La ética de la adicción

Thomas Szasz

"El único propósito para ejercer correctamente el poder sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada, en contra de su voluntad, es evitar el daño a otros. Su propio bien, ya sea físico o moral, no es suficiente garantía. No puede, en justicia, ser forzado a hacer, o a soportar, porque eso le hará más feliz, porque, en opinión de otros, hacerlo sería sabio o incluso justo... En la parte de su conducta que meramente le concierne a él, su independencia es por derecho, absoluta.. Sobre si mismo, sobre su propio cuerpo y mente, el individuo es soberano." John Stuart Mill, 1859.


Quizá la idea del comercio libre de narcóticos asuste a las personas, ante todo porque creen que grandes masas de nuestra población se pasarían los días y las noches fumando opio, o pinchándose heroína en vez de trabajar y compartir sus responsabilidades como ciudadanos. Pero eso es un disparate que no merece ser tomado en serio. Los hábitos del trabajo y del ocio son pautas culturales profundamente arraigadas; dudo que un comercio libre de drogas convirtiese a personas activas de trabajadoras hormiguitas en hippies a golpes de pluma legislativa.

El otro lado de la moneda económica referente a las drogas y a los controles de drogas es, en realidad, bastante más importante. El gobierno de los Estados Unidos se está gastando hoy millones de dólares -los salarios ganados con dificultad por norteamericanos que trabajan duro- para mantener una vasta y astronómicamente cara burocracia cuyos esfuerzos no sólo minan nuestros recursos económicos y perjudican nuestras libertades civiles, sino que crean cada vez más adictos y mantienen, indirectamente, el crimen asociado con el tráfico de drogas ilícitas.

Nuestro actual concepto del abuso de drogas articula y simboliza una política fundamental de la medicina. científica, a saber: que un lego no debiera medicar su propio cuerpo, sino ponerlo bajo la supervisión de un médico debidamente acreditado. Antes de la Reforma, la práctica de la verdadera cristiandad se apoyaba en una política similar, a saber: que un lego no debía comunicarse por si solo con Dios, sino que debía entregarse a la vigilancia espiritual de un sacerdote debidamente acreditado. Los autointereses de la Iglesia. y de la Medicina en estas actividades quedan de manifiesto. Lo que queda menos claro son los intereses de los legos: al delegar la responsabilidad del bienestar espiritual y médico de las personas a especialistas taxativamente acreditados, esas medidas -y las prácticas que las respaldan- niegan a los individuos la posibilidad de asumir ellos mismos su propia responsabilidad. Tal como lo veo, nuestros problemas relacionados con el uso y el abuso de drogas son simplemente una de las consecuencias de nuestra ambivalencia en cuanto a la autonomía personal y la responsabilidad.

Creo que, asi como consideramos la libertad de expresión y de religión como derechos fundamentales, deberíamos también considerar la libertad de automedicarse como un derecho fundamental; y que, en vez de oponernos con mendacidad a las drogas lícitas o promoverlas de un modo insensato, deberíamos, parafraseando a Voltaire, hacer de esta máxima nuestra regla: "Desapruebo lo que toma, pero defenderé hasta la muerte su derecho a tomarlo".

El derecho a la automedicación debe comportar la responsabilidad absoluta de su conducta sobre los demás en aquellos que ingieren o toman drogas. Pues, de no ser porque deseamos considerarnos responsables de nuestra propia conducta y considerar a los demás responsables de la suya, la libertad de ingerir o inyectarse drogas degeneraría en la libertad de dañar a otros. Pero aquí está el quid: solemos resistirnos a considerar a las personas responsables de su mala conducta. Por eso, preferimos reducir derechos a incrementar responsabilidades. Lo primero sólo requiere hacer leyes, que puedan entonces ser violadas o eludidas más o menos libremente; lo segundo, en cambio, exige perseguir y castigar a los ofensores, cosa que sólo puede hacerse mediantes leyes justas aplicadas justamente. De ahí que sustituyamos siempre más la libertad de espíritu firme por una tiranía de corazón blando.

Antes o después, tendremos que hacer frente al dilema moral básico que supone nuestro problema. con las drogas: ¿tiene una persona derecho a tomar una droga -cualquier droga- , no porque la necesite para curar una enfermedad, sino porque quiere tomarla?

Después de que todo se haya dicho y hecho -después de que se escriban millones de palabras, se promulguen miles de leyes y se "trate" a un incontable número de personas por "abuso de drogas"-, todo se reducirá a saber si aceptamos, o rechazamos, el principio ético que John Stuart Mill enunció tan claramente en 1859 y que encabeza este trabajo.