ANTONIO MEDRANO: EL GRIAL EN LAS TRADICIONES ORIENTALES
Cuenta una antigua leyenda que el Grial, ante la falta de receptividad del clima europeo para su mensaje, abandonó las tierras de Occidente para refugiarse en Oriente y, más concretamente en la India (1).
Semejante
indicación, tan enigmática como sorprendente, permite entrever la existencia
de un nexo especial entre la India y el Grial.
En
la tradición hindú, el Grial se corresponde, ante todo, con el vaso sacrificial
que contiene el soma o bebida sagrada del antiguo ritual védico, o
incluso con el soma mismo. Es este un detalle ya puesto de relieve
por mitólogos v orientalistas como Emile Burnouf y Leopold von Schroeder.
Según
Burnouf, el samudra o recipiente
del soma es el vaso que «contiene la sangre
del dios viviente», de Agni, personificación
del fuego, del mismo modo que «el
graal contiene la sangre de Cristo inmolado». Tanto el uno como el otro representan
el «Vaso universal» o «vaso de purificación» en que se recoge el principio
del calor y de la luz, de la vida y de la sabiduría (2). Por su parte, Leopold
von Schroeder, que llama la atención sobre la identidad existente entre el
soma y la luna, caIifica al «soma
celestial», origen del soma terreno
utilizado en el rito, de «modelo de Grial». En su opinión, el Grial o «recipiente
milagroso» no es otra cosa que «el fondgefass o vaso celeste de la luna, dispensador de milagrosas bendiciones»,
generador de la lluvia, propiciador de la vida y despertador del entusiasmo,
que más tarde sería identificado con el vaso de la última cena de Cristo.
Schroeder no deja de señalar que el soma
podría aludir asimismo al Sonnengefäss
o vasija solar, en cuanto que el Sol puede ser considerado como "una
vasija llena de leche caliente” o como “un gran puchero que ayuda a satisfacer
todos los deseos y a dar eterna bienaventuranza". Lo único que hay que
lamentar en las tesis sustentadas por los dos autores mencionados es el naturalismo
al que pretenden reducir correspondencias y significaciones simbólicas tan
certeramente captadas.
La
identificación del Grial con el soma
es también subrayada, esta vez en un plano de rigurosa coherencia tradicional,
por Ananda Coomaraswamy, el cual emplea como sinónimas las expresiones Soma-thief («ladrón del soma») y Grail-winner («conquistador del Grial»),
calificando de tales a Indra y Garuda. Del primero, que, tras conquistar por
esposa a Apala, beberá de sus labios el soma,
dice el citado autor que «es el Grail-winner
de los Vedas». Otro tanto puede decirse de Garuda, el ave solar de Vishnú,
la. cual, pasando a través de la rueda de bruñido acero, «radiante como el
sol», que protegía al soma, se apodera
de éste para entregarlo a los dioses y los hombres (4). Comentando el fragmento
del «Satapatha Brahmana» en el que
se dice que «la luna es el alimento de los dioses», Coomaraswamy, tras puntualizar
que la luna no es aquí más que el símbolo del «mundo» o «universo» -es decir,
de todo aquello que está "bajo el sol", afirma que este es el Grial
que mantiene y alimenta al «Sol sobrenatural», el «ojo de Varuna, Rey del
Cielo, al tiempo que es alimentado por él, por el acto de su visión». «Es
de este Grial, como medio de rejuvenecimiento y procesión del que depende
la vida de Varuna, el Rey Pescador, la deidad ab
intra (5). Arquetipo del vaso sacrificial que contiene el soma, y exacto gemelo, por consiguiente,
del Santo Caliz cristiano, es la «Copa del Asura» o «Cuenco del Padre Titán»
del que habla el Rig-Veda. Esto
es, el cuenco, cáliz o recipiente (camasa,
patra) que, fabricado por Tvashtri, el artista divino, fue posteriormente
dividido en cuatro por los tres Ribhus (expresión simbólica que alude a la
pérdida de la unidad primordial y al alejamiento del Centro que la misma lleva
consigo: el número cuatro ha de entenderse como referencia a las cuatro direcciones
del espacio, los cuatro puntos cardinales. Según Coomaraswamv esta "Copa
del Asura" no es, en realidad, otra cosa «el platel o disco (patra=
mandala) del sol». o para decirIo más exactamente, del sol y la luna unidos,
como corresponde al estado de los orígenes, cuando aún no se había producido
la escisión de la dualidad y Cielo y Tierra eran perfectamente coincidentes.
Es este «Grial solar», concebido como «un vaso nutritivo que satisface todos
los deseos» (un an all-wish-fulfilling
vessel) y cuyo modelo es «el orbe, patena o bandeja solar
que contempla todas las cosas y participa así de ellas en un mismo instante»,
el que se erige en «prototipo de toda patena sacrificial».
Para
comprender mejor la apuntada identificación entre el Grial y el soma, será conveniente aclarar que éste
último, llamado en el Rig-Veda «el
padre de los dioses» y «la deidad semejante al sol», es el néctar celestial,
el elixir de la inmortalidad (amrîta),
el «agua de la vida», y tiene su equivalente en el haoma avéstico, la «ambrosía» del mito griego (servida a los dioses
en el Olimpo) o el «hidromiel» de la mitología nórdico-germánica, el milagroso
Odrerir, brebaje de la poesía y de la eterna
juventud. De ahí, la correspondencia del vaso del soma con el Grial, en el cual se guarda la sangre de Cristo. A esto
se añade que las virtudes del soma son,
de acuerdo a los textos védicos, las mismas que las del Grial del Medioevo
europeo: protege el cuerpo, cura la enfermedad, da salud de cuerpo y alma,
aleja las dificultades y los peligros, conforta y consuela, proporciona fuerza
y alegría, inflama e ilumina, prolonga la vida, inspira a los poetas y sabios,
hace surgir un sentimiento de paz con los dioses, otorga la inmortalidad (8).
El soma aparece, por otra parte,
Iigado a la roca y la montaña, símbolo del centro, del eje cósmico y de la
elevación espiritual. Traído de los Cielos por el águila mensajera de Vishnú
(del mismo modo que el águila de Zeus es portadora del néctar divino en la
mitología griega) (9), el soma es
depositado en lo alto de la montaña, recibiendo los calificativos de «crecido
en la montaña» y »morador de la montaña». Todo lo cual ofrece también un significativo
paralelismo con la copa milagrosa del mito cristiano, la cual, si por un lado
recoge la sangre de Cristo en el monte Calvario, por otro, es conservada en
el castillo de Monsalvat, el monte
santo o montaña de salvación.
Vinculado
al «Árbol de la Vida» -el soma era extraído del jugo de una planta,
probablemente la asclepias acida, también
llamada «planta de la luna» (obsérvese la semejanza con la sangre de Cristo
que mana del Arbol de la Cruz, réplica del «Arbol de la Vida» del Paraíso
terrenal)-, se le menciona también, al igual que el Grial, como un tesoro
oculto (10). De Indra se dice que «encontró el tesoro extraído del Cielo que
estaba oculto», lo que evidentemente va referido al soma que es la bebida favorita del dios indoeuropeo del rayo; y en
otro lugar se define al soma como
«el néctar inmortal oculto en el Cielo» (11). El soma aparece, por otra parte, relacionado con la luz y el sol: Ser
celeste y luminoso, se revela como «un campeón de la luz contra las tinieblas»
(12). Los textos védicos lo asimilan a menudo al Sol, comparando sus rayos
con los del astro-Rey (13).
Por
lo que se refiere al nexo que une al soma
con la luna, hay que hacer notar que «soma» es precisamente el
nombre más usual que el astro nocturno recibe en sánscrito y que la luna,
por otra parte, se presenta a la mirada simbólica del hombre tradicional como
un recipiente que recoge en medio de la oscuridad de la noche la luz del sol,
que es precisamente la que le hace brillar. De ahí que el astro nocturno sea
contemplado por los hindúes, según observa Alain Danielou, como «el cáliz
de ambrosía divina que beben los antepasados y los dioses», y la sustancia
lunar como el esperma o simiente de vida. Si el Sol es el principio de la
vida, la luna representa a las aguas primordiales, «origen de todo, de lo
que es visible e invisible», según el Prashna
Upanishad (14). La imagen de la luna como recipiente solar resulta especialmente
evidente en su variante de cuarto creciente, que reproduce la forma semicircular
de una copa o cáliz. Aquí no estará de más recordar que la media luna, emblema
por excelencia del Islam -a la que se añade usualmente la estrella, símbolo
del germen de inmortalidad- no simboliza otra cosa que el Grial, en su calidad
de receptáculo de la Luz del Sol divino. También cabría mencionar la semejanza
que esta figura de la media luna y la estrella guarda con la letra árabe nûn,
la letra de la luz (nûr) y «letra
planetaria del sol», que, como mostrara Guénon, simboliza tanto la copa de
la inmortalidad como el arca de Noé, portadora del germen de la vida en el
seno del caos de las aguas y equivalente en este sentido a la barca solar
(la cual es, curiosamente, una de las versiones del Grial) (15). En la iconografía
cristiana la Virgen María, mensajera de la luz en medio de la oscuridad, portadora
en su seno de la semilla solar, del germen de vida y promesa de eternidad
que es el Verbo divino, recibiendo en tal sentido los títulos de «Vaso de
perfección» y «Arca de la Alianza», es simbolizada precisamente por una media
luna.
Otro
objeto simbólico de la tradición hindú que presenta un estrecho paralelismo
con el Grial es el disco o rueda de Vishnú, la segunda de las divinidades
que forman la Trimûrti y que encarna
la tendencia conservadora del orden universal.
