Revolución personal: las ideas con rostro humano

Rafael
A Titina:
por lo que fue,
por lo que no será
y por desvestir lo humano y lo divino que me compone

¿Es posible ser anarquista en la sociedad actual? Si para serlo es necesario vivir en un régimen de igualdad, sin la división tajante entre dominantes y dominados, la respuesta es negativa. Pero, si aceptamos esta conclusión como única, consideramos la lucha por un mundo mejor solamente por sus resultados, menospreciando a sus procesos.

En este aspecto ha radicado una de las diferencias del pensamiento libertario con el marxismo. El análisis de este último ha expresado que todo se resume a los problemas de clase, bastando en consecuencia en poner a los "proletarios" en el poder para alcanzar el paraíso comunista. La realidad demostró que cuando estos estuvieron arriba, eran tanto o más déspotas que a quienes suplantaron.

Para lo libertario esta teoría de la revolución nunca fue suficiente. Los anarquistas han planteado que los cambios debían ser en múltiples dimensiones sociales e individuales. De un siglo hasta la fecha han combatido al poder en todas sus esferas: en el cuerpo, en la pareja, en las relaciones padre-hijos, maestro-alumnos, en lo económico, en las formas de organizarse para la resistencia... De aquí se ha derivado, en parte, nuestra valorización de la concordancia entre los medios y fines de la práctica política. Pero si bien aceptamos en teoría que la revolución social pasa necesariamente por la revolución personal, en nuestra práctica cotidiana, con frecuencia, relegamos este aspecto hasta casi el olvido.

La militancia como "trabajo"

Quienes hoy participamos en grupos preocupados por una transformación de la sociedad nos enfrentamos al escepticismo general de fin de siglo. De allí que ante las pocas disidencias ante una situación que creemos insostenible, rayando a veces en el desespero, tratemos nosotr@s de enfrentar a todas las coyunturas y de estar en todos los lugares a la vez. En una lógica efectista y pragmática, casi mecanicamente, nos planteamos la necesidad de un activismo de 24 horas para compensar "la pasividad de los demás". Lo político -entendido así en un sentido estricto- pasa a tener un lugar fundamental y omnipotente en nuestras vidas. Cegados por alcanzar logros que nos acerquen a la "gran revolución", descuidamos lo que podrían ser los pequeños cambios de la relación con nuestro entorno inmediato. Es así como lo que debiera ser un continuo de experiencias enriquecedoras y revitalizantes, se convierte en un "trabajo" (con horario, jerarquías y tareas que cumplir) signado por la autoexplotación, el alejamiento de los demás y la frustración por no recoger los frutos con la prontitud que quisiéramos.

La cultura martirológica

Dentro de la izquierda venezolana se realiza mucha apología a los "caidos en combate". Es así como una vez al año se editan carteles con la foto del/la compañer@ con frases como "no hay nada mas poderoso que quien espera desde la muerte la revolución", o cosas así por el estilo. Mas que un recuerdo sentido de quien no está junto a nosotr@s por culpa de la represión, pareciera que se desea mitificar al mártir como un ejemplo a seguir. Apología del sufrimiento y de la muerte, en vez de un canto perpetuo a la vida y a lo posible. Y siendo las personas hedonistas por naturaleza, ¿a quién le interesa seguir un camino que tiene como destino la negación del placer de la existencia?

Much@s militantes parecemos muertos en vida. Con la agenda copada de reuniones, pinta de pancartas y volanteadas, nos damos muy poco tiempo para nosotr@s mism@s, negando incluso sentimientos por no ser "politicamente correctos". Soberbios, nos creemos portadores de la verdad y superiores a los demás, a quienes menospreciamos por su "alienación". Negamos así la humildad, el poder "seducir" a los demás con nuestros planteamientos y la alegría, por como dijo Durruti, llevar un mundo nuevo en nuestros corazones.

Lo "verdaderamente importante"

Hemos internalizado de tal modo a la jerarquización que incluso la aplicamos en el trabajo libertario que llevamos a cabo. Así, hay temas "importantes" y otros que se pueden dejar para después. Y los prioritarios son los "políticos" por supuesto. Hablar en las asambleas contra Caldera o Chávez es necesario, pero de como están las relaciones personales entre los miembros del colectivo es "perder el tiempo". Debemos transmitir -por una noción no se impuesta por quién- que l@s revolucionari@s somos seres perfectos, ecuánimes y con una conciencia del "deber ser" infalibe. Pero a veces nos sentimos sol@s, melancólicos, con dudas... y eso deberíamos ventilarlo con naturalidad para tener el apoyo de l@s compañer@s. Queriendo ser casi-divinos, nos olvidamos que somos tan human@s como cualquiera No somos perfectos, pero si perfectibles, y eso lo da tanto nuestras ideas como nuestra relación con los demás.

Revolución social... y personal

Estoy lejos de querer hacer un elogio de una concepción "hippie" del cambio hacia una sociedad más justa y libertaria. Pero nuestra militancia debe tener el sello personal de cada un@ de nosotr@s, nuestras alegrías y tristezas, y ser una pasión romántica que nos enriquezca día a día como individuos. Hemos planteado siempre que las transformaciones deben ir de abajo hacia arriba, por lo que la revolución de la sociedad debe empezar con una transformación de nuestros valores y nuestra actitud vital. Y un conjunto de ideas como las libertarias lo permite, al no tener direcciones partidistas, Mesías o líneas maestras que seguir acríticamente. Si hoy no podemos cambiar la sociedad como quisiéramos, debemos por lo menos en nuestras actividades sentirnos bien, divertirnos y confraternizar más entre nosotr@s, equilibrando lo político con lo lúdico. En nuestras actuaciones, no debemos temer en mostrar la especial sensibilidad que poseemos quienes aspiramos a un orden de las cosas basado en la libertad y la autoresponsabilidad. Nuestra revolución es pequeña y grande a la vez. Todas las luchas, en todos los frentes y espacios son necesarias aquí y ahora.