Editorial

Nuestra propia vida es el ejemplo.

Los abuelos libertarios, al arrullo de la brisa de la tarde que se cuela en las asambleas, nos cuentan de los días en los que el local del sindicato constituía un hervidero de voluntades de corazón rojo y temple negro. Tras ásperas jornadas laborales, los afiliados y simpatizantes enrumbaban sus pasos hacia estos ateneos espontáneos para saciar su sed de conocimiento y aliento. Las conferencias y charlas, hechas en ocasiones bajo la tenue luz de los candiles, se paseaban por cualquier asunto: desde la cultura general hasta los textos clásicos del anarquismo. Quienes sabían un poco mas, eran generosos en compartir el fruto de su vocación autodidacta. No fueron pocos l@s obrer@s que burlaron así un analfabetismo con alma de miseria y rostro de patrón. Quienes no aceptaban recibir más que sonrisas como paga de su pedagogía, diseminaban saberes diversos en la apuesta de lo necesario de formar espíritus libres e integrales, que tuvieran la capacidad de razonar y decidir por si mismos.

Hoy, la esencia de aquellos libertarios perfuma nuestros pasos. Como ayer, repetimos que los fines deben estar incluídos en los medios y hacemos de la disidencia y la experimentación perpetua una actitud cotidiana. Las posturas acomodaticias, la intencion restringida a la palabra y las acciones pautadas sólo para el fin de semana, se las dejamos a los corazones marchitos que poco arriesgan porque poco quieren ganar. Nuestro delirio de una vida intensa no apetece la jubilación decorosa, la borrachera de fin de semana o el trabajo cómodo y repetitivo del quince y último. Si cuestionamos todo, es porque todo queremos transformar.

El Estado, el Ejército, la policía y cualquier lógica del capitalismo y el poder son reales y caminan por las calles. Contra ellos la lucha es tenaz e impredeciblemente larga. Pero si alguna victoria podemos tener aqui y ahora, es la forma en que nos relacionamos con nuestros cuerpos y cómo estos se vinculan con su entorno. Lo público y lo privado se hacen uno y el divorcio entre pensamiento y vida se encoge, se forza, se cose y se deshace. Los anarcosindicalistas decían como fórmula: del centro a la periferia y de abajo hacia arriba. Nosotr@s agregamos: nuestra propia vida es el ejemplo.

Porque la vida es corta y no podemos esperar. El nuevo mañana ya empezó con los pequeños detalles, en todos los ámbitos y espacios, en donde nos ejercitamos en y para la libertad. Posponer es claudicar. Aguardar es envejecer. El Poder ha instalado su mejor bunker en nuestro cerebro y corazón, y en ellos, estamos dando nuestra mejor pelea.