El poder - Nuevo absoluto

En muchos aspectos el anarquismo en nuestro medio ve realizada sus aspiraciones: desaparición del poder del Estado, disminución del peso social de los partidos políticos hegemónicos, apertura de la economía, eliminación de las amenazas de autoritarismo militar, aparición de nuevos actores en la política que reivindican su carácter de independientes, admisión de modos de vida alternativos con la correspondiente disminución de la represión social etc. Sin embargo estas líneas de desarrollo socio-político no se acompañan de ninguna de las mejoras que, a juicio de nosotros, deberían acompañarse y para todos es palpable que la situación de la mayoría de la población está mucho peor, en todos los sentidos que puedan pensarse, que cuando había Estado, con los partidos tradicionales y su controlada corrupción, instancias de autoridad y controles. Entonces cabe preguntarse si este deterioro se debe a un efecto transitorio propio del cambio o es una situación que llegó para quedarse y entonces porqué no se han dado las consecuencias esperadas.

La situación en nuestro medio no es muy diferente que la de otros países, al menos de América Latina, en donde se da el mismo fenómeno que podría resumirse en un global e indetenible deterioro de las 3/4 partes de la población, que llega a condiciones nunca vistas, con un salto hacia la opulencia del 10%. ¿Es esta la natural consecuencia de las propuestas anarquistas? No lo creo y voy a llamar la atención sobre la aparición de un fenómeno acerca del cual creo que no hemos prestado suficiente cuidado y que da cuenta de la situación actual a la que hemos llegado pero no utilizando los medios que el anarquismo propone, y sabido es que los medios condicionan el fin. Me refiero al Poder.

El poder es una de las grandes palabras, esas palabras cuya significación se debate entre la oscuridad y el conocimiento, que todos usamos constantemente, pero a la que el uso tan frecuente en nada aclara su contenido. Tampoco pretendo aclararlo aquí ni dar una definición sino usarla en ese contexto claroscuro, que tanto molesta a los lógicos, pero que es el que permite hablar a la gente. Lo que quiero destacar es que el Poder se asoma como el absoluto por excelencia en esta época contemporánea, y como todos los absolutos tiene la oscuridad que los caracteriza. Basta pensar en otros absolutos como la Naturaleza o Dios para constatar que coinciden en tener una significación que no nos alumbra cuando nos referimos a ellos y alrededor de los que ni siquiera podemos llegar, muchas veces, a mínimos acuerdos.

Atravesamos una época de cambio, que por momentos es insoportable, como todo cambio lo es, porque es casi imposible descansar. Claro que como la conformidad es una forma de muerte pequeña, la tendencia a la vida nos obliga no sólo a soportar los incómodos cambios sino también a promoverlos. Nuestra crisis la podemos resumir en la lucha que presenta un nuevo absoluto por poner su sello en nuestra época y así reunirla con los otras grandes etapas de la historia en cada uno de las cuales ha predominado un absoluto.

1. La etapa clásica, del nacimiento de nuestra cultura, con el predominio del Ser y con todos los esfuerzos orientados en la persecución de su esclarecimiento.

2. La etapa del predominio de Dios, con toda la actividad centrada en las relaciones con el Todopoderoso y sus intérpretes terrenales.

3. La Modernidad, en la que el centro es el hombre y en la que todas las acciones se dirigieron en alcanzar sus metas.

4. La situación actual en la irrumpe el Poder con la aspiración de convertirse en el nuevo absoluto.

Por supuesto que el Poder ha estado presente entre los hombres a lo largo de toda su historia, pero como bien lo señaló Nietzsche, se trataba de una Voluntad de Poder. Es decir, el poder tenía un sujeto, sea el hombre, el dirigente, el empresario, las instituciones, los Estados, un pueblo completo. Lo que hoy vivimos es la despersonalización del poder, el Poder se independiza de la alguna Voluntad y de sus metas y objetivos, el poder se busca por el poder mismo. Ni siquiera es el poder del dominio, que apunta a una cierta estabilidad, sino que somos dominados por el Poder, no el poder de alguien sino el Poder, que no rinde cuentas a nadie, al que nada importa, que como un incendio avanza destruyendo. Un Poder que no es fijo, durable, sino que se encuentra en un permanente proceso de conformación y desaparición sin que en él se privilegie ninguna institución, ni estructura, ni superestructura derivada. El poder pasa del estado a la sociedad, de una religión a otra o a ninguna, de lo bello a lo horrible, de la ciencia a los mitos, de una empresa a otra, de un pueblo al vecino, conformando figuras efímeras que, para muchos, se identifica como la ausencia de todo absoluto (anarquía) cuando se trata de todo lo contrario, la aparición de un nuevo un absoluto.

Lyotard, el filósofo francés, fija el comienzo de la crisis de la modernidad en la II Guerra Mundial cuando con la solución final, la introducción de nuevas tecnologías en la guerra, el uso sistemático de la destrucción de poblaciones civiles, es innegable que un cambio se opera. Los ideales de la Modernidad son abiertamente violados...[ideales] que estipulaban que todo lo que hacemos en materia de ciencia, de técnica, de arte y de libertades políticas tiene una finalidad común y única: la emancipación del hombre. La violación se debía a que había aparecido un nuevo amo, el Poder que reclama sumisión. Un poder que se va a manifestar en el enfrentamiento entre los mismos aliados luego de la guerra, con toda claridad en la Guerra Fría que siguió después, que no fue otra cosa que una consolidación del poder como el absoluto, puesto que con el enfrentamiento, que tan cerca estuvo de destruir al planeta, no se perseguía ninguna de las metas emancipadoras. Se trata de la instauración de un poder cuyo criterio de medida es la destrucción, no la construcción ni la producción, que instalará la llamada sociedad posindustrial. Es el poder que hará de este siglo el siglo de las luces...de las explosiones.

La II Guerra muestra también que el poder se emancipa de la voluntad del sujeto, en el que estaba anidada, y del conjunto de sus instituciones, absolutizándose y arrasando con todo lo que se le oponía, las otras grandes palabras: autonomía, progreso, racionalidad, libertad, utopías, justicia, solidaridad, estado, religión.

Claro es que el proceso tuvo etapas. La primera crisis aparece cuando el sujeto es desplazado del centro de las consideraciones y el lugar pasa a ser ocupado por la historia y sus categorías como raza, cultura, nación, clase. Surge el conflicto entre la libertad del individuo y su dominación por la historia, que logra superarse porque aún se mantiene la vigencia de una unidad dada por la idea de progreso. Cuando esta idea de unidad se pierde se desarticula el proyecto moderno que descansaba en un dominio racional de la naturaleza que era lo que permitía un sentido riguroso de la historia y un progreso, en especial tecnológico, que abría la posibilidad de construir utopías de futuro emancipador. Queda un vacío que el sujeto, ya debilitado, no puede ocupar y lo llena un nuevo absoluto el Poder. Pero el Poder que no es ya el poder del saber, ni el poder racionalmente controlado, sino el Poder absoluto, un poder que no puede dotar de sentido a las acciones, crece cuando construye y cuando lo que construye es destruido, es la desmesura, la ausencia de medida, el desafuero. De allí la violación que menciona Lyotard, cuando junto al máximo desarrollo de la ciencia y de la técnica avanzan formas de barbarie desconocidas por su magnitud.