RAFAEL GUINAND
AMOR QUE MATA
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LETRA DE RAFAEL GUINAND / MÚSICA
DE JOSÉ F. COLLOCA
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ESTRENADA EN EL TEATRO CARACAS, CON EXTRAORDINARIO ÉXITO,
LA NOCHE DEL 4 DE MAYO DE 1915
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A USTED QUE ACTUANDO COMO GOBERNADOR DEL DISTRITO FEDERAL HA ENCARNADO
VIVAMENTE AL MAGISTRADO PROGRESISTA Y AL CIUDADANO AUSTERO, DEDICO ESTA HUMILDE
OBRITA, QUE A SU VEZ FORMA PARTE DE ESTE TEATRO VERNACULAR QUE DEBE A USTED
ESTÍMULOS FERVIENTES Y ENTUSIASTAS.
REPARTO
SALOMÉ SRA.
RUEDA
LOLA SRTA.
MONTES (C)
EUFRASIA SRA.
MONTES (E)
LUIS SR.
IZQUIERDO
CASIMIRO SR.
GUINAND
SEBASTIANCITO SR. PELLICER
DON SEBASTIAN SR. RUEDA
ROQUE SR.
PELLICER (R)
LA ACCIÓN EN UN PUEBLO DE VENEZUELA (ÉPOCA ACTUAL)
CUADRO
PRIMERO
La escena representa el comedor de una posada de
pueblo. En el centro una mesa cuadrada con un mantel doblado, una pimpina, un
frasco bocón lleno de encurtido, sillas de cuero. Izquierda, una puerta que da
a la habitación de Lola; derecha, con otra que da a la cocina, y al foro puerta
y ventana que se supone da a la carretera. Al levantarse el telón la escena
aparece sola; música describiendo el
amanecer, es muy de mañana, se oye la campana del “angelus”.
(Coro interno)
Ya viene la aurora
Que bello está el día
Con tu amor mi vida
(Voz sola. Tiple)
Felices las flores
Que las ama el sol
Pues la vida es triste
Cuando no hay amor.
(Coro)
La vida en el campo
Arriba al trabajo
La faena empieza
(Al terminar el coro aparece Salomé)
SALOMÉ – (saliendo de la cocina) Gua y esos
no se han levantao toavía; (señalando al cuarto de Lola) me dijeron que
los llamara temprano, y tres veces los he llamao, pero ellos ná. También es que
a esa gente le gusta mucho dormí de día.
Aunque dicen que es maldá despertá a un matrimonio cuando hace frío, que
carriso! Yo los voy a volvé a llamá por lo mismo. (Se acerca a la izquierda
y llama) Doña Lola, Don Luís.
LOLA - (dentro) Qué hay?
LUIS – (dentro) Qué hora es?
SALOMÉ – Yo creo que ya serán las cinco y media; porque el burro ya rebuznó hace rato.
LUIS – (dentro) Bueno mujer, ya vamos.
SALOMÉ – Y el flojo e Casimiro tampoco se ha levantao, allá está en el
pesebre enrrollao en su cobija: mi tía en su catre roncando más que un furruco.
Dios mío, que sueño tiene hoy to el mundo, parece que han comío mondongo.
Casimiro! Casimiro! (Va a hacer mutis por la cocina, a tiempo que sale
Casimiro).
CASIMIRO – Qué es chica, qué gritadera es esa? Tú sabes que a mí no me
gustan lecos y en ayunas mucho menos. (Se sienta en un taburete)
SALOMÉ – Gua y por qué no te
levantas pues?
CASIMIRO – Porque no me han
llamao
SALOMÉ – No te han llamao; y te
he jalao tres veces por las patas.
CASIMIRO - ¡Ah por eso; tú no sabes que yo no
siento ná por las patas desde que me dio beriberi; me hubieras jalao por... la
cabeza y hay mismo hubiera brincao
SALOMÉ – Bueno chico, deja la conversadera y pon los corotos en la mesa,
que hay que serví de desayuno. (Vase rápida derecha)
CASIMIRO – No ve, eso es lo que ella sabe; mandáme a poné los corotos en la
mesa, pero quereme, ni a tiros. Mire que yo le he buscao la vuelta a Salomé y
nada, cará. Y por ella toy aquí, ah sí; si no fuera por ella, hum, hace mucho
tiempo que yo hubiera pelao el cachachá, ah, sí. Qué porvení tengo yo aquí, to
el día me la paso de acá pa allá y de allá pa cá como un trompo zarando, y pa
qué? Pa ganá la comía, la ropa limpia y
cuatro pesos podrios? Qué negocio es ese? Si yo me quedo espantao: un hombre de
averiá como yo, un hombre que brega (porque eso es verdá) ganando cuatro
pesos. El amor, mi amigo, el amor. Por eso bien dicen que el cariño de una mujé
jala más que una yunta e buey. Pero para que vea como son las mujeres; a mí me
jala Salomé pero... yo como que no la jalo a ella. A ella como que la jalan de
otra parte: mi (enseñando al cuarto de Luís y de Lola). Ah si! El señor
me lo perdone... pero pa mi esa tá dando el... cielo por una concha e maní, por
Don Luís; y él ná la vé con más desprecio que un borracho a una conserva. Ayer
la escuché diciéndole a la hija de Don José León que ella y que no sabía lo que
le pasaba, pero que se sentía incliná hacia Don Luís. Hum! Que se agarre,
porque si se siente incliná es que ya vá a caé (mutis)
LUIS – (saliendo con Lola) Pero su aun no nos han servido el
desayuno. Déjeme pedirlo. (medio mutis)
LOLA – No, déjalo, así es mejor; haremos como ayer
tomamos una taza de café, salimos a dar un paseo por campo y luego volvemos a desayunarnos con bastante apetito
LUIS – Bueno como tú quiera (Llamando). Salomé, Salomé¡
SALOMÉ – (dentro) a úú... voy Don Luís
LUIS – (Acercándose a Lola que está triste). ¿Qué tienes? ¿Por qué
estás triste? ¿Te sientes mala?
LOLA – No
LUÍS – No me ocultes nada, Lola; tú sabes que sufro con tus pesares y gozo
con tus alegrías.
SALOMÉ - (Entrando. Se sorprende).
Señor, ay!
LUIS – Trae dos tazas de café
SALOMÉ – Con leche o solo?
LOLA – Solo!
SALOMÉ – Bueno; se esperan una chinguita que ya va a hervir. (mutis)
LUÍS – Tu tienes algo Lola; tu siempre tan jovial, tan alegre, de pronto te
has tornado taciturna y sombría algo te pasa; algo que tú me ocultas no se por
qué (pausa)
LOLA – Pues mira, la verdad: estoy triste porque me voy.
LUÍS – (Con extrañeza). Porque te vas?
LOLA – Si! Porque me voy
LUÍS Pero te gustaría quedarte
aquí? Y vivir en estos montes, en esta soledad, en esta tristeza ...
LOLA – Aquí o más allá, pero en el campo: que es donde se admira mejor a la
naturaleza, donde se está más cercana de Dios. Tú sabes que estos pensamientos
míos no son nuevos: sabes que hace tiempo deseo abandonar el teatro; cambiar
esta existencia bulliciosa de aplausos y de ovaciones, por una vida de
reposo apacible y tranquila.
LUÍS – Pero qué dices Lola mía? Abandonar tú el teatro cuando apenas
empiezas: tu la cupletista más aplaudida la que ha sentido tantas veces sobre
su frente el beso de la gloria; tú que
has visto prosternarse a tus plantas la legión más numerosa de admiradores. Oh!
no, mentira, tu deliras Lola, tu deliras
LOLA – Delirar,
la gloria, los admiradores, mentira. La gloria es humo; los admiradores
lo son mientras les divertimos, después, la indiferencia, el olvido, ni uno
solo se acuerda de nosotros
LUÍS – (Mirándola fijamente). Nunca te había oído hablar del teatro
con tan hondo desencanto.
LOLA – Porque hoy estoy convencida de que la vida del teatro es mentira;
vida superficial, vida de farsas y de hipocresías. Tú sabes que no soy una
mujer vulgar aunque para el público todas las artistas lo somos; tú sabes que
entré en el teatro por ver si hallaba entre el bullicio de los bastidores, la
alegría y el olvido que tanto necesitaba mi espíritu taciturno y triste,
después de aquel desastre que tú conoces y que calló sobre mí como una tormenta
espantosa
LUÍS – Pero Lola, a que hablar de cosas tristes en una mañana tan alegre
LOLA – Es que es preciso; quiero decirte una vez más como pienso; abrirte
mi corazón a ti que eres el único hombre a quien he querido de veras porque
eres el único también que has sabido comprenderme
LUÍS – Lola por Dios.
LOLA – (Llevando a Luís hacia la ventana). Mira: ves aquel palomar;
pues así he soñado yo una casita, muy
blanca y muy alta; en la eminencia de una colina, para vivir allá
contigo queriéndonos mucho, teniendo por únicos testigos las aves y las flores;
las flores para que nos embriaguen con su aroma, y las aves para que alegren
nuestra vida con el bullicio de sus trinos, pues sobre la copa de los árboles
parecerán un enjambre de alados cascabeles.
LUÍS - Lola mía: cuanto te quiero.
(Abrazándola)
SALOMÉ – (entrando). El café. (Avergonzada). (Caramba! Tanto
abrazase)
LOLA – (Tomando el café). Salomé entra en mi cuarto y tráeme mi
sombrilla.
LUÍS - Si, y mi sombrero; ese que llaman de cogollo.
