ANANDA COOMARASWAMY:
DOS CAMINOS HACIA LA MISMA CUMBRE (*)
No hay religión natural... lo mismo que todos los hombres son
iguales (aunque infinitamente diversos), así todas las religiones son
similares, tienen la misma fuente. - WILLIAM BLAKE.
No hay más que una salvación para toda la humanidad y es la
vida de Dios en el alma. WILLIAM LAW
La frecuencia cada vez más creciente de las relaciones
mutuas que para los objetivos de este ensayo deben adoptar los cristianos, y
los otros hombres que pertenecen a la gran mayoría no cristiana ha hecho más
urgente que en ninguna ocasión anterior la necesidad de comprender las
religiones que practican. Tal comprensión es al mismo tiempo digna de ser
estimada por si misma e indispensable para la solución pacífica de los
problemas políticos y económicos por cuya causa los pueblos del mundo están
actualmente más divididos que unidos. No podemos establecer relaciones humanas
con otros pueblos si estamos convencidos de nuestra superioridad o de nuestra
mayor sabiduría y sólo queremos convertirlos a nuestro modo de pensar. El
cristiano moderno, que considera al mundo como su parroquia, se enfrenta con la
difícil empresa de convertirse a sí mismo en ciudadano del mundo; se le invita
a participar en un simposio y en un convivium, no para presidir -para
eso hay Otro que preside ocultamente- sino para ser uno de los muchos
invitados.
No hace todavía mucho sólo a los misioneros se les exigía un
estudio de las religiones diferentes de la propia. Incluso este ensayo, por ejemplo,
se funda en una petición hecha a un amplio grupo de profesores para un curso
titulado «Cómo enseñar sobre los otros pueblos», patrocinado por el
Departamento de Enseñanza de Nueva York y por la Asociación «East and West». Se
ha propuesto también que en las escuelas y universidades de la postguerra
habría que introducir la enseñanza de los principios fundamentales de las
grandes religiones del mundo, como un modo de incrementar la comprensión
internacional y promocionar la idea de la ciudadanía del mundo.
La cuestión surge inmediatamente. ¿Quiénes habrían de
impartir perfectamente esa enseñanza? Es evidente que no puede haber
comprendido, y por tanto estar capacitado para enseñar una religión, el que es
hostil a toda religión; por tanto hay que excluir a todo humanista racionalista
y científico y en último término a los que conciben la religión en un sentido
meramente ético y no teológico. Lo ideal sería que, para las grandes religiones
los maestros fueran sus creyentes, pero, este ideal, por ahora sólo puede
llevarse a efecto en las universidades más importantes. Se ha propuesto
establecer una escuela de esta materia en Oxford.
En la situación actual, una enseñanza sobre religiones
distintas que la cristiana se da principalmente en los seminarios y en los
centros de formación de misioneros y por hombres persuadidos de que el
cristianismo es la única religión verdadera, que aprueban las misiones
extranjeras y se dedican a preparar hombres para esa empresa. En tales
condiciones el estudio comparativo de las religiones toma necesariamente un
carácter diverso del de las demás disciplinas; pero esto no se puede dejar al
margen. Es evidente que cuando nos ponemos a enseñar, nuestra intención tendría
que ser únicamente el transmitir la verdad; pero cuando se aborda una materia
para garantizar que el objeto que se expone es de valor intrínsecamente
inferior y se expone la materia no con amore, sino únicamente para
instruir al futuro enseñante sobre problemas con los cuales tendrá que
enfrentarse, se puede sospechar con fundamento que al menos una parte de la
verdad se suprimirá consciente o inconscientemente.
Si hay que abordar el estudio comparado de las religiones lo
mismo que las demás disciplinas, el profesor deberá haber reconocido que su
propia religión es una de las que van a ser «comparadas»; no puede exponer
ningún tipo de «teorías mimadas» de su propia cosecha, sino presentar sin
equívocos la verdad, en la medida en que este en su poder. De otro modo: «será
necesario reconocer que las instituciones que están basadas en las mismas
premisas, digamos sobrenaturales, deben ser consideradas en conjunto, la
nuestra con las demás», ya que «aunque exista un problema de imperialismo, o de
prejuicios raciales, o de contraste entre la cristiandad y el paganismo, nosotros
estamos preocupados con la singularidad... de nuestras propias instituciones y
de las realizaciones de nuestra propia civilización (1) Pero uno no puede menos
de preguntarse si el cristiano que está absolutamente convencido de que la suya
es la única religión verdadera puede permitir en conciencia exponer lo que es
otra religión, sabiendo que no puede hacerlo honradamente.
