La marginalidad en que viven poblaciones precarias, que aumentan día a día en perversa contradicción con nuestro crecimiento económico, muestra la incapacidad del Estado para detener, la extensión progresiva del desempleo, de la pobreza, insalubridad, renunciando a su elemental obligación de garantizar trabajo y defender conquistas sociales, sacrificadas hoy en nombre de la competitividad.
La onda liberal permite descubrir los efectos devastadores que producen la sumisión a las leyes del mercado y la dependencia a los intereses del capital. El economicismo, el monetarismo, el neoliberalismo, son los pilares que sostienen el crecimiento de la renta, olvidando que en una economía moderna el binomio económico-social es inseparable so peligro de dramas y agitaciones.
Este fenómeno no es propiedad exclusiva nuestra ni de los países en desarrollo. Los países industrializados, principalmente, embriagados por una competitividad desenfrenada, caminan a la conquista de una "modernidad" que nadie se ha tomado el trabajo de definir. Porque si son materialmente fuertes por su tecnología, se muestran intelectualmente débiles en otros terrenos, sobre todo en sus limitaciones a prever lo que podrían ser las consecuencias. de sus propias decisiones.
La coincidencia de esa fortaleza y esta debilidad los vuelve frágiles pero, sobre todo, peligrosos.
Principalmente hoy que la proclividad a la "globalización" traslada a la discusión universal problemas derivados de visiones parcelares, oscurecidas por dogmas económicos que apartan a los gobiernos de la exacta dimensión de la realidad.
Estas reflexiones las escribimos a propósito de la ola de privatizaciones que hoy, bate el territorio nacional, sin excepciones geográficas. Quien esto escribe no es contrario a las privatizaciones si son hechas con racionalidad y en beneficio del interés nacional. No entraremos en la argumentación común de empresa pública igual botín del poder de turno, por suficientemente sostenida y verificada. Se trata de que, al culminar el proceso de venta de las empresas del Estado, la guerra ideológica contra el sector público, procedente del sector privado, tendrá que terminar. Suponemos, igualmente, que el Gobierno será consciente, y tomará precauciones de que junto con el inmenso poder económico transfiere, también, al sector privado, un enorme poder político. Y en esto no podemos equivocarnos ni llamarnos a engaño.
Estamos de acuerdo en que la privatizaci6n es signo de los tiempos. También, en que es la subordinación del mundo al capital. Igualmente que, a través de ella, el Estado se despoja de los instrumentos de su soberanía y de los medios que le permiten conducir una política autónoma. Y que así como antaño el colapso económico de las empresas privadas obligaba al Estado a nacionalizarlas, hoy día la excelente rentabilidad de las empresas públicas atrae a los capitales de la privatización.
Pero ¿qué nos preocupa de este fenómeno neoliberal incontenible?
Principalmente, las reducciones masivas de empleo, la presión para crear condiciones de competitividad a costa de salarios bajos, protección social abandonada, condiciones de trabajo violatorias de todo Derecho. La lógica de la mundialización y del libre cambio, la necesidad de alcanzar eficiencia económica, la competencia internacional que estimula las inversiones, todo ello nos encamina al desmantelamiento del edificio social.
Como si la economía que no se acompaña de eficacia social tuviera razón de ser. En el Perú, los indicadores recientes muestran que el crecimiento económico no se acompaña de aumento en la creación de empleo. Es aparentemente contradictorio, pero es real.
La frustración juvenil ante la falta de trabajo, el fracaso de los diplomados por no encontrar dónde ejercer su materia, el sueño del título universitario como garantía de empleo, todo ello tiene que llevar a este gobierno o al que venga, a superar esta incompetencia generadora de inseguridad, emigración, delincuencia, explosión social.
Los riesgos existen, realmente. Ya las huelgas anuncian una situación que alcanzó niveles intolerables. No tengamos la memoria tan frágil.
El pueblo, muchas veces, prefiere el desorden a la injusticia.
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