Abd al-Wahid Yahia

(René Guénon)

 

LA

GRAN  TRÍADA


INDICE

 

Capítulo    I:   Ternario y Trinidad

  "             II:   Diferentes géneros de ternarios

  "            III:   Cielo y Tierra

  "            IV:  "Yin" y "Yang"

  "             V:  La doble espiral

  "            VI:  "Solve" y "Coagula"

  "           VII:  Cuestiones de orientación

  "          VIII:  Números celestiales y números terrestres

  "            IX:  El Hijo del Cielo y de la Tierra

  "             X:  El Hombre y los Tres Mundos

  "            XI:  "Spiritus", "Anima", "Corpus"

  "           XII:  El Azufre, el Mercurio y la Sal

  "          XIII:  El Ser y el Medio

  "          XIV:  El Mediador

  "           XV:  Entre la Escuadra y el Compás

  "          XVI:  El "Ming-Tang"

  "         XVII:  El "Wang" o el Rey-Pontífice

  "        XVIII:  El Hombre Verdadero y el Hombre Trascendente

  "          XIX:  "Deus", "Homo", "Natura"

  "           XX:  Deformaciones filosóficas modernas

  "          XXI:  Providencia, Voluntad, Destino

  "         XXII:  El Triple Tiempo

  "        XXIII:  La Rueda Cósmica

  "        XXIV:  El "Triratna"

  "         XXV:  La Ciudad de los Sauces

  "        XXVI:  La Vía del Medio

 

 

 

 

LA GRANDE TRIADE, La Table Ronde, Nancy, 1946. Gallimard, París, 1957, 1980, 1983, 1986, 1997.

 

Traducción italiana: La Grande Triade, Roma, 1951, 1980. Adelphi, Milán, 1988 (trad. de Corrado Rocco).

 

Trad. castellana: La Gran Tríada, Obelisco, Barcelona, 1986 (208 pp., trad. de F. Gutiérrez) (agotado a fecha de 2002).

 

Trad. portuguesa: A Grande Triade, Pensamento, Sao Paulo, 1983 (trad. Daniel Camarinha da Silva).

 

Trad. inglesa: The Great Triad, Quinta Essentia, Cambridge, 1991. Munshiram Manoharlal, Nueva Delhi, 1994 (trad. de Peter Kingsley).

 

En húngaro se ha traducido un capítulo en “Arkhé”, octubre de 1994.

 

 

 

 PREFACIO

 

Sólo por el título de este estudio, muchos comprenderán, sin duda, que se refiere sobre todo al simbolismo de la tradición extremo-oriental, pues es bastante conocido el papel que desempeña en ésta el ternario formado por los términos “Cielo, Tierra, Hombre” (Tien-ti-jen); este ternario se ha dado en designarlo más particularmente por el nombre de “Tríada”, aunque no siempre se comprende exactamente su sentido y alcance, los cuales nos dedicaremos a explicar aquí, señalando también, además, las correspondencias que a este respecto se encuentran en otras formas tradicionales; ya le hemos dedicado un capítulo en otro estudio1, pero el tema merece tratarse con más desarrollos. Sabido es, también, que en la China hay una “sociedad secreta”, o lo que se ha convenido en llamar así, a la que se ha dado en Occidente el mismo nombre de “Tríada”; como no es nuestra intención tratar especialmente de ella, bueno será que digamos enseguida unas palabras a este respecto a fin de que no tengamos que volver sobre ello a lo largo de nuestra exposición2.

El verdadero nombre de esta organización es Tien-ti-huei, que se puede traducir por “Sociedad del Cielo y de la Tierra”, a condición de que se hagan todas las reservas necesarias sobre el empleo de la palabra “sociedad”, por los motivos que hemos explicado en otra parte3, pues se trata de algo que, aunque es de un orden relativamente exterior, está lejos, sin embargo, de presentar todos los caracteres especiales que tal palabra evoca inevitablemente en el mundo occidental moderno. Obsérvese que sólo los dos primeros términos de la Tríada tradicional figuran en este título; si ello es así es porque, en realidad, la propia organización (huei), por sus miembros tomados tanto colectiva como individualmente, ocupa aquí el lugar del tercer término, como lo harán comprender mejor algunas de las consideraciones que desarrollaremos4. Se suele decir que esta misma organización se conoce además con un número bastante grande de otros diversos apelativos, entre los cuales hay algunos en los que la idea del ternario se menciona expresamente5; pero, a decir verdad, hay en ello una inexactitud: estas denominaciones no se aplican propiamente más que a ramas particulares o a “emanaciones” temporales de esta organización, que aparecen en tal o cual momento de la historia y desaparecen cuando han terminado de desempeñar el papel al que estaban más especialmente destinadas6.

Ya hemos indicado en otro lugar cuál es la verdadera naturaleza de todas las organizaciones de este tipo7: siempre se las ha de considerar, en definitiva, como provenientes de la jerarquía taoísta, que las ha suscitado y las dirige invisiblemente para las necesidades de una acción más o menos exterior en la que ella misma no puede intervenir directamente, en virtud del principio del “no-actuar” (wou-wei), según el cual, su papel es esencialmente el del “motor inmóvil”, es decir, el centro que rige el movimiento de todo sin participar de él. Esto, la mayoría de los sinólogos naturalmente lo ignoran, pues sus estudios, dado el especial punto de vista con que los emprenden, no pueden enseñarles que, en el Extremo Oriente, todo lo que es de orden esotérico o iniciático, en el grado que sea, concierne necesariamente al Taoísmo; pero lo que es bastante curioso, a pesar de todo, es que los mismos que en las “sociedades secretas” han descubierto cierta influencia taoísta no han podido ir más allá y no han sacado de ello ninguna consecuencia importante. Advirtiendo al mismo tiempo la presencia de otros elementos, y especialmente de elementos búdicos, se han apresurado a pronunciar a este respecto la palabra “sincretismo”, sin imaginar que lo que ésta designa es algo completamente contrario, por una parte, al espíritu eminentemente “sintético” de la raza china, y también, por otra, al espíritu iniciático del que procede evidentemente aquello de que se trata, aun si sólo son, en este aspecto, formas bastante alejadas del centro8. Por supuesto, no queremos decir que todos los miembros de estas organizaciones relativamente exteriores hayan de tener conciencia de la unidad fundamental de todas las tradiciones; pero esa conciencia, quienes están detrás de esas mismas organizaciones y las inspiran, la poseen forzosamente en su calidad de “hombres verdaderos” (chenn-jen), y esto es lo que, cuando las circunstancias lo hacen oportuno o ventajoso, les permite introducir en ellas elementos formales que pertenecen propiamente a otras tradiciones9.

A este respecto, hemos de insistir un poco en la utilización de los elementos de procedencia búdica, no tanto por ser sin duda los más numerosos, lo cual se explica fácilmente por el hecho de la gran extensión del Budismo en la China y todo el Extremo Oriente, como por que hay para esta utilización una razón de orden más profundo que la hace particularmente interesante, y sin la cual, a decir verdad, esta misma extensión del Budismo quizá no se hubiera producido. Se podrían encontrar sin dificultad múltiples ejemplos de esta utilización, pero, justo a los que por sí mismos sólo presentan una importancia en cierto modo secundaria, y que precisamente y sobre todo por su gran número, valen para llamar y retener la atención del observador exterior y apartarla, precisamente por ello, de lo que tiene carácter más esencial10, hay al menos uno, extremadamente claro, que se refiere a algo más que meros detalles: es el empleo del símbolo del “Loto blanco” en el título mismo de la otra organización extremo-oriental que se sitúa al mismo nivel que la Tien-ti-huei11. En efecto, Pe-lien-che o Pe-lien-tsong, nombre de una escuela búdica, y Pe-lien-kiao o Pe-lien-huei, nombre de la organización de que se trata, designan dos cosas totalmente distintas; pero, en la adopción de este nombre por parte de esta organización emanada del Taoísmo hay una especie de equívoco deliberado, así como en ciertos ritos de apariencia búdica, o también en las “leyendas” en que los monjes budistas desempeñan casi constantemente un papel más o menos importante. Se ve con bastante claridad, con un ejemplo como éste, de qué manera puede el Budismo servirle de “cobertura” al Taoísmo, y cómo, con ello, ha podido evitarle el inconveniente de exteriorizarse más de lo que hubiera convenido a una doctrina que, por propia definición, siempre ha de estar reservada a una minoría selecta. Por eso pudo el Taoísmo favorecer la difusión del Budismo en la China, sin que haya que invocar afinidades originales que no existen mas que en la imaginación de algunos orientalistas; y, por lo demás, pudo hacerlo tanto mejor cuanto que, desde que las partes esotérica y exotérica de la tradición extremo-oriental se habían constituido en dos ramas de doctrina tan profundamente distintas como el Taoísmo y Confucianismo, era fácil encontrar lugar entre una y otra para algo que depende de un orden, por decirlo así, intermedio. Es oportuno añadir que por ello el propio Budismo chino ha sido influido en gran medida por el Taoísmo, como lo muestra la adopción de ciertos métodos de inspiración manifiestamente taoísta por parte de alguna de sus escuelas, especialmente de la Chan12, y también la asimilación de ciertos símbolos de procedencia no menos especialmente taoísta, como por ejemplo el de Kuan-yin; y apenas es necesario hacer notar que así se volvía mucho más apto todavía para desempeñar el papel que acabamos de indicar.

Hay también otros elementos cuya presencia no podrían pensar en explicarla por “sincretismo” ni los más decididos partidarios de la teoría de los “préstamos”, pero que, a falta de conocimientos iniciáticos en aquellos que han querido estudiar las “sociedades secretas” chinas, han permanecido para ellos como un problema insoluble: nos referimos a aquellos por los que se establecen semejanzas, a veces sorprendentes, entre estas organizaciones y las del mismo orden pertenecientes a otras formas tradicionales. Algunos han llegado a considerar a este respecto, particularmente, la hipótesis de un origen común de la “Tríada” y la Masonería, sin por lo demás poder sostenerlo con razones muy sólidas, lo que sin duda no tiene nada de asombroso; sin embargo, no es que esta idea sea absolutamente rechazable, pero a condición de entenderla en un sentido completamente distinto de como lo han hecho, es decir, no referirla a un origen histórico más o menos lejano, sino solamente a la identidad de los principios que rigen toda iniciación, sea de Oriente o de Occidente; para tener la verdadera explicación, habría que remontarse bastante más allá de la historia, queremos decir hasta la Tradición primordial misma13. En lo que respecta a ciertas semejanzas que parecen referirse a puntos más especiales, diremos tan sólo que cosas como por ejemplo el uso del simbolismo de los números, o incluso el del simbolismo “constructivo”, no son en modo alguno particulares de tal o cual forma iniciática, sino que, por el contrario, son de las que se encuentran en todas partes con meras diferencias de adaptación, porque se refieren a ciencias o artes que existen igualmente y con el mismo carácter “sagrado” en todas las tradiciones; así pues, pertenecen realmente al campo de la iniciación en general, y por consiguiente, en lo que respecta al Extremo Oriente, pertenecen propiamente al campo del Taoísmo; si bien los elementos adventicios, búdicos u otros, son más bien una “máscara”, aquellos, muy al contrario, forman parte verdaderamente de lo esencial.

Cuando aquí hablamos del Taoísmo, y cuando decimos que tales o cuales cosas son de su incumbencia, lo cual es el caso de la mayoría de las consideraciones que hemos de expresar en este estudio, hay que precisar que esto debe entenderse con respecto al estado actual de la tradición extremo-oriental, pues algunas mentes demasiado inclinadas a considerar todo “históricamente” podrían ser tentadas a concluir de ello que se trata de concepciones que no se encuentran con anterioridad a la formación de lo que propiamente se llama el Taoísmo, cuando, muy al contrario, se encuentran constantemente en todo lo que de la tradición china se conoce desde la mas lejana época a que sea posible remontarse, es decir, en suma, desde la época de Fo-hi. Y es que, en realidad, el Taoísmo no ha “innovado” nada en el campo esotérico e iniciático, así como tampoco, por otra parte, el Confucianismo en el campo exotérico y social; uno y otro, cada uno en su orden, son tan sólo “readaptaciones” necesitadas por condiciones que hacían que la tradición, en su forma primera, ya no fuese comprendida íntegramente14. Desde aquel entonces, una parte de la tradición anterior entraba en el Taoísmo y otra en el Confucianismo, y tal estado de cosas es el que ha subsistido hasta nuestros días; referir determinadas concepciones al Taoísmo y otras al Confucianismo, no es en modo alguno atribuirlas a algo más o menos comparable a lo que los occidentales llamarían “sistemas”, y, en el fondo, no es otra cosa que decir que pertenecen respectivamente a la parte esotérica y a la exotérica de la tradición extremo-oriental.

 

No volveremos a hablar especialmente de la Tien-ti-huei, salvo cuando convenga precisar algunos puntos particulares, pues no es eso lo que nos proponemos; pero lo que diremos a lo largo de nuestro estudio, además de su alcance mucho más general, mostrará implícitamente en qué principios se apoya esta organización, en virtud de su propio título, y permitirá comprender por ello cómo, pese a su exterioridad, tiene un carácter iniciático que asegura a sus miembros una participación, al menos virtual, en la tradición taoísta. En efecto, el papel asignado al hombre como tercer término de la Tríada es propiamente, en cierto nivel, el de “hombre verdadero” (chenn-jen), y, en otro nivel, el de “hombre transcendente” (cheun-jen), indicando así los fines respectivos de los “pequeños misterios” y los “grandes misterios”, es decir, los propios de toda iniciación. Sin duda, esta organización por sí misma no es de las que permiten lograrlo efectivamente; pero al menos puede preparar para ello, por lejanamente que sea, a aquellos que están “cualificados”, y constituye así uno de los “atrios” que pueden darles acceso a la jerarquía taoísta, cuyos grados no son otros que los de la realización iniciática misma.

 

 


Capítulo I: TERNARIO Y TRINIDAD

 

Antes de abordar el estudio de la Tríada extremo-oriental, conviene ponerse en guardia cuidadosamente contra las confusiones y falsas asimilaciones que están en boga en Occidente, y que provienen sobre todo de que en todo ternario tradicional, cualquiera que sea, se quiere encontrar un equivalente más o menos exacto de la Trinidad cristiana. Tal error no es cosa tan sólo de teólogos, que aún serían excusables de querer reducirlo todo a su punto de vista especial; lo más singular es que lo comete incluso gente ajena y aún hostil a toda religión, incluido el Cristianismo, pero que, a causa del medio en que viven lo conocen, a pesar de todo, más que a las otras formas tradicionales (lo cual, por otra parte, no quiere decir que lo comprendan mucho mejor en el fondo, y, a causa de esto, más o menos inconscientemente, hacen de él una especie de término de comparación al que tratan de reducir todo el resto. Entre todos los ejemplos que de tales asimilaciones abusivas se podrían dar, uno de los que más frecuentemente se encuentra es el que concierne a la Trimûrti hindú, a la que incluso se da corrientemente el nombre de “Trinidad”, que, por el contrario, para evitar todo equívoco, es indispensable reservar exclusivamente para el concepto cristiano que siempre ha estado destinado a designar propiamente. En realidad, en ambos casos, se trata muy evidentemente de un conjunto de tres aspectos divinos, pero ahí se termina toda la semejanza; como estos aspectos, en modo alguno son los mismos por una y por otra parte, y su distinción no responde de ningún modo al mismo punto de vista, es completamente imposible hacer corresponder respectivamente los tres términos de uno de estos dos ternarios con los del otro1.

 

En efecto, la primera condición para que se pueda pensar en asimilar más o menos completamente los ternarios que pertenecen a formas tradicionales diferentes, es la posibilidad de establecer válidamente entre ellos una correspondencia término a término; dicho de otro modo, es preciso que sus términos estén entre sí realmente en relación equivalente o similar. Además, esta condición no es suficiente para permitir que se identifiquen pura y simplemente ambos ternarios, pues puede darse que haya correspondencia entre ternarios que, aunque podría decirse que son del mismo tipo, se sitúan sin embargo a niveles diferentes, sea en el orden principial, sea en el orden de la manifestación o sea, incluso, respectivamente en uno y en otro. Naturalmente, también puede ser esto así con ternarios considerados por una misma tradición; pero, en tal caso, es más fácil desconfiar de una identificación errónea, pues ni que decir tiene que esos ternarios no han de tener entre ellos repeticiones innecesarias, mientras que cuando se trata de tradiciones distintas, más bien se está tentado, en cuanto las apariencias se prestan a ello, a establecer equivalencias que pueden ser injustificadas en el fondo. Sea lo que fuere, el error nunca es tan grave como cuando consiste en identificar ternarios que no tienen en común más que el mero hecho de ser precisamente ternarios, es decir, conjuntos de tres términos, y en los que estos tres términos están en relaciones completamente diferentes entre sí; así pues, para saber lo que hay, se ha de determinar primero con qué tipo de ternario nos las habemos en cada caso, antes incluso de buscar a qué orden de realidad se refiere; si dos ternarios son del mismo tipo, habrá correspondencia entre ellos, y, si además se sitúan en el mismo orden o más precisamente en el mismo nivel, entonces podrá haber identidad, si el punto de vista al que responden, o por lo menos equivalencia si ese punto de vista es más o menos diferente. Es ante todo por no hacer las distinciones esenciales entre los diferentes tipos de ternarios por lo que se llega a todo tipo de asociaciones quiméricas y sin el menor alcance real, como aquellas en las que se complacen especialmente los ocultistas, a quienes basta encontrar en alguna parte un grupo de tres términos cualesquiera para que se apresuren a ponerlos en correspondencia con los demás grupos que se encuentren en otras partes y contienen el mismo número de términos; sus obras están llenas de cuadros constituidos de tal manera, y algunos de ellos son verdaderos prodigios de incoherencia y de confusión2.

