Un (complejo) trompo a
luña.
Frentes
culturales y sistemas autopoiéticos
(incursión
reflexiva a la frontera)
(Para
el Seminario Teoría de la Frontera, UACJ, 1997)
Jorge A. González
Programa Cultura, Universidad de Colima
La expresión es sencilla y la definición inmediata, obvia. Vista desde el centro (dondequiera que éste se encuentre) la frontera es siempre el límite, el hasta aquí nomás y todos sabemos que así es. Si no fuera así, de inmediato interacciones, personas, letreros, objetos, ambientes, sonidos, olores variadísimos nos lo recordarían: el territorio fronterizo no sólo es una idea, sino una realidad producida por millones de personas que se ocupan cotidianamente de definir en los hechos qué significa vivir en la frontera.
Ciertamente, alude la expresión a una dimensión espacial. Si uno camina siempre en línea recta, llegará el momento en que se termine ese territorio (el de ese Estado) y se ingresa en otro. Algunos le llaman simplemente la línea, la raya; algo físico, pero también imaginario, que una vez traspasado, reordena la totalidad de las dimensiones de la vida: el tiempo, el espacio, los comportamientos, los deseos, los mismísimos sueños de todos tan queridos, con los fantasmas de todos tan temidos. Allende la frontera se encuentra el billete, las oportunidades, la libertad, la aventura, la esperanza disfrazada, lo otro.
Pero otra cosa es vivir, de plano, en la raya.
¿Qué tan ancha puede ser una raya para poder vivir en ella y no dejar de ser raya?
¿Y qué sucede precisamente con las mujeres y los hombres, con las sensibilidades e inteligencias que dentro de ella conviven y sobreviven?
Tenemos muchas descripciones y estudios de las dimensiones económicas, demográficas y laborales de las fronteras, pero nos faltan estudios sobre algo que es decididamente crucial: el mundo de las representaciones, el universo de los sentidos de la vida y del mundo, de las cosas, el territorio (fronterizo) multidimensional del nosotros y de los otros. De las identidades, pues.
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Así que, si algo no es puro y simple, eso es precisamente una frontera. Sí, es (más o menos) una línea, todos sabemos donde empieza y donde termina la raya geográfica, pero eso que llamamos la dimensión cultural, sin duda que sobrepasa los mismos límites de los límites, pero no por eso deja de ser a todo título fronteriza.
Por ello conviene tener una idea más compleja de la frontera. El lenguaje de las matemáticas aquí entre nos me parece una potente herramienta para representarnos las estructuras, nos permite pensar de manera menos aplanada, menos chata, menos basta esa famosa línea. Hagamos una rapidísima incursión en ese territorio.
Si esa nítida raya (es decir, una clara sucesión de puntos) la comenzamos a doblar progresivamente en su trayectoria, va a llegar un momento en que la utilidad de describir una línea mediante una ecuación de primer grado x1 ya no será suficiente para describir su tortuosidad, y entonces los exponentes tienen que ajustarse para expresar la complejidad de la nueva ¿línea?. Ese ajuste implica soluciones que, si nos ponemos conservadores, comienzan a parecernos sorprendentes cuando no imposibles o impensables, por ejemplo: x1.83 (equis a la ¡uno punto ochenta y tres!). Si la dimensión uno (1) designa una línea y la dos (2) designa una superficie, una dimensión del tipo 1.83, ha dejado de ser una simple línea, pero todavía no llega a ser del todo una superficie. Es una línea compleja.
La misma operación podemos efectuar con otras dimensiones comúnmente conocidas, a saber, la superficie (equis al cuadrado, x2) y el volumen (equis al cubo, x3). Si tenemos una superficie y la doblamos hasta hacerla intrincadamente ondulada de tal manera que sólo pueda ser descrita con potencias del orden, por decir, (dos punto setenta y seis) 2.76, tenemos una superficie tan encanijadamente compuesta que cada vez se asemeja más (extrañamente) a un volumen: una compleja superficie.
Al fraccionar el número del exponente de la expresión comenzamos a entrar en el terreno de los fractales. No pretendo desviar la atención a tecnicismos estériles o de sosa erudición, pero sí creo imprescindible abrirnos a la posible aventura de un pensamiento en el que la realidad ella siempre tan real deje (por un ratito) de ser percibida unidimensionalmente, o cuando menos, nos permita abrir otras opciones posibles (si no se quiere abandonar la confortable sensación de seguridad del lenguaje de la simplicidad y de las certezas evidentes) para comprender de mejor manera la frontera.
