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EL CRISTO DE LAS VIOLETAS.
Poema dramático en un acto.
De Andrés Eloy Blanco.
UN PATIO DE LA CASA DE LOS
BOLÍVAR EN CARACAS. LA ESCENA SE DESARROLLA EN LA ESQUINA DE UNO DE LOS
CORREDORES. A LA IZQUIERDA UNA PARED BLANCA, EN LA QUE SE APOYA UNA MESITA
AGOBIADA DE FLORES, QUE ENMARCAN UNA COPIA DEL CRISTO DE GUACARA.
DOS BRISERAS PARA CIRIOS LE HACEN
GUARDIA. POR EL ARCODEL FONDO SE VE UN PATIO CON MATAS DE GRANADOS. A LA
IZQUIERDA SE PROLONGA ELCORREDOR; UN GRABE TINAJÓN PEGADO A UNA COLUMNA; LOS
PERSONAJES APARECEN EN LA TERTULIA, EN UNA RUEDA DE SILLAS Y MECEDORAS.
DOÑA MARÍA ANTONIA CLEMENTE,
VALENTINA, DON FERNANDO Y GABRIEL.AL LEVANTARSE EL TELÓN TODOS ESTÁN COMO EN UN
SILENCIO TRISTE Y PENSATIVO; ASÍPERMANECEN DURANTE VARIOS SEGUNDOS, HASTA QUE
SE ROMPE EL SILENCIO.
DOÑA MARÍA ANTONIA. - ¡Por Dios,
qué silencio! ¡Por qué hemos quedado así?
VALENTINA.- Culpa de Gabriel.
Hijo mío, tus cuentos son más tristes que una urna. Hombre, no tiene gracia eso
de venir a contarnos cosas malas a estas horas.
GABRIEL CAMACHO.- No, no es el
cuento... Es el aire que está triste. Es que todo está preparado para el
quebranto. Ese cuento lo refiero yo en cualquier otro díay pasa sin hacer daño;
pero hoy está lloviendo pena.
MARÍA ANTONIA.- ¿Pena? Pena me da
a mi don Fernando que viene aquí a pasar un buen rato y se ha quedado el pobre
con una cara de enfermo...
DON FERNANDO.- Tiene razón
Gabriel. Hay momentos en que la melancolía viene sin llamarla. Somos como los
árboles. Sombra y fruto tenemos, pero no siempre cantanlos pájaros. Es el cielo
quien nos manda el ave que viene alegre y la que viene triste. No es culpa
nuestra...
MARÍA ANTONIA.- Pero hoy es un
día en que han llegado los pájaros cantando. Las noticias que usted nos ha
traído son para estar de fiesta, don Fernando. Y quiera Nuestro Señor que no
cambien.
DON FERNANDO.- Dios querrá que no
cambien. Mis noticias son buenas. El está mejor. Mejor, no más; no podemos
pedir más por ahora...
VALENTINA.- Estará cansado más
que todo.CON FERNANDO (triste).- Cansado de todo... Cansado debía estar desde
hace tiempo. Cansado ha debido quedar en la noche del 25 de setiembre; cansado
ha debido quedar desde las canalladas de Valencia; cansado ha debido quedar
desde las traiciones de sus generales, cansado de Córdoba, cansado de Lara,
cansado de Santander; cansado de la incomprensión, cansado de su propia
superioridad; sí...debe estar cansado... debe estar cansado hasta de no
cansarse nunca...
GABRIEL.- Pero no se cansa de
soñar y de predicar... y todavía dicen los traidores de aquí que lo necesitan;
todavía le quieren dar la presidencia, esa presidencia que lo está matando.
DON FERNANDO.- Pero ya no le
tendrán. Su separación de la política es irrevocable. Está enfermo, está
desilusionado. Ya no quiere vivir, sino dormir.Me dice que desde que salió de
Bogotá se preparó para juntarse con el mar. Y allí se está en Santa Marta como
un fondeadero. Su larga carrera tormentosa es la de un río claro y bravo. Ha repartido
su caudal y ahora ha llegado al mar como a una mansa desembocadura...
MARÍA ANTONIA.- No, no... mi
hermano se morirá de pensar, mi hermano no descasará jamás mientras viva... Yo
lo conozco... ese río no entrará suavemente en el mar. Lo abrirá como una
tormenta en su última lucha por la justicia... Mi hermano morirá como él quería
morir, en una carga; sí, su tristeza es muy grande y muy rebelde y él morirá
junto al mar y como el mar, don Fernando...