 

Como veremos de forma más completa a continuación, la Tríada extremo-oriental pertenece al género de ternarios que se han formado de dos términos complementarios y un tercer término que es el producto de la unión de los dos primeros, o, si se quiere, de su acción y reacción recíproca; si se toman para símbolos imágenes sacadas del ámbito humano, los tres términos de tal ternario podrán representarse, pues, de manera general, como el Padre, la Madre y el Hijo3. Ahora bien, es manifiestamente imposible hacer corresponder estos tres términos a los de la Trinidad cristiana, en la que los dos primeros en modo alguno son complementarios y en cierto modo simétricos, sino que por el contrario el segundo se deriva del primero solo; en cuanto al tercero, aunque procede de los otros dos, tal procesión no se concibe en modo alguno como una generación o una filiación, sino que constituye otra relación esencialmente diferente de aquélla, independientemente de cómo se quiera tratar de definirla, lo cual no hemos de examinar más precisamente aquí. Lo que puede ocasionar algún equivoco es que también aquí dos de los términos se designan como Padre e Hijo; pero, en primer lugar, el Hijo es el segundo término y no ya el tercero, y, después, el tercer término no puede corresponder de ningún modo a la Madre, aunque sólo fuese, aun a falta de cualquier otra razón, porque viene después del Hijo y no antes de él. Es verdad que ciertas sectas cristianas más o menos heterodoxas pretendieron hacer femenino al Espíritu Santo, y por ello, a menudo quisieron atribuirle precisamente un carácter comparable al de la Madre; pero es muy probable que, en esto, fuesen influidos por una falsa asimilación de la Trinidad con algún ternario del tipo del que acabamos de hablar, lo que mostraría que los errores de esta clase no son exclusivamente propios de los modernos. Por lo demás, y para atenernos a esta sola consideración, el carácter femenino así atribuido al Espíritu Santo no concuerda de ningún modo con el papel, por el contrario esencialmente masculino y “paternal”, que indiscutiblemente es el suyo en la generación de Cristo; y esta observación es importante para nosotros, porque precisamente ahí, y no en la concepción de la Trinidad, podemos encontrar en el Cristianismo algo que en cierto sentido, y con todas las reservas que siempre exige la diferencia de los puntos de vista, corresponde a los ternarios del tipo de la Tríada extremo-oriental4.

 

En efecto, la “operación del Espíritu Santo”, en la generación del Cristo, corresponde propiamente a la actividad “no-actuante” de Purusha, o el “Cielo” según el lenguaje de la tradición extremo-oriental; la Virgen, por otra parte, es una perfecta imagen de Prakriti, que la misma tradición designa como la “Tierra”5; y, en cuanto al propio Cristo, es todavía más evidentemente idéntico al “Hombre Universal”6. Así, si se quiere encontrar una concordancia, habrá que decir, empleando los términos de la teología cristiana, que la Tríada no se refiere a la generación del Verbo ad intra, incluída en la concepción de la Trinidad, sino a su generación ad extra, es decir, según la tradición hindú, al nacimiento del Avatâra en el mundo manifestado7. Por lo demás, esto es fácil de comprender, pues la Tríada, que parte de la consideración de Purusha y Prakriti, o de sus equivalentes, no puede efectivamente situarse sino del lado de la manifestación, cuyos primeros términos son los dos polos8; y podría decirse que la llena toda entera, pues, como se verá a continuación, el Hombre aparece en ella verdaderamente como síntesis de los “diez mil seres”, es decir, de todo cuanto está contenido en la totalidad de la Existencia universal.

 

 

 

 

Capítulo II: DIFERENTES GÉNEROS DE TERNARIOS

 

Lo que acabamos de decir determina ya el sentido de la Tríada, al propio tiempo que muestra la necesidad de establecer una distinción clara entre los ternarios de diferentes géneros; a decir verdad, estos géneros pueden multiplicarse, pues es evidente que tres términos pueden agruparse según muy diversos aspectos, pero insistiremos tan sólo en los dos principales, no solamente porque son los que presentan el carácter más general, sino también porque se refieren más directamente al objeto de nuestro estudio; y, además, las observaciones que vamos a tener que hacer a este respecto nos permitirán alejar ya desde ahora el error grosero de quienes han pretendido encontrar un “dualismo” en la tradición extremo-oriental. Uno de estos dos géneros es aquel en el cual el ternario está constituido por un principio primero (al menos en sentido relativo) del que derivan dos términos opuestos, o más bien complementarios, pues precisamente donde la oposición está en las apariencias y tiene su razón de ser en cierto nivel o cierto campo, el complementarismo siempre responde a un punto de vista más profundo, y por consiguiente más verdaderamente conforme a la naturaleza real de aquello de que se trata; un ternario tal podrá ser representado por un triángulo cuya cúspide está situada arriba (figura 1). El otro género es aquel en el que el ternario está formado, como hemos dicho anteriormente, por dos términos complementarios y por su producto o su resultante y a este género pertenece la Tríada extremo-oriental; este ternario, a la inversa del precedente, podrá representarse por un triángulo cuya base, por el contrario, está situada en lo alto (fig. 2)1. Si se comparan estos dos triángulos, el segundo aparece en cierto modo como reflejo del primero, lo que indica que entre los ternarios correspondientes hay analogía en el verdadero significado de la palabra, es decir, que ha de aplicarse en sentido inverso; y, en efecto, si se parte de la consideración de los dos términos complementarios, entre los cuáles hay necesariamente simetría, se ve que el ternario, en el primer caso, se completa por el principio de ambos, y en el segundo, en cambio, por su resultante, de tal manera que los dos complementarios están respectivamente después y antes del término que, al ser de otro orden, se encuentra por decirlo así como aislado con respecto a ellos2; y es evidente que en todos los casos es la consideración de este tercer termino lo que da todo su significado al ternario como tal.

 

 

 

 

                                                                                     

                                                                                                         

                                                                                                                                                                                                                             

                   

Ahora, lo que hay que comprender bien, antes de ir más lejos, es que en una doctrina cualquiera, no podría haber “dualismo” más que si dos términos opuestos o complementarios (y entonces serían más bien concebidos como opuestos) fuesen, en primer lugar, planteados y considerados en ella como últimos e irreductibles, sin ninguna derivación de un principio común, lo que excluye evidentemente la consideración de todo ternario del primer género; en tal ternario, pues, sólo podrían encontrarse ternarios del segundo género, y puesto que éstos, como ya hemos indicado, nunca pueden referirse más que al ámbito de la manifestación, se ve de inmediato con ello que todo “dualismo” es necesariamente, al propio tiempo, un “naturalismo”. Pero el hecho de reconocer la existencia de una dualidad y situarla en el lugar que le conviene realmente no constituye en modo alguno un “dualismo”, puesto que los dos términos de esa dualidad proceden de un principio único, que como tal pertenece a un orden superior de realidad; y así es, ante todo, en lo que concierne a la primera de todas las dualidades, la de Esencia y Substancia universal, surgidas de una polarización del Ser o Unidad principial, y entre las cuáles se produce toda manifestación. Los dos términos de esta primera dualidad son designados como Purusha y Prakriti en la tradición hindú, y como Cielo (Tien) y Tierra (Ti) en la tradición extremo-oriental; pero ni una ni otra, como tampoco por lo demás ninguna tradición ortodoxa, al considerarlas, pierden de vista el principio superior del que derivan. En otras ocasiones hemos expuesto ampliamente lo que, en este sentido, concierne a la tradición hindú; en cuanto a la tradición extremo-oriental, considera no menos explícitamente como principio común del Cielo y de la Tierra3, lo que ella denomina el “Gran Extremo” (Tai-ki), en el cual están indisolublemente unidos, en estado “indiviso” e “indistinguido”4, anteriormente a toda diferenciación5, y que es el Ser puro, identificado como tal con la “Gran Unidad” (Tai-i)6. Además, el propio Tai-ki, el Ser o la Unidad transcendente, presupone otro principio, Wu-ki, el No-Ser o Cero metafísico7; pero éste no puede entrar con nada, sea lo que sea, en una relación tal que él sea el primer término de un ternario cualquiera, puesto que cualquier relación de este tipo no es posible más que a partir de la afirmación del Ser o la Unidad8. Así, en definitiva, se tiene en primer lugar un ternario del primer genero, formado por Tai-ki, Tien y Ti, y luego solamente un ternario del segundo género, formado por Tien, Ti y Jen, que es el que se ha dado en llamar la “Gran Tríada”; en estas condiciones, es perfectamente incomprensible que algunos hayan podido atribuir un carácter “dualista” a la tradición extremo-oriental.

 

La consideración de dos ternarios como aquellos de los que acabamos de hablar, que tienen en común los dos principios complementarios el uno del otro, nos conduce también a otras observaciones importantes: los dos triángulos inversos que los representan respectivamente se puede considerar que tienen la misma base, y, si se los figura unidos por esa base común, se ve en primer lugar que el conjunto de los dos ternarios forma un cuaternario, puesto que, como dos términos son los mismos en uno y otro, en total no hay más que cuatro términos distintos, y, en segundo lugar, que el último término de ese cuaternario, como se sitúa en la vertical surgida del primero y simétricamente a éste con respecto a la base, aparece como reflejo de este primer término, siendo representado el plano de reflexión por la propia base, es decir, no siendo sino el plano medio en el que se sitúan los dos términos complementarios surgidos del primer término y que producen el último (figura 3)9. Esto es fácil de comprender en el fondo, pues, por una parte, los dos complementarios están contenidos principialmente en el primer término, de manera que sus naturalezas respectivas, incluso cuando parecen contrarias, no son en realidad sino el resultado de una diferenciación de la naturaleza de éste; y, por otra parte, el último término, al ser el producto de los dos complementarios, participa de uno y de otro a la vez, lo que equivale a decir que, en cierta forma, reúne en sí sus dos naturalezas, de modo que es aquí, a su nivel, como una imagen del primer término; y esta consideración nos lleva a precisar aún más la relación de los diversos términos entre sí.

Acabamos de ver que los dos términos extremos del cuaternario, que al mismo tiempo son respectivamente el primer término del primer ternario y el último del segundo, son ambos, por su naturaleza, intermediarios en cierto modo entre los otros dos, aunque por una razón inversa: en ambos casos, unen y concilian en sí los elementos del complementarismo, pero uno en cuanto principio, y otro en cuanto resultante. Para hacer sensible ese carácter intermedio, se pueden representar los términos de cada ternario según una disposición lineal10: en el primer caso, el primer término se sitúa entonces en el medio de la línea que une los otros dos, a los que da origen simultáneo por un movimiento centrífugo dirigido en ambos sentidos y que constituye lo que se puede llamar su polarización (fig.4); en el segundo caso, los dos términos complementarios producen, por un movimiento centrípeto partiendo a la vez de uno y de otro, una resultante que es el último término, y que se sitúa igualmente en el medio de la línea que los une (fig. 5); así pues, el principio y la resultante ocupan una posición central respecto de los

 

 

 

                                

 

 

 

dos complementarios, y esto hay que retenerlo particularmente con vistas a las consideraciones que seguirán.

 

                       (2)ß------------------------------ (1)-------------------------------à(3)

                                             

                                                             Figura 4

 

 

 

                        (2)-----------------------------à(4) ß--------------------------------(3)

                                             

                                                             Figura 5

               

Hay que añadir también lo siguiente: dos términos contrarios o complementarios (y que, en el fondo, siempre son más bien complementarios que contrarios en su realidad esencial) pueden estar, según los casos, en oposición horizontal (oposición de derecha e izquierda) o en oposición vertical (oposición de arriba y abajo), tal como ya hemos indicado en otra parte11. La oposición horizontal es la de dos términos que, situándose en un mismo grado de realidad, son simétricos, podría decirse, en todos los aspectos; la oposición vertical, por el contrario, indica jerarquización entre los dos términos, que, aunque siendo todavía simétricos en cuanto complementarios, son tales, sin embargo, que uno ha de ser considerado como superior y el otro como inferior. Es importante señalar que, en este último caso, no se puede situar entre los dos complementarios, o en el medio de la línea que los une, el primer término de un ternario del primer género, sino tan sólo el tercer término de un ternario del segundo género, pues el principio no puede en modo alguno encontrarse en un nivel inferior al de uno de los dos términos que de él han salido, sino que es necesariamente superior a ambos, mientras que la resultante, por el contrario, es verdaderamente intermediaria en este mismo aspecto; y éste ultimo caso es el de la Tríada extremo-oriental, que, así, puede disponerse según una línea vertical (figura 6)12. En efecto, la Esencia y la Substancia universales son respectivamente el polo superior y el polo inferior de la manifestación, y se puede decir que una está propiamente encima y la otra debajo de toda existencia; por lo demás, cuando se las designa como Cielo y Tierra, ello se traduce incluso, de manera muy exacta, en las apariencias sensibles que les sirven de símbolos13. La manifestación, pues, se sitúa totalmente entre estos dos polos; y lo mismo sucede naturalmente con el Hombre, que no solamente forma parte de esa manifestación, sino que constituye simbólicamente su centro mismo y, por este motivo, la sintetiza en su totalidad. Así, el Hombre, situado entre Cielo y Tierra, ha de ser considerado primeramente como el producto o resultante de sus influencias recíprocas; pero luego, por la doble naturaleza que posee de los dos, se convierte en el termino medio o “mediador” que los une y que, por decirlo así, según un simbolismo sobre el que volveremos, es el “puente” que va de uno a otro; se pueden expresar estos dos puntos de vista por una simple modificación del orden en el que se enumeran los términos de la Tríada: si se enuncia ésta en el orden “Cielo, Tierra, Hombre”, el Hombre aparece como el Hijo del Cielo y de la Tierra; si se la enuncia en el orden “Cielo, Hombre, Tierra”, aparece como Mediador entre el Cielo y la Tierra.

 

 

Capítulo III: CIELO Y TIERRA

 

“El Cielo cubre, la Tierra sostiene”: esta es la fórmula tradicional que, con extrema concisión, determina los papeles de estos dos principios complementarios, y define simbólicamente sus situaciones, superior e inferior respectivamente, con respecto a los “diez mil seres”, esto es, a todo el conjunto de la manifestación universal1. Así se indican, por una parte, el carácter “no-actuante” de la actividad del Cielo o de Purusha2, y, por otra, la pasividad de la Tierra o de Prakriti, que es propiamente un “terreno”3 o un “soporte” de manifestación4, y que también es, como consecuencia, un plano de resistencia y detención para las fuerzas o influencias celestiales que actúan en sentido descendente. Esto, por lo demás, puede aplicarse a cualquier nivel de existencia, ya que siempre se puede considerar, en sentido relativo, que la esencia y la substancia, con respecto a cualquier estado de manifestación, son, para ese estado tomado en particular, los principios que corresponden a lo que la Esencia y la Substancia universales son para la totalidad de los estados de la manifestación5.

 

En lo Universal, y vistos desde su principio común, Cielo y Tierra se asimilan respectivamente a la “perfección activa” (Khien) y a la “perfección pasiva” (Khuen); ninguna de las cuales, por lo demás, es la Perfección en el sentido absoluto, puesto que hay allí ya una distinción que forzosamente implica una limitación; vistos del lado de la manifestación, son solamente Esencia y Substancia, que, como tales, se sitúan en un menor grado de universalidad, puesto que sólo aparecen así, precisamente, con respecto a la manifestación6. En todos los casos, y sea cual sea el nivel en el que se las considere correlativamente, Cielo y Tierra siempre son respectivamente un principio activo y un principio pasivo, o, según uno de los simbolismos más generalmente empleados a este respecto, un principio masculino y un principio femenino, lo que es realmente el tipo mismo del complementarismo por excelencia. De ahí derivan, de manera general, todos sus demás caracteres, que en cierto modo son secundarios con respecto a aquel; no obstante, a este respecto hay que tener mucho cuidado con ciertos intercambios de atributos que podrían causar equívocos, y que por lo demás son bastante frecuentes en el simbolismo tradicional cuando se trata de relaciones entre principios complementarios; habremos de volver sobre este punto en lo que sigue, especialmente con respecto a los símbolos numéricos referidos respectivamente a Cielo y Tierra.

 

                              

Sabido es que, en un complementarismo cuyos dos términos son considerados como activo y pasivo el uno con respecto al otro, el término activo se simboliza generalmente por una línea vertical y el termino pasivo por una línea horizontal7; también Cielo y Tierra son representados a veces conforme a este simbolismo. Sólo que, en este caso, las dos lineas no se atraviesan formando una cruz, como lo hacen las más de las veces, pues es evidente que el símbolo del Cielo ha de estar situado por entero encima del de la Tierra: es, pues, una perpendicular que tiene su pie en la horizontal8, y estas dos líneas pueden ser consideradas como altura y base de un triángulo cuyos lados, que parten de la “cumbre del Cielo”, determinan efectivamente la medida de la superficie de la Tierra, esto es, delimitan el “terreno” que sirve de soporte a la manifestación (fig.7)9.

