La experiencia nos enseña que la sola capacidad en el manejo político, del que se jactan a menudo nuestros dirigentes, no basta para tener una visión de conjunto de lo que son requerimientos del Perú actual. Es preciso agregarle dimensión humanística al conocimiento o, mejor dicho, sentido social para alcanzar un equilibrio entre las virtudes profesionales y la responsabilidad ciudadana.
Nadie ignora que los problemas del país son tan acuciantes, tan graves y tan difíciles de calcular, que quien sabe si algunas generaciones tendrán que pasar para superar los requerimientos siempre angustiosos de nuestra población. Por ello precisamente, nuestra obligación de ahora es fortalecer los ámbitos de la sociedad para evitar su resquebrajamiento y hallar la manera de formar un nuevo hombre, mas justo, más social, mas humanizado, más plural, en síntesis más ético y mas constructivo.
La tecnología y la ciencia tampoco bastan si no tienen espíritu ni humanidad, porque son estos últimos los que alimentan las relaciones humanas y los sistemas que conducen a la realización de la vida de las gentes.
Qué lejos de estas intenciones se muestran los proyectos políticos
que se confrontan para las elecciones que se aproximan. El sentido creador
que reclama todo deseo de formar una nacionalidad nueva, donde haya lugar
para todos los peruanos, es absolutamente ajeno y penosamente ausente en
el juego electoral al que concurren los candidatos posibles, con mas audacia
que inteligencia. Tal parece que el síndrome de la mediocridad y
de la improvisación los padeciéramos cíclicamente,
como si ese fuera nuestro destino, como condenados a que la razón,
la ética, la formación humanística y la justicia social
fueran valores que entre nosotros estuvieran hechos para opacarse y oscurecerse
cada vez mas.
Al final descubrimos que se pretende educarnos para la servidumbre,
desde el Gobierno y desde la oposición.
Pese a todo ello, creemos vivir todavía una época propicia para cambios políticos, económicos, sociales, intelectuales, en una palabra para un nuevo desafío de logros revolucionarios de la mano del Derecho, atentos mas a las necesidades del pueblo que a las voluntades, empeñados en lograr avances que respondan a las urgencias sociales que nuestros compatriotas reclaman con todo derecho, rompiendo con modelos tradicionales empobrecedores y generadores de incertidumbre que han enturbiado esperanzas y expectativas entre los peruanos.
Es preciso aceptar que, con todas sus limitaciones, estamos viviendo un gobierno de transición que está llegando a su fin. Y que después de él, debemos enfrentar la gran responsabilidad del cambio amparado en la Constitución y la jurisprudencia, con nuestros jóvenes hoy convertidos en fuerza motriz sin mácula pasando del conocimiento académico a la crítica social y política, con nuestros trabajadores organizados en sindicatos libres y fuertes luchando por sus reivindicaciones económicas unidas a sus reclamos de transformación social, con clases medias y populares que no se reduzcan a aceptar pasivamente los designios de las cúpulas, sino que sean indeclinablemente contestatarias y reclamen respuestas coherentes a quienes detentan el poder.
Debemos crear una conciencia nacional contra el cosmopolitismo, contra la asfixia cultural, contra el autoritarismo que envilece, contra la corrupción que gusta exhibirse desvergonzada, contra el crimen sin castigo, contra la imprecisión e incoherencia en el ejercicio del poder, todo ello con una visión humana, solidaria, al servicio de una nueva organización de la sociedad capaz de transitar por sobre los despojos de la utopía neoliberal y sus panegíricos.
Este desafío exige un programa de corte revolucionario enmarcado en el respeto a la dignidad y a los derechos de la persona humana, de rigor democrático, que refuerce la descentralización del Estado y promocione la participación activa y directa de la iniciativa popular.
Todo esto conlleva, lo dijimos en una publicación anterior (La República 13-9-99), a perfilar una República diferente a la actual que reconozca el valor de la concertación ante lo inmenso de la tarea, que termine con este ciclo tormentoso de nuestra vida política y social que se prolonga demasiado, que culmine en un país viable, sin abismos, sin desequilibrios, sin desintegración ni fracturas sociales, sino todo lo contrario y de cara al siglo XXI.
Así, la palabra Estado habrá de adquirir un nuevo sentido, no será como hoy relación conflictiva entre el poder y el pueblo, ni confrontación entre la libertad y el autoritarismo, sino sinónimo de autoridad y soberanía, ideal moral y libertad, en una palabra Ruta del Pueblo.
Alguien con la autoridad moral requerida tendrá pronto que convocar al gran Pacto Nacional. Llamará a dialogar a todos los hombres de buena voluntad y de profunda fe cuya causa suprema sea el Perú y su destino. Sin conductores ni iluminados, sin ideologías ni confesiones.En un trabajo de honda convicción solidaria y democrática cuyo objetivo fundamental sea el hombre peruano de hoy y de mañana. Los nombres vendrán después y si no vienen mejor. No olvidemos que entramos al nuevo milenio completamente desarmados, física y espiritualmente, temerosos de descorrer el velo del siglo que se inicia, inseguros, llenos de interrogantes y huérfanos de respuestas.
Si estas reflexiones pueden servir de algo nos damos por bien servidos,
si Ud. apreciado lector no las comparte apelamos a su indulgencia.