VALENTINA.- No volvamos a
ponernos tristes. Ya ves, mamá, que está mejor... Y el Cristo de las Violetas
lo salvará.
DON FERNANDO.- ¿Cuál es el Cristo
de las Violetas?
MARÍA ANTONIA.- Ese, es una
copia. El Cristo está en Guacara. Lo trajo de Italia el señor Wallis. Es muy
hermoso. Cuando fuimos a las minas le conocimos y nos gustó tanto que mandé
hacer una copia. Y Luisa lo ha confirmado el Cristo de las Violetas. Verá
usted: El Cristo tiene las manos, los pies y los labios como las violetas. La
pobre ciega que no podía admirarlo hacía que Valentina y Margarita se lo
explicaran. Y entonces nos dijo: "Pues para mí se llama Cristo de las
Violetas..." Y así se quedó.
DON FERNANDO.- ¡Pobre Luisita!
Parece mentira que unos ojos tan hermosos notengan luz. Y dígame, doña María
Antonia, ¿no se ha sabido nada de Avendaño?
MARÍA ANTONIA.- Nada, cuando mi
hermano salió para oriente, aquello era un desastre. Como todo el pueblo huía,
todo era confusión. ¡Ay!, ¡ese año 14 fue un mal sueño! El Capitán Avendaño -
¿te acuerdas, Gabriel?- qué guapo hombre, gallardo y un jinete estupendo; el
capitán Avendaño marchó de los primeros. Yo les había tomado ya cariño a esas
dos niñas, y cuando él me las confió las recibí con alegría... Y no me he
arrepentido hasta hoy. Y ve usted, son como mis hijas. Su padre, quien sabe
dónde habrá caído de su caballo para no levantarse más. ¡Pobre patriota, que
probó la peor parte de la patria en el peor de los años!...
DON FERNANDO.- Sí recuerdo todo
eso. Hicimos mil averiguaciones. El Libertador estaba desolado por la
desaparición de su llanero.
VALENTINA.- Y luego la desgracia
de Luisa, tan rápida, tan inesperada nos ha hecho quererla más...
DON FERNANDO.- ¿Estaba enferma
ya?
VALENTINA.- No... estaba muy
bien, muy alegre... una noche se acostó como siempre y al día siguiente nos llamó
llorando; estaba ciega, ciega sin saber por qué. Lo único que dice fue que tuvo
un sueño raro, así como de llamaradas, de relámpagos, no sé; en fin, quedó
ciega la pobrecita... Y es tan dulce, tan piadosa, que ni se lamenta ya... vive
sonreida... más llora Margarita de verla a ella ciega.
DON FERNANDO.- Es lamentable,
pero hermoso verlas a las dos. Cuando Margarita le vas sirviendo de lazarillo,
más bien parece que fuera Luisa la que conduce a Margarita; porque la ciega vas
sonriente y la otra lleva los ojos marcados de congoja...
MARÍA ANTONIA.- No será eso sólo
el cavilar de Margarita...
DON FERNANDO.- ¡Hola, hola! ¿Como
que hay algo más? ¿Amorcitos?
MARÍA ANTONIA.- Tal vez.
VALENTINA.- No, mamá. Amorcitos,
no; amor, acaso, pero honrado y paciente amor. Margarita nunca hará lo que tú
no apruebes.
GABRIEL.- Eso es más
complicado... A ver, Valentina; explica eso; creo que don Fernando es de la
casa.
VALENTINA.- No sé, yo nada sé...
MARÍA ANTONIA.- Pues yo sé muchas
cosas, Valentina; yo sé lo que no quisiera saber. Yo sé que Margarita prefiere
ahora ir a misa de ocho en San Pablo cuando antes prefería la de seis en San
Francisco. Yo sé que Margarita ha descubierto que son muy bonitas las mañanas
del domingo por los lados de la Vega y que es muy piadoso acudir a la limosna
de la tarde a la puerta de San Felipe... Yo sé que ahora se pone muy bien el
sol por La Pastora, y asoma muy bien la aurora por Cotiza. Yo sé que Margarita
se ha sorprendido de lo azul que es el cielo y de lo verde que es el campo...
yo sé que hay nubecillas en el cielo y pajarillos en el aire, y la niña
Margarita en la ventana ha conocido a la luna del cielo...
