos: 1) Las facultades del Consejo 
  General, 2) La acción política del proletariado, etc. Toda la labor del 
  Congreso transcurrió en medio de una empeñada lucha contra los bakuninistas. 
  Se adoptó una resolución ampliando las facultades del Consejo General. 
  Respecto al punto "La acción polítira del proletariado", la resolución del 
  Congreso estipulaba que el proletariado debía organizar su partido político 
  propio para asegurar el triunfo de la revolución social y que su gran tarea 
  pasaba a ser la conquista del poder político. En este Congreso, Bakunin y 
  Guillaume fueron expulsa dos de la Internacional como desorganizadores y por 
  haber fundado un nuevo partido, un partido antiproletario.    [] 
    [12] Sariá (La Aurora ): Revista científica y política marxista. La editaba 
  en 1901 y 1902 en Stuttgart la redaccion del periódico Iskra. Salieron cuatro 
  números. En Satiá se publicaron varios artículos de Lenin.    [] 
    [13] Se trata del V Congreso Internacional Socialista de la II 
  Internacional, celebrado del 23 al 27 de septiembre de 1900 en Paris. 
  Asistieron 791 delegados. La delegación rusa se componía de 23 personas. Por 
  lo que respecta al punto principal -- la conquista del poder político por el 
  proletariado --, el Congreso aprobó por mayoría la resolución "de conciliación 
  con los oportunistas" propuesta por Kautsky y a la que alude Lenin. Entre 
  otras cosas, se acordó fundar la Oficina Socialista Internacional integrada 
  por representantes de los partidos socialistas de todos los países y un 
  Secretariado con residencia en Bruselas.    [] 
    [14] Cuadernos mensuales socialistas (Sozialistische Monatshefte ): Revista, 
  órgano principal de la socialdemocracia oportunista alemana y uno de los 
  órganos del oportunismo internacional. Durante la guerra imperialista mundial 
  (1914-1918), tomó las posiciones del socialchovinismo. Se publicó en Berlin 
  desde 1897 hasta 1933.    [] 
    [15] Partido Laborista Independiente de Inglaterra (Independent Labour Party 
  ): Se fundó en 1893. Lo dirigían James Cair Hardie, Ramsay MacDonald y otros. 
  Aunque pretendía ser políticamente independiente de los partidos burgueses, el 
  Partido Laborista Independiente era en realidad, "independiente del socialismo 
  y dependiente del liberalismo" (Lenin). Al comienzo de la guerra imperialista 
  mundial (1914-1918), el Partido Laborista Independiente publicó un manifiesto 
  contra la guerra (13 de agosto de 1914). Posteriormente, en la Conferencia de 
  los socialistas de los países de la Entente, celebrada en Londres en febrero 
  de 1915, los independientes se adhirieron a la resolución socialchovinista 
  allí aprobada. A partir de entonces, los líderes de los independientes, 
  enmascarándose con frases pacifistas, ocuparon las posiciones del 
  socialchovinismo. Después de fundarse la Internacional Comunista, en 1919, los 
  líderes de este partido, bajo la presión de las masas radicalizadas del 
  partido, acordaron abandonar la II Internacional. En 1921, los independientes 
  ingresaron en la llamada Internacional 2 1/2 y, después de disgregarse ésta, 
  se reincor poraron a la II Internacional.    [] 




      From Marx to Mao
      (English)
      Desde Marx
      hasta Mao
      Textos
      de Lenin





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