Este
disco o rueda (chakra), que Vishnú
sostiene con uno de sus cuatro brazos representativos del dominio sobre las
cuatro direcciones del espacio) y concretamente en su mano superior derecha,
no es otro que el disco solar. «Brilla como el joven Sol», dice la Gopala-Uttara-Tapini-Upanishad. Es una
rueda de seis radios (las seis estaciones del año, según el calendario hindú)
que porta en el centro la sílaba mágica hrim,
la cual »representa la inmovilidad del centro, la inmutabilidad del continuo
causal», y que está rodeada por un círculo que simboliza a Mâyâ, el poder divino que engendra la manifestación
universal (17). Recibe el nombre de Sudar-shana (“bello-de-ver”) y tiene como signo geométrico equivalente
al de la esvástica. Arma invencible con la que el dios solar se abre paso
y destruye a sus enemigos, el chakra
de Vishnú se perfila así como
la materialización de la fuerza aniquiladora de la ignorancia y del desorden,
como la quintaesencia misma de la paz y la armonía universales. Según enseña
el Vishnú-Purâna, el disco de Vishnú simboliza
la «Mente universal» que con su luz y su poder, rige el orden cósmico (18).
El
paralelismo entre el Grial y el chakra
de
Visnú queda puesto en evidencia no sólo por sus virtudes milagrosas por
su función central (corroborada aparte de por su carácter solar, por la sílaba
hrim) sino también por su forma circular.
Baste recordar que el Grial se presenta como un plato y que incluso bajo la
forma más usual del cáliz o vaso, éste, cuando es contemplado desde arriba,
reproduce precisamente la forma de un círculo; forma que es; a su vez, la
de la «Tabla Redonda» y la trazada por la planta arquitectónica del Templo
del Grial, según el relato del joven Titurel.
Por
otra parte, hay que tener presente que Vishnú, divinidad solar por excelencia
es el dios sustentador del cosmos, que personifica la luminosidad. Especial
interés, a la hora de considerar la conexión con el Grial -en cuanto vaso
que nutre milagrosamente-, reviste aquel rasgo de Vishnú que lo relaciona
con las plantas y los alimentos y que lo presenta como preservador de la simiente
universal, como dios de la subsistencia y de la fecundidad (19). Dios benéfico
y protector, encarnación de la síntesis perfecta de inteligencia y compasión,
Vishnú es el «Guía universal», el refugio de todas las criaturas. Maryvonne
Pierrot (20) ha hablado, en este sentido, del simbolismo que posee
el chakra de Vishnú en cuanto poder
distribuidor de maná o potencia de vida, fuente «de esa energía vital,
creadora que se alimenta en la fuente del Centro Absoluto» (21). Hay que añadir
que el «disco solar» va inseparablemente ligado al «Arbol universal» O «Arbol
de la Vida», del cual Vishnú es justamente el tronco (en su función de Eje
universal) (22).
Junto
al disco hay que mencionar al loto, otro de los distintivos de Vishnú, que
éste porta en su mano superior izquierda. Formado por seis pétalos, que se
corresponden con los seis radios del Vishnú-chakra (éste mismo es definido
por un texto upanishádico como «equivalente de un loto de seis pétalos») y
que representan los seis poderes (bhaga) de la Divinidad, es el símbolo
de la manifestación divina, de la Creación universal que brota de las aguas
primordiales.
El
loto es la planta de mas rico contenido simbólico en la cultura oriental.
Flor que, brotando de las aguas cenagosas se eleva por encima de ellas, manteniéndose
pura y limpia, para ofrecer su cáliz de pétalos blancos o rosados a la luz
del Sol, posee un claro significado solar. «El loto -escribe V.C. Srivastava- ha estado muy íntimamente
conectado con el sol desde tiempos remotos»; de ahí que aparezca como emblema
principal del dios que encarna «el espíritu de los rayos solares» (23). En
los jeroglíficos egipcios, el dios-sol «es representado naciendo en el cáliz
de un loto» (24). Horus suele aparecer sentado sobre una flor de loto a guisa
de trono y Ra es llamado «el joven
dorado que vino del loto», mientras que »el loto emergiendo del agua se convirtió
en el símbolo del sol que surge después de la noche» (25). EI loto es como
la plasmación vegetal de la fuerza solar, que triunfa como poder vertical,
iluminante y creador sobre las aguas de lo horizontal, informe, oscuro y caótico.
Por su forma circular -cuando se abre traza un círculo perfecto-
presenta una extraordinaria coincidencia con la rueda, viniendo a ser
prácticamente sinónimos los términos padma (loto) y chakra (rueda). Como vaso que recoge la lluvia, el rocío de la aurora,
el néctar celestial, la sangre o las lágrimas de los dioses viene a significar
el recipiente que contiene la bebida de inmortalidad, siendo para el Oriente
lo que la rosa es para el Occidente (y en este punto, bastará recordar las
conexión de la rosa con el Grial, en cuanto florido cáliz receptor de la sangre
de Cristo y en cuanto broche rojo de perfección que sella el centro de la
cruz: la rosa-cruz del esoterismo cristiano).
Por
lo que se refiere al simbolismo central del loto -ya implícito en su valencia
de rueda o chakra- pueden recordarse
los siguientes detalles: el loto del cual nace Brahmâ brota exactamente
del ombligo de Vishnú, que yace recostado sobre la serpiente Ananta (el ombligo
-véase el omphalos griego- es símbolo
del Centro, mientras que la serpiente simboliza aquí el Caos primordial
de lo Absoluto no-manifestado);
el tallo del loto simboliza el «Eje del mundo», y en numerosas ocasiones en
el interior del loto es representado el monte Meru,
símbolo asimismo del Eje universal. Y no podría dejar de mencionarse la
expresiva frase de la Maitri Upanishad
que habla de «el loto del corazón, habitado por la Persona dorada del
Sol» en otras palabras: el centro del centro, sede del Grial solar) (26).
No
podríamos concluir estas consideraciones en torno al Grial hindú sin mencionar
el «ojo frontal» de Shiva la tercera divinidad de la Trimûrti, que personifica la tendencia destructiva y aniquiladora.
Como
es sabido, Shiva posee un tercer ojo situado en el centro de la frente entre
los dos ojos, y que representa su omnisciencia. Es «el ojo del fuego de la
percepción trascendente», y por su mirada «son destruidos todos los dioses
y todos los seres creados en cada una de las destrucciones periódicas del
universo» dice Karaprati en su «Sri Shiva tattva» (27). Este «tercer ojo», ojo frontal
o central representa, como pusiera de relieve Guénon, el «sentido de la eternidad»,
el «núcleo» o «germen de inmortalidad» -significado que, como hemos visto,
va implícito en la figura del Grial-, y tiene su equivalente en el «ojo del
corazón» u «ojo de inmortalidad» (cuyo nombre en árabe, aynu-l-juld, significa también «fuente
de inmortalidad» lo que viene a indicar su relación con la herida del costado
de Cristo, fuente de la que mana el «licor de inmortalidad» -la sangre del
Sagrado Corazón- recogido por José de Arimatea en el Grial) (28). Es el «ojo
que lo ve todo», que se ha liberado de la ilusión dualista y mira en el Centro
del ser, en el Eterno presente, en la pura instantaneidad del «aquí y ahora»;
es decir, allí donde se sitúa el Grial. Lo destruye todo -esto es, aniquilando
cuanto ha hecho surgir la ilusión cósmica-, para hacerlo retornar a lo Absoluto.
Es también el ojo que salva al universo, al devolverle la luz y la vida, según
relata el mito que nos habla de su aparición (29); lo que nos hace recordar
la acción redentora de la sangre y agua que manan de la herida del costado
de Cristo.
Detalle
no menos interesante es el hecho de que este «tercer ojo» de Shiva aparezca
siempre junto a la media luna, que el dios hindú del amor y de la muerte porta
asimismo sobre su frente, como otro de sus principales distintivos. Lo que
nos hace volver a lo que antes decíamos cerca del soma como «licor de inmortalidad»
y como equivalente del Grial. Karapatri escribe a este respecto: «La luna
es la copa de soma, de elixir sacrificial. Colocado cerca del tercer ojo que
es de fuego, el creciente de luna muestra el poder de procreación próximo
al de destrucción». Y Daniélou comenta dicho texto diciendo que la luna simboliza
en este caso «el cáliz de esperma. el poder sublimado de Eros, cercano al
fuego de la ascésis» o «la oblación colocada junto al fuego sacriflcial» (30).
Las palabras de Daniélou nos llevan a considerar el nexo que une la media
luna con el lingam (el falo erguido
verticalmente), otro de los símbolos de Shiva; nexo que tiene su exacto equivalente
en el vínculo que une al cáliz y la lanza en el mito medieval europeo. Tanto
la luna como el cáliz representan el elemento femenino), horizontal, receptivo
y engendrador, mientras que la lanza (que posee una innegable significación
fálica) y el Iingam simbolizan el
principio masculino, vertical, símbolos del Eje del mundo, del pilar sagrado
que une Cielo y Tierra, del «Árbol de la Vida», del que caen las gotas del
rocío celestial, el agua de vida o «jugo de inmortalidad» (simbolizados, a
su vez, en el cuerpo humano, por la sangre y el esperma), siendo tales gotas
recogidas precisamente en la copa, para producir el milagro de la vida universal.
A todo esto puede aún añadirse que el lingam suele ser representado dentro de un triángulo invertido que
simboliza el yoni, el órgano femenino -la pareja lingam-yoni es uno de los
elementos más característicos de la simbología shivaita-, y en este punto
es conveniente recordar que el triángulo invertido es también el símbolo
geométrico de la copa y del corazón (31).
En
la tradición budista, heredera de la tradición hindú en más de un aspecto,
reaparecen la mayor parte de los símbolos que hasta ahora hemos considerado.