GABRIEL.- Total, la niña
Margarita está enamorada. Mejor. La niña Margarita va a gozar por fin su pedazo
de tontería. No sabemos que somos tontos hasta que nos enamoramos.
MARÍA ANTONIA.- Pues a ti te
dura, porque lo que has dicho es una tontería.
GABRIEL.- No lo niego. Pero
¿quién es el galán?, porque no creo que la niña Margarita se haya enamorado del
cielo ni de las nubes...
VALENTINA.- No hay nada todavía.
Ella sabe muy bien que a mamá no le gusta.
DON FERNANDO.- Por algo será.
¿Quién es él?
VALENTINA.- Juan Antonio Velasco.
DON FERNANDO.- ¿Ese que llaman el
españolito?. Es simpático ese muchacho...
MARÍA ANTONIA.- Yo he soñado
siempre, don Fernando, en casar a las hijas de Avendaño de acuerdo con lo que
hubiera querido Avendaño para ellas. ¿Usted cree que aquel hombre de los
llanos, patriota enfurecido, que murió por su bandera, matado acaso por un
español, habrá visto con placer a su hija casada con uno de sus enemigos?. La
hija del hombre que murió por Bolívar no puede salir de la casa de los Bolívar
de la mano de un realista.
VALENTINA.- No es realista, mamá;
es español . La guerra ha terminado y él es venezolano.
MARÍA ANTONIA.- No, es español;
es un agitador de la colonia; es un hijo espiritual de José Domingo Díaz; es
uno de los que gritaron por las calles celebrando la batalla del Calvario en el
día de Carabobo. Está tranquilo porque no lo han molestado; pero es un
realista, es un hombre que odia a mi hermano y yo no le doy a mi hija. De la
mata de granados que hay en mi patio no comerá un solo grano la boca que pidió
la muerte del hombre de mi casa.
GABRIEL.- Juan Antonio Velasco,
el españolito... ¡pobre Margarita!
MARÍA ANTONIA.- Juan Antonio
Velasco, el españolito... ¡Pobre hermano mío, tan grande y tan amargo!
DON FERNANDO.- Por amor, doña
María Antonia, grande por amor, amargo por amor.. no lo olvide usted... Cuando
vea usted llorar a Margarita, procure usted hacerla ni tan grande ni tan
amarga...
VALENTINA.- ¡Silencio! (Entran
riéndose, Luisa y Margarita, cogidas de las manos).
MARGARITA.- Valentina, Valentina,
mira lo que nos traen. Fíjate, ¡qué naranjas!
VALENTINA.- ¿Quién vino?
MARGARITA.- Pomarrosa. La vi de
lejos, y por allí, por esos corredores, hemos pasado sin que ustedes nos
vieran, no fuera que me quitaran las mejores. Pomarrosa viene cargada de
cosas... ¿Cómo está, don Fernando?
DON FERNANDO.- Margarita, bien.
Más linda cada día.
LUISA.- ¿Don Fernando, está aquí?
DON FERNANDO.- Aquí está Don
Fernando, Luisita, mirándote esa cara de sol...
LUISA.- No sea malo, Don
Fernando, que si yo pudiera verlo sabría que se está riendo de mí...
DON FERNANDO.- Si pudieras verte
tú misma, sabrías que no me estoy riendo. A ver. ¿qué les trajo Pomarrosa?
LUISA.- ¡Pomarrosa! !Pomarrosa!,
!pasa, ven! Entra Pomarrosa fresca y jovial, con un cesto lleno de frutas y
flores.
VALENTINA.- ¡Cuántas cosas!, y
¿Dónde encontraste tanto?
POMARROSA.- De caminar tanto lo
encontré todo... De Anauco arriba, helechos para doña María Antonia. Me bañé.
¡Más fría que estaba l'agua!, se me encalambraban las canillas, niña. Pa eso
las caminé bastante hasta que reventé por la Alcabala. Venían esos carros de
Petare que botaban las frutas; naranjas, dicen que de la Floresta, ¡y unos
mangos hermosos, niña! Y son pa la niña Margaritalas naranjas y pa la niña
Valentina los mangos. Y por los laos del Rincón-¡asina anduve- fue que jallé
las violetas pa la niña Luisita, que dan gusto. Me las quitaban por un tris.
Por nada se me llegó uno y me quitó un poco... uno que es teniente...
LUISA.- ¡Ay Pomarrosa!, ¿le diste
mis violetas?
