.Escritos
Autores inspirados en busca de ilusiones, palabras irreales que tal vez nunca existieron...Muchos y multiformes son los oscuros horrores de la tierra, que han manifestado sus caminos desde su albor. Duermen debajo de la piedra no levantada; se elevan con el árbol desde su raíz; se mueven en el fondo del mar y en lugares subterráneos; moran en los más recónditos santuarios: surgen a veces del sepulcro cerrado de majestuoso bronce y otras de la tumba más humilde cubierta de arcilla. Hay algunos conocidos desde hace largo tiempo por el hombre, y otros todavía desconocidos pero que se acercan a los días terribles de la revelación. Los más espantosos y aborrecibles son los que se han revelado en tiempos pasados y manifestado su verdadera presencia, hay uno que no puede ser nombrado claramente por su extremada vileza. Es aquel engendro que el morador oculto de los panteones ha puesto a los mortales...
Clark Ashton Smith
[Por Abdul Alhazred]
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Dicen que seres viles de los Viejos Tiempos
asechan todavía en rincones olvidados,
y ciertas noches, todavía, se abren puertas
de las que salen formas del Infierno...
Robert E. Howard
[Por Justin Geoffrey]
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Los Székely tenemos derecho a ser orgullosos, puesto que en nuestras venas fluye sangre de muchas razas valientes que lucharon como leones por el mando. Aquí, en este torbellino de razas europeas, la tribu de los urgos descendió de Islandia con el espíritu combativo de Thor y Odín les concedieron y que sus guerreros berserker exhibieron con tanto celo por las costas de Europa; sí, y también Asia y África, hasta que los pueblos pensaron que se habían convertido en alimañas por algún encantamiento. Aquí también, cuando vinieron, combatieron contra los hunos, cuya furia guerrera había barrido la tierra como un incendio, hasta que los pueblos moribundos creyeron que en sus venas corría la sangre de aquellas antiguas brujas que, expulsadas de Escitia, se habían aparedado con los diablos del desierto. Idiotas, ¡idiotas! ¿Qué diablo o bruja fue tan grande como Atila, cuya sangre corre por estas venas? ¿Acaso es un milagro que fuésemos una raza conquistadora, que fuéramos orgullosos; que, cuando los magiares, lombardos y ávaros búlgaros y turcos arrojasen a miles de los suyos contra nuestras fronteras, fueran repelidos? ¿Es extraño que, cuando Arpad y sus legiones ocuparon el país húngaro, nos encontrase aquí al llegar a la frontera? Y cuando la marea húngara viró hacia el este, los Székely fuimos aclamados como parientes por los victoriosos magiares y durante siglos nos confiaron la vigilancia de la frontera con Turquía ; sí, y aún más, nos nombraron guardianes eternos de la frontera , porque, como dicen los turcos, «el agua duerme, más el enemigo es insomne». ¿Quiénes, más gustosamente que nosotros entre las Cuatro Naciones, recibieron la «espada sangrienta», o acudieron más deprisa junto al estandarte del rey cuando llamó a la guerra? ¿Cuándo fue reminda aquella gran vergüenza para mi nación, la vergüenza de Cassova, el día en que las banderas de los válacos y los magiares cayeron bajo la Media Luna? ¿Quién fue, sino uno de mi propia raza, el que como vaivoda cruzó el Danubio y batió a los turcos en su propio territorio? ¡Fue un Drácula, en efecto! ¡Grande fue el infortunio, cuando su inepto hermano, una vez que él hubo caído, vandió su pueblo a los turcos y trajo sobre ellos la vergüenza del cautiverio! Y una vez más, cuando, tras la batalla de Mohacs, nos sacudimos el yugo húngaro, los de la sangre de Drácula estaban entre sus líderes, pues nuestro espíritu no podía soportar que no fuéramos libres. ¡Ah, joven señor! Los Székely — y los Drácula como la sangre de sus corazones, sus sesos y sus espadas — pueden vanagloriarse de una historia que familias de gloria rápida como los Habsburgo o los Romanoff jamás podrán igualar. Los días de guerra han terminado. La sangre es demasiado preciosa en este época de paz deshonrosa; y el esplendor de las grandes razas es como un cuento.
Conde Drácula
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He estudiado una y otra vez, desde que llegaron a mis manos, todos los papeles relativos a este monstruo; y, cuanto más los he examinado, más necesario se me antoja destruirlo por completo. Por todas partes hay indicios de su avance; no sólo de su poder, sino de su conocimiento de éste. Por lo que he averiguado, gracias a las investigaciones de mi amigo Arminius Budapest, fue en vida un hombre ciertamente asombroso. Soldado, estadista alquimista, tenía un cerebro poderoso, una cultura más allá de toda comparación y un corazón que desconocia el miedo y el remordimiento. Incluso osó asistir a la Scholomance y no hubo rama del saber de su tiempo que no abordara. Pues bien, en él los poderes mentales sobrevivieron a la muerte física; aunque parece que su memoria no estaba completa. En ciertas facultades de su mente ha sido, y es, nada más que un niño; pero está creciendo y algunas cosas que eran infantiles al principio ya han alcanzado la estatura de un hombre. Está experimentando, y lo hace bien; y, de no habernos cruzado nosotros en su camino, pudo ser — y aún podría si fracasamos — el padre o continuador de un nuevo orden de la vida, cuya senda debe conducir a la Muerte, no a la Vida.
Dr. Abraham Van Helsing
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Ayer probé un licor que ya antes se me había ofrecido.
Ahora, anhelo con pasión la ocasión
de volver a beber ese dulce néctar,
pero el cáliz se halla lejos de mí
y solo puedo lamentarme y llorar
pensando en la de veces que lo tuve a mi alcance.
Namán Gílfer
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El Loco
Me preguntaís por qué enloquecí. Fue así. Un día, mucho antes de que nacieran algunos dioses, desperté de un profundo letargo y descubrí que me habían robado todas mis máscaras - sí; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas - ; corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando: «¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!» Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, algunas personas, llenas de horror, corrieron a refugiarse
en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie em la azotea de su casa, señalándome, gritó: «¡Miren! ¡Es un loco!» Alcé la cabeza para mirarlo, y por vez primera el sol besó mi desnudo rostro y mi alma se encendió de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité: «¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!» Fue así que enloquecí. Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden nos esclavizan.
Pero no dejéis que me enorqullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón.
Gibrán Khalil
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