Los partidos políticos, que entraron en un prolongado año sabático del que no terminan de salir, dejaron el camino libre a otras hegemonías retrocediendo en su influencia y en su cuota de presencia popular. Al parecer, se retiraron a los monasterios de la reflexión y no tuvieron valor para regresar. Cargaron con el pasivo de la crisis, producto de la oscuridad y de lo confuso de los discursos políticos, y no supieron comprender que la cultura, las mentalidades, las prioridades, los símbolos, etc., habían cambiado sustantivamente. Hoy vemos, que hasta banderas y lealtades han sido incorporadas a la economía de mercado.
Qué hacer para poder responder a las demandas de una sociedad civil, que no perdona los errores cometidos, ni la falta de culturas específicas que ensombrecen la comprensión del fenómeno político nacional. Se deben abandonar trapicheos y desavenencias y se debe tratar de explicar al país el por qué de lo que pasó, sin avergonzarse de viejas convicciones ni antiguas militancias, sobre todo, si se les supo librar de las marcas de la infamia. .
Debemos trazar líneas de convergencia entre la política de los Derechos Humanos, por ejemplo, y el realismo político en una perspectiva que haga renacer la esperanza en nuestro país y la confianza entre nosotros. Es preciso alejarse de conductas verticales y autocráticas, de las que ya tenemos suficiente, descubriendo que la tecnología, algunas veces refuerzo importante de los autoritarismos, permite prescindir de las élites políticas y todo ello en nombre de una modernidad cuyos alcances nadie ha sabido explicar.
Al parecer, se avecina un debate esclarecedor entre la técnica y la política que, aunque no son excluyentes, el pueblo en su inagotable sabiduría busca obtener de la confrontación nuevos espacios, diferentes espacios, que permitan un Estado responsable de su obligación en la labor social, educativa burocrática, etc.
Queremos un Estado que no sea adversario de la sociedad civil, sino el actor fundamental de lo que significa nuestra vida democrática. Que nos diga porque siguen y se incrementan las desigualdades sociales y económicas, porque continuamos viviendo en una democracia precaria e imperfecta que alimenta la frustración moral, que es la más difícil de superar, porque el equilibrio jurídico del país se rompe con tanta facilidad, en resumen, porque tamaño desgobierno.
Por su parte, también, la sociedad civil exige a quienes aspiran a liderarla la elaboración y aplicación de nuevos modelos y nuevas estructuras de partidos, con una visión de conjunto de todo el país al que pretenden tomar a su cargo. Vuelve a ser indispensable trabajar por el reagrupamiento de quienes suscriben las líneas maestras de una cultura política de contenido ético y moral, con unidad en la oposición sin lenguaje estereotipado, con horizontalidad en la toma de decisiones y pluralismo interno, si hay verdadera vocación democrática. Si la historia se acelera pues hay que acelerar los proyectos y las identidades.
Por ahora, no parece vislumbrarse ninguna de estas opciones en el escenario político del corto plazo nacional. Se nota mediocridad en ambos lados. Ya se comienza a insinuar la descongelación de viejos sin fecha de vencimiento. Si los actores son los mismos, lo más probable es que el drama también lo sea.
En el Perú se requiere refundar los partidos políticos, sin excepción, a la luz de nuevos paradigmas y nuevas realidades. Los fracasos son aleccionadores. Se requieren nuevos interlocutores, pero superando las tentaciones de alianzas contranatura que sólo sirven para aumentar el desconcierto y para retrasar la definición oportuna de nuevos rumbos.
Ya se expió suficiente con tanto trance doloroso.
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