SALOME – Sí, señor. (mutis izquierda)
LOLA – Y el mío también
LUÍS - Creo que nuestro paseo de hoy será corto.
LOLA - ¿Por qué?
LUÍS – Porque ya el sol está un poco alto y además tenemos que preparar los
equipajes: salimos mañana al amanecer.
LOLA – Es verdad. (con tristeza)
SALOMÉ – Aquí está (trayendo lo pedido)
LUÍS – (Poniéndose el sombrero). ¿Dónde vamos hoy?
LOLA – Vamos a los jagüelles.
SALOMÉ – Hay niña, eso está muy lejos.
LOLA – No hombre; que ha de estar lejos, en una hora estamos de vuelta, ya verás.
LUÍS – Bueno. Vamos
LOLA – Adiós, Salomé
SALOMÉ – Adiós, pues que Dios los lleve con bien (se queda mirando por
la ventana)
EUFRASIA – (dentro) Salomé, Salomé, Saloméééé
SALOMÉ – Voy tía, voy (Sin dejar de mirar)
EUFRASIA – (saliendo) ¿Qué haces hay en la ventana? Mirando a los ... maromeros esos; verdá?
SALOMÉ – Jesús, tía. Ellos no son maromeros
EUFRASIA – Y que son entonces?
SALOMÉ – Gua ... artistas
EUFRASIA – Que artistas van a sé esos: una mujé que no sabe más que tá
enseñando las canillas y que canillas, parecen dos varillas de catre; cualquier
día se le quiebran. (Se sienta y apoya la cabeza entre las manos)
SALOMÉ – Ay! tía, pobrecitos
EUFRASIA – Yo te digo la verdá; si no fuera por lo que dejan y que uno
necesita, yo no recibía esos maromeros en mi casa.
SALOMÉ – Pues a mí me son muy simpáticos y además en el pueblo dicen que
son muy buenos.
EUFRASIA – (con desprecio) ¿Quién lo dice: Don Sebastián Borregales,
el barriga e mero ese, que porque tiene real se cré que sabe más que tó el
mundo y que por sus reales lo van a queré toas las mujeres: y el otro: el fatuo
de el Sebastiancito Aguado que como ha estado en Caracas y el pae tiene... que
sé yo cuantas cabezas ya se cré , y que lo que el dice es lo que vale?
SALOMÉ – Yo no sé tía, pero a mi me parecen buenas gentes. (con humildad)
EUFRASIA – Si: sobre todo él (con malicia) no es verdá, tú crees que
yo no me fijo?
SALOMÉ - ¿En qué? Tía (baja la cabeza)
EUFRASIA – Jum. Salomé, Salomé: ándame muy derecha, porque te majo a palo.
Eso es lo que tu sabes; pélale el diente a todos los forasteros y luego quien
lo sufre soy yo, porque van cogiendo confianza y después no pagan. Acuérdate de
lo que pasó el año pasao con el vagamundo aquél, que se presentó por hay tó
muerto de hambre y de paludismo y que diciendo que era barítono y que cantaba
el solo; el hambre era la que le estaba cantando a él en las tripas; hasta mi
catre se lo di: las calenturas que pasó ese condenao en mi cama y pa ná porque
en el tiempo que estuvo aquí no le vi nunca la cara a una locha. Mire si cá vez
que me acuerdo me pesa no haberle hablao al negro José paque me le hubiera
echao una paliza de a ocho reales; sin vergüenza.
SALOMÉ – Sí tía: pero todo el mundo no es igual; usté no tiene que sentí de
esta gente en el tiempo que tienen aquí.
EUFRASIA – Ya lo creo: porque ya estoy más amolá que un cuchillo e
zapatero, que si no,. Hasta me hubieran convidado a jugá escondío.
SALOMÉ - Sí, pero...
EUFRASIA – Y no me contesta ná: que hoy he amanecío que si me pican una
vena no hecho sangre. Vaya a calentarme un poco de agua pá meté las patas a ver
si se me quita esta puntá e cabeza que me tiene loca.
SALOMÉ – Pero si tengo que prepararle el desayuno a esa gente (haciendo
mutis lentamente)
EUFRASIA – (Con ira). Que desayuno, ni que desayuno; primero son mis
patas que el desayuno. Guá: si me descuido entre la sobrina y Casimiro me comen
viva; si lo peor es tener buen carácter y ser cariñosa y... dulce, como yo;
porque en lo que le descubren a una que es de papelón se le pega el mosquero.
CASIMIRO – (canta dentro).
El
matrimonio es sabroso
Yo me quisiera casá
A
los viejos no les gusta
Porque
no sirven pa ná
CASIMIRO – (con canasto al brazo. Entra silbando y calla de repente).
Guá, doña, como ha amanecío?
EUFRASIA – Yo siempre amanezco bien
CASIMIRO – Me alegro: (poniendo el canasto en la mesa y sacando unas
arepas) me costó más trabajo sácale las arepas a la negra Eduvigis: ya
estaba acabando.
EUFRASIA - ¿Acabando tan temprano? ¿Qué hora son?
CASIMIRO – (Distraído acomodando al pan). Ya deben ser porque es
bastante tarde. Además usté sabe que esa negra se pega e madrugá.
EUFRASIA – Eso es verdá; como trabajadora es de
alante.
CASIMIRO – Se parece a mí
EUFRASIA – Si, como no; igualitos; ocho días, tienes componiendo la palizá del corral, y toavía
no has acabao; ; empiezas por la mañana y en cuanto está altico el sol lo dejas
y te vas.
CASIMIRO – Gua, ya lo creo: y sí me da tabaldillo, pues; quien me va curá:
además eso de trabajá es pa los bueyes; no, trabaja uno y trabaja y siempre el
mismo fin, el hoyo y su metro y medio
de tierra en el pecho; eso si no lo reclutan a uno en cualquier guerrita de las
que hacen aquí los caciques tó los días y se queda uno patas arriba en la
sabana pa que los zamuros le falten el respeto ah, si!.
EUFRASIA – Tu no pues negá que has estao en Caracas; sabes más que barbero.
CASIMIRO – Guá , pero si es verdá ;
usté no ve que...
EUFRASIA – (interrumpiéndole). Mira, cállate la boca y siéntate
aquí, que te voy a preguntá una cosa;
tú me vas a decí lo que yo quiero.
CASIMIRO – (aparte) Huum, qué será lo que ella quiere. (Se sienta
a su lado)
EUFRASIA - (con misterio).
Escucha tú no te has fijao en que Salomé y el cómico este, como que...
CASIMIRO – Hummm, ya usté va por mal camino conmigo
EUFRASIA – Bueno, pero de verdá, ¿Tú no te has fijao en que ella como que
le hace morisquetas al cómico?
CASIMIRO – (Extrañado). ¿Morisquetas? Yo nunca la he visto
haciéndole morisquetas, como no se las haya hecho por detrás de mí.
EUFRASIA – Tú sabes lo que yo quiero decí, tu me comprendes y es que yo hace
días que le noto muchas monerías con el hombrecito ese y el también como que la
cucarachea
CASIMIRO – Bueno; eso de cucarachea, ¿es de cucaracha o de cucarachero?.
EUFRASIA – Yo creo que de las dos cosas, pero yo lo que quiero es saber la
verda, que tú me la digas porque tú la debes sabe.
CASIMIRO – Yo, guá ¿porqué?
EUFRASIA – Porque sí: tú todo lo sabes, todo lo averiguas, porque tú eres
un hombre vivo y dispierto.
CASIMIRO - ¿ Dispierto? “Sí, pero ahora estoy dormío”
EUFRASIA – De manera que tú no has miraó ná?
CASIMIRO – Yo qué voy a mirá, señora; si yo apenas miro, usté no ve que yo
me llamo Casimiro. Además a mi no me gusta meteme en cuestiones de familia,
porque el que se mete en eso, siempre sale perdiendo. Mire, toque aquí
(tocándose la cabeza) no siente el nudo; pues bueno eso fue un palo, si señor,
un palo que me dio a mi Don Facundo Toro un día que le estaba acariciando el
lomo al hijo con un araguaney y yo me metí a quitáselo. No hice más que meteme
y tras, me abrió esa cabeza como una tapara; Ahí tengo el nudo, no es embuste, treinta y seis puntos de sutura.
EUFRASIA – Bueno: pero to eso ta de más
CASIMIRO – De más, de meno, mire si tengo un hueco ahí.
EUFRASIA – No, digo que tá de más, todo eso que dices; aquí no hay taparas
ni puntos de sutura.
CASIMIRO – No hay, pero puede
habelos
EUFRASIA – No, aquí lo que hay es que tú estás en mi casa, jartándote y
cobrando cuatro peso mensuales, y
tienes la obligación de vigilame tó lo mío.
CASIMIRO – (levantándose). Ya ve; yo no juego ese juego, además ese
empeño ahora pa que, si esa gente se va mañana.
EUFRASIA – Si, se van, pero Salomé se queda y yo necesito sabé que clase de
mujé tengo yo en mi casa
CASIMIRO – Bueno, la vigilará uste; lo que soy yo no la vigilo.
EUFRASIA – Pues usté hace lo que yo digo, y si no ya está usté buscando pa
donde ise.
CASIMIRO – Un momento, un momento.
EUFRASIA – Guá: usté yo no sé lo que se ha creío; jum! Usté esta viendo el
mundo por un agujero conmigo.
