"Esta batalla va ha decidir la suerte de nuestra nación", manifestó el almirante Heihachiro Togo ante la flota japonesa, el 27 de mayo de 1905, cuando fueron avistadas las chimeneas negras y amarillas de la flota rusa. Sus palabras constituyeron una profecía. La confrontación de aquel día en las aguas del estrecho de Tsushima supuso mucho más que una victoria o una derrota, pues trazó el futuro de Japón en el siglo XX.
Japón, con su pujante industria moderna y su orgullo nacional, estaba llamado a formar entre las grandes potencias y a formar un imperio colonial en Asia, pero Rusia, cuyos inmensos territorios se extendían desde Polonia hasta Vladivostok, estaba igualmente decidida a truncar aquel destino. El gigantesco país de los zares buscaba un puerto en el Pacífico y para ello se había apoderado del sur de Manchuria y amenazaba Corea, acceso natural del Japón al Continente Asiático.
Las hostilidades ruso japonesas habían iniciado desde 1895 cuando Japón obligó a China a reconocer la supuesta independencia de Corea, inmediatamente
después las colonias japonesas comenzaron a apoderarse de ésta y la consideraban prácticamente como una parte del Japón.
En 1902 Japón, inquieto por el anuncio de ciertos tratados secretos entre Rusia y la débil monarquía coreana, se ofreció a reconocer el dominio ruso sobre la Manchuria a cambio de obtener concesiones similares respecto a Corea. Durante las negociaciones, los espías japoneses se enteraron de que los Rusos ya estaban cruzando el río Yalu y sus tropas y colonos comenzaban a apoderarse de territorio coreano.
El 5 de febrero de 1904, después de muchas dilaciones, San Petesburgo se negó abiertamente a desistir de sus intenciones en Corea. Rusia jamas pensó que el pequeño Japón pudiera oponérsele y abortó todo intento de dialogo. Japón respondió airadamente, rompió sus relaciones diplomáticas y se dispuso para una confrontación armada.
Aunque el poderío militar de Rusia era muy superior al de los japoneses, en la zona del lejano oriente Rusia sólo contaba con 350,000 soldados y para movilizar al resto de sus tropas su único medio era en ferrocarril Transiberiano, de 8,000 Kilómetros y demasiado lento, en cambió Japón contaba con 850,000 soldados en la zona y podía movilizar 150,000 más de muy poca distancia.
En cuanto a las flotas, aunque la rusa era superior, la japonesa era más moderna. Además gran parte de la flota rusa se encontraba en el mar Negro y un tratado internacional le impedía cruzar los Dardanelos, por lo que no podía llegar a Japón.
Con el fin de aprovechar estas ventajas, la flota japonesa atacó sin declaración formal de guerra, apenas al día siguiente de la negación rusa para continuar las negociaciones, una pequeña flota japonesa apareció y las tropas japonesas comenzaron a desembarcar en las costas de Corea. Antes de las 10 de la noche del 8 de febrero una decena de torpederos japoneses entraron en Puerto Arturo, donde se hallaba anclada la flota rusa y antes de que los rusos pudieran hacer el primer disparo ya habían perdido varios de sus barcos.
El 10 de febrero de 1904 Japón declaró formalmente la guerra. La noticia fue recibida con entusiasmo en San Petesburgo, donde se esperaba una fácil victoria sobre los "pequeños monos amarillos".
Sin embargo las hostilidades se prolongaron durante meses, uno y otro bando perdían oportunidades, pero especialmente los rusos, quienes no tenían un plan de acción ni objetivos definidos. Al asedio a Puerto Arturo fue largo y duro para Japón, pero finalmente el 1 de enero de 1905 el general Anatoli Mijailovich Stoessel, suprema autoridad militar se rendía a los japoneses. Comunico al zar Nicolás II la derrota de sus fuerzas con un despacho que comenzaba: "Pregonado Gran Soberano".
