RENÉ GUÉNON (ABD AL-WAHID YAHIA): CONTRA LA MEZCLA DE LAS FORMAS TRADICIONALES

 

Tal como hemos mencionado en otro lugar (1), hay, según la tradición hindú, dos formas opuestas, una inferior y otra superior, de estar fuera de las castas: se puede ser "sin casta" (Avarna) en sentido "privativo", es decir, por debajo de ellas; y se puede por el contrario estar "más allá de las castas" (Ativarna) o por encima de ellas, aunque este segundo caso sea incomparablemente más extraño que el primero, especialmente en las condiciones de la época actual (2). De manera análoga, también se puede estar "sin llegar a" o "más allá" de las formas tradicionales: el hombre "sin religión", por ejemplo, tal como corrientemente se encuentra en el mundo occidental moderno, está incontestablemente en el primer caso; el segundo, al contrario, se aplica exclusivamente a quienes han tomado efectivamente conciencia de la unidad y la identidad fundamentales de todas las tradiciones; y, también aquí, este segundo caso no puede ser actualmente sino muy excepcional. Debe comprenderse, por lo demás, que, hablando de conciencia efectiva, queremos decir que las nociones simplemente teóricas sobre esta unidad y esta identidad, estando con seguridad lejos de ser despreciables, son en todo caso insuficientes para que nadie pueda creer haber superado el estadio en que es necesario adherirse a una forma determinada y observarla estrictamente. Esto, por supuesto, no significa en absoluto que quien se encuentre en este caso no deba al mismo tiempo esforzarse por comprender las demás formas tan completa y profundamente como sea posible, sino únicamente que, en la práctica, no debe hacer uso de medios rituales o de otro tipo pertenecientes a formas diferentes, lo que, como dijimos, sería no solamente inútil y vano, sino incluso perjudicial y peligroso en diversos aspectos (3).

Las formas tradicionales pueden ser comparadas a vías que conducen a un mismo fin (4), pero que, en tanto vías, no dejan de ser distintas; es evidente que no se pueden seguir muchas a la vez, y que, cuando se está ligado a una de ellas, conviene seguirla hasta el final y sin desviarse, pues querer pasar de una a otra sería el mejor medio de no avanzar en realidad, incluso de correr el riesgo de extraviarse completamente. No es sino quien ha llegado al término quien, por eso mismo, domina todas las vías, y ello sin necesidad de seguirlas; podrá entonces, si ha lugar, practicar indistintamente todas las formas, pero precisamente porque las ha superado y porque, para él, están en adelante unificadas en su principio común. Generalmente, por lo demás, continuará entonces ateniéndose exteriormente a una forma definida, aunque no sea sino a título de "ejemplo" para quienes le rodean y no han alcanzado el mismo punto que él; pero, si las circunstancias particulares lo exigen, podrá también participar en otras formas, ya que, desde el punto en que se encuentra, no hay entre ellas ninguna diferencia real. Por supuesto, desde el momento en que estas formas están así unificadas para él, no podría en absoluto haber en ello ningún tipo de mezcla o confusión, lo que necesariamente hace suponer la existencia de la diversidad como tal; y, repetimos, se trataría solo de aquel que efectivamente está más allá de esta diversidad: las formas, para él, no poseen el carácter de vías o de medios, de los cuales no tiene necesidad, y no subsisten mas que en tanto expresiones de la Verdad una, expresiones de las cuales es tan legítimo servirse según las circunstancias como lo es el hablar en diferentes lenguas para hacerse comprender por aquellos a quienes se dirige (5).

Hay en suma, entre este caso y el de una ilegítima mezcla de formas tradicionales, tanta diferencia como la que hemos indicado, de manera general, entre síntesis y sincretismo, y esta es la razón por la que ha sido necesario, a este respecto, precisar esto desde el principio. En efecto, quien considera a todas las formas en la unidad de su principio, como hemos dicho, tiene por ello una visión esencialmente sintética, en el más riguroso sentido de la palabra; no puede situarse sino en el interior de todas por igual, e incluso deberíamos decir en el punto que es para todas el más interior, ya que verdaderamente es su centro común. Retomando la comparación que empleábamos antes, todas las vías, partiendo de puntos diferentes, se van aproximando de más en más, aunque permaneciendo siempre distintas, hasta que desembocan en ese centro único (6); pero, vistas desde el centro, no son en realidad sino rayos que emanan y por medio de los cuales se está en relación con los múltiples puntos de la circunferencia (7). Estos dos sentidos, inversos el uno del otro, según los cuales pueden ser consideradas las propias vías, corresponden exactamente a los puntos de vista respectivos de quien está "de camino" hacia el centro y de quien ha llegado a él, y cuyos estados, precisamente, son frecuentemente descritos, en el simbolismo tradicional, como el del "viajero" y el del "sedentario". Este último es también comparable al de quien, permaneciendo en la cima de una montaña, observa igualmente, sin tener que desplazarse, las diferentes vertientes, mientras que quien escala esta misma montaña no ve sino la parte más cercana a él; y es evidente que solo la visión que tiene el primero puede ser llamada sintética.