CASIMIRO – Yo no me he creio ná, ni toy viendo por ningún agujero, sino que
usté se empeña en que yo sea vigilante, y no soy. Cuatro años tengo con usté, y
nunca hemos tenio ni un sí ni un no. To lo que uste ha dicho, yo lo he aceptao,
pero esto que uste quiere ahora, no! Porque a mi me parece un papel muy feo.
EUFRASIA – Un papel muy feo, Uh!
hasta cómplice serás tú (mutis)
CASIMIRO – (pausa). Hum! Ahora si como que
me despego yo.
DON SEBASTIÁN –(Desde la puerta). Buenos días.
CASIMIRO – (Sin verlo). Que hubo? (Viéndolo)
ah! Es usté Don Sebastián; pase pa dentro.
DON SEBASTIÁN- (Entrando). Y qué: ¿la gente de esta casa como que se
ha muerto?.
CASIMIRO- No,
señor. (Aparte) pero están en vísperas.
DON SEBASTIÁN -¿Y la bella Lolita y Don Luis?
¿durmiendo todavía?.
CASIMIRO- No señor: esa gente se levantó temprano y se fueron a pasiá, creo que pa
los Jagüeyes.
DON SEBASTIÁN -Y que, ¿se van mañana por fin?.
CASIMIRO - Eso escucho decí.
DON SEBASTIÁN - Caramba, tan buenos ratos que nos ha dao esa gente.
CASIMIRO – (con sorna) Sí, muy buenos ratos
DON SEBASTIÁN – (Sentándose). Pues yo los voy a esperá porque ellos
me convidaron para una reunioncita aquí esta noche como despedida, y yo quiero
sabé el ultimátum de la cosa para
prepararle un regalito
CASIMIRO – Si, yo creo que, aquí hay algo esta noche
DON SEBASTIÁN – Anjá: ¿has visto algún movimiento?
CASIMIRO – Sí, señor; he visto mucho movimiento
DON SEBASTIÁN – (pausa). Ah!
mujercita bien simpática la españolita esa ¿no es verdá?
CASIMIRO – Si, señor, es muy simpática
DON SEBASTIÁN – Y bailando es una novedad, que movimientos y que pies, y
queee...
CASIMIRO –(interrumpiéndole). Epa, epa, Don Sebastián, pa donde va
ud.
DON SEBASTIÁN – No, es que eso es verdad; esa
mujercita trabaja muy sabroso. Bueno ¿y ellos se desayunaron ya?
CASIMIRO – No señor, aquí no
hicieron más que toma café; pero no se
desayunaron; ahora puede ser que se desayunen por allá como el otro día en la
pulpería de Don Roque Llano.
DON SEBASTIÁN – (Extrañando) ¿En la pulpería de Don Roque?
CASIMIRO – (Riendo). Si señor, esa gente es muy rara
DON SEBASTIÁN – ¿Y seguramente que saldrán de madrugaita?
CASIMIRO – Ya lo creo, si no, no llegan a dormir al Sombrero.
DON SEBASTIÁN – Yo, pue sé que los acompañe hasta el Cedral.
CASIMIRO – Ah!. Muy bueno; de
seguro que les gustará mucho, porque irán acompañaos y usté le servirá de
baqueano.
DON SEBASTIÁN – A ella puede ser que le guste, pero a él no le agradará
mucho.
CASIMIRO –Guá ¿y por qué?
DON SEBASTIÁN – Porque... como yo soy, como soy con las mujeres me puse a
decirle el otro día tonterías a Lolita
y él como que oyó algo y no le agradó. (riéndose)
CASIMIRO – Ah! Don Sebastián pa vagamundo, cará. No y ella me parece muy
honraíta.
DON SEBASTIÁN – Hum ¡Quién sabe; esas bailarinas la que no hace llama, echa
aunque sea humo.
CASIMIRO – Hum! Cará, usté tiene mas palabras que un diccionario
DON SEBASTIÁN Hombre y a propósito,
tú que te la pasas aquí con ella, ¿tú no le has visto, así... ningún tapadijo
con alguno de aquí?
CASIMIRO – Yo; no, señor, porque usté sabe que esos tapadijos casi siempre
son de noche, y yo en lo que dan las ocho, me enrollo en mi cobija y hasta por
la mañana
DON SEBASTIÁN – Porqué de ella hablan en el pueblo
CASIMIRO – (con interés). Sí ¿y con quien Don Sebastián?
DON SEBASTIÁN – Con el melquetrefe ese, el hijo de
Don Florencio Aguado.
CASIMIRO – El hijo de Don Florencio Aguado. Yo no lo conozco.
DON SEBASTIÁN – Si hombre, como no lo vas a conocer, Sebastiancito Aguado.
Y es hasta tocayo mío por desgracia.
CASIMIRO – (como recordando). Sebastiancito Aguado... pues no lo conozco
DON SEBASTIAN – Ah, capacho; como no lo vas a conocer, si él ha venío aquí
CASIMIRO - ¡Aquí!
DON SEBASTIAN – Ya lo creo
CASIMIRO – No habré estao yo en la casa
DON SEBASTIAN – Eso es otra cosa: pero el ha venío aquí, pocas veces, pero
ha venío.
CASIMIRO – Ah! ah!... si hombre, ya sé quien es; ¿uno flacuchento él, que
dicen que y que es poeta?
DON SEBASTIAN – El mismo, ese es el hombre
CASIMIRO – Caramba; como no, pero yo no sabía que ese mozo era Aguao.
DON SEBASTIAN – Aguado, Aguado, hijo de Florencio Aguado
CASIMIRO – Si, hombre, como no, pero yo no lo he visto aquí nunca.
DON SEBASTIAN – En donde más lo han visto es pasiando con ella por la
sabana
CASIMIRO - ¿por la sabana?
DON SEBASTIAN – Eso dicen: yo no los he visto
CASIMIRO - ¿Pero sólo?
DON SEBASTIAN – Solo no, con ella.
CASIMIRO – No, digo, sin el marío
DON SEBASTIAN – Pues sin el marío
CASIMIRO – Pues no lo creo, Don Sebastián; porqué ese hombre se la pasa
pegao de su muje como una garrapata.
DON SEBASTIAN - Pues eso dicen amigo Casimiro, cuidao como usté se está
haciendo el musiú, y sabe de eso más que yo.
CASIMIRO – Quien sabe; pero ya le he dicho que no lo conozco sino asina de
vista.
DON SEBASTIAN - Si es verdad, se lo creo, porque él no para aquí nunca.
Ahora está recienvenío de Caracas.
CASIMIRO - ¿De Caracas?
DON SEBASTIAN – Si, pero ha venío más tapao y más necio de lo que se fue.
CASIMIRO – De verdá, a mí me repugnan mucho esos hombres que ni comen ni
dejan comé
DON SEBASTIAN – A quien tú deberías ayudá en ese asunto es a mi
CASIMIRO - ¿En qué asunto?
DON SEBASTIAN – En eso de Lolita
CASIMIRO – Yo... lo siento mucho Don Sebastián. (aparte) a mí como
que me han visto la oreja blanca
DON SEBASTIAN – (Dándole palmaditas) No seas zoquete; mira yo tengo
aquí esto (sacando una carta) para Lolita porque yo a pesar de que se
van mañana, pienso hacer el último esfuerzo esta noche; porque esas mujeres a
veces tienen resoluciones de golpe. Bueno tú te encargas de esto (enseñándole
la carta) buscas un descuido del marío y se la das a Lolita con disimulo,
que después yo te arrimo la canoa ¿qué te parece?
CASIMIRO - (pausa) Mire Don
Sebastián, yo le voy a decí una cosa; yo cuando tuve en Caracas vendía bastones
y por plata sería hasta paragüero, pero bas... bueno eso que usté quiere, no me
es posible, yo no tomo de eso.
DON SEBASTIAN – Pero ven acá
CASIMIRO – No, no me llame (aparte). No le digo; yo debo ajilá de
aquí
SALOMÉ – (Saliendo con tazas y platos). Casimiro ve acomodando esto en la mesa. Buenos días
Don Sebastián. (acercándose)
DON SEBASTIAN – Que hay, Salomé: ya había
extrañado no verte. Trabajando siempre.
SALOMÉ – Guá y que voy a
hacé; usté sabe que esa es la vida de
los pobres.
DON SEBASTIAN - ¿Y Doña Eufrasia, donde está?
SALOMÉ – Por allá adentro, acostá, hoy amaneció muy embromada con la puntá
de cabeza que le da siempre.
CASIMIRO – Salomé ¿qué más se pone en esta mesa?
SALOMÉ – Vete a la cocina y traete el plato con los tapiramos y la carne
frita. (sale Casimiro)
DON SEBASTIAN - ¿Eso que van a poné es el desayuno de los cómicos?
SALOMÉ – Sí señor, pa que lo encuentren puesto cuando lleguen que de seguro
traerán mucha hambre.
DON SEBASTIAN - ¿Pero esa gente come tapiramos?
SALOMÉ – Si señor, Don Luís se vuelve loco por ellos, lo mismo que por las
arepas y a Doña Lola le gustan mucho los plátanos.
DON SEBASTIAN – Entonces, como dicen, le tiran palo a tó mogote
SALOMÉ – Ya lo creo, y si no lo hacen así por esto quilombos, pasarían
muchos trabajos.
CASIMIRO – (saliendo). Tu tía dice que no ponga desayuno ninguno;
que espere que ellos lo pidan porque de seguro que ya se han desayunao.
SALOMÉ – Bueno: entonces esperaremos que vengan.
