La prensa honesta nos enseña que la vigencia de la idea democrática nos impulsa a convivir con los que no piensan de la misma manera, pero siempre atentos a lo que el pueblo propone como aspiración y como esperanza. Por ello la opinión pública es también una suerte de guía que garantiza la trayectoria de quienes ejercen el poder.
Sin embargo, es fácil desorientar a la opinión pública cuando así se lo propone la prensa canalla y logra crear un clima de confusión mental, colocando en la picota a quien le venga en gana con el recurso de campañas publicitarias de la más patente injusticia, sin posibilidad de respuesta defensiva de los agraviados.
A menudo los atropellos al Estado de Derecho conducen al gobierno a quedarse sin opinión pública, a cometer el error de dilapidar su propio capital, con lo cual, huérfano de esa opinión, su neutralidad política queda inevitablemente comprometida y en consecuencia forzado a aceptar alianzas o apoyo de grupos o banderías de dudosa reputación.
Sucede en muchos lugares, y entre nosotros también, el poco interés que el Gobierno tiene por garantizar la veracidad de las noticias que se difunden, ignorando el efecto sobre la salud democrática que tiene la verdad sobre todo cuando sabemos que de ella depende directamente la formación de la opinión pública. El Estado, además de interesarse por castigar al periodismo procaz o canalla, debe asegurar al país la honestidad de la información.
No está errado quien afirma que una de las razones de la crísis política peruana, como realidad institucional, radica en que la vida política vive divorciada de la opinión pública. El día que gobierne la opinión pública, si ese día logra llegar, esa crísis habrá sido superada para siempre.
En nuestro país asistimos con asombro a una suerte de enfrentamiento entre lo político y lo tribal. Pareciera que pertenecemos a culturas diferentes, porque así nos lo hace sentir el Gobierno con sus desmanes anticonstitucionales cuando escoge el camino de la ilegitimidad equivocando el encargo que recibió de la ciudadanía.
El desafío resulta, en suma, como defender la Democracia de los embates del despotismo. Vivimos, como nunca antes, una situación social heterogénea que aparentemente hace más difícil construir una sociedad democrática y que, al mismo tiempo, obliga a una participación nacional, Iglesia incluida, que ayude a salvar los valores morales y éticos que amenazan naufragar.
Aquí está la trinchera histórica de la prensa hablada y escrita. Hay que rescatar el debate político y la confrontación ideológica entre quienes tenemos vocación de diálogo, sin preocuparnos demasiado por el monólogo oficialista mediocre e intrascendente.
No permitamos que en este laberinto en el que parecen sucumbir las escasas esperanzas que todavía alienta nuestro pueblo, siga la violencia estatal, se abata la fe ciudadana y el pesimismo invada el alma de la gente. Pensemos en esa colmena de seres humanos que es la comunidad, día a día victimizada por un Gobierno irracional.
La prensa es el último refugio de la dignidad que aún queda por salvar. Ella sabe que la ética y la política son inseparables. "Dar por muerta a la libertad - decía B.Croce - es como dar por muerta a la vida". La prensa nacional honesta - no la de las excepciones - alberga humanistas y demócratas obligados a tomar el liderazgo en estos momentos llenos de oscuridad y de incertidumbre. La tarea inmediata es construir una alternativa política que recoja el derecho de los demás, que luche por instituciones democráticas sólidas, por pluralismo parlamentarios, por un sufragio que respete la voluntad popular, y que concilie libertad y justicia para cerrarle el camino a la intolerancia que desconoce el valor de la dignidad humana.
La Democracia en el perú no puede continuar siendo precaria como hasta hoy. Debemos seguir confiando en que los hombres y mujeres del país son fuente de valores morales y sociales que buscan una legitimidad política que los partidos políticos no supieron defender y de lo que se aprovechan los autócratas para ejercer sus conductas distorsionadas.
De un tiempo a esta parte observamos actitudes gobiernistas que pretenden olvidar el marco de nuestros principios fundamentales a favor de imponer soluciones de fuerza.Cuando la injusticia se une a la corrupción se forma una mezcla muy explosiva, que no sólo amenaza la estabilidad interna del país sino que reduce el espacio internacional y debilita su autoridad en el exterior.
La violencia desde el aparato del Estado, la corrupción de los funcionarios públicos, las artimañas que desde el poder se usan para limitar la autonomía judicial, la represión contra la prensa y los críticos, son obstaculos'que encuentra a cada paso todo proceso de construcción democrática. Las denuncias contra esas lacras sólo cobran voz cuando son retomadas por organizaciones solidarias, del país o del extranjero, y por la prensa nacional que le da legitimidad utilizando apelaciones éticas universales.
Aquí la prensa actúa doblemente: apoya la demanda contra
el Estado y promueve cambios en las prácticas estatales.Al mismo
tiempo hace labor didáctica con la ciudadanía,enseñándole
la defensa de los derechos humanos y a ejercer control a la gestión
estatal en relación a esos derechos.
El fin de la impunidad es la vigencia de un Estado de Derecho, de una
legalidad que se respete.