Por otra parte, quien no está en el centro forzosamente está siempre en una posición más o menos "exterior", incluso con respecto a su propia forma tradicional, y con mayor razón con respecto a las demás; luego si quiere, por ejemplo, cumplir los ritos pertenecientes a otras formas diferentes, pretendiendo utilizar simultáneamente unos y otros como medios o "soportes" de su desarrollo espiritual, no podrá asociarlos sino "desde fuera", lo que viene a decir que no hará sino sincretismo, ya que éste consiste justamente en una tal mezcla de elementos inconexos que no unifican realmente nada. Todo lo que se ha dicho contra el sincretismo en general sirve entonces para este caso en particular, e incluso, podríamos decir, con ciertos agravantes: en tanto que no se trate sino de teorías, en efecto, puede, siendo perfectamente insignificante e ilusorio y no representando sino un esfuerzo sin provecho alguno, ser al menos algo todavía totalmente inofensivo; pero aquí, por el contacto directo implicado con realidades de orden más profundo, se corre el riesgo de ocasionar, para quien así actúe, una desviación o una interrupción de este desarrollo interior para el cual él creía, por el contrario, injustamente, procurarse con ello mayores facilidades. Un caso así es comparable al de cualquiera que, bajo pretexto de obtener con más seguridad una curación, empleara a la vez numerosos medicamentos cuyos efectos no hicieran sino neutralizarse y destruirse, pudiendo incluso, alguna vez, existir entre ellos reacciones imprevistas y más o menos peligrosas para el organismo; se trata de cosas eficaces cuando se utilizan por separado, pero que no son menos radicalmente incompatibles. Esto nos lleva a precisar todavía un punto más: es que, aparte de la razón propiamente doctrinal que se opone a la validez de toda mezcla de formas tradicionales, hay una consideración que, siendo de un orden más contingente, no deja por ello de ser muy importante desde un punto de vista al que podríamos llamar "técnico". En efecto, suponiendo que alguien se encuentre en las condiciones requeridas para cumplir ritos procedentes de numerosas formas de tal manera que unas y otras tengan efectos reales, lo que naturalmente implica que existan al menos ciertos vínculos efectivos con cada una de estas formas, podrá ocurrir, e incluso casi inevitablemente ocurrirá en la mayor parte de los casos, que estos ritos hagan entrar en acción no solamente influencias espirituales, sino también, e incluso especialmente, influencias psíquicas que, al no armonizar entre ellas, se opondrán y provocarán un estado de desorden y de desequilibrio afectando más o menos gravemente a quien las hubiera suscitado imprudentemente; se concibe sin esfuerzo que un peligro así es de aquellos a los que no conviene exponerse desconsideradamente. El choque de influencias psíquicas es por otra parte particularmente de temer, por un lado, como consecuencia del empleo de los ritos más exteriores, es decir, de aquellos que pertenecen a la parte exotérica de diferentes tradiciones, ya que evidentemente es sobre todo bajo este aspecto cuando éstas se presentan como exclusivas, siendo la divergencia de las vías tanto más grande cuando se las considera más alejadas del centro; y, por otro lado, aunque ello pueda parecer paradójico a quien no reflexione lo suficiente, la oposición es tanto más violenta cuando las tradiciones a las cuales se recurre tienen más caracteres comunes, como, por ejemplo, en el caso de aquellas que revisten exotéricamente la forma religiosa propiamente dicha, pues lo que es diferente no entra sino con dificultad en conflicto, por el hecho de esta misma diferencia; en este dominio como en todo otro, no puede existir lucha sino a condición de situarse sobre el mismo terreno. No insistiremos más sobre esto, pero es de desear que al menos esta advertencia baste para quienes pudieran estar tentados de poner en práctica tales medios discordantes; que no olviden que el dominio puramente espiritual es el único en el que se está al abrigo de todo daño, pues las oposiciones mismas no tienen ya ningún sentido, y que, en tanto el dominio psíquico no sea completa y definitivamente superado, los peores contratiempos permanecerán siendo siempre posibles, incluso, y deberíamos quizá decir especialmente, para quienes hacen alarde enérgicamente de no creer.

NOTAS:

(1). Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. IX.

(2). Por el contrario, éste era, según hemos indicado en una nota anterior, el caso normal para los hombres de la época primordial.

(3). Esto debe permitir comprender mejor lo que mencionábamos acerca de la "jurisdicción" de las organizaciones iniciáticas dependientes de una forma tradicional determinada: siendo la iniciación, en sentido estricto, propiamente un "comienzo", obtenido a través de la vinculación a tal organización, es evidente que aquel que la recibe está todavía lejos de poder situarse más allá de las formas tradicionales.

(4). Para ser exactos, convendría añadir que a condición de que sean completas, es decir, que comporten no solamente la parte exotérica, sino además la parte esotérica e iniciática; por lo demás, siempre es así en principio, aunque, de hecho, puede ocurrir que, por una especie de degeneración, esta segunda parte sea olvidada y en cualquier caso perdida.

(5). Es esto precisamente lo que en realidad significa, según el punto de vista iniciático, lo que se denomina el "don de lenguas", sobre el cual volveremos más adelante.

(6). En el caso de una forma tradicional convertida en incompleta, como ya explicamos, podría decirse que la vía se encuentra cortada en cierto punto antes de alcanzar el centro, o, quizá todavía más exactamente, que es de hecho impracticable a partir de ese punto, que señala el paso del dominio exotérico al dominio esotérico.

(7). Está claro que, desde este punto de vista central, las vías que, como tales, no son practicables hasta el final, tal como dijimos en la nota precedente, no hacen excepción a la regla.

(Publicado originalmente en "Etudes Traditionnelles", abril de 1937. Recopilado como capítulo VII de Initiation et Réalisation Spirituelle).

 

 

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