La candidatura del Presidente Fujimori a una nueva reelección ha devenido, por desgracia, en el elemento catalizador de toda la actividad política en ejercicio. Consciente de este hecho, el ciudadano Presidente utiliza este elemento como fuerza de chantaje y de desestabilización sin importarle, por supuesto, el efecto negativo que ello representa en el campo económico, financiero, social, internacional, etc.
La oposición, por su parte, con la brújula equivocada y con los objetivos distorsionados, ha centralizado toda la fuerza de su artillería electoral en desalentar la candidatura reeleccionista descuidando lo que el país, en boca de sus mayorías abandonadas, reclama con terquedad: una propuesta política de vocación convergente,que enfrente los graves problemas que minan la salud física y moral de la población.
Si todos los esfuerzos opositores, incluso en palabras de candidatos presidenciales poco confiables, van dirigidos a derrotar una opción que nadie asegura, que sucedería si en un gesto auténticamente sadomasoquista el ciudadano Presidente esperara la hora extrema para declarar que posterga sus aspiraciones presidenciales para otra ocasión.
Nos aventuramos a opinar, si no sería mejor trabajar ya una candidatura unitaria, de legítima concertación programática, como lo vienen haciendo países amigos, que se reforzaría, al márgen de lo que pueda resultar la decisión fujimorista, enfrentando objetivos supremos que no pueden variar porque miran más lejos e interpretan con visión histórica lo que nuestro pueblo reclama y exige sin ser escuchado.
Por qué convertir a la derrota de Fujimori en el factor aglutinador de los esfuerzos opositores y no hablar mejor de propuestas democráticas de consenso, de retorno a un Estado de Derecho que nunca se debió permitir su abandono, de una actitud agresiva frente a la tragedia nacional que significa el desempleo creciente, la pobreza crítica que se extiende, de la deserción escolar y universitaria, de la Deuda externa chantajista y asfixiante, del silencio gubernamental a las demandas de los jóvenes,etc.
La política centralista que agobia a los departamentos y provincias del Perú, jamás fue enfrentada por el Gobierno. Todos los colectivos políticos del país, la censuran y proponen una acción descentralista sin decir, ninguno de ellos, como debe implementarse, sobre que bases, que competencias del Estado deben ser distribuidas, que opciones geográficas servirán de núcleos, por dónde se debe comenzar, etc.
Ante este panorama nacional deprimente, que pareciera no ser comprendido, ¿necesitamos acaso supeditar el planteamiento de su solución a la derrota previa del ciudadano reelecionista?.
No sería la Descentralización Democrática del país una razón aglutinante de fuerzas políticas imposible de ser derrotada en esta o en cualquier otra contienda electoral ?.
Qué sucedería el año 2000 si se suscribiera un compromiso unitario en torno a una personalidad de prestigio, sin militancia partidaria, que sea acompañada por una lista de técnicos, juristas, profesores universitarios,profesionales postulados por sus Colegios respectivos,etc. que sin figurar en las dirigencias políticas ni de hoy ni de antes, asumieran el reto de identificar a nuestro país con los desafíos del nuevo siglo?.
La opinión pública es indispensable para la Democracia, porque ella integra la estructura de la comunidad, porque tiene una gravitación que no se puede negar, porque persuade de manera espontánea como expresión de libertad para finalmente articular a los hombres en esa realidad funcional que llaman la sociedad. Por ello, la opinión pública convoca a las masas a plegarse a los ideales democráticos aunque tenga algunas veces que recomendar el uso de la fuerza para controlar el conflicto.
También por ello, la opinión pública que declara su fe democrática no puede aceptar un fraude que violente su voluntad, porque de lo contrario habría perdido su condición de ser, habría abdicado a lo que es el valor de la libertad política que son garantías jurídicas para su defensa personal. La Democracia es una posibilidad que debe ser ganada permanentemente con el concurso de los partidos políticos, que son verdaderos órganos normativos de la opinión pública en la tarea de conducir ordenadamente a las masas para que expresen su voluntad con libertad.
Por eso, al demagogo lo acompañan las multitudes pero no la opinión
pública y de allí su temor por los principios y la Historia.