POMARROSA.- Un poco, niña
Luisita, un poco no más... Fue porque me dio pena. Usté sabe que uno con los
patriotas se tié que portá bien; ¿guá, y el patriotismo? además... que yo le
debí algo.. Como él me había dao unas violetas hacen días, y a mí no me gusta
quedarme con nada, fui y se las devolví ahora. No vaya a crecé el patriota...
GABRIEL.- ¡Claro! No vaya a creer
el patriota que tú te quedas con lo suyo, ¿verdad?
POMARROSA.- Asina es. Y yo soy
asina. Cada vez que él me da algo no se pasa una semana sin que yo le dé aunque
sea unas flores... No vaya a creé...
GABRIEL.- Eso es... No vaya a
creer que a ti te hacen falta sus regalos, ¿verdad?
POMARROSA.- Asina es. Usté ve,
estos claveles que tengo en la cabeza me los dio ahoritica. Yo soy asina; yo
mañana o pasado le doy unas flores e un vasito écarato que yo hago muy
bueno..., no vaya a creé...
MARÍA ANTONIA.- ¡Cierto! Eres muy
honrada, Pomarrosa. No quieres deberle nada al patriota, ¿verdad?
POMARROSA.- Tanto como nada no,
doña María Antonia..., que él no da pa que yo le pague; él me da de su
espontáneo; y él es muy patriota pa cobrá; y hay cosas que no se pagan nunca;
pero yo sé como son los patriotas, doña María Antonia, que en la guerra se
acostumbran a ersiguí y son muy ersigidores; por eso es que yo soy asina, pago
ligero pa que no cobren demás. Asina es...
Entra Mercedes. Viene azorada,
como con miedo.
VALENTINA.- !Mercedes, aquí está
mercedes! Pero ¿qué te pasa?, vienes como si te hubieran regañado en la calle.
MERCEDES.- Buenos días.
GABRIEL.- ¡Otra que viene triste!
¡Hombre!, !no parece sino que todo el mundo hubiera escuhado hoy en el cuento
que yo conté!
MERCEDES.- ¡Es que... hay un
gentío en la calle! Estaban gritando y el tumultoes espantoso. Me dio un
miedo...
VALENTINA.- ¿Será algo grave?,
¿qué gritaban?
MERCEDES.- Ni sé. Me dio mucho
miedo. Cuando yo tengo miedo no oigo nada...
MARGARITA.- ¿Cómo es el cuento,
Gabriel?
GABRIEL.- Conté el cuento de la
india y el hijo de Vasconselos. El hijo del capitán general se enamoró de una
india, pero su padre lo perseguía y declaró uno dio mortal a la muchacha. Era
como un pleito de razas... Un día la india dijo a su novio: "Mira, cuentan
las leyendas de mi pueblo que dos amantes no llegan aser completamente uno del
otro sino cuando la muerte los une", y se tiraron los dos por la loma del
Anauco que está detrás de la casa de la Capitanía... Ya ves, es un cuento bien
tonto...
MARGARITA (triste).- ¿Y eso será
cierto?
DON FERNANDO.- No, Margarita...,
eso no es cierto... La muerte no junta a nadie...
LUISA.- La muerte junta a los que
deben juntar..., como la sombra...
VALENTINA.- Dos amantes no llegan
a ser completamente uno del otro...
MERCEDES.- Hasta que la muerte
los une...
LUISA.- Hasta que la muerte los
une...
MARGARITA.- Hasta que...
POMARROSA.- ¡Ay, mi madre... ! Si
van a llorar me voy...
MARÍA ANTONIA.- No, ahora vamos a
adornar la mesa con los helechos de Pomarrosa. Ya verá usted, don Fernando, qué
tinajas me ha mandado el general Sucre. (Luisa, que iba a tomar las violetas,
se detiene con un leve grito al oír estas palabras)
DON FERNANDO.- Luisita, ¿qué
tienes?
LUISA.- Nada, nada, don Fernando,
parece que algo pincha en estas violetas.
DON FERNANDO.- A ver... No, no
hay nada que pinche, Luisita (bajo). No hay nada que pinche en las violetas,
hija mía..., pero hay algo en la voz que duele un poco...
LUISA.- No..., nada..., nada
duele... Póngame estas violetas en la mesita.Gracias...
DON FERNANDO.- (sin apartar la
vistas de Luisita).- Decía usted, doña María Antonia, que ha recibido unas
lindas tinajas de Guayaquil. ¿Ha sabido usted algo del general Sucre?