En
primer lugar, el chakra. La rueda
o disco solar, arquetipo del Grial, se presenta aquí bajo la forma de Dharma-chakra, la «rueda del Dharma» o:«rueda de la Iey». Es ésta la
rueda que, según la poética expresión de los textos pali, el príncipe Siddharta
hizo girar en su sermón de Benarés, anunciando así al mundo la nueva doctrina.
De aquí el nombre de rueda de la enseñanza, de la predicación o de la buena nueva con que se la conoce.
El
Dharma-chakra es, por consiguiente,
la materialización simbólica de la doctrina y vía búdicas. Representada en
forma de círculo con un número variable de ravos o radios, alude al mismo
tiempo a la Verdad que el Buddha reveló en su enseñanza y al «noble óctuple
sendero» que permite realizarla; sendero que se configura como una auténtica
«vía solar», como una vía hacia el Grial. En su figura se hallan plasmados
tanto el objetivo alcanzado como el «Despierto» (la Iluminación o Liberación),
como el camino que al mismo conduce (la «Vía del Despertar» o «Camino del
Medio»).
El
centro de la «rueda del Dharma« significa la Verdad que es principio
y fin, origen y meta. Es el núcleo y fundamento de la existencia, que es también,
y por ello, la meta a alcanzar, el blanco de la diana: el Nirvana, el Vacío o Vacuidad (Shunyata),
la Talidad (Tathatá), la Realidad
Suprema o Verdad Absoluta (Paramartha
Satya), la Eternidad o Presente Absoluto,
la Naturaleza-Búdica la «Tierra Pura» (o Isla de los
Bienaventurados), la Inmortalidad (amrita o amata), la Mente
o Corazón universal. Los radios de la rueda son los rayos que irradian del
Centro luminoso hacia la periferia samsárica, a la vez que los cauces que
desde dicha periferia hacia el Centro convergen; simbolizando así los caminos
que, iluminados por el resplandor de ese mismo Centro a él conducen. Son los
senderos que desembocan en el Centro oculto; las rutas que llevan a la cumbre
de la «Montaña Gloriosa» o a la Isla central de la Beatitud, los puentes que
permiten atravesar la corriente y pasar a «la otra orilla»; las flechas que
apuntan al Corazón (Kokoro-Hsin) (32), al Sol de la Bodhi; los dardos
que dan en el blanco. De aquí que en la versión mas generalizada del Dharma-ckakra budista, aparezcan en número
de ocho, indicando así las ocho normas que integran el »óctuple sendero noble».
Esos ocho radios, unidos entre sí, integrados en esa misma tendencia concéntrica
que les es común, forman la perfecta representación grafica de la «Vía media»
o «Camino del Medio» (Majjhima-patipada).
En otras palabras: la «Vía del Centro» o «Vía del Grial».
Y
es en el centro de la rueda -en ese centro inmóvil, que mueve sin moverse,
que es el lugar del wu-wei o mu-i (no-acción), del wu-hsin o mu-shin (no-mente); es decir, del «no-ego» y «no-dualidad», de la
actividad perfecta- donde se encuentra el Buddha, el Hombre universal, que
desempeña así la función de Chakravartin,
de Señor universal o Rey del Grial, que hace girar la rueda del orden
cósmico. Es en ese punto central donde se produce la integración de contrarios,
donde queda trascendida toda dualidad: de ahí que en algunas versiones del
Dharma-chakra aparezca en el centro
la figura del Tai-ki, con su síntesis
del yin y el yang, símbolizando
la identidad de Nirvana y Samsara.
Desde
otra perspectiva, inseparable de la anterior, el disco solar del Buddha se
nos presenta como imagen de la «puerta solar», a la cual es consustancial
la idea de «medio» o «centro» y cuyo simbolismo va íntimamente vinculado al
del Grial. Vinculación ésta última que puede entenderse en un doble sentido:
ya sea la «puerta solar» en cuanto vía de acceso al Grial (33), ya sea el
Grial mismo considerado como «puerta solar» que conduce a las esferas superiores
del ser (Cristo cuando dice «Yo soy la puerta», el Buda Amida que se ofrece
como puerta al Paraíso de la «Tierra Pura»).
Si
los radios de la rueda son el camino o los caminos de la búsqueda, el centro
vacío en el que aquellos confluyen es la puerta que conduce al tesoro oculto.
Si los radios simbolizan el sendero que hay que recorrer para alcanzar la
meta, el paso a través de su centro significa el logro de dicha meta; el logro
de la Iluminación, la conquista del satori.
Es el tema del «ojo de la aguja» evangélico (simbolizado a nivel gráfico en
el extremo circular superior de la P en el Crísmón, que es a su vez el disco solar), coincidente con el del arquero
que atraviesa la diana justo en el centro, que tanta importancia adquiere
en la doctrina Mahâyâna. Los rayos que parten del centro y al centro
vuelven son las vías del Sol; el centro, sede del Buda Maha-Vairochana (el Gran Sol), es la «puerta solar» que lleva a la
experiencia suprema de la luz.
Especialmente
sugestiva en relación con el tema que aquí estamos tratando es la comparación
establecida por Alan Watts entre la custodia cristiana y la cruz florida en
su extremo-superior (rosa-cruz), por un lado, y el Dharma-chakra budista colocado sobre una columna o pilar sagrado,
tal y como ha llegado hasta nosotros en los restos de la stupa de Sanchi, por otro. Ambas formas, observa Watts, reproducen
la misma estructura básica: la de un tronco o eje sobre el que se alza una
figura circular, representativa del disco solar, plasmando así «el motivo
perenne del Árbol-Eje que asciende desde la tierra hacia el sol, y a través
del corazón del sol -la Puerta del Sol- hacia el mundo del más allá (34).
Quien
ha pasado victoriosamente a través de la «puerta solar» conquista el estado
incondicionado y goza de la fuente inagotable del amrîta,
el néctar de la inmortalidad. Así, de Milarepa se decía que necesitaba
muy escasos medios para su subsistencia material, pues estaba en posesión
de dicho néctar de la inmortalidad: «había atravesado los portales de la pura
luz intelectual, y a partir de entonces su alimento fue el amrîta, la ambrosía de los dioses« (35). Conviene recordar que en
la tradición budista el néctar de la inmortalidad se identifica con el Nirvana, y que el Nirvana está representado, según veíamos, por el vacío del cubo de
la rueda, vacío que es precisamente lo que le hace girar.
En
la simbología budista volvemos a encontrar también el «tercer ojo». Es el
urna, «perla de sabiduría» o «punto brillante»,
que resplandece sobre la frente del Buddha como signo de su Iluminación. Es
interesante señalar que esa urna, que
es el «ojo divino» (diuya chaksus),
«ojo de la verdad« (Dharma-chaksus)
o «ojo del conocimiento» (prajna-chaksus),
surge al mismo tiempo que se integran los cuatro cuencos (punto éste del
que hablaremos más adelante) y en
el mismo instante en que la mirada interior llega al Centro. La apertura del
«tercer ojo» coincide con el paso a través de ese «ojo» o abertura central
de la rueda solar a que antes nos hemos referido. Todas estas son expresiones
simbólicas que apuntan a una sola y misma realidad.
Símbolo
capital del Budismo es también el loto, el cual hace continuo acto de presencia
tanto en los textos sagrados como en las obras de arte del mondo budista.
El Buddha Sakyamuni nace en el interior de un loto y tiene el loto por trono,
sobre el que está sentado precisamente en la llamada «postura del loto« (padmasana), que es la empleada preferentemente
en la meditación budista. Los Bodhisattva son asimismo representados sobre un loto y, en muchos
casos, sosteniendo un loto en la mano. El loto es también otro de los signos
que porta el pie del Buddha. Y la misma «rueda del Dharma«, al igual
que ocurría con el disco de Vishnú, es identificada con el loto de ocho pétalos,
símbolo de la armonía cósmica.
Gran
parte de lo dicho al hablar del loto de Vishnú es válido aquí, por lo que,
para evitar repeticiones, nos limitaremos a destacar algunos aspectos peculiares
del simbolismo del loto en la tradición budista.
El
loto representa, ante todo, la esencia luminosa del hombre,. su Naturaleza
búdica, que no se ve afectada por el contorno cenagoso del Samsara. La flor de la luz y de la pureza «expresa la idea de que
todos somos virtualmente Buddhas, emanaciones o reflejos de la esfera imperecedera
y trascendente « (36). Si, por un lado, el loto que sostiene al Buddha es
«la naturaleza de las cosas, la fatalidad serena y pura de la existencia,
de su ilusión, de su desvanecimiento«, por otro, «es también el luminoso Centro
de Mâyà de donde surge el Nirvana hecho hombre» (37).
El
loto es la flor del Despertar y de la Iluminación; el cáliz de la Budeidad
y del Nirvana; el vaso que contiene la esencia de la compasión (karuna) y la sabiduría (prajna). En los dohas de la escuela tántrica Sahajika se habla del «néctar de loto»
que el yogui bebe de labios de su compañera ritual. Prithwindra Mukherjee
explica esta expresión con las siguientes palabras: «en el Centro del loto-de-mil-pétalos
se encuentra una luna sutil que desborda en una corriente tenue pero constante
el brebaje de inmortalidad« (38). Todo lo cual nos hace volver a lo dicho
acerca de las relaciones existentes entre la luna y el soma védico.
Si
el cáliz del Grial conserva la sangre de Cristo, que es luz y vida del mundo,
el cáliz del loto contiene la Luz del Buda, que es sangre vivificante y liberadora
del cosmos. Al igual que ocurre con la Santa copa en relación con la espiritualidad
cristiana, el loto encierra dentro de sí la quintaesencia búdica.