Así, al proponernos enseñar sobre otros pueblos, nos
enfrentamos con el problema de la tolerancia. La palabra no es una futilidad. El
tolerar es ponerse en lugar de otro, aguantar o sufrir la existencia de lo que
es o parece ser un modo de pensar distinto del nuestro y nunca es muy agradable
«ponerse en lugar» de nuestros vecinos y demás huéspedes y sentir que las
creencias y las instituciones más arraigadas de uno están siendo pacientemente
«soportadas». Con todo si el mundo occidental es hoy más tolerante de lo que
era hace siglos, o lo ha sido desde el hundimiento del Imperio Romano, lo es en
gran parte porque los hombres ya no están seguros de que haya una verdad de la
que podamos tener certeza y se inclinan a la idea «democrática» de que la
opinión de un hombre es tan buena como la de otro, especialmente en asuntos de
política, arte y religión. La tolerancia, entonces es una virtud meramente
negativa, que no exige el sacrificio de nuestra soberbia espiritual, ni supone
la renuncia de nuestro sentido de superioridad; puede recomendarse sólo en
cuanto significa que modera nuestro odio o persecución a quienes difieren o
parecen diferir de nosotros en costumbres o creencias. La tolerancia nos lleva
a compadecer incluso a los que son diferentes de nosotros. ¡Tienen que ser
compadecidos!
La tolerancia, llevada más allá, denota indiferencia y se
hace intolerable. Nuestra propuesta no es que se toleren las herejías sino más
bien que se llegue a un acuerdo con la verdad. Nuestro intento es que el objeto
exacto de una educación en el estudio comparado de las religiones capacite al
alumno para tratar con otros creyentes sobre la validez de las doctrinas
particulares, dejando de lado el problema de la verdad o falsedad del cuerpo
doctrinal, de su superioridad o inferioridad, y que al menos tengamos una
oportunidad de conocer en qué aspectos difieren actualmente unas de otras y
cuándo es en cosas esenciales y cuándo en cosas accidentales. Ciertamente
tendrán que diferir inevitablemente en lo accidental ya que «nada puede ser
conocido sino según la capacidad del que conoce». Por lo menos debe haber sido
instruido para reconocer los símbolos equivalentes, por ejemplo la rosa y la
flor de loto (Rosa mundi y Pâdmavâti); que Soma es «el pan y el
agua de vida»; o que el Hacedor de todas las cosas no tiene un significado
accidental, sino necesariamente el de un artífice, cuando el material del que
el mundo está hecho es Hylis (materia). El objetivo que proponemos tiene
esta ventaja inmediata y a largo plazo: que no está en conflicto ni siquiera
con la más rígida ortodoxia cristiana; nunca se ha negado que algunas verdades
hayan sido incorporadas a las creencias paganas, e incluso Santo Tomás de
Aquino estaba atento a encontrar, y lo deseaba, en las obras de los filósofos
paganos «pruebas extrínsecas y probables» de las verdades del Cristianismo.
Cierto que sólo estaba familiarizado con los clásicos, los judíos y algunos
árabes, pero no hay motivo para que el cristiano moderno, si está bien
preparado, no pueda reconocer o ser capaz de ello en las formulaciones de los
Vedas, los sufíes, los taoístas o los indios americanos, formulaciones
extrínsecas y probables pruebas de la verdad que conoce. Es más que probable,
sin duda, que su contacto con otros creyentes será muy beneficioso para el
estudiante cristiano en su exégesis y su comprensión de su propia doctrina, ya
que aunque sea creyente lo es a pesar del ambiente intelectual racionalista en
que ha nacido y ha sido educado. Mientras el oriental (para el cual los
milagros atribuidos a Cristo no presentan problemas) es todavía un realista,
nacido y educado en un ambiente realista y está en disposición de asimilar a Platón
y a San Juan, a Dante o al Maestro Eckhart, más sencilla y directamente que el
estudiante occidental, que no puede menos que haber sido afectado en cierto
grado por las dudas y dificultades a que están sometidos aquellos cuya
educación y ambiente están en gran parte secularizados.