DON SEBASTIAN – Y que hay Salomé, cuando te casas muchacha; se te esta
pasando el tiempo
SALOMÉ – Yo como que no tengo esa dicha Don Sebastián; yo como que me voy a
quedá pa vestí santos.
CASIMIRO – Guá, si se queda es porque ella quiere; yo estoy a la orden.
DON SEBASTIAN – Anjá; ahí o tienes pues.
SALOMÉ – Yo contigo; hoy sábado
CASIMIRO – No hoy es domingo; pero yo sé que eso no pué sé.
DON SEBASTIAN – Guá, por que; ¿tú no eres un hombre?
CASIMIRO - Eso creo yo: pero es que ella pica más alto
SALOMÉ – (con ira) ¡ Qué
pico más alto! ¡Qué me quiere decí tú con eso?
CASIMIRO – Yo ná; yo lo que hago es repetí lo que
dice tu tía.
SALOMÉ - ¿Y qué es lo que dice mi tía?
DON SEBASTIAN – Bueno, no vayan a pelear por eso.
CASIMIRO – Guá, tu tía dice que tú y que le haces morisquetas al cómico
SALOMÉ – (con ira). Mira, Casimiro, no busques que te dé un
chancletazo en el jocico, sabes; tú lo que tienes es envidia porque nunca te he
hecho caso.
CASIMIRO – Que voy a necesitá yo de ti chica; mujeres las tengo así (haciendo
ademán de que tiene muchas), pero, eso si Don Sebastián, las busco siempre
de mi misma cuerda porque a mi no me entra que una blanca de categoría se va a enamorá de un desgraciao como yo.
SALOMÉ – Qué hombre; si tú no sabes ni como te llamas
CASIMIRO – Pero se como se llaman los demás que es lo que a mí me interesa;
tú te has creído que un hombre español como Don Luís de otra cuerda que no es
la tuya, se va a enamorá de una pobre campesina como tú. Pero gracias a Dios
que ya mañana se van y te vas a queda sin Dios y sin Santa María. (mutis
foro)
DON SEBASTIAN – (Viendo a Salomé que ha quedado, inmóvil con la cabeza
baja). Que te pasa chica, te has quedado clavá como un tronco. No seas
zoqueta mujer, esas son tonterías que pasan, eso te lo ha dicho él por
embromarte, o es que se han hecho daño de verdá las palabras de Casimiro?
SALOMÉ – (Con calma profunda). Si me han hecho daño, Don Sebastián,
pa que le voy a decí mentira.
DON SEBASTIAN – Pero bueno ¿por qué? (pausa). ¿Es acaso verdá lo que
él dice?
SALOMÉ – (Abstraída) De qué?
DON SEBASTIAN – Eso de que a ti... te gusta Don Luís
SALOMÉ – No
DON SEBASTIAN – Bueno, y entonces pues?
SALOMÉ – (pausa) Mire, Don Sebastián... a usté se lo puedo yo contar
todo, porque usté es un hombre mayor y de respeto y me ha conocido desde que
nací.
DON SEBASTIAN – Es verdá
SALOMÉ – Esté sabe cual ha sido mi vida desde chiquita: trabajá como una
burra sin habe tenido nunca quien me considera, ni me dijera palabras
cariñosas, sino más bien sufriendo los maltratos y los golpes de mi tía con
quien quedé en el mundo desde la edad de siete años, después que murió mi mamá,
que Dios la tenga en descanso (llora)
DON SEBASTIAN - No seas tonta mujer, no llores. (Consolándola)
SALOMÉ – Poco a poco fui creciendo como esas
maticas delgaitas que crecen a orilla de los caminos y que parecen que se van a
perdé porque to el mundo las maltrata, pero que al fin con la ayuda de Dios se
salvan y llegan a grandes y en la primavera se llenan de florecitas como las
demás. Así crecí yo hasta la edad de quince años; pero conmigo crecieron
también los maltratos y los sufrimientos. Algunas veces me decía yo, ¡Dios mío!
Pero la vida será esto na más: sufri y sufrí no gozá de na: pero al mismo
tiempo veía a las demás muchachas del pueblo de brazo con sus novios paseando
por la sabana los domingos en la tarde
y aquello me daba mucha tristeza, porque en medio de mi brutalidá yo comprendí
que la vida de los demás no era triste como la mía; sino que era, así como si de un rosal lleno de rosas, a los demás
le hubieran dao todas las flores y a mi na más que las espinas. (Solloza)
DON SEBASTIAN – Pobre Salomé: caramba no pensé
entristecerme hoy tan por la mañana.
SALOMÉ – Pa salí de aquella vida triste, Don Sebastián, yo no veía más que
una manera: casame con un hombre que me quisiera bastante: y me enamoré de uno;
de uno que me pareció bueno, pero al poco tiempo me convencí de que no me
quería, porque no tenia buenas
intenciones pa mí.
DON SEBASTIAN - ¿Por qué? ¿qué te hizo?
SALOMÉ – En este mismo rincón conversábamos siempre y aquel hombre me decía
unas cosas... que me daban mucha pena. Era de esos hombres que creen que las
mujeres pobres no merecemos ningún respecto. Una noche me propuso que fuera con
él y yo me eché a llorá porque comprendí que aquel hombre no me tenía tantico
así de cariño. De esto hacen siete años y de entonces para acá yo no me he
vuelto a enamorá más nunca.
DON SEBASTIAN - ¡Más nunca! No te lo creo
SALOMÉ –No me lo cree y ¿por qué?
DON SEBASTIAN –Porque tu eres buena moza y las mujeres buenas mozas son muy
perseguidas.
SALOMÉ – Bueno, Don Sebastián, pa que lo voy a engañá: si me he enamorao;
ahora estoy enamorá como no lo he estao nunca.
DON SEBASTIAN – Ahora ¿y de quién?... (pausa) ¿De Luís, el cómico?
SALOMÉ – Sí
DON SEBASTIAN –Pero muchacha, tú estás loca; tú no ves que ese hombre es
casao.
SALOMÉ – Yo lo veo tó y no veo ná; ese hombre me ha emborrachao de cariño,
porque me ha dicho palabras que ningún hombre me las había dicho nunca.
DON SEBASTIAN – Pero eso no puede ser, Salomé
SALOMÉ – Mire Don Sebastián, por él haría yo cualquier sacrificio; si me
pidiera mi sangre, se la daría toda, hasta la última gota, aunque después me
muriera.
DON SEBASTIAN - ¿Y cómo te nació ese amor? ¿Tú lo conocías a él antes de
venir aquí?
SALOMÉ – No yo lo he conocio ahora: mes y medio que tienen aquí, donde como
esté sabe se quedaron tanto tiempo por la enfermedad de doña Lola.
DON SEBASTIAN - ¿Y él ha hablao mucho contigo?
SALOMÉ – Mucho
DON SEBASTIAN - ¿Y donde?
SALOMÉ – La primera vez que me habló, fue una noche: Doña Lola se había
acostao temprano porque decía que estaba cansá y mi tía también porque ese día
me había dao la puntá de cabeza muy fuerte. El se había quedao en esa mesa
leyendo unos papeles: yo estaba sentá en una piedra abajo de ese bucare que hay
aquí enfrente e la casa y cantaba una
canción mientras esperaba a Casimiro que había salío pa cerrá la puerta y
acostarme: la luna estaba como el día. Cuando yo acabé de cantá oí su voz muy
cerquita de mi que me dijo: bonita voz, yo no sabía que usté cantaba tan
sabroso; a mí me dió mucha vergüenza y ya iba a salí corriendo pa la casa,
cuando sentí que me agarró por este brazo y me obligó a sentarme junto con él y
a que volviera a cantá. Lo que pasó después yo no lo sé Don Sebastián, pero si
sé que aquella noche la tengo clavá en mi pensamiento como la más feliz de mi vida. Casimiro volvió muy tarde: a esa hora se
cerró esa puerta. Cuando yo entré en mi cuarto me temblaba to el cuerpo, me arrodillé pa rezale a mi
virgen del Carmen y no pude: entonces apagué la vela y en la oscuridá me
pareció ver la cara e mi mamá que me miraba desde el otro mundo, pero no sé si
me regañaba o si me bendecía (llora).
DON
SEBASTIAN – Pues hija, yo creo que ese cariño tan grande como me lo pintas, te
hará sufrir mucho, porque si siquiera fuera un hombre libre podías tené alguna
esperanza, pero casao...
SALOMÉ – Cuando una está enamorá no se fija en ná de eso; además yo soy muy
conforme, yo sé que el se vá mañana y me preparo a sufrí mucho, porque yo sé
que no lo veré más nunca. (oye ruido) Chist, viene gente.
SEBASTIANCITO – (Desde el foro, tipo ridículo de pueblo, sin exageración
alardea de inteligente). Buenos días; ¿cómo están por aquí?
SALOMÉ – Adelante, Sebastiancito; dichosos los
ojos que lo ven; usté desde que vino e Caracas , como que no le gusta visitá a
los pobres.
SEBASTIANCITO – No; no me diga eso, usté sabe el profundo aprecio que yo
les tengo a ustedes. (Viendo a Sebastián y acercándose a saludarlo). Guá
cómo está Don Sebastián?
DON SEBASTIAN – (Dándole la mano)
Pa servile, joven
SEBASTIANCITO – (A Salomé). Y su tía y los huéspedes?
SALOMÉ – Ellos están paseando desde temprano y mi
tía se levantó esta mañanita, pero se
volvió a acostá con su puntá e cabeza de siempre. Siéntese.
