LA LLAVE DE LA FELICIDAD


Dios había comenzado a sentirse muy solo. Entonces, para mitigar esa cósmica soledad, creó a unos seres para que le hicieran compañía. Pero estos seres enseguida encontraron la llave de la feliciodad y se fundieron con Dios, volviéndo éste a estar solo. '"Esto no puede seguir así", se dijo el Divino. Decidió entonces crear al hombre, pero para que no volviera a ocurrir lo mismo que con los otros seres, era necesario ocultar en un lugar seguro la llave de la felicidad. ¿Dónde podía guardarla para que el ser humano no la descubriera?. Estuvo reflexionando sobre ello mucho tiempo. Pensó en el fondo de los mares, pero se dio cuenta que el hombre algún día viajaría hasta allí y la hallaría. Tal vez, dedujo, podría guardarse en una cueva perdida en el Himalaya, pero tampoco le pareció buena idea, porque antes o después el hombre escalaría todas las cumbres y encontraría la gruta y subsiguientemente la llave. Cabía otra posibilidad: esconderla en otra galaxia, pero llegaría el día, se dijo, en que el hombre exploraría todo el universo, descubriría los agujeros negros y llegaría a las otras galaxias. ¿Qué hacer, pues? Dios siguió reflexionando. Tenía que haber algún sitio donde ocultar la llave de la felicidad y que el hombre no pudiera encontrarla y así no se fundiera con El y se quedase de nuevo solo. ¡Eureka! De repente a Dios se le ocurrió el lugar en que no buscaría la llave de la felicidad. Creó al hombre y colocó la llave dentro de él.

El ser humano juega al escondite consigo mismo y no se decide a investigar en su naturaleza interior. Busca la felicidad en el exterior, donde todo es contingente, muda y no permanece estable. En la vida cotidiana se alternan lo agradable y lo desagradable, el placer y el dolor, pero no puede encontrarse felicidad permanente en lo que es transitorio y mudable. La felicidad como un estado más permanente solo puede encontrarse en uno mismo y representa un estado de sosiego, contento, ecuanimidad y visión esclarecida