Un procedimiento como el que hemos sugerido nos proporciona
inmediatamente una base para una comprensión y cooperación mutuas. Lo que
tenemos ante la vista es una definitiva «reunión de las Iglesias» en un sentido
más amplio del que esta expresión se utiliza corrientemente: que alianzas
activas, por ejemplo, entre el Cristianismo, Hinduismo e Islamismo, sobre la
base de los primeros principios básicos admitidos por todos y con vistas a una
cooperación efectiva en la aplicación de estos principios a tareas contingentes
de realizaciones prácticas y de comprensión, sustituya a lo que al presente es
una guerra civil entre los miembros de la familia humana, hijos del mismo y
único Dios «al que -como dice Filón- con un acuerdo unánime reconocen todos los
griegos y bárbaros» (2). Al referirse a esta expresión nota el profesor
Goodenough: «En cuanto puedo ver, Filón reflejaba sencillamente la verdad sobre
el paganismo, como él la veía y no como siempre la ha deformado la propaganda cristiana».
Es necesario no disimular que esa alianza llevará
inevitablemente consigo un abandono de las empresas misioneras tal como ahora
existen; conferencias interconfesionales ocuparían el lugar de esas
expediciones proselitistas cuyo único resultado permanente es la secularización
y la destrucción de las culturas existentes y el desarraigar a los individuos.
Vosotros ya habéis alcanzado el punto en el que la cultura y la
religión, lo utilitario y lo ideológico se han divorciado y pueden considerarse
cosas distintas, pero esto no es cierto en los pueblos que os disponéis a
convertir, cuya religión y cuya cultura son una sola e idéntica cosa y
ninguna de las actividades de su vida son necesariamente profanas o sin
contenido espiritual. Si alguna vez tenéis éxito al persuadir a los hindúes de
que sus escrituras reveladas son únicamente válidas como «literatura», los
habréis rebajado al nivel de vuestros «intelectuales» que leen la Biblia, a lo
sumo, como literatura. El Cristianismo en la India, como la hermana Nivedita
(distinguida alumna de Patrick Geddes y autora de «La trama de la vida india»)
notaba una vez: «Lleváis la embriaguez a su despertar» ya que si enseñas que lo
que has tenido como bueno es malo, estarás dispuesto a pensar que lo que has
tenido por malo es bueno».
Todos estamos igualmente necesitados de arrepentimiento y
conversión, de «un cambio de mente» y de «un retorno», pero no de una forma de
creer a otra, sino de la incredulidad a la fe. No puede haber forma más viciosa
de tolerancia que el acercarse a un hombre para decirle: «Ambos servimos al
mismo Dios, tú según tus caminos y yo según los de El». El «recorrer el mar y
la tierra para hacer un solo prosélito» puede convertirse en una institución
sólo mientras persista nuestra ignorancia sobre la fe de los pueblos. El
subvencionar instituciones de enseñanza o asistencia sanitaria adscritos al fin
primordial de la conversión es una forma de simonía y el quebrantamiento de la
consigna «Curad a los enfermos... no llevéis oro, plata o bronce en vuestro
cinto, no alforjas para el camino... os envío como ovejas en medio de lobos». A
donde vayáis, no debe ser como maestros o superiores, sino como huéspedes, o
como podríamos decir según el estilo actual, «como profesores de intercambio» y
no podéis al volver traicionar las confidencias de vuestros huéspedes en un
libelo. Vuestra vocación debe purificarse de cualquier noción de misión
civilizadora, pues lo que tenéis aquí «por patrimonio del hombre blanco» es
allá un asunto de «fantasmas blancos en los mares del Sur».
Vuestra civilización «cristiana» está acabándose en un
desastre ¡y tenéis la insolencia de ofrecerla a los demás! Daos cuenta de que,
como decía el profesor Plumer, «el mejor modo de traicionar a nuestros aliados
chinos es venderles, darles o prestarles nuestro modo de vida (americano) (3) y
que la más importante tarea que podéis emprender para el presente y futuro es
convencer al Oriente de que la civilización de Europa es cristiana sólo en un
sentido o que hay actualmente europeos razonables, justos y tolerantes, en
medio esos «bárbaros» bajo el temor de los cuales vive el Oriente.