SEBASTIANCITO – (Se sienta). Que broma; su tía debía ir a Caracas
para que la vieran la cabeza
DON SEBASTIAN – Yo creo que eso debe de ser bilioso; ella debía tomase en
ayunas su tecito e naranja cajera con su puntico e ruibarbo.
SEBASTIANCITO - O las píldoras de
Brandel
DON SEBASTIAN – No las conozco
SEBASTIANCITO - Son muy buenas. (Pausa
saca un pañuelo y se seca la cara). Qué calorón hace!
SALOMÉ – De verdá, en estos días ha hecho mucha calor
DON SEBASTIAN - Y lo que embroma el calor a los animales
SEBASTIANCITO – Si es un calor canicular
SALOMÉ – De veras
SEBASTIANCITO - ¿Sus potreros son de ganado vacuno o caballar?
DON SEBASTIAN – Allá hay de todo. Ahora acabo e vendé un lote e mulas pa
Valencia.
SEBASTIANCITO - Anjá.
DON SEBASTIAN – Hombre y a propósito. ¿Cómo está Caracas de bestias?
SEBASTIANCITO – Pues se consiguen algunas buenas
DON SEBASTIAN – Pero serán caras y difíciles
SEBASTIANCITO – Caras, sí, pero difíciles no; en Caracas se consiguen un
caballo con facilidá
SALOMÉ – Debe ser muy bonito Caracas ¿no es verdá? Yo tengo unas ganas de
conocelo
DON SEBASTIAN - Sí, muy bonito, pero muy peligroso
SEBASTIANCITO – No, no digo eso Don Sebastián, aquella gente es muy buena,
se siente una dicha inefable viviendo bajo aquel cielo y respirando aquel
ambiente.
DON SEBASTIAN – Es que usté es poeta, mi amigo, y por eso todo lo ve
bonito.
SEBASTIANCITO – Así será, Don Sebastián; pero yo he gozado
superabundantemente en Caracas. Aquellas mujeres que no parecen que caminan,
sino que se deslizan insensiblemente sobre las aceras; los autos que cruzan
como exhalaciones dejando un amable olor de gasolina; el puente de hierro, que
se extiende como un hercúleo brazo sobre el río; la avenida del Paraíso, que me
hace pensar en los Campos Elíseos: los
teatros, el circo de toros, el hipódromo con sus carreras épicas, en fin,
tantas cosas, la Plaza Bolívar con sus retumbantes retretas, los impolutos
expendios de cerveza, los apetitosos restaurantes, con su olor fiambresco y
tanta cosa buena que pasa ahora por mi imaginación en ronda macabríca. Mientras
que aquí ¿qué? Una inconmesurable cursilería y una tristeza... cementeriesca
SALOMÉ - ¿Y tó eso lo vió usté en Caracas?
SEBASTIANCITO – Todo eso y mucho más.
DON SEBASTIAN – Si, pero no nos lo cuente ahora, déjenos algo pa la noche,
porque supongo que usté vendrá aquí a la reunión de esta noche
SEBASTIANCITO – Ya lo creo, el consorte de Lolita ha tenido la galantería
de invitarme, y recitaré allí algo mío
en honor de la ibérica españolita.
DON SEBASTIAN – Me parece bien, ninguno más llamao que usté
SEBASTIANCITO – Ah! ya lo creo
SALOMÉ - ¿Y usté ahora no pone versos en los papeles como antes?.
SEBASTIANCITO – Si, en Caracas publiqué ahora muchos; mi último triunfo se
lo debo al Mapurite.
DON SEBASTIAN - ¿Cómo al Mapurite?
SEBASTIANCITO – Un soneto mío, titulado “El Mapurite” que fué una explosión
en Caracas, es de mi libro que editó en “El Cojo Ilustrado”, y que titulo “El
libro de los animales”
SALOMÉ – Ay. ¿Cómo es? Dígalo pa escuchalo, que esté sabe que a mí me
gustan mucho los versos.
SEBASTIANCITO - ¿Lo quiere escuchar, Don Sebastián?
DON SEBASTIAN – Mire, déjelo más bien pa la noche, esas cosas se escuchan
mejor de noche
SALOMÉ - Ay! qué bonito será
SEBASTIANCITO - ¿Y a usté le gustan los versos, Don Sebastián?
DON SEBASTIAN - Pue yo a pesar de
que no entiendo mucho de eso me gustan algunos, por ejemplo, hay un señor
Castillejo y Diez que escribe muy bonito.
SEBASTIANCITO – Hágame el favor de decirme si yo, publicando hasta en el
“El Cojo”, voy a quedarme viviendo aquí. Convénzase, Don Sebastián, nuestro
pueblo es un arrabal inmundo.
DON SEBASTIAN – Pero no insulte tanto la provincia, amigo que quiera o no
quiera, usté nació aquí.
SALOMÉ – Guá, y esa gente se ha dilatao, no pensarán volvé
SEBASTIANCITO – Yo me dirigí al templo apresuradamente esta mañana oír
misa, pensando ver allí a Lolita como otros domingos, pero sufrí un hondo
desengaño porque no estaba
SALOMÉ – Si no le digo, ellos salieron derechito pa los jagüeyes; si acaso han entrao a la iglesia será ahora
a la venia pa acá.
CASIMIRO – (desde el foro)) Salomé! Salomé! Aguayta comostá esa zamurá en la sabana, de
seguro que se le murió la vaca a Don Melchor.
SALOMÉ – (que ha subido a mirar) Bueno, ¿y qué tiene eso?
CASIMIRO – (entrando) ¿Qué que tiene? Que él dijo que si se le moría
la vaca, él se ahorcaba y lo hace, porque tú sabe que ese viejo es muy bruto.
SEBASTIANCITO - ¿Y qué tenía la pobre bestia?
CASIMIRO – Guá, tres días trancá
SEBASTIANCITO - ¿En dónde?
CASIMIRO - ¿Cómo en donde? trancá, trancá
SEBASTIANCITO – Ah¿ ya comprendo: no funcionaban sus órganos eliminadores y
feneció. Pobre vaca y pobre viejo
DON SEBASTIAN – Yo le compraré el cuerpo pa que no lo pierda to el
pobrecito
CASIMIRO - ¿Qué va? Don Sebastián, si to lo que tiene ese viejo es robao
SALOMÉ – Cállate, Casimiro
CASIMIRO – (Con misterio a Salomé) ¿Y este hombre quién es?
SALOMÉ – Este es el hijo de Don Florencio
CASIMIRO - ¿Qué Don Florencio?
SALOMÉ – Aguado
CASIMIRO – Ah ¿este es Aguao? Y bien agüaito está el pobrecito
SEBASTIANCITO - ¿Con qué se nos va Lolita, Don Sebastián?
DON SEBASTIAN – Se le va a usté
SEBASTIANCITO – (riéndose con pedantería) No, señor, y a mí ¿por
qué?
DON SEBASTIAN – (Hablándole bajo) Hombre, porque usted...
EUFRASIA – (saliendo) Salomé prepá... (reparando en Sebastián y
Sebastiancito hace un movimiento de cabeza). Ya están aquí los dos
Sebastianes.
DON SEBASTIAN – Guá, doña Eufrasia, ¿cómo sigue esa cabeza? (dándole la
mano)
DON SEBASTIAN – Al llegar pregunté por usté
SEBASTIANCITO – (Dándole la mano) Y yo también; apenas arribé a su
morada, me informó Salomé de sus quebrantos, los cuales ha deplorado en grado
superlativo
EUFRASIA – Muchas gracias
CASIMIRO – Que ha subido al foro. (Con alegría) Allá vienen ya
CASIMIRO – Don Luís y Doña Lola
SALOMÉ – (Desde el foro. Muy alegre) Ah, sí! ellos son
SEBASTIANCITO – (se mueve y se acomoda impacientemente) Preparémonos
a recibirla como ella merece, Don Sebastián
DON SEBASTIAN – (Viéndolo moverse) Pero ¿qué le pasa?
SEBASTIANCITO – Yo no lo puedo remediar, Don
Sebastián, pero en cuanto presiento la aproximación de un ejemplar del otro
sexo, se me eriza el pelo, me flaquean las piernas, me siento una pelota en la
garganta y se me para la respiración.
SALOMÉ – Anja! Ya están aquí
MÚSICA
(Lola sale con un ramo de flores y mucha alegría)
DON SEBASTIAN - Salud a
la bella
Reina
del Cuplet
SEBASTIANCITO – Beso a
usted la mano
LOLA – Gracias
SEBASTIANCITO – No hay de
qué!
DON SEBASTIAN – Mañana se
alejan
para
no volver
y queremos admirarla
quizá por última vez
LOLA y LUIS – En
mucho estimamos
vuestras
atenciones
y
embarga el cariño
nuestros
corazones.
SEBASTIANCITO – Y tú no
dices nada,
graciosa
Salomé
a
la bella españolita
a
la estrella del cuplet
SALOMÉ – Aunque
nada canto
los
complaceré
cantado
este vals
que
dedico a usted.
Es
mi amor como la rosa del campo
que
sola creció
y de un lirio del valle, muy blanco
se
enamoró.
Más
el lirio pagó con desdenes
aquel
amor,
y
una tarde muy triste de invierno
la
rosa murió
TODOS – Sin
amor que triste es vivir
él
nos llena de dulce ilusión.
Sin amor que triste es vivir,
Ah! Ah!
Es mi amor como la rosa del campo
que sola creció,
y
de un lirio del valle, muy blanco
se
enamoró.
Más
el lirio pagó con desdenes
aquel
amor,
y
una tarde muy triste de invierno
la
rosa murió.