MARÍA ANTONIA.- Sí, ya debe haber
llegado a Quito. Las noticias son malas; esas gentes de Pasto y esas gentes de
Bogotá no pueden ver al mariscal. Y es claro. El mariscal es Bolívar. Los
Azuero y los Santander y los Obando no pueden vivir la misma vida de los Bolívar,
de los Sucre y de los Urdaneta... Tengo un miedo a veces, don Fernando. Fuera
de usted, Sucre y Urdaneta, no nos quedan diez amigos... Pero venga usted a ver
las tinajas...
DON FERNANDO.- Luisita, ¿duele
todavía el pinchazo?
LUISA.- No, don Fernando; pero
¿qué piensa usted?
DON FERNANDO.- Nada, niña mía,
nada. Pero estos ojos que han visto tan lejos y en tanta miseria oscura, cómo
no han de ver algo en tu vida tan clara y tan hermosa. Yo sé muy bien, Luisita,
que hay momentos que hasta las violetas tienen espinas...
Salen Don Fernando, María
Antonia, Gabriel, Mercedes y Pomarrosa.
VALENTINA (al verse solas).-
Cuenta, cuenta...
MARGARITA.- No, cuenta tú
primero.
VALENTINA.- Pues nada, hija...,
lo que habíamos pensado. A mamá no le gusta. Habló muy claro. Dice que ella no
le da su hija a un realista y que tu padre tampoco habría consentido y que...
LUISA.- Mi padre sí habría
consentido. Y doña María Antonia consentirá también. Yo que soy ciega lo veo
todo mejor que ustedes. Yo veo claro en el sentimiento de todos. Doña María
Antonia es más buena que los santos y tú verás, tú verás. Cuando yo le hable no
me negará nada...
MARGARITA.- ¿Qué sabes tú?
LUISA.- Mira, Margarita, ¿tú has
visto nada más triste que una mujer llorando? ¿No verdad? Pues figúrate lo
triste que será una ciega llorando. Por eso, por no entristecer a nadie, estoy
siempre sonreida. Pero cómo será de doloroso ver unos ojos que parece que no
tienen luz y de pronto empieza a brotar de ellos unos hilos luminosos de una
luz que no ha servido para alumbrar, para ver, pero sirve para rogar, para
pedir y para decir a doña María Antonia: Margarita está enamorada y yo quiero
que se case con su novio. Y entonces ella tendrá miedo de que se vacíen mis
ojos, como dos vasos que sólo sirven para llenarse de agua...,y entonces, sin
vista y sin lágrimas, para qué van a servir... Ella hará lo que yo le pida,
porque no querrá quitar a mis ojos el llanto que les queda, que es lo único que
les queda...
MARGARITA.- No, no... Que tú
vayas a estar llorando media vida para que yo...No... Yo le diré a Juan Antonio
que no venga, que se vaya lejos...
LUISA.- Tú no le dirás nada de
eso a Juan Antonio. Porque yo le diré entonces que todo eso es mentira tuya y
que doña María Antonia no quiere que él se vaya... Oye, Margarita, nadie ve
mejor ciertas cosas que los ciegos... Ustedes ven hacia fuera. Nosotros vemos
hacia adentro...
DON FERNANDO (entrando. Ellas se
callan al verlo).- ¿Por qué se callan? ¿por qué te callas Luisita? No vengan a
decirle a un viejo romántico que está de más aquí. Mira, Margarita, eso que te
está diciendo Luisa es lo cierto. No vayas a cometer la tontería de decirle a
Juan Antonio que se vaya. Hoy no lo quieren aquí. Mejor. Así te querrá más
mañana; la guerra que hoy le hacen aumenta su afán, mientras más le cueste
lograrte, más te querrá. Así fuimos los patriotas; mucha pena y mucha sangre ha
tenido que costarnos esta tierra para quererla como la queremos. Así es
mejor..., que te niegue un poco doña María Antonia, te querrá más tu
españolito... Queremos más a las mujeres por lo poco que nos niegan que por lo
mucho que nos dan...
LUISA.- Gracias, don Fernando.
Usted sabe mucho...
DON FERNANDO.- Mucho, Luisita,
mucho... Sé más que Margarita, ¿verdad?..., y de ti sé muchas cosas, muchas,
¿verdad?
LUISA (sobresaltada).- ¿De mí?