La palabra "herejía" significa "opción":
el tener opiniones particulares y pensar como nos gusta. Hoy sólo
podemos comprender su sentido real; hoy, cuando «el opinar libremente» se
recomienda tanto, (con el requisito de que el ir debe ser al cien por cien),
únicamente cuando nos damos cuenta de que el sinónimo moderno de herejía es
traición». La gran herejía, y tal vez la única auténtica herejía del
Cristianismo moderno a los ojos de los otros creyentes es el reclamar para sí
una verdad exclusiva; pues es «traición» contra «Aquel que nunca queda sin el
testimonio» y sólo se puede comparar con la negación de Cristo por Pedro; y
quien diga a sus amigos paganos que «la luz que en vosotros existe son
tinieblas» ofendiéndoles ofende al Padre de las luces. Según el conocido
comentario de San Ambrosio a la carta primera a los Cor.(cap. XII, v. 2) «todo
lo que es verdad, sea quien quiera el que lo haya dicho, viene del Espíritu
Santo» (sentencia sancionada por Santo Tomás de Aquino), se os puede preguntar:
«En qué terreno os proponéis distinguir entre vuestra religión «revelada» y
nuestra religión «natural»ya que, de hecho, nosotros también apelamos a un
origen sobrenatural». Puede ser que a esa pregunta no le encontréis una
respuesta fácil.
El apelar a una validez exclusiva no está calculado
precisamente para la supervivencia del Cristianismo en un mundo dispuesto a
comprobar todas las cosas. Al contrario puede dañar enormemente su prestigio en
relación con otras religiones en las que prevalece una actitud muy distinta y
que no se someten a la necesidad de meterse en una polémica. Como ha dicho un
gran teólogo alemán: «La cultura humana (Menschheitbildung) es un todo
unitario, y sus culturas separadas son los dialectos de un mismo idioma del
espíritu» (4). La querella del Cristianismo con las otras religiones parece a
un oriental por lo menos como un error táctico en el conflicto ideal de las
motivaciones sensatas, como hubiera sido en la última guerra para los aliados
volverse contra los chinos en la batalla decisiva. Ni siquiera querrán tomar
parte en esa contienda; a lo sumo dirán, como he dicho yo varias veces a mis
amigos cristianos: «aunque no estéis en vuestro puesto, nosotros estamos en el
nuestro». La actitud del convertido se expresa raramente pero dos veces en mi
vida me he encontrado con un católico que pudiera admitir libremente que para
un hindú el hacerse cristiano no era esencial para la salvación. Con todo podíamos
creerlo, la Verdad o la Justicia con las que todos igualmente estamos
relacionados incondicionalmente es como la tabla redonda a la que «se sienta
todo el mundo cristiano y pagano» para comer el mismo pan y beber el mismo vino
y en la cual «todos son iguales, el alto lo mismo que el bajo». Un destacado
católico, amigo mío, en una carta habla de Srî Ramakrishna como de «otro
Cristo... un doble de Cristo».
Consideremos por un momento el punto de vista expresado por
los clásicos y otros no cristianos cuando hablaban de una religión diversa de
la suya. Ya hemos citado a Filón, Plutarco, primero con amarga ironía atacando
a los evemeritas(5) griegos que «difunden el ateísmo en todo el mundo
abandonando los dioses de nuestra fe y transformándolos todos en nombre de
generales, almirantes y reyes» y de los griegos que ya no podían distinguir a
Apolo (el Sol inteligible), de Helios (el Sol sensible) y sigue hasta decir: «Y
no hablamos de los distintos dioses de los diversos pueblos, o de los dioses
como «bárbaros» y «griegos», sino como uno común a todos, aunque denominado con
nombres distintos por los diversos pueblos, de modo que de la Unica Razón
(Logos) que ordena todas las cosas, o la Unica Providencia que todo vigila, han
surgido las potestades menores (dioses, ángeles) que están destinadas a cuidar
de todas las cosas, que obtienen en los distintos pueblos diversas
denominaciones y competencias, según sus costumbres y caracteres» (6). Apuleyo
reconoce que la Isis egipcia (nuestra Madre Naturaleza, y Madonna, Natura
Naturans, Creatrix, Deus) es adorada en todo el mundo de modos diversos y
con cultos diferentes» (El asno de oro de Apuleyo).
Jahangir, el emperador musulmán de la India, al escribir de
su amigo y maestro, el eremita hindú Jadrup, dice que «su Vedanta es lo mismo
que nuestro Tasawwuf» y de hecho en el Norte de la India abundan un tipo
de literatura religiosa en la que es difícil, sino imposible, distinguir los
elementos musulmanes de los hinduistas. La diferencia de las formas de religión
es innegablemente, corno observa el profesor Nicholson, «una doctrina
fundamental sufí»(6); Así cuando encontramos a un Ibn-al-'Arabi afirmando:
Mi corazón es capaz de toda forma, es un pastizal para las
gacelas y un convento para los monjes cristianos.