Con realidades de este calibre, el lenguaje y el pensamiento matemático tuvo que modificarse para dar paso precisamente a la comprensión de los sistemas complejos.
Estos ejemplos solo tratan de señalar el terreno en el que podríamos replantear una realidad tan compleja, como solo la de una simple frontera entre cuando menos dos mundos puede serlo.
Un pensamiento y un lenguaje mutilantes, generan acciones igualmente truncantes en la realidad.
Toda la vida social (y la vida de la frontera misma) esta urgida de salir de los estereotipos y los clichés.
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El texto de la invitación a esta charla, convocaba (con la sustracción involuntaria(?) de una i ) a una conferencia sobre sistemas auto-poéticos. El mismo título sonaba interesante y quizás más de uno se habrá sentido defraudado. Tanto por si vino a escuchar sobre un nuevo tipo de creación poética, como si conocía la literatura sobre sistemas auto-organizados y echaba de menos la i faltante.
Sin embargo, el tema nos lleva en dirección a los sistemas complejos, los sistemas autopoiéticos, que se generan a sí mismos y en los que la clave de su permanencia, reside en su infinita capacidad de cambio, justo como el libro de arena de Borges que se auto-producía infinitamente, en una espiral mareante e incomprensible para los ojos de la simplicidad, pero al mismo tiempo fascinante desde el punto de vista (dislocado y auto-referencial) de la estética y la poética (sin I del triptongo aquel).
Este tipo de sistemas nos permiten pensar, a diferencia de los sistemas clásicos, orientados a la perspectiva del orden y el equilibrio constante, en situaciones no lineales, multidimensionales, multitemporales, multicompuestas en las que lo normal es un desorden que tiende a nuevos e inéditos niveles de organización. Difícilmente podríamos encontrar una situación más adecuada para ejemplificar este tipo de sistemas que la frontera, llena de procesos irreversibles, estructuras disipativas, caos y auto-organización.
Los sistemas autopoiéticos, tienen varias características:
a) Son autónomos en cuanto a su organización respecto al entorno, su regulación tiene sus propias normas.
b) Son emergentes: la operación y transformación de sus elementos depende claramente de su organización.
c) Están cerrados operacionalmente: su operación es cerrada, precisamente para hacer posible a partir de su clausura, su vastísima apertura al entorno
d) Construyen sus propias estructuras, sus propias urdimbres de relaciones y redes de esas mismas redes y así diciendo.
e) Se reproducen autopoiéticamente, es decir, generan las condiciones de su propia generación. Son por eso mismo siempre sistemas auto-referenciales de segundo orden.
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Para los fines del análisis cultural, desde 1982 he intentado la construcción y puesta a prueba de una perspectiva dinámica que me mitiera pensar de manera más compleja la construcción social de los consensos y las identidades. A este intento le llamo Frentes Culturales. Esta categoría sirve como herramienta metodológica y teórica para ayudarnos a pensar y a investigar empíricamente los modos históricos, estructurales y cotidianos en los que se construye una urdimbre de relaciones de hegemonía en una sociedad determinada. El término deliberadamente polisémico de frentes se utiliza con un doble sentido.
Como zonas fronterizas (fronteras porosas y móviles) entre culturas de clases y grupos socialmente diferentes; y como frentes de batallas, arenas de luchas culturales entre contendientes con recursos y contingentes desnivelados.
En cuanto a su especificidad, los frentes nos describen haces de relaciones sociales no necesariamente especializadas en las que desde el punto de vista de la construcción cotidiana de los sentidos de la vida y del mundo, se elaboran las formas de lo evidente, lo necesario, los valores y las identidades plurales. Justo lo que nos puede unir, en un espacio y tiempo sociales determinados, a todos.
a) En tanto que zonas fronterizas, la perspectiva de los Frentes Culturales normalmente nos deja observar complejos entrecruzamientos de formas simbólicas y prácticas sociales que por efecto de múltiples operaciones (económicas, políticas y especialmente culturales) se han convertido con el tiempo en obvias, comunes y compartibles entre agentes socialmente muy distintos. Se trata de poner el acento contrario a las interpretaciones de la cultura como creación exclusiva de distinciones. No se puede estudiar los frágiles o sólidos consensos y las identidades situacionales sólo a partir de las diferencias. Para que se pueda dar una relación social de articulación compleja del consenso y la autoridad, se tiene necesariamente que fundar sobre al menos algunos elementos comunes. pero estos elementos comunes, elementalmente humanos, transclasistas, no son esencias, sino creaciones de equilibrio precario e inestable, mutante e irreversible.
