La infancia de
Valle-Inclán transcurre en la Puebla Caramiñal, a orillas de la
ría de Arosa (Pontevedra), donde vino al mundo el 28 de octubre
de 1866. Murió en una clínica de Santiago de Compostela en el
mes de enero de 1936. Sus verdaderos apellidos eran Valle y
Peña, pero como entre sus ascendientes figuraban los de Inclán
y Montenegro, adoptó éstos quedando así formado el nombre
completo tal como el escritor quería fuese: don Ramón María
del Valle-Inclán y Montenegro.
Ya avanzada su adolescencia, sigue algunos cursos de la carrera de Derecho en la Universidad de Santiago, y antes de cumplir los veinte años los marcha a México, donde permanece poco tiempo. La imaginación viva de Valle-Inclán fue constantemente influida durante sus años infantiles y juveniles por los relatos que oía a su alrededor, que unas veces eran antiguas consejas campesinas, tan abundantes en Galicia, y otras recuerdos hogareños de algunos personajes de la familia que habían servido bajo las banderas del carlismo en las dos guerras civiles.
De todo ello quedó profunda impresión en el ánimo del futuro creador de El marqués de Bradomín, y dio lugar a esa proyección tradicionalista (elegancias provincianas, palacios solariegos, almas devotas, culto a la rea sentido feudal entre señores y aldeanos, y en no pocos casos el episodio galante oculto bajo los tupidos velos de la hipocresía) que advertimos en la obra valleinclanesca, especialmente en las novelas y dramas de su primera época (las cuatro Sonatas, Aguila de blasón, Romance de lobos, los tres volúmenes de «La guerra carlista», Los cruzados de la causa, El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño, además de El marqués de Bradomín la creación más típica del estilo de Valle-Inclán).
Bradomín es un
trasunto de la personalidad que don Ramón, fantaséandola con
caprichos de artista, se adjudicaba a sí mismo. A este respecto
escribe Julio Cejador: «Llegó Valle-Inclán a la corte
presentándose entre jóvenes como personaje misterioso,
aventurero, acuchillado y linajudo que recordaba en el vivir la
manera romántica, bien que adobada con cierto aristocrático
refinamiento, conforme a la época decadente de los artistas de
París. Según esta misma idea romántico-modernista, fraguó en
su fantasía el tipo de un personaje, hidalgo a la antigua y
bohemio a la moderna, todo a la vez, al que dió el nombre de
marqués de Bradomín, gallego tradicionalista y monárquico,
chapado a la antigua, linajudo señor de sus Estados, mundano v
lascivo, conquistador donjuanesco, refinado en placeres: en suma,
en el fondo del alma un español aristócrata a la antigua
española, forrado de los decadentismos de la moderna
aristocracia. .A este dechado, que no poco del famoso libertino
italiano Casanova, acomodó su manera de presentarse en todas
partes, ya que no su manera de vivir, por no permitírselo la
maldita falta de pecunia, y tal fue el personaje que se propuso
retratar en su obra literaria.»
La vida de Valle-lnclán en Madrid fue bastante sedentaria. Eran los tiempos del modernismo, tendencia que todavía no toleraba ninguna clase de público, y que vivía aislada en los cenáculos literarios, acosada desde fuera por las burlas e incomprensiones de una sociedad mediocre acostumbrada a una literatura académica y ramplona.
A esta actitud, que en el fondo les halagaba, respondían los jóvenes modernistas con toda clase de impertinencias y actitudes provocativas. No está claro si Azorín salía a la calle con un paraguas rojo y se deleitaba con una fraseología anarquista, ni si el perro de Alejandro Sawa, un magnífico mastín, estaba enseñado a morder a los burgueses; pero sí es cierto que Valle-Inclán, alto y flaco, tenía una prestancia inverosímil con su sombrero de copa de alas planas, su melena que le llegaba hasta los hombros, y una barba de chivo que le chorreaba hasta la cintura, lo que, unido a las descomunales gafas redondas montadas sobre su larga nariz, tras las que brillaban unos ojos penetrantes y burlones, daban al joven literato un aspecto que pasmaba a la gente.
Más de una vez recurrió al bastón para castigar algún o algunos comentaristas indiscretos, porque don Ramón no eludía las camorras, ni mucho menos. Una riña, en esta ocasión con un cofrade en Apolo, el escritor Manuel Bueno, que le golpeó con un bastón, le costó un brazo. Hubo que amputárse la para evitar las consecuencias de la gangrena.
Valle-lnclán era conversador único por su mordacidad y fantasía, ya pesar de su aparente pereza y gusto por el noctambulismo andante y las tertulias de café, gran trabajador, como lo prueba la extensión de su obra.
Los años, si bien fueron variando el aspecto exterior de Valle-lnclán, que prescindió pronto de la chistera y de las melenas-no así de la barba de chivo - citada en un poema por Rubén Darío-, mostraron aquel caballero bien vestido y pulcro que todos los maduros y los viejos hemos conocido en el Madrid de antes de la guerra civil.
Poeta, novelista, nunca periodista, y autor dramático, don Ramón del Valle-Inclán y Montenegro, uno de los del 98, es figura de primer orden en nuestra literatura contemporánea.
En la estética del autor del Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, obra en la que se hallan reunidas cinco de sus piezas teatrales, Ligazón, La rosa de papel, El embrujado, La cabeza del Bautista y Sacrilegio, prevalece el concepto barroco, estilo que Valle-Inclán modula y aligera con toda clase , de refinamientos formales y un léxico propio a la vez arcaizante y moderno, donde no falta cuando es preciso la feliz inventiva del giro o del vocablo.
Este vocabulario suyo tan personal y efectivo la lleva a la escena en muchas de Sus obras. Sin embargo, hay que señalar dos variantes muy definidas en el teatro de Valle-Inclán: la lírico-modernista, algo rubeniana (Cuento de abril. La marquesa Rosalinda y alguna otra) y la satírico-grotesca, que abarca todos los «esperpentos», y un libro de divertida lectura, La pipa de kit.
Así, con la severa proporción visual y el «alto, sonoro y significativo» estilo de Voces de gesta, pongamos por ejemplo, contrasta la frívola estampa y el diálogo preciosista de Cuento de abril y la descoyuntada estructura y el habla bufonesca y popular de la Farsa y licencia de la Reina Castiza. Los esperpentos de La Reina Castiza, Los cuernos de Don Friolera, Luces de bohemia, La Corte de los Milagros, Viva mi dueño, La hija del capitán, Las galas del difunto y otros, debían formar parte del ciclo Ruedo Ibérico, visión tragicómica de la vida española del siglo XIX.
No ha lugar mencionar toda la labor novelista de Valle-Inclán. A los títulos antes expresados es necesario añadir Tirano Banderas, una novela de ambiente sudamericano, la mejor de cuantas escribió el gran literato.