Vivo en casas llenas de puertas
en los cuatro puntos cardinales.
Yo pensaba caminar en línea recta:
primero una, luego la otra,
como en un pasillo de palacio encantado
--las voces que esperen al otro lado--.
Tardé en llamar laberinto a la casa.
Veinte años en los que no hice sino listas,
intentos, viajes, errores,
hasta que al fin dejé mi somnolienta vocación
por una nueva,
la de animal oculto, nostálgico, sin destino,
enrejado en una trama sin nombre y sin llaves.
a Jorge Luis Gutiérrez
La araña siempre tejerá más fino
La cristalina nervadura de la paciencia resiste la eternidad. La araña la extrae de su vientre.
¿La cuna de mi hija ¿O será la cuna de latón ¿O ese tapete como alforja ¿O una hamaca ¿O la jaula de caoba ¿O el pasto en que se tiende ¿O será un breve moisés,
Como Diana, primero una flecha como a una extranjera.
Querida niña: Niña querida:
Despojada del velo, libre el cuerpo del corsé, lejos la modulación resurge el más puro Desarmada y terrible
En un mediodía blanco
Las uñas afiladas Tras el humo Sus labios de piedra Más allá de la ventana Tantos ocres
La niña Pandora se parecía hasta el cansancio
Pandora adolescente jugaba a esconderse
Ojos espejo del alma, ¿Quién nos obliga pacer
¿Añoras, Adán, el jardín paterno? Siglos después, Adán, te encuentro huidizo, Me conoces como a tu mismo cuerpo, Sigues como extraviado; Soy la imagen que criaste, Recuerda, Adán,
Se acabó el tiempo de mi abuela, Al fin Pero su viaje continúa,
a Silvia y Andrés Silva
No era solamente un duende la rosa
a mis hermanos
Uníamos el tiempo
Yo nací bajo un cielo de cal,
En el Panteón de Dolores
El rumor crecía como un torbellino
No hay nada más allá: Entonces bajó del cielo una paloma
—Paloma mía, gacela, rocío de presagios, En los surcos de su frente La húmeda nariz de la cierva Cuando dejó de llover
Noé cupo apenas en su asombro;
Ángel mío,
a Aída y Raúl Renán
Después de rasgar sobre el muro de la noche la niebla con lascivas manos, Dios vuelve a sus manías rutinarias: el bostezo, la siesta, cepillar su terciopelo; vuelve a la lujosa tersura del rincón que lo guarda. Entonces se inviste con su toga y sentencia interrogantes. Su cabello resplandece sobre el polvo acumulado y convierte en sombra el paso ajeno. Soberano: escala grandes alturas sin ningún esfuerzo y cae siempre sobre un manto. el orden del mundo es su dogma, la verdad de cada objeto. En el espejo burla incluso al padre con voz de sedentario. Anfibio, alarga sus días como extremidades: la juventud, la aventura, el sueño, el salto, la eternidad, el arco, no son sino astucias de un continente plagado de opuestos. Como pájaro en el nido y perro en la casa, en el hoyo negro de su pupila acecha el deseo.
a Marina y Luis Ignacio Helguera
Los ángeles de las altas naves Antes de bajar a la calle Los ángeles de la catedral,
La Semana Santa de Texcoco, El mar de crucifijos Y queda solo el monte Sinaí.
A Ana Segovia
Ángel prematuro. Ahora descansa Daniel es ángel todavía,
La penumbra es el camino Los gatos de siam
Su nariz se convierte en zanahoria,
Gentiles habitantes de los mares de la luna,
En las alfombras del invierno, ¿Quién heredará sus sueños sepultados Algunos seres no alcanzan la pureza Mono de nieve, Quizás en el centro de la circunferencia
será la cama de sus padres,
y ella la princesa adormecida
en un palacio de ancianos?
como un preludio de armaduras
que protege el rostro
y endurece el costado?
que desenvuelva en cualquier país
en diseños cada vez más exóticos
a la caza del pan no probado?
donde su voto oscile como el tiempo
y sea la red que devore
peces
en las mareas del sueño?