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                   Figura 7

 

 

Sin embargo, la representación geométrica que más frecuentemente se encuentra en la tradición extremo-oriental es la que refiere las formas circulares al Cielo y las formas cuadradas a la Tierra, como hemos explicado ya en otra parte10. A este respecto, solamente recordaremos que, como la marcha descendente del ciclo de la manifestación (y esto en todos los grados de mayor a menor extensión en que un ciclo tal puede ser considerado), va desde su polo superior, que es el Cielo, hasta su polo inferior que es la Tierra (o lo que los representa en un punto de vista relativo si no se trata más que de un ciclo particular), puede considerarse que parte de la forma menos “especificada” de todas, que es la esfera, para terminar en aquella que, por el contrario, es más “fijada” y que es el cubo11; y también podría decirse que la primera de estas formas tiene un carácter eminentemente “dinámico” y la segunda un carácter eminentemente “estático”, lo que también corresponde realmente a lo activo y lo pasivo. Además, se puede relacionar en cierto modo esta representación con la precedente, considerando, en ésta, la línea horizontal como la huella de una superficie plana (cuya parte “medida” será un cuadrado12, y la línea vertical como el radio de una superficie hemisférica, que encuentra el plano terrestre según la línea de horizonte. En efecto, en su periferia o en sus confines más alejados, esto es, en el horizonte, Cielo y Tierra se unen según las apariencias sensibles; pero hay que advertir aquí que la realidad simbolizada por estas apariencias se ha de tomar en sentido inverso, pues, por el contrario según esta realidad, se unen por el centro13, o, si se los considera en el estado de separación relativa necesaria para que el Cosmos pueda desarrollarse entre ellos, comunican por el eje que pasa por dicho centro14, y que precisamente los separa y los une al mismo tiempo, o que, en otros términos, mide la distancia entre Cielo y Tierra, es decir, la propia extensión del Cosmos según el sentido vertical que señala la jerarquía de los estados de la existencia manifestada, al mismo tiempo que los une a través de esta multiplicidad de estados, que a este respecto aparecen como otros tantos escalones por los que un ser en vías de regreso al Principio puede elevarse desde la Tierra hasta el Cielo15.

 

 

 

 


                                Figura 8

 

 

 

 

 

Se dice también que el Cielo, que todo lo envuelve o abarca, presenta al Cosmos una cara “ventral”, es decir interior, y la Tierra, que todo lo sostiene, le presenta una cara “dorsal”, es decir, exterior16; es lo que puede verse fácilmente con la simple inspección de la figura adjunta, en la que Cielo y Tierra están respectivamente representados naturalmente por un círculo y un cuadrado concéntricos (fig.8). Como se verá, esta figura reproduce la forma de las monedas chinas, forma que, además, es originariamente la de ciertas tablillas rituales17: entre el contorno circular y el vacío mediano cuadrado, la parte llena en que se inscriben los caracteres corresponde evidentemente al Cosmos, en el que se sitúan los “diez mil seres”18, y el hecho de que esté comprendida entre dos vacíos expresa simbólicamente que lo que no está entre el Cielo y la Tierra está por ello mismo fuera de la manifestación19. Sin embargo, hay un punto sobre el que la figura puede parecer inexacta y que corresponde, por lo demás, a un defecto necesariamente inherente a toda representación sensible: si sólo se prestase atención a las posiciones respectivas aparentes de Cielo y Tierra, o más bien de lo que las figura, pudiera parecer que el Cielo está en el exterior y la Tierra en el interior; pero es que tampoco aquí hay que olvidar el aplicar la analogía en sentido inverso: en realidad, desde todos los puntos de vista, la “interioridad” pertenece al Cielo y la “exterioridad” a la Tierra, y volveremos a encontrar esta consideración un poco más adelante. Por lo demás, incluso tomando simplemente la figura tal como es, se ve que, con respecto al Cosmos, Cielo y Tierra, precisamente porque son sus límites extremos, no tienen verdaderamente más que una sola cara, y ésta es interior para el Cielo y exterior para la Tierra; si se quisiese considerar su otra cara, habría que decir que ésta no puede existir sino con respecto al principio común en el cual se unifican, y en el que desaparece toda distinción de lo interior y lo exterior, así como toda oposición y aún todo complementarismo, para no dejar subsistir sino la “Gran Unidad”.


 

 

 

Capítulo IV: “YIN” Y “YANG

 

En su parte propiamente cosmológica, la tradición oriental atribuye capital importancia a los dos principios o, si se prefiere, “categorías” que designa con los nombres de yang y yin: todo lo activo, positivo o masculino es yang, todo lo pasivo, negativo o femenino es yin. Estas dos categorías se relacionan simbólicamente con la luz y la sombra: en todo, el lado iluminado es yang, y el oscuro es yin; pero, al no ir nunca el uno sin el otro, aparecen mucho más como complementarios que no como opuestos1. Este sentido de luz y sombra se encuentra particularmente, con su acepción literal, en la determinación de los emplazamientos geográficos2; y el sentido más general en que estas mismas denominaciones de yang y de yin se extienden a los términos de todo complementarismo tiene innumerables aplicaciones en todas las ciencias tradicionales3.

 

Conforme a lo que hemos dicho ya, es fácil comprender que yang es lo que procede de la naturaleza del Cielo, y yin lo que procede de la naturaleza de la Tierra, puesto que de este complementarismo primero de Cielo y Tierra es de donde se derivan todos los demás complementarismos más o menos particulares; y, por ello, se puede ver inmediatamente el motivo de la asimilación de estos términos a la luz y la sombra. En efecto, el aspecto yang de los seres responde a lo que en ellos hay de “esencial” o “espiritual”, y sabido es que el espíritu es identificado con la Luz por el simbolismo de todas las tradiciones; por otro lado, su aspecto yin es aquel por el cual provienen de la “substancia”, y a ésta, debido a la “ininteligibilidad” inherente a su indistinción o a su estado de pura potencialidad, se la puede definir propiamente como la raíz oscura de toda existencia. Desde este punto de vista, cabe decir además, tomando el lenguaje aristotélico y escolástico, que yang es todo cuanto es “en acto” y yin todo cuanto es “en potencia”, o que todo ser es yang en el aspecto en que está “en acto” y yin en el aspecto en que está “en potencia”, ya que estos dos aspectos se encuentran necesariamente reunidos en todo lo manifestado.

 

El Cielo es totalmente yang y la Tierra es totalmente yin, lo que equivale a decir que la Esencia es acto puro y la Substancia es potencia pura; pero sólo ellos lo son en estado puro, en cuanto son los dos polos de la manifestación universal; y, en todas las cosas manifestadas, el yang nunca va sin el yin, ni el yin sin el yang, puesto que su naturaleza participa a la vez del Cielo y de la Tierra4. Si se considera especialmente a yang y yin en su aspecto de elementos masculino y femenino, se podrá decir que, a causa de esa participación, todo ser es “andrógino” en cierto sentido y medida, y que, además, lo es tanto más completamente cuanto más equilibrados están en él estos dos elementos; el carácter masculino o femenino de un ser individual (con mayor rigor, habría que decir principalmente masculino o femenino) puede considerarse, pues, que resulta del predominio de uno u otro. Naturalmente, estaría fuera de lugar proponerse desarrollar aquí todas las consecuencias que pueden extraerse de esta observación; pero basta con un poco de reflexión para entrever sin dificultad la importancia que son capaces de presentar, en particular, para todas las ciencias que se refieren al estudio del hombre individual desde los diferentes puntos de vista en que éste puede ser considerado.

 

Antes hemos visto que la Tierra aparece por su cara “dorsal”, y el Cielo por su cara “ventral”; por eso el yin está “en el exterior”, mientras que el yang está “en el interior”5. En otros términos, sólo las influencias terrenales, que son yin, son sensibles, y las influencias celestiales, que son yang, escapan a los sentidos y no pueden ser percibidas sino por las facultades intelectuales. Hay en ello uno de los motivos por los cuáles, en los textos tradicionales, suele nombrarse el yin antes del yang, lo que puede parecer contrario a la relación jerárquica que hay entre los principios a los que corresponden, esto es, entre Cielo y Tierra, en cuanto son el polo superior y el polo inferior de la manifestación; esta inversión del orden de los dos términos complementarios es característica de cierto punto de vista cosmológico, que es también el del Sânkhya hindú, en el que Prakriti figura asimismo al comienzo de la enumeración de los tattwas y Purusha al final. Este punto de vista, en efecto, procede en cierto modo “remontando”, del mismo modo que la construcción de un edificio empieza por la base y se termina en la cúspide; parte de lo más inmediatamente perceptible para ir hacia lo más oculto, es decir, que va desde lo exterior hasta lo interior, o de lo yin a lo yang; en eso, es inverso al punto de vista metafísico, que, partiendo del principio para ir a las consecuencias, va, por el contrario, del interior al exterior; y esta consideración del sentido inverso muestra bien que estos dos puntos de vista corresponden propiamente a dos grados distintos de realidad. Por lo demás, hemos visto en otra parte que, en el desarrollo del proceso cosmogónico, las tinieblas, identificadas con el caos, están “en el comienzo”, y la luz, que ordena ese caos para sacar de él el Cosmos, está “después de las tinieblas”6; eso equivale también a decir que, en este aspecto, el yin está efectivamente antes del yang7.

 

Yang y yin, considerados por separado uno de otro, tienen por símbolos lineales lo que se llaman las “dos determinaciones” (eul-i), esto es, el trazo entero y el trazo partido, que son los elementos de los trigramas y hexagramas del Yi-King, de tal suerte que éstos representan todas las combinaciones posibles de estos dos términos, combinaciones que constituyen la integridad del mundo manifestado. Los hexagramas primero y último, que son Khien y Khuen8 (8), están formados respectivamente por seis trazos enteros y seis trazos partidos; representan, pues, la plenitud del yang, que se identifica con el Cielo, y la del yin, que se identifica con la Tierra; y todos los demás hexagramas, en los que yang y yin se mezclan en proporciones diversas, se sitúan entre estos dos extremos y corresponden así al desarrollo de toda la manifestación.

 

Por otra parte, estos dos mismos términos yang y yin, cuando están unidos, se representan por el símbolo que por este motivo se llama yin-yang (fig. 9)9, y que ya hemos estudiado en otra parte desde el punto de vista en que representa más particularmente el “circulo del destino individual”10. Conforme el simbolismo de la luz y la sombra, la parte clara de la figura es yang y su parte oscura es yin; y los puntos centrales, oscuro en la parte clara y claro en la parte oscura, recuerdan que, en realidad, yang y yin nunca van el uno sin el otro. En cuanto el yang y el yin están distinguidos ya, aunque estando unidos (y en eso es propiamente yin-yang la figura); es el símbolo del “Andrógino” primordial, puesto que sus elementos son los dos principios, masculino y femenino; también, según otro simbolismo tradicional más general todavía, es el “Huevo del Mundo”, cuyas dos mitades, cuando se separen, serán respectivamente el Cielo y la Tierra11. Por otro lado, la misma figura, si se considera que forma un todo indivisible12, lo que corresponde al punto de vista principial, se convierte en el símbolo de tai-ki, que así aparece como la síntesis del yin y el yang, pero a condición de que se precise bien que, como esa síntesis es la Unidad primera, es anterior a la diferenciación de sus elementos y, por consiguiente, absolutamente independiente de éstas; de hecho, no puede tratarse propiamente de yin y yang sino con respecto al mundo manifestado, que, como tal, procede por completo de las “dos determinaciones”. Estos dos puntos de vista según los cuáles puede ser considerado el símbolo se resumen en la siguiente fórmula: “Los diez mil seres son producidos (tsao) por Tai-i (que es idéntico a Tai-ki), modificados (hua) por yin-yang” pues todos los seres provienen de la Unidad principial13, pero sus modificaciones en el “devenir” se deben a las acciones y reacciones reciprocas de las “dos determinaciones”.

 

                                                                               Figura 9

                                                                              

 

 

Capítulo V: LA DOBLE ESPIRAL

 

Pensamos que no carece de interés hacer aquí una digresión, al menos aparente, acerca de un símbolo estrechamente conexo con el del yin-yang: la doble espiral (fig.10), que desempeña un papel extremadamente importante en el arte tradicional de los más diversos países, y especialmente en el de la Grecia arcaica1. Como muy acertadamente se ha dicho, esta doble espiral, que puede considerarse como la proyección plana de los dos hemisferios del Andrógino, ofrece la imagen del ritmo alterno de evolución e involución, de nacimiento y muerte; en una palabra: representa la manifestación en su doble aspecto”2. Esta figuración, además, puede considerarse a la vez en sentido “macrocósmico” y en sentido “microcósmico”: a causa de su analogía, siempre puede pasarse de uno a otro de estos puntos de vista por una conveniente transposición; pero aquí nos referimos directamente sobre todo al primero, pues los paralelos más notables se presentan con respecto al simbolismo del “Huevo del Mundo”, al que hemos aludido ya acerca del yin-yang. Desde este punto de vista, cabe considerar las dos espirales como indicación de una fuerza cósmica que actúa en sentido inverso en los dos hemisferios, que, en su aplicación más extendida, son naturalmente las dos mitades del “Huevo del Mundo”, siendo los polos3 los puntos alrededor de los cuáles se enrollan estas dos espirales. Se puede advertir enseguida que esto está en estrecha relación con los dos sentidos de rotación de la esvástica (fig.11), al representar éstos, en suma, la misma revolución del mundo alrededor de su eje, pero vista respectivamente desde cada uno de los dos polos4; y, en efecto, estos dos sentidos de rotación expresan realmente la doble acción de la fuerza cósmica de que se trata, doble acción que, en el fondo, es lo mismo que la dualidad de yin y yang en todos sus aspectos.

 

 

                                        

 

 

Es fácil darse cuenta de que, en el símbolo del yin-yang, las dos semicircunferencias que forman la línea que delimita interiormente las partes clara y oscura de la figura corresponden exactamente a las dos espirales, y sus puntos centrales, oscuro en la parte clara y claro en la parte oscura, corresponden a los dos polos. Esto nos conduce a la idea del “Andrógino”, como anteriormente indicábamos; y, a este respecto, recordaremos además que los dos principios yin y yang, en realidad, han de considerarse siempre como complementarios, aunque sus acciones respectivas, en los diferentes ámbitos de la manifestación, aparezcan exteriormente como contrarias. Se puede hablar, pues, bien de la doble acción de una fuerza única, como lo hacíamos hace un momento, o bien de dos fuerzas producidas por polarización de ésta y centradas en los dos polos, y que, a su vez producen, por las acciones y reacciones que resultan de su diferenciación misma, el desarrollo de las virtualidades comprendidas en el “Huevo del Mundo”, desarrollo que comprende todas las modificaciones de los “diez mil seres”5.

 

Es de señalar que estas dos mismas fuerzas también se representan de diferente forma, aunque equivalente en el fondo, en otros simbolismos tradicionales, particularmente por dos lineas helicoidales que se enroscan en sentido inverso uno del otro alrededor de un eje vertical, como se ve, por ejemplo, en ciertas formas del Brahma-danda o bastón brahmánico, que es una imagen del “Eje del Mundo”, y en el que ese doble enroscamiento es relacionado precisamente con las dos orientaciones contrarias de la esvástica;  en el ser humano, estas dos lineas son los dos nâdis o corrientes sutiles de derecha e izquierda, o positiva y negativa (idâ y pingalâ)6. Otra representación idéntica es la de las dos serpientes del caduceo, que además se vincula al simbolismo general de la serpiente en sus dos aspectos opuestos7; y, a este respecto, la doble espiral también puede considerarse que representa una serpiente enroscada sobre sí misma en dos sentidos contrarios: tal serpiente es entonces una “amfisbena”8, cuyas dos cabezas corresponden a los dos polos, y que, por sí sola, equivale al conjunto de las dos serpientes opuestas del caduceo9.

 

Esto en nada nos aleja de la consideración del “Huevo del Mundo”, pues éste, en diferentes tradiciones, frecuentemente se encuentra asociado al simbolismo de la serpiente; se podrá recordar aquí el Kneph egipcio, representado en forma de una serpiente que produce el huevo por su boca (imagen de la producción de la manifestación por el Verbo10, y también, claro está, el símbolo druídico del “huevo de serpiente”11. Por otra parte, a la serpiente se la suele considerar como habitante de las aguas, como se ve particularmente con los Nâgas en la tradición hindú, y sobre esas mismas aguas es donde flota el “Huevo del Mundo”; pues bien, las aguas son el símbolo de las posibilidades, y el desarrollo de éstas se representa por la espiral, de donde la estrecha asociación que a veces existe entre esta última y el simbolismo de las aguas12.

