No son pocos los pensadores liberales que reconocen que si bien el mercado es eficiente, éste no genera automáticamente beneficios sociales a la comunidad ni asegura equidad en la distribución. De allí, la necesidad imperiosa de un Estado que garantice los aspectos sociales y una profundo solidaridad, como expresión de responsabilidad comunitaria frente a la pobreza y la marginalidad. Se trata, en resumen, de contribuir al mejoramiento de la vida democrática, planteado como empeño y compromiso de la ciudadanía en general con su gobierno a la cabeza. Ello es lo que caracteriza a un Estado de Derecho, que asume como propósito esencial garantizar el ejercicio de las libertades individuales y propiciar que éstas representen un aporte a un proyecto colectivo.
En el proceso de renovación del país, en el que se encuentra empeñado nuestro gobierno, buscando superar taras de un antiguo orden, debemos tratar de preservar el Estado de algunas perversidades que a menudo muestra el liberalismo y que pueden llevarlo a abdicar de obligaciones con consecuencias imprevistas para la consolidación de un régimen democrático. Crecimiento, pero con justicia social y desarrollo; sin dependencia. Por todo esto, en artículo reciente, lamentábamos que el hábito esclarecedor y aportante del debate público se está perdiendo lenta y progresiva mente. Nunca más necesario que ahora, en que se hace imprescindible confrontar las visiones dinámicas y estáticas de la sociedad y la política, a través de maneras civilizadas y eficaces de conciliar puntos de vista buscando formular consensos. Así nos opondremos a la vigencia de la cultura de la intransigencia y de la des confianza, que propicio autoritarismos incompatible con la dignidad de la persona.
A través de esta confrontación de ideas ayudaremos a que la razón se vaya imponiendo, aunque sea penosamente, a que ella se apoye en la voluntad y a que sus derechos se expresen a través del poder que se ejerce de manera representativa en la palabra del voto universal. Conseguiremos, de esta manera, que las instituciones del Estado además de flexibles, reconozcan diversos situaciones de conciencia social y política que es lo que permite la perdurabilidad de los sistemas. Que si el liberalismo ha surgido, inevitablemente, sea más como una ideología que como un régimen económico. Que sea un verdadero "liberalismo para la democracia" y busque los potestades del conjunto más que los privilegios del individuo, mediante actos consensuales que manifiesten una actitud plural e igualitario.
La crisis de los paradigmas, la crisis de los modelos del pensamiento y análisis de soluciones reconocidos mundialmente, son objeto de profundos revisiones en la actualidad. Principalmente, frente a la paradoja que representa el que el avance impresionante del conocimiento y de la ciencia, se acompañe con un mundos social que se debate al borde del abismo tratando de salvar lo poco que queda de valores y de virtudes.
Consecuencia de todo esto, es que la cuestión de las relaciones del Estado, la sociedad y el mercado, sea motivo de interpretaciones contradictorias provocadas por las transformaciones en lo social y económico. Fundamentalmente, en lo que significa el funcionamiento del mercado y el desarrollo de la democracia, que es donde está el talón de Aquiles de los entusiastas del liberalismo.
Es necesario, frente a las realidades de la hora presente, tanto corregir
los excesos y desviaciones del estatismo como evitar las desviaciones del
mercado. No se trata del falso dilema de escoger entre Estado y mercado,
ya que cada uno tiene una función insustituible que cumplir. La
política es una forma de actuar, pero sobre todo es una forma de
ser. Y si la democracia es el camino para alcanzar libertad y justicia,
el Estado es su instrumento.
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