Atención con la abstención

Sofía Comuniello

Se ha confirmado sin duda lo que los anarquistas venimos diciendo desde las dos elecciones presidenciales anteriores (1998 y 1993): la abstención es factor cuantitativo y cualitativo esencial en el panorama electoral venezolano. Para el proceso del 30 de julio, no sólo abarcó a ese 43,5% que el Consejo Nacional Electoral reconoce entre los votantes inscritos, ya que debe añadirse a más de un millón de personas que ni siquiera estamos inscritas en el censo electoral. Quien dude de tales estimaciones, sólo tiene que contrastar las propias cifras oficiales de la población apta para votar (por las 12.800.000 personas según la OCEI) con los anotados en el registro de votantes (alrededor de 11.700.000), y la cantidad que finalmente concurrió a las urnas (poco más de 6.600.000), por lo que nos quedan entonces unos 6.200.000 abstencionistas, quienes representan un porcentaje que ha permanecido sin cambios apreciables en todas las elecciones desde 1990 hasta hoy.

Por supuesto que los políticos - ya ganen o pierdan en las elecciones - ni mencionan este asunto, así que los pocos analistas que se ocupan de la abstención suelen despacharla atribuyéndola a un fenómeno supuestamente normal en las democracias representativas, como es el desinterés ciudadano por participar en los procesos electorales, resultado de la irresponsabilidad cívica, la desinformación o la simple pereza. Semejante explicación pasa por alto que, desde 1958 y por 30 años, en Venezuela se consolidó una tradición de altísima participación electoral (mas de 90% en algunos comicios), así como un aparataje político e institucional que siempre ha forzado por todos los medios a la población para que concurra a las urnas, usando desde la compra de votos hasta la propaganda mas atosigante y sin olvidar las amenazas de sanción. Además, en nuestro país, los sufragios presidenciales suelen ser tan omnipresentes que hacen casi imposible eludir una toma de posición, por lo que es extremadamente simplista interpretar la inhibición a votar de casi la mitad del electorado por mera apatía, cuando lo cierto es que, primero con los golpes militares de 1992 y luego con la aparición de Hugo Chávez en el escenario electoral, se ha estimulado un interés colectivo por la escena política que es lo opuesto a esa indolencia de donde supuestamente sale la abstención, de manera que entendemos que la raíz de ese fenómeno masivo hay que buscarla en otra parte.

Consideramos que, al menos para la mayoría de esos abstencionistas, negarse a la participación electoral fue la expresión de su rechazo a las opciones que reclamaban su voto. Perdieron la fe en los partidos tradicionales que hasta la década de 1980 recogían las esperanzas colectivas, pero instintivamente evitan repetir similar fidelidad con las nuevas maquinarias políticas, oliéndose que repiten sin mayor gracia los mismos errores de aquellos, ya sea con el triunfante mesianismo de Chávez o con las fracasadas imitaciones de sus contrincantes en los comicios.

Este fenómeno es de particular significado para los anarquistas, porque impone hacer llegar nuestro mensaje a quienes comparten el repudio al tinglado electorero de chavistas y antichavistas, bandos diferentes sólo en lo secundario e iguales en demagogia y ansias de poder; planteando que desde el desencanto abstencionista puede avanzarse a construir una opción que - basándose en la libertad, la igualdad y la solidaridad - presente una alternativa real que movilice voluntades y acciones para construir un futuro distinto. Hasta ahora, quienes se abstienen lo hacen por rechazo a tales aspirantes a representarlos, nuestro reto es hacerlos a la idea de que ni siquiera son necesarios los representantes para que una colectividad decida sobre sus propios asuntos.