 

Si bien el “Huevo del mundo” es así, en ciertos casos, un “Huevo de serpiente”, además, también es un “huevo de cisne”13; queremos aludir, aquí, sobre todo al simbolismo de Hamsa, el vehículo de Brahmâ en la tradición hindú14. Pues bien, a menudo, y en particular en las representaciones etruscas, la doble espiral tiene un pájaro encima; éste es evidentemente el mismo que Hamsa, el cisne que incuba el Brahmânda en las Aguas primordiales, y que, además, se identifica con el “espíritu” o “aliento divino” (pues Hamsa también es el “aliento”) que, según el comienzo del Génesis hebraico, “se cernía sobre la superficie de las Aguas”. Y no menos notable, además, es que, entre los Griegos, del huevo de Leda, engendrado por Zeus bajo la forma de cisne, salen los Dióscuros, Castor y Pólux, que están en correspondencia simbólica con los dos hemisferios, luego con las dos espirales que estamos considerando, y que, por consiguiente, representan su diferenciación en ese “huevo de cisne”, es decir, en suma, la división del “Huevo del Mundo” en sus dos mitades, superior e inferior15. Por lo demás, no podemos pensar en extendernos aquí más largamente sobre el simbolismo de los Dióscuros, que, a decir verdad, es harto complejo, como el de todas las parejas similares formadas por un mortal y un inmortal, a menudo representados blanco el uno y negro el otro16, como los dos hemisferios, uno de los cuáles está iluminado mientras que el otro está en la oscuridad. Diremos tan solo que, en el fondo, dicho simbolismo es bastante cercano al de los Dêvas y los Asuras17, cuya oposición esta relacionada también con el doble significado de la serpiente, según se mueva en dirección ascendente o descendente alrededor de un eje vertical, o incluso enroscándose o desenroscándose sobre sí misma, como en la figura de la doble espiral18.

 

En los símbolos antiguos, esta doble espiral se sustituye a veces por dos conjuntos de círculos concéntricos, trazados alrededor de dos puntos que también representan los polos: son, al menos en una de sus significaciones más generales, los círculos celestiales e infernales, los segundos de los cuales son como un reflejo invertido de los primeros19, y a los cuales corresponden precisamente los Dêvas y los Asuras. En otros términos, son los estados superiores e inferiores con respecto al ciclo actual (lo cual, en resumidas cuentas, no es sino otra forma de expresar la misma cosa, haciendo intervenir un simbolismo “sucesivo”); y esto corrobora también el significado del yin-yang considerado como proyección plana de la hélice representativa de los estados múltiples de la Existencia universal20. Los dos símbolos son equivalentes, y uno puede ser considerado como simple modificación del otro; pero la doble espiral indica, además, la continuidad entre los ciclos; podría decirse, también, que representa las cosas bajo un aspecto “dinámico”, mientras que los círculos concéntricos las representan bajo un aspecto más bien “estático”21.

 

Al hablar aquí de aspecto “dinámico”, naturalmente, pensamos también en la acción de la doble fuerza cósmica, y más especialmente en su relación con las fases inversas y complementarias de toda manifestación, fases que, según la tradición extremo-oriental, se deben al predominio alterno del yin y el yang: “evolución” o desenvolvimiento, despliegue, e “involución” o envolvimiento22, enroscamiento, o incluso “catábasis” o marcha descendente, y “anábasis” o marcha ascendente, salida a la manifestación y vuelta a la no-manifestación23. La doble “espiración” (y se advertirá el muy significativo parentesco que hay entre la designación misma de la espiral y la del spiritus o “aliento” del que antes hablábamos en conexión con Hamsa), es la “espiración” y la “aspiración” universales, por los cuáles, según el lenguaje taoísta, se producen las “condensaciones” y las “disipaciones” que resultan de la acción alternada de los dos principios yin y yang, o, según la terminología hermética, las “coagulaciones”, y “disoluciones”: para los seres individuales son los nacimientos y muertes, lo que Aristóteles llama génesis y phthora, “generación” y “corrupción”; para los mundos, es lo que la tradición hindú designa como los días y noches de Brahmâ, Kalpa y Pralaya; y en todos los grados, tanto en el orden “macrocósmico” como en el “microcósmico”, se encuentran fases correspondientes en todo ciclo de existencia, pues son la expresión misma de la ley que rige todo el conjunto de la manifestación universal.

 

 

 


Capítulo VI: “SOLVE” Y “COAGULA “

 

 

Puesto que acabamos de aludir a la “coagulación” y la “disolución” herméticas y, aunque ya hemos hablado de ello un poco en diversas ocasiones, quizá no sea inútil precisar todavía, a este respecto, ciertas nociones que tienen una relación bastante directa con lo que aquí hemos expuesto. En efecto, se considera que la fórmula solve et coagula contiene en cierta forma todo el secreto de la “Gran Obra”, en cuanto ésta reproduce el proceso de la manifestación universal, con esas dos fases inversas que hemos indicado hace un momento. El término solve se representa a veces por un símbolo que muestra el Cielo, y el término coagula por un signo que muestra la Tierra1; es decir que se asimilan a las acciones de las corrientes descendente de la fuerza cósmica, o, en otros términos, a las acciones respectivas del yang y el yin. Toda fuerza de expansión es yang y toda fuerza de contracción es yin. Las “condensaciones”, que dan origen a los compuestos individuales, proceden, pues, de las influencias terrenales, y las “disipaciones”, que devuelven los elementos de estos compuestos a sus principios originales, proceden de las influencias celestiales; son, si se quiere, los efectos de las respectivas atracciones del Cielo y de la Tierra; y así “los diez mil seres son modificados por yin y yang”, desde su aparición en el mundo manifestado hasta su retorno a lo no manifestado.

 

Por lo demás, hay que fijarse bien en que el orden de los dos términos depende del punto de vista en el que uno de coloca, pues, en realidad, las dos fases complementarias a las que corresponden son a la vez alternantes y simultáneas, y el orden en que se presentan depende en cierto modo del estado que se toma por punto de partida. Si se parte del estado de no-manifestación para pasar luego a lo manifestado (lo cual constituye el punto de vista que se puede llamar propiamente “cosmogónico”)2, lo que se presentará naturalmente en primer lugar será la “coagulación”; la “disipación” o “disolución” vendrá a continuación, con movimiento de retorno hacia lo no-manifestado, o por lo menos hacia lo que, en cualquier nivel, corresponde en un sentido relativo a lo no manifestado3. Si, por el contrario, se partiese de un estado dado de manifestación, habría que considerar primero una tendencia que conduce a la “disolución” de lo que se encuentra en ese estado; y, entonces una fase posterior de “coagulación” seria el retorno a otro estado de manifestación; hay que añadir, además, que esta “disolución” y esta “coagulación”’ respecto del estado antecedente y del estado consecuente respectivamente, pueden ser perfectamente simultáneas en realidad4.

 

Por otra parte, y esto es todavía más importante, las cosas se presentan en sentido inverso según se las considere desde el punto de vista del Principio o por el contrario, como acabamos de hacerlo, desde el punto de vista de la manifestación, de tal modo que se podría decir que lo que es yin por un lado es yang por el otro e inversamente, aunque, por otra parte, sólo por una manera de hablar bastante impropia se pueda referir una dualidad como la del yin y el yang al Principio mismo. En efecto, como hemos indicado ya en otro lugar5, lo que determina la “coagulación” de lo manifestado es la “espiración” o movimiento de expansión principial; y lo que determina su “disolución” es la “aspiración” o movimiento de contracción principial; y sería exactamente lo mismo si, en vez de emplear el simbolismo de las dos fases de la respiración, se empleara el del doble movimiento del corazón.

 

Por lo demás, se puede evitar la impropiedad de lenguaje que señalábamos hace un instante por medio de una observación bastante simple: el Cielo, en cuanto polo “positivo” de la manifestación, representa de forma directa al Principio con respecto a ésta6, mientras que la Tierra, en cuanto polo “negativo”, no puede representar del Principio sino una imagen invertida. La “perspectiva” de la manifestación, pues, referirá bastante naturalmente al principio mismo lo que realmente pertenece al Cielo, y es así como el “movimiento” del Cielo (movimiento en el sentido meramente simbólico, claro está, y a que nada hay, en ello de espacial) se atribuirá en cierta forma al Principio, aunque éste sea necesariamente inmutable. En el fondo, lo más exacto es hablar, como hacíamos un poco antes, de las respectivas atracciones de Cielo y Tierra, que se ejercen en sentido inverso el uno del otro: Toda atracción produce un movimiento centrípeto, luego una “condensación”, a la que, en el polo opuesto, corresponderá una “disipación” determinada por un movimiento centrífugo, de manera que restablezca o, más bien, mantenga el equilibrio total7. De ahí resulta que lo que con respecto a la substancia es “condensación”, con respecto a la esencia, por el contrario es “disipación”, e inversamente, lo que es “disipación” con respecto a la substancia es “condensación” con respecto a la esencia; como consecuencia, toda “transmutación”, en el sentido hermético de este término, consistirá propiamente en “disolver” lo que estaba “coagulado” y, simultáneamente, en “coagular” lo que estaba “disuelto”, no siendo, en realidad, estas dos operaciones aparentemente inversas sino los dos aspectos complementarios de una sola y misma operación.

Por ello, los alquimistas dicen frecuentemente que “la disolución del cuerpo es la fijación del espíritu” e inversamente, no siendo, en suma, espíritu y cuerpo otra cosa que el aspecto “esencial” y el aspecto “substancial” del ser; esto puede entenderse de la alternancia de las “vidas” y las “muertes”, en el sentido más general de estas palabras, puesto que es lo que corresponde propiamente a las “condensaciones” y las “disipaciones” de la tradición taoísta8, de modo que, se podría decir, el estado que es vida para el cuerpo es muerte para el espíritu e inversamente; y por eso a “volatilizar (o disolver) lo fijo y fijar (o coagular) lo volátil” o “espiritualizar el cuerpo y corporeizar el espíritu”9, se le llama también “sacar lo vivo de lo muerto y lo muerto de lo vivo”, que, por lo demás, es también una expresión coránica10. Así pues, la “transmutación”, en un grado u otro11, implica una especie de inversión de las relaciones corrientes (queremos decir tal como son consideradas desde el punto de vista del hombre corriente), inversión que, además, es en realidad más bien un restablecimiento de las relaciones normales; nos limitaremos a señalar aquí que la consideración de una “inversión” tal, es particularmente importante desde el punto de vista de la realización iniciática, sin que podamos insistir más en ello, pues para eso serían precisos unos desarrollos que no pueden entrar en el marco del presente estudio12.

 

Por otra parte, esa doble operación de “coagulación” y de “solución” corresponde con gran exactitud a lo que la tradición designa como “poder de las llaves”; efectivamente, también ese poder es doble, puesto que implica a la vez el poder de “ligar” y el de “desligar”; pues bien, “ligar” es evidentemente lo mismo que “coagular”, y “desligar” es lo mismo que “disolver”13; y la comparación de diferentes símbolos tradicionales también confirma esta correspondencia tan claramente como es posible. Sabido es que la representación más habitual del poder de que se trata es la de dos llaves, una de oro y la otra de plata, que se refieren respectivamente a la autoridad espiritual y al poder temporal, o a la función sacerdotal y la función regia, y también, desde el punto de vista iniciático, a los “grandes misterios” y a los “pequeños misterios” (y en este ultimo aspecto, entre los antiguos Romanos, eran uno de los atributos de Jano14; alquímicamente, se refieren a operaciones análogas efectuadas en dos grados diferentes, y que constituyen respectivamente la “obra al blanco”, que corresponde a los “pequeños misterios”, y la “obra al rojo”, que corresponde a los “grandes misterios”; estas dos llaves, que, según el lenguaje de Dante, son la del “Paraíso celestial” y la del “Paraíso terrenal”, están cruzadas de manera que recuerdan la forma de la esvástica. En semejante caso, se ha de considerar que cada una de las dos llaves, en el orden al que se refiere, tiene el doble poder de “abrir” y “cerrar”, o de “ligar” y “desligar”15; pero también hay otra representación más completa, en la que, para cada uno de estos dos órdenes, los dos poderes inversos están distintamente representados por dos llaves opuestas una a otra. Esta figuración es la de la esvástica llamada “clavígera”, precisamente porque cada uno de sus cuatro brazos está formado por una llave (fig. 12)16, tenemos así dos llaves opuestas según un eje vertical y otras dos según un eje horizontal17; con respecto al ciclo anual, cuya estrecha relación con el simbolismo de Jano es bien conocida, el primero de estos dos ejes es solsticial, y el segundo es un eje equinoccial18;

 

 

 

 

 

                    Figura 12

 

 

El eje vertical o solsticial, corresponde a la función sacerdotal, y el horizontal o equinoccial, a la función regia19.

La relación de este símbolo con el de la doble espiral se establece por la existencia de otra forma de la esvástica, una forma con brazos curvos que tienen la apariencia de dos S cruzadas; la doble espiral puede identificarse naturalmente, bien con la parte vertical de esa esvástica, bien con su parte horizontal. Es verdad que, las más de las veces, la espiral se coloca horizontalmente a fin de evidenciar el carácter complementario y en cierto modo simétrico de las dos corrientes de la fuerza cósmica20; pero, por otra parte, la curva que es su equivalente en el yin-yang, por el contrario, se coloca verticalmente por lo general; según los casos, pues, podrá considerarse preferentemente una u otra de esas dos posiciones, que se encuentran reunidas en la figura de la esvástica de brazos curvos, y que entonces corresponden respectivamente a los dos ámbitos en que se ejerce el “poder de las llaves”21.

 

En las tradiciones hindú y tibetana, a este mismo “poder de las llaves” corresponde también el doble poder del vajra22; como se sabe, este símbolo es el del rayo, y sus dos extremidades, formadas de puntas con forma de llama, corresponden a los dos aspectos opuestos del poder representado por el rayo23: generación y destrucción, vida y muerte. Si se relaciona el vajra con el “Eje del Mundo”, esas dos extremidades corresponden a los dos polos, así como a los solsticios24; debe colocarse, pues, verticalmente, lo que, además, concuerda con su carácter de símbolo masculino25, así como con el hecho de que esencialmente es un atributo sacerdotal26. Así sostenido, en la posición vertical, el vajra representa la “Via del Medio” (que, como se verá más adelante, es también la “Vía del Cielo”); pero puede estar inclinado a un lado o a otro, y entonces estas dos posiciones corresponden a las dos “vías” tántricas de derecha e izquierda (dakshina-mârga y vâma-mârga), pudiendo relacionarse además, esa derecha y esa izquierda, con los puntos equinocciales, del mismo modo que arriba y abajo puede relacionarse con los puntos solsticiales27. Evidentemente, habría mucho que decir sobre todo ello, mas para no apartarnos demasiado de nuestro tema nos contentaremos aquí con estas pocas indicaciones; y concluiremos diciendo que como el poder del vajra, o el “poder de las llaves” que le es idéntico en el fondo, implica el manejo y aplicación de las fuerzas cósmicas en su doble aspecto de yin y yang, no es otra cosa, en definitiva, que el poder mismo de gobernar la vida y la muerte28.


 

 

Capítulo VII: CUESTIONES DE ORIENTACIÓN

 

 

En la época primordial, el hombre era de por sí, perfectamente equilibrado en cuanto al complementarismo del yin y el yang; por otra parte, era yin o pasivo respecto al Principio, y yang o activo con respecto al Cosmos o el conjunto de las cosas manifestadas; así pues, se volvía naturalmente hacia el Norte, que es yin1, como hacia su propio complementario. Por el contrario, el hombre de las épocas posteriores, a causa de la degeneración espiritual que corresponde al avance descendente del ciclo, se ha vuelto yin con respecto al Cosmos; ha de volverse, pues, hacia el Sur, que es yang, para recibir las influencias del principio complementario de aquel que se ha hecho predominante en él, para, en la medida de lo posible, restablecer el equilibrio entre el yin y el yang. La primera de estas dos orientaciones puede llamarse “polar”, mientras que la segunda es propiamente “solar”: en el primer caso, mirando la Estrella polar o “cumbre del Cielo”, el hombre tiene el Este a la derecha y el Oeste a la izquierda; en el segundo caso, mirando el sol en el meridiano, tiene, por el contrario, el Este a la izquierda, y el Oeste a la derecha; y esto da la explicación de una particularidad que, en la tradición extremo-oriental, puede parecer bastante extraña a quienes no conozcan su motivo2.

 

En la China, efectivamente, el lado al que por lo general se atribuye preeminencia es la izquierda; decimos por lo general, pues no fue así constantemente en el transcurso de la historia. En la época del historiador Sse-ma-tsien, esto es, en el siglo II antes de la era cristiana, parece que, por el contrario, la derecha prevaleció sobre la izquierda, por lo menos en lo que concierne a la jerarquía de las funciones oficiales3; parece que por aquel entonces haya habido, al menos en este aspecto, como una especie de tentativa de “retorno a los orígenes”, que, sin duda, tuvo que corresponder a un cambio de dinastía, pues tradicionalmente tales cambios en el orden humano siempre son puestos en correspondencia con ciertas modificaciones del orden cósmico mismo4. Pero, en una época más antigua, aunque sin duda harto alejada de los tiempos primordiales, la izquierda era la que predominaba, como lo indica particularmente este pasaje de Lao Tsé: “En los asuntos favorables (o de buen augurio), se pone por encima la izquierda; en los asuntos funestos, se pone por encima la derecha”5. Hacia la misma época, se dice también: “la humanidad es la derecha; la Vía, la izquierda”, lo que implica manifiestamente una inferioridad de la derecha respecto de la izquierda6; relativamente una a otra, la izquierda correspondería entonces al yang y la derecha al yin.

