El pecado sexual y la nueva mujer

Shere Hite, El País Semanal

Ahora que muchas mujeres ganan dinero, se habla mucho de la independencia sexual de la mujer. Se ven muchas nuevas imágenes (de mujeres sexualmente liberadas), pero lo cierto es que tienen poco que ver con la realidad. Son muy negativas y las utilizan, sobre todo, quienes no entienden los cambios que están produciéndose en la sociedad, e intentan insinuar que si las mujeres se apartan de la línea marcada, se salen de su sitio, están condenadas a volverse vulgares, ordinarias, superficiales, y que esas mujeres sólo pueden salirse con la suya cuando son jóvenes.

La verdad es que la nueva situación de las mujeres está produciendo una enorme transformación moral positiva, tanto para las mujeres como para los hombres: la nueva moral es más moral que la moral del pasado. Lo que ha cambiado es la posición de las mujeres en la sociedad; mucha gente cree que es inmoral que las mujeres tengan ahora la capacidad de decidir si quieren ser madres o no, casarse o no, permanecer solteras, congelar sus óvulos para reproducirse más adelante y, llegado el momento -si lo desean-, casarse. Desde luego, ninguna de estas decisiones convierte a una mujer en moral e inmoral; la moralidad consiste en tomar la decisión apropiada en una alternativa.

El código moral de la conducta femenina ha cambiado más que el de los hombres. El pecado sexual, tradicionalmente, comprendía categorías específicas cuyo fin primordial era definir (y limitar) la identidad sexual femenina, tales como la castidad y la virginidad (¿se acuerdan de Eva? ¿se acuerdan de María?); la prohibición del sexo extraconyugal era mucho más enérgica en el caso de las mujeres que en el de los hombres. Hoy, aunque ya no se condena abiertamente a las mujeres por tener relaciones sexuales sin estar casadas, muchos Gobiernos siguen castigándolas de forma irracional, al negar subsidios a las madres solteras. Mientras, en los medios de comunicación se alienta a las mujeres jóvenes a que sean sexuales; prácticamente se les obliga a serlo.

A pesar de la chabacanería con la que se representan las nuevas versiones de la sexualidad femenina, la situación actual es un avance frente a los tiempos en los que la actitud frente a la expresión sexual femenina era totalmente negativa, los tiempos en los que se empujaba a las mujeres buenas a ser como María, madre y virgen.

También el comportamiento sexual de los hombres se juzga de otras maneras, con espíritu más crítico, a medida que el código moral iguala las expectativas de hombres y mujeres. En la actualidad se supone que los hombres deben tener relaciones emocionalmente más equitativas con las mujeres y esforzarse más desde el punto de vista afectivo (el papel tradicional de las mujeres) para que la relación funcione. Se les pide que se relacionen con las mujeres de nuevas maneras, tanto en lo sexual como en lo emocional.

Todo esto forma parte de un debate más amplio sobre los valores occidentales: los fundamentalistas proclaman que se avecina el declive de la civilización si no se mantienen ciertos valores sin modificarlos (en especial, los relativos a las mujeres y el hogar). Pero, a pesar de los augurios pesimistas, está desarrollándose una nueva sociedad laica, que incluye lo que yo llamo un nuevo panorama psicoemocional. Durante varios años, mi trabajo ha consistido en estudiar, reevaluar y reflexionar sobre este cambio: ¿qué es la naturaleza humana? ¿es verdad que la moralidad -tal como la definimos- es necesaria para controlarla? ¿Cuál es nuestra naturaleza (si es que la tenemos), y que leyes o normar debemos crear para construir la mejor sociedad posible?

Antiguamente, el único contexto moral en el que se concebía el sexo era, en definitiva, como acto reproductor que se llevaba a cabo dentro del matrimonio. Cualquier acto sexual que no tuviera dichos fines (como el sexo oral) era pecaminoso. Durante los años sesenta, la gente pasó a pensar que no era inmoral utilizar el control de la natalidad ni tener relaciones sexuales por simple placer, como forma de expresarse. Muchos afirmaban que había una diferencia moral entre el sexo si había amor y si era un acto animal. La masturbación ya no se consideraba una inmoralidad, pero se pensaba que era preferible el sexo dentro de una relación. Hoy día, la moralidad está más centrada en el ámbito de las relaciones. Muchos consideran inmoral el sexo fuera del matrimonio (pero el divorcio ya no se juzga como inmoral); la mayoría opina que la monogamia es lo moral.

El foco de atención de las preocupaciones morales ha cambiado, y para bien: la nueva moralidad ya no se ocupa de mantener a las mujeres en su sitio, sino de construir la igualdad y luchar contra verdaderos actos de injusticia, centrada en aspectos como la pornografía violenta y sexista, los abusos deshonestos contra menores, la violación, la violencia doméstica y el acoso sexual en el trabajo. Lo que está desarrollándose es una nueva moral, más justa y más equitativa.