Pero
donde el paralelismo con el Grial resulta más directo y llamativo es quizá
en el patra o patta, el cuenco o
escudilla mendicante del Buddha. La correspondencia resulta aquí evidente,
si tenemos en cuenta que se trata en ambos casos de objetos relacionados con
la nutrición, y más concretamente con una nutrición milagrosa, que lleva
consigo la idea de salud y plenitud, de algo inagotable y que colma por completo.
Como
ha puesto de relieve Coomaraswamy, el cuenco de Siddharta Gautama es descrito
simbólicamente como un «cuenco lleno« (punna
patta), «provisto de toda clase de alimentos«, Extremo éste que se ve
corroborado por el hecho de ser símbolo no sólo del Buddha Gautama sino también
del Sambhogakaya, el «Cuerpo de
Beatitud», con el mismo nombre -que significa literalmente «Cuerpo de Omnifruición»
(kaya= cuerpo; bhoga= comer; sam= completa
o absolutamente)- «implica úna fruición perfecta;
universal y sin
esfuerzo» (39). El cuenco de Buddha reaparece, pues, el tema de la copa de
la abundancia y del alimento que satisface todas las necesidades, uno de los
leit-motiv capitales del mito del
Grial.
Pero
esto no es todo. A este significado de recipiente de plenitud, el patra del Buddha incorpora los de centralidad,
unidad y totalidad. Sakyamuni realiza el prodigio de deshacer lo hecho por
los cuatro Ribbus al dividir la Copa de Tvashtri. Expía la acción,
en expresión de Coomaraswamy, de los artistas celestes convirtiendo en una
las cuatro copas por ellos forjadas. En efecto: habiendo recibido un cuenco
de cada uno de los cuatro reyes de los diversos puntos cardinales (expresión
simbólica de la totalidad del universo), el Buddha lo reduce a uno sólo, reintegrándolos
al Centro, a la Unidad, y haciendo así de su cuenco o patra el símbolo mismo del omphalos, del Centro universal. «Para el
Buddha, que ahora es un ser unificado -escribe Coornaraswamy-, el Grial es
una vez más como había sido en el principio» (40). Una vez reintegrado el
cuenco, que se convierte entonces en copa de plenitud, el Buddha comerá de
él, simbolizando así su nutrición integral, andrógina, hecha de amor y sabiduría.
En
algunas ocasiones, el patra del
Buddha, en especial en ciertas irnágenes tibetanas o indochinas, presenta
forma casi triangular o cónica, acentuando así su semejanza con la copa y
el corazón. De su interior, en el centro mismo, surge a veces un loto, lo
que viene a subrayar aún más el paralelismo con el Grial en cuanto copa de
la abundancia y vaso del sol. En las representaciones de los Boddhisattvas
y del Buddha Trascendente, el lugar del patra
se halla ocupado por el recipiente que contiene el néctar de la inmortalidad.
Tal es el caso, por ejemplo de Amida, Maitreya o Avalokiteshvara. Entre los
atributos de éste último, junto a la vasija que contiene la ambrosía del amrita, figuran otros objetos simbólicos
de clara significación griálica, como el loto, la joya Chintamani (que satisface todos los deseos y que, por su misma purísima
transparencia, es invisible) y el ojo que todo lo ve (representado como una
serie innumerable de ojos, localizado cada uno de ellos en el centro de cada
una de sus cien manos, como otras tantas heridas que la compasión hubiera
producido en su palma cordial).
En
relación con este tema hay que destacar que, así como el soma y el vaso con lo contiene están inseparablemente ligados al «Arbol
de la Vida», el patra del Buddha
lo está al «Árbol de la Bodhi«, que
no es sino una variante del Árbol del Sol. No ha de perderse de vista que
la lucha que el Buddha sostiene con Mara
es, en realidad una lucha por el Centro y el Eje del Mundo, por el cuenco
y el Árbol, o, lo que es lo mismo, por el fruto de éste último: el licor de
la inmortalidad (41).
La
relación entre el patra y el “Árbol
de la Bodhi”, tiene su exacta correspondencia
en el mito medieval del Grial, en el nexo que une al Santo Cáliz con la Santa
Lanza, símbolo asimismo del Eje universal, equivalente al árbol. El patra
es al «Árbol de la Iluminación» lo que el Cáliz cristiano es a la Lanza
(o también al Árbol de la Cruz, con el que aquélla está íntimamente relacionada).
La
polaridad copa-lanza reaparece, incluso con una similitud más llamativa y
evidente, en otros muchos pares de objetos simbólicos de la tradición budista,
como la rueda y cl tridente (trisûla),
el disco y el pilar (tal y como se conservan en muestras como las de Sarnath
y Sanchi, a las que ya antes nos hemos referido), el ghanta y el vajra en el
budismo tibetano (Símbolos de receptividad femenina y de la energía viril de la Sabiduría y de la Compasión)
o el cuenco el bastón, tan frecuentes
en la simbología Mahâyâna. Como ejemplos de esta última figura histórica
y simbólica a la vez, pueden mencionarse: el patra y el khatvanga(o bastón mágico) de Padmasambhava,
el legendario fundador del Lamaísmo; el Boddhisattya Kichitigarbha que porta el bastón con anillos prodigiosos y la joya
que colma los deseos; el cuenco mágico del maestro Shoko y el bastón milagroso,
«coronado por argollas tintilantes«, del maestro Cho, los cuales, como explica
Taisen Deshimaru, «simbolizan el poder del Buda, la esencia del Zen (42).
Ejemplos todos especialmente interesantes todos por el modo como en ellos resalta la virtud milagrosa
de ambos objetos, similar a la que poseían la Lanza y el Cáliz cristianos.
Puede también citarse al MahakaIa tántrico,
que en una de sus cuatro manos sostiene una «bóveda craneal llena de amrîta,
el néctar divino», mientras que en otro esgrime una espada, instrumento integrador de todas las energías (los otros dos objetos que el Mahakala tiene en sus otras dos manos -una
«cuchilla curva que simboliza el enriquecimiento» y el tridente que simboliza
la destrucción de la ignorancia, la pasión y la agresión- pueden verse como
expresiones complementarias de los dos anteriores) (43). En la postura de
Za-zen, el binomio cuenco-bastón o copa-lanza
se halla, por así decirlo, somatizado, plasmado a nivel corporal: la lanza
o el bastón es la columna vertebral, bien recta y erguida, apuntando hacia
lo alto, firmemente hincada en la tierra, como eje de la montaña que forma
el cuerpo; el cáliz o cuenco es el mudra
-mudra de paz, armonía y plenitud- formado por las dos manos que, colocadas
en posición de reposo la una sobre la otra, reproducen precisamente la forma
de un recipiente, emplazado exactamente en el centro, a la altura del hara (44).
Todos
los símbolos del Budismo nos hablan, pues, del misterio del Grial. La cumbre
que tiene por meta el arya-marga pregonado
por el «León rugiente» oriental es la misma que el mito medieval situó en
Montsalvat. Es la cumbre donde resplandece
el Sol metafísico y donde se abre el loto de la Iluminación y Liberación.
Vía
regia, el «noble óctuple sendero» conduce a las cimas del Satori, a la tierra inaccesible del Nirvana tan inaccesible como
Montsalvat, el lejano «Reino del
Grial»; allí donde se oculta ese recipiente misterioso y milagroso hecho de luz y Amor, de prajna y karuna, que siempre hemos portado en nosotros, pero que no
vemos porque aviydya, la ignorancia, nubIa y oscurece nuestra mirada.
Teniendo
por cauce la «Vía del Medio» -la vía central del Sol, la senda de los cisnes
(45) (según la poética expresión del Dhammapada),
«el sendero medio que da la luz» (según la definición del Samyutta -Nikaya)- ; por meta, la conquista del néctar del
amrita, que es una misma cosa que
el hallazgo del corazón o Centro absoluto; y
como guía, la esvástica y el disco solar del Dharma, la marcha espiritual de quien sigue los pasos del Buda se perfila
como una auténtica «búsqueda del Grial».
En
el Taoísmo, el Cáliz del Grial encuentra su equivalente en el vaso de Kuan-Yin, la Virgen celestial taoísta
que encarna la armonía, la sabiduría y la compasión, la pureza y la fertilidad,
y que se caracteriza por su disposición a ayudar a cuantos se hallan perdidos
o han extraviado su camino en la vida. En sus manos Kuan-Yín -identificada de forma generalmente admitida, incluso a
nivel popular, con el Bodhisattva Avalokiteshvara
de la tradición budista- porta, al igual que éste último, un vaso que
contiene el «agua de vida» o «néctar de la inmortalidad». Un vaso que, en
virtud de las cualidades que distinguen a su portadora, se presenta además
como copa de la abundancia, como vaso de compasión y sabiduría. Rasgos todos
ellos presentes en el Grial.
Otro
de los emblemas de Kuan-Yin es el
loto. Su mismo nombre sánscrito, Padma
pani, quiere decir «la nacida del loto». Pero, en realidad, el loto,
por su forma de cáliz, coincide en su identificación fundamental con la copa.
Flor solar por excelencia del Oriente, simboliza la «Copa del Sol», que recoge
la sustancia solar o el oro espiritual, la sustancia luminosa del Tao. Desde
otra perspectiva, en cuanto síntesis de los principios solar y lunar -lo primero,
por abrirse virilmente a la luz del sol; lo segundo, por hundir sus raíces
en el mundo femenino de las aguas- el loto materializa «el equilibrio de los
dos poderes», el yin y el yang,
o, lo que viene a ser lo mismo, el Andrógino, lo autoexistente» (46).
Por otro lado, el loto es una misma cosa con la «flor de oro», que tanta importancia
adquiere en la doctrina taoísta y que encierra la quinta-esencia de su mensaje.
La flor de oro», de la cual tenemos un exacto paralelo occidental en
la «rama de oro de los antiguos misterios helénicos, no es sino la plasmación
simbólica de la meta que corona la «vía del Tao»:
la conquista de la inmortalidad.
