Autogestión libertaria

El camino de la utopía

Douglas García

Históricamente, el capitalismo es un modo de producción que logró integrar a su lógica todas las instituciones sociales, y a sus valores todas las diferentes culturas, en un proceso de homogeneización sin precedentes. Si en verdad no inventó los mecanismos de explotación y dominación, no es menos cierto que acentuando y separando irreversiblemente los roles sociales, circunscribiendo y empobreciendo la existencia de los productores ya víctimas de mecanismos económicos de expropiación, el capitalismo manifiesta toda la negatividad tanto de la explotación, como de la dominación política y cultural, que se traducen en la creciente alienación de la humanidad.

Las estructuras tecno-administrativas de la empresa capitalista contemporánea se caracterizan por su carácter burocrático y heterogestionario, donde los trabajadores pierden toda posibilidad de control sobre la producción y gestión del todo. De la misma manera, el llamado Estado de Derecho acaba usurpando para sí, o sea para su burocracia y sus especialistas de la representatividad electoral, todo papel decisorio, siendo los ciudadanos meros espectadores a quienes sólo se llama para sufragar por esas minorías. Pero las élites dominantes también se benefician al convocarnos a "participar" más ampliamente. Ciertas cofradías del "management" contemporáneo tienen como punto central las virtudes de la participación, cooperación e iniciativa de los trabajadores, re-bautizados como colaboradores. Abolir la conflictividad social, principalmente en el aparato productivo, a través de un corporativismo o de un paternalismo feudal, es consigna en boga para la postmodernidad capitalista. Esto llega a su extremo en los proyectos carcelarios de "autogestión" ya implantados en algunos países: ¡los presos se vigilan a sí mismos!

La autogestión libertaria nada tiene que ver con estas caricaturas. Los valores de autonomía, auto-organización, cooperación, solidaridad y apoyo mutuo fueron históricamente valores opuestos a los del capitalismo, y se manifestaron en el movimiento socialista principalmente en la corriente anarquista. El concepto de autogestión, enunciado a mediados del siglo XX, traduce otro que era central para el socialismo libertario clásico, el de autogobierno, según el cual todos nosotros - sea como ciudadanos o trabajadores - podemos prescindir de la burocracia y del Estado en la gestión social. Este fue un punto central para el movimiento social durante las experiencias socialistas desde la Comuna de París, pasando por la Revolución Rusa y la Revolución Española. No es una técnica para aumentar la inversión de recursos o los beneficios empresariales gestionando con más inteligencia, ni pretende reglamentar a los trabajadores en líneas de producción - a la manera brutal de Henry Ford o con en el guante de seda del "modelo Toyota" -, incluso porque la automatización y la robótica están liquidando la necesidad de intervención humana directa en la manufactura.

La división social del trabajo - y la seudo-democracia representativa - exige la ilusoria participación de todos, principalmente de los de abajo, para obtener dos resultados: creciente productividad y legitimidad, combatiendo la indolencia que es una manifestación socialmente peligrosa. Es suficiente ver lo que acontece con el ausentismo, la baja productividad, el estrés y el sabotaje en muchas líneas de montaje industrial. En el campo político basta imaginar las consecuencias de que los gobernantes se eligiesen con 20%, 10%, 5% de los votos. ¿Cómo legitimar sus discursos y sus políticas?

En los movimientos sociales contestatarios, como opciones de rebeldía ante el Estado y las instituciones jerarquizadas y despóticas inherentes al capitalismo, puede constituirse un modelo de organización asentado en prácticas colectivas e igualitarias y en relaciones de solidaridad y cooperación voluntaria, en resumen autogestionario, configurado por grupos auto-administrados, cooperantes y donde no tuviesen cabida el autoritarismo y la dominación. Ciertamente que esa organización voluntaria y no jerarquizada exige empeño personal, participación y conciencia, al contrario de las instituciones autoritarias que recurren a chantajes, propinas y fraudes. Por esa razón es más difícil y más tardía la creación y desarrollo de formas de organización cooperativas, incluso porque la resistencia a la innovación, la huella de los valores dominantes y la rutina tiende a apartarnos de modos de organización que implican un trabajo arduo y permanente de renovación y compromiso solidario. Siendo así: ¿será entonces la autogestión - y más aún la autogestión generalizada - una posibilidad real?...