 

Ahora, el que esto es realmente consecuencia directa de la orientación tomada al volverse hacia el Sur, es lo que prueba un tratado atribuido a Kuan Tsé, que, según parece, vivió en el siglo VII antes de la era cristiana, y en el que se dice: “La primavera hace nacer (los seres) a la izquierda, el otoño destruye a la derecha, el verano hace crecer delante, y el invierno pone en reserva detrás”. Ahora bien, según la correspondencia, admitida en todas partes, entre las estaciones y los puntos cardinales, la primavera corresponde al Este y el Otoño al Oeste, el verano al Sur y el Invierno al Norte7; así pues, aquí es realmente el Sur el que está delante y el Norte detrás, el Este a la izquierda y el Oeste a la derecha8. Naturalmente, cuando, por el contrario, se toma la orientación volviéndose hacia el Norte, la correspondencia de la izquierda y la derecha se encuentra invertida, lo mismo que la de delante y detrás; pero, en definitiva, el lado que tiene preeminencia, sea la izquierda en un caso o la derecha en el otro, es, siempre e invariablemente el lado del Este. Eso es lo que importa esencialmente, pues con esto se ve que, en el fondo, la tradición extremo-oriental está en perfecto acuerdo con todas las demás doctrinas tradicionales, en las cuáles Oriente es considerado siempre, efectivamente como el “lado luminoso” (yang) y Occidente como el “lado obscuro” (yin) el uno respecto del otro; el cambio en los respectivos significados de la derecha y la izquierda, está condicionado por un cambio de orientación, es perfectamente lógico, en suma, y no implica absolutamente ninguna contradicción9.(9)

 

Estas cuestiones de orientación, por lo demás, son harto complejas, pues no sólo hay que poner cuidado en no cometer ninguna confusión entre correspondencias diferentes, sino que, además, puede suceder que, en una misma correspondencia, derecha e izquierda prevalezcan una y otra desde diferentes puntos de vista. Eso es lo que indica clarísimamente un texto como éste: “La Vía del Cielo prefiere la derecha, el Sol y la Luna se trasladan hacia Occidente; la Vía de la Tierra prefiere la izquierda, el curso del agua corre hacia Oriente; por un igual se les dispone por encima (es decir, que cada uno de los dos lados tiene títulos para la preeminencia)”10. Este pasaje es particularmente interesante, en primer lugar porque sean cuales sean las razones que da para ello y que han de tomarse sobre todo como simples “ilustraciones” sacadas de las apariencias sensibles, afirma que la preeminencia de la derecha se asocia a la “Vía del Cielo” y la de la izquierda a la “Vía de la Tierra”; ahora bien, la primera es necesariamente superior a la segunda, y puede decirse que si los hombres han llegado a conformarse a la “Vía de la Tierra” es porque han perdido de vista la “Vía del Cielo”, lo cual indica realmente la diferencia entre la época primordial y las épocas posteriores de degeneración espiritual. En segundo lugar, se puede ver en el pasaje la indicación de una relación inversa entre el movimiento del Cielo y el de la Tierra11, lo cual es rigurosamente conforme con la ley general de la analogía, y siempre es así cuando se está en presencia de dos términos que se oponen de tal manera que uno de ellos es como un reflejo del otro, reflejo que está invertido como lo está la imagen de un objeto en un espejo con respecto a ese mismo objeto, de manera que la derecha de la imagen corresponde a la izquierda del objeto y viceversa12.

Añadiremos a este respecto una observación que, por sencilla que parezca en sí misma, dista, no obstante de carecer de importancia: es que, particularmente cuando se trata de la derecha y la izquierda, hay que tener siempre el mayor cuidado de precisar con respecto a qué se las considera; así, cuando se habla de la derecha y la izquierda de una figura simbólica, ¿se quiere decir realmente, con esto, las de la propia figura, o bien las de un espectador que la mire colocándose frente a ella? Ambos casos pueden darse en realidad: cuando nos las habemos con una figura humana o la de cualquier otro ser viviente, no hay demasiada duda sobre lo que conviene denominar su derecha y su izquierda; pero no ocurre ya lo mismo para otro objeto cualquiera, por ejemplo una figura geométrica, o incluso para un monumento, y entonces la derecha y la izquierda suelen tomarse colocándose desde el punto de vista del espectador13; pero, sin embargo, no forzosamente es siempre así, y puede suceder también que a veces se atribuya una derecha y una izquierda a la figura tomada en si misma, lo que corresponde a un punto de vista naturalmente inverso al del espectador14; por no haber precisado en cada caso, puede uno verse llevado a cometer errores bastante graves en este aspecto15.

Otra cuestión conexa con la de la orientación es la del sentido de las circunvalaciones rituales en las diferentes formas tradicionales; es fácil darse cuenta de que tal sentido lo determina, bien la orientación “polar”, bien la orientación “solar”, en la acepción que antes hemos dado a estas expresiones. Si se consideran las figuras de al lado16, el primer sentido es aquel en que, mirando al Norte, se ven girar las estrellas alrededor del polo (fig. 13); por el contrario, el segundo sentido es aquel en que se efectúa el movimiento aparente del Sol para un observador que mira al Sur (fig. 14). La circunvalación se lleva a cabo teniendo constantemente el centro a la izquierda en el primer caso, y, por el contrario, a la derecha en el segundo (lo cual en sánscrito se llama pradakshinâ;  este último modo es el que, particularmente, está en uso en las tradiciones hindú y tibetana, mientras que el otro se encuentra especialmente en la tradición islámica17. Con esta diferencia de sentidos también se relaciona el hecho de adelantar primero el pie derecho o el izquierdo en una marcha ritual: considerando de nuevo las mismas figuras se puede ver fácilmente que el pie que se ha de adelantar primero es forzosamente el del lado opuesto al lado que está vuelto hacia el centro de la circunvalación, es decir, el pie derecho en el primer caso (fig. 13) y el izquierdo en el segundo (fig. 14);

 

 

 

 

 

y este orden de marcha se observa por lo general, incluso cuando no se trata de circunvalaciones propiamente dichas, señalando en cierta forma el respectivo predominio del punto de vista “polar” o del punto de vista “solar”, sea en una forma tradicional dada, o sea incluso a veces para distintos períodos en el transcurso de la existencia de una misma tradición”18.

Así, todas estas cosas distan de reducirse a simples detalles más o menos insignificantes, como pudieran creer quienes nada comprenden de simbolismo ni de ritos; por el contrario, van ligadas a todo un conjunto de nociones que en todas las tradiciones tienen gran importancia, y se podían dar aún muchos otros ejemplos. Seria muy conveniente también, acerca de la orientación, el tratar de cuestiones como las de sus relaciones con el recorrido del ciclo anual19 y con el simbolismo de las “puertas zodiacales”; además volveríamos a encontrar aplicado el sentido inverso, que señalábamos más arriba, en las relaciones entre el orden “celestial” y el orden “terrenal”; pero tales consideraciones constituirían aquí una digresión demasiado larga, y sin duda encontrarán mejor lugar en otros estudios20.

 

 


Capítulo VIII: NUMEROS CELESTIALES Y NUMEROS TERRENALES

 

 

La dualidad del yang y el yin se encuentra también en lo que concierne a los números: según el Yi-King, los números impares corresponden al yang, es decir, son masculinos o activos, y los pares corresponden al yin, es decir, son femeninos o pasivos. Nada hay en ello, por lo demás, que sea peculiar de la tradición extremo-oriental, pues tal correspondencia es conforme a lo que todas las doctrinas tradicionales enseñan; en Occidente la conoce el Pitagorismo, y quizás incluso a algunos, imaginándose que se trata de una concepción propia de éste, les sorprendería bastante conocer que se la encuentra exactamente igual hasta en Extremo Oriente, sin que sea posible, evidentemente, suponer en ello el menor "plagio" por uno u otro lado, y simplemente porque se trata de una verdad que se ha de reconocer de manera semejante en cualquier parte donde exista la ciencia tradicional de los números.

 

Los números impares, como son yang, pueden llamarse “celestiales”, y los pares, como son yin, pueden llamarse “terrenales”; pero además de esta consideración del todo general, hay ciertos números que se atribuyen más especialmente al Cielo y a la Tierra, y esto requiere otras explicaciones. En primer lugar, son los primeros números respectivamente par e impar los considerados como propios del Cielo y de la Tierra, o como expresión de su naturaleza misma, lo cual se comprende fácilmente, porque, a causa de la primacía que cada uno de ellos tiene en su orden, todos los demás números son en cierto modo como sus derivados y sólo ocupan un lugar secundario con respecto a ellos en sus series respectivas; son aquéllos, pues, los que podría decirse que representan el yang y el yin en el más alto grado, o, lo que viene a ser lo mismo, que mas puramente expresan la naturaleza celestial y la terrenal. Ahora, hay que prestar atención a que, aquí, la unidad, al ser propiamente el principio del número, no se cuenta como número; en realidad, lo que representa no puede sino ser anterior a la distinción de Cielo y Tierra, y, en efecto, ya hemos visto que corresponde al principio común de éstos, Tai-ki, el Ser, que es idéntico a la propia Unidad metafísica. Así pues, mientras que el 2 es el primer número par, es el 3, y no el 1, el que se considera como primer número impar; por consiguiente, 2 es el número de la Tierra y el 3 el del Cielo; pero entonces, como 2 está antes de 3 en la serie de los números, la Tierra parece estar antes del Cielo, así como el yin aparece antes del yang; así, en esta correspondencia numérica se vuelve a encontrar otra expresión, equivalente en el fondo, del mismo punto de vista cosmológico del que hablábamos antes acerca del yin y el yang.

 

Lo que puede parecer más difícilmente explicable, es que también se atribuyen otros números a Cielo y Tierra, y que para ellos se produce, al menos en apariencia, una especie de inversión; entonces, en efecto, es el 5, número impar, el atribuido a la Tierra, y el 6, numero par, el atribuido al Cielo. También aquí se tienen dos términos consecutivos de la serie numérica, correspondiendo a la Tierra el primero en el orden de dicha serie, y al Cielo el segundo, pero, además de este carácter común a las dos parejas numéricas 2 y 3 por una parte y 5 y 6 por otra, ¿cómo puede ser que un número impar o yang se relacione con la Tierra y un número par o yin con el Cielo? Se ha hablado a este respecto, y con razón a fin de cuentas, de un intercambio “hierogámico” entre los atributos de los dos principios complementarios1; no se trata, por lo demás, de un caso aislado o excepcional, y pueden señalarse muchos otros ejemplos en el simbolismo tradicional2. A decir verdad, habría que generalizar más todavía, pues sólo se puede hablar propiamente de “hierogamia” cuando los dos complementarios son expresamente considerados masculino y femenino el uno con respecto al otro, como efectivamente ocurre aquí; pero también se encuentra algo semejante en casos en los que el complementarismo toma aspectos diferentes de éste, y ya lo hemos indicado en otra parte en lo que concierne a tiempo y espacio y a los símbolos que a ellos se refieren respectivamente en las tradiciones de los pueblos nómadas y de los sedentarios3. Es evidente que, en este caso en que un término temporal y otro espacial son considerados complementarios, la relación que existe entre estos dos términos no se puede asimilar a la de lo masculino y lo femenino; si bien es verdad, no obstante, que este complementarismo, lo mismo que cualquier otro, se relaciona en cierta forma con el de Cielo y Tierra, pues el tiempo se pone en correspondencia con el Cielo por la noción de los ciclos, cuya base es esencialmente astronómica, y el espacio con la Tierra en cuanto, en el orden de las apariencias sensibles, la superficie terrestre representa propiamente la extensión mensurable. Naturalmente, no habría que concluir de esta correspondencia el que todos los complementarismos pueden reducirse a un tipo único, y por eso seria erróneo hablar de “hierogamia” en un caso como el que acabamos de recordar; tan sólo hay que decir que todos los complementarismos, sean del tipo que sean, tienen por igual su principio en la primera de todas las dualidades, que es la de la Esencia y la Substancia universales, o, según el lenguaje simbólico de la tradición extremo-oriental, de Cielo y Tierra.

 

Ahora, para comprender exactamente el diferente significado de las dos parejas de números atribuidos a Cielo y Tierra, hay que darse cuenta de que un intercambio como aquel del que acaba de tratarse sólo puede producirse cuando los dos términos complementarios son considerados en su relación entre ellos, o más especialmente como unidos uno a otro si se trata de “hierogamia” propiamente dicha, y no tomados en sí mismos y cada uno por separado del otro. Resulta de ello que, mientras que 2 y 3 son la Tierra y el Cielo en sí mismos y en su naturaleza propia, 5 y 6 son la Tierra y el Cielo en su acción y reacción reciproca, luego desde el punto de vista de la manifestación que es producto de esa acción y esa reacción; eso es lo que expresa, muy claramente además, un texto como este: “5 y 6, es la unión central (chung-ho, esto es, la unión en su centro)4 de Cielo y Tierra”5. Es lo que aparece aún más claramente en la propia constitución de los números 5 y 6, formados ambos por igual de 2 y 3, pero unidos entre sí de dos formas distintas, por adición el primero (2 + 3 = 5), y por multiplicación el segundo (2 x 3 = 6); por ello además, en el simbolismo de las distintas tradiciones, casi siempre se considera que estos dos números 5 y 6, que nacen así de la unión del par y el impar, tienen un carácter esencialmente “conjuntivo”6. Para llevar la explicación más allá, hay que preguntarse además por qué hay adición en un caso, el de la Tierra considerada en su unión con el Cielo, y multiplicación en el otro, el del Cielo considerado inversamente en su unión con la Tierra; y es que, aunque cada uno de los dos principios recibe en esa unión la influencia del otro, que se une en cierta forma a su naturaleza propia, la recibe no obstante de diferente manera. Por acción del Cielo en la Tierra, el número celestial 3 simplemente se añade al número terrenal 2, porque, como esta acción es propiamente “no-actuante”, es lo que puede llamarse una “acción de presencia”; por la reacción de la Tierra con respecto al Cielo, el número terrenal 2 multiplica al número celestial 3, porque la potencialidad de la substancia es la raíz misma de la multiplicidad7.

 

Puede decirse además que, mientras que 2 y 3 expresan la naturaleza misma de Tierra y Cielo, 5 y 6 tan sólo expresan su “medida”, lo que equivale a decir que entonces se los considera desde el punto de vista de la manifestación, y no ya en sí mismos; pues, como hemos explicado en otra parte8, la propia noción de medida está en relación directa con la manifestación. El Cielo y la Tierra en sí mismos no son en modo alguno mensurables, puesto que no pertenecen al ámbito de la manifestación; para lo único que se puede hablar de medida, es para las determinaciones por las que se presentan a las miradas de los seres manifestados9, y que son lo que se puede llamar influencias celestiales e influencias terrenales, que se expresan en las respectivas acciones de yang y yin. Para comprender de forma más precisa cómo se aplica esta noción de medida, hay que volver aquí a la consideración de las formas geométricas que simbolizan los dos principios, y que, como hemos visto anteriormente, son el circulo para el Cielo y el cuadrado para la Tierra10: las formas rectilíneas, cuyo prototipo es el cuadrado, se miden por 5 y los múltiplos de estos dos números, teniendo presentes sobre todo los primeros de tales múltiplos, esto es, el doble de uno y de otro, o sea 10 y 12 respectivamente, en efecto, la medida natural de las lineas rectas se efectúa por una división decimal, y la de las lineas circulares por una división duodecimal; y puede verse en ello la causa por la que estos dos números 10 y 12 se toman como base de los principales sistemas de numeración, sistemas, además, que a veces se emplean conjuntamente, como ocurre precisamente en la China, porque, en realidad, tienen aplicaciones diferentes, de suerte que su coexistencia en una misma forma tradicional no tiene absolutamente nada de arbitrario ni de superfluo11.

 

Para terminar estas observaciones, señalaremos también la importancia dada al número 11, en cuanto es la suma de 5 y 6, lo que hace de él el símbolo de esa “unión central de Cielo y Tierra” de que se ha tratado más arriba, y, como consecuencia, “el número por el que se constituye en su perfección (cheng)12 la Vía del Cielo y de la Tierra”13. Esta importancia del número 11, así como de sus múltiplos, es otro punto común a las más diversas doctrinas tradicionales, como ya hemos indicado en otra ocasión14, aunque, por motivos que no resultan muy claros, suele pasar inadvertida a los modernos que pretenden estudiar el simbolismo de los números15. Estas consideraciones sobre los números podrían desarrollarse casi indefinidamente; pero hasta aquí, todavía no hemos considerado más que lo que concierne a Cielo y Tierra, que son los dos primeros términos de la Gran Tríada, y es hora ya de que pasemos a considerar el tercer término de ésta, es decir, el Hombre.