?Qué puede haber en mí de interesante, don Fernando?
DON FERNANDO.- ¡Quién sabe,
hijita mía, quién sabe! Acaso haya sido yo buzo alguna vez y haya llegado hasta
el fondo de las tinajas que vinieron de Guayaquil...
LUISA (sin contenerse).-
¡Cállese, don Fernando, cállese!
MARGARITA.- Luisa, Luisa, ¿qué
es?
DON FERNANDO.- Nada, nada que no
sea muy hermoso. ¿Verdad, Luisita, que tú no vas a contar a tus tres amigos
todo eso...? Vamos, tú allí sentada y el viejo amigo aquí... Valentina y
Margarita allí... ¿Verdad que la espina de las violetas te entró por un oído
cuando doña María Antonia habló de las tinajas que le había enviado tu...
mariscal?
LUISA.- ¡Por Dios, don Fernando,
usted está loco!
VALENTINA.- Pero Luisita, estás
nerviosa... Cuenta...
MARGARITA.- Di, Luisa, cuéntanos
un cuento...Pausa. Luisa solloza.
LUISA.- ¿Tú te acuerdas,
Margarita, del año 20, en el Ingenio?... ¡Cuántos oficiales, cuánto lujo,
cuántas armas! El Libertador iba muy contento. Aquella noche de la fiesta fue.
Un oficial rubio de patillas rosadas me tomó del brazo. Mientras bailábamos él
hablaba. Yo no he escuchado jamás una voz más dulce y al mismo tiempo más
fuerte. Era una voz metálica y apasionada. No creo que haya nadie más noble que
él en la tierra... Aquello fue como un sueño bueno. Nos dijimos mil cosas. Él
prometió; él prometió que volvería. Yo lo esperé mucho tiempo; me impacientaba
su tardanza. Supe que había prosperado. Yo lo sabía; yo sabía que él sería muy
grande, el más grande después de El Libertador. Yo sabía que él era el hijo, el
más grande después del padre... Cuando vino aquello de mis ojos, me acosté
pensando en él, me dormí pensando en él. Pero tuve una pesadilla horrible. Le
veía sobre un volcán, rodeado de fuego. Oía el ruido de los cañones; la muerte
pasaba sobre él y él la saludaba sonriente y agitando una bandera. Le vi
coronada de llamas volar hasta una llanura ensangrentada... Y de pronto todo
fue oscuro; era una selva, una selva espantosa; él iba solo... De pronto una
llamarada salió de los árboles y él cayó desplomado... y todo quedó otra vez
oscuro... Desperté y todo seguía oscuro... oscuro... y todo está oscuro
todavía... (Pausa).
Luego supe que era glorioso, que
había salvado a Colombia en Ayacucho, que era el gran mariscal; el volcán acaso
era el Pichincha; y supe que era presidente de Bolivia... y supe que se había
casado con una marquesa...(Pausa) Pero eso no me dolía, porque ya yo no lo
esperaba... Es más... no quería que volviera... ¿Para qué, para no verle?... Y
así está mejor... Él es mío de todos modos... y hasta creo que va a venir algún
día a cumplir lo que me ofreció. ¡A mi no me importa esa marquesa!... Es mío
(Ríe) Me lo ha ofrecido el Cristo de las Violetas... Si viene más viejo o más
feo, no me importa, porque yo... yo no lo veré (Solloza)Todos han quedado
silenciosos. Entra María Antonia.
MARÍA ANTONIA.- ¿Qué pasa, qué es
esto?
DON FERNANDO.- Nada..., otro
cuento triste, otra hora sin pájaros en el árbol.
MARÍA ANTONIA.- Luisa, estás
llorando. ¿Quién la hizo llorar?
LUISA.- Nadie... Fui yo quien
contó el cuento... Fue a propósito de las tinajas que vinieron de Guayaquil.
Pensaba yo en la sed que podrían apagar ellas a tantos que viven sin agua...
MARÍA ANTONIA.- No quiero que
llores, Luisa... Ya sé, ya sé que hay mucha sed en el mundo. Que se llenen de
agua todas las tinajas del mundo para la sed de todos los sedientos, pero que
no se llenen de tus lágrimas mis tinajas de Guayaquil...Entra Gabriel,
precedido por un negrito que trae refrescos.
GABRIEL.- Vaya, aquí hay agua
para los sedientos. Se acabó la tristeza.
