Editorial

Una mirada se apagó en Génova.

Cuando se tiene la entereza de agudizar la vista y despejar la niebla de los ojos, el entorno se desnuda de su vestido color gris perpetuo. La luz cegadora de la ilusión nos enfrenta en cualquier esquina, y de repente, el pecho se nos hincha de vocación de acortar la distancia entre palabra y hecho, latido y razón. Refugiados donde el hielo se deshace, comenzamos a trazar complicidades teñidas de buena voluntad con tizas de colores desde mapas cuyos trayectos son guiados por la intuición. Conjurar la resignación y hacer realidad lo otrora impensable. Tales detalles como brújula y aliciente.

Cuando apostamos doble contra sencillo a que todas las pobrezas son apenas un resultado de una vasta gama de combinaciones y posibilidades humanas, el capitalismo se desenfoca de su nitidez perpetua de sistema único e irremplazable. Videntes de un deseo que se muestra irrefrenable, somos preso/as del delirio de la solidaridad, la justicia social, la libertad y la realización personal en todos los ámbitos.

Cuando abrimos los ojos a tantas posibilidades -limitadas ahora por instituciones que nos niegan en tanto personas-, es imposible volverlos a cerrar. Saboreando el vino de la bodega de la utopía, vamos fantaseando despiertos, y mientras la codicia y el poder no inventen una fórmula para extinguirlos del todo, seguir soñando significa seguir ganando.

Sólo el palo, la metralla y la tortura podrán doblegar nuestros cuerpos -mas no nuestras almas ingobernables-. En Génova los mercenarios del capital cerraron los ojos de Carlo Giulani. En el resto del planeta, muchos pares anónimos son apagados de la misma manera. Pero mucho/as continuamos encontrándonos en las miradas. La lucha, destrucción y construcción continua.