donde crecen los niños,
entre una osamenta
de órdenes sensatas?
al lado de otro cachorro,
justo bajo el sol,
sin rastro de culpa?
nervioso navegante en cauces de asombro,
puerto frágil, mudable?
al centro de un hombre;
como Penélope,
tejer la tela de araña;
caminar
siempre un paso atrás,
como Eurídice;
salir del
baño, como Afrodita;
leer de noche, como Minerva;
amar
a una bestia, como Pasífae;
cultivar en exclusiva la tierra de tu casa, como Gea;
predecir la infidelidad, como Casandra;
vengar al marido, como Hera;
memorizar uno a uno los rasgos de Narciso, como Eco;
todo para morir en tu país
sin que te lapiden...
sin azúcar,
que apacigüen tu lengua;
azucenas de jabón;
del misal
en hábito
de mi claustro,
la mirada del médico,
para las malas lenguas.
que cuaja en gotas de cera.
ordena Dios los puntos
—calcarás el óvalo del ángel
que prohíbe el alimento—.
en los patios,
flores transparentes
el peso de las alas
piadosas monedas.
conservarás
la mascarilla,
y el rubor más sutil
de virgen eterna;
la faja,
y el fino maquillaje de las piernas,
de la voz
y ni la sombra más diáfana
en los párpados,
volumen del yeso.
podrían morderla,
dejarla caer;
su infinita epidermis
es huella innegable
de la evolución
de
su especie.
una novia de vitrina
se pasea
entre quinceañeras amarillas
que miran por la ventana
entre hábitos de monjas ancianas,
ángeles de comunión,
una gala de bautismo
y una miniatura de mortajas.
Se enamora
mientras vuela
una serpentina de rosarios
sobre tafetas de ataúd,
monedas pintadas,
arsenal
de manguillo
para el interminable pastel
y albos guantes
entre macetas de azahares.
de la mano abierta
sostienen el rostro
de perla sin luz.
del cigarro inmóvil
sus ojos
de edad indefinida
son jades cansinos.
sorben rabia
de una taza.
que la enmarca
la tarde gris
luce los últimos metales.
causan vértigo:
una mujer se otorga
a la nada.
a Pandora niña.
Pandora idéntica a mimos y encierro.
Obedeció con los ojos cerrados
al báculo amenazante.
Aguardó a que la madre sólo encontrara su rostro
en el rostro de ella.
de Pandora niña
y Pandora niña realizaba labores
de joven casadera.
En ella ardía toda esperanza.
Aunque sus manos eran artesanas
con toda virtud
y sus pies la danza más compleja.
Un día, de un zarpazo,
volcó del cofre la dote
que la daba en prenda
y esparció por el mundo
una estela
de atributos propios.
oídos sordos,
malas lenguas,
pies que vuelven
sobre su propia huella,
manos largas,
dedos como garras
con el filo
de miradas que matan...
bajo la piel del cordero?
El mundo nació
con la imagen de un dios
que ya estaba completo;
las cosas eran fragmentos de espejo.
Y yo, ¿nací de qué sueño?
¿Cuándo caminé bajo tu brazo
y dijiste: "con el amor
nacerá el tiempo"?
inquieto,
como un escultor que talla
y oculta su rostro
en golpes de piedra.
pero tu viejo hemisferio se borra,
ante mí se vuelve ajeno.
hablas a solas.
Tal vez quieras salvarte.
un órgano que movía tu sangre,
o esa soledad
a la que tienes miedo.
quién me alejó de ti,
¿qué fría rosa escondes
en el hueco del pecho?
su largo arrastrar de pies prófugos
de imaginarias ciénagas.
Sus manos descansan de levantar escombro
tras escombro y de atesorar huesos;
por el camino del siglo
su voz es rumor de hojas.
Ya su cabello se funde
en el infinito celeste de la almohada.
soltó los lazos.
Ya dejó de enumerar el tedio.
se abre paso entre el estupor de los niños
como una rueda en la arena,
que desfila hacia el lugar
de las preguntas y su eco.