La
búsqueda de la «flor de oro» y del «elixir de la inmortalidad» -versión extremo-oriental
de la «búsqueda del Grial»- centró siempre la atención de los sabios taoístas
o, para ser más exactos, de los aspirantes a tales. Su meta no era otra que
descubrir el secreto de la longevidad, alcanzar el estado de los «Inmortales»
(Hsien). Todo lo cual no ha de entenderse, evidentemente, en el sentido
material de prolongación indefinida de la vida física y terrena, como se suele
afirmar, sino como realización de un nivel del ser incondicionado que trasciende
la vida y la muerte, lo que en otras
tradiciones se designa con el nombre de «liberación« o iluminación»). La idea
de inmortalidad o longevidad se erige, pues, en fuerza motriz de la “vía del
Tao”, que se configura así como una «vía de inmortalidad» (Hsien-Tao).
Pero para alcanzar ese estado hay que adoptar una nueva actitud existencial,
hay que aplicar a la propia vida aquella disciplina o conjunto de técnicas
espirituales que permita llevar a cabo la necesaria transformación del ser.
Traducido al lenguaje simbólico de la alquimia taoísta: hay que encontrar
y beber el elixir mágico de la vida.
Este
último recibe diversos nombres: «elixir de vida» (Ming-tan), «elixir inmortal» (Hsien-tan), «elixir de oro» (Chin-tan), «esencia de oro« (Chin-shing),
o «esencia de jade» (Yü-sing). Llamado
también «medicina de los inmortales (Hsien-yao),
se corresponde con la «Piedra filosofal» de los alquimistas occidentales,
calificada de verdadera medicina» en los antiguos tratados alquímicos.
Se
trata de una bebida mística y simbólica, relacionada con una diversidad de
sustancias minerales y vegetales -el oro, el jade, el cinabrio, la canela,
el jugo de ciertos frutos, el rocío- y resultante en la mayoría de los casos
de una mezcla de varios de ellos, que es bebida en una copa de jade. A pesar
de la presencia de elementos minerales, como lo indica su nombre de “esencia”
y “elixir”, el Hsien-tan es básicamente una “esencia vegetal”. Tal
es al menos la tesis que sostiene René Guénon, el cual ha puesto de relieve
cómo la alquimia china da especial realce al aspecto “vegetal”, a diferencia
de la alquimia occidental, en la que adquiere mayor predominio el aspecto
“mineral”. Incluso en aquellos casos que se hace referencia a una sustancia
mineral, como el jade, hay que tener presente que éste es concebido como jugo
de plantas petrificado o cristalizado (47).
Su
carácter áureo, indicado por su nombre de “esencia de oro” o “elixir de oro”,
no hace sino aludir a la naturaleza solar de dicha bebida de inmortalidad,
por ser el oro el metal del sol. El «elixir de vida» taoísta es, pues, una
auténtica bebida del Sol. Otro tanto ocurre con el jade, la piedra preciosa
más estimada por los chinos, cuyo simbolismo es paralelo al del sol. Mineral
de esencia yang, al igual que el
oro, materializa las virtudes celestes y luminosas y simboliza la regeneración,
el alimento espiritual, el retorno al estado primordial. Es la piedra mágica
del Centro, que refleja el fulgor solar, que renueva la vida del Sol en el
hombre. De ahí que fuera el símbolo de la función imperial y que el cielo
(Tien) estuviera representado en la tradición china por un disco de
jade perforado en el centro, que estaba en posesión del Emperador y por medio
del cual éste entraba en contacto con el Cielo (48). La copa de jade en que
se recoge y bebe el «elixir de inmortalidad» se define, por lo tanto, como
una auténtica copa del Cielo, respondiendo así al arquetipo del Grial. Beber
de la copa de jade significa asimilarse todas sus propiedades simbólicas,
hacerlas realidad en el propio ser.
Su naturaleza de «esencia vegetal» asocia inmediatamente al «elixir
de vida» taoísta -al igual que ocurre con el «brebaje de inmortalidad» en
el resto de las tradiciones-con el «Árbol de la Vida», símbolo del Axis mundi, del Eje que une Cielo y Tierra,
y que es a su vez un «Árbol del Sol». La «esencia de jade» o «elixir de oro»
es, en efecto, el jugo extraído del «Árbol de la longevidad», el cual aparece
identificado bien con el melocotonero (el árbol paradisíaco cuyos frutos dan
la vida eterna), bien con el sauce (el árbol siempre verde que da nombre a
la «Ciudad de los sauces», que es la «Casa de la Gran Paz» y la «sede de los
Inmortales»), bien con el ciruelo (el árbol de la juventud y de la primavera,
bajo el cual nació Lao-Tse y del cual recibió su nombre), bien con el laurel
(la planta de la victoria inmortalizante, consagrada a Apolo en la antigua
Grecia) o con el pino (cuya resina se convierte en el ámbar, coagulación del
dorado y transparente fluido solar). Especial mención merece el melocotonero
«Árbol de la Inmortalidad» por excelencia de la tradición china, en la cual
se presenta como «el Árbol de la Vida en el centro del Paraíso» (49).
El melocotón, cuyo tono dorado-rojizo evoca la vitalidad solar, es
el fruto del que se alimentan los inmortales y el emblema del dios de la longevidad,
Peng-Tsu: su jugo interviene como ingrediente capital. en la construcción
del «elixir de vida». En otras ocasiones la «Planta de larga vida» es identificada
con el Ling-chih, hongo sagrado
que crece en las raíces de los árboles y que forma parte también, junto con
el melocotón, de los emblemas del dios de la Iongevidad. Es interesante obseryar
que de la figura del Ling-chih toma
su forma el.Joo-i o «maza de diamante», instrumento ceremonial y emblema
de longevidad, que, relacionado con el falo y el “cetro de supremacía civil”,
se corresponde con el vajra o rayo
de Indra; (50) lo que permite relacionarlo con la Lanza de Grial, símbolo
del Eje Cielo-Tierra.
El
«elixir de vida» taoísta se halla, por otra parte, en relación con la «Fuente
de Vida», así como con la isla, la roca y la montaña, símbolos todos ellos
del Centro. Los mitos taoístas hablan de una «Isla de los Bienaventurados»
(Peng-Lai), situada al Oriente, en la que
crecen con especial profusión los hongos sagrados Ling-chih y en la que brota la «Fuente de la Vida», cuyas aguas, que
manan de una roca de jade, dan la eterna juventud. Otros mitos sitúan la sede
de la inmortalidad de jade (Yü-lou)
de la diosa hada Hsi-Wang-Mu (la
Madre-reina del Occidente), la reina del fénix y de la garza, y su esposo
Tung-Wang-Kung (el Señor-rey del Oriente).
Dicho. palacio está rodeado de unos magníficos jardines en los que crecen
los melocotoneros mágicos de la longevidad y el «Árbol del dulce rocío», cuyas
hojas y flores confieren el don de la inmortalidad. Al pie de la montaña Kuan-lun
surge la fuente milagrosa Tan-Shui
(«Agua de elixir»), de «cualidades otorgadoras de vida eterna» (51). Aún
en aquellos casos en que no se hace explícita referencia a tales lugares míticos,
se mantiene la referencia al simbolismo central de la montaña. Los textos
taoístas sitúan siempre los lugares donde crecen las plantas o minerales de
la longevidad en lo alto de las montañas, bien sea ocultas en el fondo de
cavernas inaccesibles o luciendo sobre elevadas rocas de peligroso acceso
(en este último caso, resulta significativo que se trate generalmente de rocas
mojadas o humedecidas por el rocío).
Interpretando
ahora todo este rico material simbólico, hay que decir que el «elixir de inmortalidad»,
la «flor de oro» o «esencia de jade» no es otra cosa que el pulso del Tao
convertido en aliento y sangre de la propia vida. Descubrir el «elixir
de vida» es armonizarse con el Tao, llegar a la conjunción con el Centro
absoluto que está presente en todas partes, sin poder ser abarcado por ninguna.
Es alcanzar «la unión con el principio primordial eterno e indestructible»
que rige el orden universal; unión que hace todo posible y permite dominar
todos los secretos de la naturaleza (52). «Destilar dentro del cuerpo un elixir
de oro» o «tomar la píldora de oro», dice John Blofeld, significa purificar
el espíritu de escorias y volver a la «Fuente del Ser», atrayendo así «la
esencia, vitalidad y espíritu cósmicos» (53). Quien bebe el «brebaje de jade»
o el «dulce rocío celeste» se alimenta de la fuerza del Tao.
Al
fundirse con el Tao, el hombre se
libera de la dualidad, del ego y de la existencia condicionada; se identifica
con el Todo universal, se armoniza con el ritmo cósmico, consigue el perfecto
equilibrio entre el yin y el yang, y alcanza de éste modo la plenitud
de vida. «Monta en el carro del sol», desde el que goza de la visión del «Centro
del anillo», según la poética expresión de Chuang-Tse; ocupa el lugar central,
el «Eje» o «Pivote del Tao», donde
se resuelven todas las contradicciones y donde se realiza el Orden Total (54).
Alcanza la libertad absoluta; «participa en la infinitud del universo y en
su inmortalidad», no pudiendo ser aferrado por la muerte, pues «vive de la
vida misma del Tao» (55). Una vez
que se ha logrado la «visión del Uno», de lo Infinito y Absoluto del Tao, se trasciende la distinción del pasado
y presente -dice Chuang-Tsé- y se penetra en «el reino donde ya no hay ni
vida ni muerte»; esto es, en la Eternidad, en el Eterno Presente o Ahora Absoluto
(56).
