Socialmente hablando somos bastante morosos, lo cual nos lleva a mostrarnos como habitando un universo político pleno de insensatez.De allí que vivamos llenos de paradojas, que seamos propensos a las luchas sociales y que a menudo olvidemos que para superar la incoherencia en que vivimos solo nos queda la coherencia de la libertad, la que nos educa en que no hay derecho sin deber y nos aconseja como elevarnos por encima de las contingencias y refriegas de la política menuda para comprometernos con lo que significa el destino nacional.
Tarea fundamental para quienes gustamos de reflexionar así, es buscar de fortalecer la iniciativa de los individuos y de los grupos para lograr consolidar una institucionalidad que soporte los embates del poder, que ponga al Estado al alcance de la sociedad y que rompa con ese letargo que nos lleva insensiblemente a no saber ni querer nada.Riesgosa realidad es la nuestra, que puede favorecer el colapso y la fragmentación social y que anima a quienes detentan el poder a ejercerlo con vocación tribal como si se tratara de una sociedad en descomposición.
Lo contrario de ello, es procurar un ejercicio de reflexión que culmine en una propuesta de salida legítima y democrática y que nos ayude a vencer ese sentimiento de fragilidad con el que miramos nuestras instituciones.Parece percibirse una suerte de parálisis en la vida política e intelectual del país, una inercia que contradice la cultura del diálogo y del debate. Un silencio social que contribuye invioluntariamente a la barbarie, al autoritarismo y al protagonismo individual que facilita el abuso y la prepotencia .Ejemplos recientes y aleccionadores los tenemos en los casos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y en la modificación de última hora de las reglas electorales, sin hablar de un Poder Judicial de comportamiento jurásico al que más temprano que tarde habrá que pedirle que rinda cuentas.
El Gobierno muestra cada vez más signos evidentes de deterioro, a pesar de sus desordenados coletazos, y simultáneamente pareciera terminar el sueño polar de los grupos políticos de los que no sabemos si habrán comprendido por fín que la cultura, las mentalidades, los símbolos, han cambiado sustantivamente.Gran responsabilidad la que se plantea, ahora más que nunca que la sociedad espera haya claridad suficiente para saber trazar líneas de convergencia entre DDHH y realismo político, que le permita a nuestro pueblo recobrar la confianza en sus líderes y entregarle una vez más el capital de su esperanza.
En el Perú el origen de los partidos políticos se confundió a menudo con el desarrollo de nuestra clase media, quizá sea por eso que el destino de ambos se entrecruce tan íntimamente. Sin embargo, cada vez es más difícil saber hasta donde llegó el trabajo de los partidos, cual fue la realidad de su estructura organizativa, en que consistió sus aportes, que fue lo que finalmente lograron transferir a los sectores populares, si es que realmente entendían su misión de formar cultura política entre nosotros.
No desconocemos que en nuestro país todavía existen cientos de miles de ciudadanos que no logran salir del analfabetismo y que una mayoría significativa maneja ideas culturales con gran dificultad.Todo esto marca un territorio todavía inexplorado al que debemos acceder con paradigmas nuevos, democráticos, que se abran paso en el corazón mismo de nuestro pueblo y que nos permitan construir coyunturas en el objetivo supremo de educarlo y de formarle ciudadanía al alcance de todos.
Sería insensato pensar que estas responsabilidades son percibidas por el gobierno actual. Pero si deben ser asumidas por quienes pretendemos crear una comunicación humana más rica y más grande que aliente entre nosotros nuevas relaciones,que nos convierta en ejes transmisores de valores y conocimientos, que despoje a nuestra sociedad civil de viejos tabúes culturales que sólo sirvieron para alimentar ese tejido social donde alguna vez se frustraron expectativas y naufragaron esperanzas.
Menuda responsabilidad de los que aspiran al poder.Desbrozarlo de sus miserias y levantar un Estado que al menos sea justo.Hay que construir nuevos espacios, nuevas éticas, nuevos paradigmas, hay que pasar de las promesas a las realizaciones. Hay que darle a nuestro pueblo la oportunidad de desarrollar nuevas orientaciones en su accionar cultural, ayudarle a cultivar la solidaridad y el respeto al derecho del otro, decirle que lo que está viviendo no es la política en su acepción legítima sino un remedo circense de autocracia irracional. Que la mano dura y el autoritarismo sólo se ejercen cuando se le teme a la sabiduría del pueblo.
La Democracia todavía está por hacer entre nosotros. Nunca
la hemos vívido a plenitud. Tenemos que levantarla desde las bases
sociales hacia el Estado, con formas civilizadas de relación, aprendiendo
y enseñando en una convivencia dialéctica entre quienes gobiernan
y los que son gobernados.
Hasta hoy el Estado ha fracasado en su capacidad de proteger a los
grupos social y biológicamente más vulnerables de los embates
de la pobreza y la marginación. Por lo que vemos, el próximo
siglo encontrará a muchos países de A.Latina, como el nuestro,
víctimas de una dinámica económica internacional que
los somete a incesantes sorpresas desagradables. Consecuencia de ello,
es el debilitamiento de los procesos democráticos, la tentación
del autoritarismo y la dictadura, la agudización y polarización
de las tensiones políticas.
Este fenómeno debe ser enfrentado, digamos de inmediato, con un proceso de maduración, renovación y unificación de las principales corrientes políticas, movimientos y partidos dispuestos a conformar conglomerados unidos que revaloricen el juego democrático.
Es imposible negar la existencia entre nosotros de un conjunto de experiencias
y tendencias políticas y sociales, que debidamente orientadas y
aprovechadas deben desembocar en la próxima implantación
de un régimen democrático en el Perú. De lo contrario,
riesgamos de ser desbordados por posiciones radicalizadas de consecuencias
imprevisibles.