Y un templo de ídolos y la peregrinación de la Kaaba, y las
tablas de la Torah y el libro del Corán.
Yo sigo la religión del Amor, cualquiera que sea la ruta que
siga este camello, mi religión y mi fe es la verdadera religión (7)
Es decir que tú y yo, cuyas religiones son diferentes,
podemos decirnos uno al otro «la mía es la religión verdadera» y «la tuya es la
religión verdadera» ya que ni uno ni otro, ni ambos somos verdaderamente
religiosos por la forma de nuestra religión sino por nosotros mismos y por la
gracia. Por eso dice también Saham-i-Tabriz:
Si la expresión de mi Creencia se ha encontrado en un templo
de ídolos
¡Fue pecado mortal el limitar la Kaaba!
Pero la Kaaba no es una iglesia si Su huella se ha perdido
Mi Kaaba es cualquier «iglesia» en la cual se ha encontrado
Su huella". (8)
De igual modo en el Hinduismo el poeta santo tamil,
Tayumanavar, dice, por ejemplo, en el himno a Shiva:
Tú inspiraste debidamente como maestro a millones de
religiones.
Tú te has mostrado en cada religión como fundamento de
multitud de tratados, disertaciones, ciencias, temas convertidos en su dogma,
en su meta final (9).
El Bhaktakalpadruma de Pratapa Simha sostiene que
«cada hombre podría, en cuanto tú lo permites, ayudarse con la lectura de las
Escrituras de su Iglesia o de las de otra» (10)
En el Bhagavad-Gita (VII, 21) Sri Krishna declara:
«Si cualquiera impulsado por el amor busca con fe, de
cualquier modo que sea, adorar una forma cualquiera (de Dios), yo soy el que
promueve esa fe», y (IV, 11) «Sea como sea el modo con que los hombres se
acercan a Mí, les premio, ya que el sendero que eligen desde cualquier lugar es
el Mío».
Tenemos la misma palabra de Cristo, que vino para llamar no
a los justos sino a los pecadores (Mateo, IX, 13). ¿Qué podemos deducir de esto
sino, como dice San Justino, «Dios es la Palabra de la cual todo el género
humano es partícipe y por la cual los que viven conforme a la razón son
cristianos aunque se les cuente entre los ateos... Sócrates y Heráclito y entre
los bárbaros Abraham y otros muchos»? Así también el maestro Eckhart, el mayor
de los místicos cristianos, habla de Platón (al que el musulmán Yili muestra en
una visión «llamando al mundo con su luz») como un «gran sacerdote» que ha encontrado
«el camino antes del nacimiento de Cristo». ¿Estaba equivocado San Agustín
cuando afirmó que «lo que ahora llamamos religión cristiana no faltaba entre
los antiguos desde el comienzo de la humanidad, hasta que Cristo vino en carne,
después de lo cual la verdadera religión que ya existía comenzó a llamarse
cristiana»? ¡Que no se hubiera retractado de estas magníficas palabras y la
sangrienta historia del Cristianismo se hubiera escrito de otro modo!
Hemos llegado a concebir la religión más como un conjunto de
reglas de conducta que como una doctrina sobre Dios; menos como una doctrina
sobre lo que debemos ser que sobre lo que hemos de hacer; y
porque hay necesariamente un elemento contingente en cada aplicación de los
principios a los casos particulares, hemos llegado a creer que la teoría debe
diferir de la práctica. Esta confusión de las expresiones necesarias con los
fines transcendentes (como si se pudiera alcanzar la visión de Dios a fuerza de
palabras) ha tenido un desastroso resultado para el Cristianismo, tanto en un
desarrollo interno como en su proyección externa Cuanto más se han entregado la
mayoría de las iglesias al «servicio social», más ha decaído lo más importante
de su influjo, una época que mira al monacato casi como una huida inmoral queda
indefensa. Y principalmente porque la religión que se ha ofrecido al hombre
moderno en términos nauseabundamente sentimentales («sed buenos, dulces niños»,
etc.) y no ya como un desafío intelectual, es por lo que tantos se han rebelado
pensando que eso «es todo lo que hay» en la religión. Esa insistencia en
la ética (e incidentalmente, el olvido de que la doctrina cristiana tiene mucho
que ver con la praxis, es decir con la industria, con la creatividad, en una
palabra, con todo lo que concierne directamente con la acción) es manejado por
los escépticos; pues lo deseable y conveniente de las virtudes sociales es tan
evidente que se siente que si es todo lo que la religión significa, ¿qué
necesidad hay de introducir a un Dios para sancionar formas de conducta cuya
conveniencia nadie niega? ¿Por qué necesariamente? Al mismo tiempo este énfasis
exclusivo sobre la moral y ese desprecio de los valores intelectuales (que en
último término, según la doctrina cristiana ortodoxa son los que sobreviven a
nuestra disolución), invitan a la repulsa de los racionalistas, que sostienen
que la religión nunca ha sido otra cosa que un modo de drogar a las clases
inferiores y mantenerlas tranquilas.