He
aquí el misterio que se oculta en el Grial taoísta: en el vaso de Kuan-Yin y en la Copa de jade que contiene
el «elixir de oro». Bien podemos afirmar que el Grial es, en definitiva, el
Tao mismo. Si el Grial se presenta
siempre como fuente, tesoro y refugio, el Tao es definido como «la fuente
de todas las cosas, el tesoro del hombre bueno y el refugio del malo» (57).
El Tao -«la gran plenitud» que «semeja
vaciedad, pero que nunca se agota en su uso», según Lao-Tse (58)- es auténtico
vaso de plenitud.
El
mismo emblema del Tao, el Tai-ki, presenta
la forma circular del disco o patena solar, arquetipo del Grial (59). Forma
circular en cuyo interior, por añadidura, está contenida aquella síntesis
primordial del sol y de la luna de que habla Coomaraswamy; síntesis que, según
el mito védico, caracterizó a la «Copa de Tvashtri», el Grial hindú, antes
de su disociación, y que aquí se halla expresada por la unión indisociable
de las dos mitades yin y yang
(60). Es la misma imagen que veíamos materializada en el loto, la flor
sagrada de Kuan-Yin, símbolo, al igual que el Tai-ki, del Andrógino
primordial y de la «copa de plenitud». El Andrógino, como ha indicado J.
C. Cooper, no es más que «el yin-yang recuperando la completa
y absoluta unidad en el Tao; realidad simbolizada en el loto, que, «por contener
ambos poderes, del yin y del yang, del agua y de la luz, es
una totalidad; como auto-creado, auto-existente, es el Tao» (61).
Descubrir
el «elixir de oro», llegar a la montaña santa de Kuan-lun o a la «Isla
de los Bienaventurados» es conquistar el Grial y conquistar el Grial es hacerse
uno con el Tao.
En
el Shinto, el Grial éstá representado por los «Tres divinos tesoros» (Senshu-no-Jingi), que constituyen el más
sagrado patrimonio de la religión nacional japonesa, y en especial por dos
de ellos: el Espejo y las Joyas.
El
«Espejo divino», (Yata-no-Kagami) es
el centro mismo del Shinto. Símbolo dé Amaterasu,
la diosa del Sol, divinidad central del panteón shintoista, progenitora
de la familia imperial, fue entregado por ella a Ninigi, el fundador del Imperio del Sol Naciente, con la recomendación
de que lo tuviera siempre presente, pues en él reside su espíritu. Por su
forma circular es la representación plástica del disco solar, y su superficie
pura y limpia que refleja con plena fidelidad la luz del sol simboliza la
irradiación amorosa y difusiva del Astro-rey. Imagen visible del Sol espiritual,
del Intelecto divino, del Logos o
Eros solar, simboliza la Presencia de
Dios; presente en el mundo como el sol en el espejo, al reflejarse en él,
y, a través del espejo, en todas las cosas, al reflejar éste sus rayos y proyectarlos
sobre cuanto le rodea (62). El Espejo siignifica, según Chakafusa Kitabatake,
la imparcialidad de la Voluntad eterna. El Espejo sagrado es el «Sol terreno»
en que se encarna sacramental y simbólicamente el Sol celestial.
El
Yata-no-Kagami es la materialización
sensible del Centro del universo, del núcleo vital del macrocosmos y del microcosmos.
Es el Centro supremo, que lo refleja todo (proyectándolo fuera de sí y dándole
así la vida) y donde todo se refleja (haciéndole retornar al Origen); el Centro
que todo lo contiene (por reflejar todas las cosas tal y como son), que hace
surgir todo de sí mismo y que atrae todo hacia Sí; el foco central y luminoso de donde todo arranca
y donde todo encuentra su verdadera realidad, su paz y su reposo. Es el Corazón
(kokoro) que anima y sostiene la existencia universal. Es la «Fuente
de Vida»: el centro del que mana el elixir de la inmortalidad (63).
Es
la copa resplandeciente donde se refleja el mundo entero (64). El plato de
la nutrición universal, la patena del pan celestial que alimenta integralmente
-al cuerpo, al alma y al intelecto- con su solo resplandor. El cáliz sacrificial
que pone en contacto Ciclo y Tierra: receptor del fluido vivificante de lo
alto -la sangre o aliento divino; la luz de Amaterasu-, que transmite a la humanidad terrena, del mismo modo que
recoge las energías terrenas, para transfigurarías y elevarías hacia las
esferas divinas, como ofrenda al Sol supremo.
Encerrado
en un cofre y oculto a la mirada de los hombres (detalle que evoca la imagen
del «tesoro oculto», meta de toda vía iniciática), celosamente guardado desde
milenios en lo más recóndito, en el sancta
sanctorum del Gran santuario de Ise, centro espiritual del Imperio del
Sol Naciente -esto es, en el centro del centro- en lo alto de la montaña que
a dicho templo da nombre, el paralelismo con el Grial europeo no puede ser
más evidente. La peregrinación hacia ese centro sagrado donde se conserva
el “Espejo divino” -peregrinación que es, sin lugar a dudas la más importante
en la religión shintoista-, tiene el valor de una auténtica búsqueda del Grial.
A la idea de imagen de la peregrinación se añade aquí, por otra parte, la
del ascenso a la montaña, para subrayar aún más el paralelismo.
El
mensaje espiritual del Espejo sagrado shintoísta podría resumirse en la fórmula
«Contempla la Verdad y vive conforme a ella» , o, lo que viene a ser lo mismo:
«Identifícate
con el Sol divino, hazte uno con Él». Fórmulas que encierran, en el fondo,
el mismo contenido que el aforismo délfico “Conócete a ti mismo” (65). Todo
lo cual se halla perfectamente simbolizado en el espejo, el cual, si por un
lado simboliza la Verdad -en cuanto que en él se refleja la verdad de las
cosas y la luz del sol-, otro, es el instrumento que nos permite conocernos
tal y como somos, contemplar nuestro verdadero rostro. He aquí, pues, la enseñanza
materializada en el «Espejo divino»: busca ante todo la Verdad, la Realidad
que constituye tu misma naturaleza. Dicho con otras palabras: descubre el
Grial que se oculta en el altar de tu corazón; encuentra tu propio centro,
que es el Centro divino; despierta al Sí metafísico que luce en lo
más hondo de tu ser.
El
collar de joyas (Yasakani-no-magatama),
«collar de joyas curvas siempre brillantes») es otro de los objetos que
integran el «Triple Tesoro Imperial» en el que están presentes muchos de los
signifícados del Grial. Se trata, como su nombre indica, de una serie de piedras
preciosas de forma curva, cuyo aspecto guarda una gran semejanza con cada
una de las dos mitades, yin y yang,
que forman el Tai-ki taoísta, y que llevan implícitos
los significados simbólicos de centralidad y estabilidad.
Entregadas
por Amaterasu al fundador de la
dinastía imperial, encarnan, según Seishizai Aizawa, «la virtud de Amaterasu».
De ellas se puede decir, por tanto, que son “piedras del sol”. En su doble
cualidad pétrea y solar -la piedra y el sol simbolizan por igual el Centro,
en las más diversas tradiciones- las joyas imperiales materializan el Centro
que se personifica en el Ten-no.
Su origen -aparte de haber sido recibidas de Amaterasu,
fueron fabricadas por el Kamí celeste
Ame-no-akaru-tama-nomikoto (Ame quiere
decir justamente «cielo») -las define como «piedras celestiales», punto en
el que también coincide con el Grial, que en algunas versiones del mito medieval
es descrito precisamente como lapis
ex coelis, «piedra del cielo»
Al
simbolismo central de la piedra, se añade el luminoso y prodigioso de la joya,
a la cual se atribuye en numerosas tradiciones un misterioso poder curativo
e inmortalizante (67). Se las ha comparado, en este sentido, con el urna budista que, por su identificación
con el «tercer ojo», se corresponde a su vez con la «piedra frontal» de Lucifer,
el Príncipe de la Luz (hay que apuntar que el magatama tiene un orificio que guarda una cierta similitud con el
ojo; el hecho de que por él pase el hilo que lo inserta en el collar lo asimila,
por otra parte, al «ojo de la aguja» o «puerta solar»). Esto permite considerar
a los magatamas como piedras que
confieren o restituyen el «sentido de la eternidad» (expresión sinónima del
«tercer ojo»). De ellas se ha dicho que abren las puertas de la eternidad
y que fuerzan el paso angosto que conduce al Paraíso (de aquí su presencia
en los antiguos enterramientos del Japón).
En
las joyas shintoístas puede verse la condensación o cristalización de lo que
en otras tradiciones recibe el nombre de «néctar de la inmortalidad» o «elixir
divino». Su misma forma, que recuerda la de la gota de agua o «gota de rocío»
(figura ésta de especial importancia en la cosmogonía y simbología shintoistas)
parece sugerir esta conexión con el «agua de la vida» (no ha de olvidarse
que el rocío se identifica en la simbología tradicional con el néctar que
mana del «Árbol de la vida» (68). Chikafusa Kitabatake decía que las joyas
contienen la «esencia de la luna», lo cual permitiría establecer cierto nexo
analógico con el soma, el
licor de inmortalidad védico, identificado asimismo con la luna. La forma
de magatama presenta, por otra parte, una
extraordinaria similitud con el jambu,
el fruto del árbol que dio nombre a la India (jambu-dvipa = la isla del fruto de jambu, identificada con el
continente central de Meru), el
cual, es, a su vez, semejante al fruto del “Árbol de la Bodhi”, según es representado
en algunos relieves budistas de los primeros tiempos (como, por ejemplo, el
pilar de Bharhut). Datos todos ellos
que vienen a subrayar la vinculación de las joyas imperiales con el néctar
o fruto del «Arbol de la Vida», del cual los últimos ejemplos citados no son
sino adaptaciones concretas. Interesante es también a este respecto la equiparación
establecida por algunos autores entre los magatama shintoistas y el maná
bíblico, o el recipiente en que él mismo era recogido; pues el maná viene a ser una variante de la ambrosía
o alimento celestial, y en él claramente aparece el motivo de la copa de la
abundancia, inseparable de la imagen mítica del Grial. En los magatama puede verse, por otra parte, un
notable parentesco con la «joya mágica» Chintamani,
que es uno de los atributos del Chakravarti
hindú y que, por ser la joya que satisface todos los deseos, guarda una
estrecha relación con la copa de la abundancia. En las gemas sagradas del
Shinto podemos ver, por tanto, la materialización simbólica de una fuerza
mágica que alimenta y renueva las fuerzas del cuerpo y del alma, que acrecienta
el poder espiritual, reintegra y da la unidad (69).
