ANANDA K.
COOMARASWAMY: LA SABIDURÍA COMÚN DEL MUNDO*
«C |
uando Dios es nuestro
maestro, todos los hombres están de acuerdo». «Es sabio escuchar, no a mí, sino
a la Palabra que siempre Es, y comprender que todas las cosas son Uno. La
Palabra es común a todos». Así decían, vericísimamente, Jenofonte y
Heráclito.
A menudo he argumentado que
la Palabra que se ha transmitido en la tradición occidental desde los
presocráticos hasta el presente día, y la Palabra a cuya escucha nos referimos
en la India con el nombre de êruti, «audición», y que
corresponde a lo que en el occidente se llama «Escritura», son una y la misma[1].
Durante muchos años he cotejado pasajes paralelos provenientes de fuentes
orientales y occidentales en los que se han enunciado doctrinas idénticas casi
en los mismos términos, y a menudo, ciertamente, con las mismas frases y
haciendo uso de palabras etimológicamente equivalentes; esto no se ha hecho en
absoluto con miras a la demostración de ningún tipo de «influencias» literarias,
sino sólo para mostrar que las doctrinas mismas están emparentadas, en el mismo
sentido en que están emparentados los étimos, e.g., del griego y el sánscrito,
es decir, que son de un origen común. A continuación, cito algunos ejemplos
representativos de estos cotejos.
El Que Es
«Yo soy el que Yo soy»
(ƒxodo 3.14)[2].
«El Que Es es el principal de los nombres que se dan a Dios» (Damasceno,
De fide Orth.). «Él es, sólo con eso
puede Él ser aprehendido» (KaÊha Upani·ad 6.13).
El Compañero de
Viaje
«Yo no te dejaré, ni te
abandonaré» (Josué 1:5; Hebreos 13:5). «Yo estoy contigo» (Génesis 28:15). «El
mayor de todos los beneficios del alma que se esfuerza y se afana es que tiene a
Dios por compañero de viaje, Dios cuya presencia se extiende a todas las cosas»
(Filón, Somn. 1.178). «Tú no estás solo,
Dios está dentro de ti, como tu Genio» (Daimon = Yak·a) (Epicteto 1.4.12). «Hay
siempre otro que camina junto a ti, que marcha suavemente envuelto en un manto
pardo, con la cabeza cubierta» (T. S. Eliot, The Waste Land 362, 363). «Ciertamente, yo
Le adoro como el “Otro que nunca está ausente” (dvit´yoÕnapaga); el que Le adora así,
tiene a este Otro» (B¨hadŒraöyaka Upani·ad 2.1.11, Kau·itak´ Upani·ad 4.12). El SannyŒsin, «cuyo fin es la beatitud,
que aquí en la tierra no more con nadie sino el Sí mismo como Compañero»
(Œtmanaiva sahŒyena, Manu 6.49). El Buddha
«enseña la vía a la Compañía con Brahma» (Majjhima NikŒya 2.206-7); obsérvese que
BrahmacŒr´, «el que camina con
Brahma», corresponde al theo sunopados de Platón en Fedro 248C. «Yo no estoy sólo,
tengo a Dios como mi Compañero, que nunca te abandona, en casa o fuera de casa,
dormido o despierto, en la vida o en la muerte… Siempre que tú Le recuerdas, Él
está junto a ti» (al-GhazŒl´, IhyŒ, 2, p. 202 y BidŒyat al-HidŒyat 39, citado por Margaret
Smith, al-GhazŒl´, 1944, pp. 95, 98). «El
prójimo, el compañero, y el compañero de viaje es Él. En los harapos de los
mendigos y en los brocados de los reyes está Él» (JŒm´, citado en el MajmuÕl Bahrein, Introducción, de
DŒrŒ Shikèh).