 

 


Capítulo IX: El HIJO DEL CIELO Y DE LA TIERRA

 

 

“El Cielo es su padre, la Tierra su madre”: tal es la fórmula iniciática, siempre idéntica a sí misma en las más diversas circunstancias de tiempo y lugar1, que determina las relaciones del Hombre con los otros dos términos de la Gran Tríada, definiéndolo como “Hijo del Cielo y de la Tierra”. Además, por el hecho mismo de que se trata de una fórmula propiamente iniciática, es ya manifiesto que el ser al que ella se aplica en la plenitud de su sentido es mucho menos el hombre corriente, como lo es en las actuales condiciones de nuestro mundo, que el “hombre verdadero”, cuyas posibilidades todas está destinado a realizar en sí mismo el iniciado. Sin embargo, es conveniente insistir en ello un poco más, pues se podría objetar a esto que, puesto que la manifestación entera es y sólo puede ser el producto de la unión de Cielo y Tierra, todo hombre, e incluso todo ser, sea cual sea, es por igual y por esto mismo hijo del Cielo y de la Tierra, ya que su naturaleza necesariamente participa de ambos; y ello es verdad en cierto sentido, pues hay efectivamente en todo ser una esencia y una substancia, en la acepción relativa de estos dos términos, un aspecto yang y otro yin, un lado “en acto” y un lado “en potencia”, un “interior” y un “exterior”. Sin embargo, hay grados que observar en esa participación, porque, en los seres manifestados, las influencias celestiales y terrenales pueden evidentemente combinarse de muchas formas y en muy diferentes proporciones, y es ello, además, lo que constituye su diversidad indefinida; lo que todo ser es en cierta manera y en cierto grado, solamente el Hombre, y con esto entendemos aquí el “hombre verdadero”2, lo es plenamente y “por excelencia” en nuestro estado de existencia, y sólo él cuenta entre sus privilegios el de poder reconocer efectivamente al Cielo como su “Verdadero Ancestro”3.

Ello resulta, de forma directa e inmediata, de la situación propiamente “central” que el hombre ocupa en ese estado de existencia que es el suyo4, o al menos, habría que decir, para ser más exacto, que él debe ocuparlo en principio y normalmente, pues es aquí donde conviene señalar la diferencia entre el hombre corriente y el “hombre verdadero”. Este, que en efecto es el único que, desde el punto de vista tradicional, ha de ser considerado como hombre realmente normal, es llamado así porque posee verdaderamente la plenitud de la naturaleza humana, al haber desarrollado en sí la totalidad de las posibilidades que ésta implica; los demás hombres, en suma, podría decirse que no tienen sino una potencialidad humana más o menos desarrollada en algunos de sus aspectos (y sobre todo, de forma general, en el aspecto que corresponde a la simple modalidad corporal de la individualidad), pero que en todo caso dista mucho de estar totalmente “actualizada”; este carácter de potencialidad, predominante en ellos, los hace, en realidad, hijos de la Tierra mucho más que del Cielo, y es también lo que los hace yin con respecto al Cosmos. Para que el hombre sea verdaderamente “Hijo del Cielo y de la Tierra”, es menester que el “acto” sea en él igual a la “potencia”, lo que implica la realización integra de su humanidad, es decir, la condición misma del “hombre verdadero”; por ello éste está perfectamente equilibrado en el aspecto de yang y yin, y también por ello, al mismo tiempo, como la naturaleza celestial tiene necesariamente preeminencia sobre la naturaleza terrenal, allí donde son realizadas en igual medida, él es yang respecto del Cosmos; sólo así puede ocupar de forma efectiva el papel “central” que le pertenece en cuanto hombre, pero a condición de ser en efecto hombre en la plena acepción de la palabra, y sólo así, con respecto a los demás seres manifestados, “es la imagen del Verdadero Ancestro”5.

 

Ahora, es importante recordar que el “hombre verdadero” es también el “hombre primordial”, es decir, que su condición es aquella que era natural en la humanidad en sus orígenes, y de la que se apartó poco a poco, en el transcurso de su ciclo terreno, para llegar al estado en que se encuentra actualmente lo qu e hemos llamado el hombre corriente, y que propiamente no es sino el hombre caído. Esta decadencia espiritual, que al mismo tiempo trae aparejado un desequilibrio en lo que toca a yang y yin, puede describirse como un apartamiento gradual del centro en el que se situaba el “hombre primordial”; un ser es tanto menos yang y tanto más yin cuanto más apartado se encuentra del centro, pues, precisamente en la misma medida, lo “exterior” prevalece en él sobre lo “interior”; y por eso, como decíamos hace un momento, no es entonces sino un “hijo de la Tierra”, que cada vez menos se distingue “en acto”, si bien no “en potencia”, de los seres no humanos que pertenecen al mismo grado de existencia. Por el contrario, el “hombre primordial”, a estos seres, en vez de simplemente situarse entre ellos, los sintetiza a todos en su humanidad plenamente realizada6; debido precisamente a su interioridad, que envuelve todo su estado de existencia como envuelve el Cielo a toda la manifestación (pues en realidad es el centro el que lo contiene todo), los comprende por decirlo así en sí mismo como posibilidades particulares incluidas en su propia naturaleza7; y por ello el Hombre, como tercer término de la Gran Tríada, representa efectivamente el conjunto de todos los seres manifestados.

El “lugar” en el que se sitúa ese “hombre verdadero” es el punto central en que se unen efectivamente las potencias del Cielo y de la Tierra; es pues, por ello mismo, el producto directo y acabado de su unión; y también por ello los demás seres, en cuanto producciones secundarias y parciales en cierto modo, no pueden sino proceder de él según una gradación indefinida, determinada por su mayor o menor apartamiento de ese mismo punto central. En eso, como indicábamos al principio, sólo de él puede decirse propiamente y con toda veracidad que es “Hijo del Cielo y de la Tierra”; lo es “por excelencia” y en el más eminente grado que pueda ser, mientras que los otros seres no lo son mas que por participación, siendo además necesariamente él mismo el medio de esa participación, ya que sólo en su naturaleza están Cielo y Tierra inmediatamente unidos, si no en sí mismos, sí al menos por sus respectivas influencias en el ámbito de existencia al que pertenece el estado humano8.

 

Como hemos explicado en otro lugar9, la iniciación, en su primera parte, la que concierne propiamente a las posibilidades del estado humano y que constituye lo que llaman los “pequeños misterios”, tiene por comienzo, precisamente, la restauración del “estado primordial”; en otras palabras, por esta iniciación, si se realiza efectivamente, el hombre, desde la condición “descentrada” que actualmente es la suya, es restituido a la situación central que normalmente ha de pertenecerle, y restablecido en todas las prerrogativas inherentes a esa situación central. El “hombre verdadero”, pues, es aquel que ha llegado efectivamente al término de los “pequeños misterios”, es decir, a la perfección misma del estado humano; de este modo, en lo sucesivo está definitivamente establecido en el “Invariable Medio” (Chung-yung) y, consecuentemente, escapa a las vicisitudes de la “rueda cósmica”, ya que el centro no participa en el movimiento de la rueda, sino que es el punto fijo e inmutable alrededor del cual se efectúa dicho movimiento10. Así, sin haber alcanzado todavía el supremo grado que es el objeto final de la iniciación y el término de los “grandes misterios”, el “hombre verdadero”, habiendo pasado de la circunferencia al centro, del “exterior” al “interior”, desempeña realmente, respecto de este su mundo11, la función del “motor inmóvil”, cuya “acción de presencia” imita en su ámbito la actividad “no-actuante” del Cielo12.

 

 

 

 

RETORNO A TAOÍSMO

 

 

 

GRAN TRÍADA 2

 

 

 

 



1 Le Symbolisme de la Croix, cap. XXVIII.

 

2 Se encontrarán detalles sobre la organización de que se trata, su ritual y sus símbolos (particularmente los símbolos numéricos de que hace uso), en la obra de B. Favre Les Sociétés secrétes en Chine; esta obra está escrita desde un punto de vista profano, pero el autor, por lo menos, ha entrevisto algunas cosas que suelen escapárseles a los sinólogos, y si bien dista mucho de haber resuelto todas las cuestiones planteadas a este respecto, tiene el mérito, no obstante, de haberlas planteado bastante claramente. Véase también, por otra parte, Matgioi, La Voie rationnelle, cap. VII.

 

3 Aperçus sur l’Initiation, cap. XII.

 

4 Hay que señalar que jen significa a la vez “hombre” y “humanidad”; y además, desde el punto de vista de las aplicaciones en el orden social, es la “solidaridad” de la raza, cuya realización práctica es uno de los fines contingentes que se propone la organización de que se trata.

 

5 Particularmente los “Tres Ríos” (San-ho) y los “Tres Puntos” (San-tien); el uso de este último vocablo es evidentemente uno de los motivos por los cuales algunos se han visto inducidos a buscar relaciones entre la “Tríada” y las organizaciones iniciáticas occidentales como la Masonería y el Compagnonnage.

 

6 Esta distinción esencial nunca habrán de perderla de vista quienes quieran consultar el libro de B. Favre, ya citado, en el que desgraciadamente es ignorada, de suerte que el autor parece considerar todas estas apelaciones como pura y simplemente equivalentes; de hecho, la mayoría de los detalles que da respecto a la “Tríada” sólo conciernen realmente a una de sus emanaciones, la Hong-huei; en particular es solamente ésta, y en modo alguno la propia Tien-ti-huei, la que puede no haberse fundado más que a fines del siglo XVII o comienzos del XVIII, es decir, en fecha recientísima a fin de cuentas.

 

7  Véase Aperçus sur l’Initiation, cap. XII y XLVI.

 

8 Cf. Aperçus sur l’Initiation, cap. VI.

 

9 Incluidas, a veces, hasta las más completamente ajenas a Extremo Oriente, como el Cristianismo, como puede verse en el caso de la asociación “Gran Paz” o Tai-ping, una de las emanaciones recientes de la Pe-lien-huei que enseguida mencionaremos.

 

10 La idea del pretendido “sincretismo” de las “sociedades secretas” chinas es un caso particular del resultado obtenido por este medio, cuando el observador desde el exterior resulta ser un occidental moderno.

 

11 Decimos “la otra” porque efectivamente sólo hay dos, no siendo en realidad, todas las asociaciones conocidas exteriormente, sino ramas o emanaciones de una u otra.

 

12 Transcripción china de la palabra sánscrita Dhyâna, “contemplación”; esta escuela es conocida más corrientemente con la designación de Zen, forma japonesa de la misma palabra.

 

13 Es cierto que la iniciación como tal no se hizo necesaria sino a partir de cierto período del ciclo de la humanidad terrenal, y a consecuencia de la degeneración espiritual de su mayoría; pero todo cuanto implica constituía anteriormente la parte superior de la Tradición primordial, del mismo modo que, analógicamente y con respecto a un ciclo mucho más limitado en el tiempo y el espacio, todo cuanto está implicado en el Taoísmo constituía primeramente la parte superior de la tradición una que existía en Extremo Oriente antes de la separación de sus dos aspectos esotérico y exotérico.

 

14 Se sabe que la constitución de estas dos distintas ramas de la tradición extremo-oriental se remonta al siglo VI antes de la cristiana, época en la que vivieron Lao-tsé y Confucio.

 

1 Entre los diferentes ternarios que considera la tradición hindú, el que se podría aproximar más válidamente a la Trinidad cristiana en ciertos aspectos, bien que el punto de vista sea naturalmente muy diferente, es el de Sat-Chit-Ânanda (ver L´Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XIV).

 

2 Lo que decimos aquí a propósito de los grupos de tres términos se aplica también a aquellos que contienen otro número, y que son frecuentemente asociados de la misma manera arbitraria, simplemente porque el número de sus términos es el mismo, y sin que la naturaleza real de esos términos sea tomada en consideración. Hay igualmente quienes, para descubrir correspondencias imaginarias, llegan hasta a fabricar artificialmente agrupamientos que no tienen tradicionalmente ningún sentido: un ejemplo típico de esta clase es el de Malfatti de Montereggio, que, en su Matesis, habiendo reuniendo los nombres de diez principios muy heterogéneos tomados aquí y allá en la tradición hindú, ha creído encontrar ahí un equivalente de las diez Sefiroth de la Kábala hebrea.

 

3 A ese mismo género de ternarios pertenecen también las antiguas tríadas egipcias, de las cuales la más conocida es la de Osiris, Isis y Horus.

 

4 Señalemos de pasada que es un error cuando parece creerse generalmente que la tradición cristiana no considera ningún ternario distinto a la Trinidad; por el contrario, se podrían encontrar muchos otros, y tenemos aquí uno de los ejemplos más importantes.

 

5 Esto se manifiesta particularmente en la figuración simbólica de las "Vírgenes negras", siendo aquí el color negro el símbolo de la indistinción y de la materia prima.

 

6 Recordaremos una vez más, a este propósito, que no pretendemos en modo alguno el contestar la "historicidad" de ciertos hechos como tales, sino que, muy al contrario, consideramos los hechos históricos mismos como símbolos de una realidad de orden más elevado, y que es solamente  a este título que tienen para nosotros algún interés.

 

7 La madre del Avâtara es Mâyâ, que es la misma que Prakriti; no insistiremos sobre la aproximación que algunos han querido hacer entre los nombres de Mâyâ y María, y no lo señalamos sino a título de simple curiosidad.

 

8  Ver L´homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XIV.

 

1 Enseguida se verá por qué razón, en esta segunda figura, indicamos los tres términos por los números 2-3-4, y no por los números 1-2-3 como en la primera.

 

2 Es lo que precisa también, en ambas figuras, el sentido de las flechas, que va, en la primera, desde la cúspide superior hacia la base, y, en la segunda, desde la base hacia la cúspide inferior; podría decirse también que el número 3 de los términos se descompone en 1+2 en el primer caso, y en 2+1 en el segundo, y aparece claramente aquí, que, si bien estos dos conjuntos son equivalentes desde el punto de vista cuantitativo, no lo son en modo alguno desde el punto de vista cualitativo.

 

3 Y también, por supuesto, de los términos de todas las demás dualidades más particulares, que, en suma, nunca son sino especificaciones de aquélla, de suerte que, directa e indirectamente, todas ellas derivan, en definitiva, del mismo principio.

 

4 Esta indistinción principial no ha de confundirse con la indistinción potencial que sólo es la de la Substancia o de la materia prima.

 

5 Quede bien claro que en modo alguno se trata aquí de anterioridad temporal, no de sucesión en un modo cualquiera de duración.

 

6 El carácter ki es el que designa literalmente la “techumbre” de un edificio; por eso Tai-i se dice simbólicamente que reside en la Estrella polar, que es efectivamente la “cumbre” del Cielo visible, y que como tal representa naturalmente la del Cosmos entero.

 

7 Wu-ki corresponde, en la tradición hindú, al Brahma neutro y supremo (Para-Brahma), y Tai-ki a Ishwara o al Brahma “no supremo” (Apara-Brahma).

 

8 Por encima de cualquier otro principio, hay aún el Tao, que,  en su sentido más universal, es a la vez No-Ser y Ser, pero que además no es realmente diferente del No-Ser en cuanto este contiene al Ser, el cual es el principio primero de toda manifestación, y se polariza en Esencia y Substancia (o Cielo y Tierra) para producir efectivamente esta manifestación.

 

9 La figura así formada tiene ciertas propiedades geométricas bastante notables que señalaremos de pasada: los dos triángulos equiláteros opuestos por su base se inscriben en dos circunferencias iguales de las que cada una pasa por el centro de la otra; la cuerda que une sus puntos de intersección es naturalmente la base común de los dos triángulos, y los dos arcos sostenidos por esta cuerda y que limitan la parte común a ambos círculos forman la figura llamada mandorla (almendra) o vesica piscis, bien conocida en el simbolismo arquitectural y sigilario de la Edad Media. En la antigua Masonería operativa inglesa, el número total de los grados de estas dos circunferencias, o sea 360 x 2 = 720, proporcionaba la respuesta a la pregunta relativa a la longitud del cable-tow; no podemos traducir este término especial, primero porque no tiene ningún equivalente exacto en castellano, y luego porque presenta fonéticamente un doble sentido que evoca (por asimilación al árabe qabeltu) el compromiso iniciático, de suerte que expresa, podría decirse, un “lazo” en todos los sentidos de la palabra.

 

10 Esta figura puede considerarse resultante de la proyección de cada uno de los triángulos precedentes sobre un plano perpendicular al suyo y que pasa por su base.

 

11 Le Regne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. XXX Trad. castellana: El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, Editorial Ayuso, Madrid, 1976. Paidós, Barcelona, 1996.

 

12 En esta figura representamos el término superior (el Cielo) por un círculo, y el término inferior (la Tierra) por un cuadrado, lo que, como se verá, está conforme con los datos de la tradición extremo-oriental; en cuanto al término medio (el Hombre), lo representamos por una cruz, siendo ésta, como hemos puesto en otro lugar, símbolo del “Hombre Universal” (Cf. Le Symbolisme de la Croix).

 

13  Por ello, la “cumbre del Cielo” (Tien-ki) es también, como indicábamos en una nota anterior, la del cosmos entero.

 

1 Hemos indicado en otra parte por qué motivo se toma el número “diez mil” para representar simbólicamente lo indefinido. (Les Principes du Calcul infinitésimal, cap. IX). Acerca del cielo que “cubre, recordaremos que un simbolismo idéntico está incluido en la palabra griega Uranos, equivalente del sánscrito Varuna, de la raíz var “cubrir”, y también en el latino Caelum, derivado de caelare, “esconder” o “cubrir” (véase Le Roi du Monde cap. VII).

