"¡Si es necesario, húndanlo, pero párenlo ya!"
El alto oficial de la Prefectura Naval colgó el teléfono, se aflojó el nudo de la corbata y sintió que el ascenso esperado tal vez no llegaría jamás.
La información, difundida en reserva por la inteligencia naval, aseguraba que desde Puerto Deseado había zarpado, a bordo de un velero, un navegante solitario que puso proa a las islas Malvinas.
Los hombres del Servicio de Informaciones Navales (SIN) arriesgaban que se trataría de
Osvaldo Destéfanis. En abril de 1983, a bordo del transporte Lago Lácar, Destéfanis encabezó el frustrado viaje a las Malvinas de un grupo de familiares de los caídos en la guerra.
La versión venía a desbaratar uno de los dispositivos de seguridad más grandes y secretos de los últimos tiempos. Se trataba de evitar, a cualquier costo, un eventual incidente que pudiera entorpecer la visita presidencial a Gran Bretaña.
El propio Carlos Menem pidió a los jefes de los organismos de inteligencia y seguridad que evitarán cualquier intento de llegar a las islas Malvinas para contrarrestar los resultados de su viaje. La respuesta a las órdenes llegadas desde Londres fue fulminante. En cuestión de horas, medio centenar de pesqueros de altura y cargueros ubicado en el Mar Argentino por debajo del paralelo 40 fue interceptado, abordado e identificado.
No hubo paz, entre el martes y miércoles últimos, para los jefes de la inteligencia local y de las fuerzas de seguridad. El secretario de Seguridad, Miguel Angel Toma, siguió personalmente las operaciones, confiaron a La Nación sus colaboradores. El alerta rojo sólo se disipó cuando advirtieron que el navegante solitario nunca existió. Se trató de una falsa alarma.