Para el anarquismo la respuesta es si, ya que la explotación y la dominación, con la consecuente miseria y alienación, producen resistencias e imaginarios testimoniando el deseo de otra sociedad que exprese otras vías de organización y de relación entre los seres humanos. Ciertamente que la ruta de esa alternativa social no es tan corta y lineal como algunos pensaban, incluso porque la historia nos muestra cuanto está interiorizado en todas las clases y grupos sociales el fenómeno de la subordinación y alienación, mas aún en nuestra sociedad masificada y paralizada por la ideología del consumo y del espectáculo. El individualismo posesivo tiene raíces culturales - y hay quien diga sociobiológicas - profundas y trae como consecuencia explotación, muerte, guerra y alienación, pero como bien demostró Piotr Kropotkin en su libro "El Apoyo Mutuo", y en ningún modo ha desmentido la investigación científica posterior, tanto en el mundo animal como en el humano uno de los factores decisivos de la evolución de las especies ha sido la cooperación entre sus miembros.

La cuestión está en saber hasta qué punto las sociedades humanas son capaces de llevar su proceso de aprendizaje histórico y de re-creación de las estructuras sociales; o si la fuerza conservadora de la inercia mezclada con las tramas autoritarias del poder, puede congelar la creatividad e insatisfacción humana que recorre la historia. El camino de la libertad (superación de la dependencia absoluta a la naturaleza y al otro, por tanto construcción de la autonomía), esa senda que los grupos sociales y los individuos buscan a través de la historia, exige el fin de las amarras de la explotación, de la dominación y de la alienación, potenciando una relación auténtica y profunda entre el individuo y los que lo rodean. Es tal el reto que deben superar los movimientos por el cambio, si no quieren perderse en el atajo de las concesiones con que el sistema de poder ha engatusado a sus antagonistas - en el pasado al sindicalismo y los partidos socialistas, hoy a los nuevos movimientos sociales -, en la mayoría de los casos virados a clientes satisfechos de la explotación y dominación que previamente condenaban.

La organización autónoma - autónoma con relación al Estado, al Capital o cualquier otra instancia de poder autoritario - es la libre asociación por afinidad y también uno de los principales instrumentos posibles para el cambio social. Sólo que esa concepción no pasa por la mera adopción de algunos vagos principios teóricos, sino que impone otras formas de asociación que apuntan desde ya a un modelo igualitario, autónomo y legitimado ante todos por la acción de todos, un micro-modelo de lo que sería el proyecto de la razón utópica para la sociedad global. Un modelo de participación directa e interactiva (donde la delegación sea hecha teniendo como meta tareas determinadas y durante plazos limitados, respondiendo permanentemente los delegados ante las asambleas y pudiendo ser revocados en cualquier momento), que rechace la burocratización y esclerosis administrativa de sindicatos, partidos y movimientos sociales entumecidos en los formalismos, contribuyendo al enriquecimiento cultural y social de cada participante, creando una cultura alternativa y de resistencia, pilar de las nuevas relaciones colectivas, condición previa para la re-creación de la estructura social.

Ese fue el rumbo que comenzó a ser transitado por el movimiento libertario - con sus sindicatos, ateneos, escuelas, colectividades - desde el siglo XIX, interrumpido trágicamente por una convergencia de fuerzas negativas en el primer tercio del siglo XX, pero que actualmente, tras el derrumbe del capitalismo de Estado en Europa Oriental y con el capitalismo globalizador neoliberal evidenciando su incapacidad ante los problemas humanos esenciales, ésta en hora de retomar con lucidez y esperanza, siguiendo la huella que Martin Buber llamaba caminos de utopía, que llevan a la autogestión generalizada.