 

2 La “operación del Espíritu Santo” de que hablamos antes, se designa a veces en lenguaje teológico con el término obumbratio, que expresa en el fondo la misma idea.

 

3 La palabra inglesa ground traducirá aún más exacta y completamente que la palabra castellana lo que queremos decir aquí.

 

4 Cf. el significado etimológico de la palabra “substancia”, literalmente, “lo que está debajo”.

 

5 Esto nos permitirá sobre todo, más adelante, comprender cómo el papel de “mediador” puede atribuirse realmente a la vez al “hombre verdadero” y al “hombre transcendente”, mientras que, sin esta observación, parece que sólo debiera aplicarse a este último exclusivamente.

 

6 Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. XXIII. El primero de los dos puntos de vista indicados aquí es propiamente cosmológico, y, más precisamente, constituye el punto de partida mismo de toda cosmología tradicional.

 

7 Véase Le Symbolisme de la Croix, cap. XI.

 

8 Vamos a ver que esta perpendicular tiene además otros significados que corresponden a puntos de vista diferentes; mas por el momento no consideramos sino la representación geométrica del complementarismo del Cielo y de la Tierra.

 

9 La figura formada por la vertical y la horizontal así dispuesta es también un símbolo bien conocido hasta nuestros días en la Masonería anglosajona, aunque sea de los que la Masonería llamada “latina” no ha conservado. En el simbolismo constructivo en general, la vertical se representa por la perpendicular o plomada, y la horizontal por el nivel. Al mismo simbolismo corresponde también una disposición similar de las letras alif y ba del alfabeto árabe.

 

10 El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XX.

 

11 En la geometría de las tres dimensiones, la esfera corresponde naturalmente al círculo y el cubo al cuadrado.

 

12 Con esto hay que relacionar el hecho de que, en los símbolos de ciertos grados masónicos, la abertura del compás, cuyos brazos corresponden a los costados laterales del triángulo de la fig. 7, mide un cuarto del círculo, cuya cuerda es el lado del cuadrado inscrito.

 

13 Por una aplicación similar del sentido inverso, el Paraíso terrenal, que es también el punto de comunicación de Cielo y Tierra, aparece a la vez como situado en el extremo del mundo según el punto de vista “interior” (véase El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXIII).

 

14 Este eje se identifica naturalmente con el radio vertical de la figura precedente; pero, desde este punto de vista, dicho radio, en vez de corresponder al Cielo mismo, representa tan sólo la dirección según la cual actúa sobre la Tierra la influencia del Cielo.

 

15 Por eso, como veremos más adelante, el eje vertical es además la “Vía del Cielo” (Tien-Tao).

 

16 Esta asimilación aparecería como inmediatamente evidente en una lengua como el árabe, en la que el vientre es al-bâtn y el interior al-bâtin, y la espalda es az-zahr y el exterior ea-zâhir.

 

17 Sobre el valor simbólico de la moneda en las civilizaciones tradicionales en general, véase El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XVI.

 

18 Apenas es necesario hacer notar que los caracteres son los nombres de los seres y por consiguiente representan a éstos de manera completamente natural, sobre todo cuando se trata de una escritura ideográfica como es el caso de la lengua china.

 

19 La expresión Tien-hia, literalmente “bajo el Cielo”, se emplea corrientemente en chino para designar al conjunto del Cosmos.

 

1 No habrá, pues, que interpretar aquí esta distinción de la luz y la sombra en términos de “bien” y “mal” como se hace a veces en otras partes, por ejemplo en el Mazdeísmo.

 

2 Puede parecer extraño, a primera vista, que el lado yang sea la vertiente sur de una montaña, pero el lado norte de un valle o la orilla norte de un río (siendo naturalmente el lado yin siempre el lado opuesto a aquél); pero basta considerar la dirección de los rayos solares, que vienen del Sur, para darse cuenta de que efectivamente, en todos los casos, es el lado iluminado el que se designa así como yang.

 

3 La medicina tradicional china, en particular, se basa totalmente, por decirlo así, en la distinción del yang y el yin: toda enfermedad se debe a un estado de desequilibrio, es decir, a un exceso de uno de estos dos términos con respecto al otro; hay, pues, que reforzar este último para restablecer el equilibrio, y se alcanza así la enfermedad en la causa misma, en vez de limitarse a tratar síntomas más o menos exteriores y superficiales como hace la medicina profana de los occidentales modernos.

 

4 Por eso, según una fórmula masónica, el iniciado ha de saber “descubrir la luz en las tinieblas (el yang en el yin) y las tinieblas en la luz (el yin en el yang).

 

5 Expresada de esta forma, la cosa es inmediatamente comprensible para la mentalidad extremo-oriental; pero hemos de reconocer que, sin las explicaciones que a este respecto hemos dado anteriormente, el vínculo así establecido entre las dos proposiciones podría confundir singularmente a la lógica especial del occidental.

 

6 Aperçus sur l’Initiation, cap. XI, VI.

 

7 Se puede encontrar algo análogo a eso en el hecho de que, según el simbolismo del encadenamiento de los ciclos, los estados inferiores de la existencia aparecen como antecedentes con respecto a los estados superiores, por eso la tradición hindú representa a los Asuras como anteriores a los Dêvas, y por otra parte describe la sucesión cosmogónica de los tres gunas efectuándose en el orden tamas, rajas y sattwa, luego yendo de la oscuridad a la luz (véase Le Symbolisme de la Croix, cap. V, y también L’Esotérisme de Dante, cap. VI).

 

8 Así como también el primero y el último de los ocho trigramas (kua), que comprenden semejantemente tres trazos enteros y tres partidos; cada hexagrama está formado por la superposición de dos trigramas semejantes o diferentes, lo que en total da sesenta y cuatro combinaciones.

 

9 Esta figura está situada habitualmente en el centro de los ocho trigramas dispuestos circularmente.

 

10 Le Symbolisme de la Croix, cap. XXII. A este respecto, la parte yin y la parte yang representan respectivamente la huella de los estados inferiores y el reflejo de los estados superiores con respecto a un estado de existencia dado, como el estado individual humano, lo que concuerda estrictamente con lo que indicábamos hace un momento sobre la relación del encadenamiento de los ciclos con la consideración del yin como anterior al yang.

 

11 La figura considerada plana corresponde a la sección diametral del “Huevo del Mundo”, al nivel del estado de existencia con respecto al cual se considera el conjunto de la manifestación.

 

12 Las dos mitades están delimitadas por una línea sinuosa, que indica una interpenetración de los dos elementos, mientras que si lo fuesen por un diámetro se podría ver en ellas una simple yuxtaposición. Es de observar que esta línea sinuosa está formada por dos semicircunferencias cuyo radio es la mitad del de la circunferencia que forma el contorno de la figura, y cuya longitud total, por consiguiente, es igual a la mitad de la de esta circunferencia, de suerte que cada una de las dos mitades de la figura está rodeada por una línea igual en longitud a la que rodea la figura total.

 

13 Tai-i es el Tao “con nombre”, que es “la madre de los diez mil seres” (Tao-te-king cap. I). El Tao “sin nombre” es el No-Ser, y el Tao “con nombre” es el Ser: “Si hay que dar un nombre al Tao (aunque no pueda realmente ser nombrado), se le llamará (como equivalente aproximado) la Gran Unidad”.

 

1 Algunos, conforme a las tendencias modernas, no quieren ver en ella más que un motivo simplemente “decorativo” u “ornamental”; pero olvidan o ignoran que toda “ornamentación” tiene en su origen carácter simbólico aunque, por una especie de “supervivencia”, haya podido continuar siendo empleada en épocas en que este carácter había dejado de comprenderse.

 

2  Elie Lebasquais, "Tradition hellénique et Art grec", en Etudes Traditionnelles, diciembre de 1935.

 

3 La doble espiral es el elemento principal de ciertos talismanes muy extendidos en los países islámicos; en una de sus formas más completas, los dos puntos de que se trata están señalados por estrellas que son los dos polos; en una vertical media que corresponde al plano de separación de los hemisferios, y respectivamente encima y debajo de la línea que une las dos espirales una con otra, están el Sol y la Luna; por último, en los cuatro ángulos hay cuatro figuras cuadrangulares que corresponden a los cuatro elementos, identificados así con los cuatro “ángulos” (arkân) o fundamentos de este mundo.

 

4 Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. X.

 

5 Quienes se complacen en buscar puntos de comparación con las ciencias profanas podrían, por una aplicación de orden “microcósmico”, relacionar estas representaciones con el fenómeno de la “cariocinesis”, punto de partida de la división celular; pero quede bien claro que, por nuestra parte, no atribuimos a las relaciones de este tipo más que una importancia relativísima.

 

6 Véase L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XX.  El “Eje del Mundo” y el eje del ser humano (representado corporalmente por la columna vertebral), a causa de su correspondencia analógica, son designados ambos por el término de Mêru-danda.

 

7 Cf. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXX.

 

8 Cf. Le Roi du Monde, cap. III

 

9  Para explicar la formación del caduceo, se dice que Mercurio vio dos serpientes que peleaban (figura del caos), y que las separó (distinción de los contrarios) con una vara (determinación de un eje según el cual se ordenará el caos para convertirse en el Cosmos), alrededor de la cual se enroscaron (equilibrio de las dos fuerzas contrarias, que actúan simétricamente con respecto al “eje del Mundo”. Hay que señalar también que el caduceo (Kêrukeion), insignia de los heraldos, es considerado como atributo característico de dos funciones complementarias de Mercurio o Hermes: por una parte, la de intérprete o mensajero de los Dioses, y, por otra, la de “psicopompo”, que conduce a los seres a través de sus cambios de estados, o en los pasos de un ciclo de existencia a otro; estas dos funciones, en efecto, corresponden respectivamente a los dos sentidos, descendente y ascendente, de las corrientes representadas por las dos serpientes.

 

10 Cf. Aperçus sur l’Initiation, cap. XI, VII.

 

11  Se sabe que éste, de hecho, se representa por el erizo fósil.

 

12 Esta asociación la ha señalado Ananda K. Coomaraswamy en su estudio "Angel and Titan" (sobre las relaciones entre Dêvâs y Asuras). En el arte chino, la forma de la espiral aparece particularmente en la representación del “doble caos” de las aguas superiores e inferiores (es decir, de las posibilidades aformales y formales) a menudo en relación con el simbolismo del Dragón (véase Les Etats multiples de l’être, cap. XII).

 

13 El cisne recuerda además a la serpiente por la forma del cuello; es, pues, en ciertos aspectos, como una combinación de los símbolos del ave y la serpiente, que suelen aparecer como opuestos o como complementarios.

 

14 Se sabe, por otra parte, en lo que atañe a las demás tradiciones, que el simbolismo del cisne se relacionaba especialmente con el del Apolo hiperbóreo.

 

15 Para precisar este significado, a los Dióscuros se los representa con gorros de forma hemisférica.

 

16 Ese es particularmente el significado de los nombres Arjuna y Krishna, que representan respectivamente a jivâtmâ y a Paramâtmâ, o al “yo” y al “Sí”, la individualidad y la personalidad, y que, como tales, pueden ponerse en relación el uno con la Tierra y el otro con el Cielo.

 

17 Esto podrá relacionarse con lo que hemos indicado en una nota anterior acerca del encadenamiento de los ciclos.

 

18 Cf. el estudio de Ananda K. Coomaraswamy antes citado. En el simbolismo bien conocido del “batir el mar”, Dêvâs y Asuras tiran en sentidos contrarios de la serpiente enroscada alrededor de la montaña, que representa el “Eje del Mundo”.

 

19  Ya hemos señalado esta relación en L’Esotérisme de Dante.

 

20 Véase Le Symbolisme de la Croix, cap. XXII.

 

21 Eso, naturalmente, no quita que el círculo represente por sí mismo un aspecto “dinámico” con respecto al cuadrado, como hemos dicho más arriba; la consideración de los dos puntos de vista, “dinámico” y “estático”, implica siempre, por su correlación misma, un asunto de relaciones. Si, en lugar de considerar el conjunto de la manifestación universal, nos limitásemos a un mundo, es decir, el estado que corresponde al plano de la figura al que se supone horizontal, las dos mitades de ésta representarían respectivamente, en todos los casos, el reflejo de los estados superiores y la huella de los estados inferiores en este mundo, como hemos indicado ya anteriormente acerca del ying-yang.

 

22 Por supuesto, la palabra “evolución” no la tomamos más que en su sentido estrictamente etimológico, que no tiene nada en común con el empleo que de ella se hace en las teorías “progresistas” modernas.

 

23 Es por lo menos curioso que León Daudet tomase el símbolo de la doble espiral como “esquema del ambiente” (Courriers des Pays-Bas: véase la figura en Les Horreurs de la Guerre, y las consideraciones sobre el  “ambiente” en Melancholia): considera uno de los dos polos como “punto de partida” y el otro como “punto de llegada”, de manera que el recorrido de la espiral ha de considerarse centrífugo por un lado y centrípeto en el otro, lo que corresponde exactamente a las dos fases, “evolutiva” e “involutiva”; y lo que él llama “ambiente” no es en el fondo otra cosa que la “luz astral” de Paracelso, que contiene precisamente el conjunto de las dos corrientes inversas de la fuerza cósmica que estamos considerando.

 

1 Aludimos aquí especialmente al simbolismo de los signos del grado 18º de la Masonería escocesa, y también al del rito del “calumet” entre los indios de la América del Norte, que contiene tres movimientos sucesivos que se refieren respectivamente al Cielo, la Tierra y el hombre, y que pueden traducirse por “disolución”, “coagulación” y “asimilación”.

 

2 El orden de sucesión de las dos fases desde este punto de vista, además, muestra también porqué el yin está aquí antes del yang.

 

3  Esto encuentra numerosas aplicaciones en el campo de las ciencias tradicionales; una de las más inferiores es la que se refiere a la “llamada” y la “devolución” de las “influencias errantes” al comienzo y al final de una operación mágica.

 

4 Es la “muerte” a un estado y el “nacimiento” a otro, considerados como las dos caras opuestas e inseparables de una misma modificación del ser (véase Le Symbolisme de la Croix, cap. XXII, y Aperçus sur l’Initiation, cap. XXVI).

 

5 Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVII.

 

6 Por eso Tai-Ki, aunque superior al Cielo tanto como a la Tierra y anterior a su distinción, aparece no obstante para nosotros como “techumbre del Cielo”.

 

7 A esto se lo puede relacionar con las consideraciones que hemos expuesto en Les Principes du Calcul infinitésimal, cap. XVII.

 

8 Según los comentarios del Tao-te-king, esta alternancia de los estados de vida y muerte es “el vaivén de la lanzadera en el telar cósmico”; Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. XIV donde también hemos referido las demás comparaciones de los mismos comentadores con la respiración y la revolución lunar.

 

9 Qorân, VI, 95; sobre la alternancia de las vidas y las muertes y el regreso final al Principio, Cf. II, 28.

 

10 Para comprender las razones de esta restricción, sólo habrá que remitirse a lo que hemos explicado en nuestros Aperçus sur l’Initiation, cap. XLII.

 

11 En el grado más elevado, esta “inversión” está en estrecha relación con lo que el simbolismo kabalístico designa como “desplazamiento de las luces”, y también con esta frase que la tradición islámica pone en boca de los awliyâ: “Nuestros cuerpos son nuestros espíritus, y nuestros espíritus son nuestros cuerpos” (ajsâmna arwâhnâ, wa arwâhna ajsâmnâ). Por otra parte, en virtud de esa misma inversión, se puede decir que, en el orden espiritual, es el “interior” lo que envuelve al “exterior”, lo cual termina de justificar lo que hemos dicho anteriormente con respecto a las relaciones entre Cielo y Tierra.

 

12 Además se dice, en latín, potestas ligandi et solvendi; la “ligadura” en sentido literal, se encuentra también en el uso mágico de los nudos, que tiene por contrapartida el de las agujas en lo que concierne a la “disolución”.

 

13 Véase Autorité spirituelle et pouvoir temporel, caps. V y VIII, y también, sobre la relación de los “grandes misterios” y los “pequeños misterios” con la “iniciación sacerdotal” y la “iniciación regia” respectivamente, Aperçus sur l’Initiation, caps. XXXIX y XI.

 

14 En cierto sentido, sin embargo, puede decirse que el poder de “ligar” prevalece en la llave que corresponde a lo temporal, y el de “desligar” en la llave que corresponde a lo espiritual, pues lo temporal y lo espiritual son yin y yang el uno respecto del otro; esto, además, podría justificarse, incluso exteriormente, hablando de “obligación” en el primer ámbito y de “libertad” en el segundo.

 

15 Hay diversas variantes de esta figura; la forma que reproducimos aquí se encuentra particularmente, junto a la esvástica corriente, en un vaso etrusco del Museo del Louvre. Véase una figuración cristiana similar a la esvástica clavígera en la introducción de Monseñor Devoucoux a la Histoire de l’antique cité d’Autun del canónigo Edme Thomas, p. XLVI.

