La cultura tiene mucho de patrón de conducta y allí se inserta todo lo que signifique creencias, valores, símbolos, acción social. De otro lado, lo político también ha sido analizado desde las perspectivas tradicionales de lo que significan democracia y poder, con todo el sentido de precariedad que encierran estos términos y con la creciente desconfianza ciudadana que ellos despiertan entre nosotros.
En el Perú, las variadas coyunturas que plantea a menudo el poder, van definiendo culturas políticas determinadas que llevan a proponer actitudes variadas ante los conflictos sociales, De allí que se sostenga que la relación entre gobernantes y gobernados no es sólo política sino también cultural, y de allí, también, que convenga rescatar el término Democracia como sinónimo de convivencia.
El estudio de la cultura política de la sociedad peruana, sobre todo de la última década, aún está por hacer. Las transformaciones producidas en los últimos años, la vigencia de un estilo político más autoritario que dialogal, la ausencia de Información antropológica que ayuda a la interpretación de actitudes que vienen desde el poder, han provocado la aparición de fenómenos que contribuyen a aumentar la confusión: el autoritarismo, la corrupción, la impunidad, la Improvisación, la mediocridad, etc. como buscando demostrar que los términos político y moral parecen excluyentes.
Frente a esta situación, la ciudadanía se vuelve cada vez más exigente y pide, por ejemplo pruebas que la lucha contra la corrupción es auténtica, reclama nuevos valores y nuevas fórmulas que permitan construir una democracia diferente a la que nos han mostrado hasta hoy.
Sentimos que se camina hacia una convulsión política y social, que se prefiere ignorar desde el poder, de consecuencias imprevisibles, y que avanza aún en ausencia de organizaciones partidarias que ayer fueron incapaces de crear culturas políticas específicas.
Hay un divorcio evidente entre Gobierno y Sociedad, Se percibe un aislamiento de los niveles del poder. Un silencio total, una incomunicación que alimenta rumores, zozobras, angustias. Un no querer abrir las puertas de par en par, como si hubiera algo que ocultar, evitando así comprometer en la tarea de renovación a todas las esferas de la sociedad y no sólo a élites prefabricadas, de capacidad cuestionable. A la sociedad civil en el Perú no le gusta ser usurpada en su participación. No acepta representaciones, porque prefiere vivir su propio aprendizaje. Los sectores profesionales del país no están dispuestos a seguir tolerando la marginación actual y prefieren abrirse paso, aunque con dificultad, buscando construir una cultura política participativa por la vía de la democratización.
Debemos crear una educación cívica que enseñe a nuestro pueblo que, contra lo que muchos creen, política no es sólo luchar por el poder a través del éxito electoral. Que existen otras maneras de lograr la politización de lo social a través de otros comportamientos. Que hay lecturas diferentes del discurso político ante la falta de credibilidad a la que se llega cuando se percibe que lo que el Gobierno dice es diferente a lo que el Gobierno hace.
La sociedad civil carece de información suficiente sobre la realidad del Estado y ello impide, a menudo, confiar en el discurso oficial e induce a la duda sobre el manejo de la cosa pública, por parte de la élite gubernamental, todo lo cual lleva a la desconfianza sobre la capacidad del Gobierno para sacar adelante al país de las diferentes crisis que afronta, entre las cuales el deterioro de la legitimidad política del régimen resulta de las más graves.
Los gobiernos no pueden vivir sólo del discurso político, éste tiene que ser fundamentado con hechos. De lo contrario, la brecha entre lo que es realidad y lo que es imagen puede crecer en forma tal que la estabilidad del Estado se ponga en riesgo. El origen democrático no basta; es preciso dar muestras de eficacia económica y social.
En este escenario, donde el monólogo califica las acciones del poder, los partidos políticos, más allá de desgastes, errores y ambigüedades, siguen siendo entidades imprescindibles. Son aparatos que median entre la ciudadanía y el poder, se insertan en la sociedad y se justifican históricamente, articulan valores y prácticas y desarrollan hábitos y culturas acerca del poder y la vida en convivencia. La propia sociedad se encarga de reordenarlos según su presencia y sus efectos sociales.
Entre nosotros, el desarrollo de una nueva cultura política reclama
la aparición de nuevas organizaciones partidarias, que surjan de
iniciativas solidarias de sus bases y no de compromisos cupulares. Que
amplíen los canales de interlocución entre ciudadanía
y poder, que abanderen las demandas populares y aprendan a sumarse a sus
causas, privilegiando la educación para la Democracia, el respeto
a las ideas y el cultivo de la tolerancia, el diálogo y la negociación.
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