En el puerto de la Iglesia
no hubo hombres ni dioses,
sólo avemarías dispersas
con el luto de hinojos.
Sólo tierra sublevada
...y ella buscaba un nuevo continente.
que guiara a un gigante ciego
entre la selva negra de paraguas,
sino una niña con su red llena de frutas;
una red donde encalló una pleamar
alrededor de una papaya,
como un molusco enorme y herido;
la infanta, enrojecida y rubia,
vagaba como el tren del barrio de Tacuba,
rumbo a Barranca del Muerto,
y mientras miraba socarrona al señor de al lado,
seguramente pensaba en que pronto
con las palmas de la mano.
Por el celeste caracol del frío
se deslizaba una galería
de briznas de otoño.
Los mayores temblaban
al ver la escasa luz,
sufrían de presagios.
Nosotros, pulgar e índice,
juntábamos sus alas.
Las muñecas y los maullidos
nos teñían un poco de espanto.
De la ceniza de la tierra
surgían en sobresalto
ellas,
las muy urracas.
donde la sombra era cada vez más
luna menguante
y la noche sitiaba su propio espejismo.
Ese lugar no era
lo que se dice un vergel
y sin embargo mi abuela y mi madre
--cuando madre y niña--
alcanzaron los racimos maduros
de tanto tiempo que esperaron
bajo el portal.
Ante mí, en cambio,
un día se abrió el suelo de la casa:
allí brotaron,
uno por uno,
los males que no alcancé a nombrar a tiempo,
en el pecho esa prisa maldita,
un dolor de piedra en la espalda,
un infinito miedo a lo finito
como una sombra que va siempre adelante
y una voz que cortaba, tan amarga,
lo que antes era mi alimento.
Por eso escondo ese pueblo
y oculto su paz de polvo.
Ahora, que en esta rabia recomienzo una cosecha,
vuelven a mí las sombras prolongadas del desierto
y en sueños se desgrana un racimo ácido de insomnio
y un constante porqué, como en sordina.
grabado en papel de mediodía
la madre escondió su viudez
entre los velos de sus primas hermanas;
la madre del padre
mordía el llanto bajo su cobija de hierba,
sólo el abuelo rescucitó con su traje
--corbata floja, pañuelo en mano--
para acompañar a los fieles,
los viejos huyeron a la sombra
del nogal del cementerio;
ese día, los hermanos del padre
cerraron las cortinas
al sol de California.
Y los niños, ¿en el regazo de qué ángel,
tras cuál cabecera de mármol se ocultan?
ante su vista cansada;
crispaba la nervadura ociosa
de las manos de Noé.
un río en el horizonte
asfixia a los viajeros.
La muerte comienza en esta ribera.
con mensajes en la boca.
Le dio su nombre,
las llaves y las puertas.
llovizna torrente—.
Él juró enjugar sus velados ojos
contemplando a la compañera,
celarla del becerro,
protegerla del cerdo.
cielo e infierno fraguaron
un infinito en su espejo.
—Paloma mía, gacela, rocío de presagios,
llovizna torrente—.
registró durante cuarenta días
cada rincón de su casa.
Tuvo tiempo.
el arca varó, vacía de alimentos,
sin fauna que bebiera del mar
ni parejas que devoraran la tierra
o se batieran en el aire
con espadas y vuelo.
entonces nombró a su mujer, de especie a especie:
zorra, puerca, víbora, perra...
abandono, paciencia, ¿por qué el gesto inclinado
cuando la mirada ajena
busca tus ojos?
Vuelve a dormir.
Las hormigas no ven tan alto.
maduran en racimos.
Se desperezan aleteando.
Rondan en la cúpula
y gatean por el fresco de un muro;
eufóricos, se columpian,
se suspenden del alero, se aburren,
saltan para cimbrar
a los nuevos dioses
de la luz y el sonido;
se deslizan por el tobogán
de la columna salomónica;
caen justo sobre la urna
de las monedas.