Contra todo esto la severa disciplina intelectual que un
estudio serio de las religiones y filosofía orientales, incluso de las
primitivas, exige, puede servir para un útil correctivo. La tarea de
cooperación en el campo del estudio comparado de las religiones es de las que
exigen la más alta competencia; si no podemos proporcionar lo mejor de nosotros
para la empresa sería lo más seguro no meterse en ella. Pronto va a llegar el
tiempo en que será tan necesario para el hombre que se llama «culto» saber
árabe, sánscrito o chino, como ahora lo es el leer latín, griego o hebreo. Y
esto sobre todo en el caso de los que han de enseñar sobre las creencias de
otros pueblos, ya que las traducciones existentes son muchas veces inadecuadas
por diversas razones y si vamos a saber si es verdad o no que todos los hombres
creyentes han adorado hasta ahora y aun adoran al mismo Dios, aunque con nombre
inglés, latino, árabe, chino o navajo, uno tiene que escudriñar los libros
sagrados del mundo y no hay que olvidar que sine desiderio mens non
intelligit.
Tampoco podemos emprender estas tareas de información por
motivos interesados; lo mismo que en todas las demás actividades educativas
aquí el esfuerzo del maestro debe dirigirse al interés y al provecho del alumno
y no a lo bueno que él pueda hacer sino a lo bueno que pueda ser. La
sentencia de que «la caridad empieza por uno mismo» no es precisamente una
expresión de cinismo; más bien se emplea para demostrar que el hacer el bien es
posible únicamente cuando somos buenos y que si somos buenos haremos el bien,
actuando o dejando de actuar, por la palabra o por el silencio. Hay una sana
enseñanza cristiana según la cual el hombre tiene primero que conocerse y
amarse a sí mismo, a su hombre interior, antes de amar a su prójimo.
Es lo que pasa con el alumno que por primera vez se
introduce en nuestra concepción de la enseñanza de la religión comparada.
Quedará aturdido por el efecto que sobre su concepto de la fe cristiana puede
producir el reflexionar sobre doctrinas similares expresadas en otro lenguaje y
por el significado de los que para él son extrañas e incluso grotescas formas
de pensamiento. Siguiendo los «vestigia pedis» el alma «en ardiente
seguimiento de su presa, Cristo», reconocerá una modalidad de expresión del
espíritu que llega hasta nosotros desde los pueblos cazadores de la Edad de Piedra;
una doctrina caníbal en la de la Eucaristía y el sacrificio Soma; y la teoría
de los «siete rayos» del Sol inteligible en la de los siete dones del Espíritu,
y en los «siete ojos» del Cordero del Apocalipsis y de Cuchulain. Puede
encontrarse mucho menos inclinado que lo que está ahora a recelar ante las
expresiones más audaces de Cristo o de San Pablo sobre la «ruptura entre el
alma y el espíritu». Si se rebela contra el mandamiento de odiar «no solo a sus
parientes más próximos sino incluso a su primera alma» y prefiere la expresión
suave de la Autorized Version en la que «vida» reemplaza a «alma»; o si
le gusta más interpretarla en el seno ético de «negarse a sí mismo» aunque la
palabra equivalente de negarse sea rechazar completamente; si él empieza ahora
a darse cuenta de que el alma es polvo que vuelve al polvo mientras es el
espíritu el que vuelve a os que lo infundió y que para los teólogos, tanto
árabes como hebreos este «alma» (nefesh, nafs) viene a ser la indivisión
«carnal» en la que piensan los místicos cristianos, cuando afirman «que el alma
debe entregarse a la muerte que nuestra existencia (distinguiendo esse de
essentia génesis de housia, bhu de as) es un crimen: y si
relaciona todas estas ideas con las exhortaciones islámicas o indias a morir
antes que mueras» y con la expresión paulina de «Vivo, pero no yo», entonces
puede quedar menos inclinado a ver en la doctrina cristiana una promesa de vida
eterna para un «alma» que se ha hecho concreta en el cuerpo y mejor preparado
para mostrar que las «pruebas» espirituales de la supervivencia humana, aunque
válidas, tienen con todo valores religiosos.