En
relación con los magatama convendrá
también mencionar la hipótesis que sostiene que podría tratarse de una imitación
de uñas de oso, animal que tanta importancia cobra en las tradiciones chamánicas
de Asia (a cuyo tronco pertenece el Shlnto) y que aparece vinculado, por una
parte, a la miel, el alimento áureo -entre pétreo y líquido- que simboliza
la sabiduría y evoca la ambrosía celestial y, por otra, el árbol, la montaña
y la caverna, y, por ende, el Centro (70).
Añadamos,
por último, que la forma de los magatama,
sugiere otras muchas comparaciones con el feto humano, con la semilla,
con las mitades curvas del yin-yang,
que permiten considerarlas como una materialización simbólica del principio
de la vida, del núcleo invisible en que se encierran todas las posibilidades
del ser, del tesoro soterrado que el hombre ha de buscar, del Centro oculto
y secreto que mueve toda la existencia. Las gemas sagradas son, para la visión
shintoísta, las semillas de la inmortalidad.
Considerados
conjuntamente, el Espejo y las Joyas sagradas presentan aún otros significados
suplementarios, que ponen en evidencia la conexión con el Grial. Según Ichiro
Tokutomi, las Joyas representan la benevolencia o el amor que todo lo abraza,
mientras que el Espejo simboliza la inteligencia o el conocimiento que lo
refleja todo con perfecta claridad. La unión de ambos vendría, por tanto,
a significar la síntesis de caridad y claridad, de amor y sabiduría; significación
que es justamente la que encierra el Santo Grial cristiano. A todo ello habría
que añadir que la Santa Lanza del mito medieval se corresponde con la Espada
divina Kusanagi, tercero de los
tesoros del Shinto (71).
Añadamos,
por último, que los «Tres divinos tesoros» son símbolo de la realeza sacral
del Emperador, autoridad suprema de la religión shintoísta. Son los signos
que consagran y legitiman su autoridad de Rex
sacerdos. El «Triple Tesoro
Imperial» hace así del Tenno un
auténtico Rey del Grial, un «Rey pescador»; pescador de hombres para el mundo
de la Luz.
En
los Senshu-no-jingi se halla sintetizada
la meta y la vía del Shinto. En
ellos se oculta el secreto que han de buscar y desvelar a lo.largo del sendero de su vida los hijos del Sol Naciente.
En ellos esta el misterio que, desde el fondo de sus orígenes les llama a
la realización de su destino personal y colectivo. En esos divinos tesoros está la esencia misma del .Kami-no-michi «Camino de los Kami», verdadero camino del Grial.
NOTAS:
(1).
En su búsqueda se lanzarán en el siglo XV los navegantes portugueses que,
siguiendo los ecos de esta leyenda, ponen proa hacia las Indias y dan así
inicio a la gesta de los descubrimientos, magistralmente cantada por Luis
de Camoens en «Os Lusíadas».
Esta última se presentaría así, al igual que tantas otras hazañas históricas
de los pueblos europeos, como una empresa de raíces míticas y sacrales, y
no como una simple iniciativa mercantil y profana, como tantas veces se ha
dicho.
(2). E. Burnouf, «Le Vase Sacré»,
París, 1856, págs. 23-51.
(3).
L.
Von Schroeder, “Der arische Naturkult als Grundlage der Sage vom Heiligen Gral” en Reden und Aufsatze, Leipzig, 1913.
(4). A. K. Coomaraswamy, «On the Loathly Bride» y «Symplegades«, en
«Selected Papers: Tradítional art and
symbolism», ed. por R. Lippsey, Princeton, 1977, págs. 351 sig., 537 sig.
(5).
A.
K. Coomaraswamy, «The symbolisme of
the Dome», en obr. cit., pág. 418.
(6).
Tvashtri, que recibe también los nombres de Asura
Maya, Vishva Karman (el Creador de todo), y Prajapati (el Señor de las criaturas), es «el artífice de los dioses»
y configurador de todas las formas. Llamado “el mas diestro de los artesanos”,
viene a ser el equivalente del Hephaistos griego. Creó, además del cáliz del
amrita los rayos de Indra. En el
Rig-t/eda se alaba su habilidad
para crear o fabricar «cuencos para conservar el amrita» »recipientes que contengan la bebida de los dioses» (Rig Veda, X, 53, 9-it)). Los ribhus
son los artesanos celestes, que a veces han sido identificados con los rayos
del sol.
(7).
A.K. Coomaraswamv, obr .cit., págs.
41 y sig.
(8) H. D. Griswold, «The Religion of the Rig-Veda», Delhi, 1971, págs. 211-238.
(9)
También el Odrerir del mito nórdico
es arrancado a la montaña y llevado al Walhalla por Odín, que asume para ello
la forma del águila.
(10).
Para Oldenberg, en el soma védico perviven las primitivas concepciones indogermánicas
de la luna como «escanciadora del rocío celeste» y el "Árbol celestial
que gotea miel» («Die Religion des Veda», Berlín, 1894, págs. 177 sig.).
Según Siecke, la conquista del soma o de la copa dorada del Sol es una misma
cosa con el acto heroico de dar muerte al dragón que custodia el tesoro guardado
en la caverna y mantiene prisionera a la doncella. Como prueba de ello, cita
el ejemplo del cáliz de oro encontrado por Beowulf tras matar al dragón (obr.cit.,
pág. 239).
(11).
Rig-Veda 1,130,3; VI, 44,23-24.
(12). H. Oldenberg, obr. cit. págs. 183 sig.
(13).
A. Bergaigne, «La religio» védique«, París, ed., 1963, T. I. págs.
160-163.
(14).
A. Daniélou, «Le polytheisme hindou», París, 1971, págs. 156 sig.
(15).
René Guénon, Símbolos de la Ciencia Sagrada, trad., Buenos Aires,
1969, pág. 139.
(16).
La relación de la virgen con la bebida de la inmortalidad se percibe de forma
más patente en las imágenes de «la virgen con la leche». Observemos que la
leche guarda una especial relación con el soma,
cuya transformación en el sacrificio es comparada a la conversión del
agua en leche. La fuente de la leche de la Vaca cósmica es «el océano infinito
del soma en lo Universal o Parameshthi«,
la Gran Madre (v: S. Agrawala, «Sparks
from Vedic Fire», Varanasi,
1962, págs. 85-87).
(17).
A. Daniélou, obr. cit., pág. 237.
(18). Vishnú-Purana, 1.22.68.
(19).
V. C. Srivastava, obr. cit., págs.
96 sig.
(20).
L.
P. Mishra. «Ramanuja e il misticismo
visnuita dell ‘India meridionale, Roma, 1978, p. 41.
(21).
M. Pierrot, «Le symbolisme de la Roue»,
París, 1980, pág. 138.
(22).
El «Arbol de la vida» es también el «Árbol del Sol». En el arte hindú, el
disco solar es a menudo representado:en el centro del «Árbol de la vida de donde arrancan todas sus ramas. En la simbología
china el «Árbol de la Vida» es identificado con la sede del Sol, donde éste
tiene su nido. En ocasiones el sol es considerado como el fruto del árbol
(frutos como la manzana o la naranja tienen un claro significado solar ligado
a su vez al “jugo de la inmortalidad”; recuérdese
el caso de las «manzanas de oro» del jardín de las Hespérides en el mito helénico)
(23).
V.
C, Srivastava, «Sun worship in ancient
India», Allahabad, 1972, págs 27 4 y
sig.
(24).
F. Portal, «Les symboles des egyptiens»,
París, 1979, pág. 72.
(25). M. Lurker, «The gods symbols of ancient Egypte», trad.,
London, 1980, pags 66 78.
(26). Maitri Upanishad, VI, 2
(27).
A. Daniélou, obr. cit., pag. 331
(28).
René Guénon, obr.cit., págs. 385
sig
(29).
Mientras Shiva se hallaba sumido en meditación, su mujer Parvati se le acercó
por la espalda y le tapó los ojos con sus manos. Como consecuencia sobrevino
el caos v los tres mundos quedaron sumidos en las tinieblas. Afortunadamente,
se abrió en ese instante el tercer ojo, con lo que el universo se salvó (Cf.
A. Morretta, «(Gli dei dell 'India»,
Milano. 1966 pags. 18 sig.).
(30). A. Daniélou, obr. cit , págs. 332
(31).
La polaridad existente entre principio masculino y elemento femenino, o, lo
que es lo mismo entre el lingam y el
yoni, entre el triángulo normal "
el triángulo invertido, se repite en el caso del soma en relación con Agni. Como
observa V. S. Agrawala, ambos forman una pareja inseparable, al igual que
el padre y la madre: la paternidad está asociada a Agní como la maternidad lo. está al soma (obr. Cit. pag 38)
(32).
En la terminología budista, la voz japonesa Kokoro
y la china hsin que significan
por igual «mente» y «corazón», se utilizan para designar el Corazón o Mente
universal, la Naturaleza Buda
(33). En una de las versiones más frecuentes en los
mitos y leyendas tanto de Oriente como de Occidente, la sede del Grial -conforme
a un simbolismo que no es sino una variante del de las «Simplégades» o del “paso peligroso”-
esta guardada por una rueda o disco que gira verticalmente y a través
de cuyo orificio central ha de pasar el «héroe solar» en un instante fulgurante
para conquistar la bebida de la inmortalidad.
