Hermano
Hipólito (1799-1868)
Juan
Rémillieux nace el 12 de octubre de 1799 en Chuyer (Loira). Es admitido en el
Hermitage el 20 de septiembre de 1826. Era sastre y dirigió la sastería durante
más de 40 años. Falleció en Saint-Genis-Laval el 26 de marzo de 1868.
El
capítulo XVI de las “Enseñanzas Espirituales” (Avis, Leçons, Sentences) tiene
por título : “El hermano Hipólito y su lámpara”.
El
biógrafo escribe : El hermano Hipólito contaba veintiséis años cuando entró en
religión. Poseía el arte de la sastrería; era buen oficial y hubiera podido
prosperar en el mundo; pero el deseo de asegurar la salvación de su alma le
inducía a entregarse a Dios. Estaba perplejo ante los combates que en él libraban
el mundo y la gracia...Quiso ver al padre Champagnat y, para no arriesgar nada,
le pidió ser admitido solamente algunos días por vía de ensayo. El Fundador le
recibió bondadoso, pero no quiso admitirlo sólo por ensayo, ni sin que
satisficiese luego la pensión del noviciado, porque temía que se desanimase con
las primeras pruebas... Al fin, triunfó la gracia; el hermano Hipólito lo
abandonó todo y dirigióse al Hermitage con el dinero de su pensión del
noviciado... El venerado Padre, prendado de tan felices disposiciones, le
recibió con gusto, pues tenía gran necesidad de sastre. Aquella misma tarde,
hablando de él a uno de los principales hermanos díjole :
–
“Dé gracias a Dios, que hoy nos ha enviado un
hermano para nuestra sastrería. Cuento con su perseverancia, porque ha venido
con una buena señal de vocación.
–
–
Padre, ¿cuál es esta buena señal?
–
–
Los trescientos francos que me ha entregado. A
este joven – añadió – le sonreía el mundo, ha ganado por sí mismo el dinero de
su pensión; pues bien, no renunciaría así a su porvenir, ni haría el sacrificio
de sus ahorros, si no estuviese desprendido de los bienes de la tierra y
resuelto a perseverar en su vocación”.
–
No
se engañó el venerado Padre ; el hermano Hipólito no echó de menos el mundo, se
aficionó verdaderamente a su santo estado, y muy pronto se le pudo confiar la
dirección de la sastrería, empleo que desempeñó con gran acierto hasta la
muerte y en el que se distinguió por el sacrificio total de sí mismo y por una
paciencia y mansedumbre inalterables.
El
hermano Hipólito vivió en comunidad cuarenta y un años, y cuantos le conocieron
pudieron asegurar que se señaló principalmente en las cuatro cosas siguientes
:1) la constancia en su vocación y el amor a su santo estado; 2) la
mansedumbre; 3) la benevolencia y habitual disposición para servir a todos; 4)
el amor al trabajo y constante aplicación a su empleo.
Este
excelente hermano era, además, muy piadoso... Su piedad no tenía afectación
alguna; antes bien, conforme con su carácter, era sencilla, pacífica,
tranquila, continua y perseverante.
No
obstante, el venerado Padre, que amaba mucho la economía, le reprendía algunas
veces, porque tenía el hermano Hipólito la costumbre de llevar una lamparita
para alumbrarse al andar de noche por la casa. Le reprochaba, y alguna vez
públicamente, el no apagarla siempre a tiempo, o el servirse de ella sin
verdadera necesidad. El hermano nada replicaba y recibía humildemente las
reprensiones; pero no era mucha su enmienda, por creer que con su lámpara iba
más aprisa, perdía menos tiempo... Aun corrigiendo al hermano Hipólito por un
sentimiento de economía, el venerado Padre decía que le gustaba verle con el
farol en la mano, porque veía en él la imagen del hombre iluminado por el
espíritu de reflexión y dirigido por la luz de la prudencia. “Como el hermano Hipólito – añadía –, el hombre virtuoso, el buen religioso,
no va jamás sin su farol; el espíritu de reflexión esclarece todas sus
acciones, la prudencia dirige y guía sus proyectos y cuanto hace”.
En
otra ocasión, nos decía : “Hay una
cualidad, una virtud cuya necesidad no comprendéis bastante : es el espíritu de
reflexión, es la prudencia. Hermanos míos, la prudencia, que es fruto del
espíritu de reflexión, de tal modo es necesaria, que santo Tomás la llama el
ojo y el piloto del alma...” (siguen unas páginas sobre la excelencia de
la prudencia).
El
hermano Hipólito y el hermano Jerónimo velaron al Fundador en su última noche.
“...Hacia
las dos y media, dijo a los hermanos que estaban a su lado :
–
Hermanos, la
lámpara se les apaga.
–
–
Perdone, Padre – le
respondió uno de ellos –, la lámpara
está bien encendida.
–
–
Sin embargo, ya no
la veo; acérquenmela, por favor.
–
Uno de los hermanos le aproximó la
lámpara, pero el buen Padre no la distinguió. Entonces, con un hilo de voz,
exclamó : “¡Ah, ya comprendo, la que
se apaga es mi vista. Ha llegado la hora; bendito sea Dios!” (Vida,
p.255/256, edición de 1989)
El cántaro del hermano Hipólito
(conservado en una vitrina de la habitación del Fundador)
Este
cántaro tiene su historia. El hermano Hipólito tenía su cuarto en el último
piso de la casa; además, era cojo. En aquella época, los hermanos se lavaban en
el río. Debido a la distancia y a su cojera, el buen hermano llegaba
frecuentemente atrasado a la oración de la mañana. Algunas veces, el padre
Champagnat le regañaba. Un día, el hermano le contestó humildemente : “Padre, me apresuro tanto como puedo, pero
el río está lejos y mi pierna no me permite ir tan rápido como yo quisiera”.
“Está bien” –, respondió
sencillamente el Padre. Dos o tres días después, el Fundador, que había ido a
Saint-Chamond, le compró un cántaro; se lo entregó al hermano y le dijo : “Hermano, teniendo en cuenta su situación
particular, voy a hacer una excepción con usted. Le entrego este cántaro y le
doy permiso para que se lave cerca de la cama, pero no vuelva a llegar tarde. –
¡Oh, Padre, qué bueno es usted! – respondió el hermano, lleno de alegría. Se lo agradezco mucho y
le prometo que llegaré siempre puntual.” El hermano cumplió su palabra. (Cf. Guide pour la visite de
la chambre du Père Champagnat
et du Frère François, p. 5 – 1932)
Por el H. Alain Delorme