AQUEL RÍO DE LÍBERTAD


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27 de noviembre de 1983

En medio de encontrados sentimientos (Angel Rama había muerto en un accidente aéreo precisamente esa mañana), una multitud inconmensurable (¿300mil, 400mil, medio millón?) se fue desplazando después del mediodía hacia el Parque Batlle, convocada por los partidos políticos y las organizaciones sociales que reclamaban el retorno de los uruguayos a la democracia y de los militares a los cuarteles. La ciudad que había enterrado a sus muertos –desde Líber Arce para acá– en largas caminatas por Burgues, por Agraciada, por Las Heras, con aquel sordo, pesaroso murmullo multitudinario, llenaba ahora las calles convergentes con una alegría contagiosa. (…) Y entre tanto tres elocuentes fenómenos inorgánicos: los Cabildos Abiertos en que se convirtieron los tablados en los carnavales de entonces, con la gente cantando, palmeando y bailando los peleadores cuplés de la Falta, La Reina de la Teja, Los Diablos Verdes y Araca la Cana; las hinchadas (los atorrantes del fútbol) que levantaban en vilo al estadio al grito de "borombombón borombomobón, el que no no salta es un botón"; y los juglares del canto popular, que salían al aire libre desde los sótanos de las vinerías.

(…) Valerosas conductas colectivas como las de aquellos años, sin embargo, no se ven todos los días. Ni aquí ni en cualquier parte. Por eso lloraron ardientes lágrimas de gratitud y de alegría los exiliados, que empezaron a ver cómo se entreabrían las puertas del país (todavía llamado "el paisito"). La convocatoria del 27 de noviembre de 1983 fue obra del pueblo; en el seno del pueblo se gestó y éste encontró las vías para exigirla. Y los partidos –todos los partidos– (no hace falta decir que también el movimiento sindical en pleno) estuvieron a la altura de la esperanza que se echaba a andar. Claro que el del Obelisco, hecho por uruguayos, fue un acto "a la uruguaya". (…) No es pues de extrañar que el texto de la proclama terminara sieno un zurcido pretendidamente invisible: debía unir los retazos de una opinión pública que, siendo de muy variados matices, no quería tener límites ni orillas. Y en esa ocasión se quiso ser amplísimo. Si los militares habían discriminado arbitrariamente a nuestros compatriotas, el Acto del Obelisco no discriminaría a nadie ni decretaría exclusión alguna, fuera de sus razones de ser. No obstante ese discreto voto de abstinencia, la pausada, grave, teatral voz de Candeau dijo cosas como éstas: (...) "el gobierno de facto al que la República fuera sometida hace más de diez años se halla muy agotado y agostado", se exigió "la eliminación inmediata y definitiva de todas las proscripciones que aún penden sobre ciudadanos y partidos". Tras una pausa sabedora de lo que seguía, Candeau exclamó: "La victoria está próxima" (en efecto debió detener unos minutos su alocución porque la muchedumbre no cesaba de corear "Se va a acabar, se va a acabar / la dictadura militar", ese estribillo tantas veces dicho en el pasado, con más tesón que esperanza…).

"La victoria está próxima", repitió (y ahora acompaña al orador un hondo silencio): "Victoria que nos dará una vez más una justicia única e inependiente, cuyos magistrados no jurarán respeto sino a la Constitución de la República; una prensa libre a la que ningún Torquemada podrá clausurar por decir su verdad; una enseñanza prestigiosa y una gran Universidad autónoma; un funcionario publico inamovible y no más sometido al vejamen de su clasificación en categorías A, B, y C: unmovimiento sindical que actuará con entera libertad en defensa de sus legítimas aspiraciones de progreso y mejoramiento social; unas cárceles que sólo albergarán delincuentes y no dignos ciudadanos víctimas de su integridad moral y de su altivez cívica; unas Fuerzas Armadas, en fin (paren, paren, silencio por favor), unas Fuerzas Armadas dignificadas por el fiel cumplimiento de su cometido histórico de defender la soberanía, la Constitución y la integridad del territorio nacional, reintegradas a sus cuarteles (ovación interminable) y olvidadas de misiones tutelares que nunca nadie les pidió y que el gran pueblo uruguayo jamás necesitó".

Un clamor se elevaba con cada final de párrafo, como cuando Martin Luther King, Washington, 1962 salmodió el "Tengo un sueño" ("I have a dream") y le contestaba el coro de la multitud asintiendo, como en un negro spiritual. Finalmente la proclama exhortó: "Compatriotas: proclamemos bien alto y todos juntos, para que nuestro grito rasgue el firmamento y resuene de un confín al otro del terruño, de modo que ningún sordo de ésos que no quieren oír diga que no lo escuchó: ¡Viva la Patria!, ¡Viva la Libertad!, ¡Viva la República!, ¡Viva la Democracia!".

 

Hugo Alfaro, a los diez años del Acto del Obelisco (en Brecha de noviembre de 1993).

 
 

ELECCIONES CON PROSCRIPTOS PARA RETORNAR A LA DEMOCRACIA

Uruguay regresó a la senda democrática tras 11 años de larga espera el 25 de noviembre de 1984, fecha en que los ciudadanos concurrieron a las urnas para elegir el primer Presidente desde noviembre de 1971. De todas maneras todavía subsistieron medidas del período de facto que impidieron que dos candidatos naturales se encontraran entre los postulantes al cargo: uno fue Wilson Ferreira Aldunate en el Partido Nacional, y el otro fue el General (R) Líber Seregni en el Frente Amplio.

La fórmula colorada Julio María Sanguinetti--Enrique Tarigo fue la que resultó triunfadora en esos comicios. En el Partido Nacional se presentó la fórmula Alberto Zumarán--Gonzalo Aguirre y en el Frente Amplio, la fórmula que se presentó fue Juan José Crottogini-- Hugo Villar.

El General Líber Seregni había sido detenido en 1973 por manifestarse en contra del golpe de Estado. Once años después, el lunes 19 de marzo de 1984, una alegría incontenible se apoderó de los frenteamplistas. La noticia tan esperada por todos desde hacía varios días había llegado por fin: el Gral Seregni estaba libre. Frente a su apartamento, la multitud se agolpó para verlo, saludarlo y escucharlo. Un periodista resumió así el hecho: "Nunca nadie pasó en tan breves minutos, de tanta soledad a tanta compañía". Por horas nadie quiso moverse del lugar. Fue necesario, que el propio Seregni lo pidiera reiteradamente. Aun así, era ya cerca de la media noche cuando los últimos grupos fueron alejándose como a desgano, cada cual hacia su hogar.

El 16 de junio de 1984, estuvo señalado por el regreso del líder del Partido Nacional, Wilson Ferreira Aldunate, quien luego del golpe de Estado debió abandonar el país y exiliarse en Buenos Aires junto a otros importantes políticos. El gobierno militar, había anunciado detenerlo no bien pisara territorio uruguayo, y para esto montó un gigantesco operativo militar, desproporcionado, lindando con lo absurdo. Fue detenido y conducido en helicóptero hasta el Cuartel de Trinidad donde se mantuvo encarcelado hasta poco después de las elecciones de ese mismo año. Pese a las medidas militares de seguridad, miles de personas --no sólo del Partido Nacional-- saludaron con fervor y emocionados en la calle el regreso del líder exiliado y reclamaron el de todos los demás.