(34). A. W. Watts, “Myth
and Ritual in Christianity”, Londres, 1959, pag. 198 sig.
(35). B. Bromage, Tibetan yoga, Londres, 1971, pág. 46.
(36). H. Zimmer, ”Myths and Symbols in indian art and civilization”,
New York, 1947, pág. 102.
(37). F. Schuon, «Images de l'esprit», París, 1961, pág. 89.
(38). L. Silburn, Le Bouddhisme, París, 1977, pág. 332.
(39).
A.
K. Coomaraswamy, “The Symbolisme of
the Dome”, ob. cit., pág. 418.
(40). Ibid., pag. 419 sig.
(41).
El Arbol de la Bodhi, de la Iluminación
o de la Sabiduría «representa la ciencia, la inmortalidad, el soberano poder» (L.
de la Vallée-Poussin, «Bouddhisme París, 1909, pág 231) Para Sénart, el lugar
donde se alza el «Árbol de la Bodhi"
es la sede de la inmortalidad padamm
amritam (H. Oldenberg, «Buddha», Stuttgart, Berlín, 1903, pag
103)
(42).
T. Deshimaru, «El cuenco y el bastón»,
trad., Barcelona, 1981, pág. 155
(43). Ch. Trungpa, ”Le mythe de la liberté”, París, l979, pág. 88.
(44).
Para no extendernos en demasía, repitiendo cosas ya dichas en otros lugares,
remito a lo expuesto en las obras Shinto
y Zen y «Parsifal y la Vía del Buddha», donde se analizan con detenimiento
las coincidencias que estos y otros muchos elementos rituales v simbólicos
de la tradición budista presentan con el mito del Grial occidental.
(45)
El cisne animal hiperbóreo y solar, es el ave del Grial. Lohengrin el «Caballero
del cisne», es también caballero del Grial.
(46). J. C. Cooper, “Yin and
Yang”, Wellingborough, 1981, pag 53
(47).
M. Chkashige. «Oriental alchemy», New York, 1974. pags 31 sig.
(48).
Obsérvese la semejanza de este disco de jade con el disco dorado que representa
al disco solar o Dharma chakra en
la tradición hindú-búdica. El orificio central apunta, entre otras cosas,
al simbolismo de la “Puerta del Sol” o umbral celeste.
(49). J. C. Cooper, Ob. Cit., pág.
52.
(50). C. A. S. Williams, «Chinese symbolism and art motives», Tokyo,
1974.
(51).
C.
A. S. Williams, ob. cit., pags 172, 226 sig. El
Paraíso de la montaña de Kuan mu ha
sido comparado al monte Sumeru
de la tradicion hindo-búdica, al Paraíso occidental del Buddha Amida (Sukhavati, la «Tierra Pura ) Por lo que se refiere a
los melocotones de la longevidad se ha subrayado también la correspondencia
que los mismos presentan con las «manzanas doradas de las Hespérides las cuales
a su vez han sido equiparada» a las doncellas de Hsi Wang Mu, una de la» cuales sostiene un gran abanico mientras la
otra porta un cesto de los mencionados melocotones de la longevidad Aquí podríamos
añadir que Kuan lun se corresponde
tambien con Monsalvat, la montaña
del Grial, de la que también mana una maravillosa fuente de aguas vivas Las
doncellas de Hsi Wang Mu encuentran
equivalente en las doncellas guardianas del Grial.
(52). F.E.A. Kause, «Ju-Tao-Fo», Munchen, 1924, pág. 177 sig.
(53).
J. Blofeld, «Taoismo. La búsqueda de
la inmortalidad», trad., Barcelona, 1981, págs. 59 y 163.
(54).
M. Granet, «La pensée chinoise», París,
1968, pág. 430.
(55).
M. Kaltenmark, «La filosofía china»,
trad., Madrid, 1982, pág. 43.
(56). Chuang-Tse, Cap. VI. (Cit.
Fung Yu-Lan, «A History of Chinese Philosophy
», Peiping, 1937, pág. 239).
(57). Tao-Tse-King, LXII.
(58).
Ibid, XLV. Es curioso observar que,
en el citado fragmento, el Tao es
comparado a una copa, vasija o puchero, a «pot or vessel« (A. Waley, »The Way and its power», Londres, 1968,
pág. 198).
(59).
Una de las representaciones más usuales de la simbología taoísta es aquella
en la que el círculo del Tao aparece
en posición central rodeado por los signos de los ocho trigramas –y a veces
incluso por las doce signos del ciclo chino- imagen que guarda una estrecha
analogía con las figuraciones cristianas que nos muestran al Grial o Sagrado
Corazón como el centro de los doce signos del Zodiaco (o lo que es lo mismo,
en el centro de la "Tabla Redonda rodeado de sus doce caballeros).
(60).
Tras afirmar que el símbolo del Tao
podría ser «el símbolo del sol», Frida Wion escribe:
“poniendo un punto en un círculo, es decir un punto en el yin
y en el yang, los chinos simbolizan el sol y la luna” («Les svmboles de la Chine», París, 1970, págs. 71 sig.
(61). J.C. Cooper, «Taoism, the Way of the mystic», Wellingborough.
1972, pág. 111.
(62). En el Budismo el espejo simboliza la «Mente
Verdadera», "Mente Búdica» o »Naturaleza-Buddha«.. En Jakob Böehme la
Sabiduría divina, a partir de la cual surge la Creación, es descrita como
"Espejo de la Divinidad», "el espejo de todos los seres, en el que
todas las cosas han sido contempladas desde la Eternidad» («De Incarnatione Verbi», 1, 1, 12; II, 1, 9).
(63).
Conviene señalar que el lago, la fuente o el estanque, cuyas aguas cuando
están limpias y en calma se convierte en un espejo -el espejo natural por
excelencia- son a su vez símbolo del Centro y del Corazón. En la simbología
islámica se habla de la "Fuente de la Vida”, enclavada en el Sinaí rnístico,
que contiene el «agua de inmortalidad»; quien bebe de ella "no conduce
la vejez ni la muerte y se transforma en ‘el Eterno Adolescente’. En una miniatura
persa, en la que aparecen. Khidr y Moisés sentados en torno a dicha "Fuente
de la Vida”, ésta es representada con forma circular, asemejando a un espejo
(H. Corbin, «L 'Imagination créatrice
dans le Soufisme d 'Ibn Arabi», París, 1976, págs. 50 y 59).
(64).
La copa, la patena o la bandeja, cuando su metal está limpio y bruñido, reflejan
las cosas como un espejo, y el espejo shintoísta, que es metálico, bien pudiera
ser una patena. La relación de la copa del Grial con el espejo queda puesta
de manifiesto en la "Copa de Jamshid”, equivalente islámico del Grial,
a la cual Hafiz califica de «copa en que se refleja el mundo» y «espejo» en
el que "se presentaban cien visiones” al "Maestro de los Magos”
(Feirefiz, «La via del cuore», Carmagnola,
1979, pág. 80).
(65).
No es casualidad que el templo de Delfos, en cuyas, puertas se hallaban grabadas
estas palabras, estuviera consagrado al Apolo solar, figura equivalente en
más de una aspecto a la Amaterasu shintoísta.
(66).
El carácter chino utilizado para la palabra japonesa tama, "joya”, es el mismo que el empleado para el chino yü,
“jade”. Ya hemos visto que el jade, símbolo del Sol y del cielo, es la “piedra
celestial” por excelencia de la tradición china. Es también, según hemos visto,
la “piedra imperial”. El carácter yü es idéntico al wang, "Rey» o "Emperador», del que sólo se diferencia por
un punto en la parte inferior, y ambos poseen el mismo significado de unión
de Cielo (trazo superior) y Tierra (trazo inferior), unión que se realiza
precisamente en el punto medio (la cruz central).
(67).
Sobre la relación del Grial con las piedras preciosas o «piedras de virtud»
Cf. P.G. Sansonetti, «Graal et Alchimie»,
París, 1982, págs. 47-64). Como ejemplo del poder inmortalizante de las
joyas cabría recordar que, según ciertas leyendas chinas, éstas constituyen
el sustento de los Inmortales.
(68).
En el centro del recinto sagrado del Tenri-Kyo,
secta shintoísta popular, fundada en el siglo XIX por la vidente Miki
Nakayama, se alza un pilar vertical, el Kanrodai,
que simboliza el «Eje del mundo» y que sostiene en su extremo superior
una copa en la que se recoge el «rocío celestial» o "maná de longevidad”,
enviado por Tenri-no-mikoto, "el
dios de la Sabiduría”.
(69).
Recuérdese que en el relato de Wolfram los caballeros del Grial «viven de
una piedra», cuya esencia "es toda pureza” (P. Ponsoye, «L 'Islam et le Graal», Milano, 1976, pág. 102). Según otras versiones,
esta piedra que alimenta a los caballeros del Grial sería el "agua de
vida» cristalizada o la sangre divina solidificada en forma de rubí (G. von
dem Borne, «Der Gral in Europa», Stuttgart,
1976, págs. 141-146).
(70).
En la antigua China la miel tenía una nítida significación central, axial
y polar; de ahí que desempeñara un importante papel en la alimentación imperial.
En los Vedas, la miel es a menudo
comparada al soma.
(71).
Para lo relativo al simbolismo de la Espada imperial, así como a otros muchos
detalles de la tradición shintoísta que aquí quedan tan sólo esbozados, remito
a mi obra «Kami-no-michi. La vía divina
del Shintoísmo japonés», donde se encontrarán además las referencias bibliográficas
pertinentes.