La mentalidad del estudiante imbuido en ideas democráticas
para el que el verdadero nombre de un «derecho divino» puede ser ininteligible
es probable que se revele agriamente si se da cuenta que, como recuerda el
profesor Bucker, la auténtica noción del reino de Dios, en la tierra,
depende de su revelación del sentido profundo de la "realeza
oriental", ya que puede haber olvidado en su legítimo horror por toda
dictadura que la definición clásica de "tiranía" es la de «un rey que
gobierna para su propio interés».
Y esto no es una presentación unilateral; no seria fácil
exagerar la alteración que puede encontrarse en la estima del Cristianismo por
un hindú o un budista cuando les da la oportunidad de entrar en un contacto más
íntimo con el tono de pensamiento que llevó a Vicent de Beauvais a hablar de la
«ferocidad» de Cristo y a Dante a maravillarse de «la multitud de dientes con
que el Amor muerde».
¿Contemplan unos un nombre y otros otro? Todos son indicios
eminentes del transcendente, inmortal, incorpóreo Brahma: esos nombres son para
ser contemplados, alabados y al fin negados. Pues por ellos uno penetra cada
vez más profundamente en estos mundos; pero cuando todo llega a su fin,
entonces toca alcanzar la Unidad de la Persona» (Maitri Upanishad). Quien
conozca este texto y nada de la ciencia occidental, se sentirá sin duda movido
a una cordial comprensión cuando sepa que los cristianos también siguen una via
affirmativa y una vía remotionis. Quien quiera que haya sido
instruido en la doctrina de «liberación de los pares y los opuestos» (pasado y
futuro, placer y dolor, etc., las Symplegadas del folklore) se conmoverá ante
la descripción que hace Nicolás de Cusa del muro del Paraíso en el que Dios
mora, como «construido de contradictorios», por la que hace Dante de lo que
está detrás de ese muro «sin polos y fuera del espacio» y «donde cada cosa y
cada cual es irradiado». Todos tenemos que darnos cuenta con Jenofonte que
«cuando Dios es nuestro maestro, llegamos a pensar del mismo modo».
Pero hay tantos de esos hindúes y budistas cuyo conocimiento
del Cristianismo y de los grandes escritores cristianos es virtualmente nulo,
como cristianos cultos, cuyo conocimiento real de otras religiones, o incluso
de la suya, es virtualmente nulo, porque nunca han imaginado que deben ser
vividas esas otras creencias. Precisamente, como no puede haber real
conocimiento de un idioma si no hemos participado, al menos imaginativamente en
las actividades que el idioma expresa, así no puede haber un conocimiento real
de una <vida> si no la hemos vivido en cierto modo. El mayor de los
santos indios modernos ha practicado realmente la doctrina cristiana y la
islámica, es decir, ha adorado a Cristo y a Allâh y ha encontrado que
todo lleva a la misma meta. Podía hablar por experiencia de la igual validez de
todas estas «vías» y sentir el mismo respeto por cada una, aunque prefiriendo
para sí la única con la cual todo su ser concordaba por nacimiento, carácter y
afición. ¡Qué catástrofe habría sido para sus compatriotas y para el mundo si
se hubiera «hecho cristiano»! Hay muchos senderos que llevan a la cumbre de una
misma y única montaña; sus diferencias serán más evidentes cuanto más abajo
estemos, pero se desvanecen en la cima, cada cual querrá naturalmente tomar la
que parte del punto en que se encuentra, el que rodea la montaña buscando otro
no es un escalador. Nada nos autoriza a acercarnos a otro creyente para pedirle
que se convierta en uno de nosotros, pero sí podemos acercarnos a él con
respeto como a quien es ya uno de Aquel, o que es y de cuya
belleza inalterable dependen todos los seres contingentes.
