La mentira y sus tipos
Hay
toda multiplicidad de formas y palabras en las que podemos concretar falsedades
o engaños: hipocresías, adulonerías, doble moral,
infidelidad, calumnias, embustes, chismes, exageraciones, hurtos, plagios,
fraudes, estafas, propaganda y mitos.
La
hipocresía
es la falsedad en los dichos o acciones en aquellos que aparentan y
así temen mostrarse como son o por conveniencia y acomodo no dicen
lo que piensan realmente, es la mentira más usual entre conocidos
mas no entre verdaderos amigos; una variante de este tipo de mentira es
la alabanza exagerada que busca del elogiado alguna prebenda alimentando
su vanidad. La mentira también puede ser un instrumento para ocultar
la infidelidad y la traición a la pareja o hacia una
amistad. Por supuesto, hay mucha gente que gusta hablar mal de su prójimo
(chisme, difamación) tanto que hasta tergiversan o
le inventan malas situaciones (calumnia). Y a la vez, por educación
o delicadeza evitamos herir susceptibilidades no diciendo lo que pensamos,
no ofendiendo con la verdad, no siendo sinceros.
Por
otro lado, hay gente malévola que por querer apropiarse de lo ajeno
o dañar a su prójimo mienten no sólo de palabra sino
que hasta crean documentos espurios (falsificaciones) y compran
falsos testigos. Por supuesto que también existen aquellos que viven
aprovechándose de los demás (estafadores), vendiéndoles
propiedades que no tienen, firmando textos que ellos no han escrito, apropiándose
de creaciones o inventos que ellos no han ideado (plagiadores).
Y claro hay toda suerte de mentiras en relación a la naturaleza
y la sociedad que se toman como ciertas.
¿Por qué
mentimos?
Por
debilidad
miente el acomplejado y el prejuicioso a sus amigos y conocidos haciéndose
pasar por lo que no es o simplemente por el placer de hacerlo; el esposo
o la esposa al no tener el valor de dejar a su pareja y su familia por
su amante; la persona hipócrita quien se jacta de ser justa y no
reconoce sus errores; un chismoso cobarde quien no es capaz de hablar mal
delante de quienes difama; el ladrón para cometer sus fechorías;
el hijo para no ser reprendido; el mitómano por su compulsión
y enfermedad, etc. Por
poder
miente el mal político, el estafador, el falso mendigo, el pseudoamigo,
el manipulador para obtener algún cargo, algún dinero, alguna
ventaja económica o sentimental o simple reconocimiento público. Hay
quienes pueden pretender presentarse como lo que no son criticando mucho
a los inmorales pero siendo inmorales a su vez en la oscuridad; otros pueden
burlarse de mucha gente, estafarlos y timarlos con negocios turbios o manipulando
su necesidad de absolutos. Luego
los que mienten aparentemente tienen cierta ventaja ante los demás
que confían en ellos, en sus palabras y acciones... hasta que finalmente
son descubiertos y desenmascarados para su humillación y vergüenza
(pero eso no les importa a quienes no las tienen). Pero la verdad es que
los que mienten mucho no son dignos de confianza. No podrían ser
considerados buenos amigos, esposos, trabajadores, clientes, vendedores,
políticos o simples seres humanos. Reiteramos
entonces que la mentira diaria, rutinaria o consecutiva es practicada
por la debilidad --constante o temporal-- de la gente, tanto económica,
moral como psicológicamente, pornecesidad,
interés, cobardía o enfermedad --éste es el caso es
del mitómano, el gran mentiroso o el mentiroso patológico
quien pudo empezar su enfermedad, vicio o mala costumbre en la infancia
imitando u obedeciendo a sus padres o familiares mentirosos--. Entonces,
se aprende a decir mentiras, por supuesto, normalmente siendo infante:
alguien mayor pudo haber sido su iniciador o maestro. O el pequeño
mentiroso puede notar inteligentemente que tiene cierto poder ante sus
“víctimas”, que puede manipularlas e influenciar sobre sus conductas.
Tal mentiroso o engañador en ciernes puede reforzar más sus
falsedades si su entorno favorece ello, por ejemplo, si el niño
pertenece a una familia que vive del timo, fraude y estafa o que simplemente
tiene muchas deudas y que carece de recursos para pagar a sus acreedores,
los padres, al ser buscados, le mandarán decir que “no están”,
“todavía no llegan”, “se acaban de ir”, etc. Pero
sabemos que la conducta humana es compleja y así hay gente buena
que puede cometer barbaridades en un momento dado y gente considerada como
malvada que puede cambiar. De ese modo también las personas honradas
pueden, por diversas circunstancias, volverse deshonestas en ciertas situaciones
o para el resto de su vida. Con
todo, en la realidad humana del diario vivir por muy fuerte que se sea
tarde o temprano alguien puede estar a merced de circunstancias fuera de
su control, puede mostrarse “débil” ante ellas. Por ejemplo, ¿nosotros
mismos no mentiríamos acaso a un criminal --o incluso le mataríamos--
con tal de que no asesine a alguien (por ejemplo, a nosotros mismos o a
un ser indefenso como un o una bebé o una persona muy anciana)?,
¿no mentiríamos por piedad a un moribundo quien piensa que
se va a salvar de la muerte o que le tiene terror a ésta?, ¿o
el cónyuge infiel ante el lecho de muerte de su pareja que lo adora
acaso sería tan cruel de despedirla confesándole sus diversas
deslealtades?, ¿o la madre abandonada y traicionada por su marido
hablaría mal de éste a sus hijitos?, ¿no sería
preferible que la prostituta no hable nunca de su oficio a sus niños?
