Últimamente, el tema del nuevo rol del Estado y la modernización democrática se ha convertido en un estribillo de políticos, autoridades, funcionarios públicos, aspirantes al Parlamento, etc. Pero en este intercambio de propuestas, a cual más reformista, de proyectos iluminados, de programas destinados al “nuevo Perú que se avecina”, llama la atención, aunque dicen que siempre ha sido así, la absoluta falta de análisis del papel del Estado y de la Sociedad en la creación, difusión y desarrollo de la cultura.
Dicho de otro modo: no se encuentran propuestas sobre de qué manera, con qué mecanismos, bajo la dirección de quién se va a mejorar la Educación Superior, se va a estimular la capacitación científica y tecnológica; en suma, se va a apoyar el desarrollo cultural de la población. Podríamos decir que las interrogantes sobre qué piensa hacer el Estado con la Educación Superior, la ciencia, la investigación y las Universidades, permanecen desde hace mucho tiempo, y no sabemos por cuánto más, sin recibir respuestas.
Creer que la proliferación de universidades privadas es signo de avance cultural, es tan grave como creer que al aumentar el número de médicos se mejora la salud de la población.
Porque no cabe duda que la función que la Universidad debe cumplir al interior del tejido social, económico y político del país, ha sido abandonada desde hace mucho tiempo. Pareciera también, el reconocimiento de derrota e parte de la Universidad Peruana frente a la incalificable indiferencia del Estado y de la Sociedad. Indiferencia que lleva a no pensar, por ejemplo, dónde se va a formar ese personal de alto nivel técnico indispensable para que un país pretenda modernizarse.
Tenemos la impresión de que en el Perú necesitamos volver a plantearnos el concepto de Universidad. Los cambios sociales y políticos operados en nuestro país así lo exigen.
La propia evolución de las instituciones, decía recientemente Jaime Lavados, Rector de la Universidad de Chile, ha hecho aparecer clases y categorías de entidades que cumplen funciones que han sido tradicionalmente atribuibles a las universidades. Aquí, en el Perú, tenemos abundancia de Institutos Superiores, Escuelas Técnicas, incluso al interior de las FF.AA. Centros de Investigación de Empresas y Corporaciones, etc., etc. Y en este replanteamiento sobre el nuevo rol que debe desempeñar la Universidad, habría necesariamente que definir las responsabilidades de la Universidad estatal, al servicio de la Nación, y la de la Universidad privada casi siempre consecuente con los intereses de sus dueños. Y en esta aparente paradoja de objetivos, en la que la Universidad Nacional se yergue orgullosa por servir al conjunto del país, el avance de la Universidad estatal se ve frenado por una situación de crisis cada vez más profunda y más injusta. Por limitaciones académicas, económicas, administrativas, que le colocan una camisa de fuerza en un mercado de competencia donde la proliferación institucional ha echado por tierra la calidad del producto, y donde la recuperación moral y democrática de la U,. Nacional se estrella contra las dificultades endémicas nacidas de una política de Estado que no se define, de una Universidad que no logra replantearse sus actuales propósitos y metas, y que cada día se hace más evidente que su vida transcurre en una permanente lucha por sobrevivir económicamente, mientras asiste a su agonía académica al parecer sin solución cercana.
Ese verdadero asedio económico al que el Estado tiene sometida a la Universidad, desde hace apreciable tiempo, no solamente estimuló el éxodo inevitable de sus mejores cuadros, que se trasladaron en importante contingente al sector privado, de donde resulta que el Estado termina subsidiando a la U. Privada, sino que ha llevado a devaluar la calidad de la enseñanza, a mostrar a sus egresados como procedentes de una U. donde se recibe dudosa formación académica y, en consecuencia, inhabilitados para cargos de responsabilidad; a una segmentación socioeconómica que atenta contra la igualdad de oportunidades y que genera profundas diferencias sociales de parte de quien está precisamente obligado a superarlas.
Existe masificación en la enseñanza, existe ausencia de investigación, existen bibliotecas obsoletas y depredadas, niveles académicos mediocres, todo ello en las universidades donde acuden jóvenes procedentes de sectores, mayoritariamente de bajos ingresos, abandonados a su suerte en un mercado de trabajo perverso y aprovechador que va a pagarles según la U. donde proceden.
Creemos que esta situación aún puede revertirse. Necesitamos
terminar con la indiferencia del Estado frente ala Universidad nacional.
Necesitamos terminar con la U. tradicional, modelo empírico ya superado,
y plantearnos el nuevo desafío de una Universidad que contribuya
al nuevo destino del país, a nuestra integración nacional
y, sobre todo, a la estabilidad social y política a la que todos
aspiramos, ojalá sin excepciones.
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