Ven
mi vida,
ven,
ven, mi amor,
del
vals gocemos
la
dulce ilusión.
Tu
me inebrias
de
pasión,
ven
conmigo,
mi
vida a disfrutar del amor.
Ven,
ven mi amor,
ven
conmigo mi vida,
mi
vida, mi amor,
amor.
TELÓN
CUADRO SEGUNDO.
Sala pobre de la misma posada. Derecha e izquierda puertas; la de la
derecha, puerta que da a las habitaciones; la de la izquierda da al comedor. En el foro, mesa de sala cuadrada
con cobertor o carpeta, en la mesa, lámpara encendida, alrededor de ésta,
muchos adornitos de sala y un florero con el ramo de flores que ha sacado Lola
en el cuadro anterior. Sillas de cuero; retratos y otros cachivaches en las
paredes. Es de noche. Al levantarse el telón se oye hacia la izquierda el
chocar de las copas y el bullicio de una conversación alegre y animada.
EUFRASIA – (saliendo de la izquierda medio alegre). Jesu Cristo! Que
jarana; me siento la cabeza como si se me estuviera anidando un cigarrón en los
sesos. (Se sienta). Y tó por complacé a Don Sebastián; tres copas de
cerveza me hizo tomá y ahi mismo empecé a vé a to el mundo con la cabeza pa
bajo. Ay! no sé ni adonde estoy pará y eso que le paré el trote, que si me
quedo allí, me hace tomá la cuarta y
entonces no sé a quién iban a respetá, porque Casimiro, que es el único hombre
de la casa, ya está más de allá que de acá. Salomé! Salomé! (llamando se pasa
la mano por la frente) Toy sudando frío.
SALOME – (saliendo derecha) ¿Qué quiere tía?
EUFRASIA – Ayúdame a levantá, negrita; que me he
tomao tres copas de cerveza y no veo, me siento como sin cabeza. Quisiera
recostame un rato.
SALOME – (ayudándola a levantarse) Jesús, tía; y paqué toma si usté
sabe que le hace daño.
EUFRASIA – Por complacé a Don Sebastián, mi hijita. (Haciendo mutis
lentamente, hacia la derecha, con sonrisa de borracho y apoyada en Salomé).
Ah! mira, dile a Casimiro que... saque el machete y... que se dé una vuelta por
el corral, porque el negro aquel qué está en la puerta, me parece ladrón; no
vayan mis gallinas a pagá el pato, porque tú sabes que unos van a los maitines
y otros van a maitiniá (mutis
derecha)
LUIS – (dentro) Esperar un momento, vuelvo enseguida (saliendo
disgustado). Por Dios, cuanta necedad: se necesita tener una enorme dosis
de paciencia para oír tanto disparate (mirando hacia dentro por la izquierda).
La pobre Lola, me da lástima dejarla allí entre tantos moscones; pero ella
tiene más calma que yo, soporta la lata con una indiferencia glacial. Lo malo
es que son necios agresivos, vamos: que se arriman: (imitándolos) que
lunarcito más gracioso! (haciendo como que toca la cara) qué brazo mas
torneado; permítame colocarle esta rosa en el pecho; en el pecho! eh? me parece a mí que antes de que acabe la
fiesta le voy a dar yo dos tortas al renacuajo ese. No, y Lola también se las
da con mucho gusto; y me alegraría. (Vuelve a mirar). Así vería esta
canalla dorada que todas las mujeres del teatro no son iguales; porque estos
cerdos deben tener un tristísimo concepto de nosotros, cuando intentan
galantearnos las mujeres en nuestras propias barbas. A mí me hacen la mar de
gracia. Le presentan a uno un don nadie de estos y más inflado que un pavo, nos
tiende la mano en actitud de protección y nos dice; Sebastián Borregales, con
voz sonora como si dijese: el Padre Eterno y vaya usté a ver quien es: un cerdo
lleno de alhajas, que más que persona
parece un santo milagroso. Ah! el dinero! Maldito sea el dinero, cuando sólo
sirve para hacer valer hombres como esos, con detrimento de la única
aristocracia digna de tomarse en cuenta; la del talento.
CASIMIRO – (con machete escondido dentro del pantalón. Algo alegre)
¿Qué le pasa, Don Luís, qué está hablando solo, como que ha tenío alguna
diferencia con alguno en la reunión?
LUIS – No, chico, no ha pasado nada
CASIMIRO – No, si le ha pasao algo dígamelo con franqueza pa pegame ahora
mismo.
LUIS – No, chico te digo que no ha ocurrido nada.
CASIMIRO – No, porque el que le haga un daño aquí, a usté o a su señora, se tiene que ve conmigo; y a
malhaya asina fuera pa que usté viera un zambo sabroso
LUIS – (Riéndose). Mira, chico, vete que no tengo ganas de reirme
ahora.
CASIMIRO – (Va hacia la izquierda y se devuelve) Y no se crea que lo
que le digo es mentira, mire: (sacando el machete) al que se meta con
usté le cai el plan; y si se abronquina mucho, le aplico el filadelfia (mutis
izquierda)
LUÍS – Ja, ja, ja.! Este Casimiro si que me hacen
mar de gracia, gasta unas palabritas que parece un académico. Y Salomé ¿por qué
no habrá ido al comedor? Me ha hecho falta verla: nada, que me he colao yo con
la chiquilla esta; he llegado a quererla.
SALOMÉ – (saliendo por la
derecha) Ah! (Sorprendida. Medio mutis).
SALOMÉ – No es... que entré así de repente; yo no sabía que estabas aquí.
LUIS - En este momento me acordaba
de ti
SALOMÉ – (Acercándose con interés) ¿De veras? ¿Tú te acuerdas de mí?
SALOMÉ – Y ¿Te acordarás siempre?
LUIS – (Abrazándola) Siempre Salomé, tú me has dado horas de
felicidad que no olvidaré nunca.
SALOMÉ – (con tristeza). Si, pero te vas mañana.
SALOMÉ – El deber; y algo más que el deber
LUIS – Mira, Salomé; no me hables de eso, yo sólo sé que te quiero; puede
que en mi pecho haya otros amores, pero tú te has metido en él a la fuerza te
has hecho un sitio en mi corazón y allí vives y allí estarás siempre recordándome
estas horas, para tormento mío.
SALOMÉ – A mí me ha pasao lo mismo; yo te he querío sin reperá en ná; así
como esas vacas que se quedan mirando los manantiales cristalinos cercaos de
alambre pa que no beban, pero que sienten mucha sé y rompen la cerca y beben a
grandes tragones, sin repará que revuelvan
el agua con las patas y la ensucian con su baba.
LUIS – Es verdad, Salomé, el amor no repara en nada. Muchos habrá que
censuren nuestro cariño, pero puedes estar segura de que en nuestro caso harían
lo mismo.
SALOMÉ – Yo lo que quiero es que no me olvides nunca; porque tú te vas y yo
me quedo.
LUIS – Bueno ¿y qué?
SALOMÉ – Qué yo siempre he creído que los que se van se olvidan muy fácil
de los que se quedan, porque ven muchas cosas nuevas y distintas.
LUIS – Yo no te olvidaré jamás, Salomé; sobre nuestro cariño no caerá nunca
el olvido; mi amor será como una lamparita oculta, pero ardiendo siempre en mi
corazón.
SALOME – Ojalá. Mira, cuando yo mire la silla vaquera que te prestaba
Casimiro pa que salieras a paseá por la mañana, me acordaré de ti; la taza en
que te desayunabas, tu puesto en la mesa, siempre el mismo, el colgador donde
colgabas tu ropa, el rincón donde leías los papeles, tó me hará acordame de ti,
porque yo creo que toas las cosas y tó los corotos, aunque dicen que no
sienten, algunas veces como que se reunen con nosotros, pa reí con nuestras
alegrías y llorá con nuestras tristezas.
LUÍS – (Se oye ruido de voces a la izquierda) Chist! Cállate que
alguien viene.
SEBASTIANCITO – (dentro). Bueno y ¿cuándo hablo yo?
DON SEBASTIAN – (dentro. – con carácter).
Cuando se pueda amigo.
SALOME – (que ha ido a mirar por la izquierda). Es Sebastiancito que
quiere echá un discurso y no lo dejan.
LUIS – Separémonos, Salomé, es mejor.
SALOME – (con indecisión). Mira, como ya no volveremos a está
juntos, yo quisiera regalate una cosa, pa que lo lleves siempre contigo y te
acuerdes de mí.
LUIS - ¿Y qué es ello?
SALOME – (Sacando del seno un escapulario de la Virgen del Carmen).
Mira esto; es un escapulario de la Virgen del Carmen, igual al que le regalé a
Doña Lola, pero este vale más, porque además de la imagen que esta dentro,
lleva este beso que yo le pongo ahora; toma.
LUIS – (lo besa). Lo llevaré siempre, Salomé. (mutis Salomé)
VOCES – (Dentro). A la sala, a la sala.
DON SEBASTIAN – (saliendo y viendo a Luís) ¿Y que usté qué le pasa,
amigo? ¿Cómo que lo cogió el roncito?
LUIS – No. Que me sentí un poco mal y vine a descansar un rato.
LOLA - ¿Te has puesto malo?
LUIS – No, rica, estoy bien.
DON SEBASTIAN – Vamos a vé, vamos a que, que se alegre esto que nos hemos
puesto tristes de repente. Eufrasia!, Salomé!