NOTAS:
Escrito publicado en: Las grandes religiones enjuician al Cristianismo, Mensajero, Bilbao, 1971.
(*). Ensayo perteneciente al libro de A.. K.
Coomaraswamy Am I My Brother´s Keeper? (¿Soy yo el guardián de mi hermano?),
The John Day Company, Inc., Nueva York y Dennis Dobson, Ltd. Londres,
1947, pp. 36-50. A. Coomaraswamy, Am I My Brothers Keeper?.
(1). Ruth Benedict, Patterns of
Culture, New York, 1934, p. 5.
(2). E. R. Goodeenough, Introduction
to Philo Judaeus, New York, l940.
(3). J. M Plumer, "China´s High
Standardof Living", Asia and the America. Feb. l944.
(4). Alfred Jeremias, Altorientalische Geiteskultur, Vorwurt.
(5). Sistema que interpreta a los dioses griegos como personalidades
históricas. Su nombre proviene de Evemero de Mesina, contemporáneo de Alejandro
Magno que en su obra Hiera anagraphe (inscripciones sagradas), escrita
como narración de un viaje, va indicando quienes fueron en su origen humano los
dioses. (N del T.).
(6). Plutarco, Isis y Osiris,67 (Moralia, 377). William Law a
continuación de la cita del texto dice: "No hay una salvación para el
judío y otra para el cristiano y otra tercera para el pagano. No, Dios es uno,
una la humana naturaleza y uno el camino para la salvación, que es el deseo de
orientar hacia Dios el alma".De hecho, esto se refiere al "Bautismo
de deseo" o"del Espíritu" como distinto del bautismo de agua que
encierra una pertenencia efectiva a la comunidad cristiana y sólo modifica el
dogma cristiano de extra Ecclesiam nulla salus. El problema real es el
del significado exacto de la palabra "Iglesia Católica", nosotros
decimos que ello no significa ninguna religión determinada sino la comunidad o
el conjunto de todos los que aman a Dios. Como dice también William Law,
"El principal mal de una secta es éste: que se considera a sí misma como
necesaria para la verdad y la verdad se encuentra solamente cuando se sabe que
no es propiedad de la secta sino libre y universal como la divinidad de Dios y
común a todas las denominaciones y pueblos como el aire y la luz de este
mundo"
(7). R. A. Nicholson, Mystics of
Islam, l914, p. 105. También dice: "Si él (el adepto de determinada
religión) comprende la sentencia de Junayd: el color del agua es el color de lo
que contiene el agua, no se interferirá en las creencias de los demás sino que
percibirá a dios en cada forma y en cada creencia"(Ibn-al-Arabí). Nicholson,
Studies in Islamic Mysticism, 1921, p. 159. Y "Desde entonces supe que no
había muchos dioses para la adoración de los hombres sino un único Dios que
tenía muchos nombres y muchas formas, que es representado y nombrado según las
condiciones aparentes de las cosas" "Sir George Birdwood, Sva, 1915,p.
28.
(8). R. A. Nicholson, Diwani Sham-i –Tabriz, l898, p. 238;cfr. P.
221.V. Faridu´din Attar en el Coloquio de los Pájaros: Pues si bien
hay diferentes caminos para hacer el viaje, no hay dos pájaros(almas) que
vuelen del mismo modo. Cada cual encuentra su propio camino en esta ruta del
conocimiento místico, uno por el significado del mihrab, otro a través del
ídolo.
(9). Sir Arunachalam, Studies and
Translations, Colombo, l937.
(10). Traducción de Sir George Grierson, Ivas, l908, p. 347.
Nacido en 1877 en Colombo, Ceilán, de madre inglesa y padre
cingalés, Ananda Kentish Coomaraswamy fue llevado a Inglaterra a los dos años.
Allí permaneció basta el término de sus estudios a los veinticinco años en que
obtuvo el título de doctor en Ciencias por la Universidad de Londres. De la
mineralogía y geología su afición se orientó a la teología y el arte y en 1917
se trasladó a América para agregarse al Museo de Bellas Artes de Boston.
Como creyente hindú ha afirmado que una fiel explicación del
Hinduismo debería lograrse más por negaciones categóricas que por afirmaciones.
Entre las principales obras de Coomaraswamy hay que reseñar:
«La transformación de la Naturaleza en Arte», «Hinduismo y Budismo», «Historia
del arte en la India e Indonesia».