LUISA.- ¿Es Valerio?. Ven acá. Ya
sé que le robas los mangos a Pomarrosa, me lo dijo antier. Si le sigues robando
los mangos a Pomarrosa, le voy a pedir a Dios que te deje negrito para toda la
vida.Entre las risas ofrece Margarita los refrescos y en medio de la
conversación llega Pedro, el criado, algo agitado.
PEDRO.- Señora...
MARÍA ANTONIA.- ¿Qué sucede?
PEDRO.- Señora, la plaza del
mercado está llena de gente... Parece que hay revuelta... Están gritando los
patriotas...
DON FERNANDO.- ¿Cómo? ¿Qué
ocurre?
PEDRO.- Las gentes llaman a don
Fernando a la puerta de la Intendencia. Parece que hay noticias malas. Y están
matando a uno...
MARÍA ANTONIA.- ¿Matando a uno?
¿Por qué?
PEDRO.- Por español, señora;
dicen que han cometido un gran crimen y que los godos son los culpables. Dicen
que los granadinos y los godos se han juntado para matar a los patriotas y que
hay que matarlos a ellos... Anda todo revuelto y por esas calles están trancando
las puertas...
MARÍA ANTONIA.- Algo habrá cuando
el pueblo se agita. Algo nuevo y muy malo habrá caído sobre esta tierra que no
se cansa de sufrir.
VALENTINA.- !Dios mío! ¿Qué será?
Don Fernando, ¿usted no sabe nada?
DON FERNANDO.- Nada. Voy a la
Intendencia a ver qué ocurre.
GABRIEL.- Espéreme, don Fernando;
yo le acompaño.
MARGARITA.- (que está casi
desmayada).- Gabriel... Gabriel...
GABRIEL.- ¿Qué
quieres?MARGARITA.- Gabriel..., que si es él..., que lo salven...
GABRIEL.- Cálmate, no tengas
cuidado...Entra Juan Antonio Velasco. Margarita va a correr hacia él. María
Antonia la detiene con la mirada.
MARÍA ANTONIA.- ¿Qué desea usted?
JUAN ANTONIO.- Lo que usted
desee, doña María Antonia. Una noticia espantosa ha llegado a Caracas. El
pueblo anda loco, quieren matar a los españoles y a los granadinos. Yo he
venido a salvarme en esta casa del mal grande de los colombianos. Usted dirá.
MARÍA ANTONIA.- ¿Yo diré?, yo
diré que usted, si es español culpable, debía huir de esta casa que es la casa
de los patriotas.
JUAN ANTONIO.- No soy culpable,
soy español. Y vengo al lado de una mujer que me quiere.
MARÍA ANTONIA.- Esa mujer es mi
hija. Y es patriota. Las mujeres de mi casa no quieren a sus enemigos.
JUAN ANTONIO.- Al llegar le dije
a usted, señora, que yo deseaba lo que usted deseara. Buenos días.
MARGARITA.- ¡No..!
DON FERNANDO.- Espere usted un
momento, Juan Antonio. ¿Qué noticia esa esa que todos saben y que yo no sé?
JUAN ANTONIO.- Dicen que han
asesinado al Mariscal de Ayacucho. Luisa queda de pie como alucinada por el
golpe. LUISA.- Que... han asesinado... al ... mariscal... de Ayacucho... Que...
han asesinado... al... mariscal... de Ayacucho...Valentina la sostiene en sus
brazos.
MARÍA ANTONIA (estupefacta).-
Pero..., ¿pero es cierto?
JUAN ANTONIO.- Es cierto,
señora... Hay una comunicación para don Fernado, pero al mismo tiempo la
noticia ha llegado por otros órganos. Es cierto. El 4 de junio fue asesinado el
mariscal de Ayacucho en la montaña de Berruecos.
MARÍA ANTONIA (frenética).- ¡Dios
bendito! ¡Y mi hermano se morirá, sí, se morirá; no es al general Sucre, que
han matado esos bandidos! ¡Han matado a mi hermano! ¡Asesinos! ¡Han matado a El
Libertador! ¡Han matado al padre! ¿Y usted viene a pedir salvación en esta casa
ultrajada? ¿Y usted viene a pedir a la casa de Bolívar vendido, de Bolívar
traicionado? ¿Usted viene a esconderse aquí? ¡Pedro, Pedro! Abre las puertas.
¡Di al que venga a buscar a este hombre, que está aquí, que entren, que se lo
lleven, que lo asesinen también como ellos asesinaron a los padres de
Colombia...!
