Hoy día, casi todas las sociedades occidentales, países industrializados y países en pleno proceso de desarrollo, convocan debates y promueven foros, pluralistas y multidisciplinarios, orientados a diagnosticar en qué condiciones terminamos el siglo y qué riesgos nos presenta el que viene. Es lo que algunos han dado en llamar las "Amenazas del Fin de Siglo" por referencia a lo que viene en el nuevo milenio, sobre todo en sociedades como la nuestra que viven un innegable proceso de cambio.
El mundo de los excluidos, como ahora se acostumbra a llamar a los sectores empobrecidos de la población, no vislumbran posibilidades inmediatas de mejorar su condición, mientras persista la injusticia, el desconocimiento de los Derechos Humanos, el poco valor que se da a la vida de quienes forman el Tercer Mundo separado del Sur, como hoy se denomina el resto del mundo, y observando la impúdica indiferencia con que ese Sur asiste, por ejemplo, a la muerte por paludismo del millón de niños africanos al año, con medicamentos disponibles para evitarlo, mientras las sociedades industrializadas invierten sumas gigantescas para elevar el promedio de vida de sus habitantes y poder pasar de 78 a 80 años.
Los gestos humanitarios de ayuda, con que Occidente busca atenuar su culpa, sólo son paliativos a la desgracia pero no solución a los males.
Esta amenaza representada por el irrespeto a los derechos de los demás, que hoy es reconocido como factor de desintegración y de destrucción del tejido social, ha devenido en un elemento de devaluación de los derechos de la persona humana. Y como si las calamidades y desastres naturales no fueran suficientes, hoy se agrega el genocidio, la limpieza étnica, las masacres indiscriminadas, todas ellas en el escenario fanático del Tercer Mundo y con la complaciente indiferencia de las organizaciones internacionales creadas para impedirlo.
Mostramos una concepción infrapolítica de los Derechos Humanos. Los presentamos como una abstracción revestida de ropajes universales y hasta eternos y terminamos analizando su atropello como una victimización desgraciada sin llegar a lo hondo del mal. Eso se llama "crisis en cascada" que trastorna hasta los sentimientos de solidaridad. Se le busca solución humanitaria cuando debe ser encarada con criterio de combate político. Y debatir estas realidades, impostergable en el Perú, no preocupa a los políticos, no figura en sus agendas, no se reconoce la necesidad de socializar su conocimiento, ni como culpa del pasado ni como proyecto de porvenir.
En el Perú, vivimos y seguiremos viviendo por buen tiempo, estas realidades dramáticas y trágicas, que parecen ser consecuencia o del choque de culturas o de la confrontación entre lo político y lo tribal, como lo atestiguan en otras dimensiones Ruanda, Yugoslavia, Somalia y, entre nosotros, Sendero Luminoso, mezcla de falso marxismo y mitología andina.
La terrible experiencia del terrorismo senderista nos mostró,
repitiendo a B. Edelmann, que el hombre es el único animal salvaje
que aún queda en la Tierra. Era el terror frente a los agresores
y a los represores. Hoy día, evitando la repetición, debemos
trazar líneas de convergencia entre la política de los derechos
humanos y el realismo político en una perspectiva que haga renacer
la esperanza en nuestro país, la confianza entre nosotros.
www.oocities.org/e_velit/ velitgranda.web-page.net |