Los sin-cuenta cuentos de la abstención electoral

Armando Vergueiro

Después de los comicios de noviembre y diciembre pasados, el acostumbrado coro con el cual los beneficiarios del poder en Venezuela celebran la "cívica demostración de la voluntad popular" -es decir, la sumisión de los electores al designar sus nuevos capataces- presentó un ingrediente adicional: el alborozo ante la supuesta comprobación de que ambos eventos marcaron la ruptura clara con la perniciosa tendencia al incremento de la abstención que se ha observado después de 1988. Políticos de diversos pelajes, periodistas y académicos de variadas tarifas, miembros del transmutado organismo electoral, observadores foráneos del jet-set diplomático: todos proclamaron la indudable eliminación del demonio abstencionista basándose en ese peculiar modo de presentar y entender los datos numéricos que hicieron a Winston Churchill distinguir las estadísticas como el grado extremo de la mentira.

El primer hito para construir la fábula estadística de la liquidación del abstencionismo estuvo en el Registro Electoral Permanente (REP), donde se supone deben inscribirse obligatoriamente todos los ciudadanos hábiles para votar. Desde que a fines de los 80 la abstención comenzó a asomarse como un dato significativo, los encargados de llevar ese Registro -primero el CSE, y ahora el CNE- han hecho una sistemática subestimación de la potencial población electoral, evidente al contrastar sus cifras con los resultados de los Censos Nacionales y sus proyecciones. Este escamoteo numérico ha crecido con los años, de modo que para el certamen presidencial de 1998 el CNE estableció una población electoral de 11.440.703 personas, de las que el 96,17% estaba inscrita en el REP; pero resulta que las estimaciones para ese mismo año publicadas por la OCEI -organismo oficial de mediciones demográficas- indican que hay una población adulta apta para votar (excluyendo extranjeros no nacionalizados, militares activos y otros con impedimentos) que en la hipótesis más conservadora debe estar alrededor de 12.500.000. Por lo tanto, la contabilidad chucuta del CNE pregonó el éxito del REP porque sólo faltaba allí el 3,83% de los posibles votantes, cuando lo cierto es que por lo menos 1.500.000 personas (12% del eventual electorado) ni siquiera se interesa en anotarse en el fulano Registro, a pesar del atosigamiento propagandístico y la continua amenaza de sanciones.

Pese a lo anterior, detengámonos en las cifras de la abstención "oficial", que sólo considera a los apuntados en el REP y que es exhibida públicamente como el único dato indicativo posible de la no concurrencia a las urnas. En la contienda para Presidente, y según el último escrutinio accesible vía Internet (con 99,61% de votación), esa clase de abstención fue de 36,24% -3.971.239 personas-. Esto supera al total de Chávez por 297.574 electores, mientras Salas Römer recibió 2.613.161 sufragios y los demás candidatos se repartían 250.458, con 450.987 votos nulos. Interpretando estos números es que vencedores, vencidos y organizadores de los comicios han expuesto conclusiones que parecen bastante menos inspiradas en la Matemática que en Cantinflas. Veamos de que se trata...

Por una parte, se ha proclamado la "evidente derrota" y/o la "disminución apreciable" de la abstención, cuando las elecciones de noviembre y diciembre no hicieron sino confirmar la pauta de todos los comicios en Venezuela después de 1988: la abstención se ha establecido como una presencia masiva y consistente en el comportamiento electoral del país. Los mismos datos de la abstención "oficial" indican que entre las presidenciales de 1993 y las de 1998, la abstención varió apenas de 39,84% a 36,24%, mientras que en cifras absolutas subía de 3.859.579 a 3.971.239. Aún aceptando las mañosas estimaciones institucionales sobre la población hábil para votar, el porcentaje que representan la suma de los no inscritos al REP mas la abstención "oficial" en 1993 (44,24% del electorado oficialmente reconocido) y en 1998 (38,68%), ha sido consistentemente mucho más alto que el promedio de ese mismo porcentaje para las anteriores 7 elecciones presidenciales (14,96%, donde lo mayor fue 23,7% en 1963 y lo menor 5,7% en 1968), por lo cual decir que "ahora la abstención bajó" solo puede deberse a obstinada ignorancia o manifiesta mala fe. Y en vistas a que, como dijimos antes, hay evidencia patente de que la cifra de no inscritos en el REP es mucho mayor que la reconocida, para este último torneo presidencial la abstención real (venezolanos hábiles para ser electores que no votaron) está al menos en el orden del 44% del verdadero padrón electoral, mientras que los votos por Chávez serían el 29,5%, a Salas le correspondió 21%, a los otros aspirantes 1,9 %, y en votos nulos hubo 3,6%.

Por otro lado, vemos que en perfecta coincidencia y por encima de sus querellas, los triunfadores en ambos turnos electorales (en particular el ganador del premio gordo, quien más que electo parece considerarse El Elegido) han subrayado la legitimidad inequívoca que les confiere su designación en procesos de multitudinaria participación. Quienes perdieron también aceptan este supuesto, pese a que muchos de los derrotados en la vuelta regional y parlamentaria cuestionen el particular orden de llegada que los involucra (el CNE ha recibido 144 denuncias diferentes y documentadas en torno a las "pulcras y transparentes" elecciones de noviembre). En todo caso, después de los comicios casi nadie ha hecho referencia a la abstención, aparte de los lugares comunes de su mengua y aniquilación. A semejante unanimidad de juicio, no falta el jalamecate que la proclame como muestra de la altura democrática de los políticos criollos, pero lo cierto es que buscan ocultar que, contrario a lo que ocurría hasta la década pasada, la pretendida legitimación de los resultados electorales ya no puede cobijarse tras la abrumadora convocatoria popular que antaño generaban esos procesos en Venezuela. Los perdedores callan esto pues los obliga la complicidad con copartidarios y/o alianzas triunfantes, ya que el generoso sistema electoral ofrece un reparto de po$ibilidade$ que alcanzan para casi cualquier grupo que lance o respalde candidaturas regionales y parlamentarias a escala nacional, en especial por vía de la pintoresca limosna de curules del llamado cociente electoral.

Esconder la abstención real es esencial para múltiples manejos corruptos: sirve para influir en la distribución de recursos presupuestarios entre los estados de la república, que se hace según la población y peso electoral de cada uno; da soporte a variadas trampas en la determinación de circunscripciones electorales para Congreso, asambleas estadales y municipales; permite manipular sobre quiénes están o no en el REP; es la base indispensable para decenas de maniobras fraudulentas a la hora de cumplir el sacrosanto principio electoral patrio de "acta mata votos". Quien más o quien menos, con mayor o menor picardía, todos los implicados en el circo electoral pretenden sacar provecho de ese cuadro, por lo que intentan convencer a los demás -y se convencen ellos mismos- de la irrelevancia e insignificancia de la abstención electoral como un signo descollante del panorama político venezolano. Ellos no quieren ni pueden verlo, porque una abstención de la magnitud que hemos tenido en las pasadas elecciones es un golpe demoledor para sus sueños felices de representatividad y legitimidad. Nosotros, los anarquistas, tenemos no sólo que advertir de su presencia, sino esforzarnos en la inmensa tarea de desarrollar el potencial de inconformidad oculto tras la pasividad de la actual abstención, orientándola hacia la acción libertaria consecuente.