Las historias de la subordinación y dominación del pensamiento mágico en Inglaterra del siglo XV, de la alfabetización de Europa y la de la colonización del imaginario del nuevo mundo, nos dan ejemplos estimulantes sobre la emergencia de estos procesos como luchas estratégicas y a veces encarnizadas (y no sólo simbólicas) por el establecimiento de una dirección intelectual y moral de la sociedad conseguida (de manera siempre precaria y provisional) por un bloque de agentes sociales más o menos sólidamente aliados.
Esos procesos de destrucción de ciertas formas preexistentes o emergentes se vieron intrincadamente entrelazados con la delimitación simbólica de zonas francas en las que diversas formas simbólicas comunables (es decir, estructurables como comunes) tuvieron que amalgamarse a base de un trabajo específicamente cultural, sígnico, cognitivo y por supuesto, colectivo.
b) Pero también ese establecimiento de diferentes frentes, marca los móviles bordes de arenas de lucha, por donde la categoría de los Frentes Culturales nos empuja a tratar de hacer observables las múltiples escaramuzas y combates propiamente simbólicos que se han tenido que librar (y se libran) entre contingentes desiguales en cuanto a poder y a recursos específicos que los vuelven o no capaces de componer y recomponer los sentidos compartidos de lo necesario para vivir, de lo que vale en la vida y del quiénes somos en este canijo mundo. Ahí donde encontramos zonas fronterizas llenas de significantes compartidos entre agentes sociales diferenciados, subyace un proceso histórico de múltiples luchas simbólicas, que al hacerse observables mediante una estrategia metodológica compleja, nos indican de qué está hecha y cómo ha sido negociada (ciertamente en desiguales circunstancias) la relación social que llamamos hegemonía.
El estudio de la frontera desde la perspectiva de los Frentes Culturales nos obliga a una polifonía metodológica que debe darnos:
a) descripciones etnográficas densas del estado actual de esas zonas de entrecruzamiento e interpenetración (a todo título fractales) así como de los agentes sociales involucrados y presentes en momentos, territorios y movimientos sincopados en ellas.
b) reconstrucciones historiográficas de las diversas trayectorias que han desembocado en este fenómeno, en las que ocupan un destacado lugar las resistencias, las rendiciones, las negociaciones y las escaramuzas culturales de los contendientes.
c) descripciones semióticas ricas en la particularidad sígnica, lingüística, cognitiva, de las estructuras simbólicas de dichos procesos.
d) Una interpretación hermenéutica de los procesos de cambio, transmisión y reconstitución de los propios contendientes y del conjunto de las distintas miradas metodológicas al objeto complejo que tratamos de estructurar como un Frente Cultural.
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Las fronteras, como espacios sociales altamente complejos y cruzados por múltiples vectores, nos dan un pretexto sin par para poder entender como se construye el sentido de lo propio y lo ajeno; del nosotros y de los otros. Estos sentidos que se traman en la vida cotidiana y en la vida pública de maneras diferenciales, e implican a su vez definiciones discursivas, visuales, ambientales, conductuales, igualmente diversas que tienen una trayectoria accidentada y marcada por diferentes luchas simbólicas entre agentes (individuales o colectivos) que desde posiciones diferentes compiten por la definición de las identidades, de los valores y de las necesidades, único territorio simbólico donde se puede unir lo diverso, soldar precariamente lo disjunto.
Las industrias culturales de la música, del cine, de la televisión, de los comics, operan como un vector de fuerzas que orientan las definiciones plausibles de la frontera y lo fronterizo hacia ciertos derroteros de significados, generalmente cargados de interpretaciones de primer orden, de evidencias, de puesta en común de lo que para todos debe resultar obvio (los del otro lado son más sucios; las del otro lado son más abordables), lo natural (es que así somos por acá), lo atemporal (...y siempre hemos sido así...).