MARGARITA.- ¡No! ¡Perdón!
¡Gabriel! ¡Don Fernando! (Salen todos, menos las dos hermanas y Juan Antonio).
MARGARITA. (A Juan Antonio).- ¡De
aquí no te vas!
JUAN ANTONIO.- Cálmate. De aquí
me iré; de aquí me llevarán. Pero no creas que he venido a esconderme, a
salvarme. No, he venido a saber lo que sé; he venido a verte; he venido a
preguntar si tú eras posible par mí, a preguntarle a doña María Antonia si mi
esperanza era justa. Si ella me hubiera dicho: allí está mi hija, te la doy,
entonces me hubiera escondido para salvarme. Pero ahora, ahora ya sé. Ahora ya
no me importa que me asesinen delante de tu misma casa... La guerra es así...
Ganar la vida es una batalla inútil si con ella no se gana el amor. Yo gané mi
mejor batalla contigo, la perdí con doña María Antonia. Con los Bolívar no
podemos luchar los españoles...
MARGARITA.- ¡Tú no te vas de
aquí!
JUAN ANTONIO.- No, si yo no me
voy todavía. Yo todavía tengo que decirle a Luisita que tú y yo somos dos
egoístas. No pensamos sino en nosotros; pero yo he visto el efecto que le
produjo a ella la noticia. Yo he adivinado su dolor mucho más grande que el
nuestro... Luisita, hoy es el día en que les matan los novios a las Avendaño.
LUISA.- No, a ti no te matarán,
Juan Antonio. Tú verás. Ese que está ahí se llama el Cristo de las Violetas y
es patriota y español. A ti no te matarán.
JUAN ANTONIO.- Luisita,
perdóname. No sospeché nunca el dolor que te traía.
LUISA.- No, Juan Antonio, si ya
no es dolor; ya estoy bien; ¿no me ves sonreida?... Margarita, ¿te acuerdas de
lo que contaba hace un momento? ¿Te acuerdas? Te dije que él era mío, mío de
todos modos; te dije que él vendría a cumplir lo que me ofreció; y ya tú ves,
él ha venido. Ahora le han matado y ahora no quedará de él sino el recuerdo; y
el recuerdo es mío, Margarita, mío solo; ni su pueblo, ni su espada, ni su
marquesa me lo van a quitar ahora... ¡Que venga la marquesa a quitármelo! ES
mío, mío, mío...
MARGARITA.- Hermana,
bienaventurados los ciegos...
LUISA.- Sí, !bienaventurados los
ciegos, porque ellos verán a Dios!; bienaventurados los ciegos, porque ellos no
perderán nunca el recuerdo; bienaventurados los ciegos, porque su amor no puede
morir jamás en su universo de sombra; bienaventurados los que no podrán ver los
ojos del amado porque así siempre los llevarán consigo...
MARGARITA.- Bienaventurados los
ciegos, hermana, porque para ellos ni la muerte es distancia ni la patria es
abismo...
LUISA.- Sí... Los novios de las
ciegas pueden ser mariscales, patriotas oespañoles... Para nosotros todo es
negro... Para nosotros todas las banderas son de un solo color... (María
Antonia ha oído las últimas frases desde el fondo. Entra con un cirio).
MARÍA ANTONIA.- Margarita... Toma,
ponle esta vela al Cristo, por el alma del gran Mariscal de Ayacucho...
LUISA.- Doña María Antonia, doña
María Antonia..., no..., no le ponga usted lavela..., no..., velas no, que yo
no veo..., que yo no veo la luz... Tome...,póngale usted violetas al Cristo de
las Violetas. Violetas... Doña María Antonia, que yo pueda olerlas... póngale
usted violetas por su alma..., que huela un poco para él que no tiene ojos...
PAUSA.
MARGARITA LLEVA LAS VIOLETAS AL CRISTO.
LUISA QUEDA EN EL CENTRO, MIRANDO HACIA DELANTE, ALTA LA CABEZA DOLOROSA, COMO
BUSCANDO EL CIELO. JUAN ANTONIO, RESPETUOSO Y SERENO. MARÍA ANTONIA ATRAVIESA
LENTAMENTE LA ESCENA, VIENDO FIJAMENTE A JUAN ANTONIO.
MARÍA ANTONIA.- ¡Pedro!
¡Pedro...! ¡Cierra las puertas, Pedro...!
TELÓN.
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