Durante las bodas se cuelan
en el vestido de la novia
y en la pila bautismal
invisibles molestan
a niños de brazos;
prefieren la campanilla
del carro de los helados
aunque los ahuyenten
sin dejarlos probar la migaja.
ya han visto las historias futuras
del luto y la risa.
cuando pierden su color
bajo la luz de mercurio
tragan fuego al final de la calle;
reptan, desafinan, desconfían
presos en bóvedas de tren subterráneo.
perfectos,
rubios desorbitados
por su pálido y bello raciocinio
nunca descenderán;
el iris celeste de sus voces
claro se conserva,
cantan limosnas
y arreglos florales,
vigilan la alfombra
y su peinado,
juzgan hasta la eternidad
desde un nicho más allá
del sí y del no.
Doran la capilla,
femeninos, masculinos,
ofician imponentes,
cifran una doctrina
y una lengua muerta de confesionario;
señalan, con diminuto índice múltiple,
carne elgida,
para la hoguera cristiana.
centro del sepulcro del lago,
corazón de las ruinas,
la iglesia resiste en medio
de un torbellino polvoso,
de indios sucios,
borrachos, moscas,
limosneros;
desplegaron la alfombra púrpura
y guardaron a Cristo
en una caja de cristal,
piadoso y elevado
lo desprendieron de su lecho.
Con tierna labor
de cirujano, tras sus lentes,
el párroco, uno a uno,
desató de su carne los clavos,
guardó metódicamente
los coágulos, el sudor y las espinas
en su cáliz de oro puro.
Las monjas costureras
cortaron un amplio sudario
y enjugaron el dolor del rostro
del príncipe
para que conciliara el sueño
eterno.
Porque ya eran muchas las manos
que tocaban pies, piernas, pecho, dedos,
uñas negras con velos
y velos de miseria.
se retira
como el roce de una tela.
Se llamaba Daniel;
a pesar de sus ojos negros
nunca soportó la luz del jardín:
entonces retornaba a la cocina oscura
elevando la vista y los brazos;
antes del desmayo
lucía un gesto sereno,
repentinamente adulto
bajo sus duros rizos,
un extraño rubor nacía sobre el yeso
y un aura surgía
de su cabeza grande.
entre amarras de algodón.
Bajo su cama se abre una gruta
de altísimos rugidos
y entre él y los vivos
se levanta una cortina
de piel de cordero.
Habrá un tiempo de bajar la voz;
ahora lo amamantan libaciones
que alejen temblor
y luz excesiva
y disuelvan el blanco peso
que ya no soporta
su levedad de niño.
lucha contra todo
y rezan con él
bajo el altar,
santos que sospechan
en la base de su hermosa cabeza
una piedra verde.
de los hombres dormidos.
A cada paso la sombra es un gato que crece,
avanza y muere en la banqueta
como un perro luminoso.
En el horizonte las bestias se echan pesadamente
con las últimas cadenas sobre la espalda.
recogen las sombras
que resguardan los templos.
El perro de fuego ladra
en la falda del volcán
y los hombres se atreven a salir,
pequeños y abrigados,
a sus laberintos de cemento.
la bufanda les encubre
el cuello inexistente
y sus guantes oscilan
en medio de un coro de enanos.
Blandos de origen, decembrinos,
pueriles y de un país viejo al nacer
—el País de las Nieves—,
no conocen más guerra
que los enjambres de barrio,
o la grisura de una noche doméstica.
al desconocido ofrecen su cara feliz,
como un saludo de tarjeta postal.
ensartan soliloquios
e impulsos de autómata,
fundidos en un corazón de cebo.
en un planeta de lomos vencidos?
(estado de languidez venido del agua
con el hielo por destino);
y revelan una mueca
de máscara líquida.
—divino de origen—
sedentario por amor de un clima
en tres días su piel transparente
muestra la tibia corripción del alimento.
reste una nada de hierba, un ala seca,
una piedra en el zapato
y el extraño sabor de la saliva,
que también ocupa un limbo
entre el azúcar y la sal
e invade todo lo que toca.
de imprimir en el mes de septeimbre
de 1991 en los talleres de Impresión
y diseño. La edición consta de mil ejemplares
y estuvo al cuidado de Juan Domingo Argüelles.
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