SEBASTIANCITO – (Qué se pasea aparte del grupo alicaído y disgustado)
(aparte). Pues señor, se adueño el viejo este del patio. Tres veces he
intentado recitar y no me ha dejado. Pero que no se equivoque, porque si yo me
incomodo, se presenta aquí la tranca, como dicen los vulgares.
EUFRASIA – (saliendo con Salomé) ¿Qué le pasa, Don Sebastián?
DON SEBASTIAN – Qué esto se está poniendo muy
triste y queremos vé si usté lo anima; o Salomé.
EUFRASIA – Será que están cansaos, Don Sebastián; ya es muy tarde; además
usté sabe que esta gente se va de madrugá.
DON SEBASTIAN – No, hombre, qué cansaos van a está; donde está Casimiro, pa
que busque otro garrafón de ron. Casimiro, Casimiro.
LOLA - (Con salamería). No, Don Sebastián, a qué más licor,
departamos aquí amigablemente y dentro
de un ratito, todos a dormir. Eh! ¿qué le parece?
DON SEBASTIAN – Usted dispone de mí como usted quiera.
SEBASTIANCITO – (Aparte). Qué rural! Decirle a una dama que disponga
de él.
CASIMIRO – (entrando de repente) ¿Quién dijo por aquí Casimiro?
EUFRASIA – Fue Don Sebastián que te llamó pero ya no te necesita. (Aparte
a Casimiro) ¿por qué no te acuestas más bien?
CASIMIRO – (Aparte a Eufrasia). ¿acostáme? Será pa que se vuelva esto una guachafita?
LOLA – A ver, que nos cante algo Salomé, con su
voz tan bonita.
SEBASTIANCITO – Eso es, y después recito yo
DON SEBASTIAN - Cará! Siempre se va
a salí el hombre con la suya.
SALOME - ¿Y qué canto yo? Si ya ustedes han oído tó lo que yo sé.
LOLA – Cualquier cosa, mujer: algo de tu tierra que tiene cosas tan bonias.
SEBASTIANCITO – Muchas gracias, Lolita. (Aparte). Tan sin cultura,
elogian la tierra y nadie da las gracias
LOLA – Canta aquella canción que cantaste aquella noche: “La Despedida”,
muy propia para nosotros, que nos marchamos mañana: esa es muy bonita, ¿verdad,
Luís?
LUÍS – (abstraído) Sí
MÚSICA
SALOME – Aunque el
pecho rebosa de pena
Y
el alma está llena
De
negro pesar
Por
mi amor que por siempre lo pierdo
Porque
lleve de mí este recuerdo
Yo
voy a cantar.
Adiós,
alma mía
Te
alejas muy pronto de mi:
Nunca
olvides que un alma aquí dejas
Que
sufre por ti.
Si
tu amor adorado fue mío
Fue
mío no más;
Nada
temas, jamás hado impío
Nos
separará
Auras
que juegan
En
el ramaje
Flores
que aroman
El
florestal
Traed
a el alma
Dulce
mensaje
Que
mis pesares
Venga
a calmar.
Nunca
me olvides
Luz
de mi vida
Aunque
vencida
Por
el dolor,
Te
aguardo siempre
Para
rendida
Entre
tus brazos
Morir
de amor
Al
mirar yo la luna en oriente
Le
preguntaré
Por
mi amor ausente
Ella
me dirá
No,
no volverá
No
volverá
LOLA – Muy bien, muy bien
SEBASTIANCITO – Preciosísima canción
CASIMIRO – Bueno, bueno e verdá, verdá. Ah Salomé esa no la había escuchao
yo.
DON SEBASTIAN – Pero esto está muy seco, vamos a mandá a buscá el roncito,
Doña Eufrasia. ¿No le parece, Don Luís?
LUIS – (que ha permanecido serio y callado). Eso es cosa de usted,
Don Sebastián; yo no he de beber
EUFRASIA – No, Don Sebastián; mejor es recogerse, que esta gente tiene que
salí de madrugrá.
CASIMIRO – Si quieren yo voy a buscá el ron; aunque es tarde Don Roque me
abre a mí a cualquier hora.
SALOME – No, mejor es recogernos, como dice mi tía.
CASIMIRO – (aparte). Tan pensando en recogese, y ahora es que yo
quiero regame.
SEBASTIANCITO – Buenos, antes de echarnos en
brazos de Morfeo, yo quiero que me oigan
DON SEBASTIAN - ¿Pero qué más quiere usté, Aguado? Nos ha recitao usté
sonetos, tercetos, cuartetos, quintetos y hasta ochetos y quiere más toavía
SEBASTIANCITO – Parece mentira, Don Sebastián, que usted me haga eso a mí.
Yo no doy lugar con mi conducta a que se me desprecie.
DON SEBASTIAN – Si yo no le he despreciao, es que sus versos son muy
tristes, amigo.
SEBASTIANCITO – Yo no tengo la culpa de que mi musa sea romántica
CASIMIRO – (aparte) Adiós, cará; ya ese no sabe ni lo que dice; por
decí romana, dice romántica.
SEBASTIANCITO – Bueno, voy a recitar algo que no sea romántico
LOLA – Vamos a oírlo
SEBASTIANCITO – El “Mapurite” soneto
DON SEBASTIAN – Póngase más lejito, porque... hay sonetos que suenan mucho
y a mi no me gusta la bulla
SEBASTIANCITO – Copo de algodón, copo de espuma
Más
blanco que una nube de verano;
Conjunto
de belleza suma
Que
no se puede tocar con la mano
Si
se tocan: te erizas inmediatamente
Se
abre el misterioso arcano
Y
flota tu espíritu en el ambiente
Y
te portas como un villano
Yo
te tendría siempre conmigo
En
mi hogar confortablemente
Y
tendrías un seguro abrigo
Pero
no puedo, aunque decírtelo es duro
Porque
tú no eres decente
Y
te alimentas de carburo
TODOS - Muy bien, muy bien.
LUÍS – (a Lola) ¿Mi maletín de viaje lo dejaste fuera?
SEBASTIANCITO – Lolita ¿usted quiere cerrar esta fiesta con broche de oro?
LOLA – Con mucho gusto; vamos a ver
SEBASTIANCITO – Pues bailenos usted aquel paso doble con que debutaron
ustedes la noche del estreno.
LOLA – Sebastiancito, por Dios
SEBASTIANCITO – No, no, no, no me diga usted que no; es lo único que le he
suplicado esta noche
LOLA – (A Luís) Anda, vamos a bailarlo
LOLA – Anda, tonto que te importa
LUIS – (Levantándose). Bueno, sea:
CASIMIRO – (aparte) (A Salomé y Eufrasia) Cará; esa muje es un
barril de complacencia.
(Lolita y Luis bailan)
Cantado: Gloria a
España
Mi
tierra querida
Es
la tierra
Del
garbo y la sal;
Bajo
el cielo
De
España la vida
Nos
convida a amar
A
amar y soñar
La
mujer que en España nació
Tiene
fuego, más fuego que el sol
Sus
miradas abrasan el alma
Y
su pecho es nido
Un
nido de amor
(Después de bailar algunos compases, Don Sebastián
pide la pareja a Luís que se la cede; y Sebastiancito se la pide a Don Sebastián que se la niega).
DON SEBASTIAN – Permítame, Don Luís
LUÍS – Con mucho gusto
SEBASTIANCITO – Permítame, Don Sebastián
DON SEBASTIAN – Ahora no puedo
SEBASTIANCITO - ¡Cómo que no puede! (Agarrándolo) yo soy un hombre
CASIMIRO – (Interponiéndose con el machete) Qué hubo; un momento (asombro general)
Jum! ... acaso que, que. Esta casa se respeta.
(Decoración de selva, fachada con puerta
practicable, es de mañana, amaneciendo: el mismo Coro interno del primer
cuadro)
CASIMIRO – (saliendo izquierda con capotera grande que tira al suelo)
Lo que soy yo no pasó de aquí, hasta aquí los acompaño. (Viendo la capotera)
Y a bicha bien pesá, parece que está llena e piedras (se sienta en ella).
Muy bien han podido salí esas gentes en las bestias desde la casa, pero a Doña
Lola le da miedo pasá el río montá y lo van a pasá en el bongo pa cogé las
bestias del otro lao. Si se dilatan mucho me duermo, tengo más sueño que un
policia. Esa trasnochá de anoche me tiene el cuerpo más maluco que un purgante
e saldiguera. Si Don Roque estuviera levantao, me echaba un palo doble pa sacá
este ratón que me tiene loco. (Acercándose a la puerta). Don Roque, Don
Roque, soy yo; abra sin miedo, que no es ningún general, es su vale Casimiro.
Ese viejo no abre ni con la ronda; desde que lo saqueó el general Mariche se ha
puesto más malicioso ; y que fue un saqueo completo mi amigo; hasta la batea la
lavá la mujé se la llevaron esos condenaos; a gente mala, cará. (escupe).
Tengo la boca amarga; en cuanto llegue a la casa me tiro una limoná debo tené
el higado azul, por eso a mi no me gusta
bebé ron; pa mí el que bebe ron bebe candela. Y a bicho malo ese de anoche, a mi me volvió
loco, me sentía la cabeza como una tapara llena e gatos; y usté sabe zambo
peligroso cuando está así; yo, de casualidá se me fue liso Sebastiancito, por
está en la sala e Doña Eufrasia, que si no; ay mi amigo, le aplico el ácido muy
completo, ah si! Por más Aguao que sea yo lo seco. Guá, esa gente como que se
ha ido por otro lao; a capacho! Eso si fuera bueno, que se fueran y me dejaran
la capotera. (viendo por la izquierda) Ahí vienen ya, gracias a Dios. (Gritándolos)
Epa! Tírense por la verea que esa vaca es brava. (Viendo la capotera).
