Presentación para el programa de mano de Divinas palabras

Vicente Leñero


Para el teatro de México, Valle Inclán es un clásico. El interés que nuestro país despertó al escritor en sus dos viajes a la capital, en 1892 y en 1921, han sido correspondidos desde entonces y hasta la fecha por la veneración mexicana a la obra del ilustre gallego. Conocemos bien su teatro. Se han montado aquí sus esperpentos, Luces de bohemia, Divinas palabras... Fue precisamente Divinas palabras el drama que en 1964, con un montaje de Juan Ibáñez y con la Compañía de Teatro Universitario fundada por Héctor Azar, mereció el gran Premio en el Festival de Teatros Universitarios en Nancy, Francia.

Otro grupo universitario Drauco ("la compañía de la acción", le llaman sus integrantes) repone aquí, ahora, hoy mismo, Divinas palabras, ese impresionante fresco con el que Valle Inclán pintó - con aliento universal, con sordidez y ternura - el mundo de sus gallegos marginados. Sentimientos de odio, celos, amor, compasión, venganza, irreverencia, brotan como brochazos de sus personajes durante veinte escenas cargadas todas de un vigor expresionista sin concesiones.

Sorprende antes que nada la seriedad y el rigor que acusa este grupo de actores noveles guiados por la dirección aguda de Julieta Hernández y Mayra Mitre, que saben multiplicar en el espacio escénico, como un imparable volantín, los lugares de la acción; que saben aprovechar con tino la coreografía de Antonio Sarmiento y la música de Iván Ireta para aproximar su puesta en escena, en momentos clave, a la fantasía de la comedia musical; que saben, sobre todo, imprimir al grupo una coherencia interpretativa donde los actores trabajan y vibran, sin vedetismos, al servicio de una tarea común. Todo con austeridad, con discreción, con economía de recursos: como lo merece una obra sobre la pobreza, que se convierte en grandeza por la fidelidad a un texto eminente y por la acertada apuesta de su montaje.

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