La experiencia política en el Perú nos enseña con generosidad qué es lo que en ese campo no se debe hacer. A dónde, conduce la práctica de normas por las élites políticas y los liderazgos gremiales. Porque la justicia social, instrumento valioso de la democracia, no fue precisamente valor con influencia sobre los comportamientos. Cómo hacer para lograr la mayor participación ciudadana, sabido que el hombre en su ejercicio como ser político jamás agota sus posibilidades de creación.
La 'espera trágica', que en opinión de Edgard Morin orienta el accionar de la cultura occidental, sólo terminará cuando nuevas éticas, nuevos espacios, nuevos paradigmas nos enseñen a pasar de las promesas a las realizaciones, cuando reconozcamos la existencia de una ecología política formada por el conjunto de condiciones sociales, culturales, económicas, religiosas al interior de las cuales ella actúa y toma conciencia de sus riesgos.
La ética también nos enseña que la historia no es simplemente, como parece, el relato frío y circunstancial de los hechos sucedidos, sino el tratar de comprender qué pasa en nuestra sociedad en el modo de relación de los hombres, qué pasó con el mundo de creencias, con los núcleos míticos alrededor de los cuales se organizan las lealtades; finalmente, cuáles son las relaciones simbólicas que motivan a nuestra comunidad como parte de un proyecto histórico.
No es difícil descubrir que la veta de los valores sociales y morales se encuentran en nuestros propios hombres y mujeres, en aquellos que se preguntan ansiosamente cómo lograr la legitimidad política que los faculte a defender sus derechos, ahora más que nunca en que la falta de interlocutores es una realidad frustrante.
Es el ejercicio de esa ética política el que nos enseña que la socialización es un método democrático, que permite y facilita la igualdad de oportunidades y que empuja a las élites a descubrir sus jerarquías sociales y políticas.
La democracia en el Perú requiere de la ética para ser fortalecida, así será más ajena que nunca a violencias y pragmatismos, dando vida a todas las ideas que dan sentido al afán de dignidad que viven hombres y mujeres en nuestro país.
¿Pero qué hacer ante la amenaza que representa irrespeto al derecho de los demás, la destrucción del tejido social, la desintegración fácil de los colectivos, la impunidad del autoritarismo?
Vivimos en nuestro país una concepción infrapolítica de los Derechos Humanos. Nos gusta presentarlos como una abstracción revestida de ropajes universales y eternos, para terminar aceptando su atropello como resultado de una victimización desgraciada imposible de evitar. Sólo se le busca solución humanitaria, cuando debería ser bandera de combate político. Por algo Edelmann afirmaba que el hombre es el único animal salvaje que aún queda en la Tierra.
Los autores franceses de la Edad Media decían que política etimológicamente significaba 'guardián de pluralidad'. Por ello, cada vez que una organización social pone el acento sobre lo que vale la diversidad resulta fecunda y creativa.
Debemos aceptar, si queremos que la ética norme nuestra conducta política, que es más importante hallar el secreto de la armonía que el recurso de la igualdad.
La pluralidad de valores, en consecuencia, resulta ser una suerte de napa freática sustento de la vida en sociedad y control instintivo de nuestras pasiones, de la que los políticos inteligentes, especie en extinción, saben sacar ventajas.
Aprendamos que gobernar las sociedades no es tarea fácil, que convivimos con una clara clase política dominada por la monocultura y que no tiene más horizonte que la acumulación de poder. Se ignora el mundo político y se prefiere aumentar el rigor, sin percatarse que con ello sólo se demuestra el temor a la sabiduría del pueblo.
Necesitamos dotamos de valores más diversificados buscando con
ello las nuevas orientaciones de la conducta humana, así daremos
sentido moral y político al desarrollo de la comunidad, desde el
gobierno o fuera de él, rescatando valores como la solidaridad y
el respeto al derecho del otro; cultivando todo aquello que nos haga difícil
ser felices si a nuestro lado hay alguien que sufre.
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