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El tiempo histórico, el gran tiempo de los igualmente grandes procesos y cambios de la frontera está marcado por al menos un carácter de dos naciones, es decir, de dos comunidades imaginadas y trenzadas en permanente y mutante ebullición. Su deriva cronológica y su compás se mueven de un modo complejo que no respeta líneas nítidas y demarcaciones geográficas eternas. De repente la frontera está entre Comala y Pomona, luego en Juárez, un momento después se corre a Los Ángeles, en un parpadeo infinitesimal oscila hasta Cotija para estirarse a Chicago esquina con Tijuana, puerto de embarque para Oaxacalifornia. Las actuales geografias mentales e imaginarias se le derraman al simplista más pintado, el gran tiempo les abolló las certezas y les cambio, de pasadita, la vida misma.
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Si ponemos a dialogar juntos al tiempo de las grandes transformaciones (por ejemplo, el Programa Bracero durante la crisis de mano de obra de la economía Norteamericana por efecto de la Segunda Guerra Mundial) con el tiempo denso y ralentado de la vida familiar de los mexicanos de ciertas zonas del país y su envolvente circularidad, tenemos que millones de familias se vieron completamente re-estructuradas por este acoplamiento entre dos tipos de estructuras y dinámicas de cambio: la situación laboral y económica global con ciclos de vida pueblerina y familiar, que a su vez pauta el tiempo de las generaciones.
Así nomás, de repente, toda una generación de varones mexicanos decidió emigrar con facilidades hacia mejores y norteños horizontes. Las constelaciones, las fascinantes nebulosas de transformaciones que se produjeron en el lenguaje, en el vestido, en las prácticas de elección y gusto, en las opciones matrimoniales, en la forma misma de sentir de esa generación nómada, nos señalan insistentemente hacia encabalgamientos encontrados de cambios sociales (económicos, políticos, simbólicos) no sólo externos y aparentes, sino por supuesto cognitivos y profundos en todas direcciones.
Ese flujo complejísimo, solamente con su paso por la línea, alteró el acomodo de las relaciones y las representaciones de aquellos que ya tiempo atrás habían nacido o emigrado hacia la orilla de un México que si bien, por una parte se encogía, por su lado de arriba, se expandía con la volatilidad de los gases.
La frontera, como lugar para vivir y como pretexto para pensar, nos impone un reto monumental. No podemos entenderla cabalmente sin las herramientas de un pensamiento verdaderamente complejo.
Al reconstruir La Historia (con mayúsculas) de nuestras fronteras y las historias (con minúsculas) de los fronterizos y fronterizas que las han parido y poblado, de los billones de huellas de ida y vuelta que han dejado y dejan en el tiempo y el espacio social, podemos constatar (de plano sin mucho esfuerzo) la común y enorme impericia que gobiernos federales y locales, partidos políticos y asociaciones, instituciones culturales y de ocio han mostrado frente al fenómeno.
Sólo los habitantes de las fronteras (físicas, culturales, étnicas, sexuales, cognitivas) saben lo que significa y lo que se siente ser objetos de políticas y estrategias mutilantes (a uno y a otro lado de la frontera) que obedecen a representaciones igualmente mutilantes y enceguecidas (pero tercas, al fin) de una realidad contundente y reborujada por donde se vea. Por el sentido de la frontera, no sólo se ha luchado en desiguales condiciones, con desiguales fuerzas y con desbalanceados contingentes, sino que se continúa luchando en múltiples frentes de manera irreversible.
La reflexividad de la mirada que mira la mirada es una vía para robustecer la esperanza, para nutrir la factibilidad de un futuro menos miserable para millones.
Mundos posibles que necesitamos (fronterizos y no fronterizos: ¿quién no está en estos tiempos viviendo en algún tipo de frontera?) construírnoslos más anchos, más incluyentes y menos mutilantes.
La cadena sinfín de los errores, de las exclusiones, del racismo, de los complejos, de los estereotipos baratos y cómodos, sólo puede ser rota en la acción colectiva y con la organización incluyente y horizontal que persiguen en su carrera un sueño, un proyecto, un sentido otro del sentido de la frontera.
Un sentido que asuma que la nitidez de lo mexicano separado de lo gringo hace rato que se comenzó a diluir y a dejarse interpenetrar en una línea divisoria que la historia y los agentes sociales han hecho tan, pero tan tortuosa y su superficie tan porosa, que sólo por comodidad le llamamos frontera.
Pero la comodidad mutilante, simplificadora e irreflexiva, así nomás, en complejos territorios sociales y simbólicos de trabajo forzoso y forzado justo como le decían a Pedro Páramo a su llegada a Comala, al respecto de la ilusión que lo llevó hasta allá para buscar a su padre cuesta caro.
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