(Claro, lo mejor sería que no lo practique y se busque un trabajo
más respetable o en todo caso un hombre que la cuide y ame).
¿Debemos decir
siempre la verdad?: Mentiras circunstanciales
Algunos
aducirían que habría que mentir sólo cuando sea necesario.
La presión y la crítica sociales son muy fuertes normalmente
para los individuos. Por ejemplo, si llegamos tarde a un compromiso por
habernos peleado con nuestra pareja o por haber hecho el amor luego del
desayuno sería vergonzoso manifestar esos hechos como excusa a terceros
--salvo que haya cierta confianza--. Claroo está que el que quiere
decir la verdad, el que ama hacerlo, el que respeta lo veraz --pues es
un valor moral adquirido normalmente en la niñez y revalorado en
la adolescencia, juventud o adultez-- rechazará la falsedad y por
eso tratará de cumplir sus compromisos a tiempo para así
no verse forzado a mentir. O mejor dicho, si respetamos la verdad también
respetaremos el cumplimiento de nuestros compromisos. Entonces,
¿no pocas veces no mentimos para salir del paso, para no dar veraces
pero engorrosas explicaciones y así perder tiempo, y por supuesto,
para evitar dañar a terceros? Si bien es ideal que la verdad debe
prevalecer y que de todas formas siempre sale a la luz tarde o temprano,
ella misma debe estar sujeta a la vida, debe protegerla y cuando no lo
hace debemos postergarla u ocultarla, al menos temporal o circunstancialmente.
Esto es, el valor fundamental es la vida (humana) y todos los demás
valores se le deben supeditar (Decir esto aunque suene bonito también
es arbitrario pues no hay nada comprobadamente absoluto que lo valide así) Y
de este modo no pocas veces la mentira y lo falso ayudan: pueden apaciguar
al criminal, calmar al desesperado, consolar al afligido, dar esperanza
al condenado a muerte o al agonizante, alentar al acomplejado, proteger
al desamparado, etc. Entonces también hay la mentira circunstancial
e
incluso diplomática las cuales nos vemos precisados a usar
para escapar de esas situaciones engorrosas y delicadas, para evitar problemas
innecesarios con la gente con quienes frecuentamos y nos encontramos sea
tranquila, conflictiva e incluso peligrosa.
La necesidad de vivir
engañados
Y
la urgente necesidad de resolver dificultades económicas o la incapacidad
de superar problemas psicológicos y de salud puede empujar a muchos
a aceptar cualquier creencia que se les presente por más irracional
y extraña que sea. Así se puede vivir simultáneamente
en un mundo injusto, duro y miserable y a la vez soñar con uno paradisíaco
y celestial donde el verdadero ser está en el más allá
supramaterial, incorporal e inmaterial. De ahí a la alienación
mental sólo hay un paso. Pero
también las circunstancias existenciales que rodean nuestras vidas
pueden hacernos recurrir fácilmente a los mitos aprendidos en nuestra
niñez y no sólo cuando estamos desesperados sino también
para usarlos para entender el mundo, el bien y el mal que ahí encontramos.
Protegiéndonos
de las mentiras y los (auto)engaños
En
primer lugar si no queremos practicar tales acciones ni ser sus esclavos
debemos aprender a confiar en nosotros mismos, a ser fuertes psicológica
y materialmente, independientes y autosuficientes hasta donde sea posible.
Debemos cultivar la sinceridad así como el coraje para el vivir
para enfrentarnos a las dificultades diarias. En
segundo lugar si no queremos que otros las practiquen en nosotros debemos
estar constantemente alertas, no ser ingenuos ni confiar de buenas a primeras
en todo lo que se nos dice ni en las apariencias. Además es algo
indispensable el conocimiento de nuestras propias debilidades y fortalezas,
así como gustos y desagrados, de esa manera estaremos listos a no
creer lo que nuestro corazón ansía tanto creer no importándole
que sea incluso algo ilusorio y hasta inexistente.
Bibliografía utilizada
*Manuel
Abraham Paz y Miño, es licenciado en filosofía por la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos así como escritor y activista racionalista
para el mundo de habla hispana. Enseña periódicamente en
diversas universidades públicas y privadas del Perú. Actualmente
sigue estudios de Maestría en Educación en la Universidad
La Cantuta de Lima. Es autor de seis libros: el primero intitulado ¿No
existe Dios? (1995) y el último, sobre el curso de religión
en la educación pública peruana (se publicará en el
2006). Dirige
Ediciones de Filosofía Aplicada y el Centro de Investigaciones de
lo Paranormal en el Perú, y es miembro de la Asociación Peruana
de Bioética, el Movimiento Peruano Humanista Arreligioso y la Asociación
Peruana Etico-Racionalista. Correo-e:
mapymc@yahoo.com.