Voy a tené que llevales la bicha esta hasta la orilla del rio, la fortuna que
está ahí mismo y bien lleno que está el condenao.
LUIS – (saliendo con Lola) ¿Y la frazada?
CASIMIRO – ¿La frazá, qué frazá? La capotera será
LUÍS – Bueno la capotera
CASIMIRO – Gá, ahí está; creía que se me había perdío (con sorna) es
chiquita, pero no se pierde.
CASIMIRO – (Cargando la capotera) No se apure niña, que ya llegamos,
ahí mismo está el río; y está bien crecío.
LOLA - ¿De veras? que miedo; pero
¿porqué se esponja si no ha llovido?
CASIMIRO – Es que estos ríos de poaquí son muy
raros, se llenan de agua en cuanto le mojan la cabezera.
LUÍS – Bueno, vamos, (A Casimiro) tú por delante.
CASIMIRO – Así me ponían siempre los jefes en la
guerra, por delante, pa tapase conmigo (mutis los tres derecha)
ROQUE – (Abriendo la puerta, habla con mucha calma) ¿Quién sería el
que me tocaba la puerta tan por la mañana? (viendo hacia la derecha).
Ah! es Casimiro; guá y los cómicos; como que se va esa gente, pero irán a pasá
el río nadando, porque lo que es Clemente no menea el bongo tan por la mañana.
Si hubiera sabio que eran ellos les hubiera abierto, quien sabe si algo hubiera
rajuñao, les hubiera vendío el mono o la pereza porque a esos españoles le
gustan mucho los animales; hasta la cotorra e mi mujé se la hubiera vendío:
pero amigo pa adivino Dios. Además, yo desde que me arruinó el generalísimo
Mariches, vivo con el alma en un hilo y con más desconfianza que un quebrao. Y que fue a esta misma hora,
que Dios guarde; me tocaron y que pidiendo café y en cuanto les abrí se
zamparon pa dentro como río en conuco y se lo llevaron tó. (compungido).
Mi cochina grandota, que me había costao tanto trabajo criala, fue la primera
que salió montá en la burra; las gallinas y toas las existencias de mi negocio,
que tenía como tres mil pesos: no dejaron ni los dos racimos de cambur que
tenía atrás e la puerta, tó se lo llevaron, esos condenaos; hasta mi pobre
perra chucuta que la había criao desde asina. (indicando con las manos)
le pegaron un mecate y la sacaron arrastre, porque se resistía; la pobre más
agradecia que mucha gente no quería abandonarme. Y así hay quien quiere que uno
trabaje aquí. Trabajá y pa qué; se pone uno viejo trabajando pa conseguí cuatro
matas de plátano y un rancho ande metese a viví tranquilo y de la noche a la
mañana aparece un bandolero de esos que arrasa con tó, hasta con nuestra vida,
y vé uno desaparecé en un momento el trabajo e tantos años, como desaparecen
las cementeras cuando las invade la langosta. Trabajá en esta tierra, ¡ni a
tiros! Que trabajen los musiuses que cobran gordo cuando les quitan algo porque
tienen pae que les haga pagá; además cuando se tienen los años que yo tengo, ya
uno no sirve pa na; y aunque sirviera, es muy triste a los cincuenta y ocho
años, tené que volvé a empezá; ya yo estoy más de allá que de acá. Pero no me
muero, carriso, sin vengarme de los que me arruinaron; la fortuna que nosotros
somos como el mar, que subimos y bajamos tos los días y en una de esas, pueo yo
sé aunque sea comisario y aunque sea escondio atrás de un palo dale su
pasaporte pa el otro mundo a un diablo de esos con una matacana. Ay! mi amigo
esta tierrita e nosotros ta perdía; mientras se compone voy a echarme un trago
e café que ya Genoveva habrá colao. (Esto último haciendo mutis,
deteniéndose al hablarle Casimiro).
CASIMIRO – (saliendo derecha). Caramba! Gracias a Dios, creía que no
lo iba a encontrá abierto
ROQUE – A mí no; será a la casa: y que ¿se embarcó esa gente?
CASIMIRO –Yo los dejé entre el bongo, les aflojé la capotera y me vine; yo
estoy trasnochao, vamos pa que me eche un palo a vé si se me compone el cuerpo.
(Caminando hacia la pulpería)
CASIMIRO – No, que café ni que café, un palo, un
clavo saca otro clavo (mutis los dos por la casa)
SALOME – (Saliendo con desesperación, mira a todos lados). Habrán
pasao ya. Ay! Dios mío, me parece que cometo un acción fea, viniéndome hasta
aquí. (pausa, mira). Pero no; yo quiero verlo por última vez. Me escondo
atrás de un palo y cuando pase lo miro, bastante como yo quiero, aunque después
no enga fuerzas pa volvé a la casa y me muera entre el monte como una bestia. (Vuelve
a mirar a todos lados). Le preguntaré a Don Roque que si los ha visto pasá.
No, me da mucha pena; me descubriría en la cara la desesperación que tengo en
el alma. Ay, mamaita, no me abandones, acompáñame, que me siento muy triste y
muy sola. (llorando con la cara entre las manos. Pausa) Dios mío, tú que
dicen que están en toas partes; en el cielo y en la tierra, en la iglesia y en
el monte, no me abandones; quítame esta desolación tan grande que siento y esta
angustia que tengo en el alma, que me tiene ciega y no me deja vé claro.
CASIMIRO – (dentro) Bueno, Don Roque, me
voy porque me estoy durmiendo parao.
SALOME – (Levantando la cabeza asustada). Qué! La voz de Casimiro.
Ya deben vení. (Va a esconderse hacia la derecha, pero se detiene al
llamarla Casimiro)
CASIMIRO – (Saliendo) Guá, Salomé ¿qué haces aquí? ¿de seguro que
viniste a buscarme?
SALOME – (Con la cabeza baja y azorada) (Música en la orquesta) Sí.
(con resolución) Y él ¿dónde está?
CASIMIRO - ¿Quién?
SALOME – Luís!
CASIMIRO – Don Luís, será
SALOME – (con vehemencia) Si, ¿dónde está?
CASIMIRO – Qué, ya esa gente va lejos.
SALOME – (con desesperación) ¿Se fueron?
CASIMIRO – Puuu! Hace rato ya.
SALOME – Pero ¿por donde?
CASIMIRO – Po el camino; yo los acompañé hasta ahí, hasta el río. Toavía no
deben habe llegao a la cumbre (subiendo y mirando hacia la derecha).
Míralos (Señalándole a Salomé). Allá van.
SALOME – (Mirando hacia donde le indica Casimiro y llevándose las manos
a la cabeza con desesperación) Dios mío.
CASIMIRO – (Sin ver a Salomé) Mira, esa mula e Don Luís como le mete
el pecho a la cuesta, en lo que lleguen a la cumbre ya no los vemos más. Don
Luís volteando pa tras, nos dice adiós con el pañuelo; míralo antes que se
tapen.
SALOME – (Mirando con tristeza hacia la derecha) Ay! Casimiro. (Se
abraza a él y llora sobre su pecho)
CASIMIRO – (Con asombro) ¿Qué es, qué te pasa? ¿te ha dao algo?
SALOME – (Levantándo la cabeza y señalando hacia la derecha) Ese
hombre...
CASIMIRO – (Con asombro) ¿Qué?
SALOME – Me ha matao; porqué me robó mi alma
CASIMIRO - ¿Pero que dices, Salomé? ¿Pero tú lo querías de verdá, verdá?
SALOME – (Con gran desesperación) Sí, me entregué a él con el alma,
como nos entregamos las mujeres del campo, sanas de cuerpo y de espíritu; le di
mi cariño, le di mis besos, le di mi vida.
CASIMIRO - ¿Pero no pensaste que no era tuyo y que se tenía que separá de
ti?
SALOME – Si, lo pensé muchas veces, pero que sé yo, no me imaginé que esa
hora iba a llegá nunca.
CASIMIRO – Pero llegó, Salomé, porque esa es la vida, resinnate ahora,
ellos son de las ciudades, por eso se van; nosotros somos del campo, por eso
nos quedamos.
SALOME – No; yo no me quedo; se queda mi cuerpo,
porque mi alma se va tras él.
CASIMIRO – (Queriendo llevársela) Vamonó Salomé, tranquilízate, tú
estás loca, confórmate
SALOME - ¿Conformarme? Núnca, su amor me hizo probar la felicidad, y
perderlo ahora, es como si me subieran al cielo y me dejaran caer de repente
sobre la tierra. (Forsejean los dos)
CASIMIRO – (Con angustia). Pero tranquilízate, Salomé,
tranquilízate. Don Roque! Don Roque! (llamando)
ROQUE – (Saliendo con asombro) ¿Qué es? ¿Qué pasa? ¿Qué quiere
Salomé?
SALOME – (Yendo a él y abrazándole) Morirme, Don Roque, morirme, eso
es lo que quiero.
ROQUE – (Con mayor asombro a Casimiro) ¿Pero que tiene, la ha picao
algún animal?
CASIMIRO – (Con tristeza profunda). Si Don Roque, la ha picao un animal
cuya picadura no tiene remedio, la ha picao el amor, y el amor también mata.
Pobrecita Salomé! (En el centro de la escena Salomé abrazada a Don Roque,
Casimiro a distancia, a la derecha)