 

16 Habría que decir, en rigor, un eje relativamente vertical y un eje relativamente horizontal el uno respecto del otro, debiendo considerarse a la esvástica mismo como trazada en un plano horizontal (véase Le Symbolisme de la Croix, cap. X). La llave es un símbolo esencialmente “axial”, como el bastón o el cetro, que, en ciertas representaciones de Jano, sustituye a la de las dos llaves que corresponde al poder temporal o a los “pequeños misterios”.

 

17 En las representaciones más habituales de Jano (Janus Bifrons), los dos rostros corresponden entre otros significados a los dos solsticios; pero también hay, aunque más raramente, representaciones de Jano con cuatro caras (Janus Quadrifons), que corresponden a los dos solsticios y a los dos equinoccios, y que presentan una semejanza bastante singular con el Brahmâ Chaturmukha de la tradición hindú.

 

18 Señalaremos de pasada que de ello podrían deducirse ciertas consecuencias en lo que concierne al significado del predominio atribuido a los solsticios en unas formas tradicionales y a los equinoccios en otras, especialmente para la fijación del comienzo del año; diremos tan sólo que el punto de vista solsticial tiene en cualquier caso carácter más “primordial” que el punto de vista equinoccial.

 

19 Esta simetría también es particularmente manifiesta en el caso de las dos serpientes del caduceo.

 

20 La medicina, que entre los antiguos incumbía al “arte sacerdotal”, corresponde por ello a una posición vertical de la doble espiral, en cuando pone en acción, como hemos indicado más arriba, las fuerzas respectivas del yang y el yin. Esta doble espiral vertical la representa la serpiente enroscada en forma de S alrededor del bastón de Esculapio, y que además, en este caso, se representa sola para expresar que la medicina no pone en acción más que el aspecto “benéfico” de la fuerza cósmica. Es de señalar que el término “espagiria”, que designa la medicina hermética, expresa formalmente, por su composición, la doble operación de “disolución” y “coagulación”; el ejercicio de la medicina tradicional, pues, es propiamente, en un orden particular, una aplicación del “poder de las llaves”.

 

21 Vajra es una palabra sánscrita; la forma tibetana es dorje.

 

22 Es a un tiempo “rayo” y “diamante”, por una doble acepción de la misma palabra, y en ambos significados es además un símbolo “axial”.

 

23 Es lo que representan también algunas armas de doble filo, especialmente, en el simbolismo de la Grecia arcaica, la doble hacha, cuyo significado además se puede poner en relación con el del caduceo. Por otra parte, al rayo lo representaba en la tradición escandinava el martillo de Thor, al que se puede asimilar el mallete del Maestro en el simbolismo masónico; éste, pues, es además un equivalente del vajra, y, como él, tiene el doble poder de dar la vida y la muerte, como lo muestra su papel en la consagración iniciática por una parte y en la leyenda de Hiram por otra.

 

24 Estos, en efecto, en la correspondencia espacial del ciclo anual, se asimilan al Norte (invierno) y al Sur (verano), mientras que los dos equinoccios se asimilan al Este (primavera) y al Oeste (otoño); estas relaciones tienen particularmente gran importancia, desde el punto de vista ritual, en la tradición extremo-oriental.

 

25 Su complementario femenino, en la tradición hindú, es la caracola (shankha), y en la tradición tibetana la campanilla ritual (dilbu), sobre la que a menudo se ve una figura femenina que es la de la Prâjnâ-pâramitâ o “Sabiduría transcendente” e la que es símbolo, mientras que el vajra lo es del “Método o “Vía”.

 

26 Los Lamas sostienen el vajra con la mano derecha y la campanilla con la izquierda; estos dos objetos rituales no han de ser separados nunca.

 

27 En el simbolismo tibetano, se encuentra a veces una figura formada por dos vajras cruzados, que es evidentemente un equivalente de la esvástica; las cuatro puntas corresponden entonces exactamente a las cuatro llaves de la esvástica clavígera.

 

28 En antiguos manuscritos provenientes de la Masonería operativa, se trata, sin más explicación, de cierta faculty of abrac; esta palabra enigmática, abrac, que ha originado diversas interpretaciones más o menos fantásticas, y que en cualquier caso es una palabra manifiestamente deformada, parece que debiera significar en realidad el rayo o el relámpago (en hebreo ha-baraq, en árabe el-barq), de manera que, también aquí se trataría propiamente del poder del vajra. Fácilmente puede comprenderse, con todo ello, en virtud de qué simbolismo al poder de provocar tormentas se le ha considerado a menudo, en los más diversos pueblos, como una especie de consecuencia de la iniciación.

 

1 Por eso, en el simbolismo masónico se considera que la Logia no tiene ninguna ventana que dé al lado del Norte, del que nunca viene la luz solar, mientras que sí las tiene en los otros tres lados, que corresponden a las tres “estaciones” del Sol.

 

2 En los mapas y planos chinos, el Sur está situado arriba y el Norte abajo, el Este a la izquierda y el Oeste a la derecha, lo que es conforme con la segunda orientación; este uso, además, no es tan excepcional como pudiera creerse, pues también lo tenían los antiguos Romanos y subsistió incluso durante una parte de la Edad Media occidental.

 

3 El “consejero de la derecha” (in-siang) tenía entonces un papel más importante que el “consejero de la izquierda” (tso-siang).

 

4 La sucesión de las dinastías, por ejemplo, corresponde a una sucesión de los elementos en cierto orden, estando los elementos mismos en relación con las estaciones y los puntos cardinales.

 

5 Tao-te-king, cap. XXXI.

 

6 Li-ki.

 

7 Esta correspondencia, estrictamente conforme a la naturaleza de las cosas, es común a todas las tradiciones; es, pues, incomprensible que modernos que se han ocupado de simbolismo la hayan substituido a menudo por otras correspondencias fantásticas y totalmente injustificables. Así, para dar un solo ejemplo, la tabla cuaternaria colocada al final del Livre de l’Apprenti de Oswald Wirth hace corresponder el verano al Sur y el invierno al Norte, pero también la primavera al Occidente y el otoño al Oriente; y hay además otras correspondencias, especialmente en lo concerniente a las edades de la vida humana, revueltas de forma poco menos que inextricable.

 

8 Igualmente se puede relacionar con esto este texto del Yi-king: “El Sabio tiene el rostro vuelto al Sur y escucha el eco de lo que está bajo el Cielo (es decir del Cosmos), lo ilumina y lo gobierna”.

 

9 Puede haber aún otros modos de orientación además de los que acabamos de indicar, que naturalmente traen aparejadas adaptaciones diferentes, pero que siempre es fácil hacer concordar: así, en la India, si el lado de la derecha (dakshina) es el Sur, es porque la orientación se toma mirando al Sol en su salida, esto es, volviéndose al Oriente; pero, por lo demás, este modo actual de orientación no quita en absoluto para que se reconozca la primordialidad de la orientación “polar”, o sea, tomada girándose al Norte, designado como punto más alto (uttara).

 

10 Cheu-li.

 

11 Recordaremos además que el “movimiento” no es aquí son una representación meramente simbólica.

 

12 Lo mismo les ocurre, por otra parte, a dos personas situadas una frente a otra, y por eso se dice: “adorarás a tu derecha, donde está la izquierda de tu hermano (el lado de su corazón)” (Phan-khoa-Tu citado por Matgioi, La Voie rationnelle, cap. VII).

 

13 Así, en la figura del “árbol sefirótico” de la Kábbala, la “columna de la derecha” y la “columna de la izquierda” son las que se tienen respectivamente a la derecha y a la izquierda al mirar la figura.

 

14 Por ejemplo, Plutarco refiere que “los Egipcios consideran el Oriente como la cara del mundo, el Norte como su mano derecha, y el Mediodía  la izquierda” (Isis y Osiris, 32; traducción de M. Meunier, p. 112); pese a las apariencias, esto coincide exactamente con la designación hindú del Mediodía como “lado de la derecha”, pues es fácil representarse el lado izquierdo del mundo extendiéndose a la derecha del que lo contempla y viceversa.

 

15 De ahí vienen por ejemplo, en el simbolismo masónico, las divergencias producidas acerca de la situación respectiva de las dos columnas situadas a la entrada del Templo de Jerusalén; la cuestión, sin embargo, es bastante fácil de resolver refiriéndose directamente a los textos bíblicos, a condición de saber que, en hebreo, la “derecha” siempre significa el Sur y la “izquierda” el Norte, lo que implica que la orientación se toma, como en el Islam, volviéndose al Este. Este mismo modo de orientación, además, es igualmente el que en Occidente practicaban los constructores de la Edad Media para determinar la orientación de las iglesias.

 

16 La cruz trazada en el círculo, de la que tendremos que hablar más adelante, señala aquí la dirección de los cuatro puntos cardinales; conforme a lo que hemos explicado, el Norte está situado arriba en la primera figura y en la segunda lo está el Sur.

 

17 Quizá no carezca de interés señalar que el sentido de estas circunvalaciones, que van respectivamente a la derecha e izquierda (fig. 13) y de izquierda a derecha (fig. 14), corresponde igualmente a la dirección de la escritura en las lenguas sagradas de estas mismas formas tradicionales. En la Masonería, en su forma actual, el sentido de las circunvalaciones es “solar” pero en cambio parece hacer sido primero “polar” en el antiguo ritual operativo, según el cual el “trono de Salomón” estaba además situado en el Occidente y no en el Oriente, a fin de permitir a su ocupante “contemplar el Sol en su salida”.

 

18 La alteración respecto a este orden de marcha en ciertos Ritos masónicos es tanto más singular cuanto que está en desacuerdo manifiesto con el sentido de las circunvalaciones; las indicaciones que acabamos de dar proporcionan evidentemente la regla correcta que hay que esperar en todos los casos.

 

19 Se encontrará un ejemplo de la representación de este recorrido por una circunvalación en las consideraciones relativas al Ming-tang que más adelante expondremos.

 

20 Sobre el carácter cualitativo de las direcciones del espacio, que es el principio mismo en el que se fundamenta la importancia tradicional de la orientación, y en las relaciones que existen entre las determinaciones espaciales y temporales, el lector  puede también remitirse a las explicaciones que hemos dado en El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. IV y V.

 

1 Marcel Granet, La Pensée chinoise págs. 154-155 y 198-199. Como hemos señalado ya en otra parte, (El Reino de la Cantidad y los Signos de los tiempos, cap. V), este libro contiene una multitud de informaciones muy interesantes, y el capítulo dedicado a los números es particularmente importante; sólo hay que tener cuidado de no consultarlo más que desde el punto de vista “documental” y no tomar en cuenta las interpretaciones “sociológicas” del autor, las cuales generalmente invierten las relaciones reales de las cosas, pues no es el orden cósmico lo que se concibió, como él se imagina, sobre el modelo de las instituciones sociales, sino que, muy al contrario, son éstas las que se establecieron en correspondencia con el orden cósmico mismo.

 

2 Encontraremos un ejemplo tal más adelante, y también en la tradición extremo-oriental, a propósito de la escuadra y el compás.

 

3 El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXI.

 

4 Recuérdese aquí lo que anteriormente hemos indicado de que Cielo y Tierra no pueden unirse efectivamente sino por el centro.

 

5 Tsien-Han-chu.

 

6 Para los Pitagóricos, 5 era el “número nupcial”, en cuanto suma del primer número par o femenino y el primer número impar o masculino; en cuanto al carácter “conjuntivo" del número 6, basta recordar a este respecto el significado de la letra waw en hebreo y árabe, así como la figura del “sello de Salomón” que corresponde geométricamente a este número. Sobre el simbolismo de estos dos números, 5 y 6, véase también Le Symbolisme de la Croix, cap. XXVIII.

 

7 De este mismo modo de formación de los dos números resulta naturalmente el intercambio del par y el impar, pues la suma de un número par y otro impar es forzosamente par. La suma de dos números no puede ser par más que si estos números son ambos pares o ambos impares; en cuanto al producto, para que sea impar, es preciso que sus dos factores sean ambos impares.

 

8 El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. III.

 

9 Estas “miradas” hay que entenderlas a un tiempo en el orden sensible y en el orden intelectual, según se trate de las influencias terrenales, que están “en el exterior” o de las influencias celestiales, que están “en el interior”, como ya hemos explicado antes.

 

10 Aquí es donde aparecen como instrumentos de la medida, desde el punto de vista “celestial” y desde el punto de vista “terrenal” respectivamente (es decir con respecto a las influencias correspondientes), el compás y la escuadra, de los que hablaremos más adelante.

 

11 Además, también aquí se produce un nuevo intercambio, en que, en ciertos casos, el número 10 se atribuye al Cielo y el 12 a la Tierra, como para señalar una vez más su interdependencia con respecto a la manifestación o al orden cósmico propiamente dicho, en la doble forma de las relaciones espaciales y temporales; pero no insistiremos más en este extremo, que nos alejaría demasiado de nuestro asunto. Señalemos tan sólo, como en caso particular de este intercambio, que, en la tradición china, los días se cuentan por períodos decimales y los meses por períodos duodecimales; pues bien, diez días son “diez soles”, y doce meses son “doce lunas”; los números 10 y 12 son respectivamente relacionados el primero con el Sol, que es el yang o masculino, y que corresponde al Cielo, el fuego y el Sur, y el segundo con la Luna, que es yin o femenina, y que corresponde a la Tierra, el agua y el Norte.

 

12 Este término, cheng es en el Yi-king el último de la fórmula tetragramática de Wen-wang (véase Matgioi, La Voie métaphysique, cap. V).

 

13 Tsien-Han-shu.

 

14 Véase L’Esoterisme de Dante, cap. VII.

 

15 En las tradiciones hermética y kabalística, 11 es la síntesis del “microcosmos” y el “macrocosmos”, representados respectivamente por los números 5 y 6, que, en otra aplicación afín a aquélla, corresponden también al hombre individual y al “Hombre Universal” (o al hombre terrenal y el Hombre celestial podría decirse también para relacionar esto con los elementos de la tradición extremo-oriental). Ya que hemos hablado de los números 10 y 12, mencionaremos además la importancia que, desde el punto de vista kabbalístico, tiene su suma, 22 (doble o primer múltiple de 11), que es, como se sabe, el número de las letras del alfabeto hebraico.

 

1 Su rastro se encuentra hasta en el ritual de una organización tan completamente desviada hacia la acción exterior como es el Carbonarismo; además son tales vestigios, naturalmente incomprendidos en semejante caso, los que atestiguan el origen realmente iniciático de organizaciones llegadas así a un grado extremo de degeneración (véase Aperçus sur l’Initiation, cap. XIII).

 

2 No vamos a hablar ahora del “hombre transcendente”, que nos reservamos considerar más adelante; por eso no puede tratarse aquí más que de nuestro estado de existencia, y no de la Existencia universal en su totalidad.

 

3 Esta expresión de “Verdadero Ancestro” es una de las que se encuentran entre las designaciones de la Tien-ti-huei.

 

4 Véase Le Symbolisme de la Croix, cap. II y XXVIII.

 

5 Tao-te-king, cap. IV. Es el hombre “hecho a imagen de Dios” o más exactamente de Elohim, es decir, de las potencias celestiales, y que además no puede serlo realmente más que si el “Andrógino” constituido por el perfecto equilibrio de yang y yin, según las propias palabras del Génesis (1, 27): “Elohim creó al hombre a Su imagen (literalmente “Su sombra”, esto es, Su reflejo); a imagen de Elohim Él lo creó; macho y hembra Él los creó”, lo que en el esoterismo islámico se manifiesta por la equivalencia numérica de Adam wa Hawâ con Allâh (Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. III).

 

6 El término chino Jen puede traducirse igualmente, como hemos indicado ya, por el “Hombre” y por la “Humanidad”, entendiéndose ésta ante todo como la naturaleza humana, y no como la simple colectividad de los hombres; en el caso del “hombre verdadero”, “hombre” y “humanidad” son plenamente equivalentes, puesto que han realizado íntegramente la naturaleza humana en todas sus posibilidades.

 

7 Por ello, según el simbolismo del Génesis (11, 19-20), Adán podía “nombrar” verdaderamente todos los seres de este mundo, o sea, definir en el sentido más completo de la palabra (que implica a un tiempo determinado y realización), la naturaleza propia de cada uno de ellos, que él conocía inmediatamente e interiormente como una dependencia de su naturaleza misma. En esto como en todo, El Soberano ha de desempeñar en la tradición extremo-oriental un papel que corresponde al del “hombre primordial”: “Un príncipe sabio da a las cosas los nombres que les convienen, y cada cosa ha de ser tratada según el significado del hombre que él las da” (Liun-yu, cap. XIII).

 

8 Esta última restricción la necesita la distinción que hay que hacer entre el “hombre verdadero” y el “hombre transcendente” o entre el hombre individual perfecto como tal y el “Hombre Universal”.

 

9 Véase especialmente Aperçus sur l’Initiation, cap. XXXIX.

 

10 Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. XXVIII, y Aperçus sur l’Initiation,  cap. XI, VI.

 

11 Podría decirse que ya no pertenece a este mundo, sino que, por el contrario, es el mundo quien le pertenece.

 

12 Es al menos curioso, en Occidente y en el siglo XVIII, ver a Martines de Pasqually reivindicar para sí mismo la cualidad de “hombre verdadero”; fuese esto con razón o sin ella, cabe en todo caso preguntarse cómo habría tenido conocimiento de este término específicamente taoísta, que por lo demás parece realmente ser el único que empleara nunca.