Algunos meses antes, la flota rusa en el Báltico recibió orden de acudir en ayuda de la escuadra del Pacífico. El propio Zar se presentó para despedirla en el Revé (hoy Talio) el 9 de octubre de 1904. En su trayecto el soberano había recibido noticias triunfalistas exageradas e incluso erróneas de la prensa mundial.
En enero, alcanzando Madagascar, la flota tuvo noticias de la rendición de Puerto Arturo y recibió ordenes de dirigirse a Vladivostok. Entre tanto el Zar, quizá pensando en que la magnitud de su escuadra compensaría sus deficiencias, envió otros 12 buques del Báltico que a principios de mayo se unieron a la flota original.
En la mañana del 27 de mayo, el almirante japonés, Togo, fue despertado con la noticia de que la flota rusa se dirigía al estrecho de Tsushima. Por un inconcebible descuido, el buque hospital ruso "Orel" navegaba con las luces encendidas y fue descubierto en la pesada bruma del amanecer. Poco después de la 1:30 Togo descubrió las brillantes chimeneas negras y amarillas de la flota rusa.
La rapidez y puntería superiores de Japón pronto tuvieron consecuencias. Los grises buques nipones apenas visibles en la niebla, parecían escapar a la vacilante artillería rusa, embarazada por sus demasiado ostensibles navíos.
A media mañana del día siguiente la flota de Togo había aniquilado los últimos restos de la flota rusa, y el almirante Nebogatov hizó una bandera en señal de rendición. Por este proceder sería después juzgado en consejo de guerra y condenado a muerte.
La armada rusa ya no existía. De los 38 buques que participaron en la batalla, todos menos 3 fueron hundidos, destruidos o capturados. Perecieron unos 4,800 hombres entre marineros y oficiales. Por su parte los japoneses sólo perdieron 3 de sus buques y 117 hombres. Expresadas las perdidas en términos de tonelaje, fue la mayor batalla naval de la historia, sólo superada por las grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando en Tokio se conoció la victoria, delirantes muchedumbres invadireon las calles. Toda aquella noche, el parque de Hibiya vibró entre música y danzas, con banderas al viento y fuegos de artificio. En San Petesburgo las cosas transcurrían de otro modo. Las masas populares rusas interpretaban la humillación como un exponente más de la ineptitud, ineficacia y corrupción del régimen zarista. Las insurrecciones provocadas a su regreso por los veteranos descontentos, encendieron la mecha de la frustrada revolución de 1905. Doce años más tarde, otra guerra nefasta conduciría a una segunda revolución y pondría fin a la dinastía de San Petesburgo que durante dos siglos había resumido la historia de la Rusia Imperial.
El trascendental éxito de Japón causó el asombro de todos los gobiernos del mundo. En la Edad contemporánea jamás había ocurrido que ningún país asiático humillara de aquel modo a un poder occidental. Japón por su parte había vencido usando armas y tácticas occidentales. A partir de entonces, el reino insular de Asia fue reconocido como una de las primeras potencias navales del globo.
Tsushima significó el surgimiento del Japón como potencia dominante en Asia Oriental. Por el tratado de Portsmouth, firmado el 5 de septiembre de 1905, Japón obtuvo la península de Liatung, incluido Puerto Arturo, y la mitad meridional de la Isla de Sajalín. Rusia evacuó sus tropas de Manchuria y cedió a Japón sus derechos en Corea; cinco años más tarde, Japón se anexiono formalmente la totalidad de la península.
Tsushima tuvo repercusiones inmensas. Además de la exaltación de Japón ante el mundo entero, desbarato el equilibrio de poderes existentes en Europa y en el Pacífico. Rusia vio frustrados sus anhelos hegemónicos en Asia y dirigió sus esfuerzos de expansión hacia Turquía y los Balcanes.
Para Tokio, a pesar de la fuerte decepción causada por los límites impuestos al tratado de paz, el triunfo de Japón supuso una confianza ciega en la importancia del poderío militar. Ciertamente la actitud chauvinista y beligerante de la futura política de Tokio fue consecuencia directa de la rotunda victoria del almirante Togo en Tsushima.