El Amor del Sí mismo[3]
«Es mi naturaleza y mi
voluntad reverenciar a los Dioses; yo amo a mi Sí mismo» (Eurípides, Helen 998, 999). «Hay un “Amado”
primordial por cuyo amor se aman todas las cosas… No es por amor de ninguna cosa
“amada” por lo que se ama al Amado» (Platón, Lisias 219, 220). El que ama al Sí
mismo (philautos = ŒtmakŒmah) es «el que en todas las
cosas ama y obedece a la parte más divina de sí mismo[4]…
esa que es cada uno de nosotros, o que es principalmente… De aquí que el hombre
bueno será el que ama al Sí mismo en el grado más alto, aunque en otro sentido
que en el del que ama al supuesto sí mismo a modo de reproche» (Aristóteles,
Etica Nicomaquea 9.8.6), «No se trata de que
no deba amarse a la criatura, sino de que se lleve el amor al Creador; entonces
ya no será deseo, sino caridad» (San Agustín, De Trin. 8). «Un hombre debe amarse
a sí mismo más que a cualquier otra persona… más que a su prójimo» (Santo Tomás
de Aquino, Summa Theologica 2-2.26.4). «Al marido
no se le ama por el amor del marido, sino por el amor del Sí mismo… A la esposa
no se la ama por el amor de la esposa, sino por el amor del Sí mismo. A los
hijos no se los ama por el amor de los hijos, sino por el amor del Sí mismo… A
los mundos no se los ama por el amor de los mundos, sino por el amor del Sí
mismo. A los Dioses no se los ama por el amor de los Dioses, sino por el amor
del Sí mismo» (B¨hadŒraöyaka Upani·ad 4.5.6). «La
caridad perfecta no admite el amor del individuo» (Chwang Tzu, cap.
14).
No mirar atrás
«Acordáos de la mujer de
Lot» (San Lucas 17:32). «Entró Lot en Segor… Pero su mujer miró atrás, y se
convirtió en un pilar de sal» (Génesis 19:23, 26). «Cuando viajéis, no os
volváis atrás hacia las fronteras… Con estas palabras Pitágoras advertía a
aquellos que partían de esta vida a no poner el deseo de su corazón en vivir, y
a no estar atados por los placeres de esta vida» (Diógenes Laercio, 8.17, 18).
«Orfeo recibe a su esposa con esta condición, de que no vuelva atrás sus ojos
hasta que haya salido del Valle del Averno, o en caso contrario el don sería en
vano» (Ovidio, Metamorfosis 10.50-52). «Entra, pero
sabe que el que mira atrás no vuelve afuera de nuevo» (Dante, Purgatorio 9.131).
«Este día has cesado de ver la luz del día. Piensa sólo en lo que es bueno…
Cuando comiences a dejarlos (a tus parientes vivos) no pienses en ellos con
dolor, y no pienses en mirar atrás por ellos» (dicho de los indios Fox al
fallecido, T. Michelson, On the Fox Indians, p. 417). «Sube, con Agni,
hasta la bóveda», dice… «Al ir al cielo, ellos no miran atrás», dice (Taittir´ya Sa×hitŒ, 5.4.7.1). «Los que van
hacia el cielo no miran atrás, ascienden al cielo, ascienden ambos mundos»
(VŒjasaney´ Sa×hitŒ, 17.68); «finalmente se
establece así en el mundo del cielo, camina adelante sin mirar atrás, y pone un
leño en el altar Sacrifical» (êatapatha BrŒhmaöa 14.3.1.28).
La Moción a
Voluntad
«El fallecido deviene un
“Osiris Justificado”… este Osiris puede ir a donde quiera… (puesto que tiene
poder sobre) todos los misterios de las formas divinas… que pueda querer asumir»
(A. Moret, The Nile and Egyptian Civilisation, 1927, p. 495). «Entrarán y
saldrán, y siempre encontrarán pradera» (San Juan 10:9). «Ahora, que tu
delectación sea tu guía» (Dante, Purgatorio 27.131). «Se nos hará tan
sutiles de cuerpo y de alma, que estaremos velozmente donde se nos requiera
corporalmente, de la misma manera que ahora estamos en nuestros pensamientos
espiritualmente» (Cloud of Unknowing, cap. 59). «Donde hay
moción a voluntad» (ôg Veda Sa×hitŒ 9.113.9). «Aquellos que
deceden, habiendo encontrado ya el Sí mismo y esos deseos verdaderos, devienen
movedores a voluntad en todos los mundos» (ChŒndogya Upani·ad 8.1.6); «arriba y abajo de
estos mundos: comiendo lo que quiere, y asumiendo la forma que quiere»
(Taittir´ya Upani·ad 3.10.5).
