Un dato incuestionable es la crisis de los partidos
políticos. Que subsistan y accedan a alguna representación en el
Congreso no modifica el cuadro de conjunto.
Su
crisis no está en proporción a la representación parlamentaria, sino a
su capacidad de diseñar el rumbo del país de cara al siglo que
ingresamos. En otros términos, más que cuantitativa es cualitativa y de
proyecto.
Y lo
es porque en el Perú de hoy urgen cambios de fondo más que paliativos.
Este
es uno de los temas centrales que abordó y debatió el Congreso. La
unanimidad alcanzada confirma que están sentadas las bases para ingresar
en el escenario político con una propuesta seria y viable. La tradición
de la izquierda peruana ha estado lastrada por el oposicionismo, no
importa si reformista o ultraradical. El viraje que se inicia en el VI
Congreso radica precisamente en que se parte de otra óptica: desde la
propuesta, desde la vocación alternativa concreta.
El
marxismo no es una suma de verdades generales. Es, sobre todo, una
concepción y un método para conocer la realidad y transformarla. Lo que
importa son los datos reales, no los deseos. Y la realidad concreta es el
hecho de que el nuestro es un país prisionero de una larga crisis de la
cual pareciera que no hay forma de salir.
Se
han experimentado muchos modelos con resultados, al final, desastrosos.
Luego de l79 años de República lo que tenemos es un país atrasado,
pobre, desarticulado, con una democracia intermitente y formal. Pudimos
ser más. No lo somos. En lugar del optimismo lo que se extiende en el ánimo
del pueblo peruano es un sentimiento de frustración e impotencia. La
sensación amarga de la derrota. Esta historia debe terminar. Necesitamos
cerrar el ciclo de la improvisación, de la ausencia de proyecto, del
cortoplacismo que dominó la vida política nacional, con excepciones no
siempre valoradas.
Hay,
pues, mucho que cambiar.
Los
comunistas conocemos los límites del capitalismo. Sabemos desde Mariátegui
que el Perú contó con clase dominante pero careció de una verdadera
clase dirigente. Estamos persuadidos de que sólo el socialismo está en
condiciones de desplegar todas las potencialidades humanas y los recursos
naturales y técnicos disponibles. No obstante, es todavía una tarea de
mañana. Hoy hay urgencias perentorias que debemos abordar y resolver,
como parte, precisamente, de ese camino a recorrer. El futuro comienza
hoy, es verdad, pero ese hoy supone respuestas concretas a condiciones
concretas cuya realización plena nos aproximará cada vez más al
proyecto histórico deseado.
Ese
es el sentido de la táctica general que aprobó el Congreso al proponer
un Nuevo Curso para el país, en cuyo vértice está la construcción de
la Segunda República y, en su base, el Proyecto Nacional y una Nueva
Constitución que le proporcione el soporte institucional que necesita.
Lo
que el Perú requiere no es consolidar o radicalizar una democracia formal
que hace tiempo está en crisis. Sino construir una nueva democracia y un
nuevo Estado. Después de conquistada la Independencia
tuvimos un largo predominio militarista y caudillista, que no ha
terminado. La República nació de espaldas a las mayorías indígenas y
campesinas, sin terminar con la herencia colonial. El centralismo impidió
la integración nacional, asfixió el desarrollo del interior, cerrando
las posibilidades de la creación del mercado nacional que permitiese el
crecimiento de una burguesía moderna.
En su
lugar sobrevivió el viejo régimen oligárquico y se afirmó del dominio
semicolonial. Esta historia no está terminada. Las condiciones son otras,
es verdad, pero los problemas heredados del pasado continúan pendientes
de solución. En su lugar lo que tenemos son parches, promesas, y en el
mejor caso buenas intenciones. No más. La tragedia del Perú es que el
pasado aplasta al presente e impide abrirle paso al futuro.
Desde
luego que otras son las clases impulsoras de este nuevo proceso histórico.
Incapaz de asumir una posición independiente para configurar la nación y
construir un Estado democrático, la burguesía hegemónica prefirió
hacerse el harakiri entregándose en brazos del imperialismo y el capital
transnacional. Con la aceptación ciega del neoliberalismo, que no crea
mercado ni desarrolla capitalismo, ni trae progreso para las mayorías,
este camino tortuoso ha llegado a un punto de quiebre.
El
Perú necesita un Nuevo Curso, un nuevo camino, que implique la ruptura
con ese pasado, que le permita ingresar sobre bases nuevas en el nuevo
siglo si quiere evitar el destino que las transnacionales y el Banco
Mundial le han asignado a la desvalida Africa.
Está
en manos del pueblo peruano la posibilidad real de modificar este cuadro.
Y la mejor forma de hacerlo es yendo hasta la raíz del problema. A nada
serio conducirán los cambios de gobierno si, a su vez, no cambian las
bases del atraso y de la pobreza que nos agobia desde siempre.
El mensaje del VII Congreso es optimista. Sabemos
por experiencia que el futuro se empieza a construir hoy. Y no habrá
futuro si no contamos con una fuerte organización de izquierda y
socialista, dispuesta a conquistar la hegemonía ideológica, cultural y
ética en la sociedad, y capaz de entregarle al pueblo peruano una bandera
de lucha viable pero que vaya más allá de lo contingente o la promesa fácil.
Muchos son los temas abordados en el Congreso.
Comenzando por el Programa del Partido, la reforma de su Estatuto, la
rectificación del espontaneismo que explica muchos de nuestros
errores y limitaciones acumulados a lo largo del tiempo. Queda
ahora asimilarlos a fondo, difundirlos, hacerlo instrumento de lucha capaz
de ganar el entusiasmo de los trabajadores, de la juventud, de la
intelectualidad, de lo mejor y entusiasta de nuestro pueblo.
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