Editorial

Resistimos y resistimos. Nos resistimos a ese prejuicio que se cuela sigiloso entre las bolsas de compras y autobuses públicos. Ese que dice que necesitamos un gendarme de mala cara, alguien de mano dura que nos amenace con algún castigo para que no perturbemos el orden. La llamada de corneta para levantarnos temprano a producir, el pecho afuera y el saludo marcial para demostrar que tenemos alguna creencia de valía, la mirada uniformada para no llamar demasiado la atención, y el "si señor" a flor de labios ante cada orden recibida.

"La pistola es la hombría ortopédica de los miserables" ha dicho Rosa Montero con esa sabiduría propia de la mujer. Ante una autoridad emanada del olor a pólvora y la obediencia ciega a la jerarquía, preferimos las equivocaciones de los iguales, y ponernos de acuerdo para superar cualquier entuerto. Si somos antimilitaristas es porque creemos que lo castrense cercena la vida, la capacidad de crítica y el disentimiento propio del ser humano. Una democracia verdadera será aquella que arrincone a la institución armada al escaparate olvidado del cuarto de los corotos, tan alejado de la vista que muera de inanición despreciada hasta por las cucarachas. Y con él, los valores que le dan razón de ser: el machismo, la xenofobia, el patrioterismo, la homogeneización del pensamiento, la anulación de las voluntades individuales, la razón derivada del poder del más fuerte. Ningún revolucionario ha salido de sus filas. Ninguna revolución ha durado bajo los ecos del traqueteo de fusiles.

Por esas bonitas casualidades, se nos han juntado varios artículos sobre el militarismo que ofrecemos en este número. Muy oportunos en los tiempos que corren. Mientras los últimos vientos fríos de febrero atemperan las tazas de chocolate caliente, tejemos la red del tejido social solidario rotas en el pasado y esperamos tiempos mejores.