El Día
Sempiterno
«El Sol ya nunca se pondrá»
(Isaías 60:20). «Ese día verdadero, el día no estará atrapado entre un ayer y un
mañana, el Día Eterno que no amanece ni anochece» (San Agustín, In Ps. CXXXVIII). «Contigo, hoy
dura para siempre» (Joshua Sylvester). «Realmente, Él nunca sale ni se pone»
(Aitareya BrŒhmaöa 3.44). «Una vez llegado al
cenit, ya no sale ni se pone más, sino que permanece en paz en el medio…
Ciertamente, para el Comprehensor de este misterio divino, el Sol ni sale ni se
pone; para él siempre es de día» (ChŒndogya Upani·ad 3.12.1, 3). «Yo no amo a
los que se ponen» (QurÕŒn 6.46). «Mi Sol está más
allá de todos los orientes. Su “oriente” es sólo en relación a sus motas. Su
esencia ni sale ni se pone» (Rèm´, Mathnaw´ 2.1107-8).
El Conocimiento del Más
Allá
«El intelecto del difunto ya
no “vive”, pero al sumergirse en el éter imperecedero, la suya es una
comprensión imperecedera» (Eurípides, Helen, 1004-5). «No tiene un
conocimiento que sea de tal suerte que el conocimiento con el que conoce sea una cosa, y la esencia
con lo que es otra, sino que ambos son
uno» (San Agustín, In Joan. Evang. 99.4). «El alma unificada
comprende sin comprender» (Maestro Eckhart, Pfeiffer, p. 634). «Ciertamente,
aunque allí no “conoce”, sin embargo conoce, y conoce aunque no “conoce”; pues
no hay ninguna parada del conocimiento del Conocedor, debido a su
imperecederibilidad. Sin embargo, lo que conoce, no es una segunda cosa,
diferente y separada de Sí mismo… Pues, ciertamente, cuando el Todo ha venido a
ser nada sino el Sí mismo… ¿por medio de qué podría Ello “conocer” qué?»
(B¨hadŒraöyaka Upani·ad 4.3.30,
4.5.15).
La Causalidad
«Todo lo que deviene, viene
a la existencia necesariamente por la operación de alguna causa» (Platón,
Timeo 28A), «¿Será A o no será?
Sí, si tiene lugar B, de otro modo no» (Aristóteles, Metaf’sica 6.3.1, cf. 11.8.8). «Nada
deviene sin una causa» (Plutarco, Moralia 369 D). «En el mundo nada
acontece por azar» (San Agustín, QQ CXXXIII.34). «Yo os
enseñaré la Ley Eterna: Si esto es, deviene eso; del surgimiento de esto, surge
eso; si esto no es, eso no deviene; de la cesación de esto, cesa eso» (Majjhima NikŒya 2.32). «Esto de eso y eso
de esto, en una secuencia productiva» (Rèm´, Mathnaw´ 2.982).
Una lista extensa de tales
dharma-paryŒyas
[5] llenaría un
libro.
Traducción: Pedro
Rodea
* Publicado por primera vez en
Bharatiya Vidya, vol. IX, 1948 (Shri K. M. Munshi Diamond Jubilee
Volume, Part I).
[1] [Cf. A. K. Coomaraswamy, «Paths
that Lead to the Same Summit»]
[2] Esta es la versión griega,
buena en sí misma, pero no es una traducción literal del original hebreo
(ehye) que significa «Yo devengo lo
que Yo devengo», como en ôg Veda Sa×hitŒ 5.3.1. varuno jŒyaseÉ mitro bhavasi.
[3] En tanto que ha de distinguirse
del amor de sí mismo «egótico».
[4] El Daimon o el Espíritu
inmanente: el mahŒn aja ŒtmŒ de B¨hadŒraöyaka Upani·ad 4.4.22 y el ŒtmanoÕtmŒ de Maitr´ Upani·ad
6.7.
[5] [Sánscrito para «paralelos
doctrinales».]