Hablemos sobre Pharmakhos

Lenin
<Tiunachango@mixmail.com>

Cuando pensamos en las drogas y en su consumo inmediatamente solemos hacer dos conexiones casi inevitables: en primer lugar, una conexión con las ideas médicas y psicológicas del deterioro físico y mental que se suceden en el cuerpo del que consume drogas, conjuntamente con la amenaza de la adicción o dependencia que las drogas generan en dichas personas ya sea a corto, mediano o largo plazo; en segundo lugar - pero con el mismo peso emocional que la conexión anterior -, aparece la irremediable idea de que el hacernos daño es malo. Claro que estamos partiendo de la creencia de que los argumentos médicos y psicológicos acerca del daño físico y mental que genera el consumo de drogas son verdaderos, y de que efectivamente la medicina sólo busca el bienestar de las personas y de las sociedades en general.

Ciertamente, lo que las drogas le hacen al cuerpo es una materia poco discutible . Un uso moderado, a largo plazo traerá algunas consecuencias, al igual que lo hace el consumo de alcohol, la ingesta de grasas, o la práctica del boxeo ; por otro lado un uso muy frecuente acelerará el proceso de deterioro. Es decir, existen muchas prácticas que definitivamente no contribuyen con el mejoramiento de nuestras condiciones físicas - y psicológicas - pero que están tan enraizadas en la cultura que son difíciles de erradicar. Ahora bien, lo interesante aquí es preguntarnos ¿Por qué en la mayoría de las sociedades modernas - o postmodernas, como prefiramos llamarles- no se critica la práctica de tantas actividades y consumos, que bajo la perspectiva médica son considerados perjudiciales, mientras que el consumo de drogas se constituye como nuestro mayor problema?. Frente a tal interrogante algunos autores afirman que el problema del consumo de drogas no es tanto médico como moral y político (cuestión con la que estamos enteramente de acuerdo).

Para Tomas Szasz (1985), una de las características más esenciales del funcionamiento de las sociedades siempre ha sido la búsqueda de chivos expiatorios - los cuales pueden ser entes sobrenaturales, personas, grupos, instituciones, entre otros - donde son "depositados", identificados o asignados los elementos que se consideran negativos, contrarios o perjudiciales con respecto a lo que se ha establecido y acordado como bueno y deseable para la sociedad y sus integrantes. La cuestión se constituye como una especie de vasija donde se lavan los pecados sociales, y podríamos considerarla como la parte moral del asunto asumiendo que lo que se tiene por bueno y deseable es lo moralmente aceptado, mientras que se condena toda práctica o intereses contrarios. Poco a poco el cuerpo informe de los individuos se va amoldando a la horma sanitaria del cuerpo social y de este modo, la voluntad individual va adquiriendo una determinada "razón dietética" que la configura como un organo funcionalmente sano y apto para la productividad y la funcionabilidad del conjunto. Fiel muestra de como una vez más el todo totaliza y diluye las partes. Cierto es que una cierta tendencia hacia la gendarmesización de la vida pública ha caracterizado la práctica médica de los tiempos modernos.

Muy a menudo nos topamos con una prolijidad de discursos que desde la psicología y la psiquiatría hasta la sexología y la dietética nos indican cuáles son las normas y actitudes por las cuales un hombre "normal" debe conducir su vida. Un hombre verdaderamente sano, es decir, "normal", es aquel que goza de un perfecto regimen de emociones psiquicas, relaciones sexuales y degustaciones alimenticias que lo hacen funcionalmente productivo. De aquí que todo aquel que en esta ruta pierda el horizonte y se desvíe de la normalidad, sea considerado con el apelativo estigmatizante de "anormal", "enfermo" o "loco".El lado político del problema está relacionado con la idea de que mediante la persecución y penalización del consumidor de drogas, el Estado y todo su aparato institucional - incluyendo el aparato médico - están trascendiendo la esfera pública que les corresponde invadiendo la esfera privada donde los ciudadanos toman decisiones directamente relacionadas con ellos mismos de manera particular.

En este sentido, la labor del Estado consiste en reglamentar y disciplinar las distintas prácticas por las cuales los individuos se gobiernan y se dan forma a sí mismos. "Puedes consumir esto y no aquello", "debes actuar de tal forma y no de esta otra" - dice el Estado. Un sujeto bien reputado, un individuo ejemplar, es más la imagen del "buen ciudadano" que la idea que el mismo sujeto se haya podido forjar de sí mismo.¿Hasta que punto los individuos gozan de la libertad suficiente como para deliberar sobre el uso adecuado o no de los diversos recursos con los que se halla en el mundo?, ¿el Estado tiene derecho a intervenir en la administración y distribución de los placeres y gustos individuales de la misma manera que interviene en la distribución y administración de la renta pública?, ¿puede la justicia instaurarse como una ariete contra la autodeterminación del individuo sobre sí mismo? Muchas son las interrogantes que en torno a este tema se me antojan. No obstante, las respuestas no suelen ser muy alentadoras. Todo parece apuntar hacia una paulatina homegenización de las singularidades en función de la hermosa totalidad del Estado. Las diferencias individuales tienden cada vez más a ser absorbidas por el todo social y la autodeterminación del individuo sobre lo que debe o no debe hacer con su vida quedan a merced de las distintas intituciones estatales. Precisamente la tarea "saneadora" del Estado se encuentra en destorcer o normalizar a todos esos sujetos "inútiles" que tienden hacia la sedición de las reglas y que no tardan en constituirse en auténticas "escrófulas" sociales.

Ser racionalmente estable y socialmente productivo constituyen la conciencia in-feliz de nuestra época finisecular. En pocas palabras y como decía Gottfried Benn, "Ser tonto y tener trabajo, he ahí la felicidad".